Vísperas – Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibas

VÍSPERAS

SANTA TERESA DE JESÚS JORNET E IBARS, virgen
Copatrona de la ancianidad

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Dichosa tú, que, entre todas,
fuiste por Dios sorprendida
con tu lámpara encendida
por el banquete de bodas.

Con el abrazo inocente
de un hondo pacto amoroso,
vienes a unirte al Esposo
por virgen y por prudente.

Enséñanos a vivir;
ayúdenos tu oración;
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria.
Y gloria por esta gloria
que alegra la cristiandad. Amén.

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. El Señor se complace en el pobre.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor se complace en el pobre.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: 1Co 7, 32. 34

El soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupa de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

R/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías.
V/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías.

R/ Van entrando en el palacio real.
V/ Las traen entre alegrías.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te tiene preparada.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te tiene preparada.

PRECES

Alabemos con gozo a Cristo, que elogió a los que permanecen vírgenes a causa del reino de los cielos, y supliquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Oh Cristo, que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia, sin mancha ni arruga,
— haz que esta Iglesia sea siempre santa e inmaculada.

Oh Cristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
— no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen ha guardado siempre fidelidad intacta y pura,
— concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que conoces hoy a tu pueblo alegrarse por la festividad de santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars virgen,
— concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
— admite benigno a los difuntos en el convite festivo de tu reino.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que has guiado a la virgen santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars a la perfecta caridad en el cuidado de los ancianos, concédenos, a ejemplo suyo, servir a Cristo en el prójimo, para ser testimonios de su amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 26 de agosto

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 23,13-22
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar.
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!
«¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ` Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: `Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado.’ ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él.

3) Reflexión

• Los próximos tres días vamos a meditar el discurso que Jesús pronunció criticando a los doctores de la ley y a los fariseos, llamándolos hipócritas. En el evangelio de hoy (Mt 23,13-22), Jesús pronuncia contra ellos cuatro ‘ay’ o plagas. En el evangelio de mañana se añaden otros dos (Mt 23,23-26), y en evangelio de pasado mañana otros dos (Mt 23,27-32). En todo ocho ‘ay’ o plagas contra los líderes religiosos de la época. Son palabras muy duras. Al meditarlas, tengo que pensar en los doctores y en los fariseos del tiempo de Jesús, pero también y sobre todo en el hipócrita que hay en mí, en nosotros, en nuestra familia, en nuestra Iglesia, en la sociedad de hoy. Vamos a mirar en el espejo del texto para descubrir lo que existe de errado en nosotros.
• Mateo 23,13: El primer ‘ay’ contra los que cierran la puerta del Reino. “Que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar”. ¿Cómo cierran el Reino? Presentando a Dios como un juez severo, dejando poco espacio a la misericordia. Imponiendo en nombre de Dios leyes y normas que no tienen nada que ver con los mandamientos de Dios, falsificando la imagen del Reino y matando en los otros el deseo de servir a Dio y el Reino. Una comunidad que se organiza alrededor de este falso dios “no entra en el Reino”, ni es expresión del Reino, e impide que sus miembros entren en el Reino.
• Mateo 23,14: El segundo ‘ay’ contra los que usan la religión para enriquecerse. Ustedes explotan a las viudas, y roban en sus casas y, para disfrazar, hacen largas oraciones! Por esto, ustedes van a recibir una condena muy severa”. Jesús permite que los discípulos vivan del evangelio, pues dice que el obrero merece su salario (Lc 10,7; cf. 1Cor 9,13-14), pero usar la oración y la religión como medio para enriquecerse, esto es hipocresía y no revela la Buena Nueva de Dios. Transforma la religión en un mercado. Jesús expulsa a los comerciantes del Templo (Mc 11,15-19) citando a los profetas Isaías y Jeremías: “Mi casa es casa de oración para todos los pueblos y ustedes la han transformado en una cueva de ladrones” (Mc 11,17; cf. Is 56,7; Jr 7,11)). Cuando el mago Simeón quiso comprar el don del Espíritu Santo, Pedro lo maldijo (Hec 8,18-24). Simón recibió la “condena más severa” de la que Jesús habla en el evangelio de hoy.
• Mateo 23,15: El tercero ‘ay’ contra los que hacen proselitismo. “Ustedes que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!”. Hay personas que se hacen misioneros y misioneras y anuncian el evangelio no para irradiar la Buena Nueva del amor de Dios, sino para atraer a otros a su grupo o a su iglesia. Una vez, Juan prohibió a una persona el que usara el nombre de Jesús porque no formaba parte de su grupo. Jesús respondió: “No se lo impidáis. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros” (Mc 9,39). El documento de la Asamblea Plenaria de los obispos de América Latina, se realizó en el mes de mayo de 2008, en Aparecida, Brasil, bajo el título: “¡Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en él nuestros pueblos tengan vida!” Es decir que el objetivo de la misión no es para que los pueblos se vuelvan católicos, ni para hacer proselitismo, sino para que los pueblos tengan vida, y vida en abundancia.
• Mateo 23,16-22: El cuarto ‘ay’ contra los que viven haciendo juramento. “Ustedes dicen: ‘ Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!”. Jesús hace un largo razonamiento para mostrar la incoherencia de tantos juramentos que la gente hacía o que la religión oficial mandaba hacer: juramento por el oro del templo o por la ofrenda que está sobre el altar. La enseñanza de Jesús, indicada en el Sermón de la Montaña, es el mejor comentario del mensaje del evangelio de hoy: “Pues yo os digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: `Sí, sí’ `no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,34-37).

4) Para la reflexión personal

• Son cuatro ‘Ay’ o cuatro plagas, cuatro motivos para recibir la crítica severa de parte de Jesús. ¿Cuál de las cuatro críticas cabe en mí?
• Nuestra Iglesia, ¿se merece hoy estos ‘ay’ de parte de Jesús?

5) Oración final

¡Cantad a Yahvé un nuevo canto,
canta a Yahvé, tierra entera,
cantad a Yahvé, bendecid su nombre! (Sal 96,1-2)

Recursos – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana anterior al Domingo 22 del Tiempo Ordinario, intentad meditar la Palabra de Dios de este domingo. Meditadla personalmente, una lectura cada día, por ejemplo… Elegid un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo parroquial, en un grupo de padres, en un grupo de un movimiento eclesial, en una comunidad religiosa.

2. Hacer eco de la Palabra.

Después de la comunión (la mesa donde los pobres son reyes…), se podría releer, con un fondo musical, algunos pasajes de la liturgia de la Palabra.
Por ejemplo: “realiza todas las cosas con humildad…”; “vete a sentarte en el último puesto …”; “invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; … porque no pueden pagarte …”

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al terminar la primera lectura: Dios creador y maestro del universo, proclamamos la grandeza de tu poder y, al mismo tiempo, la humildad de tu Hijo Jesús. Él se hizo pequeño para nacer entre los hombres y aceptó la humillación suprema de la cruz. Te pedimos por nuestras sociedades donde triunfan los dominadores y los poderosos. Que tu Espíritu nos inunde, que nos libre del orgullo.

Después de la segunda lectura: Dios vivo, te damos gracias por Jesús, el mediador de la nueva Alianza, que nos introdujo en la Jerusalén celeste y en la asamblea de los santos y que inscribió nuestro nombre en los cielos. Te confiamos a todas las comunidades cristianas desanimadas por la modestia de sus medios y por la falta de reconocimiento.

Al finalizar el Evangelio: Padre, a ti que nos invitas a la mesa de tu Hijo, te damos gracias porque nos llamas a subir más alto y nos elevas con la confianza que nos das y la estima que nos concedes, a nosotros que somos pecadores. Te recomendamos a nuestros hermanos que se ocupan de nuestras sociedades, preparándoles la mesa y reconociéndoles dignidad.

4. Plegaria Eucarística.

Puede elegirse la Plegaria Eucarística II para la Misa con Niños…

5. Palabra para el camino.

Difícil cuestión…
¿Con qué criterios establecemos la lista de nuestros invitados cuando preparamos un banquete de fiesta? Es claro, una vez más, que la lógica de Jesús no es la nuestra. ¿Sucede que invitamos a nuestra mesa a pobres, marginados, mendigos… más que a nuestra familia, a los amigos, a la gente con la que hacemos negocios?
Difícil cuestión, que evitamos, tal vez, tomar demasiado en serio.
¿Y si en esta semana la dejáramos resonar un poco en nuestro interior?…

Comentario del 26 de agosto

El capítulo 23 del evangelio de Mateo recoge la diatriba de Jesús contra los letrados y fariseos. Esta censura, sin embargo, no acaba en los fariseos de su tiempo. Si se incorpora al relato evangélico es porque quiere llegar hasta nosotros y tocar nuestro corazón. ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas –les decía Jesús-, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren.

La puerta de este Reino es el mismo que pronuncia estas palabras. No abrirse al mensaje de Jesús es cerrarse al Reino de los cielos. Y los que se cierran a esta realidad e impiden la entrada a otros son precisamente los que tendrían que abrirse más a ella por estar más familiarizados con esa palabra custodiada en las Escrituras sagradas que orienta hacia el reino.

Los que así actúan son esos letrados a quienes Jesús califica de hipócritas porque manifiestan ser lo que en realidad no son, porque ocultan su podredumbre, porque viven de apariencias, porque cuando hacen limosna u oración no buscan sino el aplauso y la admiración de los hombres, porque esconden intenciones inconfesables, porque cuelan el mosquito y se tragan el camello, porque no son lo que parecen ser: justos, caritativos, observantes, piadosos, porque en su vida hay mucha ocultación y poca transparencia.

De ellos dice Jesús que devoran los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones y que viajan por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo consiguen, lo hacen digno del fuego el doble que ellos. Sus oraciones no son otra cosa que un pretexto para enriquecerse a costa de viudas desconsoladas, pero ricas. Tras su aparente piedad se oculta, pues, un afán de enriquecimiento personal, porque lo que les mueve en sus oraciones es la codicia del dinero. Son capaces también de hacer largos viajes impulsados por el empeño de ganar nuevos prosélitos para la fe judía, pero estos no son otra cosa que víctimas de sus ansias de conquista, algo así como botines de guerra o trofeos de caza de los que podrán alardear, pero con tan triste destino de acabar siendo como ellos «carne» del fuego eterno.

Al calificativo de hipócritas añade Jesús el de guías ciegos. No son conceptos incompatibles, pues la ceguera espiritual puede convivir con la hipocresía. En el fondo, su hipocresía es fruto de su ceguera. Si juntan lo que no se puede juntar (la oración y el dinero) es porque no ven la incoherencia en la que viven. ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga»! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el tempo que consagra el oro? O también: «Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga». ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar, jura también por todo lo que está sobre él; quien jura por el templo, jura también por el que habita en él; y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él.

Traslado el texto en su totalidad para que se aprecie mejor el razonamiento de Jesús desde su apertura hasta su cierre. El modo de razonar de estos guías ciegos del pueblo judío pone de manifiesto su parcialidad y su incoherencia, y Jesús lo destaca en su imprecación. ¿Por qué jurar por el templo no obliga y jurar por el oro del templo sí obliga? Si el oro, como argumenta Jesús, es parte del templo y éste, en cuanto lugar sagrado, sacraliza o consagra lo que hay en él, haciendo de sus vasos de oro vasos sagrados o destinados al culto, ¿por qué no va a comprometer jurar por el templo?

El que jura por el templo jura también por todo lo que se contiene en él. Lo mismo cabe decir del altar que consagra la ofrenda, pues la ofrenda es sagrada por ser ofrenda, esto es, por presentarse en el altar como un sacrificio u objeto de culto. En suma, quien jura por el altar, el templo o el cielo, jura por el que opera sobre el altar, por el que habita en el templo y por el que está sentado en el trono del cielo, es decir, jura por Dios. Luego en su juramento se compromete con el mismo Dios. Todo lo demás es disquisición bizantina con la que se pretende escapar al compromiso del juramento: un recoveco más, ideado por la hipocresía farisaica para incumplir lo prometido.

Estas artimañas que Jesús denuncia en los fariseos no nos son ajenas; por eso, su censura evangélica debe ser tenida muy en cuenta por nosotros, que tampoco somos inmunes a la hipocresía.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

102. En medio de este drama que justamente nos duele en el alma, «Jesús Nuestro Señor, que nunca abandona a su Iglesia, le da la fuerza y los instrumentos para un nuevo camino»[58]. Así, este momento oscuro, «con la valiosa ayuda de los jóvenes, puede ser realmente una oportunidad para una reforma de carácter histórico»[59], para abrirse a un nuevo Pentecostés y empezar una etapa de purificación y de cambio que otorgue a la Iglesia una renovada juventud. Pero los jóvenes podrán ayudar mucho más si se sienten de corazón parte del «santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo», porque «será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones»[60].


[58] DF 31.

[59] Ibíd., 31.

[60] Discurso conclusivo del encuentro sobre “La protección de los menores en la Iglesia” (24 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 marzo 2019), p. 10.

Homilía – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

LA MESA REDONDA DE LA FRATERNIDAD

 

PARÁBOLA DEL BANQUETE

El banquete del que habla Lucas evoca otro banquete, el de la última cena, en el que, según el mismo Lucas, los apóstoles, a codazos, querían copar los primeros puestos. Jesús les dará allí las mismas consignas que acabamos de escuchar ahora. Y, sobre todo, les dará la gran lección con su propio ejemplo. Después de que ellos se han peleado por los puestos en la mesa, él, el Maestro y Señor, se pone a hacer menesteres de siervo: les lava los pies (Jn 13,1-17).

El pasaje evangélico tiene también un mensaje de ascética individual; es una llamada a la humildad y al amor gratuito, pero, sobre todo, es un relato parabólico que contiene un mensaje para toda la Iglesia. El banquete al que asiste y que critica Jesús es el símbolo del judaísmo, de la sociedad pagana empecatada en su organización y desarrollo. Frente a este banquete lleno de rivalidades y envidias, Jesús propone el proyecto de un banquete fraternal.

Para el mundo (la sociedad humana mal organizada), los hombres no somos iguales de hecho, y se procura que esto quede bien claro. Por eso, en cualquier reunión de gente importante (dirigentes políticos, artistas, famosos, gente de mundo) se plantea siempre un problema que en esos círculos se considera grave: distribuir los puestos en los que cada cual se debe situar. Cartelitos con nombres y títulos: «señor», «excelencia», «señoría»… se colocan en las mesas, en los asientos… para que se mantengan las distintas categorías y las jerarquías sean siempre respetadas. Jesús, convidado a comer en casa de un fariseo, se da cuenta de que los invitados, según van llegando, se colocan en los puestos más importantes. Seguro que, con una falsa sonrisa en los labios, aquellos piadosos fariseos se daban algún que otro codazo para arrebatarse unos a otros el mejor puesto.

Jesús sabe que no se trata de un incidente irrelevante, sino que se revela algo más hondo, una cierta manera de entender la vida y las relaciones humanas: el querer darse importancia, el deseo de figurar por encima de los demás determinaba el comportamiento de aquellas personas y ponía de manifiesto que para ellos la vida era una competición y que, por consiguiente, consideraban a todos los demás como adversarios y competidores.

Por otra parte, Jesús se da cuenta de que los invitados de aquel banquete eran todos gente distinguida, bien ataviada, y que no había en las mesas parientes pobres ni amigos de infancia desafortunados, sino que todos son de la crema de la sociedad, que hacían ronda de banquetes, favores y padrinazgos. Jesús recrimina a una sociedad en la que sólo se sientan a la mesa del banquete los poderosos que, como dirá Juan Pablo II, apoyándose mutuamente, se repartirán los puestos de trabajo, los recursos económicos y los privilegios.

LA ALTERNATIVA CRISTIANA: BANQUETE DE HERMANOS

Ante esta situación, tristemente real en todas las épocas de la historia, Jesús invita, en primer lugar, a no entrar en este juego sucio en el que juegan muchos ciudadanos y muchas estructuras sociopolíticas y económicas. Invita a ser sal que escuece en esa herida de la injusticia. Los cristianos, con nuestra honradez, hemos de ser una acusación hiriente a este estilo mundano y pecaminoso de proceder.

Pero, además, Jesús invita a ser comunidad-signo, «comunidad-parábola», maqueta conforme a la cual habría de edificarse la ciudad mundana. El Reino de Dios es aquel ámbito de la humanidad que está organizado según el proyecto de Dios y está simbolizado en los evangelios mediante la imagen de la fiesta de un banquete. En ese banquete no hay puestos de privilegio, y si se pone un asiento más alto o de preferencia, ese puesto es siempre para el más pequeño.

Para Jesús, la vida del hombre no es una competición, sino una maravillosa aventura, una tarea común: convertir este

mundo en un círculo de hermanos. Y ese proyecto resultaba incompatible con la mentalidad que reflejaba el comportamiento de los invitados a aquel banquete. No se puede tratar a un hermano como competidor. Por eso Jesús propone una actitud de verdadera humildad: renunciar al deseo de quedar por encima de todos, dejar de temer que el otro me arrebate ese primer puesto que ya no pretendo y considerar que todos somos iguales y que no hay razón para que nadie busque sobresalir entre los demás.

Pero ¡cuidado!: la humildad cristiana no consiste en el desprecio de nosotros mismos ni en aceptar las injustas humillaciones a que nos intenten someter los otros. Humildad no equivale a sometimiento, de la misma manera que soberbia no equivale a libertad. La humildad cristiana, continuando con la imagen del banquete, quedaría representada en una mesa redonda, en la que no hay lugares de privilegio, sino que todos se sientan fraternalmente en un plano de igualdad. Pablo aconseja a los miembros de la comunidad de Filipos: «Cada cual considere humildemente que los otros son superiores» (Flp 2,3).

LOS POBRES SON EVANGELIZADOS

«Cuando des una comida o una cena —exhorta Jesús— no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos, no sea que te inviten ellos para corresponder, y quedes pagado. Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, y dichoso tú entonces porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Todos sabemos muy bien que en la sociedad a los que se invita, ante todo, es a los que producen, a los rentables. Ésta es la praxis en las empresas, sindicatos, partidos, clubes y también en la gran mayoría de las familias. No se hacen invitaciones gratuitas, sino sólo en base al rendimiento. Se ignora al pariente pobre. El rico, el relevante, el famoso encuentra parientes por todas partes. Jesús pide a su comunidad, a su Iglesia, que gaste sus mejores energías en invitar, ante todo, a los inútiles, a los ignorantes, a los ineficaces, a todos los que

esta sociedad injustamente organizada ha dejado pobres, lisiados, cojos, ciegos, marginados, parados, analfabetos, hambrientos y empobrecidos.

«Los pobres son evangelizados» es la señal que da Jesús de que allí acontece el Reino de Dios (Le 4,18): «Id a los caminos e insistid a los tullidos, ciegos, cojos y pobres que vengan al banquete». El Reino de Dios no se realiza volcándose y gastando las energías en los influyentes, sino en los desatendidos y excluidos de la sociedad. Es lo que ocurría en la comunidad de Corinto: «Fijaos, hermanos, a quiénes llamó Dios entre vosotros: no a los intelectuales, poderosos, ni a las familias influyentes; todo lo contrario: a los necios según el mundo, a los débiles, a los plebeyos, a los despreciados» (1Co 1,26-29). Las comunidades cristianas son de verdad evangélicas cuando invitan insistentemente a su mesa a los pobres, a los desechados de los banquetes de la sociedad. Y no sólo son invitados, sino que son los preferidos en ella.

Ocurre en las familias de buenos sentimientos: ¡Qué conmovedor es ver al hijo, al hermano deficiente, mimado por todos sus miembros, especialmente obsequiado, paseado y envuelto en ternura por padres, hermanos u otros familiares, por la sencilla razón de que es el que más lo necesita. Y es que en una familia en la que todos se sienten solidarios, los privilegios se conceden al más pequeño, al más débil, al que no puede valerse por sí mismo. Entre los seguidores de Jesús, el amor se derrama con más generosidad en aquellos que más faltos están de él. Y estos privilegios tienen un objetivo muy concreto: compensar las desigualdades para que sea posible la igualdad.

Santiago exhorta y recuerda: «No asociéis con favoritismos la fe en nuestro Señor Jesucristo» (St 2,1-4). Y una afirmación revolucionaria de Jesús es: «No llaméis a nadie padre ni jefe ni maestro porque todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8). En una comida de hermanos nadie pretende ni a nadie se permite presidencia. «El que sea mayor entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20,27). La comunidad de Jesús, el Reino de Dios, es el espacio en el que nadie es más que nadie. Los

padres de Montesquieu quisieron que su hijo «fuera bautizado en brazos de un mendigo, para que así supiera y recordara que todos los hombres, pobres y ricos, son hermanos».

La comunidad de Jesús es la comunidad de los que se pelean, pero por servir, por ocupar el último lugar (Mt 20,26). Cuando Jesús pronunció la moraleja al final de su reflexión en el banquete, podía parecer una simple consigna teórica de un sabio. Ahora tiene todas las garantías de veracidad porque la vemos cumplida en el que se puso en el último lugar, que no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28). Jesús resucitado, plenamente realizado, nos dice inequívocamente, ahora desde su vida de resucitado: El que se humilla será enaltecido, los últimos serán los primeros.

Atilano Aláiz

Lc 14, 1.7-14 (Evangelio Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

Esta etapa del “camino hacia Jerusalén” sitúa a Jesús a la mesa, en sábado, en casa de uno de los jefes de los fariseos.

Debía tratarse de una comida solemne de sábado, que se tomaba alrededor del medio día, al volver de la sinagoga. A ella debía invitarse a algunos huéspedes; durante la misma, se continuaba la discusión de las lecturas escuchadas durante el oficio en la sinagoga.

Lucas es el único evangelista que muestra a los fariseos tan próximos a Jesús, incluso invitándole a su casa, sentados a la mesa con Él (cf. Lc 7,36; 11,37). Es probable que se trate de una realidad histórica, aunque Marcos y Mateo presenten a los fariseos como los adversarios por excelencia de Jesús (Mateo presenta esa situación influenciado, sin duda, por las polémicas de la Iglesia primitiva con los fariseos).

Los fariseos formaban uno de los principales grupos religioso-políticos de la sociedad palestina de esta época. Dominaban los oficios en la sinagoga y estaban presentes en todos los procesos religiosos de los israelitas. Su preocupación fundamental era transmitir a todos el amor por la Torah, ya escrita, ya oral. Se trataba de un grupo serio, verdaderamente comprometido en la santificación del Pueblo de Dios; pero, al absolutizar la Ley, olvidaban a las personas y pasaban por encima del amor y de la misericordia.

Al considerarse a sí mismos como “puros” (porque vivían de acuerdo con la Ley), despreciaban al “am aretz” (el “pueblo sencillo”) que, a causa de la ignorancia y de la dura vida que llevaba, no podía cumplir íntegramente los preceptos de la Ley. Conscientes de sus capacidades, de su integridad, de su superioridad, no eran lo que se dice unos modelos de humildad. Eso, tal vez, explica el ambiente de lucha por los lugares de honor de la que hoy habla el Evangelio.

Conviene, también, tener en cuenta que estamos en el contexto de un “banquete”. El “banquete” es, en el mundo semita, el espacio del encuentro fraterno, donde los invitados participan del mismo alimento y se establecen lazos de comunicación, de cercanía, de familiaridad, de hermandad. Jesús aparece, muchas veces, celebrando banquetes, no porque fuese “un comilón y un bebedor” (cf. Mt 11,19), sino porque, al ser signo de comunión, de encuentro, de familiaridad, el banquete anunciaba la realidad del “Reino”.

El texto presenta dos partes. La primera (vv. 7-11) aborda la cuestión de la humildad; la segunda (vv. 12-14) trata de la gratuidad y del amor desinteresado. Ambas están unidas por el tema del “Reino”: son actitudes fundamentales para quien quiera participar en el banquete del “Reino”.

Las palabras que Jesús dirige a los invitados que disputaban los lugares de honor no son una novedad, pues ya el Antiguo Testamento aconsejaba el no ocupar los primeros puestos (cf. Prov 25,6-7); pero lo que allí era una exhortación moral, en las palabras de Jesús se convierte en una presentación del “Reino” y de la lógica del “Reino”: el “Reino” es un espacio de hermandad, de fraternidad, de comunión, de compartir y de servicio, que excluye cualquier actitud de superioridad, de orgullo, de ambición, de dominio sobre los otros; quien quiera entrar en él, tiene que hacerse pequeño, sencillo, humilde y no tener pretensiones de ser mejor, más justo, o más importante que los otros.

Esta es, además, la lógica que Jesús siempre propone a sus discípulos: él mismo, en la “última cena”, realizada con los discípulos la víspera de su muerte, lavó los pies a los discípulos, y les constituyó en comunidad de amor y de servicio, avisando de que, en la comunidad del “Reino”, los primeros serán los siervos de todos (cf. Jn 13,1-17).

En la segunda parte, Jesús pone en duda, en nombre de la lógica del “Reino”, la práctica de invitar al banquete solamente a los amigos, a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos.

Los fariseos escogían cuidadosamente a sus invitados a la mesa. En sus comidas, no convenía hacer a nadie de menos, pues la “comunidad de la mesa” vinculaba a los invitados y no convenía establecer lazos con gente de clase inferior y pecadora (por ejemplo, ningún fariseo se sentaba a la mesa con alguien perteneciente al “am aretz”, o “pueblo llano”, de clase baja y pecador).

Por otro lado, también los fariseos tenían la tendencia, propia de todas las personas, de todas las épocas y culturas, a invitar a aquellos que podían retribuir de la misma manera. La cuestión es que, de esa forma, todo se convertía en un intercambio de favores y no en algo gratuito y desinteresado.

Jesús denuncia, en nombre del “Reino”, esta práctica; pero va más allá y presenta una propuesta verdaderamente subversiva. Según él, es necesario invitar “a los pobres, a los alejados, a los cojos y a los ciegos”. Los ciegos, cojos y alejados eran considerados pecadores notorios, maldecidos de Dios, y por eso tenían prohibido entrar en el Templo (cf. 2 Sm 5,8) para no profanar ese lugar sagrado (cf. Lv 21,18-23). Sin embargo, son esos los que deben ser invitados al “banquete”. Ya percibimos que, aquí, Jesús ya no está simplemente hablando del banquete en casa de un fariseo, en compañía de gente distinguida; sino que está hablando de aquello que ese “banquete” anuncia y prefigura: el banquete del “Reino”. Jesús traza aquí, por tanto, los contornos del “Reino”. Es presentado como un “banquete” donde los invitados están unidos por lazos de familiaridad, de hermandad, de comunión. A ese “banquete”, todos, sin excepción, están invitados (incluso aquellos que la cultura social y religiosa tantas veces excluye y margina). Las relaciones entre los que se adhieren al banquete del “Reino” no estarán marcadas ya por los juegos de intereses, sino por la gratuidad y por el amor desinteresado; y los participantes del “banquete” deben desprenderse de cualquier actitud de superioridad, de orgullo, de ambición, para situarse en una actitud de humildad, de sencillez, de servicio.

Para la reflexión, considerad los siguientes puntos:

En esta sociedad, agresiva y competitiva, el valor de la persona se mide por su capacidad de imponerse, de tener éxito, de triunfar, de ser el mejor. Quien vale es quien consigue ser presidente de un consejo de administración de empresa a los treinta y cinco años, o el empleado con mejor índice de ventas, o el conductor que, en la carretera, aunque sea poniendo en riesgo su vida, llega unos segundos antes que los demás. Todos los demás son unos fracasados, incapaces, débiles, mirados con conmiseración.

¿Vale la pena gastar la vida así?
¿Estos pueden ser los objetivos superiores, que dan el verdadero sentido a la vida del hombre?

La Iglesia, fruto del “Reino”, debe ser la comunidad en la que se hace realidad la lógica del “Reino” y donde se cultivan la humildad, la sencillez, el amor gratuito y desinteresado.
¿Sucede así entre nosotros?

Asistimos, a veces, a una carrera desenfrenada en la comunidad cristiana por los primeros lugares. Es una lucha, para algunos de vida o muerte, en la que se trabaja con todos los medios a disposición: la intriga, al exhibición, la defensa feroz del puesto conquistado, la humillación de quien hace sombra o incomoda. Para Jesús, las cosas están bastante claras: esta lógica no tiene nada que ver con la lógica del “Reino”; quien elige la superioridad, la prepotencia, la humillación de los otros, la ambición, el orgullo, está impidiendo la llegada del “Reino”.

Atención: esto tal vez no se aplica sólo a aquella persona de nuestra comunidad que criticamos y cuyo nombre nos apetece decir siempre que oímos hablar de gente a la que le gusta mandar y ser considera superior a los otros; esto, tal vez, se pueda aplicar también, en mayor o menor grado, a cada uno de nosotros.

También hay, en la comunidad cristiana, personas cuya ambición se superpone a la voluntad de servir. Aquello que les motiva y estimula son los títulos honoríficos, las honras, los homenajes, los lugares privilegiados, las “púrpuras”, y no el servicio humilde y el amor desinteresado.

¿Esta es una actitud que puede convivir con la pertenencia al “Reino”?

Queda claro, en la catequesis que Lucas nos propone hoy, que el tipo de relaciones que unen a los miembros de la comunidad de Jesús no se basan en “criterios comerciales” (intereses, negociaciones, intercambio de favores) sino en el amor gratuito y desinteresado. Sólo de esa forma todos, incluso los pobres, los humildes, aquellos que no tienen poder ni dinero para retribuir favores, tendrán ahí un lugar, en una verdadera comunidad de amor y de fraternidad.

Los ciegos y cojos representan, en el Evangelio que hoy se nos propone, a todos aquellos que la religión oficial excluye de la comunidad de la salvación; a pesar de eso, Jesús dice que esos deben ser los primeros invitados en el “banquete del Reino”.

¿Cómo son acogidos los pecadores públicos, los marginados, los divorciados, los homosexuales, las prostitutas en la Iglesia de Jesús?

Hb 12, 18-19. 22-24a (2ª Lectura Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

Nos encontramos en la quinta parte de la Carta a los Hebreos (cf. 12,14-13,19). Después de pedir perseverancia y constancia en las pruebas (cf. Heb 12,1-13), el autor va a solicitar una conducta consecuente con la fe cristiana: los creyentes son exhortados a mantener y cultivar relaciones armoniosas, adecuadas, justas, con los hombres y con Dios.

En este texto, en concreto, el autor invita a los destinatarios de la carta a ser fieles a la vocación cristiana. Para ello, establece un paralelo entre la antigua religión(que los destinatarios de la carta conocían bien) y la nueva propuesta de salvación que Cristo vino a presentar.

Los creyentes son, así, invitados a redescubrir la novedad del cristianismo, esa novedad que, un día, los atrajo y motivó, y a adherirse a ella con entusiasmo.

Recordemos, para que las cosas tengan sentido, que el escrito está destinado a una comunidad instalada, perseguida, que necesita descubrir los fundamentos reales de su fe y de su compromiso, a fin de afrontar, con coraje y con éxito, los tiempos difíciles de persecución y de martirio que se aproximaban.

El autor establece un profundo contraste entre la experiencia de comunión con Dios que Israel hace en el Sinaí y la experiencia cristiana.

La experiencia del Sinaí es descrita como una experiencia religiosa que generó miedo, opresión, y no una relación personal, de proximidad, amor, comunión, intimidad, confianza, ni con Dios, ni con los otros miembros de la comunidad del Pueblo de Dios. El cuadro de la revelación del Sinaí es un cuadro terrorífico, que no hace mucho por aproximar a los hombres a Dios, ni un verdadero encuentro fundado en el amor y en la confianza. Por eso, no hay que lamentar la desaparición de un sistema así.

En la experiencia cristiana, en contrapartida, no hay nada que atemorice, terrible u opresivo. Por el bautismo, los cristianos se acercan al mismo Dios, en una experiencia de proximidad, de comunión, de intimidad, de amor verdadero. La experiencia cristiana es, por tanto, una experiencia festiva, de verdadera alegría.

Por esa experiencia, los cristianos se asocian a Dios, al santo, al juez del universo, pero también al Dios de la bondad y del amor. Fueron incorporados en Cristo, el mediador de la nueva alianza, hermanados con él, convertidos en herederos de la vida eterna. Se asociaron a los ángeles, en una existencia festiva, de alabanza, de acción de gracias, de adoración, de contemplación. Se asociaron a los otros justos con los que tocaron la vida plena, en una comunión fraterna de vida y de amor.

La cuestión que queda en el aire, aunque no se formule explícitamente, es: ¿no vale la pena apostar incondicionalmente por esta experiencia y vivirla con entusiasmo?

La reflexión y actualización se puede realizar a partir de los siguientes puntos:

El interés fundamental de este texto y del ambiente que lo encuadra es proponernos un redescubrimiento de nuestra fe y del sentido de nuestras opciones, a fin de que superemos la instalación, la comodidad, la pereza que nos llevan, tantas veces, a un caminar cristiano adormilado, sin exigencias, sin compromisos, que fácilmente cede y recula cuando aparecen las dificultades y los desafíos.

Jesús nos invita a superar la perspectiva de un Dios terrible, opresor, vengativo, a quien el hombre se aproxima con miedo; en su lugar, nos presenta a un Dios que es Padre, que nos ama, que nos convoca a la comunión con él y con los hermanos y que insiste en asociarnos como “hijos” a su familia.

¿Soy consciente de que éste es el verdadero rostro de Dios y que el Dios terrible, a quien el hombre no se puede aproximar, es una invención de los hombres?

Eclo 3, 17-18.20.28-29 (1ª Lectura Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

Estamos en el inicio del siglo II antes de Cristo, cuando los seléucidas dominaban Palestina. El helenismo había comenzado su trabajo pernicioso, minando la cultura y los valores tradicionales de Israel. Muchos judíos, incluyendo miembros de familias de origen sacerdotal, se dejaban seducir por el brillo de la cultura helénica, comenzaban a abandonar los valores de sus padres y adhiriéndose a los valores de la cultura invasora.

Jesús Ben Sirá es, por el contrario, un judío tradicional, orgulloso de su fe y de los valores israelitas. Consciente de que el helenismo amenazaba las raíces de su Pueblo, va a escribir para defender el patrimonio religioso y cultura del judaísmo. Intenta convencer a sus compatriotas de que Israel posee, en la “Torah” revelada por Dios, la verdadera “sabiduría”, una “sabiduría” muy superior a la “sabiduría” griega.

A los israelitas seducidos por la cultura griega, Jesús Ben Sira les recuerda la herencia común, intentando subrayar la grandeza de los valores judíos y demostrando que la cultura judía no desmerece en nada comparada con la brillante cultura griega.

El texto que se nos propone pertenece a la primera parte del libro (cf. Eclesiástico 1,1-23,38). Ahí habla de la “sabiduría”, creada por Dios y ofrecida a todos los hombres. En esta parte, dominan los “dichos” y “proverbios” que enseñan el arte del bien vivir y del ser feliz.

El texto se presenta como una “instrucción” que un padre da a su hijo. El tema fundamental de esta “instrucción” es el de la humildad.

Para Jesús Ben Sira, la humildad es una de las cualidades fundamentales que el hombre debe cultivar. Garantizarle la estima ante los hombres es “gracia ante del Señor”.

Para el autor del libro del Eclesiástico, la humildad, no es una forma de estar y de presentarse reservada solo a los más pobres y menos preparados; se trata más bien de algo que debe ser cultivado por todos los hombres, comenzando por aquellos que son considerados como más importantes.

El autor no entra en grandes pormenores; se limita a afirmar la importancia de la humildad y a proponerla, sin grandes desarrollos ni explicaciones.

El “sabio” autor de estas “máximas” no tiene duda de que es en la humildad y en la sencillez donde reside el secreto de la “sabiduría”, del éxito, de la felicidad.

Para la reflexión y el compartir, considerad los siguientes datos:

Ser humilde significa asumir con sencillez nuestro lugar, poner a rendir nuestros talentos, pero sin humillar nunca a los otros o aplastarlos con nuestra superioridad.
Significa poner los propios dones al servicio de todos, con sencillez y con amor. Cuando somos capaces de asumir, con sencillez y desprendimiento, nuestro papel, todos reconocen nuestra contribución, nos aceptan, tal vez nos admiren y nos amen. Y ahí está la “sabiduría”, o sea, el secreto del éxito y de la felicidad.

Ser soberbio significa que “el árbol de la maldad ha echado raíces” en el hombre.
El hombre que se deja dominar por el orgullo, se hace egoísta, injusto, autosuficiente y desprecia a los otros. Deja de necesitar a Dios y a los demás hombres; mira a todos con superioridad y practica, con frecuencia, gestos de prepotencia que le hacen ser temido, pero nunca admirado o amado. Vive a parte, en un egoísmo vacío y estéril. Aunque sea conocido y famoso, está condenado al fracaso. Es el “anti-sabio”.

Es necesario que los dones que poseemos no se nos suban a la cabeza, no nos lleven a poses ridículas de orgullo, de superioridad, de desprecio a nuestros hermanos. Es necesario reconocer, con sencillez, que todo lo que somos y tenemos es un don de Dios y que nuestras cualidades no dependen de nuestros méritos, sino del amor de Dios.

Comentario al evangelio – 26 de agosto

Todos recordamos las bienaventuranzas del evangelio de Mateo. Son un buen comienzo del discurso del monte. En cada una se designa una categoría de personas y luego se aduce el motivo por el que tales gentes son acreedoras a la dicha.

Probablemente nos gustaría más reflexionar sobre esos macarismos en vez de tener que hacerlo sobre las malaventuranzas; estas parecerán antipáticas, pero el caso es que también ellas forman parte de la “Buena Noticia” y que se escribieron para nuestra instrucción. Si contienen avisos saludables y señalan direcciones prohibidas, son una ayuda para nuestro camino cristiano. Toca, pues, “resignarse” a considerar este capítulo  de Mateo, jalonado por siete (ocho) ayes contra escribas y fariseos. Hoy nos detenemos en el segundo ay (por devorar los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos), que solo se encuentra en algunos manuscritos, pero que el Leccionario ha mantenido.

Solemos decir que el fin no justifica los medios. Así, la educación y enseñanza de un niño no se consigue a fuerza de palizas; es verdad que se requiere inculcar disciplina, pero se nos antoja demasiado brutal el principio “la letra con sangre entra”; ganar una partida de cartas es bueno, pero no se debe conseguir haciendo trampas; es deseable aprobar un examen, pero no es justo copiarlo; no es moral dar falso testimonio ni siquiera para salvar a un inocente.

Podemos dar la vuelta a esa sentencia sobre la relación fin-medios y proponer: “los medios no justifican el fin”. Los rezos son, en principio, buenos; pero no es de recibo emplearlos para expoliar a la gente y saquearle sus bienes, más que más a la gente necesitada. El buen medio no cohonesta el mal fin; al contrario, es este el que pervierte al primero. A buen fin, buenos medios; a buenos medios, buen fin.

Pablo Largo