I Vísperas – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXVII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 5 de octubre

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial 

¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor.

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Lucas 10,17-24

Regresaron los setenta y dos, y dijeron alegres: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.»
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a ingenuos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.»

3) Reflexión

• El contexto. Anteriormente, Jesús había enviado a setenta y dos discípulos, ahora éstos vuelven y se explican. Puede constatarse que el éxito de la misión se debe a la experiencia de la superioridad, o mejor, de la supremacía del nombre de Jesús respecto a las potencias del mal. La caída de Satanás coincide con la llegada del Reino: los discípulos lo han visto al realizar la misión. Las fuerzas demoníacas han quedado debilitadas: los demonios se someten al poder del nombre de Jesús. Pero este convencimiento no puede ser el fundamento de su alegría y del entusiasmo de su testimonio misionero; la alegría tiene sus raíces profundas en el hecho de ser conocidos y amados por Dios. Esto no quiere decir que la protección de Dios y la relación con él nos sitúen siempre en ventaja ante las fuerzas demoníacas. Aquí se pone la mediación de Jesús entre Dios y nosotros: “Mirad, os he dado el poder” (v.19). El poder de Jesús es un poder que nos hace experimentar el éxito ante el poder diabólico y nos protege. Un poder que sólo puede ser transmitido cuando Satanás es derrotado. Jesús ha asistido a la caída de Satanás, aunque aún no ha sido derrotado definitivamente; los cristianos están llamados a impedir este poder de Satanás sobre la tierra. Ellos están seguros de su victoria, aunque vivan en situación crítica: participan de la victoria en la comunión de amor con Cristo aunque son probados en el sufrimiento y el la muerte. Sin embargo, el motivo de la alegría no está en la seguridad de salir indemnes, sino en el hecho de ser amados por Dios. La expresión de Jesús “vuestros nombres están escritos en el cielo” atestigua que el estar presente en el corazón de Dios (la memoria) garantiza la prolongación de nuestra vida en la dimensión de la eternidad. El éxito de la misión de los discípulos es consecuencia de la caída de Satanás, pero por otra parte muestra la benevolencia del Padre (vv.21-22): el éxito de la Palabra de Gracia en la misión de los setenta y dos, vivida como designio del Padre y en comunión con la resurrección del Hijo, es desde ahora revelación de la bondad del Padre; la misión se convierte en un espacio para revelar la voluntad de Dios en el tiempo humano. Esta experiencia la transmite Lucas en un contexto de oración: Muestra la reacción en el cielo (“te doy gracias”, v.21) y también en la tierra (vv.23-24).
• La oración de júbilo. En la oración que Jesús dirige al Padre guiado por la acción del Espíritu, se especifica que “se llenó de gozo”, expresando la apertura al gozo mesiánico y proclamando la benevolencia del Padre. Se hace evidente en los pequeños, en los pobres y en los que no cuenta para nada, porque ellos han escuchado la palabra anunciada por los enviados y de esta manera acceden a la relación entre las personas divinas de la Trinidad. Sin embargo, los sabios y doctos, en su seguridad, se complacen en su competencia intelectual y teológica. Esta actitud les impide entrar en el dinamismo dado por Jesús a la salvación. La enseñanza que Lucas pretende transmitir a cada creyente, e igualmente a las comunidades eclesiales, se podría sintetizar así: la humildad abre a la fe; la suficiencia de las propias seguridades cierra al perdón, a la luz, a la benevolencia de Dios. La oración de Jesús tiene sus efectos sobre todos los que acogen la benevolencia del Padre y se dejan envolver por ella.

4) Para la reflexión personal

• La misión de ser portadores de la vida de Dios a los demás comporta un estilo pobre y humilde. ¿Está tu vida atravesada por la vida de Dios, de la Palabra de gracia que viene de Jesús?
• ¿Tienes confianza en la llamada de Dios y en su poder, que busca manifestarse a través de la simplicidad, de la pobreza y de la humildad?

5) Oración final

Tú, Señor, eres bueno e indulgente,
rico en amor con los que te invocan;
Yahvé, presta oído a mi plegaria,
atiende a la voz de mi súplica. (Sal 86,5-6)

Vivir siempre en conformidad con lo que creemos

1.- COMO A UN AMIGO. – ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?… El profeta Habacuc profiere sus quejas ante el Señor, recurre a él con la misma confianza con que se recurre a un amigo, un buen amigo que además lo puede solucionar todo.

¡Cuándo aprenderemos a recurrir a Jesús del mismo modo! A Jesús que no dudó un momento en dar su vida por nosotros. A Jesús que es el Primogénito del Padre Eterno, el Creador de cielos y tierra, el Supremo Juez de todos los hombres… Enséñanos a orar, te dijeron un día tus discípulos. Ahora también nosotros te lo decimos. Enséñanos a orar, a tratarte con una gran confianza, enséñanos a levantar nuestros ojos hasta los tuyos, engarzar nuestras miradas, la tuya con la nuestra, cuando se nos cargue el corazón de sombras y de lágrimas.

Dios responde al profeta, como responde siempre al que recurre confiadamente a la fuerza de su amor. Todo esto que sucede ahora tiene su final. Entonces se verá todo con claridad, entonces se explicarán muchas cosas que ahora aparecen como absurdas y hasta contradictorias.

El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá de la fe. Aquí está la solución de las penas y pesares del profeta Habacuc. Y aquí está el consuelo para nuestras preocupaciones y nuestras fatigas: en la fe; esa virtud que nos hace ver la vida de una forma distinta a como aparece a primera vista; la fe es una luz que nos hace sonreír ante la dificultad, que nos da la paz y la calma en medio del dolor y el sufrimiento. Sí, el justo vive de la fe. Vive, aunque parezca morir. Vive, sí, y vive una vida distinta de la meramente animal. Su vida es la vida misma de Dios.

2.- AUMÉNTANOS LA FE. – Auméntanos la fe, dicen los Apóstoles al Señor. Es una súplica que recuerda la de otro personaje evangélico que ansía la curación de un ser querido y, al sentirse sin la fe suficiente, exclama: «Señor, yo creo, pero ven en ayuda de mi falta fe». Se desprende de todo esto que la fe es, sobre todo, un don de Dios que hay que pedir con humildad y constancia, confiando en su poder y en su bondad sin límites. Por eso, la primera consecuencia que hemos de sacar del pasaje evangélico que consideramos es la de acudir con frecuencia a Dios nuestro Señor, para pedirle, para suplicarle con toda el alma que nos aumente la fe, que nos haga vivir de fe.

Es tan importante la fe, que sin ella no podemos salvarnos. Lo primero que se pregunta al neófito, que pretende ser recibido en el seno de la Iglesia, es si cree en Dios, Uno y Trino… El Señor llega a decir que quien cree en él tiene ya la vida eterna y no morirá jamás. San Juan dice en su Evangelio que cuanto ha escrito no tiene otra finalidad que ésta: que sus lectores crean en Jesucristo y, creyendo en él, tengan vida eterna. San Pablo también insistirá en la necesidad de la fe para ser justificados, y así nos dice que mediante la fe tenemos acceso a la gracia.

En contra de lo que algunos pensaron, y piensan, la fe de que nos hablan los autores inspirados es una fe viva, una fe auténtica, refrendada por una conducta consecuente. Santiago en su carta dirá que una fe sin obras es una fe muerta. El mismo san Pablo habla también de la fe que se manifiesta en las obras de caridad, en el amor verdadero que se conoce por las obras, no por las palabras. Podríamos decir que tan importantes son las obras para la fe, que cuando no obra como se piensa, se acaba pensando cómo se obra. En efecto, si no actuamos de acuerdo con esa fe terminamos perdiéndola. De hecho lo que más corroe la fe es una vida depravada. Por eso dijo Jesús que los limpios de corazón verán a Dios, porque es casi imposible creer en él y no vivir de acuerdo con esa fe.

La fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. El Señor que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos si nosotros no ponemos cuanto podamos de nuestra parte. De ahí que hayamos de procurar que nadie ni nada enturbie nuestra fe. Tengamos en cuenta que ese frente es el más atacado por nuestro enemigo. Hoy de forma particular se han desatado las fuerzas del mal para enfriar la fe. El Señor viene a decir que al final de los tiempos el ataque del Maligno será tan fuerte, que conseguirá enfriar la caridad de muchos. Formula, además, una pregunta que nos ha de hacer pensar y también temer. Cuando vuelva el Hijo del Hombre -nos dice-, ¿encontrará fe en el mundo?

A la petición de los Apóstoles responde el Señor hablándoles del poder de la fe, capaz de los más grandes prodigios. Con un modo hiperbólico subraya Jesús la importancia y el valor supremo de la fe. En efecto, quien cree es capaz de las más grandes hazañas, no temerá ni a la vida ni a la muerte, verá las cosas con una luz distinta, vivirá siempre sereno y esperanzado… Pidamos al Señor que nos aumente la fe, luchemos para mantenerla íntegra, para vivir siempre en conformidad con lo que creemos.

Antonio García-Moreno

Comentario del 5 de octubre

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Se trata de la petición hecha a nuestro Padre del cielo; por tanto, de la oración de petición. Jesús establece una equivalencia entre la petición, la búsqueda y la llamada, aunque una cosa sea pedir y otra llamar o buscar. Pero probablemente el que busca tenga que pedir respuestas o aclaraciones o indicaciones con el fin de encontrar lo que busca. Y el que llama es muy probable que lo haga porque busca algo. Jesús alienta la esperanza de sus discípulos, de modo que les permita mantenerse en estado de petición, de búsqueda o de llamada. Porque lo normal es que el que pide acabe recibiendo, aunque sólo sea por la insistencia. Lo mismo le sucede al que llama. Si insiste en la llamada, tarde o temprano la puerta se le abrirá. Y si persevera en la búsqueda acabará encontrando.

Pero aquí se trata de pulsar el llamador de la puerta del cielo. El destinatario de nuestra petición es Dios, el Dios que lo trasciende todo, pero que no es ajeno a nuestras vidas, preocupaciones y necesidades. Pues resulta que ese Dios es también nuestro Padre del cielo. Puede parecernos que el cielo está muy distante de la tierra y que los intereses del cielo poco tienen que ver con los de la tierra, pero un Padre, por muy celeste que sea, no puede estar distante de las necesidades y aspiraciones de sus hijos. Y el Padre de Jesucristo se ha revelado también nuestro Padre. Al final, las tres acciones (pedir, buscar y llamar) se concentran en una sola: pedir. Sobre la petición recaen todos los ejemplos: Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!

Todos hemos tenido padres y muchos lo son. No nos entra en la cabeza que un padre normal le dé a su hijo una piedra cuando éste le pide pan. Podrá desentenderse de la responsabilidad de alimentar a su hijo, que ya sería grave, pero darle una piedra (o una bomba disfrazada o un pan envenenado) en lugar del pan que le pide nos parecería una monstruosidad. Pero esta es la conducta ordinaria que se espera de un padre medianamente bueno (o malo) con su hijo. Hasta los padres malos saben dar cosas buenas a sus hijos; porque no dejan de ser padres, aunque sean malos. Se supone que para sus hijos harán más acopio de bondad. Pero aquí estamos hablando de Dios, que es sólo bueno, que no tiene la más mínima sombra de maldad, que es la suprema bondad. ¿Qué cabe esperar de este Padre? Sólo el bien, sólo cosas buenas. Un hijo de Dios no puede esperar de Él cosas malas. Y de un Padre con capacidad operativa no debemos limitarnos a esperar el bien; también podemos pedirlo. Cuántas veces nos hemos dirigido a nuestros padres para pedir algo o que hagan algo por nosotros; y ellos han discernido si convenía o no satisfacer nuestra petición. Es verdad que nuestros padres son ignorantes y falibles. Necesitan muchas veces que les manifestemos nuestras necesidades y deseos y pueden errar a la hora de decidir qué es lo mejor, si cumplir tales deseos o no.

Dios conoce lo que nos hace falta aún antes de que se lo pidamos y sabe perfectamente lo que nos conviene en orden a la consecución de nuestro bien definitivo. Nuestras peticiones tienen un valor relativo. No le informan de nada, puesto que conoce hasta lo profundo de nuestro corazón. Todo está patente a su mirada. A pesar de todo, Jesús nos dice: Pedid y se os dará. Quizá para que tomemos conciencia de que tenemos Padre a quien poder dirigirnos desde nuestra indigencia, para reforzar nuestra conciencia de hijos y no de huérfanos. Y pedir con la certeza de que de ese Padre sólo pueden proceder cosas buenas. ¿Pero qué sucede cuando nos encontramos con el mal de una enfermedad, de un agravio, de una calumnia, de un oprobio? ¿Qué sucede cuando pedimos ser liberados de ese mal y el mal persiste? ¿Es que Dios no nos oye? ¿Es que está impedido para actuar en nuestro favor? ¿Es que no puede evitar lo que sucede? Pero ¿no es el Todopoderoso? ¿Es que el mal que sufrimos no es en realidad un mal, sino un bien, porque de él se desprenden muchos bienes? ¿Es que lo que ahora experimentamos como un mal se transformará pronto en un bien?

No todas nuestras preguntas van a encontrar una respuesta fácil; pero, en cuanto hijos de Dios, hemos de vivir pendientes de dos grandes certezas: que Dios nos escucha y que, por tanto, podemos y debemos pedirle mientras tengamos necesidades, y que Dios no puede darnos más que cosas buenas, aunque de momento no pueda darnos el «bien supremo» o el «bien carente de todo mal», esto es, el cielo, puesto que aún no ha llegado nuestra hora, aún somos habitantes de la tierra.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

142. Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza.

Con Dios todo es posible

Hay una realidad que nos preocupa: ¿cómo hacer atractivo el mensaje y la persona de Jesús hacia una gran parte de la humanidad que dice no necesitar de Él? Hasta hace no muchos años resultaba complicado entender la cultura, el arte, la música y la misma familia sin referencia a Cristo. Hoy, por el contrario, nos encontramos ya con personas que desconocen su figura, otros a los cuales no les interesa y otros, que aun creyendo, no se sienten totalmente interpelados o transformados por esa fe que dicen profesar.

1.- Tener fe en Jesús significa fiarnos de El con todas las consecuencias. A los discípulos, como a nosotros, les ocurría tres cuartos de lo mismo: no tenían suficiente fe. Por ello mismo, entre otras cosas, no podían expulsar ciertos espíritus malignos. ¡Les faltaba fe! ¡Su fe no era suficientemente sólida o no estaba fuertemente arraigada a Cristo! Ello era un obstáculo, como lo puede ser para nosotros, para que la fe fructifique y, que por nuestra fe, hagamos también que esa fe sea seductora con una sociedad que intenta marginarla o recluirla al ámbito privado. ¿Por qué fracasamos –teniendo tantos medios- a la hora de sembrar el evangelio? ¿Por qué tan escasas victorias cuando nos esforzamos tanto? Nos falta una fe sólida, convincente, convencida y profundamente entroncada en Jesús.

2.- Nunca como hoy, el mundo que nos rodea es un mar de problemas. La gente, muchos de nuestros conocidos, están totalmente engullidos por ellos. ¿Dónde encontrar soluciones? ¿Dónde están las respuestas? ¿Seremos capaces nosotros desde la fe, desde Jesucristo, de ofrecerlas? ¿Por qué nos cuesta tanto presentar a Cristo como una fuente de salvación? ¿Será que nuestra fe en Cristo no es tan nítida como decimos tenerla? No podemos consentir que, por nuestra debilidad, aquellos que buscan respuestas las prefieran lejos de la fe, de Cristo o de su Iglesia. Por lo menos, nos podríamos esforzar un poco más. ¿Cómo? Cultivando y fortaleciendo más nuestra propia fe.

4.- Para un cristiano el “no se puede” se puede convertir en “todo es posible”; el “yo ya no creo” ha de mudar a un “creo y me fío totalmente del Señor”. Y es que, con la fe, todo es posible. Entre otras cosas porque, con Dios, todo es alcanzable y superable. Basta con que tengamos fe, como el grano de mostaza. ¡Y a veces nuestra fe es tan invisible!

5.- DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA, SEÑOR

Para que, orando, me olvide de todo lo que me rodea
y, viviendo, sepas que Tú habitas en mí.
Para que, creyendo en Ti, anime a otros a fiarse de Ti
A moverse por Ti
A no pensar sino desde Ti
¿Me ayudarás, Señor? ¿Será mi fe como el grano de mostaza?
Dame la capacidad de esperar y soñar siempre en Ti
Dame el don de crecer y de robustecer mi confianza en TI
Dame la alegría de saber que, Tú, vives en mí
Dame la fortaleza que necesito para luchar por TI

DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA
Sencilla, pero obediente y nítida

Radical, pero humilde y acogedora
Soñadora, pero con los pies en la tierra
Con la mente en el cielo, pero con los ojos despiertos
Con los pies en el camino, pero con el alma hacia Ti
¿Me ayudarás, Señor?
Dame fe, como un grano de mostaza
¿Será suficiente, Señor?

Javier Leoz

La obligación cristiana debe cumplirse con humildad y con amor

1.- ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Lo que quiere decir Jesús a los apóstoles cuando le piden que les aumente la fe es que lo primero que tiene que hacer un cristiano para poder ser un buen discípulo suyo es hacer lo que él le ha mandado, sin pensar en la recompensa que recibirá por el cumplimiento. La primera virtud del cristiano, como tantas veces nos dice san Agustín, es la humildad. Es verdad que somos hijos de Dios, pero no debemos olvidar que también somos sus siervos. La misma Virgen María se declara esclava del Señor, en el mismo momento en que el ángel la llama bienaventurada y dichosa porque ha sido elegida para ser madre del salvador. Es verdad, y no debemos olvidarlo nunca, que también sabemos que Jesús quiere que nos comportemos siempre como hijos de Dios, y lo más propio de un hijo es el amor. Sí, en nuestras relaciones con Dios tenemos que saber unir la humildad con el amor. El hijo sabe que debe amar al padre, pero también sabe que debe obedecerle. Por eso, es totalmente necesario saber unir en nuestras relaciones con nuestros padres y, por supuesto con nuestro Padre Dios, la humildad y el amor. Es verdad que, en nuestra historia civil y cristiana, frecuentemente hemos insistido demasiado en uno u otro lado excesivamente. Del miedo medieval a un Dios juez que sólo sabe castigar nos hemos pasado en nuestros últimos tiempos a pensar en un Dios Padre que sólo sabe amar y que, por consiguiente, sólo sabe perdonar y premiar. En el medio está la virtud, como ya nos enseñaba Aristóteles.

2.- La visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará. El altanero no triunfará: pero el justo por su fe vivirá.El profeta Habacuc, unos setecientos años antes de Cristo, escribió esta frase que después citará más de una vez el mismo san Pablo: “el justo por su fe vivirá”. Es una frase que nos sirve también a nosotros, en nuestras circunstancias actuales. Cuando parece como si Dios se hubiera ido de nuestra sociedad, nosotros no debemos nunca perder nuestra fe en un Dios salvador, que nos quiere y nos protege. La vida del ser humano está, y siempre ha estado, sometida a múltiples dificultades que pueden llegar a hacernos perder nuestra fe en Dios. Pero, a pesar de todo, no perdamos nunca nuestra fe en Dios y, con humildad y sin altanería, aceptemos que los caminos de Dios son para nosotros muchas veces inescrutables. Dios nunca nos defraudará. Sepamos escuchar, como nos pide el salmo 94, la voz del Señor, no endurezcamos nuestro corazón.

3.- Querido hermano: te recuerdo que reavives el don de Dos que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Este consejo que da san Pablo a Timoteo, nos lo da también a cada uno de nosotros. No debemos actuar nunca con cobardía, sino con amor y con templanza. Hagamos hoy el propósito de actuar siempre con humildad y con amor, con fortaleza y con templanza. No siempre será fácil conseguirlo, pero no olvidemos nunca que tenemos con nosotros la fuerza de Cristo y la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. El Espíritu Santo es “nuestro dulce huésped del alma”.

Gabriel González del Estal

Dar razón de nuestra fe en un mundo difícil

1.- «El justo vivirá por la fe». La profecía de Habacuc plantea el eterno problema del sentido del mal en el mundo. Es el grito desesperado: «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? El profeta contempla y sufre desgracias, trabajos, violencias, catástrofes, luchas y contiendas. ¿Dónde está Dios?, ¿Hay noticias suyas?, ¿Qué hemos de responder ante estos interrogantes? Dios es quien da la única respuesta posible: «El justo vivirá por la fe». Es la fe el don de Dios que Timoteo debe reavivar según Pablo. Creer es confiar es fiarse de Alguien, Jesús de Nazaret, que no puede defraudarte porque es garante de salvación. Recuerdo la famosa parábola brasileña de la huella en la arena. En los momentos felices hay dos pares de pisadas, pero cuando peor lo estaba pasando el protagonista sólo había un par: era la huella de Dios que te llevaba sobre sus brazos cuando tus fuerzas habían decaído.

2.- Una fe que no es comprometida no es auténtica. Es la hora urgente de ser consecuentes con las exigencias de nuestra fe. Lo recuerda Pablo en la Carta a Timoteo. No tenemos que tener miedo a dar razón de nuestra fe y dar la cara en los duros trabajos del evangelio. Quizá las situaciones difíciles y duras que se nos avecinan sean un acicate y una oportunidad para despertar nuestra fe adormecida. Cuando todo va bien políticamente decae el compromiso y la autenticidad. No vale lamentarse, tampoco sirve emprender una cruzada para recristianizar. Lo que hay que hacer es ser coherentes con nuestra fe. Entonces seremos fermentos en medio de la masa. Más claro no lo puede decir San Pablo a Timoteo: «no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor», «toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios», «vive con fe y amor en Cristo Jesús». «guarda este precioso depósito». Lo que nunca nos va a faltar es la ayuda del Espíritu Santo, «que habita en nosotros». Y todo ello realizado con humildad, pues podremos decir «que hemos hecho lo que teníamos que hacer».

3.- Fe es adhesión personal a Jesucristo. Con ella superaremos todo. Es lo que nos enseña el Evangelio de hoy y lo que nos dice la Madre Teresa de Calcuta en una preciosa oración: «¿La fuerza más potente del mundo?: La fe». El que tiene fe consigue el objetivo que se propone. Un pesimista no vale para trabajar en el Reino de Dios. Con la fe todo es posible, hasta arrancar moreras y plantarla en el mar. Que los tiempos son difíciles, lo sabemos. Pero tenemos que estar convencidos de que merece la pena seguir luchando por la implantación de la civilización del amor. Aunque pasemos penalidades nos daremos cuenta de que es posible un mundo nuevo si yo experimento la fuerza de saberme amado por Dios y transmito esta misma certeza a los que me rodean. Debemos vivir desde la fe en Jesucristo, no desde una vivencia puramente sociológica de la religión. En el nivel religioso representa una necesidad sicológica del hombre y el nivel de fe una adhesión incondicional a una persona. El nivel religioso busca un esquema de verdades que proporcionen una seguridad o tranquilidad al individuo, y el nivel de fe busca una vivencia espontánea y sin miedo al riesgo. El nivel religioso prefiere los mandamientos como programa, y el nivel de fe escoge las bienaventuranzas. El nivel religioso tiene por meta los actos de culto y para el nivel de fe la meta es la militancia comprometida. El nivel religioso representa el mantenimiento de la cultura establecida, y el nivel de fe representa la conciencia crítica de cualquier cultura. El nivel religioso se aproxima a la denominación actual de «cristiano-católico», y el nivel de fe a la de «cristiano-creyente».

José María Martín, OSA

¿Somos creyentes?

Jesús les había repetido en diversas ocasiones: «¡Qué pequeña es vuestra fe!». Los discípulos no protestan. Saben que tienen razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios: solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?

Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: «Auméntanos la fe». Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.

Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos «cristianos» nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?

La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.

¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: «Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad». Es bueno repetirlas con corazón sencillo. Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.

No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.

Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 5 de octubre

“Todo tiene su tiempo”, decía el Predicador. Su tiempo, la recolección; y su tiempo, la sementera. Entre una y otra (aunque los agricultores están ya más o menos metidos en el tiempo de la sementera), se nos invita poner una nota teologal a estos dos tiempos. La memoria de San Francisco de Asís, celebrada ayer, nos ha podido preparar para entonarla. Porque él percibió todas las cosas como un regalo espléndido de Dios. Por eso cantaba en su himno de las criaturas:

Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos, y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

En este tipo de civilización en que nos movemos está, por así decir, opacada esta verdad, o están ofuscados nuestros ojos y no la percibimos. En la industria, en los servicios, en la misma agricultura aparecemos nosotros como los protagonistas que manipulan y explotan una materia, entre dócil y rebelde, que tienen ante sí. Concentrados en lo concreto, o en lo sectorial, parece que hemos perdido una visión más envolvente y global de las cosas. El pasaje del Deuteronomio sugiere que, efectivamente, las riquezas que nos creamos son fruto de nuestra inteligencia y nuestra fuerza. Pero nos lleva más allá: la tierra entera, simbolizada en la tierra prometida en que Yahvéh introduce a Israel, es un don de Dios a los hombres; y la fuerza que desplegamos en el dominio de las cosas nos viene dada por Dios. Todo, por tanto, en el orden objetivo y en el orden subjetivo tiene su fuente en Él.

Concentrados en el ras a ras de lo inmediato, caemos fácilmente en el olvido de la realidad omniposibilitante que es Dios. En este tiempo en que celebramos el día sin tabaco, el día sin tráfico, el día de la paz, el día internacional de la mujer, el día del trabajo (o la fiesta del trabajador), el día de los enfermos de Sida, o del cáncer, y tantos más, la Iglesia, que parece haberse adelantado a esta proliferación de días dedicados a uno u otro aspecto de la vida humana, nos invita al día de la acción de gracias y de petición. En él nos mueve a tomar una apropiada distancia de lo inmediato para reconocer ese fundamento que todo lo posibilita: el Dios viviente, que debe ser loado por toda criatura, y en especial loado por los frutos de la tierra y del trabajo del hombre.