Vísperas – Miércoles XXVII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

MIÉRCOLES XXVII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ignorando mi vida,
golpeado por la luz de las estrellas,
como un ciego que extiende,
al caminar, las manos en la sombra,
todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón, sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida, como el árbol
en la savia que apoya, que le nutre
y le enflora y verdea.

Todo mi corazón, ascua de hombre,
inútil sin tu amor, sin ti vacío,
en la noche te busca;
le siento que te busca, como un ciego
que extiende, al caminar, las manos llenas
de anchura y de alegría.

Gloria al padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 125: DIOS, ALEGRÍA Y ESPERANZA NUESTRA

Ant. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. Que el Señor nos construya la casa y nos guarde la ciudad.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que el Señor nos construya la casa y nos guarde la ciudad.

CÁNTICO de COLOSENSES: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CRIATURA

Ant. Él es el primogénito de toda criatura, es el primero en todo.

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él es el primogénito de toda criatura, es el primero en todo.

LECTURA: Ef 3, 20-21

A Dios, que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros, a él la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Sálvame, Señor, y ten misericordia de mí.
V/ Sálvame, Señor, y ten misericordia de mí.

R/ No arrebates mi alma con los pecadores.
V/ Y ten misericordia de mí.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sálvame, Señor, y ten misericordia de mí.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

PRECES

Invoquemos a Dios, que envió a su Hijo como salvador y modelo supremo de su pueblo, diciendo:

Que tu pueblo te alabe, Señor.

Te damos gracias, Señor, porque nos has escogido como primicias para la salvación;
— haz que sepamos corresponder, y así hagamos nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Haz que todos los que confiesan tu santo nombre sean concordes en la verdad
— y vivan unidos por la caridad.

Creador del universo, cuyo Hijo, al venir a este mundo, quiso trabajar con sus propias manos,
— acuérdate de los trabajadores, que ganan el pan con el sudor de su frente.

Acuérdate, también, de todos los que viven entregados al servicio de los demás:
— que no se dejen vencer por el desánimo ante la incomprensión de los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten piedad de nuestros hermanos difuntos
— y líbranos del poder del Maligno.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Llegue a tus oídos, Señor, la voz suplicante de tu Iglesia, a fin de que, conseguido el perdón de nuestros pecados, con tu ayuda podamos dedicarnos a tu servicio y con tu protección vivamos confiados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 9 de octubre

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican; derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 11,1-4
Estaba él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» Él les dijo: «Cuando oréis, decid:
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano,
y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.»

3) Reflexión

● En el evangelio de ayer, vimos a María a los pies de Jesús, escuchando su palabra. Quien escucha la palabra de Dios deberá dar una respuesta en la oración. Así, el evangelio de hoy, da continuidad al evangelio de ayer, presentando el pasaje evangélico en que Jesús, por su manera de rezar, despierta en los discípulos la voluntad de rezar, de aprender de él a rezar.
● Lucas 11,1: Jesús, ejemplo de oración. “Estaba él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.” La petición del discípulo es algo extraña, pues en aquel tiempo, la gente aprendía a rezar desde pequeños. Todos e todas rezaban tres veces al día, de mañana, a medio día y por la tarde. Rezaban muchos salmos. Tenían sus prácticas piadosas, tenían los salmos, tenían las reuniones semanales en la sinagoga y los encuentros diarios en casa. Pero parece que no bastaba. El discípulo quería más: “¡Enséñanos a rezar!” En la actitud de Jesús él descubrió que podría dar un paso más y que, por ello, necesitaba una iniciación. El deseo de rezar está en todos, pero la manera de rezar pide una ayuda. La manera de rezar va cambiando a lo largo de los años de la vida y ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Se enseña a rezar por medio de las palabras y del testimonio.
● Lucas 11,2-4: La oración del Padre Nuestro. “Jesús respondió: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.” En el evangelio de Mateo, de forma muy didáctica, Jesús resume toda su enseñanza en siete peticiones dirigidas al Padre. Aquí en el evangelio de Lucas las peticiones son cinco. En estas cinco peticiones, Jesús retoma las grandes promesas del Antiguo Testamento y pide que el Padre nos ayude a realizarlas. Las primeras tres (o dos) dicen algo respecto de nuestra relación con Dios. Las otras cuatros (o tres) dicen algo respecto de la relación entre nosotros…
Mt – Lc: Introducción: Padre Nuestro ¡que estás en el cielo!
Mt – Lc: 1º petición: Santificación del Nombre
Mt – Lc: 2º petición: Llegada del Reino
Mt: 3º petición: Realización de la Voluntad
Mt – Lc: 4º petición: Pan de cada día
Mt – Lc: 5º petición: Perdón de las deudas
Mt – Lc: 6º petición: No caer en las Tentaciones
Mt: 7º petición: Liberación del Maligno
● Padre (Nuestro): El título expresa la nueva relación con Dios (Padre). Es el fundamento de la fraternidad.
a) Santificar el Nombre: El nombre es JAHVÉ. Significa ¡Estoy contigo! Dios con nosotros. En este NOMBRE Dios se da a conocer (Ex 3,11-15). El Nombre de Dios es santificado cuando es usado con fe no como magia; cuando es usado según su verdadero objetivo, es decir, no para la opresión, sino para la liberación de la gente y la construcción del Reino.
b) Llegada del Reino: El único dueño y rey de la vida humana es Dios (Is 45,21; 46,9). La venida del Reino es la realización de todas las esperanzas y promesas. Es la vida plena, la superación de las frustraciones sufridas con los reyes y los gobiernos humanos. Este Reino acontecerá, cuando la voluntad de Dios se realice plenamente.
c) Pan de cada día: En el éxodo, cada día, la gente recibía el maná en el desierto (Ex 16,35). La Providencia Divina pasaba por la organización fraterna, por el compartir. Jesús nos invita a realizar un nuevo éxodo, una nueva manera de convivencia fraterna que garantice el pan para todos (Mt 6,34-44; Jn 6,48-51).
d) Perdón de las deudas: Cada 50 años, el Año Jubilar obligaba a todos al perdón de la deuda. Era un nuevo comienzo (Lev 25,8-55). Jesús anuncia un nuevo Año Jubilar, «un año de gracia de parte del Señor» (Lc 4,19). El Evangelio quiere empezar todo de nuevo. Hoy, la deuda externa ¡no es perdonada! Lucas cambia “deudas” por “pecados”.
e) No caer en la Tentación: en el éxodo, la gente fue tentada y cayó (Dt 9,6-12). Murmuró y quiso volverse atrás (Ex 16,3; 17,3). En el nuevo éxodo, la tentación será superada por la fuerza que el pueblo recibe de Dios (1Cor 10,12-13).
● El testimonio de la oración de Jesús en el Evangelio de Lucas:
– A los doce años de edad, va al Templo, a la Casa del Padre (Lc 2,46-50).
– En la hora de ser bautizado y de asumir la misión, reza (Lc 3,21).
– En la hora de iniciar la misión, pasa cuarenta días en el desierto (Lc 4,1-2).
– En la hora de la tentación, se enfrenta al diablo con textos de la Escritura (Lc 4,3-12).
– Jesús tiene la costumbre de participar en las celebraciones en las sinagogas los sábados (Lc 4,16)
– Busca la soledad del desierto para rezar ( Lc 5,16; 9,18).
– La víspera de escoger a los doce Apóstoles, pasa la noche en oración (Lc 6,12).
– Reza antes de comer (Lc 9,16; 24,30).
– Al ponerse ante la realidad y a la hora de hablar de su pasión, reza (Lc 9,18).
– En la crisis, sube al Monte para rezar y es trasfigurado cuando reza (Lc 9,28).
– Ante la revelación del Evangelio a los pequeños, dice: “¡Padre yo te doy gracias!” (Lc 10,21)
– Rezando, despierta en los apóstoles la voluntad de rezar (Lc 11,1).
– Reza por Pedro para que no desfallezca en la fe (Lc 22,32).
– Celebra la Cena Pascual con sus discípulos (Lc 22,7-14).
– En el Huerto de los Olivos, reza, aun cuando transpira sangre (Lc 22,41-42).
– En la angustia de la agonía pide a los amigos que recen con él (Lc 22,40.46).
– En la hora de ser clavado en la cruz, pide perdón por los malhechores (Lc 23,34).
– En la hora de la muerte, dice: «¡Entre tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23,46; Sal 31,6)
– Jesús muere soltando el grito del pobre (Lc 23,46).

4) Para la reflexión personal

● ¿Rezo? ¿Cómo rezo? ¿Qué significa la oración para mí?
● Padre Nuestro: paso en revista las cinco peticiones y verifico cómo las vivo en mi vida.

5) Oración final

¡Alabad a Yahvé, todas las naciones,
ensalzadlo, pueblos todos!
Pues sólido es su amor hacia nosotros,
la lealtad de Yahvé dura para siempre. (Sal 117,1-2)

Lectura continuada del Evangelio de Marcos

Marcos 10, 49-52

 

<

p style=»text-align:justify;»>49Y, deteniéndose, Jesús dijo: “Llamadle”.


<

p style=»text-align:justify;»>Y llaman al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, te llama”.


50Pero, arrojando su manto y poniéndose en pie de un salto, fue hacia Jesús.

51Y, respondiéndole, Jesús dijo: “¿Qué quieres que te haga?”.

<

p style=»text-align:justify;»>Pero el ciego le dijo: “Rabuní, que vea”.
52Y Jesús le dijo: “¡Vete!, tu fe te ha salvado”.

Y, de inmediato, vio y le seguía por el camino».

<

p style=»text-align:justify;»>10,49-52: El ciego de nuestra historia «ve» con una visión extrañamente penetrante y la agudeza de su perspicacia («Hijo de David»), junto con la urgencia de su petición («Apiádate de mí»), inducen a Jesús a pararse y mandar que se lo acerquen (10,49a). Así pues, Jesús mismo invalida la resistencia de sus partidarios para atender a las necesidades de la persona que lo ha abordado. Transforma así el reproche de la multitud en apoyo: la muchedumbre deja de intentar que Bartimeo guarde silencio y lo anima diciéndole que Jesús lo llama (10,49b). Este cambio repentino de corazón es un toque realista; el amor, como el odio, puede ser contagioso, y el interés mostrado hacia un mendigo por parte de un personaje con autoridad puede convertir rápidamente la hostilidad popular en benevolencia. Pero hay también en juego una cuestión más profunda: si anteriormente en el evangelio un discípulo cercano a Jesús se hace de repente portavoz de Satanás (8,32-33), y si más tarde una 
comprensiva muchedumbre de Jerusalén (11,1-10) se transmuta bruscamente en hostil (15,11-15), nuestro pasaje muestra que lo contrario puede ocurrir también.
En respuesta a la llamada de Jesús mediada por la muchedumbre, Bartimeo brinca, tira su ropa y llega hasta Jesús (10,50). Este, a su vez, responde preguntando a Bartimeo qué quiere que haga por él. La respuesta debería ser obvia: ¡curar sus ojos!, pero la demanda de curación es una parte usual en las historias de milagro antiguas. Hay, además, un matiz teológico en la pregunta de Jesús: muestra que él está siempre deseoso de recibir las peticiones de un desesperado. Por cierto, el Maestro acaba de rechazar la petición de Santiago y Juan, que él mismo había suscitado con la pregunta, «¿Qué queréis que haga por vosotros?» (10,36). Santiago y Juan solicitaban plazas selectas en el reino de Dios, mientras que Bartimeo pedía simplemente ver, petición que Jesús está impaciente por realizar.

Bartimeo pide con mayor precisión ver de nuevo y este detalle puede suponer un rayo de esperanza para los miembros de los Doce, incluidos Santiago y Juan. Porque los Doce son personas que han visto, a quienes se ha dado a conocer el misterio del reino de Dios (4,11), que han percibido la majestad y autoridad de Jesús y, por ello, han decidido seguirlo en el camino (cf. 1,16-20; 3,13-19; 6,7-13). Aunque parezca que se han hundido hace muy poco en la ceguera mental, eso no significa necesariamente que la incomprensión habrá de ser su condición definitiva.

En respuesta a la demanda de Bartimeo de ver de nuevo, Jesús exclama: «¡Vete! Tu fe te ha salvado» (10,52a), y la maravilla se deja ver de forma inmediata: la vista de Bartimeo queda restaurada y él decide seguir a Jesús «en el camino» (10,52b). La conclusión de la historia permite superar el género de historia de milagro; sin disminuir el elemento sobrenatural, el hincapié en el seguimiento introduce una semejanza con los relatos de llamada en 1,16-20; 2,13-14; y 3,13-19. Ciertamente, Jesús no dice «Sígueme», sino «Vete». Pero el lector cuidadoso del evangelio ya ha aprendido que, en no pocas ocasiones, las palabras de Jesús pueden implicar más de lo que en sí mismas parecen significar a primera vista, o incluso lo contrario (cf. 7,24-30). Como algunos rabinos posteriores, Jesús aparta con la mano izquierda, pero impulsa con la derecha, que es más fuerte. Bartimeo, al sentir esta dimensión oculta en las palabras de despedida de Jesús, ejerce la libertad que Jesús le ha dado («Vete») para escoger la vida del discipulado que, gracias a su visión restaurada, percibe como la consecuencia lógica de la fe que salva, que lo ha liberado de la oscuridad.

La función paradigmática de Bartimeo como símbolo del nuevo discípulo de Jesús está de acuerdo con la observación de que ciertos rasgos del relato evocan el bautismo cristiano primitivo. Muchas fuentes antiguas describen el bautismo como una «iluminación», y otros rasgos del relato de Bartimeo evocan el bautismo: el desnudarse en 10,50, la orden de levantarse (cf. Rom 6,4), la fórmula «Tu fe te ha salvado» y el vocabulario del «camino» (cf. Hch 9,17-18; 18,25; el primer pasaje une el bautismo de Pablo con la restauración de su vista).

Comentario del 9 de octubre

Ya comentamos en su momento el pasaje paralelo del evangelio de Mateo. El de Lucas es mucho más escueto y pobre en detalles explicativos. Quizá esté más próximo al arameo de origen. Jesús solía retirarse a orar con cierta frecuencia, al menos en esta etapa de su actividad misionera. Y sus discípulos, sus acompañantes más asiduos están al tanto de este hábito oracional. En una de esas ocasiones –nos dice el evangelista- estaba Jesús orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».

A esta petición Jesús responde de inmediato proponiéndoles un modelo de oración: Cuando oréis –les dice- decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano (πιούσιον), perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo (παντι φειλοντι), y no nos dejes caer en la tentación». He aquí el Padre nuestro en la versión de san Lucas.

Resulta una evidencia que estamos ante una oración de carácter filial en la que Jesús, el Hijo por excelencia, deja su impronta personal, pues a ella traslada sus centros de interés: el Reino, el perdón de los pecados, la tentación.

¿Quién más plenamente que él puede decir: Abba, Padre? ¿Quién mejor que él puede desear que el nombre del Padre sea reconocido en toda su santidad por todos? ¿Quién puede anhelar más que él que venga su Reino, crezca, se implante y alcance su plena realización? ¿Qué persona puede haber más indicada para pedir el pan nuestro de cada día que el que sació el hambre de toda una multitud multiplicando unos cuantos panes y que se ofrece a sí mismo como pan para la vida del mundo? ¿Quién mejor que el que vino como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que perdonó pecados puede decir en nombre de todos los pecadores: perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, instándonos de este modo a perdonar a nuestros deudores u ofensores? ¿Y quién mejor que el que sufrió y venció tentaciones podrá expresar en nombre de todos sus seguidores este deseo: no nos dejes caer en la tentación?

Luego la fórmula oracional que él ofrece como un modelo a seguir no deja de ser el fruto de una experiencia personal de relación con su Padre. Jesús quiere estar en el corazón de todos los creyentes que experimentan la necesidad de elevar su plegaria al Dios de cielos y tierra. Se trata de ese Padre que no va a dar una piedra al hijo que le pide pan, ni una serpiente al que le pide pescado: el Padre bueno que sabe dar cosas buenas a los que le piden. Y nada hay más bueno que el Reino deseable y deseado o que el perdón que da acceso a ese Reino; y nada hay más necesario para mantenerse en esta vida de lucha contra las tentaciones que el pan cotidiano que la sostiene tanto en su dimensión corporal como espiritual. Tampoco hay nada más conveniente para seguir avanzando por el camino del Reino que la superación de esos obstáculos que son las inevitables tentaciones que nos salen al paso en nuestro recorrido existencial.

Pedir al Padre todo esto es pedir su auxilio para la vida presente y la futura; pero en ningún caso es pedir que nos supla en aquello que nos incumbe hacer a nosotros: trabajar, luchar, esforzarse, orar, querer, perdonar, pedir perdón, poner todas nuestras energías, inteligencia y voluntad, al servicio del bien y de la verdad.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

146. ¿Cómo podrá ser agradecido con Dios alguien que no es capaz de disfrutar de sus pequeños regalos de cada día, alguien que no sabe detenerse ante las cosas simples y agradables que encuentra a cada paso? Porque «nadie es peor del que se tortura a sí mismo» (Si 14,6). No se trata de ser un insaciable que siempre está obsesionado por más y más placeres. Al contrario, porque eso te impedirá vivir el presente. La cuestión es saber abrir los ojos y detenerte para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño don de la vida.

Comentario Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

Oración preparatoria

Señor Jesús, como el leproso que volvió a Tí, te pido ver, experimentar Tu vida y Tu Reino, volver a Ti, fiarme de Tu Palabra tanto como estos diez leprosos para que agradecido, vaya a la vida ofreciendo a los demás lo mismo que Tú me has dado. AMEN.

 

Lc 17, 11-19

«11Y sucedió que, en el ir hacia Jerusalén, él pasaba a través de Samaria y Galilea.

12Y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13y ellos levantaron la voz diciendo: “¡Jesús, jefe, ten misericordia de nosotros!”.

14Y, al verlo, les dijo: “Yendo, presentaos a los sacerdotes”. Y sucedió que, al irse, ellos fueron purificados.

15Pero uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios con alta voz, 16y cayó rostro en tierra a los pies de él, dándole gracias; y ese era un samaritano.

17Pero, respondiendo, Jesús dijo: “¿No fueron purificados los diez? Pero los nueve, ¿dónde están? 18¿No se encontraron volviendo a dar gloria a Dios sino este extranjero?”.

19Y le dijo: “Levantándote, vete; tu fe te ha salvado”».

¡PALABRA DEL SEÑOR!

 

CONTEXTO

Este evangelio es continuación del que leíamos el domingo anterior. Con él, comienza la tercera etapa del camino hacia Jerusalén, hacia la meta, hacia el destino, donde continuará la formación de los discípulos y en cuyo corazón se encuentra el tercer anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús (cf. Lc 18, 31-34). En el evangelio de hoy, Lucas relata la curación de diez leprosos y el agradecimiento de uno solo, y además samaritano. La gratitud y los samaritanos son temas típicos de Lucas. Aquí van unidos los dos: a oídos de un judeocristiano, podría resultar escandaloso, porque en la tradición judía los samaritanos son considerados un pueblo necio e infiel; a oídos de los cristianos provenientes del paganismo, -para los que escribe Lucas-, esa asociación no podía provocar sino esperanza. No hay que cumplir determinadas condiciones étnicas o legalistas para estar cerca de Dios, basta un corazón agradecido.

 

TEXTO

El evangelio puede estructurarse en una breve introducción para marcar la tercera etapa hacia Jerusalén (v. 11) y dos partes principales con tres momentos cada una.

A) La primera parte (vv. 11-14) narra el encuentro de diez leprosos con Jesús y el ruego que le piden (vv. 12-13); la respuesta de Jesús (v. 14a); la purificación de los leprosos (v. 14b).

B) La segunda parte (vv. 15-19) cuenta la reacción agradecida de uno de los leprosos, que era samaritano (vv. 15-16); la respuesta sorprendida de Jesús ante dicha reacción (vv. 17-18); las palabras de Jesús al samaritano (v. 19).

El texto pone en evidencia una sorpresa: la adhesión a Jesús, cerca ya de su meta, la protagoniza un personaje que la religión oficial tenía por “maldito”, rompiendo así la “lógica” del momento.

ELEMENTOS A DESTACAR

• La comunidad cristiana guarda bien en su memoria el trato de Jesús con los leprosos (relatos de curación en los tres sinópticos y otros ecos textuales en Mt 11,5 y Lc 7,22), un hecho inaudito entonces. Basta leer Levítico 13-14 para comprobar la difícil situación social y religiosa de quien padecía esa enfermedad (Lev 13,45-46). Pero para Jesús lo más importante no es lo prescrito por la Ley, sino la persona humana, y una vida digna y plena para todos. La raíz de su actuación no es el cumplimiento de la norma sino la misericordia solidaria. Y cuando entran en conflicto, Jesús lo tiene claro. ¿Nosotros también?

• La primera respuesta de Jesús exigía mucha fe por parte de los leprosos, porque tenían que ir donde el sacerdote como si ya estuvieran curados. Ellos creen, obedecen y van. Solo después de su decisión ocurre la purificación. Muchas veces pedimos el milagro como condición previa para comprometernos más en nuestra vida cristiana, pero no, es la obediencia “ciega” a las palabras y proyecto de Jesús lo que debe anteceder al “milagro”.

• Es importante la reacción del samaritano como enseñanza para nosotros: primero “ve” (= experimenta) que está limpio, luego “vuelve” a Jesús (= la experiencia supone un cambio de dirección en su vida) glorificando a Dios y dando gracias a Jesús, con un gesto de adoración, de sumisión a la persona del “Jefe” ( = Maestro). Repasemos nuestra actitud creyente: todo debe partir de la experiencia gratuita y salvífica de Dios, que moviliza la alabanza y desemboca en la celebración de acción de gracias (eucaristía).

• Jesús se extraña de que sea precisamente un “extranjero” el que vuelva. Un “samaritano” (con lo que eso significaba entonces en el mundo judío) da una lección a los “judíos”. En este punto la sorpresa del evangelio recoge lo que a veces también entre nosotros es sorprendente: que la lucha por la justicia, el combate del mal, la opción por una vida digna y plena de las personas, el compromiso contra el racismo, contra la violencia de género, contra el paro, contra todo lo que hace mal a las personas y la sociedad, no son asumidas con el entusiasmo debido por quienes nos decimos seguidores de Jesús, y son personas alejadas de la fe las que nos dan ejemplo de una vida más militante.

• La frase final de Jesús, que se repite en otros episodios (cf. Lc 7,50; 8,49; 18,42), pone en énfasis el valor de la fe. ¿Se trata de la fe en Jesús o la fe en uno mismo? Parece que se nos quiere enseñar esto: el samaritano se acerca a Jesús porque ha tomado una decisión firme seguro de sí mismo. Adherirse a la persona de Jesús y a su proyecto necesita una decisión personal firme. Cuando se da, entonces la vida recomienza y se recrea (“levántate”, “te ha salvado”). ¿Vivimos esa decisión y esa firmeza en nuestro seguimiento?

 

Paso 1 Lectio: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que llaman la atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta. Toma nota de todo lo que adviertas.

Paso 2 Meditatio: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que sientes. ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

Paso 3 Oratio: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…

Paso 4 Actio: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer efectiva esa enseñanza?

Para la catequesis: Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario
13 de octubre2019

2 Reyes 5, 14-17; Salmo 97; 2 Timoteo 2, 8-13; Lucas 17, 11-19

El Leproso Agradecido

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: «¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?» Después le dijo al samaritano: «Levántate y vete. Tu fe te ha salvado».

Reflexión

¿Qué es la lepra? (Una enfermedad contagiosa que ataca la piel y las extremidades.) ¿Cómo vivían los leprosos? (Aislados para no contagiar a nadie.) Jesús los manda a presentarse a los sacerdotes. Ellos saben qué ni los sacerdotes quieren acercarse a ellos, pero con fe, van y en el camino se curan. Pero solo el Samaritano, vuelve para darle las gracias a Jesús por tan grande regalo. ¿Qué es un Samaritano? (una persona de otra religión, enemigos de los judíos) ¿Por qué es importante que él volviό? (los de la misma religión de Jesús, no volvieron. A veces los Católicos, nos olvidamos de los grandes regalos que Jesús nos ha dado, su Amor, su Misericordia, la Eucaristía, los Sacramentos y no se lo agradecemos diariamente.) Igual que la lepra, el pecado nos aísla de Dios. Pero el perdón que Jesús nos concedió en la cruz, restaura nuestra unión con Dios y su familia. Jesús le dice al Samaritano que su fe lo salvό. ¿Por qué? (Él volvió alabando a Dios; sabía que Dios lo había sanado y vino a darle las gracias.) Dando gracias a Dios demuestra que sabemos que nos ayuda y lo necesitamos. Esto nos lleva a la vida eterna. En misa decimos que darle gracias, “es justo y necesario, es nuestro deber y salvaciόn”.

Actividad

En la siguiente página, colorear globos y cortar alrededor. Pegar cintas detrás, para que cuelguen abajo.

Oración

Dios, te doy gracias por el gran Amor que tienes por mí; por morir en la cruz para estar conmigo en la eternidad; por el regalo de la fe, que me da paz y gozo en mi corazón. Dame humildad para siempre saber que todo lo que tengo y soy es regalo del Cielo y para siempre darte gracias en todo. Amen.

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Cuando era un niño y le preguntaba por algo a mi mamá, ella frecuentemente me recordaba decir «por favor» preguntándome: «¿Cuál es la palabra mágica? Entonces, después que ella me daba lo que le estaba pidiendo, me recordaba que tenía que decir «gracias», diciendo:»¿Qué se dice ahora?» Yo sabía que decir, pero a veces se me olvidaba. Todos sabemos que decir, pero desgraciadamente, se nos olvida a veces.

La historia bíblica de hoy trata sobre diez leprosos. Un leproso es una persona que tiene una enfermedad llamada lepra. Esta enfermedad causa llagas en todo el cuerpo. La lepra era muy común en el tiempo de Jesús y se creía que las personas que tenían esta enfermedad eran inmundas. Se requería que estuvieran alejados de otras personas porque eran un peligro para la comunidad ya que su enfermedad era contagiosa.

Un día, Jesús estaba caminando por una villa pequeña cuando vió un grupo de diez leprosos. Ellos e mantuvieron lejos de Jesús y le decían: «Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros.» Obviamente, ellos sabían quién era Jesús y que él tenía el poder para sanarlos y le preguntaron muy amablemente. Cuando Jesús los oyó, le dijo a los leprosos: «Vayan y preséntense ante el sacerdote.»

Mientras los leprosos iban de camino, se miraron la piel y las llagas habían desaparecido. Jesús había curado su enfermedad. Estaban tan contentos que corrieron por las calles cantando y bailando. De momento, uno de ellos se detuvo y regresó a donde Jesús. Alabando a Dios con una gran voz, se tiró sobre los pies de Jesús y dijo: «Gracias». Jesús le dijo, «¿Acaso no quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?» Solo uno de ellos se acordó de decir «Gracias.»

¡Dios hace tanto por nosotros! Cada día provee todo lo que necesitamos: comida, ropa y un lugar para vivir. ¿Se nos olvida decir «Gracias»? Detengámonos ahora y démosle las gracias. Pidámosle a Dios que nos ayude a recordar el darle gracias a Él todos los días.

Comentario al evangelio – 9 de octubre

La lectura de este Evangelio me ha hecho pensar en el esfuerzo continuado, y a menudo infructuoso de tantos como trabajamos en el mundo de la pastoral (jóvenes o no jóvenes) por invitar a que la oración sea una constante en la vida cotidiana, con todo tipo de «argumentos». Parece que no es tan difícil «convencer»para que asuman compromisos de todo tipo en la vida cristiana comunitaria, o en actividades catequéticas o de voluntariado. Pero lo de orar… E incluso la propia experiencia personal: tengo que reconocer que «fácilmente» dejamos el tiempo de encuentro con Dios Padre… por mil razones («justificadas», o no).

Recordaba esta «curiosa» oración de Louis Evely:

Señor: me aburro soberanamente en la oración.

Te aseguro que no voy a estar contigo mucho tiempo; si tú no me echas una mano y me detienes, me marcharé dentro de dos minutos; Ya estoy aburrido y se me han ocurrido un montón de cosas que hacer. Haz que me quede, retenme un poco más, enséñame a orar. 

Jesús ha estado orando en un lugar recogido, pero «a la vista» de sus discípulos. Y les han entrado «ganas» de que Jesús les enseñe a orar. Es curioso. No parece que Jesús tomara la iniciativa de enseñarles, como hacían casi todos los profetas y maestros espirituales («como Juan enseñó a sus discípulos»).  Ni nos consta que hiciera cosas especiales o llamativas en sus momentos de oración. Pero algo llama la atención de los suyos, que le piden que «comparta su oración», que les enseñe «su» oración.

Por una parte es el propio testimonio orante. Seguramente que pocas veces nos «ven» orar las personas con las que compartimos la fe y la catequesis. Tal vez nos puedan haber visto «rezar» la Liturgia de las Horas, o  participar en distintas celebraciones «litúrgicas» como la Eucaristía y otras… Pero parece no ser suficiente. Han cambiado los tiempos y las costumbres: en tiempos de Jesús a la gente les gustaba que «les vieran» orar por calles, plazas, sinagogas y Templo. Ya no es así. En todo caso, lo que no es tan habitual es que «compartamos» nuestra experiencia personal, íntima, «libre» de diálogo con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Tengo que reconocer que buena parte de mi experiencia orante no me ha venido tanto de «lecturas» (que también), cuanto por la oración compartida de compañeros y formadores.

Por otra parte: los apóstoles comprueban que Jesús tiene continuamente presente al Padre, que es su «centro» y continua referencia. Que habla de él y actúa en su nombre (como él y de su parte), y que la palabra más significativa para él es que se siente «hijo amado» del Abbá. Deducen que su oración no será tanto a base de «rezos» (aunque es claro que los Salmos y el resto de la Escritura forman parte de su oración), cuanto una «relación» que se fortalece en esos momentos. Jesús NECESITA escuchar al Padre y leer la presencia del Padre (sus huellas, su trabajo continuo como Creador y Salvador en favor de los hombres)  en las cosas de su vida cotidiana (el Reino que ya está presente en medio de nosotros), ser consciente de sus tentaciones, encontrar en él la fuerza en los momentos de desconcierto y desánimo, empaparse de esa misericordia que le permite perdonar, acoger y sanar… Discernir continuamente su voluntad, para que no se haga mi voluntad, sino la tuya…

Jesús compartirá con ellos su experiencia orante, su intimidad con el Padre, recogiéndola en una plegaria: el Padrenuestro. No es, por tanto, un rezo más, o un rezo «especial», sino el resumen condensado de los «contenidos» y vivencias de sus tiempos de oración.

Descubre uno que tiene mucho que «aprender» y cambiar en esto de la oración… para poder contagiar las ganas, o motivar a otros. Se da uno cuenta, de nuevo, que no sé orar como conviene (Rm 8, 26). Por eso, creo que no debiera faltarnos nunca la invocación del Espíritu de Jesús para que venga en ayuda de nuestra debilidad, e interceda por nosotros. Que antes de cualquier oración (y del Padrenuestro en particular, para no rezarlo como un estribillo medio inconsciente), repitamos con deseo sincero lo de los discípulos: Señor, enséñanos a orar. Nunca lo habremos aprendido del todo. Y el Señor nos invitará a profundizar con calma y esperanza en el «Padrenuestro», para que nos sintamos un poco más cada día «hijos amados» y necesitados de él.