Vísperas – Nuestra Señora la Virgen del Rosario

VÍSPERAS

NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DEL ROSARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Rezar el santo Rosario
no sólo es hacer memoria
del gozo, el dolor, la gloria,
de Nazaret al Calvario.
Es el fiel itinerario
de una realidad vivida,
y quedará entretejida,
siguiendo al Cristo gozoso,
crucificado y glorioso,
en el Rosario, la vida.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. El ángel Gabriel anunció a María, y concibió del Espíritu Santo.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El ángel Gabriel anunció a María, y concibió del Espíritu Santo.

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.

CÁNTICO del EFESIOS

Ant. Alégrate, Virgen Madre: Cristo ha resucitado del sepulcro. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo.
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alégrate, Virgen Madre: Cristo ha resucitado del sepulcro. Aleluya.

LECTURA: Ga 4, 4-5

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

RESPONSORIO BREVE

R/ Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.
V/ Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

R/ Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
V/ El Señor está contigo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

PRECES
Proclamemos las grandezas de Dios Padre Todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle, diciendo:

Mira a la llena de Gracia y escúchanos.

Oh Dios, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
— haz que todos tus hijos deseen esta misma gloria y caminen hacia ella.

Tú que nos diste a María por madre, concede, por su mediación, salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
— y a todos, abundancia de salud y paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
— concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
— y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
— haz que los difuntos puedan alcanzar, con todos los santos, la felicidad de tu reino.

Con el gozo que nos da el saber que somos hijos de Dios, digamos con plena confianza:
Padre nuestro…

ORACION

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 7 de octubre

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican; derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 10,25-37
Se levantó un legista y dijo, para ponerle a prueba: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión. Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: `Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.’ ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos presenta la parábola del Buen Samaritano. Meditar una parábola es lo mismo que profundizar en la vida, para descubrir en ella los llamados de Dios. Al descubrir el largo viaje de Jesús hacia Jerusalén (Lc 9,51 a 19,28), Lucas ayuda a las comunidades a comprender mejor en qué consiste la Buena Nueva del Reino. Lo hace presentando a personas que vienen a hablar con Jesús y le plantean preguntas. Eran preguntas reales de la gente al tiempo de Jesús y eran también preguntas reales de las comunidades del tiempo de Lucas. Así, en el evangelio de hoy, un doctor de la ley pregunta: «¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» La respuesta, tanto del doctor como de Jesús, ayuda a comprender mejor el objetivo de la Ley de Dios.
• Lucas 10,25-26: «¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Un doctor, conocedor de la ley, quiere provocar la pregunta: «¿Qué he de hacer para tener en heredad vida eterna?» El doctor piensa que tiene que hacer algo para poder heredar. El quiere garantizarse la herencia por su propio esfuerzo. Pero una herencia no se merece. La herencia la recibimos simplemente por ser hijo o hija. ”Así, pues, ya no eres esclavo, sino hijo, y tuya es la herencia por gracia de Dios”. (Gal 4,7). Como hijos y hijas no podemos hacer nada para merecer la herencia. ¡Podemos perderla!
• Lucas 10,27-28: La respuesta del doctor. Jesús responde con una nueva pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?» El doctor responde correctamente. Juntando dos frases de la Ley, él dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» La frase viene del Deuteronomio (Dt 6,5) y del Levítico (Lev 19,18). Jesús aprueba la respuesta y dice: «¡Haz esto y vivirás!» Lo importante, lo principal, ¡es amar a Dios! Pero Dios viene hasta mí, en el prójimo. El prójimo es la revelación de Dios para conmigo. Por esto, he de amar también a mi prójimo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi fuerza y con todo mi entendimiento.
• Lucas 10,29: «¿Y quién es mi prójimo?» Queriendo justificarse, el doctor pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» El quiere saber para él:»¿En qué prójimo Dios viene hasta mi?» Es decir, ¿cuál es la persona humana prójima a mí que es revelación de Dios para mi? Para los judíos, la expresión prójimo iba ligada al clan. Aquel que no pertenecía al clan, no era prójimo. Según el Deuteronomio, podían explotar al “extranjero”, pero no al “prójimo” (Dt 15,1-3). La proximidad se basaba en lazos de raza y de sangre. Jesús tiene otra forma de ver, que expresa en la parábola del Buen Samaritano.
• Lucas 10,30-36: La parábola:
a) Lucas 10,30: El asalto por el camino de Jerusalén hacia Jericó. Entre Jerusalén y Jericó se encuentra el desierto de Judá, refugio de revoltosos, marginados y asaltantes. Jesús cuenta un caso real, que debe haber ocurrido muchas veces. “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole medio muerto.”
b) Lucas 10,31-32: Pasa un sacerdote, pasa un levita. Casualmente, pasa un sacerdote y, acto seguido, un levita. Son funcionarios del Templo, de la religión oficial. Los dos vieron al hombre asaltado, pero pasaron adelante. ¿Por qué no hicieron nada? Jesús no lo dice. Deja que nosotros supongamos o nos identifiquemos. Tiene que haber ocurrido varias veces, tanto en tiempo de Jesús, como en tiempo de Lucas. Hoy también acontece: una persona de Iglesia pasa cerca de un hombre sin darle ayuda. Puede que el sacerdote y el levita tengan una justificación: «¡No es mi prójimo!» o: «El es impuro y si lo toco, ¡yo también quedo impuro!» Y hoy: «¡Si ayudo, pierdo la misa del domingo, y peco mortalmente!»
c) Lucas 10,33-35: Pasa un samaritano. Enseguida, llega un samaritano que estaba de viaje. Ve, es movido a compasión, se acerca, cuida las llagas, le monta sobre su cabalgadura, le lleva a la hospedería, da al dueño de la hospedería dos denarios, el sueldo de dos días, diciendo: «Cuida de él y si gastas algo más te lo pagaré cuando vuelva.» Es la acción concreta y eficaz. Es la acción progresiva: llevar, ver, moverse a compasión, acercarse y salir para la acción. La parábola dice «un samaritano que estaba de viaje». Jesús también iba de viaje hacia Jerusalén. Jesús es el buen samaritano. Las comunidades deben ser el buen samaritano.
• Lucas 10,36-37: ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” Él dijo: “El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.” Al comienzo el doctor había preguntado: “¿Quién es mi prójimo?” Por detrás de la pregunta estaba la preocupación consigo mismo. El quería saber: «¿A quién Dios me manda amar, para que yo pueda tener paz en mi conciencia y decir: Hizo todo lo que Dios me pide: «¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» La condición del prójimo no depende de la raza, del parentesco, de la simpatía, de la cercanía o de la religión. La humanidad no está dividida en prójimo y no prójimo. Para que tu sepas quién es tu prójimo, esto depende de que tu llegues, veas, te muevas a compasión y te acerques. Si tu te aproxima, te acercas, el otro será tu prójimo! Depende de ti y no del otro! Jesús invierte todo y quita la seguridad que la observancia de la ley podría dar al doctor.
• Los Samaritanos. La palabra samaritano viene de Samaría, capital del reino de Israel en el Norte. Después de la muerte de Salomón, en el 931 antes de Cristo, las diez tribus del Norte se separaron del reino de Judá en el Sur y formaron un reino independiente (1 Re 12,1-33). El Reino del Norte sobrevivió durante unos 200 años. En el 722, su territorio fue invadido por Asiria. Gran parte de su población fue deportada (2 Re 17,5-6) y gente de otros pueblos fue traída hacia Samaria (2 Rs 17,24). Hubo mezcla de raza y de religión (2 Re 17,25-33). De esta mezcla nacieron los samaritanos. Los judíos del Sur despreciaban a los samaritanos considerándolos infieles y adoradores de falsos dioses (2 Re 17,34-41). Había muchas ideas preconcebidas contra los samaritanos. Eran mal vistos. De ellos se decía que tenían una doctrina equivocada y que no formaban parte del pueblo de Dios. Algunos llegaban hasta el punto de decir que ser samaritano era cosa del diablo (Jn 8,48). Muy probablemente, la causa de este odio no era sólo la raza y la religión. Era también un problema político y económico, enlazado con la posesión de la tierra. Esta rivalidad perduró hasta el tiempo de Jesús. Sin embargo Jesús los pone como modelo para los demás.

4) Para la reflexión personal

• El samaritano de la parábola no pertenecía al pueblo judío, pero hacía lo que Jesús pedía. ¿Hoy acontece lo mismo? ¿Conoces a gente que no va a la Iglesia pero que vive lo que el evangelio pide? ¿Quién es hoy el sacerdote, el levita y el samaritano?
• El doctor pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” Jesús pregunta: “¿Quién fue prójimo del hombre asaltado?” Son dos perspectivas diferentes: el doctor pregunta desde sí. Jesús pregunta desde las necesidades del otro. Mi perspectiva ¿cuál es?

5) Oración final

Doy gracias a Yahvé de todo corazón,
en la reunión de los justos y en la comunidad.
Grandes son las obras de Yahvé,
meditadas por todos que las aman. (Sal 111,1-2)

La fiesta del Pilar

Empezamos la semana con una fiesta mariana (Nuestra Señora del Rosario) y la terminamos con otra (la Virgen del Pilar). De las muchas advocaciones marianas, ésta, la del Pilar, me resulta particularmente querida. Ya sé que el pilar de nuestra fe, la roca angular, es Cristo Jesús, a pesar de esa canción mariana que habla de la Virgen como la mujer que «es el pilar de nuestra historia, la roca de la fe». Pero María, con el Espíritu, representa el principio de cohesión de la Iglesia. Os propongo que contemplemos la escena que nos propone la primera lectura de hoy. Según los Hechos de los Apóstoles (1,13-14), la primitiva comunidad cristiana estaba formada por los once apóstoles (Judas se había suicidado), por algunas mujeres que habían seguido al Maestro desde el comienzo, por varios parientes de Jesús y por María, su madre. No se puede decir que fuera un grupo homogéneo. Había hombres y mujeres, personas vinculadas a Jesús por vínculos de sangre y personas invitadas por él a ser sus discípulos. No es fácil dar cohesión a un grupo como ese teniendo en cuenta que Jesús ya no estaba físicamente presente. Y, sin embargo, «todos perseveraban unánimes en la oración», todos recibieron juntos la efusión del Espíritu. 

Está claro que en el grupo hay un jefe. De hecho, es Pedro quien toma la iniciativa de elegir a uno que ocupe el puesto dejado por Judas Iscariote. Con todo, no parece que ese espíritu de cohesión que muestra la comunidad se deba a la autoridad de Pedro sino a la presencia de María. No es la cohesión de un ejército a base de disciplina, sino la unanimidad de una familia en la que la madre es capaz de unir a todos con los lazos del amor. Hay en la primitiva comunidad una presencia mariana sin la cual hubiera sido imposible mantener la unión hasta la venida del Espíritu.

¿Os habéis preguntado por qué en muchos de nuestros pueblos la patrona es lo único indiscutible entre sus habitantes? Cuando se trata de la Virgen María (bajo cualquiera de sus múltiples advocaciones) parece que pasa a un segundo plano ser de derechas o de izquierdas, joven o viejo, incluso creyente o no creyente. María sigue ejerciendo hoy entre nosotros una enorme fuerza de atracción y de cohesión. Es como un imán. Ella es capaz de unir a los que están separados. Es, sencillamente, la madre de la familia. En toda familia, la madre entrega su vida para que todos puedan sentirse en casa. En este sentido, ella es «el pilar».

Muchas felicidades a las que lleváis este hermoso nombre. Y también a los que vivís en Zaragoza, en Aragón, en España y en todo el mundo hispánico. Disfrutemos cantando juntos a la Madre que nos hace perseverar en la fe.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)

Comentario del 7 de octubre

A la pregunta del letrado: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?, Jesús le remite a lo escrito en la Ley. Y el letrado sintetiza: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… Y al prójimo como a ti mismo». Jesús aprueba esta síntesis: Haz esto y tendrás la vida eterna, es decir, ama a Dios y al prójimo, a Dios con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo, y tendrás la herencia que deseas tener, la vida eterna.

Al letrado, el amor a Dios no le suscita ninguna duda; pero sí tiene sus dudas respecto de la identidad del prójimo, a quien también hay que amar. ¿Y quién es mi prójimo? ¿Acaso todo ser humano, cualquier hombre con el que me encuentre por el camino de la vida? ¿O puede reducirse el cerco a los amigos, correligionarios, judíos, miembros de la misma sinagoga, etc.?

A este interrogante, Jesús le responde con una parábola en la que, al final, se invierte el sentido de la pregunta, que ya no es: ¿quién es mi prójimo?, sino ¿cuál de estos tres (el sacerdote, el levita o el samaritano) te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Y el letrado contesta sin percatarse de la inversión: El que practicó la misericordia con él.

El prójimo ha dejado de ser el sujeto paciente sobre el que se ejerce la misericordia: aquel necesitado al que nos aproximamos para dar respuesta a su necesidad, sino el sujeto agente de esa obra de misericordia: aquel que se aproxima al necesitado para derramar su medicina balsámica sobre él y colmarle de cuidados y atenciones. Ya no se trata de saber quién es ese prójimo al que debemos amar, sino de convertirse en prójimo (=próximo) de todo hombre al que veamos en necesidad.

Ello explica la invitación final: Anda, haz tú lo mismo. Aproxímate a todo hombre con intención misericordiosa y serás prójimo universal. De este modo estarás cumpliendo lo escrito en la Ley: Y al prójimo como a ti mismo.

Amarás al prójimo como a ti mismo, si te haces próximo al necesitado para remediar su necesidad y desvalimiento. Si haces lo mismo que aquel samaritano: llegarse hasta donde estaba el herido (no dar un rodeo o hacer como que no lo hemos visto), desafiando riesgos y apartando miedos paralizantes; sentir lástima; vendarle las heridas haciéndole una primera cura de emergencia; montarle en la propia cabalgadura; llevarle a una posada y cuidarle; empeñar su dinero en los cuidados de la convalecencia; estar dispuesto a gastarse cuanto sea necesario en la recuperación de la salud de este malherido.

Si haces lo mismo que este buen samaritano, te habrás comportando como un verdadero prójimo y habrás amado al prójimo como a ti mismo, pues le habrás tratado como tú hubieras querido ser tratado en su lugar. Por tanto, te habrás puesto en el lugar del prójimo. Si te pones en su lugar, harás lo mismo que quisieras que hiciesen contigo. Basta con esta posición anímica para verse estimulado a esta acción misericordiosa. Pero ¡nos cuesta tanto ponernos en el lugar de los demás!

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

Las ganas de vivir y de experimentar

144. Esta proyección hacia el futuro que se sueña, no significa que los jóvenes estén completamente lanzados hacia adelante, porque al mismo tiempo hay en ellos un fuerte deseo de vivir el presente, de aprovechar al máximo las posibilidades que esta vida les regala. ¡Este mundo está repleto de belleza! ¿Cómo despreciar los regalos de Dios?

Homilía – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

¡GRACIAS! ¡MUCHAS GRACIAS!

 

TODO ES GRACIA

Mauriac, famoso escritor y convertido, escribía: «Leyendo este evangelio uno tiene que pensar que el evangelista exagera: ¡un agradecido por cada nueve ingratos!». En la realidad del mundo la proporción de desagradecidos es siempre mayor. Ya Quevedo afirmaba con parecido pesimismo: «Pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe».

Cuando preguntas a los geriatras cuales son los sufrimientos más agudos de nuestros mayores, te responden sin titubeos: «La ingratitud y el abandono de los suyos». Es bastante común que los padres se quejen amargamente de no recibir ni el más pequeño agradecimiento por la dedicación a sus hijos. Otro tanto hay que escuchar de labios de profesores y de personas dedicadas desinteresadamente al servicio de los demás. Seguramente nosotros mismos nos sentimos heridos por la ingratitud de personas por las cuales nos hemos desvivido o a las cuales les hemos tendido la mano con toda generosidad y, tal vez, nos han respondido hasta con ofensas o zancadillas.

¡La ingratitud! Todo un problema de nuestros días. ¿Mayor que en tiempos pasados? No lo sé ni me interesa saberlo. Lo que de verdad me interesa es que es un problema y todo un síntoma con numerosas repercusiones. Y lo importante no es que los demás sean agradecidos con nosotros. Lo verdaderamente importante es que nosotros tengamos un corazón agradecido y unos gestos de agradecimiento. Todos sentimos la tentación sobre la que nos alerta W. King: «Escribimos las ofensas en diamantes y los favores sobre el agua».

¿Cuántas ingratitudes no podría echarnos en cara, en primer lugar, Dios? Como dice A. Pronzato, no sólo no agradecemos decorosamente sus dones, sino que nos permitimos el lujo de enfadarnos con Él porque no nos proporciona lo que creemos que debería poner a nuestro alcance. Hacemos exactamente lo mismo que hacen los niños mimados, que no entienden de agradecer, sino de exigir».

Jesús mostró al samaritano curado su desencanto por la ingratitud de los otros nueve: «¿No fueron diez los curados? ¿Dónde están los otros nueve?». Necesitamos releer nuestro diario, ver nuestro álbum, recordar nuestra infancia, nuestra

juventud, para darnos cuenta de lo mucho que tenemos que agradecer. Necesitamos, sobre todo, tomar conciencia de que todo se lo debemos al Padre de los cielos, de que «todo viene de arriba» (St 1,16), de que todo es gracia.

 

«NO HA VUELTO MÁS QUE UN EXTRANJERO»

De entre los diez leprosos sanados por Jesús, sólo uno vuelve a darle gracias. Y éste era samaritano. Jesús se dirige a los oyentes con una clara intención pedagógica: «¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto nada más que este extranjero para dar gloria a Dios?». Parecería que Jesús la tiene contra los ortodoxos de su religión y a favor de los paganos, de los herejes, de los samaritanos. Como ejemplo de humanidad pone a un samaritano que se compadece de un apaleado por ladrones frente a unos dirigentes religiosos que pasan inhumanamente de largo (Le 10,33); como ejemplo de fe pone a un centurión pagano que le pide que cure a su criado (Mt 8,10) y el de una mujer pagana que le suplica la curación de su hija (Mt 15,28); de los dos afirma: «No he encontrado tanta fe en Israel».

Pero Jesús no sólo elogia a los paganos frente a los piadosos de su pueblo. En el relato del libro de los Reyes, Elíseo agracia con un milagro de curación de la lepra al pagano Naamán, cuando había tantos leprosos en Israel; pero el que se llamaba «pueblo de Dios» carecía de disponibilidad.

La denuncia de Jesús contra su pueblo, simbolizado en aquellos nueve desagradecidos, ha de ser para nosotros una llamada de alerta. A los nueve judíos lo único que les preocupada era cumplir la ley, tener por escrito el alta de curación. Creían quizás que había sido su obediencia lo que les había

procurado la curación. Y, por eso, mientras el samaritano, libre de ritualismos, reconoce en Jesús al Liberador enviado por Dios y se arrodilla a sus pies dándole gracias, los judíos pierden lo mejor del milagro, la liberación interior. «Alababa a Dios con grandes gritos», señala Lucas. Sólo él leyó el remite del regalo. Y el remite le produjo más alegría que el regalo mismo.

Encuentro en este relato una llamada a las virtudes o valores humanos, que para los cristianos son también virtudes o valores divinos. Los nueve judíos observaron el rito, eran cumplidores religiosamente, eran «muy religiosos», pero muy poco humanos. Les faltaba, entre otras cosas, una actitud humana fundamental: la gratitud. A pesar de sus prácticas religiosas, les faltaba lo esencial: un buen corazón.

Tengo que confesar que bastantes amigos, tanto religiosos como seglares, me están urgiendo que escriba un libro sobre los valores humanos dirigido expresamente a personas practicantes, religiosos, sacerdotes y seglares. Hay una conciencia generalizada de que no promovemos suficientemente en nuestra vivencia cristiana los valores humanos. Y, sin valores humanos, no puede haber valores divinos. Como afirma un viejo axioma teológico, «la gracia supone la naturaleza»; lo auténticamente religioso promueve lo humano. Hay «cristianos» a los que una religiosidad mal entendida les lleva a ignorar los valores humanos. ¿Y quién no conoce a descreídos, que tienen una gran sensibilidad humana y son profundamente agradecidos, serviciales y solidarios?

ES DE BIEN NACIDOS SER AGRADECIDOS

El sentimiento de gratitud es signo de madurez humana y religiosa y, al mismo tiempo, camino para llegar a ella. La gratitud es la memoria del corazón. Un corazón que no tiene memoria es un corazón salvaje; no es un corazón humano, sino una mera víscera de bombear sangre.

Jesús vive en permanente acción de gracias al Padre: «Te doy gracias, Padre, porque siempre me escuchas…» (Jn 11,42). En la resurrección de Lázaro, en la multiplicación de los panes, en la última cena… Desde los orígenes de la Iglesia se ha llamado a la celebración central de la fe Eucaristía, que significa «acción de gracias». La Eucaristía es, por encima de todo, acción de gracias. Todo el Nuevo Testamento y, sobre todo, las cartas de Pablo nos indican que las primeras comunidades cristianas vivían en un clima de permanente acción de gracias.

Pero los mensajes divinos del Nuevo Testamento no sólo invitan a la gratitud hacia Dios, invitan también a la gratitud humana. A los filipenses, que han enviado un miembro de la comunidad para visitarle en la cárcel de Roma y entregarle una ayuda para que pueda vivir, Pablo les dice que les agradece infinitamente el gesto. Y agrega: «Lo que más me importa no es que me lo agradezcáis, sino que seáis agradecidos» (Cf. Flp 4,8-18). Es importante que vivamos escrupulosamente lo que insistentemente aconsejamos.

La ingratitud genera agresividad, distancia a las personas. Sabemos lo difícil que es vivir con personas que creen que todo el mundo les debe estar agradecido y que, sin embargo, todo el mundo es ingrato para ellas. La gratitud, por el contrario, genera un clima de comunión, promueve la amistad y provoca la generosidad.

Sinceramente, me impresionó la anécdota cuando me la contó un sacerdote agustino que era párroco de la parroquia en la que participaba en la Eucaristía el rey Balduino. Me contó: «Terminada la celebración se acercaba a saludarme y me decía con toda humildad y gratitud: ‘Gracias, padre, por su homilía; usted no sabe cómo me ayudan sus palabras'». ¡Qué magnanimidad! No en vano quieren introducir su causa de beatificación.

¿Sabéis cuáles fueron las últimas palabras de Pablo VI? ¡Gracias!, ¡muchas gracias! Pero es que las tenía muy bien aprendidas de repetirlas muchas veces en su vida. Sólo en el cielo sabremos lo que tenemos que agradecer. Suele decirse que el mundo está lleno de desagradecidos; en el cielo no habrá ninguno. Que nosotros seamos como el humilde samaritano que se vuelve hacia el Señor, hacia los demás, para repetir incansablemente: ¡Gracias!, ¡muchas gracias!

Atilano Aláiz

Lc 17, 11-19 (Evangelio – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario)

Una vez más Lucas presenta un episodio situado en el “camino de Jerusalén” (ese “camino espiritual”, a lo largo del cual los discípulos van aprendiendo e interiorizando los valores y la realidad del “Reino”).

En el “camino” de Jesús y de los discípulos aparecen diez leprosos. El leproso es, en el tiempo de Jesús, el prototipo del marginado. Además de causar repugnancia por su apariencia y de infundir el miedo al contagio, el leproso es un impuro ritual (cf. Lev 13- 14) a quien la teología oficial atribuía pecados especialmente graves (la lepra era el castigo de Dios por esos pecados); por eso, el leproso no podía ni siquiera entrar en la ciudad de Jerusalén, para no “manchar” la ciudad santa. Debía abstenerse de cualquier contacto humano para que no contaminase a los otros con su impureza física y religiosa. En caso de curación, debía presentarse delante de un sacerdote, a fin de que él comprobase la curación y le permitiese la integración en la vida normal (cf. Lev 14). Entonces podía volver a participar en las celebraciones del culto.

Uno de los leprosos (que va a desempeñar el papel principal en este episodio) es el samaritano. Los samaritanos eran despreciados por los judíos de Jerusalén, a causa de su sincretismo religioso.

La desconfianza religiosa de los judíos en relación con los samaritanos comenzó cuando en el 721 antes de Cristo (después de la caída del reino del Norte), los colonos asirios, que invadieron Samaría, comenzaron a mezclarse con la población local. Para los judíos, los habitantes de Samaría comenzaron, entonces, a paganizarse.

Después del regreso del exilio de Babilonia, los habitantes de Jerusalén rechazaron cualquier tipo de ayuda de los samaritanos en la reconstrucción del Tempo y evitaban el contacto con esos herejes, “raza mezclada con paganos”.

La construcción de un santuario samaritano en el monte Garizim consumó la separación y, en la perspectiva judía, llevó definitivamente a los samaritanos por los caminos de la infidelidad a Yahvé.

Algunos enfrentamientos en los siglos siguientes consolidaron la enemistad entre judíos y samaritanos. En la época de Jesús, la relación entre las dos comunidades estaba marcada por una gran hostilidad.

El episodio de los diez leprosos (que es exclusivo de Lucas) se inserta perfectamente en la óptica teológica de un evangelio cuyo objetivo fundamental es presentar a Jesús como el Dios que se hizo hombre para traer, con gestos concretos, la salvación/liberación a todos los hombres, particularmente a los oprimidos y marginados.

Ese es el punto de partida de la historia que Lucas nos narra: muestra cómo Dios tiene una propuesta de vida nueva y de liberación para todos los hombres.

El número diez tiene, ciertamente, un significado simbólico: significa “totalidad” (el judaísmo consideraba necesario que, por lo menos diez hombres estuviesen presentes, para que la oración comunitaria pudiese realizarse, porque el “diez” representaba a la totalidad de la comunidad). La presencia de un samaritano en el grupo indica, pues, que esa salvación ofrecida por Dios, en Jesús, no está destinada únicamente a la comunidad del “Pueblo elegido”, sino que está destinada a todos los hombres, sin excepción, incluso a aquellos a los que el judaísmo oficial consideraba alejados definitivamente de la salvación.

Con todo, el acento del episodio de hoy está puesto, más que en episodio de la curación, en sí misma, en el hecho de que, de los diez leprosos curados, sólo uno hubiera vuelto para dar gracias a Jesús y en el hecho de que éste fuera samaritano.

Lucas está interesado en mostrar que quien recibe la salvación, debe reconocer el don de Dios y debe ser agradecido. Y avisa que, con frecuencia, son los herejes, los marginados, los despreciados, aquellos que la teología oficial considera que están al margen de la salvación, los que están más atentos a los dones de Dios. Hay aquí, ciertamente, una alusión a la autosuficiencia de los judíos que, por sentirse el “Pueblo elegido”, encontraban como algo natural el que Dios les colmase de bendiciones; sin embargo, no reconocieron la propuesta de salvación que, a través de Jesús, Dios les ofrecía.

También hay aquí una llamada a los discípulos de Jesús, para que no ignoren el don de Dios y sepan responderle con gratitud y fe (entendida como adhesión a la persona Jesús y a su propuesta de salvación).

La reflexión y el compartir pueden tocar las siguientes cuestiones:

La “lepra”, que roba la vida a esos “diez” hombres, representa el infortunio que afecta a la totalidad de la humanidad y que genera exclusión, marginación, opresión, injusticia.
Es la condición de una humanidad marcada por el sufrimiento, por la miseria, por el alejamiento de Dios y de los hermanos, la que aquí se describe.

Lucas asegura, sin embargo, que Dios tiene un proyecto de salvación para todos los hombres, sin excepción, y que es en Jesús y a través de Jesús como ese proyecto alcanza a todos los que se sienten “leprosos” y les hace encontrarse con la vida plena, con la reinserción total en la familia de Dios y en la comunidad humana.

Es necesario tener una respuesta de gratitud y de adhesión a la propuesta de salvación que Dios realiza.
¡Atención!, muchas veces los que parece que están más alejados de Dios son los que primero reconocen su don, los que lo acogen y se adhieren a la propuesta de vida nueva que él nos ofrece.

A veces, aquellos que están más metidos en el mundo de lo sagrado se encuentran demasiado llenos de autosuficiencia y de orgullo como para acoger con humildad y sencillez los dones de Dios, para manifestar gratitud y para aceptar el ser transformados por la gracia.

Conviene pensar en la actitud que, día a día, asumimos ante Dios: si es una actitud de autosuficiencia o si es una actitud de adhesión humilde y de gratitud.

¿Cómo nos situamos ante aquellos que la sociedad de hoy considera “leprosos” y que, muchas veces, se encuentran en una situación de exclusión y de marginalidad (los sin techo, los drogadictos, los deficientes, los ancianos, los enfermos terminales, los sidosos, los analfabetos, los que viven por debajo del umbral de la pobreza…), con desprecio, con indiferencia, con miedo a “contaminarnos” o como testigos de la bondad y del amor de Dios?

Curiosamente, los diez “leprosos” no son curados inmediatamente por Jesús, sino que la “lepra” desaparece “por el camino”, cuando iban a presentarse ante los sacerdotes.
Esto sugiere que la acción liberadora de Jesús no es una acción mágica, venida repentinamente del cielo, sino un proceso progresivo (el “camino” se refiere, en este contexto, al caminar cristiano), en el cual el creyente va descubriendo e interiorizando los valores de Jesús, hasta la adhesión plena a sus propuestas y la efectiva transformación del corazón. Así, nuestra “curación” no se produce en un momento mágico que acontece cuando somos bautizados o hacemos la primera comunión o nos confirmamos, sino que es un proceso, durante el cual descubrimos a Cristo y nacemos a la vida nueva.

2Tim 2, 8-13 (2ª Lectura – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario)

Continuamos leyendo la segunda Carta a Timoteo. Para comprender el mensaje que el texto propone, conviene recordar que esta carta (escrita por un autor desconocido que, sin embargo, se identifica con el apóstol Pablo), nos sitúa, probablemente, en el contexto de finales del siglo I o inicios del II, en un momento en el que las comunidades cristianas sentían enfriarse el entusiasmo de los inicios, conocían la persecución y estaban siendo molestadas por herejías y por falsas doctrinas.

El autor exhorta a Timoteo (y, en la persona de Timoteo, a todos los creyentes, en general) a perseverar en la fe, a conservar la sana doctrina recibida de Jesús y a dedicarse totalmente al servicio del Evangelio.

Después de exhortar a Timoteo hacia una dedicación total al ministerio (cf. 2 Tim 2,1-7), el autor de la carta presenta el motivo definitivo que justifica esa entrega: el ejemplo de Cristo, que llegó a la gloria de la resurrección por el camino de la cruz y de la entrega de la vida.

El mismo Pablo siguió ese duro camino y es por eso por lo que se encuentra preso; pero no está preocupado, pues lo esencial es que la Palabra de Dios continúe transformando el mundo. Además, es preciso que algunos entreguen la vida para que la propuesta liberadora de Jesús llegue a todos los hombres. Vale la pena sufrir, a fin de que este objetivo se realice.

El párrafo final (vv. 11-13) corrobora y clarifica las afirmaciones precedentes. El cristiano está llamado a identificarse con Cristo en la entrega de la vida y en el servicio a los hermanos; esa entrega no termina en fracaso y en el sin sentido, sino que, a ejemplo de Cristo, termina en la resurrección, en la vida nueva.

El cristiano no puede negarse a hacer de su vida una donación de amor, si quiere identificarse con Cristo.

Considerad los siguientes datos:

El autor de la segunda Carta a Timoteo recuerda, aquí, algo que es central para la experiencia cristiana: la esencia del cristianismo es la identificación de cada uno de los creyentes con Cristo. Esto se traduce, concretamente, en entregar la propia vida en favor de los hermanos, si fuera necesario hasta la donación total. ¿Me identifico de esta manera con Cristo siendo capaz de seguirle por el camino del amor y de la entrega?

La opinión pública de nuestro tiempo está convencida de que una vida gastada en un servicio humilde y sencillo en favor de los hermanos es una vida fracasada; sin embargo el autor de la segunda Carta a Timoteo asegura que una vida de amor y de servicio es una vida plenamente realizada, pues al final del camino nos espera la resurrección, la vida plena (son los efectos de nuestra identificación con Cristo).

¿Qué es lo que, para mí, tiene más sentido?
¿En mi vida diaria domina el egoísmo y la autosuficiencia o el amor, el compartir, la entrega de la vida?

2Re 5, 14-17 (1ª Lectura – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario)

La primera lectura de este domingo nos sitúa en el reino del Norte (Israel), durante el reinado de Joram (853-842 antes de Cristo). Los reyes de Israel, preocupados por hacer de su país un estado moderno y por marcar su lugar en el ajedrez político del antiguo Medio Oriente, mantienen, por esta época, un intercambio muy vivo con los pueblos de la zona.

En términos religiosos, esa política se tradujo en una invasión de dioses, de cultos y de valores extranjeros, que amenazaban la integridad de la fe yahvista.

A pesar de que Joram había retirado “las estatuas que su padre había erigido a Baal” (2 Re 3,2), es una época en la que los dioses cananeos asumen un gran protagonismo y Baal sustituye a Yahvé en el corazón y en la vida de muchos israelitas.

En esta fase, el profeta se presenta como el gran defensor de la fe yahvista continuando, además, la obra de su predecesor Elías. Eliseo formaba parte de una comunidad de “hijos de los profetas” (2 Re 2,3;4,1). Se trata, probablemente, de un círculo profético cuyos miembros eran unos seguidores incondicionales de Yahvé y aquellos en quien el Pueblo buscaba apoyo, frente a los abusos de los poderosos.

En el capítulo 5 del segundo Libro de los Reyes, los autores deuteronomistas nos cuentan la historia del general sirio Naamán, considerado como uno de los héroes de Siria, que era leproso, informado por una sierva de que en Israel había un profeta que podía curarlo de su mal, fue al encuentro de Eliseo, cargado de presentes. Eliseo le mandó, únicamente, que se bañase siete veces en el río Jordán (cf. 2 Re 5,1-13).

La lectura que se nos propone describe la curación de Naamán y las reacciones de varios personajes implicados en ella; pero, más que ofrecer un reportaje del suceso, los autores deuteronomistas quisieron desarrollar algunas consideraciones de carácter teológico y catequético, que ayudasen a los israelitas (seducidos por el culto a Baal) a redescubrir los fundamentos de su fe.

En primer lugar, los catequistas de Israel quisieron dejar claro que Yahvé es el Señor de la vida, que tiene un proyecto de liberación para el hombre y que sólo él puede salvar a aquél que parece estar condenado a muerte. Dios se puede servir de hombres para actuar en el mundo, pero es de él, únicamente de él, de quien brotan la salvación y la vida; es necesario que los israelitas reconozcan esto, como el sirio Naamán lo reconoció.

En segundo lugar, los catequistas de Israel quisieron mostrar que la intervención salvadora de Yahvé no es una acción meramente circunstancial, que únicamente resuelve los problemas externos, sino que es una acción que actúa a nivel profundo y que transforma radicalmente la vida del hombre.

Naamán no quedó solamente curado de una enfermedad física, que ponía en peligro su vida, sino que la intervención de Dios se saldó con una transformación espiritual que hizo de Naamán el sirio un hombre nuevo y le llevó a dejar los ídolos para servir al verdadero y único dios. La expresión de esa mudanza radical es la afirmación de Naamán de que “no hay dios en toda la tierra más que el de Israel” (v. 17).

En tercer lugar, la historia deja claro que la oferta de salvación no es un don exclusivo, reservado a algunos privilegiados, o a una raza especial: Naamán el sirio es, claramente, un enemigo tradicional del Pueblo de Dios. Pero Dios no hace distinción de personas y ofrece a todos, sin excepción, su gracia. Lo que es decisivo es acoger el don de Dios y el dejarse transformar por él.

En cuarto lugar, la catequesis deuteronomista subraya la “gratitud” de Naamán. Liberado de los males que lo atormentaban, quiso agradecer su curación colmando a Eliseo de presentes; pero comprendió rápidamente (por la acción de Eliseo, que le ayudó a ver claro) que no era a un hombre a quien tenía que agradecer el don de la vida, sino a Dios. Y su gratitud se manifestó con su total adhesión a Yahvé. Los catequistas de Israel sugieren que esa es la respuesta que Dios espera del hombre.

En quinto lugar, préstese atención a la actitud de Eliseo que nunca manifestó ninguna voluntad de aprovecharse de la intervención de Dios en favor de Naamán en beneficio propio. Al no aceptar ningún presente de manos de Naamán, Eliseo deja claro que no es a él sino a Yahvé a quien el general sirio debe agradecer la curación. Es probable que haya aquí una denuncia irónica de la actitud de los líderes religiosos de la época, preocupados siempre por utilizar a Dios en beneficio propio.

La reflexión y el compartir pueden hacerse considerando los siguientes aspectos:

La lectura nos invita, antes de nada, a tomar conciencia de que es de Dios, de ese Dios que tiene un proyecto de salvación para el hombre, de donde recibimos la vida plena.
La constatación de ese hecho adquiere una importancia primordial, en una época en la que estamos invitados, diariamente, a poner nuestra esperanza y nuestra

seguridad en ídolos con pies de barro (para algunos, pueden ser el “poderoso medium” que garantiza la solución para el mal ojo, la envidia, los males de amor, el fracaso en los negocios, etc.; para la mayoría, son el dinero, el poder, la moda, la comodidad, el éxito, el chalet, o el coche…).
¿Quién es el Dios en quien yo pongo mi esperanza de vida plena, que dirige mi vida y que es mi esperanza de realización y de felicidad?

Conviene no olvidar que la propuesta de salvación que Dios hace está destinada a todos los hombres y mujeres, sin excepción.
Nuestro Dios no es el Dios de los “buenos”, de los que se portan bien, de los que tienen su nombre inscrito en el registro parroquial.

Nuestro Dios es el Dios que ofrece la vida a todos y que a todos ama como hijos; lo que es fundamental es el aceptar su oferta de salvación y el acoger su don. De aquí surgen dos cosas importantes: la primera es que no basta con estar bautizado (y después prescindir de él y vivir al margen de sus propuestas), la segunda es que no podemos marginar o excluir a nadie.

La historia de Naamán el Sirio presenta, además, la cuestión de la gratuidad.
Es preciso que nos demos cuenta de que todo es un don del amor de Dios y no una conquista nuestra o la recompensa por nuestros méritos o por nuestras buenas obras.
¿Soy consciente de que es de Dios de quien recibo todo y es a él a quien debo manifestar mi gratitud por su presencia, por sus dones, por su amor?

Aquellos que reciben de Dios carismas para ponerlos al servicio de los hermanos, ¿se sienten únicamente como instrumentos de Dios, o están preocupados en mostrar sus méritos y en concentrar en sí mismos la gratitud que brota de los corazones de aquellos a quienes sirven?

Comentario al evangelio – 7 de octubre

No eran buenas las intenciones de aquel Maestro de la Ley que se acercó a Jesús para plantearle su pregunta. Pero no por eso deja de ser una pregunta fundamental para hacernos, mejor: hacerle al Señor con cierta frecuencia en nuestra vida. Quizá hoy casi nadie la formularía como aquel jurista: «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Parece que hoy para muchos lo de la vida eterna no es una gran preocupación; bastante tienen con ocuparse del «cada día». Pero formulada quizás de otra manera… sí que sea una pregunta muy presente en el corazón de muchos, aún más cuando esta fuerte crisis está haciendo tambalear muchas de las seguridades que antes nos sostenían. Tal vez así: «¿cómo saber si mi vida merece la pena?», o bien «¿qué me hace falta para sentirme satisfecho con lo que estoy haciendo con mi vida?». 

Es muy probable que nuestra vida esté llena de ocupaciones, obligaciones, compromisos, actividades, personas… Tanto, que no pocas veces nos vemos desbordados, o acelerados, o… con la sensación de que no vivimos nosotros nuestra propia vida. Y sin tiempo para «sentirnos» por dentro, para hacernos preguntas importantes. Es a veces la propia vida la que nos obliga, con sus «descoloques»: perder el trabajo, la salud, un fracaso amoroso, la quiebra de la amistad, un traslado…

En todo caso, la pregunta es importante. Y más aún hacérnosla sinceramente delante del Señor (hacérsela a él): Seguramente seamos personas correctas, buenas gente, que llevemos un vida honrada, que vivamos con cierta exigencia nuestra fe… Pero el Señor, seguramente, espere de nosotros «un poco más». Ese poco más tiene que ver con la segunda pregunta del maestro de la Ley: ¿quién es mi prójimo? ¿qué tengo que hacer con mi prójimo?

Algunas claves, desde la parábola, que nos pueden ayudar: 

  • Alguien que se cruza en nuestro camino, y a quien no prestamos atención, porque andamos en nuestras cosas.
  • Alguien que nos puede complicar la vida: el tiempo, el bolsillo, la atención…
  • Alguien a quien muchos otros no hacen caso, que no nos resulta interesante, o incluso es molesto…

Claro que con estas claves (y otras que podríamos añadir) se pueden multiplicar los «prójimos» hasta el infinito. Pero el «prójimo» es «uno que está cerca». No es asunto de números. Es «uno». Pero sobre todo es una «actitud». Creo que uno de los signos de los tiempos hoy es el gran número de personas que andan «heridas» esperando que alguien «se haga cargo» de ellas, alguien que preste atención a sus heridas, que se interese por lo que les pasa.  En definitiva: actuar como Jesús. Pues anda, ve y haz tú lo mismo… para que tu vida merezca la pena… para ellos… y para Jesús.