Lc 13, 22-30 (Evangelio Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

El episodio que el Evangelio de hoy nos presenta nos recuerda que continuamos, con Jesús y con los discípulos, recorriendo el “camino de Jerusalén”. El interés central de este “viaje” continúa siendo el describir los rasgos del auténtico creyente y señalar el camino del “Reino” a la comunidad cristiana, heredera del proyecto de Jesús.

El texto de Lc 13,22-30 está constituido por materiales de distintas procedencias, aquí agrupados por razones de interés temático.

Inicialmente, eran “dichos” de Jesús (pronunciados en contextos diversos) sobre la

entrada en el “Reino” (Mateo presenta los mismos “dichos” bajo formas y en contextos diferentes, cf. Lc 13,23-24 y Mt 7,13-14; Lc 13,25 y Mt 25,10-12; Lc 13,26-27 y Mt 7,22-23; Lc 13,28-29 y Mt 8,12; Lc 13,30 y Mt 19,30). Lucas los aprovecha para mostrar las diferencias entre la teología de los judíos y la de Jesús, a propósito de la salvación.

En la perspectiva de la catequesis que, hoy, Lucas nos presenta, las palabras de Jesús son una reflexión sobre la cuestión de la salvación.

La catequesis viene provocada por una cuestión puesta en boca de alguien no identificado: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

La cuestión de la salvación era, en realidad, una cuestión muy debatida en los ambientes rabínicos. Para los fariseos de la época de Jesús, la “salvación” era una realidad reservada al Pueblo elegido y sólo a él; pero, en los círculos apocalípticos, dominaba una visión más pesimista y sostenía que muy pocos estaban destinados a la felicidad eterna. Jesús, sin embargo, hablaba de Dios como un Padre lleno de misericordia, cuya bondad abarcaba a todos, especialmente a los pobres y a los débiles. Tenía, por tanto, sentido saber lo que pensaba Jesús acerca de la cuestión.

Jesús no responde directamente a la pregunta. Para Él, más que hablar de números concretos a propósito de la “salvación”, lo importante es definir las condiciones para pertenecer al “Reino” y estimular a los discípulos a optar por el “Reino”.

Ahora, en la óptica de Jesús, entrar en el “Reino” es, en primer lugar, esforzarse por “entrar por la puerta estrecha” (v. 24). La imagen de la “puerta estrecha” es sugerente para significar la renuncia a una serie de fardos que “aplastan” al hombre y que le impiden vivir en la lógica del “Reino”. ¿Qué fardos son esos? A título de ejemplo, podríamos citar el egoísmo, el orgullo, la riqueza, la ambición, el deseo de poder y de dominio… Todo aquello que impide al hombre embarcarse en una lógica de servicio, de entrega, de amor, de solidaridad, de entrega de la vida, que le impide el acceso al “Reino”.

Para explicitar mejor la enseñanza acerca de la entrada en el “Reino”, Lucas pone en boca de Jesús una parábola. En ella, el “Reino” es descrito, en la línea de la tradición judía, como un banquete en el que los elegidos estarán al lado de los patriarcas y de los profetas (vv. 25-29).

¿Quién se sentará en la mesa del “Reino”? Todos aquellos que acojan la invitación de Jesús a la salvación, se adhieran a su proyecto y acepten vivir, en el seguimiento de Jesús, en una vida de donación, de amor y de servicio.

No habrá ningún criterio basado en la raza, en la geografía, en los lazos étnicos, que impida a nadie la entrada en el banquete del “Reino”: lo único verdaderamente decisivo es la adhesión a Jesús.

En cuanto a aquellos que no acojan la propuesta de Jesús: quedarán, lógicamente, fuera del banquete del “Reino”, aunque se consideren muy santos y pertenezcan, institucionalmente, al Pueblo elegido. Es evidente que Jesús está hablando a los judíos y sugiriendo que no es por el hecho de pertenecer a Israel como tienen asegurada la entrada en el “Reino”; pero la parábola se aplica igualmente a los “discípulos” que, en la vida real, no quisieran desprenderse del orgullo, del egoísmo, de la ambición, para recorrer, con Jesús, el camino del amor y de la donación de la vida.

Al reflexionar y al compartir, tened en cuenta los siguientes datos:

En primer lugar, es necesario tomar conciencia de que el “Reino” no está condicionado a ninguna lógica de sangre, de etnia, de clase, de ideología política, de estatuto económico: es una realidad que Dios ofrece gratuitamente a todos; basta que se acoja esa oferta de salvación, se adhiera a Jesús y se acepte entrar por la “puerta estrecha”.

¿Tengo conciencia de que la comunidad de Jesús es la comunidad donde todos caben y donde nadie es excluido y marginado?

“Entrar por la puerta estrecha” significa, en la lógica de Jesús, hacerse pequeño, sencillo, humilde, servidor, capaz de amar a los otros hasta el extremo y hacer de la vida don, entrega.
En otras palabras: significa seguir a Jesús en su ejemplo de amor y de entrega. Cuando Santiago y Juan pretendieron reivindicar lugares privilegiados en el “Reino”, Jesús se apresuró a decirles que era necesario primero compartir el destino de Jesús y hacer de la vida un don (“beber el cáliz”) y un servicio (“el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida”).

Jesús es, por tanto, el modelo de todos los que quieren “entrar por la puerta estrecha”.
Es su ejemplo el que es propuesto a todos sus discípulos.

Todos constatamos que esta “puerta estrecha” no es, hoy, muy popular. A este propósito, los hombres de hoy tienen perspectivas muy distintas de las de Jesús.
La felicidad, la vida plena se encuentran, para muchos de nuestros contemporáneos, en el poder, en el éxito, en el escaparate social, en el dinero (el nuevo dios que mueve el mundo, que manipula las conciencias y que define quien tiene o no éxito, quién es o no es feliz).

¿Cómo nos situamos ante esto?

¿Nuestras opciones van más bien en la línea de la “puerta ancha” del mundo, o en la de la “puerta estrecha” de Jesús?

Es necesario ser conscientes de que el acceso al “Reino” no es, nunca, una conquista definitiva, sino algo que Dios nos ofrece cada día y que, cada día, aceptamos o rechazamos.
Nadie tiene automáticamente garantizado, por decreto, el acceso al “Reino”, de forma que pueda, a partir de un cierto momento, tener comportamientos no conformes con los valores del “Reino”.

El acceso a la salvación es algo a lo que se responde, positiva o negativamente, todos los días y que nunca es un dato totalmente seguro y adquirido.

¿Para nosotros, que somos cristianos, donde está la salvación?
Jesús decía que, en el banquete del “Reino”, muchos aparecerán y dirán: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”; pero recibirán como respuesta: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.
Este aviso toca de forma especial a aquellos que conocieron bien a Jesús, que se sentaron con él a la mesa (de la eucaristía), que escucharon sus palabras, que formaron parte del consejo pastoral de la parroquia, que fueron fieles guardianes de las llaves de la iglesia o de los cheques de la cuenta bancaria de la parroquia, hasta que se sentaron en tronos episcopales o papales; pero que nunca se preocuparon por entrar por la “puerta estrecha” del servicio, de la sencillez, del amor, de la entrega de la vida. Esos, Jesús es muy claro, no tendrán un lugar en el “Reino”.

Anuncio publicitario