Comentario del 11 de octubre

San Lucas nos presenta a Jesús realizando una buena acción, en concreto, liberando a un endemoniado del mal espíritu que le tenía poseído. Pero hay quienes, extraviados por su manera deformada de ver las cosas, confunden el bien con el mal, la buena acción con la mala. Algunos de entre la multitud –precisa el evangelista- dijeron: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.

Sabemos por otras versiones del evangelio que los que sostenían y enarbolaban esta opinión eran los fariseos. Como no querían reconocer a Jesús como enviado de Dios, atribuían sus acciones, incluidas aquéllas que eran manifiestamente contrarias al espíritu del mal, a su condición de aliado de Belzebú, el príncipe de los demonios, y a las malas artes empleadas por él. Por arte de Belzebú tal vez pueda entenderse el recurso a la magia, como si los magos dispusieran de artes proporcionadas por los demonios para engañar a los seducidos por esas técnicas; o se podría aludir con esta expresión simplemente al poder «sobrenatural» del demonio.

Sea como sea, Jesús responde a esta crítica malévola con un razonamiento tan simple como cargado de lógica: Si quien echa a los demonios de sus posesiones o fortalezas es un aliado del mismo demonio, ello vendría a significar que la guerra civil se ha instalado en el reino de Satanás, haciendo imposible su supervivencia; pues un reino en guerra civil va a la ruina en un corto espacio de tiempo. No tiene, por tanto, ninguna lógica pensar que el que expulsa los demonios de sus aposentos esté confabulado con ellos o esté actuando como aliado de los mismos. El que se presenta como enemigo del demonio al actuar contra él no puede ser tenido por aliado suyo. Esto es incongruente. Además, si, como vosotros decís –les dice Jesús-, yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan?

Al parecer, Jesús no era el único exorcista de la región. Según testimonio del historiador Flavio Josefo, muchos judíos solían practicar con éxito exorcismos. No es extraño, por tanto, que el Maestro de Nazaret se remita a ellos para constituirlos en jueces de sus críticos. ¿A qué poder o arte habría que referir estas acciones «milagrosas» protagonizadas por otros judíos? ¿También habría que atribuir al diablo tales acciones? Juzgándole a él, se estarían constituyendo en jueces de aquellos otros exorcistas; pero no, serán ellos los que sometan a juicio a quienes ahora están dictando sentencia. Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios –sentencia el Maestro, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

Jesús se remite al sentido común. ¿No es más lógico pensar que el que actúa como adversario de demonio, el enemigo de Dios, actúe en alianza con Dios, puesto que está haciendo la guerra a su enemigo, el diablo? Y el aliado de Dios no puede perseguir con su actividad otra cosa que la implantación de su Reino. La expulsión de los demonios se convierte así en una de las señales más clarividentes de la llegada del Reino de Dios, pues el retroceso del demonio en su dominio es simultáneamente avance del Reino de Dios.

Aquí, como en tantas otras cosas, impera la ley del más fuerte. El demonio puede hacerse fuerte en su territorio, pero si llega otro más fuerte, le podrá desarmar y arrebatarle el botín. El que ha venido de parte de Dios y actúa con su poder es a todas luces más fuerte que el demonio; por eso, puede expulsarle y arrebatarle su dominio. Él es el más fuerte, viene a decir Jesús, y el que no está con él, está contra él, y el que no recoge con él, desparrama. La sentencia pronunciada por Jesús (el que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama) suena muy excluyente, a diferencia de aquella otra, sin duda más amigable, que incluye a los favorables a su causa a los que no están en contra de ella: el que no está contra nosotros, está a favor nuestro.

Aquí, en contraste con el aserto anterior, se considera adversario al que no está a favor de Jesús. Quizá el contexto antifarisaico en que se produce explique la rotundidad de la afirmación. Jesús vendría a decir: el que no está conmigo porque no me reconoce como enviado de Dios y portador de su mensaje y poder, está contra mí, si sitúa del lado contrario a mi causa y mi persona. La obstinación de los fariseos que les lleva a tergiversar las cosas hasta el punto de hacer de Jesús, el enviado de Dios, un aliado del demonio, explica también que el Maestro de Nazaret les atribuya ese pecado, denominado blasfemia contra el Espíritu Santo, que no tendrá perdón jamás. Lo que encuentra Jesús en aquellos que siguen pidiéndole un signo del cielo, puesto que los signos que él les ofrece son interpretados como antisignos (o signos de una actuación diabólica), es una maldad que les ciega, impidiéndoles ver la realidad de las cosas o haciéndoles ver al diablo donde está Dios. Es esa ceguera que lleva a la confusión más nefasta, a confundir el bien con el mal.

El pasaje evangélico se cierra con una alusión a la vuelta de los espíritus inmundos al lugar que abandonaron, dado que no encuentran una morada mejor que aquélla, pero esta vez reforzando su presencia con la compañía de otros siete espíritus peores. Evidentemente el final de ese hombre resultará peor que el principio. Con semejante descripción parece como si Jesús estuviera invitando a no bajar la guardia frente al demonio, ya que puede volver en cualquier momento, dejando a sus víctimas en peor situación que la ya padecida. No obstante, y aun contando con esta posibilidad, siempre podremos acudir al que es más fuerte, al que dispone de capacidad para asaltar y vencer al fuerte; porque el demonio es fuerte, pero el Ungido del Espíritu, el que obra con el poder de Dios es mucho más fuerte. Ante el empuje de fuerzas adversas, siempre podremos confiar en una fuerza superior a todas ellas, en la fuerza de Dios manifestada en Cristo Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

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