Is 66, 18-21 (1ª Lectura Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

Los capítulos 56-66 del libro de Isaías (conocidos genéricamente como “Trito- Isaías”) son atribuidos por la mayor parte de los estudiosos actuales a diversos autores, vinculados espiritualmente al Deutero-Isaías.

Sobre estos autores no sabemos rigurosamente nada, a no ser que presentaron su mensaje en los últimos años del siglo VI y principios del siglo V antes de Cristo (las temáticas abordadas, nos sitúan, claramente, en un contexto de post-exilio).

Dentro de las fronteras del antiguo reino de Judá tenemos, en esta época, una comunidad heterodoxa, que agrupa a judíos venidos del Exilio, judíos que quedaron en el país después de la catástrofe del 586 antes de Cristo, extranjeros que se establecieron en Jerusalén durante el Exilio y otros que, después del regreso de los exiliados, vinieron a ofrecerse como mano de obra.

En relación con los extranjeros, el problema se sitúa en lo siguiente: ¿en qué medida esos extranjeros, cada vez más numerosos, pueden formar parte del Pueblo de Dios? La cuestión no es fácil, pues la comunidad que regresa del Exilio, amenazada por enemigos internos (las gentes que quedaron en el país y que no entienden el celo religioso de los que retornan) y por enemigos externos (sobre todo los samaritanos), tienen tendencia a cerrarse. Esdras y Neemías, los grandes líderes de esta época, favorecerán, además, una política xenófoba, prohibiendo los matrimonios mixtos (cf. Esd 9-10; Ne 13,23-27).

Los textos del Trito-Isaías (de autores y predicadores diversos) abordan el problema de los extranjeros y manifiestan, a este respecto, una vasta gama de actitudes, que van desde la llamada al aniquilamiento de las naciones que se obstinan en el mal (cf. Is 63,3-6;64,1;66,15-16), hasta la admisión de los extranjeros en el seno del Pueblo de Dios. En general, domina la perspectiva universalista.

Es, pues, en esa perspectiva abierta y tolerante para con los otros pueblos donde se sitúa el texto que leemos.

El autor de este texto considera que todas las naciones han sido llamadas a formar parte del Pueblo de Dios. Esa perspectiva es la que él propone en la visión de carácter escatológico que nuestro texto nos presenta: en el mundo nuevo que va a llegar, todos están convocados por Dios para formar parte de su Pueblo.

El esquema presenta varias etapas: primero, Dios vendrá a dar inicio al proceso de reunificación de las naciones (v. 18); después, mostrará un signo y enviará misioneros (elegidos de entre los pueblos extranjeros), a fin de que anuncien la gloria del Señor, incluso de las naciones más alejadas (v. 19); enseguida, las naciones responderán al signo del Señor y se dirigirán al monte santo de Jerusalén (Jerusalén es, en la teología judía, el “centro” del mundo, el lugar donde Dios reside en medio de su Pueblo y donde irrumpirá la salvación definitiva), trayendo como ofrenda al Señor a los israelitas dispersos en medio de las naciones (v. 20); finalmente, el Señor elegirá de entre los que llegan(de los judíos vueltos de la Diáspora y a de los paganos que escuchen la invitación del Señor para formar la comunidad de la salvación) sacerdotes y levitas para servirle (v. 21).

Estamos en un contexto político en el que no era fácil tener una visión tolerante hacia las otras naciones. Decir que todos los pueblos son convocados por Dios y que Dios ofrece a todos la salvación, era algo escandaloso para los judíos de la época; por eso, es algo inaudito decir que Yahvé escogería de entre ellos misioneros, para enviarlos al encuentro de las naciones; y es absolutamente inconcebible decir que Dios va a elegir de entre los paganos, sacerdotes y levitas que entren en el espacio sagrado y reservado del Templo (donde, recuérdese, cualquier pagano que entrase era reo de muerte)para el servicio del Señor.

Considerad las siguientes líneas, para la reflexión:

No es ninguna novedad decir que “al nuevo Pueblo de Dios, están llamados todos los hombres” (LG 13). En el Pueblo de Dios no es decisivo ni la raza, ni el sexo, ni la posición social, ni la preparación intelectual, pero sí la adhesión a Jesús y el compromiso con el proyecto de salvación que el Padre ofrece, en Jesús. ¿Nuestras comunidades son, no sólo en la teoría sino también en la práctica, espacios de igualdad y de fraternidad?

¿Hay algún tipo de discriminación en mi comunidad cristiana, sobre todo en relación con personas que se entiende llevan vidas desarregladas y moralmente equivocadas? Si sucede esto, ¿qué sentido tiene?

¿Qué sentido tienen, en este contexto, ciertas afirmaciones y actitudes de cristianos comprometidos que ejercen, en la practica, un acendrado racismo? ¿La xenofobia es consecuente con la vida de un creyente?
¿Decir que “España es de los españoles; los demás que se vayan a su tierra” es colaborar en la construcción de esa comunidad universal, que es el proyecto de Dios?