Vísperas – Martes XXVII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

MARTES XXVII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Estoy, Señor, en la ribera sola
del infinito afán. Un niño grita
entre las olas, contra el viento yermo.

A través de la nada,
van mis caminos
hacia el dolor más alto,
pidiendo asilo.

La espuma me sostiene,
y el verde frío
de las olas me lleva,
pidiendo asilo.

Hacia el amor más alto
que hay en mí mismo,
la esperanza me arrastra,
pidiendo asilo.

Gloria al Padre, y al Hijo
y al Espíritu Santo. Amén.

SALMO 124: EL SEÑOR VELA POR SU PUEBLO

Ant. El Señor rodea a su pueblo.

Los que confían en el Señor son como el monte Sión:
no tiembla, está asentado para siempre.

Jerusalén está rodeada de montañas,
y el Señor rodea a su pueblo
ahora y por siempre.

No pesará el cetro de los malvados
sobre el lote de los justos,
no sea que los justos extiendan
su mano a la maldad.

Señor, concede bienes a los buenos,
a los sinceros de corazón;
y a los que se desvían por sendas tortuosas,
que los rechace el Señor con los malhechores.
¡Paz a Israel!

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor rodea a su pueblo.

SALMO 130: ABANDONO CONFIADO EN LOS BRAZOS DE DIOS

Ant. Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

LECTURA: Rm 12, 9-12

Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración.

RESPONSORIO BREVE

R/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

R/ Tu fidelidad de generación en generación.
V/ Más estable que el cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

PRECES

Invoquemos a Dios, que ha infundido la esperanza en nuestros corazones, y digámosle:

Tú eres la esperanza de tu pueblo, Señor.

Te damos gracias, Señor, porque en Cristo, tu hijo, hemos sido enriquecidos en todo:
— en el hablar y en el saber.

En tus manos, Señor, están el corazón y la mente de los que gobiernan;
— dales, pues, acierto en sus decisiones, para que te sean gratos en su pensar y obrar.

Tú que concedes a los artistas inspiraciones para plasmar la belleza que de ti procede,
— haz que con sus obras aumente el gozo y la esperanza de los hombres.

Tú que no permites que la prueba supere nuestras fuerzas,
— da fortaleza a los débiles, levanta a los caídos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por boca de tu Hijo, nos has prometido la resurrección en el último día,
— no te olvides para siempre de los que ya han sido despojados de su cuerpo mortal.

Unidos fraternalmente como hermanos de una misma familia, invoquemos al Padre común de todos:
Padre nuestro…

ORACION

Nuestra oración vespertina suba hasta ti, Padre de clemencia, y descienda sobre nosotros tu bendición; así, con tu ayuda, seremos salvados ahora y por siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 8 de octubre

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial 

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican; derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor.

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Lucas 10,38-42
Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Al fin, se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada.»

3) Reflexión

• El contexto. El viaje de Jesús emprendido en 9,51, está sembrado de encuentros singulares, entre ellos el de un doctor de la ley (10,25-37), que precede al encuentro con Marta y María (vv. 38-42). Ante todo, pues, el doctor de la Ley hace una pregunta a Jesús, lo cual propicia al lector ocasión para descubrir cómo se consigue la vida eterna, que es la intimidad con el Padre. A ella se llega participando en la misión de Jesús, el primer enviado que nos muestra la misericordia de Dios en su plenitud (v.37). En Jesús, el Padre se ha acercado a los hombres mostrando de manera tangible su paternidad. La expresión que Jesús dirige al doctor de la Ley y al lector, al final del encuentro, es crucial: “Vete y haz tú lo mismo” (v.37). Hacerse próximo, acercarse a los otros como ha hecho Jesús, nos hace instrumentos para mostrar de manera viva el amor misericordioso del Padre. Esta es la llave secreta para entrar en la vida eterna.
• La escucha de la Palabra. Después de este encuentro con un experto de la Ley mientras iba de camino, Jesús entra en un poblado y es acogido por sus viejos amigos Marta y María. Jesús no es sólo el primer enviado del Padre, sino también el que, por ser Él la Palabra única del Padre, reúne a los hombres, en nuestro caso los miembros de la familia de Betania. Si es verdad que hay muchos servicios que llevar a cabo, como la acogida y atención a las necesidades de los demás, es aún más cierto que lo que es insustituible es la escucha de la Palabra. Aquí, el relato de Lucas es al mismo tiempo un hecho real y algo ideal. Empieza con la acogida por parte de Marta (v.38), y después presenta a María en la actitud propia del discípulo, sentada a los pies de Jesús y atenta a escuchar su Palabra. Esta actitud de María resulta extraordinaria, porque en el judaísmo del tiempo de Jesús no estaba permitido a una mujer asistir a la escuela de un maestro. Hasta aquí vemos un cuadro armonioso: la acogida de Marta y la escucha de María. Pero la acogida de Marta se convertirá en breve en un súper activismo: la mujer está “tensa”, dividida por las múltiples ocupaciones; está tan ocupada que no consigue abastecer las múltiples ocupaciones domésticas. La gran cantidad de actividades, comprensible por tratarse de un huésped singular, sin embargo resulta desproporcionada, hasta el punto de impedirle vivir lo esencial justo en el momento en que Jesús se presenta en su casa. Su preocupación es legítima, pero pronto se convierte en ansia, un estado de ánimo no conveniente para acoger a un amigo.
• Relacionar el servicio y la escucha. Su servicio de acogida es muy positivo, pero resulta perjudicado por el estado ansioso con que lo realiza. El evangelista deja ver al lector que no hay contradicción entre la diaconía de la mesa y la de la Palabra, pero pretende presentar el servicio en relación con la escucha. Marta, al no haber relacionado la actitud espiritual del servicio con la de la escucha, se siente abandonada por su hermana y en vez de dialogar con María se queja al Maestro. Atrapada en su soledad, se enfada con Jesús que parece permanecer indiferente ante su problema (“¿No te importa…?”) y con la hermana (“que me ha dejado sola en el trabajo”). En su respuesta, Jesús no la reprocha ni la crítica, pero busca ayudar a Marta a recuperar lo que es esencial en aquel momento: escuchar al maestro. La invita a escoger la parte única y prioritaria que María ha escogido espontáneamente. El episodio nos alerta sobre un peligro siempre frecuente en la vida del cristiano: los afanes, el ansia y el activismo pueden apartar de la comunión con Cristo y con la comunidad. El peligro aparece de manera muy sutil, porque con frecuencia las preocupaciones materiales que se realizan con ansia las consideramos una forma de servicio. Lo que preocupa a Lucas es que en nuestras comunidades no se descuide la prioridad que hay que dar a la Palabra de Dios y a su escucha. Es necesario que, antes de servir a los otros, los familiares y la comunidad eclesial sean servidos por Cristo con su Palabra de gracia. Cuando estamos inmersos en las tareas cuotidianas, como Marta, olvidamos que el Señor quiere cuidar de nosotros. Por el contrario, es necesario poner en manos de Jesús y de Dios todas nuestras preocupaciones.

4) Para la reflexión personal

• ¿Sabes relacionar el servicio con la escucha de la Palabra de Jesús? ¿Te dejas llevar más bien por la ansiedad ante tus múltiples ocupaciones?
• ¿Has entendido que antes de servir debes aceptar ser servido por Cristo? ¿Eres consciente de que tu servicio sólo será divino si antes acoges a Cristo y a su palabra?

5) Oración final

Tú me escrutas, Yahvé, y me conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas. (Sal 139,1-3)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

8.- EL MENSAJE

Lc 1, 30-33

María no tuvo miedo de la presencia del ángel, pero se estremeció al oír sus palabras: ¡Alégrate, llena de gracia! ¡El Señor está contigo! Ella comprendió enseguida que se trataba de una acogida muy singular. Sabía que la expresión el Señor está contigo se reservaba en el Antiguo Testamento para aquellos a los que se confiaba una misión particular en orden al cumplimiento de las promesas redentoras de Dios. Y nunca se había dicho a ninguna criatura que estaba llena de gracia. Era Él mismo quien, por medio de Gabriel, saludaba a María.

Después, según contó a san Lucas y a los primeros cristianos que la conocieron, Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué significaría esta salutación. Algo muy grande la aguardaba[1].

María percibía bien que en su vida existía un gran misterio. Y ahora el ángel parecía querer darle la clave para comprenderlo: le dice que no tema, que ha hallado gracia a los ojos de Dios. Concebirá y dará a luz a un hijo que llevará el nombre de Jesús. Le anuncia con palabras muy claras que va a ser la madre del Mesías prometido: Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.

Estas palabras fueron como el relámpago que ilumina la noche en medio de una tormenta. Ahora vislumbraba lo que en tantos momentos había sospechado: una llamada que la movía en su corazón a vivir solo para los planes de Dios.

¡Ya sabía para qué estaba en el mundo! ¡Toda su vida adquiría sentido! Comenzaba a entender el profundo deseo de su corazón de ser virgen y, a la vez, de maternidad. Todo era ahora más simple y sencillo. El ángel la había llenado de paz y de consuelo: No temas, le había dicho. Le ayuda a superar ese temor inicial que, de ordinario, se presenta cuando Dios da las primeras luces de una vocación divina.

En el mensaje se hablaba de un Niño que debía ser concebido por Ella. Pero el camino para esa fecundidad era demasiado misterioso para María, pues aquel proyecto suyo de virginidad era lo mejor que Ella había puesto en las manos de Dios como prueba de la plenitud de su amor.

Por eso preguntó, conmovida: ¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón? Las palabras de la Virgen son profundas y misteriosas. Suponen toda una historia de trato personal con Dios, de luces y mociones del Espíritu Santo, que nosotros desconocemos. Incluían la aceptación de lo que el ángel anunciaba, pero pedían un poco más de luz. No veía cómo Ella podría concebir y ser madre si el Espíritu Santo la había movido a entregar a Dios su virginidad.

Y el ángel aclaró que el Espíritu Santo descendería sobre Ella, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, le dice. Por eso, este Niño se llamará Santo, Hijo de Dios.

Se podía entender con claridad que el ángel anunciaba, con abundantes señales, la llegada del Mesías. Le había dado muchos datos: el Hijo del Altísimo, el que ocuparía el trono de su padre David, el que reinaría eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin. ¿Qué otro podría ser?[2]

Te cubrirá con su sombra, dijo el ángel. La sombra en el Antiguo Testamento era símbolo de la presencia de Dios. Cuando Israel caminaba por el desierto, la gloria de Dios llenaba el Tabernáculo y una nube cubría el Arca de la Alianza. Le anuncia el ángel que Ella, concebida sin mancha de pecado, quedará constituida en nuevo Tabernáculo de Dios.

Todas estas referencias del ángel le eran familiares a María. Las había oído y meditado muchas veces[3]. Reconocería sin duda las palabras que el profeta Natán había dicho a David: Tu trono permanecerá eternamente. Y quizá le vinieron a su mente otros muchos pasajes[4].

La Virgen entendió que iba a ser ¡Madre de Dios! De Ella, que apenas había salido de Nazaret, se hablaba desde hacía siglos, y cada vez con más nitidez.


[1] María es la obra maestra de Dios. Por primera vez, el Padre encuentra la morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello la tradición de la Iglesia ha entendido frecuentemente los más bellos textos sobre la sabiduría con relación a María: María es cantada y representada en la Liturgia como el trono de la Sabiduría. En Ella comienzan a manifestarse las maravillas de Dios (cfr. Catecismo, n. 721).

[2] La descripción del Niño que había de venir era claramente mesiánica. Se anuncia su grandeza, su dignidad de Hijo del Altísimo y su condición de sucesor de David, su padre, como había sido revelado a partir del profeta Natán (2S 7, 9.16).

[3] La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la Primera Alianza (Hb 9, 15) lo hacen converger todo hacia Cristo; se anuncia esta venida por boca de los profetas. Incluso despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida (cfr. Catecismo, n. 522). La Virgen conocía bien todas estas señales indicadoras.

[4] …Al final llenará de gloria el camino del mar y la otra ribera del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba entre tinieblas vio una gran luz. Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz. Multiplicaste la alegría, has hecho grande el júbilo, y se gozan ante ti como se gozan los  que recogen la mies, como se alegran los que se reparten la presa. Rompiste el yugo que pesaba sobre ellos… Porque nos ha nacido un niño y se nos ha dado un hijo, que tiene sobre sus hombros la soberanía, que se llamará Maravilloso; Consejero, Dios fuerte, Padre de la eternidad, Príncipe de la paz. Su dominio alcanzará lejos y la paz no tendrá fin. Se sentará en el trono de David y reinará en su reino, a fin de afianzarlo y consolidarlo desde ahora hasta el fin de los siglos (Is 9, 1-6).

Comentario del 8 de octubre

Lucas nos recuerda que, en cierta ocasión, Jesús fue recibido en casa por una mujer llamada Marta. Marta asume el protagonismo de la recepción. De ella es la casa en la que Jesús es acogido. María es simplemente la hermana de Marta. Pero a partir de un determinado momento María empieza a adquirir más relieve en la escena.

De María se dice que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Así se la representa, en actitud de escucha, como ensimismada, pendiente de los labios de Jesús, disfrutando de su compañía y conversación, desinteresada de todo lo demás, sintonizando con los pensamientos y sentimientos del amigo y del Maestro. Este es su modo de acoger al huésped.

La actitud de Marta, la anfitriona, es otra. También recibe a Jesús y lo acoge en su casa, dispuesta a prestarle todos los servicios que merece tan ilustre huésped. Es ella la primera en recibirlo, pero no parece mostrar el mismo interés que su hermana por la palabra del Maestro y el Señor. Su centro de interés es el servicio: que todo esté en orden y bien dispuesto: la mesa, el banquete, la decoración. Y en ello se multiplica hasta no dar abasto, hasta sentirse desbordada por el trabajo. Es esa sensación la que le hace detenerse finalmente, reclamando el auxilio de su hermana, que permanece sentada, a los pies de Jesús, sin hacer otra cosa que escucharle y tal vez conversar con él.

Pero, en semejante reclamo, no se dirige a su hermana, sino al que cree está reteniendo a su hermana. De este modo el reproche se lo dirige al mismo Jesús que no parece reparar en semejante injusticia. Habla con respeto, pero seguramente que malhumorada: Señor –le dice-, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.

El trato es respetuoso. Le llama Señor. Pero no deja de exponerle una queja en tono de reproche, como culpándole de la situación. Si su hermana le ha dejado sola es por culpa de quien la entretiene en amena conversación. Así, parece que la única manera de remediar la injusticia sería decirle a la hermana indolente que Marta, la otra hermana, tiene razón, por tanto que acuda a echarle una mano como ella reclama. Pero no es ésta la respuesta de Jesús que, con la confianza que le da la condición de amigo y con la autoridad que le da la condición de Maestro y Señor, le dice a Marta: Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.

No es que Jesús desprecie los desvelos y atenciones con que quiere obsequiarle esta mujer que lo ha recibido (entendemos que con alegría) en su casa. Pero quiere hacerle ver lo que a él realmente interesa, cómo se siente mejor acogido, qué es lo realmente necesario. Ella está pendiente de demasiadas cosas y casi todas ellas superfluas o prescindibles, tantas que no da abasto, hasta generar en ella un estado de nerviosismo y de ansiedad que no le reporta ningún beneficio. No comprende que la cosa realmente necesaria en esos momentos, aquello para lo que él está allí, en su casa, es para ser acogido como lo que es, como Maestro y Señor, es para ser escuchado.

Porque el mejor modo de acogerle es conceder espacio a su palabra, comulgar con sus intereses, recibir las confidencias del amigo. Esta es la parte mejor (o buena, como dice el texto griego) de la recepción. Y María ha sabido verlo así. María ha sabido escoger, quizá sin pretenderlo, llevada simplemente por la espontaneidad del corazón que le inclinaba a situarse a los pies de Jesús y a absorber todo lo que procedía de él.

Se ha visto en la conducta de Marta y María (respecto de Jesús) la simbolización de dos actitudes: la activa y la contemplativa. Pero antes que eso habría que ver en ellas, ambas amigas del Maestro, dos modos diferentes de sintonizar con su persona y su enseñanza.

El de María, totalmente centrada y absorbida en el Señor; y el de Marta, absorbida por otras muchas cosas que la inquietan y la agitan y descentrada de lo que tendría que ser el centro de su interés, la palabra de Jesús, porque esto es lo realmente necesario en orden a la salvación. La elección de María es al menos la parte mejor.

La otra parte, la peor o la no tan buena, es la que acaba enredándose con esas cosas que distraen de lo necesario. Y no es que en la actitud de Marta no hubiera amor al Señor. Todos sus desvelos estaban orientados a agasajar al huésped (quizá también a quedar bien). Pero el Señor se sentía mejor acogido por la que se limitaba a prestarle atención como una buena amiga o confidente.

En ambas hermanas había amor, pero el amor de María estaba más centrado. María supo escoger, guiada tal vez por el instinto esponsal, la mejor parte y no se la quitarán. No se la quitaron las inquietudes de su hermana y otros afanes de este mundo. Pudo quitársela momentáneamente la muerte intempestiva, violenta y tumultuosa de su Señor; pero la recuperó al tercer día, al poder disfrutar de nuevo de la compañía resucitada de su humanidad gloriosa.

En este mundo, las preocupaciones y afanes de la vida pueden arrebatarnos, al menos parcialmente, esta parte mejor; pero siempre podremos reencontrarnos con ella y plenificada en la otra vida, cuando ya nada ni nadie pueda arrebatarnos la presencia amada de nuestro Maestro y Señor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

145. Contrariamente a lo que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar estas ganas de vivir. Es sano recordar lo que enseñaba un sabio del Antiguo Testamento: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […]. No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). El verdadero Dios, el que te ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia encontramos también este consejo dirigido a los jóvenes: «Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus años jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu pecho” (Qo 11,9-10). Porque es Dios quien «nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17).

Recursos – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

UN MATRIMONIO PRESENTA A SU HIJO/A PEQUEÑO/A

(Marido y mujer se levantan con su hijo/a pequeño/a y se acercan hasta el presbiterio para hacer la ofrenda. Intervienen los dos, uno después de otro. Concluidas sus intervenciones, permanecen con el niño (la niña) en el mismo presbiterio durante el resto de la celebración. Dicen:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN:

MARIDO: Señor, aquí nos tienes con este nuestro(a) hijo(a), regalo tuyo y fruto de nuestro amor. Te lo queremos ofrecer en respuesta a tu misericordia. Tuyo(a) es y traza sobre él (ella) el plan de salvación.

MUJER: Te queremos ofrecer también nuestros deseos de proseguir y mantener el amor que nos hizo engendrarle, mediante nuestros cuidados y la educación. Educación, que pensamos, no sólo en orden a darle la oportunidad de que llegue a ser adulto(a), sino también que logre ser una persona en plenitud.

LA PAREJA: Sin embargo, Señor, somos conscientes de las muchas dificultades que engendra esta tarea y, principalmente, aquellas que nos vienen de un ambiente y una sociedad interesada en personas débiles y fácilmente manipulables. Por eso, Señor, danos tu gracia para poderlo realizar.

O…

PRESENTACIÓN DE UN BEBÉ

(Uno de los padres de la comunidad se acerca hasta el lado del que preside la celebración con su bebé en brazos. Con anterioridad, debiera haber preparado el cochecito del niño (de la niña), para ponerle en él tras la ofrenda)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Mira, Señor, te ofrezco este retoño de nuestro amor. En él he experimentado lo que significa ser padre. En él veo lo que es el futuro y lo que es el misterio de la persona. A veces tengo la tentación de que se me parezca, que casi sea una fotocopia mía. Sin embargo, quiero respetar profundamente todo su misterio como persona y descubrir en él (ella) tu amor eterno. Ayúdanos, Dios Padre bueno, a ser signos vivos de tu amor en su vida, para que crezca como hijo(a) tuyo(a) y pueda conocerte y amarte. Te lo pedimos de corazón.

PRESENTACIÓN DEL CARTEL MISIONERO DEL “DOMUND”

(Conviene presentarlo el domingo anterior, como forma de sensibilización de la Comunidad-Parroquia. Puede hacer la ofrenda una persona joven de la comunidad. Lo debe situar en un lugar bien visible)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo este cartel misionero del DOMUND que anuncia la Jornada que celebra la Iglesia el próximo domingo. Con él, en mi nombre y en el de toda la comunidad, te quiero hacer presente nuestro deseo y compromiso evangelizador. Pero también queremos crear una “Cadena de solidaridad” con otros pueblos, con muchas menos posibilidades que nosotros. Por eso, desde hoy, toda esta semana y, especialmente, el domingo que viene, nos comprometemos y participaremos en la campaña del DOMUND. Acepta, Señor y Padre nuestro, nuestros gestos que hablan de fraternidad, de comunión y de solidaridad.

PREPARACIÓN DE LA MESA DEL ALTAR

(Con música de fondo, dos de las mujeres de la comunidad visten y adornan la mesa del altar. Hoy no debe faltar un bonito centro de flores. Sin embargo, se debe evitar todo barroquismo y profusión de cosas sobre el altar. Terminada la labor, una de las mujeres dice:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, hemos preparado y adornado la mesa del altar para la celebración de un banquete, porque Tú eres el Novio que estás en medio de nosotros y de nosotras. Así anticipamos las bodas del Reino. Queremos, sin embargo, que esto sea también el símbolo de la ofrenda de nuestras vidas.

PRESENTACIÓN DE ALGÚN ELEMENTO DEL APERITIVO

(Este signo supone que se va a realizar una pequeña fiesta de la comunidad después de la Eucaristía, como inicio del Curso Pastoral, o… Concretamente, podrían ser una bolsa de patatas fritas y un refresco, aunque esto sólo sea una sugerencia, que puede ser sustituido por cualquier otra cosa. La ofrenda la han de hacer dos personas, y una de ellas dice:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Te traemos, Señor, estas muestras de la fiesta que seguirá a este encuentro de fe de nuestra comunidad, reunida en torno a la mesa de tu Palabra y del Cuerpo de tu Hijo. Queremos con este gesto hacer crecer todavía más nuestro amor y fraternidad. Tú lo haces, cada domingo, con tu Palabra y la Comunión; pero nosotros y nosotras, por nuestra parte, queremos sumar a tu gracia nuestro empeño por construirnos cada vez más como una comunidad unida, sin fisuras ni barreras que nos separen y enfrenten.

PRESENTACIÓN DE LOS GRUPOS DEL CATECUMENADO DE ADULTOS

(Bien pudiera haber una representación numerosa de los distintos grupos de Catecumenado que hubiere en la Comunidad-Parroquia. También sería bueno preparar un HOJA IMPRESA con el proyecto que trabajan para poderlo ofrecer a todos los participantes en la celebración. En nombre de todos, una de las personas dice:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor y Padre nuestro: queremos, antes que nada, agradecerte de corazón por el regalo que nos has hecho en Jesús, tu Hijo amado y nuestro Hermano. Pero, también, queremos expresarte nuestro deseo de seguir profundizando en nuestra fe, para así poder comunicarla, vitalmente, a nuestra cultura y entorno. Al presentar hoy a la comunidad el proyecto de nuestros grupos del CATECUMENADO de ADULTOS, a Ti te ofrecemos nuestro compromiso de trabajarlo con buen ánimo y de ayudarnos mutuamente en esta labor, tan interesante como necesaria hoy en día. Acoge nuestra ofrenda, Padre.

Oración de los fieles – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

Padre elevamos a Ti estas oraciones desde la humildad de sentirnos enfermos y sabiendo que solo tu eres la solución y la salud para el hombre. Así repetimos:

R. – SEÑOR CURA NUESTRA ENFERMEDAD.

1.- Por la Iglesia: por sus sombras, por el polvo que se le ha pegado a lo largo de veinte siglos de caminar, para que el Espíritu no deje de renovarla y fortalecerla. OREMOS.

2.- Por los que se encuentran enfermos, sus familiares y amigos, para que el dador de la Vida, les conceda la salud y la vuelta al trabajo en el Reino de Dios. OREMOS

3.- Por los misioneros, que han sido llamados por Dios a llevar su Palabra a los demás, para que en las dificultades y debilidades el Señor los asista con su Gracia. OREMOS

4.- Por los padres de familia para que sean portadores de la Palabra de Dios a sus hijos y despierten en ellos la alegría de tener a Dios como Padre. OREMOS

5.- Por los médicos, enfermeras y demás personal sanitario para que su trabajo por los demás lleve el sello de Dios que da el ciento por uno. OREMOS

6.- Por los pueblos de misión para que descubran la Verdad y la Justicia que revela la Palabra de Dios. OREMOS

7.- Por la Paz y la concordia en todos los lugares de la tierra. Y por la paz y el amor entre nosotros, los que asistimos a esta Eucaristía. OREMOS

Señor atiende con generosidad las necesidades que tu pueblo te presenta confiado en el gran Amor que nos tienes.

Por Jesucristo Nuestro Señor,

Amén


Hermanos, oremos a Dios Padre, quien concede todo aquello que se pide con fe y humildad.

R.- ESCUCHANOS PADRE

1. – Por el Papa Francisco, por su ministerio y por su salud, para que Dios le apoye constantemente en ambas circunstancias

OREMOS

2. – Por las organizaciones internacionales y nacionales dedicadas al cuidado de la salud pública, para que incrementen sus esfuerzos en la mejoría del tratamiento de las enfermedades.

OREMOS

3. – Por los investigadores, los médicos y todo el personal sanitario, para que su esfuerzo lleve consuelo y paz al difícil mundo de las enfermedades y de los enfermos.

4. – Por todos los enfermos y enfermas del mundo para que jamás pierdan la esperanza de que la misericordia divina puede hacerles salir de su estado actual.

OREMOS

5. – Por la paz en el mundo y la concordia de todos los hombres y mujeres de la tierra.

OREMOS

6. – Oremos, también, intensamente para que Dios sane las mentes de los terroristas y otros inductores de la violencia y a nosotros nos dé generosidad para perdonar.

OREMOS

7. – Por nosotros, presentes en esta eucaristía, y por todos nuestros familiares, amigos y conocidos. Oremos también por aquellos que critican o se burlan de nuestra presencia aquí en el templo.

OREMOS

Acepta; Padre bueno, las súplicas que hoy te dirigimos.

Por Jesucristo, Nuestro Señor.

Amén.

Comentario al evangelio – 8 de octubre

Algo le pasa a Marta. Tiene tanto que hacer (¿ella sola, o entre las dos?). Son mil detalles para que todo esté bien, para recibir al huésped como debe ser. Pero algo le pasa, algo está mal. Mientras «hace cosas», se siente en tensión, absorbida, inquieta, nerviosa (todo eso significa el verbo que usa Lucas)… Se siente «sola» con la tarea, con sus obligaciones. 

Y «explota», lo paga con su hermana: un reproche. Ya podía echar una manita. A ver por qué tengo que hacerlo todo yo, si es cosa de las dos. Pero no se lo dice directamente a ella, de buenas maneras, sino que le pide a Jesús: Dile que me ayude. Está creando una situación aún más violenta. Incluso el nerviosismo interior la lleva a soltar un cierto reproche a su huésped: «¿es que no te importa»?… Ella estaba haciendo lo que le habían enseñado, lo que era normal cuando llegaba un visitante, estaba cumpliendo con su obligación… Pero los efectos de todo ese trajín no son nada buenos.

Importante mirar esos síntomas en uno mismo. A ver si andamos con «martitis aguda». En nuestras relaciones con el Maestro… y con los hermanos. En nuestras comunidades y grupos parroquiales el trabajo se multiplica, vamos siendo menos, más mayores, la gente anda muy ocupada… y algunos se sobrecargan  (quizá mientras otros andan bastante desocupados, o eso nos parece). Y nos liamos a hacer cosas, casi sin dar a basto, y lo primero que descuidamos es nuestra paz interior, tan volcados hacia fuera, que se nos vacía el corazón. Puede que todo nos salga y nos quede impecable… pero seguramente sin «calor». Nos lo han enseñado así: la fe madura y comprometida se mide por las actividades, responsabilidades, reuniones y grupos en los que andamos metidos… aunque nos quedemos sin tiempo para nosotros mismos (y para estar a los pies del Maestro frecuentemente). Por ejemplo: hay que preparar una celebración… pues a ver los cantos, las hojas, el altar, lo que hay que decir en la homilía, las moniciones, quién lee, los objetos litúrgicos, las ofrendas, los símbolos, los, las, el… Pero  ¿el «encuentro con el Señor» (que es de lo que se trata, ¿no?) para ver qué tiene que decirnos, para haberle escuchado antes, para dejarnos tocar por él…?  O al preparar la catequesis o reunión de la comunidad… ¿hay tiempo tranquilo para escuchar al Señor ANTES de hacer todas las demás cosas?  Podemos estar haciendo mil cosas «en el nombre del Señor»,o «por el Señor», o «al Servicio del Pueblo de Dios»… sin contar con Dios, sin escucharle antes.

Fuera del ámbito religioso, también nos ocurre algo similar. Preparamos cosas (una comida, un viaje, una fiesta, un regalo…), hacemos muchas cosas por los demás (que se lo pregunten a cualquier padre/madre de familia, o párroco o Superior, o Voluntario, o…)… pero quizá nos falte frecuentemente «escucharles» con calma, prestarles atención, dejarnos afectar por sus cosas…

Es fácil descubrir en uno mismo los síntomas de esta «martitis aguda». Menos mal que el remedio es relativamente sencillo: reposar a los pies del Señor, y escuchar su Palabra. Pararnos con alma junto al hermano/a, y escucharle. Sin duda es lo mejor que debemos hacer. «La mejor parte». Que no nos la quitemos nosotros mismos.