Vísperas – Lunes XXII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XXII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ahora que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.

Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.

Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas, las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.

Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos, sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 2, 13

No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y digámosle suplicantes:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Señor Jesús, haz que todos los hombres se salven
— y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa y a nuestro obispo,
— ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que buscan trabajo,
— y haz que consigan un empleo digno y estable.

Sé, Señor, refugio del oprimido
— y su ayuda en los momentos de peligro.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para bien de tu Iglesia:
— que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus pobres siervos, hemos realizado hoy, al llegar al término de este día, acoge nuestra ofrenda de la tarde, en la que te damos gracias por todos los beneficios que de ti hemos recibido. Por nuestro SeñorJesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 2 de septiembre

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 4,16-30
Vino a Nazaret, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor
.
Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.» Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca.
Y decían: «¿Acaso no es éste el hijo de José?» Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria.» Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.»
«Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.»
Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

3) Reflexión

• Hoy comenzamos a meditar el Evangelio de Lucas, que se prolonga a lo largo de tres meses, hasta el final del año eclesiástico. El evangelio de hoy nos habla de la visita de Jesús a Nazaret y de la presentación de su programa a la gente de la sinagoga. En un primer momento, la gente queda admirada. Pero, al darse cuenta de que Jesús quiere acoger a todos, sin excluir a nadie, la gente se rebela y quiere matarlo.
• Lucas 4,16-19: La propuesta de Jesús. Impulsado por el Espíritu Santo, Jesús ha vuelto a Galilea (Lc 4,14) y empieza a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios. Va a las comunidades, enseña en las sinagogas y llega a Nazaret, donde se había criado. Vuelve a la comunidad, donde había participado desde pequeño, y durante treinta años. El sábado después, y como solía hacer, Jesús va a la sinagoga para participar en la celebración, se levanta para hacer la lectura. Escoge un texto de Isaías que habla de los pobres, de los presos, de los ciegos y de los oprimidos (Is 61,1-2). Este texto refleja la situación de la gente de Galilea en el tiempo de Jesús. La experiencia que Jesús tenía de Dios Padre, lleno de amor, le daba una mirada nueva para observar la realidad. En nombre de Dios, Jesús toma postura en defensa de la vida de su pueblo y, con las palabras de Isaías, define su misión: (1) anunciar la Buena Nueva a los pobres, (2) proclamar a los presos la liberación, (3) devolver la vista a los ciegos, (4) devolver la libertad a los oprimidos y, retomando la antigua tradición de los profetas, (5) proclamar “un año de gracia de parte del Señor”. ¡Proclama el año del jubileo!
• En la Biblia, el “Año del Jubileo” era una ley importante. Cada siete años, inicialmente, (Dt 15,1; Lev 25,3), era necesario devolver las tierras a los clanes de los orígenes. Todos debían poder volver a su propiedad. Y así se impedía la formación de latifundios y se garantizaba la supervivencia de las familias. Era necesario perdonar también las deudas y rescatar a las personas que se habían tomado como esclavos (Dt 15,1-18). No fue fácil realizar el año del jubileo cada siete años (Cf. Jer 34,8-16). Después del exilio, se decidió hacerlo cada cincuenta años (Lev 25,8-12). El objetivo era y sigue siendo: reestablecer los derechos de los pobres, acoger a los excluidos y reintegrarlos en la convivencia. El jubileo era un instrumento legal para volver al sentido original de la Ley de Dios. Era una ocasión ofrecida por Dios para hacer una revisión del camino, para descubrir y corregir los errores y empezar de nuevo. Jesús empieza su predicación proclamando un Jubileo “Un año de gracia del Señor”.
• Lucas 4,20-22: Enlazar Biblia y Vida. Terminada la lectura, Jesús actualiza el texto de Isaías diciendo: “¡Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy!” Asumiendo las palabras de Isaías como palabras suyas, Jesús les da un sentido pleno y definitivo y se declara mesías que viene a cumplir la profecía. Esta manera de actualizar el texto provoca una reacción de rabia entre los que se encuentran en la sinagoga. Quedan escandalizados y no quieren saber nada de él. No aceptan que Jesús sea el mesías anunciado por Isaías. Decían: “¿Acaso no es éste el hijo de José?” Quedan escandalizados porque Jesús habla de acoger a los pobres, a los ciegos y a los oprimidos. La gente no acepta la propuesta de Jesús. Y así en el momento en que presenta el proyecto de acoger a los excluidos, el mismo es excluido.
• Lucas 4,23-30: Superar los límites de la raza. Para ayudar a la comunidad a que supere el escándalo y para hacerle entender que su propuesta forma parte de la tradición, Jesús cuenta dos historias de la Biblia que eran conocidas: la historia de Elías y la historia de Eliseo. Las dos historias critican la cerrazón mental de la gente de Nazaret. Elías fue enviado a la viuda de Sarepta (1 Re 17,7-16). Eliseo fue enviado a ocuparse del extranjero de Siria (2 Reyes 5,14). Despunta aquí la preocupación de Lucas que quiere mostrar que la apertura hacia la gente viene de Jesús. Jesús tuvo las mismas dificultades que estaban teniendo las comunidades en tiempo de Lucas. Pero la llamada de Jesús no aplacó los espíritus. ¡Fue todo lo contrario! Las historias de Elías y de Eliseo provocaron más rabia aún… La comunidad de Nazaret llegó al punto de querer matar a Jesús. Pero él mantuvo la calma. La rabia de los demás no consiguió desviarle del camino. Lucas muestra así lo difícil que es superar la mentalidad del privilegio y de la cerrazón.
• Es importante notar los detalles en el uso del Antiguo Testamento. Jesús cita el texto de Isaías hasta donde dice: «proclamar un año de gracia de parte del Señor». Corta todo lo demás de la frase que decía: «y un día de venganza de nuestro Dios«. La gente de Nazaret queda escandalizada ante Jesús al oír que quiere ser el mesías, porque quiere acoger a los excluidos y porque ha omitido la frase sobre la venganza. Quieren que el Día de Yahvé sea un día de venganza contra los opresores del pueblo. En este caso, la venida del Reino no sería más que un cambio superficial y no un cambio o conversión del sistema. Jesús no acepta esta manera de pensar, no acepta la venganza (cf. Mt 5,44-48). Su nueva experiencia de Dios como Padre/Madre le ayudaba a entender mejor el sentido de las profecías.

4) Para la reflexión personal

• El programa de Jesús consiste en acoger a los excluidos. Y nosotros ¿acogemos a todos, o excluimos a algunos? ¿Cuáles son los motivos que nos llevan a excluir a ciertas personas?
• El programa de Jesús, ¿está siendo realmente nuestro programa, o mi programa? ¿Cuáles son los excluidos que deberíamos acoger mejor en nuestra comunidad? ¿Qué es lo que me da fuerza para realizar la misión que Jesús nos dio?

5) Oración final

¡Oh, cuánto amo tu ley!
Todo el día la medito.
Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos,
porque es mío para siempre. (Sal 119,97-78)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

3.- UNA VIRGEN DESPOSADA

Lc 1, 27

Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos actos esenciales, separados por un período variable de tiempo: los esponsalesy las nupcias. Los primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura, sino que constituían ya un verdadero matrimonio. El novio depositaba las arras en manos de la mujer, y se seguía una fórmula de bendición. Desde este momento la novia era la esposa de… El enlace era válido, y su fruto, legítimo. Si el desposado moría, ella pasaba a ser su viuda, y en caso de infidelidad era castigada como adúltera.

La costumbre fijaba el plazo de un año como intermedio entre los esponsalesy las nupcias. Este tiempo se empleaba en terminar los preparativos de la nueva casa, completar el ajuar, etc.

De ordinario, los esponsalesde una joven tenían lugar entre los doce y los trece años, y las nupcias, entre los trece y los catorce. Tal era probablemente la edad de la Virgen. El hombre solía desposarse entre los dieciocho y los veinticuatro. Esta debía de ser, en consecuencia, la edad de José.

La segunda parte, las nupcias, constituía la perfección del contrato matrimonial, que ya se había realizado. La esposa era llevada a la casa del esposo en medio de grandes festejos y de singular regocijo. Al contrato privado (privado, pero conocido por todos) se le daba ahora toda su publicidad.

La visita del ángel a María tuvo lugar, entendemos, en el tiempo que mediaba entre los esponsales y las nupcias.

Sabemos por san Lucas que María estaba ya desposada y, como es lógico pensar, con la intención de convivir con su marido después de realizadas las nupcias, unos meses más tarde. José no aparece en el misterio de la redención para cubrir las apariencias: era el esposo de María(Mt).Nadie —excepto Jesús— quiso tanto a Nuestra Señora, y la amó con amor de esposo. Y así quiso María a José. No como hermanos, sino como marido y mujer.

¿Cómo se entiende entonces la respuesta de la Virgen al ángel: ¿De qué modo se hará esto, pues yo no conozco varón? (Lc).

Las palabras de María no conozcono solo se refieren al presente, sino que se extienden también al futuro: expresan un propósito de mantener su virginidad. Si no fuera así, María no habría preguntado nada al ángel, pues habría entendido que el hijo que le anuncia sería también hijo de José, con el que estaba desposada. La Virgen, sin embargo, da a entender su virginidad presente y el propósito de virginidad en el porvenir. En casi todas las lenguas, en hebreo también, existe este presente con indicación de futuro: «no me hago religioso», «no me caso», etc. Si María no hubiera estado desposada, quizá se podrían entender sus palabras —no conozco varón— como un deseo implícito de tener en el futuro un marido que en ese momento no tiene, en el sentido de «no conozco aúnpero sí más tarde». Sin embargo, en su vida existía ya ese compañero con el que podría traer al mundo, de un modo natural y lógico, al hijo anunciado. María, sin embargo, declara al ángel su virginidad, presente y futura, incluso cuando este le habla de un hijo. Así lo ha entendido la Iglesia desde sus comienzos[1].

Entonces —nos preguntamos—, si María tenía el propósito firme de permanecer virgen, ¿por qué consintió en contraer matrimonio? ¿Cómo se explica el matrimonio de una persona virgen que desea mantenerse en este estado? ¿Puede existir como tal un matrimonio así?

Los evangelios no nos dan explicaciones sobre esta cuestión. Hemos de intentar hallarlas en los usos de la época. En primer lugar, en el mundo judío de entonces no era apreciado el estado célibe. San Pablo nos habla en cierta ocasión de los padres que se avergonzaban de tener en casa hijas núbiles[2]. El matrimonio de las hijas apenas cumplían los once o doce años era una de las primeras preocupaciones de sus progenitores, que intervenían directamente en los arreglos y convenios necesarios con otras familias. Esto era lo normal, como ahora en muchos pueblos de Oriente.

Por otra parte, el objeto de la unión matrimonial son los derechos que recíprocamente se otorgan los cónyuges sobre sus cuerpos en orden a la generación. Hemos de pensar que la Virgen se desposó en verdadero matrimonio con san José porque eso era lo establecido. Sus padres actuaron como los demás padres: buscaron al muchacho más adecuado para su hija. Y Dios también lo había previsto así. Era necesario que alguien cuidara de María y del Niño. Como escribe san Agustín, José, «virgen por la Virgen», sería el mejor custodio de María y de su virginidad[3]. Dios intervino en ese matrimonio de una manera discreta, eficaz y divina. ¿Cómo no iba a tomar parte ahora, cuando desde generaciones venía preparándolo todo? Intervino sin duda escogiendo a Joaquín y a Ana como padres de María y guiándolos hasta José. Y también influyó en el corazón de María, dándole luces y gracias para que siguiera ese camino difícil de comprender por los hombres: ser madre sin perder la virginidad. Santo Tomás señala las razones por las cuales convenía que la Virgen estuviera casada con José en matrimonio verdadero[4]: para evitar la infamia de cara a los vecinos y parientes cuando vieran que iba a tener un hijo; para que Jesús naciera en el seno de una familia y fuera tomado como legítimo por quienes no conocían el misterio de su concepción sobrenatural; para que ambos encontraran apoyo y ayuda en José; para que fuera oculta al diablo la llegada del Mesías; para que en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio y la virginidad[5].

Podemos considerar también que los derechos propios del matrimonio en orden a la generación existían en la unión de María y de José. Si no hubieran existido, no habría un verdadero matrimonio. Y eran un verdadero matrimonio, y se querían con amor de marido y mujer. Por eso hemos de pensar que María y José, de mutuo acuerdo, habrían renunciado al uso de estos derechos; y esto, por una inspiración y con gracias muy particulares de Dios[6], que, como decimos, estuvo siempre muy presente —¡cómo no lo iba a estar!— en todo lo que concernía a la que iba a ser Madre de su Hijo. La exclusión de los derechos habría anulado el matrimonio, pero no lo invalidaba el propósito de no usar de ellos. Todo se llevó a cabo en un ambiente delicadísimo, que nosotros entendemos bien cuando lo miramos con un corazón puro.

Hemos de suponer que José y María se dejaron guiar en todo por las mociones divinas. A ellos, como a nadie, se les puede aplicar aquella verdad que exponen los teólogos: es frecuente y normal que los justos sean inducidos a obrar por inspiración del Espíritu Santo[7]. Dios siguió muy de cerca aquel amor humano entre los dos, y lo alentó con la ayuda de la gracia para dar lugar a los esponsales entre ambos. Fue el principal artífice de esta unión. En el Cielo hubo una particular fiesta y alegría por aquella boda.

Cuando María se desposó con José en Nazaret recibió una dote integrada, según la costumbre, por alguna joya de no mucho valor, vestidos y muebles. Recibió un pequeño patrimonio, en el que quizá habría un poco de terreno… Tal vez todo ello no sumara mucho, pero cuando se es pobre se aprecia más. Siendo José carpintero, le prepararía los mejores muebles que había fabricado hasta entonces. Como ocurre en los pueblos pequeños, la noticia correría de boca en boca: «María se ha desposado con José, el carpintero»… Algo parecido debió de suceder entre los ángeles.

[1]Desde las primeras formulaciones de la fe (cfr. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sancto(Conc. Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica.n. 496: De ahora en adelante lo citaremos simplemente como Catecismo).


[2]Cfr. 1Co 7, 36.

[3]Cfr. Tratado sobre la virginidad, 1, 4.

[4]Suma Teológica, 3, q. 29, a. 1.

[5]Los esposos tienen en María y José el ejemplo más perfecto de lo que deben ser el amor y la delicadeza. En ellos encuentran también su imagen completa quienes han entregado a Dios todo su amor, indiviso corde,en un celibato apostólico o en la virginidad vividos en medio del mundo, pues «la virginidad y el celibato por el Reino de Dios no solo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo» (Exhort. Apost. Familiaris consortio, 22-XII-1981, n. 16).

[6]Así lo expresa san Agustín: «Eso indican las palabras con las que María respondió al ángel que le anunciaba un hijo: ¿Cómo —dijo—será eso, puesto que no conozco varón?Esto no lo habría dicho ciertamente si antes no hubiese hecho el propósito de entregarse como virgen a Dios. Pero como las costumbres de los israelitas aún no admitían esto, se desposó con un hombre justo, quien no le arrebataría con violencia, antes bien le defendería contra los violentos, aquello de lo que ella había hecho voto» (Tratado sobre la virginidad,4).

[7]Cfr. Suma Teológica, 3, q. 36, a. 5, c y ad 2.

Comentario del 2 de septiembre

San Lucas sitúa a Jesús en la comarca de Galilea, enseñando en las sinagogas y recibiendo alabanzas de todos; por tanto, disfrutando del éxito y extendiendo su fama por toda la región. Nazaret, el lugar en el que se había criado, también gozó de su presencia y actividad profética. Pero allí no tuvo tanto éxito. Allí notó el desprecio que dispensan a los profetas en su propia patria. El evangelista nos habla de que, estando en Nazaret, Jesús entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábadosy se puso en pie para hacer la lectura.

Se trata de la lectura sinagogal que correspondía a ese día. Por eso se le entrega el libro (=rollo) del profeta Isaías, y él, desenrollándolo, lee en voz alta el pasaje indicado: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor».

Tras la lectura del texto bíblico, venía el comentario del rabino. La Palabra de Dios no podía quedar sin comentario. Se trataba de una enseñanza que tenía que ser esclarecida y aplicada a la vida de los oyentes. Por eso la gente se sienta y se dispone a escuchar manteniendo los ojos fijos en él. La expectativa ante la palabra de cualquier rabino aquí doblaba su intensidad y emoción. Jesús se había criado entre ellos, era «el hijo de José, el carpintero», conocían a sus parientes; estaban realmente expectantes. Y Jesús no defrauda esas expectativas, aunque más tarde se vea obligado a decir: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre su gente.

Al parecer, comenzó su discurso con esta frase, tan rotunda como contundente: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Yo soy ese Ungido del que habla Isaías, enviado para dar la buena noticia a los pobres y para anunciar a los cautivos la libertad. Yo soy el designado por Dios para anunciar el año de gracia del Señor. Hoy, por tanto, se cumplen los tiempos mesiánicos: en este momento histórico ha empezado a resonar la buena noticia de Dios para los pobres de este mundo. Yo soy el portador de esa noticia. Yo soy el que viene de parte de Dios no sólo para anunciar, sino también para dar la libertad o la gracia presentes en ese anuncio. Hoy, con mi actividad, se cumple esta Escritura. No hay que esperar, por tanto, a otro tiempo ni a otra persona. Hoy es el momento del cumplimiento.

A pesar de ser tan novedoso e impactante el discurso, no parece que provocara ningún rechazo; al contrario, todos le expresaron su aprobación y se admiraron de las palabras de gracia que salían de sus labios. Sólo más tarde, cuando no cumple con sus expectativas y exigencias (de milagros), empieza a encontrar oposición y rechazo por parte de sus paisanos. Pero en este momento Jesús es acogido como un verdadero Mesías o Libertador. Son los momentos idílicos de la relación de Jesús con su pueblo.

También nosotros podemos pasar por diferentes fases en nuestra relación con Jesús: fase de acogida entusiasta; fase de acostumbramiento; fase de desencanto (porque no cumple nuestras expectativas); fase de indiferencia; fase de desprecio; fase de incredulidad; y en algunos casos, hasta fase de rechazo visceral o de odio.

Pero él seguirá siendo aquel en el que se cumple la Escritura de Isaías, porque con él ha llegado la buena noticia para los pobres; y pobres de este mundo no son sólo los que carecen de recursos económicos; son también los que carecen de recursos culturales (analfabetos), sanitarios, o teniéndolos, carecen de salud (enfermos), o de vigor (ancianos), o de afecto y compañía (solitarios), o de consideración social (marginados, mendigos, vagabundos), o de estabilidad laboral o humana, o de autoestima (maltratados), o de dignidad (porque nadie se la reconoce), o de esperanza, más allá de lo que cabe esperar de esta vida (desesperanzados, desesperados, suicidas), porque otros se la han arrebatado junto con la fe, o de amor de Dios (porque no lo conocen para poder experimentarlo).

Quizá sea ésta la mayor pobreza para el ser humano, aunque puede que no se experimente como tal: la carencia de Dios, el no poder recurrir a Él porque se desconoce su existencia. Para estos principalmente el Evangelio es buena noticia, porque el evangelio proclama que tenemos Dios y que ese Dios es Padre y nos ama. Para eso ha venido el Hijo a nosotros, para testificarlo. Es verdad que la noticia no tendrá ninguna eficacia si no es acogida o en aquellos por quienes no es acogida. Para estos será una simple información, despreciable por falta de credibilidad. En cualquier caso, será una noticia despreciada o desoída; pero ahí estará como un permanente desafío o una oferta permanente de bondad, de libertad, de gracia que brota de lo más alto o de lo más profundo de nuestro ser.

El relato evangélico no se detiene en las expresiones de aprobación que cosecharon las palabras de Jesús de sus paisanos de Nazaret. Muy pronto pasan de la admiración a la desconfianza –¿no es éste el hijo de José?, decían- y al rechazo, pues no son capaces de abrirse a la novedad representada por la presencia profética del «hijo del Carpintero». En semejante situación no es extraño que Jesús sentencie: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra.

Si este rechazo experimentado por el profeta en su propia tierra es una realidad constatable en la historia, no debe extrañar que se repita una vez más en el caso de Jesús. También él ha pasado por esta experiencia; y ello le confirma en sus pretensiones proféticas. Y para reforzar esta afirmación recurre a algunos ejemplos que le ofrecía su propia historia, la historia de Israel. En tiempos de Elías –como en otros tiempos- había en Israel muchas viudas. Se trata de ese período de tres años y medio de duración en el que el cielo estuvo cerrado y hubo, a consecuencia de ello, una gran hambre en todo el país. Pues bien, a ninguna de esas viudas fue enviado Elías, sino a una viuda extranjera, una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.

También había en Israel muchos leprosos en tiempos de Eliseo, discípulo y sucesor de Elías, pero el profeta no fue enviado para curar a ninguno de estos leprosos, sino a un extranjero, Naamán, el sirio. Se trata de casos narrados en los libros proféticos. ¿Por qué estas intervenciones proféticas llevadas a cabo en tierra extranjera? Primero, porque los no judíos también se encuentran entre los beneficiarios de los dones divinos; y en segundo lugar, porque el profeta se ha visto obligado a emigrar en razón de la persecución desatada contra él en su propia casa. Pero también fuera de su tierra han continuado ejerciendo su labor profética. Son casos históricos que vienen a refrendar la apreciación que saca Jesús de su experiencia particular: que ningún profeta es bien mirado en su tierra.

Pero aquel veredicto, que presentaba a los nazarenos como refractarios a los profetas patrios, les puso tan furiosos que, levantándose, empujaron a Jesús fuera del pueblo, hasta un barranco del monte, con la intención de despeñarlo. Pero Jesús sorteó la situación, se abrió paso entre ellos y se marchó. Así concluyó aquel incidente local que amenazaba con truncar su carrera profética casi en los comienzos. Estaba claro que aún no había llegado su hora; que tenía que cumplir la misión para la que había sido enviado. Esa hora no se retrasó en exceso; porque sólo tuvieron que transcurrir uno o dos años (aproximadamente) para que se hiciera presente. Pero no eran sus paisanos los que habrían de decidir el momento de la consumación, sino su Padre –por encima de todos- en connivencia con los hombres.

Una actitud tan reacia a la misión de Jesús en sus paisanos nos muestra las dificultades que han tenido todos los profetas para hacer valer su condición y oficio en medio del mundo. Los portadores de Dios siempre han encontrado mucha resistencia a ser reconocidos como tales, y mucho más por quienes les han conocido en sus oficios previos, como pastores, agricultores o pescadores. No se concibe la idea de que uno haya sido elegido por Dios para desempeñar esta tarea en un determinado momento de su vida, sin que los antecedentes tengan demasiada importancia.

Jesús era conocido por sus paisanos como «el hijo del Carpintero». No parece que hubiese destacado por otra cosa durante esos años de su adolescencia y juventud, y sin embargo era el Hijo de Dios oculto tras la indumentaria de una existencia humana poco notoria. Por eso a quienes le habían conocido en esta existencia ordinaria, y hasta vulgar, les costaba tanto reconocerle ahora como el Mesías profetizado por Isaías. Pero tales son las sorpresas de Dios que se dejan notar en determinados momentos de la historia.

Aquí no hay criterios absolutos que nos permitan evaluar la veracidad del profeta; pero hay al menos «signos de credibilidad» que hacen posible y razonable el acto de fe en alguien que se presenta a nosotros como enviado de Dios para darnos a conocer sus planes. La tradición en la que hemos nacido y crecido refuerzan sin duda esas convicciones de fe. Y si la tradición condiciona nuestra libertad de elección, también nos ofrece posibilidades de realización y de crecimiento, como sucede con el idioma materno. Que el Señor guíe nuestros pasos por este mundo enigmático y azaroso para que no nos desviemos del camino de la verdad y de la vida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

109. Si eres joven en edad, pero te sientes débil, cansado o desilusionado, pídele a Jesús que te renueve. Con Él no falta la esperanza. Lo mismo puedes hacer si te sientes sumergido en los vicios, las malas costumbres, el egoísmo o la comodidad enfermiza. Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven valga la pena. Así no privarás al mundo de ese aporte que sólo tú puedes hacerle, siendo único e irrepetible como eres.

Homilía – Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

VALOR Y PRECIO DEL TESORO

 

UN CAMINO PARA TODOS

Jesús camina hacia Jerusalén, el lugar del gran conflicto, donde residen sus mayores enemigos, la autoridad religiosa que le odia «a muerte». El rabí de Nazaret lo percibe con claridad, pero no por eso renuncia a su ministerio profético, sino que camina animoso a meterse en la boca del lobo.

«Mucha gente acompaña a Jesús», señala Lucas. Muchos de los que le siguen lo hacen ingenuamente; piensan que se va afianzando su popularidad que le llevará a hacerse con el poder político. Ante esta ingenuidad, Jesús «se vuelve hacia atrás» (Lc 14,25) para advertir al nutrido grupo de los que le siguen que no se hagan ilusiones de hacia dónde va y cuál es su camino. Sabemos que no llegan a entenderlo, porque cuando llegue la hora de la verdad, lo dejarán solo.

Jesús hace el viaje a Jerusalén enseñando a sus discípulos, señalando que, de la misma manera que le siguen físicamente, han de seguirle psicológicamente. Las consignas que da no son sólo para la élite, para el grupo de los Doce («se volvió a la mucha gente que le seguía» (v. 25), sino para los seguidores de todos los tiempos. Lucas se las recuerda a las comunidades a las que dirige su evangelio. El Espíritu las propone como consignas para los cristianos de todos los tiempos.

A simple vista las exigencias de Jesús que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico parecen estremecedoras. Habla de posponer a él a los padres, mujer e hijos e, incluso, a uno mismo; habla de llevar la cruz, de renuncia a los bienes temporales. Jesús aparece como un exagerado en su pretensión de exigir a quien pretenda ser su discípulo.

Ciertamente su proyecto resulta un imposible absoluto en el orden psicológico si antes no se conocen las promesas, no sólo para el otro mundo, sino también para éste. Sólo si se conocen éstas, se puede estar dispuesto a pagar gustosamente el precio tan alto que nos pone. Jesús promete una vida nueva, «nacer de nuevo» (Jn 3,3), «ser una criatura nueva» (2Co5, 17).

Confesaba un universitario convertido: «Antes de creer en Cristo estaba muerto». Los convertidos de todos los tiempos viven su conversión como una resurrección (Cf. Ef 2,4). Jesús nos promete ser de verdad libres: «Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn 8,36). Así vive Pablo su adhesión a Jesús por la fe: como una experiencia de verdadera libertad (Cf. Gá 5,1). Jesús nos promete el verdadero gozo, la verdadera paz.

Jesús no comienza, pues, reclamándonos el precio de todo cuanto tenemos; comienza ofreciéndonos el tesoro del Reino, la perla incomparable que nos hará definitivamente ricos y dichosos (Mt 13,44).

«SI ALGUNO QUIERE SEGUIRME…»

Jesús no habla de un programa para escogidos, sino para todo cristiano. Y todos comprendemos perfectamente que las exigencias planteadas por Jesús no se reducen a una eucaristía dominical ni a unas prácticas morales o a algunas creencias, sino que se refieren a la globalidad de la vida, al talante, al espíritu con que hemos de vivirla. Jesús nos pide la orientación total de nuestra existencia, que hay que vivir desde el amor y el espíritu de servicio. Pero estas exigencias no son simplemente un precio que hay que pagar, sino la vivencia misma de la libertad, de una vida nueva, libre de la esclavitud de los ídolos.

Pero todo ello supone elegir a Jesús como el determinante último de nuestra vida. Significa estar animados por su Espíritu, sus sentimientos, sus afectos, sus criterios, su jerarquía de valores y actuar en la práctica movidos por ellos. Escribe Pablo: «Hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios» (Rm 8,14).

Existe un grave problema en el cristianismo de los llamados países cristianos. Seguimos a Cristo sin haberlo elegido con una clara y consciente opción. Se nos bautiza a los pocos días de nacer, hacemos la comunión y recibimos la «confirmación en la fe» cuando apenas hemos llegado al uso de razón, y después… viene esa vida ambigua, sosa, híbrida, que es como si no se hubiera optado realmente por Jesús, pero con un barniz de cristianismo.

Cuando el cristiano, ya mayor, se plantea a fondo el problema, no parece tener más que una de estas opciones: abandonar la fe, lo que no deja de plantearle un problema de conciencia, pero, al menos, será un poco más auténtico que quienes eligen el segundo camino: ya que no hay más remedio, seguir adelante con la doble vida, con esa cosa híbrida que ni es seguimiento evangélico ni es nada, pero que, «por si acaso», conviene tenerlo a mano para el «otro mundo». Y está la tercera posibilidad, la que consideramos más madura: revisar ahora todo lo que implica seguir a Jesucristo, ver sus pros y sus contras, sus riesgos, lo que supone de cambio personal y social; analizar el Evangelio, pensar, reflexionar y finalmente decidir de tal manera que esta opción adulta y consciente no nos deje dudas sobre qué camino queremos seguir.

Muchos cristianos, de forma inconsciente, tal vez, rehuyen el planteamiento por miedo a las consecuencias. Con enorme lucidez reclamaba Kierkegaard un pronunciamiento claro y personal: «Que cada uno vea claramente lo que significa ser cristiano y elija con toda rectitud y sinceridad si quiere serlo o renuncia a ello. Que se advierta solemnemente esto: Dios prefiere que confesemos honestamente que no somos ni queremos ser cristianos. Ésta, quizá, es la condición que nos permitirá llegar a serlo verdaderamente; Dios prefiere esta confesión a la náusea de un culto que es burla de él».

«SI ALGUNO NO POSPONE…»

Jesús afirma taxativamente: «Si alguno no pospone a su padre, a su madre, a sus hermanos… no puede ser discípulo mío». No se trata, por supuesto, de rivalidad en el amor; no se trata de celos por parte de Jesús hacia los seres queridos, sino de preferencia de criterios a la hora de actuar.

Es evidente que a nivel sociológico se ha producido una adulteración en la vivencia cristiana. Por eso el Papa grita que es precisa una «nueva evangelización»; habla de la evangelización de los cristianos, de una catequesis de adultos que reeduque en la fe a tantos cristianos que lo son sólo sociológicamente. No hagamos caso, en absoluto, a un cristianismo facilón. No hay nada facilón en la vida. «El atleta, el deportista —afirma Pablo— tiene que someterse a duras dietas y entrenamientos fatigosos» (1Co 9,25). Tratar de rebajar exigencias es engañarse a sí mismo.

No tienen por qué asustarnos estas exigencias. Cuando alguien sabe bien lo que quiere no le duelen prendas. Por otra parte, no se pretende que el proyecto de Jesús y sus exigencias radicales sean una realidad desde el primer día en que decidimos seguirle. Más bien se trata de una meta, de un proceso que hay que vivir en constante progreso. La tentación que sentimos todos es que, como se ve difícil, se rebajen las exigencias hasta deformar el Evangelio. Hay un cristianismo desfigurado en muchos «pseudocristianos», tal vez por falta de formación. No hay que olvidar que ser cristiano verdadero no es sólo una aventura «mía», sino del Espíritu con nosotros. Hagamos, pues, nuestra esta oración audaz de un gran creyente de nuestros días: Señor, no me des cargas ligeras; dame espaldas anchas.

Atilano Aláiz

Mc 7, 31-37 (Evangelio Domingo XXIII de Tiempo Ordinario)

En la fase final de la “etapa de Galilea”, se multiplican las reacciones negativas contra Jesús y contra su proyecto, a pesar del rastro de vida nueva que él va dejando por las aldeas y ciudades por donde pasa.

Las últimas discusiones con los fariseos y con los doctores de la Ley a propósito de las cuestiones legales y de la “tradición de los antiguos” (cf. Mc 7,1-23), son una especie de gota de agua que rebosa el vaso y hace que Jesús abandone el territorio judío para refugiarse en territorio pagano.

En ese contexto es en el que Marcos habla de un viaje por Fenicia, que lleva a Jesús a pasar por los territorios de Tiro y de Sidón, ciudades de la franja costera oriental del mar Mediterráneo, en el actual Líbano (cf. Mc 7,24).

De regreso de esa incursión por Fenicia, Jesús dio un largo rodeo por el territorio pagano de la Decápolis (cf. Mc 7,31).

La Decápolis (“diez ciudades”) era el nombre dado al territorio situado en Palestina oriental que se extendía desde Damasco, al norte, hasta Filadelfia, al sur. El nombre servía para designar una liga de diez ciudades, que se formó después de la conquista de Palestina por los romanos, en el año 63 antes de Cristo.

Las “diez ciudades”, que formaban esta liga, eran helenísticas y no estaban sujetas las leyes judías. Las ciudades que integraban la Decápolis (así como los territorios circundantes a cada una de esas ciudades) estaban bajo la administración del legado romano de Siria. Era territorio pagano, considerado por los judíos completamente al margen de los caminos de la salvación.

En ese ambiente geográfico y humano se va a situar el episodio de la curación del sordomudo. El gesto de Jesús de curar a un sordomudo debe ser visto como un paso más en el anuncio de ese proyecto que Jesús ha propuesto por toda Galilea: el proyecto del Reino de Dios.

En un lugar no identificado de la región de la Decápolis, Jesús se encontró con un sordomudo. Las personas que lo trajeron suplican a Jesús “que le imponga las manos” (v. 32) En la secuencia Marcos describe, con abundancia de pormenores (algunos muy extraños) cómo Jesús curó al enfermo y le dio la posibilidad de comunicarse.

Con todo, después de leer la narración de este episodio, nos quedamos con la sensación de que Marcos quiere contarnos mucho más que la simple curación de un sordomudo. La descripción de Marcos, enriquecida con un número significativo de elementos simbólicos, es una catequesis sobre la misión de Jesús y sobre el papel que él desarrolla, en el sentido de hacer nacer al Hombre Nuevo.

Veamos, de forma esquemática, los elementos principales de esa catequesis que Marcos presenta:

1. En el centro de la escena está Jesús y el sordomudo (literalmente, “un sordo que, además, apenas podía hablar”).
Si el lenguaje es un medio privilegiado para comunicarse, para establecer relaciones, el sordomudo es un hombre que tiene dificultades para establecer lazos, en particular, para dialogar, para comunicarse.

Por otro lado, en un universo religioso que consideraba a las enfermedades físicas como consecuencia del pecado, el sordomudo es, de forma notoria, un “impuro”, un pecador y un maldito.
Finalmente, el sordomudo vive en el territorio pagano de la Decápolis: es, probablemente, uno de esos paganos que la teología judía consideraba al margen de la salvación.

En la catequesis de Marcos, este sordomudo representa a todos aquellos que viven cerrados en su mundo, en su pobre autosuficiencia, con lo oídos cerrados a las propuestas de Dios y el corazón cerrado también a la relación con los hermanos. Representa, además a aquellos que la teología oficial consideraba pecadores y malditos, incapaces de establecer una relación verdadera con Dios, de escuchar la Palabra de Dios y de vivir de forma coherente con los desafíos de Dios. Representa, asimismo, a esos “paganos” que los judíos despreciaban y que consideraban completamente alejados de los caminos de la salvación.

2. El encuentro con Jesús transforma radicalmente la vida de ese sordomudo. Jesús le abre los oídos y le suelta la lengua (v. 35), haciéndole capaz de comunicarse, de escuchar, de hablar, de compartir, de entrar en comunión.
En la historia de este sordomudo, Marcos representa la misión de Jesús, que vino a abrir los oídos y los corazones de los hombres, a la Palabra y a las propuesta de Dios y a la relación y al diálogo con los otros hombres.

El episodio nos recuerda, inmediatamente, el anuncio de Isaías en la primera lectura: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,4-6).

Jesús es, efectivamente, el Dios que vino al encuentro de los hombres, a fin de liberarlos de las cadenas del egoísmo, de la comodidad, de la autosuficiencia, de los prejuicios religiosos que impiden la relación, el diálogo, la comunión con Dios y con los hermanos.

3. Aparentemente, no es el sordomudo quien tiene la iniciativa de encontrarse con Jesús (“le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar”; “le piden que le imponga las manos”, v. 32).
El sordomudo, instalado y acomodado a esa vida sin relación, no siente gran necesidad de abrir las ventanas de su corazón para el encuentro y para la comunión con Dios y con los hermanos. Es necesario que alguien le traiga, que lo presente a Jesús, que lo empuje hacia esa vida nueva de amor y de comunión. Ese es el papel de la comunidad cristiana. Los que ya han descubierto a Jesús, y se han dejado transformar por su Palabra, y aceptaron seguirle, deben dar testimonio de esa experiencia y retar a los otros hermanos para que vayan hacia el encuentro liberador con Jesús.

4. A solas con el sordomudo, Jesús realiza gestos significativos: le mete los dedos en los oídos, toma saliva y le toca con ella la lengua (v. 33).
Tocar con el dedo significaba transmitir poder; la saliva transmitía, se pensaba, la propia fuerza o la energía vital (equivale al soplo de Dios que transformó el barro inerte del primer hombre en un ser dotado de vida divina, cf. Gn 2,7). Así, Jesús transmitió al sordomudo su propia energía vital, dotándole de capacidad para ser un Hombre Nuevo, abierto a la comunión con Dios y a la relación con los otros hombres.

5. El gesto de Jesús de levantar los ojos al cielo (v. 34) debe ser entendido como un gesto de invocación a Dios. Para Jesús, los grandes momentos de toma de decisiones y del testimonio están siempre precedidos de un diálogo con el Padre. De esa forma, se hace evidente la ligazón estrecha entre Jesús y el Padre, entre la acción que Jesús realiza en medio de los hombres y los proyectos del Padre.

Los gestos de Jesús, en el sentido de dar vida al hombre, de liberarlo de su cerrazón y de su autosuficiencia, de abrirle a la relación, son gestos que tienen el aval del Padre y que se insertan en el proyecto salvador del Padre.

6. De acuerdo con Marcos, Jesús habría pronunciado la palabra “effetá” (“ábrete”), cuando abrió los oídos y desató la lengua del sordomudo. No se trata de una fórmula mágica, con especiales virtudes curativas. Es una invitación al hombre cerrado en su mundo personal a abrir el corazón a la vida nueva de la relación con Dios y con los hermanos. Es una invitación al sordomudo a salir de su cerrazón, de su comodidad, de su egoísmo, de su instalación, para hacer de su vida una historia de comunión con Dios y de compartir con los hermanos.

El proceso de transformación del sordomudo en un Hombre Nuevo, no es un proceso en el que sólo actúa Jesús y donde el hombre asume una actitud pasiva, sino que es un proceso que exige el compromiso activo y libre del hombre. Jesús hace sus propuestas, lanza desafíos, ofrece su Espíritu que transforma y renueva el corazón del hombre; pero el hombre tiene que acoger la propuesta, optar por Jesús y abrir el corazón a los retos de Dios.

7. Al final del relato de la curación del sordomudo, los testigos del acontecimiento dicen a propósito de Jesús: “Todo lo ha hecho bien” (v. 37). La expresión aparece como un eco de Gn 1,31 (“Y vio Dios todo lo que habla hecho; y era muy bueno”).
Al unir este relato con el relato de la creación del hombre, Marcos está dándonos la clave de lectura para entender la obra de Jesús: la acción de Jesús en el sentido de abrir el corazón de los hombres a la comunión con Dios y al amor a los hermanos, es una nueva creación. De esa acción nace un Hombre Nuevo, una nueva humanidad. Ese Hombre Nuevo es una creación “bien hecha” de Dios; el hombre, en la plenitud de sus potencialidades, ha sido creado para la vida eterna y verdadera.

El Evangelio de este Domingo nos asegura, una vez más, que el Dios en quien creemos es un Dios comprometido con nosotros, que apuesta por la renovación del hombre, para transformarlo, recrearlo, para hacerle llegar a la vida plena del Hombre Nuevo.

Este Dios, que abre los oídos de los sordos y suelta la lengua de los mundos, es un Dios lleno de amor, que no abandona a los hombres a su suerte ni les deja vivir adormilados en esquemas de comodidad y de instalación, sino que, a cada instante, viene a su encuentro, retándole para ir más allá, invitándole a alcanzar la plenitud de sus posibilidades y de sus potencialidades.

No olvidemos esta realidad: en nuestro viaje por la vida, no caminamos solos, arrastrando sin objetivo ninguno nuestra pequeñez, nuestra miseria, nuestra debilidad, sino que a lo largo de todo nuestro recorrido histórico, nuestro Dios va a nuestro lado, indicándonos, con amor, caminos que nos conduzcan a la felicidad y a la vida verdadera.

El sordomudo, incapaz de escuchar la Palabra de Dios, representa a esos hombres que viven cerrados a los proyectos y a los retos de Dios, ocupados en construir su vida de acuerdo con esquemas de egoísmo, de orgullo, de autosuficiencia, que no necesitan de Dios ni de sus propuestas.

El hombre de nuestro tiempo ya no gasta tiempo en negar a Dios, se limita a ignorarlo, sordo a sus desafíos y a sus indicaciones.
¿Que significan para mí las propuestas de Dios?
¿Doy oídos a las llamadas y desafíos de Dios, o a los valores y propuestas que el mundo me presenta?

¿Cuando tengo que realizar opciones, qué es lo que cuenta: las propuestas de Dios o las propuestas del mundo?

El sordomudo representa, también, a aquellos que no se preocupan de comunicar, de compartir la vida, de dialogar, de dejarse interpelar por los otros. Define la actitud de aquel que no necesita de los hermanos para nada, de quien vive instalado en sus certezas y en sus prejuicios, convencido de que es dueño absoluto de la verdad. Define la actitud de aquellos que no tienen tiempo ni disponibilidad para el hermano; define la actitud de quien no es tolerante, de quien no consigue comprender los errores y los fallos de los otros y no sabe perdonar.

Una vida de “sordera”, es una vida vacía, estéril, triste, egoísta, cerrada, sin amor. No es ese el camino por el que encontramos nuestra realización y nuestra felicidad.

El sordomudo representa, también, a aquellos que se cierran en el egoísmo y en la comodidad, indiferentes a las llamadas del mundo y de los hermanos.
Somos sordos cuando escuchamos los gritos de los injustamente tratados y nos desentendemos; somos sordos cuando toleramos estructuras que generan injusticia, miseria, sufrimiento y muerte; somos sordos cuando pactamos con los valores que hacen al hombre más esclavo y más dependiente; somos sordos cuando encogemos los hombros, indiferentes, frente a la guerra, al hambre, a la injusticia, a la enfermedad, al analfabetismo; somos sordos cuando tenemos vergüenza de testimoniar los valores en los que creemos; somos sordos cuando dimitimos de nuestras responsabilidades y dejamos que sean los otros los que se comprometan y se arriesguen; somos sordos cuando callamos por miedo, cobardía o cálculo; somos sordos cuando nos resignamos a vegetar en nuestro cómodo sofá, sin comprometernos en la construcción de un mundo nuevo.

Una vida cómodamente instalada en esta “sordera” no comprometida, ¿es una vida que vale la pena ser vivida?

La misión de Cristo consiste, precisamente, en abrir los ojos a los ciegos y desatar la lengua de los mudos. Él vino a abrirnos a la relación con Dios, al amor a los hermanos, al compromiso con el mundo.
Quien se adhiere a Cristo y quiere seguirle por el camino del amor a Dios y de la entrega a los hermanos, no puede resignarse a vivir cerrado a Dios y al mundo. El encuentro con Cristo nos saca de la mediocridad y nos despierta para el compromiso, para el empeño, para el testimonio; nos invita a salir de nuestro aislamiento y a establecer lazos familiares con Dios y con todos nuestros hermanos, sin excepción.

El sordomudo de nuestra historia fue traído y presentado a Jesús por otras personas. El detalle nos recuerda nuestro papel en el sentido de hacer de puente entre los hermanos que viven prisioneros de la “sordera” y la propuesta liberadora de Jesucristo.

No podemos quedarnos de brazos cruzados cuando alguno de nuestros hermanos se instala en esquemas de cerrazón, de egoísmo, de autosuficiencia, sino que, con nuestro testimonio, tenemos que presentarles esa propuesta libertadora que Cristo quiere ofrecer a todos los hombres.

Antes de curar al sordomudo, Jesús “elevó los ojos al cielo”. El gesto de Jesús nos recuerda que es preciso mantener siempre, en medio de la acción, la referencia a Dios. Es necesario que dialoguemos continuamente con Dios para descubrir sus proyectos, para percibir sus propuestas, para ser fieles a sus planes; es necesario tomar continuamente conciencia de que es Dios quien actúa en el mundo a través de nuestras acciones; es necesario que toda nuestra acción encuentre en Dios su razón última: si eso no sucede, rápidamente nuestra acción pierde su sentido.

Sant 2, 1-5 (2ª lectura Domingo XXIII de Tiempo Ordinario)

Continuamos hoy, la lectura de la Carta de Santiago, enviada “a las doce tribus que viven en la Diáspora” (St 1,1). La expresión indica que los destinatarios de la misiva son, en primer lugar, cristianos de origen judío, dispersos por el mundo greco-romano, sobre todo en las regiones próximas a Palestina, como son Siria, Egipto o Asia Menor; pero la carta sirve, también, para todos los creyentes, de todas las épocas, de todas las razas y de todas las latitudes.

El objetivo fundamental del autor es exhortar a los creyentes para que no pierdan los valores cristianos auténticos del judaísmo a través de las enseñanzas de Cristo.

Nuestro texto pertenece a la segunda parte de la carta (cf. St 2,1-26). Ahí, el autor trata sobre los temas fundamentales: la fe que se hace concreta en el amor al prójimo, sin ningún tipo de discriminación o de acepción de personas (cf. St 2,1-13); la fe que se expresa, no a través de ritos formales o de palabras huecas, sino a través de acciones concretas en favor del hombre (cf. St 2,14-26).

En general, este capítulo invita a los creyentes a asumir una fe operativa, que se traduzca en un compromiso social y comunitario.

Jesús no hizo ninguna acepción de personas, sino que acogió a todos y a todos amó igualmente (lo mismo a los pobres, que a los “últimos”, a los marginados, a los pecadores, a los enfermos). Quien quiera unirse a Jesucristo, con coherencia y con sentido, tiene que asumir los mismos valores; por eso, no puede marginar a nadie ni aceptar ningún sistema que cree discriminación (v. 1).

Después de la afirmación general, el autor de la carta presenta ejemplos concretos: la comunidad cristiana no puede acoger y tratar de forma diferente al rico y al pobre, a aquel que se presenta bien vestido y a aquel que se presenta mal vestido, a aquel que es conocido y famoso y a aquel que es humilde y pasa desapercibido (vv. 2-3).

En la comunidad cristiana todos son iguales y dignos de consideración y de respeto, aunque desempeñen funciones diferentes y servicios diversos. Para los seguidores de Jesús, la acepción de personas por razones ligadas a la riqueza, al poder, a la fama, a la posición social es un esquema perverso, absolutamente incompatible con la fe en Cristo (v. 4).

Nuestro texto termina con una pregunta retórica que parece afirmar la preferencia de Dios por los “pobres de este mundo”, escogidos “para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman” (v. 5).

Los “pobres de este mundo” son, más que una categoría sociológica, una categoría religiosa. La expresión designa, en el lenguaje bíblico, a los humildes, a los débiles, a los pacíficos, a aquellos que se presentan ante Dios con una actitud de sencillez, desprendidos de cualquier actitud de orgullo, de autosuficiencia, de prejuicios; son aquellos que, con humildad y disponibilidad, aceptan los dones de Dios y acogen sus propuestas con alegría y gratitud.

¿Por qué Dios los prefiere?

En primer lugar, porque son los que más necesitan ser liberados y salvados; en segundo lugar, porque son los más disponibles para acoger el don del reino.

No es que el reino de Dios sea una opción de clase y que los ricos y poderosos no puedan, por principio, tener acceso al reino; es que los ricos, los poderosos, los instalados, con el corazón lleno de orgullo y de autosuficiencia, no están disponibles para acoger la novedad revolucionaria y liberadora del reino.

Son los “pobres”, en su sencillez, humildad y despojamiento, en su ansia de liberación, quienes están preparados para acoger el don de Dios que se hace presente en Jesús y en su proyecto.

El cristiano es, antes de nada, alguien que cree en Jesucristo, que ha asumido los valores que se le han propuesto y que intenta concretar, en el día a día, esa propuesta de vida que él vino a realizar.
Jesucristo nunca discriminó ni nunca marginó a nadie; se sentó a la mesa con los desheredados, acogió a los enfermos, extendió la mano a los leprosos, llamó a un publicano para formar parte de su grupo, tuvo gestos de bondad y de misericordia para con los pecadores, dijo que lo pobres eran los hijos queridos de Dios, amó a aquellos que la sociedad religiosa de su tiempo consideraba malditos y condenados. La comunidad cristiana es hoy, en medio del mundo, el rostro de Cristo para los hombres; por eso, no tiene ningún sentido cualquier acepción de personas en la comunidad cristiana.

Naturalmente, esto es una evidencia que nadie contesta.
¿Pero, en la práctica, todos son acogidos en nuestra comunidad cristiana con respeto y amor?
¿Tratamos con la misma delicadeza y con el mismo respeto a quien es rico y a quien es pobre, a quien tiene una posición social relevante y a quien no la tiene, a quien tiene un título universitario y a quien es analfabeto, a quien tiene unos comportamientos religiosamente correctos y quien tiene un estilo de vida que no se ajusta a nuestras perspectivas, a quien se lleva bien con el sacerdote y a quien tiene una actitud crítica ante ciertas opciones de los responsables de la comunidad?
¿Nos olvidamos de que la comunidad cristiana está llamada a testimoniar el amor, la bondad, la misericordia, la tolerancia de Cristo para con los hermanos, sin excepción?

El problema de la discriminación y de la marginación de las personas se manifiesta también, y tal vez con mayor sutileza, en los contactos que establecemos fuera de la comunidad cristiana.
Encontramos todos los días en nuestro círculo de relaciones, en nuestro universo profesional, y hasta en nuestra familia personas con la que no nos identificamos, que no nos gustan, a quienes no entendemos. Es difícil acogerlas, aceptar sus características y sus fallos, tratarlas con bondad, con comprensión, con tolerancia, con amor.

Sin embargo, nosotros los seguidores de Jesús, estamos llamados a dar testimonio de los valores del Evangelio veinticuatro horas al día, en cualquier lugar y en cualquier ambiente.
La fraternidad, el amor, la misericordia, la tolerancia, que Cristo nos propone, tiene que informar cada paso de nuestra existencia y derramarse sobre todos aquellos con los que nos encontramos, aunque sean de otra raza, o tengan otra cultura, o frecuenten ambientes distintos, o no concuerden con nuestras ideas, o tengan una forma diferente de encarar la vida.

Nuestro texto nos revela que Dios prefiere a los pobres, a los humildes, a los sencillos.
Esto no quiere decir, sin embargo, que Dios tenga una opción de clase y que privilegie a unos en detrimento de otros. Dios ofrece su amor, su gracia y su vida a todos; sin embargo, unos acogen sus dones y otros no.

Lo que es decisivo, en la perspectiva de Dios, es la disponibilidad para acoger su propuesta y sus dones.
Nuestro texto nos invita a desprendernos del orgullo, de la autosuficiencia, de los prejuicios, para acoger, con humildad y sencillez los dones de Dios.

Is 35, 4-7a (1ª Lectura Domingo XXIII de Tiempo Ordinario)

Los capítulos 34-35 del Libro de Isaías constituyen aquello que, habitualmente se llama “pequeño apocalipsis de Isaías” (para distinguirlo del “gran apocalipsis de Isaías”, que aparece en los capítulos 24-27). Describen los últimos combates entablados por Yahvé contra las naciones (particularmente contra Edom) y la victoria definitiva del Pueblo de Dios sobre sus enemigos.

Estos dos capítulos pueden ser relacionados con los capítulos 40-55 del Libro de Isaías (cuyo autor es ese Deutero-Isaías que actuó en Babilonia entre los exiliados, en la fase final del Exilio). ¿Por qué razón estos dos capítulos se presentan separados de su “ambiente natural” (Is 40-55)? Probablemente, fueron atraídos por las piezas escatológicas sueltas de Is 28-33, y especialmente por el capítulo 33.

El autor de estos textos escribe en la fase final del exilio del Pueblo de Dios en Babilonia (alrededor del año 550 antes de Cristo). La intención del profeta es consolar a los exiliados, desanimados, frustrados y hundidos en la desesperación, porque la liberación tarda y parece que Dios les ha abandonado (una temática que será desarrollada y profundizada en los capítulos 40-55 del Libro de Isaías).

Después de presentar el juramento de Dios (cf. Is 34,1-4) y el castigo de Edom (cf. Is 34,5-15) el autor describe, por contraste, la alegría del Pueblo de Dios porque la liberación llegó y por la transformación extraordinaria del desierto sirio, por el cual van a pasar los israelitas liberados, que vuelven del Exilio.

El Pueblo de Dios, exiliado en Babilonia, está paralizado por la desesperanza. Se muestra abatido e incapaz de salir, por sí solo, de su triste situación. No tiene perspectivas de futuro y no ve ninguna razón para tener esperanza.

El profeta se dirige, entonces, a los exiliados y les anuncia la inminencia de la liberación. El tono general es de alegría, una alegría que envolverá a la naturaleza y a las personas, porque el Señor se prepara para salvar a Judá del cautiverio y para abrir un camino por el desierto a fin de que su Pueblo pueda volver victorioso a Jerusalén.

A pesar de las apariencias, Dios no se olvida de su Pueblo. Judá debe recobrar ánimo y prepararse para acoger al Señor. El propio Yahvé realizará la liberación; él hará justicia y recompensará a su Pueblo por todos los sufrimientos soportados durante el tiempo del cautiverio (v. 4).

El resultado de la iniciativa salvadora y liberadora de Dios, se traducirá en el despertar del Pueblo, paralizado y desanimado, a una vida nueva. El encuentro con el Dios libertador y salvador transformará al Pueblo, dándole de nuevo la libertad, la alegría, el coraje para enfrentarse al camino, a la vida en abundancia.

En las imágenes de los ciegos que vuelven a contemplar la luz, de los sordos que vuelven a oír, de los cojos que saltan como venados y de los mudos cantando con alegría (vv. 5-6), el profeta representa esa vida nueva, excesiva, abundante, transformadora, que Dios va a ofrecer a Judá.

Por otro lado, el don de Dios se manifestará en la misma naturaleza. El desierto desolado y estéril que los exiliados atravesarán caminando de regreso a su tierra, se transformará en una tierra fértil, con agua en abundancia y donde el Pueblo no tendrá dificultad para saciar su hambre y su sed. La abundancia de agua en el desierto, de la que habla el profeta, es otra imagen para mostrar la voluntad de Dios para llenar a su Pueblo de vida plena y abundante.

La marcha del Pueblo de la tierra de esclavitud a la tierra de libertad será un nuevo éxodo, donde se repetirán las maravillas operadas por el Dios libertador en el primer éxodo; sin embargo, este segundo éxodo será todavía más grandioso, en cuanto a la manifestación y la acción de Dios. Será una peregrinación festiva, una procesión solemne, realizada en la alegría y en la fiesta.

¿Cuál es el papel de Pueblo en todo esto? Judá debe recobrar el ánimo y acoger, con fe, con coraje, con confianza, los dones de Dios.

Para los optimistas, nuestro tiempo es un tiempo de grandes realizaciones, de grandes descubrimientos, en el que se abre todo un mundo de posibilidades para el hombre; para los pesimistas, nuestro tiempo es un tiempo de sobrecalentamiento del planeta, de subida del nivel del mar, de destrucción de la capa de ozono, de eliminación de los bosques, de riesgo de holocausto nuclear. Para unos y para otros, es un tiempo de retos, de interpelaciones, de búsqueda, de riesgo.

¿Cómo nos relacionamos nosotros con este mundo? ¿Lo vemos con ojos de esperanza, o con los ojos negros de la desesperanza?

Los creyentes no pueden olvidar que “Dios está ahí”: su intervención hace que el desierto se vista de vida y que en la superficie árida de la desesperanza brote la flor de la esperanza.
A los ciegos, que caminan por la vida palpando y que tienen dificultad para descubrir el rumbo y el sentido de su existencia, Dios les ofrece la luz que les indicará el camino seguro para la realización y para la felicidad;

a los sordos, cerrados en su egoísmo y en su autosuficiencia, Dios les irá destapando los oídos para que escuchen los gritos de sufrimiento de los pobres y para que se comprometan en la transformación del mundo;
a los cojos, que no consiguen caminar libremente y están presos por las cadenas de la opresión, de la injusticia, del pecado, Dios les va a ofrecer la libertad;

a los mudos, cuya lengua está paralizada por el miedo, por la comodidad, por la pereza, por la pasividad, Dios va a convocarles y a enviarles como mensajeros de la justicia, del amor y de la paz.
Es con la certeza de la presencia salvadora y amorosa de Dios y con la convicción de que no nos dejará abandonados en las manos de las fuerzas de la muerte, como estamos invitados a caminar por la vida y a enfrentarnos a la historia.

El profeta es el hombre que rema contra corriente. Cuando todos se cruzan de brazos y se hunden en la desesperación, el profeta es capaz de mirar hacia el futuro con los ojos de Dios y ver, más allá del horizonte, un mañana nuevo. Entonces gritará a los cuatro vientos la esperanza, haciendo que la desesperación se transforme en alegría y que el inmovilismo se transforme en lucha comprometida por un mundo mejor.

¿Es este el testimonio de esperanza que intentamos ofrecer?

Comentario al evangelio – 2 de septiembre

Noticias buenas porque son de parte de Dios

¿Y por qué  el gozo del Evangelio choca con la muralla de la indiferencia? Si los que han gustado del encuentro con Jesús han quedado cautivados, ¿por qué tantos se privan de esta experiencia feliz?

Nos invitamos a penetrar en la Sinagoga del pueblo de Jesús. Es sábado y, como buen judío, Jesús quiere participar con sus paisanos en la lectura de la Palabra. Se pone en pie, y los ojos de todos quedan prendidos de él. La admiración por Jesús llena la sala. Aparece Jesús como profeta; más grande que el profeta que iba a proclamar, Isaías. Le toca un mensaje fascinante: mira a los cautivos, a los ciegos, a los pobres y a los oprimidos y les ofrece libertad, año de gracia, Buena Noticia.  Mensaje enteramente de gracia. La bomba estalla cuando Jesús añade de su cosecha: “Hoy se cumple esta Escritura”. Y las reacciones de la gente no se hacen esperar. Quienes quedan embobados por tanta gracia, tanta belleza, tanta cercanía a las aspiraciones del corazón del hombre; y quienes “se ponen furiosos y empujan a Jesús para despeñarlo”.

Acaso esperaban un mensaje más pegado a sus intereses pequeños y nacionalistas, menos entregado al servicio y consuelo de todos; acaso, otros, tenían el corazón herido por la envidia, los intereses religiosos o los prejuicios cultuales.

Nosotros, hoy, también fijamos los ojos en él, en el Maestro de Nazaret. En él, por él y con el mismo realismo que él, nos sentimos ungidos por el Espíritu del Señor; nos sentimos agraciados, tocados, enviados para comunicar a los hombres y mujeres de hoy buenas noticias, de parte de Dios. Él nos quiere, somos su encanto, está cerca de los que sufren, no se olvida nunca de nosotros. ¿No este el estilo de mirar y anunciar a Dios del Papa Francisco? Pudiera ser que, como el Maestro, sintamos el aguijón de una pésima respuesta, de un rechazo de lo que nosotros juzgamos tan valioso. Tal vez la amargura del fracaso nos doblegue, a veces. En ocasiones, se reirán de nosotros cuando hablamos así de Dios y su mensaje de gracia, y nos llamarán ingenuos, buenistas (qué palabreja han inventado)  o reduccionistas del misterio de Dios. ¡Qué importa! Si nos sentimos, de verdad, ungidos, amados, urgidos por la caridad, los hombres verán la gloria de Dios, el Evangelio humanizará el mundo y nosotros seguiremos escuchando la voz de Jesús: “El Padre os ama, id por el mundo, yo estaré siempre con vosotros”.