Vísperas – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

JUEVES XXIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/.Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.

Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.

Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de las gentes,
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.

Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos:

Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos:

La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMO 131: PROMESAS A LA CASA DE DAVID

Ant. Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada.

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada.

SALMO 113

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan,
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

LECTURA: 1P 3, 8-9

Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Señor nos alimentó con flor de harina.
V/ El Señor nos alimentó con flor de harina.

R/ Nos sació con miel silvestre.
V/ Con flor de harina.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Señor nos alimentó con flor de harina.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

PRECES

Invoquemos a Cristo, pastor, protector y ayuda de su pueblo, diciendo:

Señor, refugio nuestro, escúchanos.

Bendito seas, Señor que nos has llamado a tu santa Iglesia;
— consérvanos siempre en ella.

Tú que has encomendado al papa la preocupación por todas las Iglesias,
— concédele una fe inquebrantable, una esperanza viva y una caridad solícita.

Da a los pecadores la conversión, a los que caen, fortaleza,
— y concede a todos la penitencia y la salvación.

Tú que quisiste habitar en un país extranjero,
— acuérdate de los que viven lejos de su familia y de su patria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A todos los difuntos que esperan en ti,
— concédeles el descanso eterno.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, oremos con confianza a Dios, nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, te damos gracias por el día que termina e imploramos tu clemencia para que nos perdones benignamente todas las faltas que, por la fragilidad de la condición humana, hemos cometido en este día. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 12 de septiembre

1) Oración inicial

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 6,27-38
«Pero a vosotros, los que me escucháis, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.» 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos presenta la segunda parte del “Sermón de la Planicie”. En la primera parte (Lc 6,20-26), Jesús se dirigía a los discípulos (Lc 6,20). En la segunda parte (Lc 6,27-49), se dirige a “los que me escucháis”, esto es, aquella multitud inmensa de pobres y de enfermos, llegada de todos los lados (Lc 6,17-19).
• Lucas 6,27-30: ¡Amar a los enemigos! Las palabras que Jesús dirige a este pueblo son exigentes y difíciles: amar a los enemigos, no maldecir, ofrecer la otra mejilla a quien te hiera en una, no reclamar cuando alguien toma lo que es tuyo. Tomadas al pie de la letra, estas frases parecen favorecer a los ricos que roban. Pero ni siquiera Jesús las observó al pie de la letra. Cuando el soldado le hirió en la mejilla, no ofreció la otra, sino que reaccionó con firmeza: “Si hablé mal, ¡pruébalo! Y si no ¿por qué me golpeas?” (Jn 18,22-23). Entonces, ¿cómo entender estas palabras? Los versículos siguientes nos ayudan a entender lo que Jesús quiere enseñarnos.
• Lucas 6,31-36: ¡La Regla de Oro! Imitar a Dios. Dos frases de Jesús ayudan a entender lo que él quiere enseñar. La primera frase es la así llamada Regla de Oro: » ¡Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten!” (Lc 6,31). La segunda frase es: «¡Sed compasivo como vuestro Padre celestial es compasivo!» (Lc 6,36). Estas dos frases muestran que Jesús no quiere invertir sencillamente la situación, pues nada cambiaría. Quiere cambiar el sistema. Lo Nuevo que el quiere construir nace de la nueva experiencia de Dios como Padre lleno de ternura que ¡acoge a todos! Las palabras de amenaza contra los ricos no pueden ser ocasión para que los pobres se venguen. Jesús manda tener una actitud contraria: “¡Amar a vuestros enemigos!» El amor no puede depender de lo que recibimos del otro. El verdadero amor tiene que querer también el bien del otro, independientemente de que él o ella hagan por mí. El amor tiene que ser creativo, pues así es el amor de Dios para nosotros: «¡Sed compasivos como el Padre celestial es compasivo!». Mateo dice lo mismo con otras palabras: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Nunca nadie podrá llegar a decir: Hoy he sido perfecto como el Padre celestial es perfecto. He sido compasivo como el Padre celestial es compasivo”. Estaremos siempre por debajo del listón que Jesús puso ante nosotros.
En el evangelio de Lucas, la Regla de Oro dice: «¡Y todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” y añade: “Pues en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Prácticamente todas las religiones del mundo tienen la misma Regla de oro con formulaciones diversas. Señal de que aquí se expresa una intuición o un deseo universal que nace del fondo del corazón humano.
• Lucas 6,37-38: Porque con la medida con que midáis se os medirá. “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá”. Son cuatro consejos: dos de forma negativa: no juzgar, no condenar; y dos de forma positiva: perdonar y dar con medida abundante. Cuando dice “y se os dará”, Jesús alude al tratamiento que Dios quiere tener con nosotros. Pero cuando nuestra manera de tratar a los otros es mezquina, Dios no puede usar la medida abundante y rebosante que a El le gustaría usar.
Celebrar la visita de Dios. El Sermón de la Planicie o Sermón del Monte, desde su comienzo, lleva a los oyentes a optar, a una opción a favor de los pobres. En el Antiguo Testamento, varias veces, Dios colocó a la gente ante la misma opción de bendición o de maldición. La gente tenía la libertad de escoger. «Te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, por tanto, la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Dt 30,19). No es Dios quien condena, sino que la gente misma según la opción que hará entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Estos momentos de opción son los momentos de la visita de Dios a su gente (Gén 21,1; 50,24-25; Ex 3,16; 32,34; Jer 29,10; Sal 59,6; Sal 65,10; Sal 80,15, Sal 106,4). Lucas es el único evangelista que emplea esta imagen de la visita de Dios (Lc 1,68. 78; 7,16; 19,44; He 15,16). Para Lucas Jesús es la visita de Dios que coloca a la gente ante la posibilidad de escoger la bendición o la maldición: “¡Bienaventurados vosotros los pobres!» y «¡Ay de vosotros, los ricos!» Pero la gente no reconoce la visita de Dios (Lc 19,44). 

4) Para la reflexión personal

• ¿Será que miramos la vida y a las personas con la misma mirada de Jesús?
• ¿Qué quiere decir hoy “ser misericordioso como el Padre celestial es misericordioso»? 

5) Oración final

Tú me escrutas, Yahvé, y me conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas. (Sal 139,1-3)

Comentario del 12 de septiembre

El pasaje de Lucas con el que hoy nos encontramos ya se ha comentado por dos veces en la versión de Mateo. Las versiones de uno y otro son sustancialmente idénticas, aunque en Lucas hallamos una mayor concisión, y la enseñanza que introduce carece de preámbulos: A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra, al que te quite la capa, preséntale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo no se lo reclames.

Es evidente que Jesús pide a sus seguidores una mayor exigencia en lo que respecta al amor. Ya había dicho que los dos mandamientos que sostienen la ley y los profetas son el amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. En el texto evangélico que tenemos entre manos se pide que amemos incluso a ese prójimo que no merece siquiera el nombre de prójimo –pero que lo es-, porque se presenta como nuestro enemigo o como alguien que nos odia, maldice e injuria. No basta, por tanto, con que amemos a los que nos aman. Esto, además de no tener mérito, no sería suficientemente significativo del amor cristiano con que tendríamos que amar.

Amar a los que nos aman sería simplemente corresponder al amor recibido de los demás, pero no sería responder al amor de Dios que es bueno (incluso) con malvados y desagradecidos. Hasta los pecadores (término que aquí parece equipararse a paganos) aman a los que los aman(padres, hijos, mujeres, amigos, correligionarios) y hacen bien a los que les hacen bien. Hasta los prestamistas prestan su dinero esperando cobrar. ¿Qué mérito tiene este préstamo o esta correspondencia?

A un seguidor de Jesús se le exige mucho más, porque, en cuanto hijo del Altísimo, está equipado para imitar al mismo Dios, que es bueno (incluso) con los malvados y desagradecidos. Si Dios es bueno con malvados y desagradecidos, también nosotros debemos serlo con nuestros enemigos, quizá también malvados y desagradecidos; más aún, con los que nos odian, porque puede que haya enemigos que no nos odien, y con los que nos maldicen y nos injurian, precisamente porque nos odian. Y puede que nos odien más por lo que representamos que por lo que somos, es decir, puede que nos odien por el simple hecho de ser cristianos, o de llevar una cruz en la solapa, o un hábito, o un alzacuellos, y no porque seamos tal o cual persona. Muchas veces lo que se odia en los cristianos es la institución (Iglesia) o la persona (Cristo) con la que se identifican.

Pues bien, nos dice Jesús, amad a esos que os odian por causa de mi nombre. ¿Y cómo ejercitar este amor? Fundamentalmente deseándoles y haciéndoles el bien, o respondiendo a su maldición con una bendición y a su injuria con una oración en su favor. Son los modos posibles de amar a nuestros enemigos. Otro modo de responder en sintonía con este espíritu (de amor) es presentándole la otra mejilla al que te da una bofetada o dejándole la túnica al que te quita la capa, o no reclamándole lo tuyo al que se lo lleva. Tales son las reacciones que espera Jesús de un cristiano o de un hijo de Dios, ese Dios que es bueno con todos, incluso con los malvados. Éste es también el modo con el que desearíamos ser tratados nosotros en cualquier circunstancia, incluso por aquellos a los que no profesamos ninguna simpatía.

Pero ¿cómo amar al enemigo, cuando éste es alguien que ha despertado nuestro odio? ¿Cómo amar al que nos aborrece, maldice o injuria? ¿No es el mandamiento de Jesús una pretensión imposible? Pudiera parecerlo. Pero si somos realmente hijos de este Dios que es bueno con los malvados y desagradecidos, es posible. Bastaría con que nuestro Padre, Dios, transformara nuestra carga negativa de sentimientos hacia esos a quienes consideramos enemigos.

En realidad, amar al que nos aborrece, persigue o calumnia no tendría que sernos imposible si ese tal no adquiere para nosotros categoría de enemigo; si se nos impone más bien su condición de hombre necesitado de misericordia por razón de su ceguera o envilecimiento. Lo realmente difícil es amar lo que nos resulta odioso o aborrecible. Pero este sentimiento también puede cambiar; bastaría con que Dios nos hiciera ver su bondad natural o sustancial, una bondad recuperable, aunque por el momento se halle recubierta de una capa de fealdad o de maldad que nos impide contemplar la bondad oculta.

Dios puede darnos su mirada, una mirada que nos permita percibir su misma bondad presente en sus criaturas y, finalmente, amar lo que hay de amable en ellas. En suma, podemos amar a nuestros enemigos, porque Dios puede mostrarnos la bondad que hay en ellos y transformar nuestro odio inicial en compasión o nuestra antipatía en simpatía. En cualquier caso, siempre podremos hacer el bien a los que nos aborrecen, injurian o desprecian; porque para hacer el bien basta con ser bueno, y el hecho de que los demás no lo sean o no merezcan el bien que se les hace no debe ser un obstáculo insalvable para los agentes del bien. También se puede rezar por ellos; y rezar ya es una manera de disponerse para la práctica del bien. Y si amar es desear el bien de la persona amada, hacer el bien debe ser una expresión de amor.

Y en la línea de nuestro modelo (el Dios bueno con todos) sed compasivos como Él lo es; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Cabe añadir algo más? La medida que uséis la usarán con vosotros, pero aún más aumentada y generosa, porque quien la aplicará será el mismo Dios que rebosa amor y misericordia, aunque atendiendo a la medida empleada por nosotros. No obstante, nunca podrá dejar de ser bueno hasta con los desagradecidos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

119. Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento»[65]. Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría»[66].


[65] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 1: AAS 105 (2013), 1019.

[66] Ibíd., 3: 1020.

La ternura de Dios

1.- Dios es misericordioso. El Salmo Penitencial (nº 50) y el Evangelio de la Misericordia (las tres Parábolas del capítulo 15 de Lucas) transmiten una feliz noticia: que Dios es misericordioso y bueno con nosotros. En el fragmento del salmo se expresan dos sentimientos: el reconocimiento de nuestro pecado ante Dios y la seguridad de ser renovados por su Espíritu en lo más íntimo de nuestro ser. El pecado es una infidelidad al amor que Dios nos tiene, y no una mera infracción de un código externo. El pecado nos separa de Dios, principio de vida. El perdón que Dios nos regala es una nueva creación, una renovación interior expresada mediante la imagen de «un corazón nuevo». La purificación profunda que el salmista pide a Dios produce la restauración de las relaciones con Dios. El pecador arrepentido se siente perdonado por Dios y quiere que todos los conozcan: «Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza». Quiere que todo el mundo experimente la misericordia de Dios y se hace pregonero de su amor. Dios acepta como única ofrenda «un corazón quebrantado y humillado».

2.- Es Dios quien toma la iniciativa de buscar al extraviado. En evangelio de Lucas se describen tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. En los tres relatos se repiten los binomios, perdido-encontrado y tristeza-alegría. La lejanía de Dios es lo que produce la pérdida y su cercanía la posibilidad del encuentro. La tristeza por la soledad experimentada lejos de Dios se transforma en alegría tras el encuentro. Es Dios quien toma la iniciativa de buscar al extraviado, simbolizado en la oveja perdida, la moneda o el hijo pródigo. Es Dios el auténtico protagonista de las tres parábolas.

3. – Acogida paternal de Dios. La intención de Lucas en la llamada «Parábola del Hijo Pródigo» es manifestar la ternura de un Dios que nos invita a estar a su lado. Dios Padre refleja en su rostro los rasgos de la vida. El da vida a aquellos que, libremente, deciden seguirle. Dios Padre nos da vida porque es Amor. Habitar en la casa del Padre es gozar de la misericordia y el cariño de Dios. El hijo menor representa al discípulo autosuficiente que se ha alejado del camino. Lejos de la casa del padre no hay vida verdadera, sino desgracia y muerte. Pero el discípulo decide volver al buen camino y allí goza de la profundidad de la vida. El Padre lo acoge de nuevo y, de alguna manera, vuelve a engendrarlo. La acogida paternal y amistosa del Padre devuelve a aquel hombre la certeza de sentirse querido y lo rehabilita como persona.

4.- El verdadero protagonista de la parábola es el padre. El hermano mayor es el paradigma del cristiano que siempre se ha creído en el camino adecuado, pero le ha faltado lo más importante: el amor que supone el encuentro personal con el Dios que nos da vida. Había vivido en la misma casa del Padre, ha pertenecido desde su bautismo a la Iglesia, quizá ha trabajado duramente en defensa de su fe, pero no ha experimentado el gran gozo del amor del Padre. Por eso pone dificultades a la misericordia, no entiende a una Dios que perdona siempre sin límites. El Padre es el auténtico protagonista de la Parábola, que debería llamarse mejor «Parábola del Padre Pródigo en amor», o «Parábola del Padre que sale al encuentro y perdona». El Dios de Jesucristo es el Dios de la vida. Cuando nos alejamos de El nuestra vida se debilita. Cuanto más estemos lejos del fuego de su amor, más frío tendremos. Nos sentimos solos y abandonados, como la oveja perdida. Cuando nos cerramos a su amor, como el hijo mayor, nos invade la rutina, la desesperación y el desamor. Lo más significativo que nos enseña la parábola no es ni nuestra huida ni nuestra cerrazón, lo más importante es la misericordia y la ternura de Dios, que quiere que vivamos de verdad. Hemos de darnos cuenta de que Dios nos lleva en la palma de la mano, solo quiere nuestra autorrealización personal. Esta es la invitación que el Padre nos hace, ¿la aceptamos?

José María Martín, OSA

Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

Los publicanos y los pecadores se acercaban para oírlo. Y los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les propuso esta parábola: «¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la perdida hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, se la echa sobre sus hombros lleno de alegría, y, al llegar a casa, llama a los amigos y vecinos y les dice: ¡Alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja perdida! Pues bien, os digo que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse». «O ¿qué mujer que tenga diez monedas, si pierde una, no enciende una luz y barre la casa y la busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la moneda que había perdido. Os digo que así se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente». Y continuó: «Un hombre tenía dos hijos. Y el menor dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y el padre les repartió la herencia. A los pocos días el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna llevando una mala vida. Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca y comenzó a padecer necesidad. Se fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus tierras a guardar cerdos. Tenía ganas de llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. Entonces, reflexionando, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo: tenme como a uno de tus jornaleros. Se puso en camino y fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, conmovido, fue corriendo, se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos. El hijo comenzó a decir: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Sacad inmediatamente el traje mejor y ponédselo; poned un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron todos a festejarlo. El hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquello. Y éste le contestó: Que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano. Él se enfadó y no quiso entrar. Su padre salió y se puso a convencerlo. Él contestó a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me has dado ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. ¡Ahora llega ese hijo tuyo, que se ha gastado toda su fortuna con malas mujeres, y tú le matas el ternero cebado! El padre le respondió: ¡Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo! En cambio, tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado. Convenía celebrar una fi esta y alegrarse».

Lucas 15, 1-32

Para hacer vida el evangelio

  • Cuenta una situación de tu vida en la que te hayas arrepentido sinceramente de algo que hayas hecho.
  • ¿Quién te ayudo a darte cuenta de que estabas haciendo algo que estaba mal? ¿Debemos los cristianos perdonar?
  • Escribe un compromiso que te ayude a darte cuenta de las cosas que haces mal y de saber perdonar a los demás.

Oración

Siempre que me alejo de Ti, Señor,
me buscas por todos los rincones,
te las arreglas para encontrarme,
aunque me aleje,
y me haces sentir el gozo del reencuentro.
Cuando ando distraído en mis cosas,
olvidándote casi del todo,
Tú te haces el encontradizo
y me haces disfrutar de tu amistad.
Tú, Señor, sabes que soy inconstante,
que se me olvida seguirte y serte fi el,
que me seduce cualquier otra oferta
apetecible,
pero, al fi nal, siempre estás Tú
esperándome.
Lo nuestro, Jesús, es una historia,
de amor y de desencuentros,
de idas y venidas.
Un día me llamaste por mi nombre
y, aunque yo olvide mil veces tu camino,
siempre tienes abiertos tus brazos
a mi espera.
Aquí estoy hoy, Señor, del todo para Ti.

Cuando me aparto de tu lado

Siempre que me alejo de Ti, Señor,
me buscas por todos los rincones,
te las arreglas para encontrarme,
aunque me aleje,
y me haces sentir el gozo del reencuentro.

Cuando ando distraído en mis cosas,
olvidándote casi del todo,
Tú te haces el encontradizo
y me haces disfrutar de tu amistad.

Tantas veces como te he vuelto la espalda
Tú, Señor, has salido a mi encuentro,
has olvidado todos mis errores
y me has regalado una nueva oportunidad.

Soy como la oveja perdida,
ocupado en la vida me pierdo,
pero tú estás atento a mi camino
y siempre me encuentras
y me coges en brazos.

Tú, Señor, sabes que soy inconstante,
que se me olvida seguirte y serte fiel,
que me seduce cualquier otra oferta apetecible,
pero, al final, siempre estás Tú
esperándome.

Lo nuestro, Jesús, es una historia,
de amor y de desencuentros,
de idas y venidas.
Un día me llamaste por mi nombre
y, aunque yo olvide mil veces tu camino,
siempre tienes abiertos tus brazos
a mi espera.
Aquí estoy hoy, Señor, del todo para Ti.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

• Jesús quiere justificar su comportamiento con los publicanos y pecadores (15, 2): hablándoles de la alegría de Dios al encontrar lo que estaba perdido y les invita a cambiar de actitud (15, 25-32) entrando en la dinámica de la bondad de Dios que se revela en Jesús.

• Las tres parábolas ofrecen el denominador común de la misericordia de Dios. En su raíz latina “misericordioso” (misereo-cordis) es el capaz de compasión en su propio corazón; esto es, en lo más íntimo y vital de su ser. En su raíz hebrea el concepto descubre aún mayor ternura. “Misericordia” (rejem-rajamim) es la entraña íntima, casi el útero materno, capaz de sentir gozo, dolor, vida, pasión e ilusiones, por los gozos, los dolores, las pasiones e ilusiones del hijo que ha engendrado. Así que para comprender al Dios que presentan estas parábolas se precisan de los rasgos propios de la maternidad. Ya dice un escritor árabe que Dios ama como las madres, y ésas no aman por igual a sus hijos. Aman más «al que está lejos hasta que vuelve, al enfermo hasta que sana, al que está solo hasta que se enamora». Sólo este amor entrañable explica y justifica al pastor que por una oveja deja a las noventa y nueve; o a la mujer que no puede guardar el gozo de su hallazgo; o al padre que estaba esperando al más pródigo de sus hijos, y es que el otro también lo era. Pese a la fidelidad incondicional para con su padre, el hijo mayor estaba perdido y no lo sabía… porque no participaba de la misericordia entrañable del padre.

• Las dos primeras parábolas hablan de la búsqueda del pecador por el Padre, la tercera de la acogida del que vuelve al Padre (¿podría verse en esta última unas reticencias, de la comunidad de Lucas, de la llegada de nuevos convertidos a la comunidad cristiana?).

• La parábola de la oveja perdida tiene como trasfondo el texto de Ezequiel 34, 11-16: Jesús justifica su actuación con los marginados de Israel, explica el cumplimiento del texto del profeta, que frente a la conducta egoísta de los malos pastores de Israel vislumbra en el futuro a Dios mismo como el Pastor que cuidará de todas las ovejas, en espacial de las descarriadas y perdidas. Lucas insiste en la alegría del encuentro con lo perdido (Lc 15, 9.23-24). Mateo nos cuenta esta parábola pero actualizando el contexto (Mt 18).

• La parábola del dracma perdido (dracma: unidad monetaria griega) tiene la misma lección que la anterior: el amor misericordioso y constante de Dios busca lo perdido y se alegra cuando lo encuentra. Dios hace que el pecador convertido recupere su imagen deformada por el pecado (Col 3, 10) y llegue a ser su hijo adoptivo (Gal 4, 4)… Jesús pide la conversión (15, 7) sabiendo que Dios espera al pecador arrepentido.

• La tercera, la mal llamada «del hijo pródigo», es, en realidad, la del «amor del padre». Se la llama -y con razón- «la obra maestra de las parábolas de Jesús» por su intensidad de matices (tiene una lejana analogía con la de Mateo 21, 28-32. Se recuerda que la ley judía preveía que el hijo más joven recibiría un tercio de la fortuna de su padre (Dt 21, 15-1-7). La división podía hacerse en vida, pero los hijos no accedían a la herencia hasta la muerte del padre (Eclo 33, 20-24). Aparece la alegría como en las anteriores (Lc 15, 24.32), pero se fija en la figura del Padre y su voluntad que perdona (el amor de Dios siempre precede a nuestra conversión). Las consecuencias de la iniciativa del padre se simboliza en el anillo, que es signo de autoridad (Gn 41, 42; Est 3, 10; 8, 2), y en las sandalias, que es el calzado del hombre libre.

• Pocas páginas del Evangelio revelan el amor incondicional de Dios, su naturaleza entrañable, su capacidad para conmoverse. Entre los cristianos a quienes escribe Lucas, algunos se jactarían de practicar toda la Ley («¡Nunca hemos desobedecido una orden suya!»). A los antiguos paganos, a los débiles, a los menos considerados en la comunidad cristiana se les comunica el motivo del gozo de Dios que no es el cumplimiento de los observantes sino la capacidad de los alejados de volver siempre atrás. Esto es justamente la conversión.

Las tres parábolas coinciden en la alegría por recuperar lo que se ha perdido, (buscan), se alegran y celebran una fiesta.

Comentario al evangelio – 12 de septiembre

La señal del cristiano es bendecir siempre

Leer este Evangelio pudiera constituir un inconsciente mecanismo de defensa. Puede ser que nuestro vivir esté muy lejos de tanta finura y exigencia; pero parece que, con solo proclamarlo, nos toca su grandeza humana y cristiana; nuestra mediocridad queda un tanto velada por el hecho mismo de proponerlo a los demás. “Defendemos con ahínco lo que no llevamos a las obras”.

Es un texto subversivo: cambia de raíz los esquemas del corazón humano. La secuencia es tumbativa: se nos exhorta con rotundidad: amad, bendecid, orad. En seguida, es presentado el objeto de la bendición: nuestros enemigos, los que nos odian y los que nos maldicen. Finalmente, ofrece las promesas de Dios: seremos, así, hijos del Altísimo. La motivación queda apuntada; lo contrario también lo hacen los pecadores y, sobre todo, es lo que hace nuestro Dios, que “es bueno con los malvados y desagradecidos”.

Estas palabras son muy exigentes. El perdón es la guinda del amor. La medida sobrepasa el humano sentido: “Como yo os he amado”. Este amor posee unas calidades altísimas: no tiene fronteras o limitaciones, no pone condiciones, no espera nada a cambio; aquí no se puede colar el egoísmo, la vanidad, la Ley de Talión (ojo por ojo) que, con frecuencia, está agazapada en nosotros. Esta doctrina pretende cambiar el mundo a golpe de amor. Responder al enemigo con odios y violencia multiplica el mal y crea la “espiral” de violencia. Solo la gratuidad, como Dios, más allá de la justicia humana, logrará la reconciliación de los hombres. Existe un punto claro que o lo ocultamos o lo negamos abiertamente; no es necesario que se nos pida perdón para que nosotros tengamos que otorgarlo: “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos”.
Hoy, celebramos la fiesta del nombre de María, nombre santo y maternal. Como canta la liturgia, el Padre ha querido “que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de los fieles; estos la contemplan confiados, como estrella luminosa, la invocan como madre en los peligros y en las necesidades acuden seguros a ella”.