El silencio del hombre

1.- El texto del evangelio de San Lucas que hemos escuchado hoy es, tal vez, uno de los más sorprendentes e inquietantes de todos los fragmentos evangélicos que la liturgia dominical nos ofrece. O, al menos, así me lo parece a mí. Jesús de Nazaret nos pide que oremos con constancia y sin desánimo dando por entendido que Dios puede no “contestarnos” inmediatamente y, por supuesto, no darnos enseguida –o nunca—lo que específicamente nosotros le pedimos. Está definiendo lo que se ha llamado “el silencio de Dios”, que tanto nos inquieta y preocupa. Y también termina sus palabras de hoy con una frase misteriosa y que, sin duda, es como una pregunta a todos y cada uno de nosotros… a los cristianos y cristianas de todos los tiempos y generaciones: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” ¿Había previsto ya el Señor las tremendas crisis de fe que sus seguidores han ido experimentando a lo largo de la historia? O, simplemente, al contemplar la falta de compromiso de, incluso, sus coetáneos, llega a esa conclusión con temor.

2.- Siempre, cuando cualquier cristiano, intenta analizar o comentar las palabras de Cristo se enfrenta con el insoldable misterio del Hombre-Dios y nosotros… siempre somos incapaces de encontrar explicaciones precisas a sus palabras, certeras, redondas. Jesús es Hombre, pero también es Dios. Está claro que para Él las limitaciones de tiempo y espacio –como luego pudo observarse tras su Resurrección—no existen y su capacidad profética es directa, propia y total. Es decir ve el futuro igual que ve el presente. Esa hondura –creo yo—nunca pudo ser entendida por sus interlocutores allá en la Palestina dominada por los Romanos y por eso utilizó tanto las parábolas. Es verdad que la parábola era un género muy usado en los pueblos semitas, pero también la parábola para Jesús evitaba, en alguna forma, la concreción del tiempo futuro. La parábola, por ejemplo de los viñadores homicidas, refleja la realidad terrible que a Jesús le tocó vivir, la cual no parecía muy previsible al principio de su predicación. La idea de que los viñadores delincuentes respetarían, al menos, al hijo del dueño de la vid revela la idea de que la redención del género humano bien pudo hacerse ante el reconocimiento de la condición divina de la misión de Jesús. Pero el desenfoque grave y terrible que la religión oficial de aquellos tiempos tenía del Dios verdadero, con el apropiamiento de Dios para su exclusivo beneficio –de situación privilegiada, de poder e, incluso, de dinero— impidió cualquier reconocimiento de esa misión altísima por la ceguera ante la verdadera naturaleza de Dios, la de Dios Amor. Se pusieron contra Dios e, incluso, como los viñadores asesinos, mataron a su Hijo.

3.- La viuda insistente bien pudo ser un personaje concreto que existía en esos años y el juez inicuo también. Y, también, la admirable historia de la perseverancia de esa mujer pudo ser un hecho cierto y conocido. Una de las características de la parábola oriental es tomar como punto de partida algo conocido, ocurrido en esos años. Es una opinión de muchos. Pero tanto da. Lo importante es que Jesús nos pide orar siempre, aunque el objeto de nuestra oración parezca que no tiene solución. Si lo pensamos bien el juez inocuo podría haber usado de la fuerza para callar a la mujer. O, incluso, haber juzgado en contra de los intereses de la reclamante. Es ahí donde nos muestra la aparición de una idea fundamental para la existencia humana: pedir contra todo pronóstico “realista” de recibir lo demandado porque, Dios, sin duda vendrá en nuestra ayuda. La figura del Silencio de Dios es falsa, aunque, honradamente, nos pueda parecer a veces que Dios no escucha. Jesús –se ha dicho muchas veces— vivió esa situación de desamparo desde el Huerto de los Olivos hasta el momento de su muerte en la Cruz. Sin embargo, todo no terminó allí en el Gólgota. La Resurrección y la glorificación visible de Jesús de Nazaret fue el triunfo total de su misión. Dios habló y ¡cómo habló!

4.- La figura de Moisés con los brazos en alto mientras que a sus pies transcurre la batalla es muy cinematográfica. Y, más o menos, la tenemos muy asumida. Pero la pregunta es: ¿Dios necesita de una actitud visible en la oración para aceptarla, para hacer caso? Cada vez que Moisés bajaba los brazos, en la lucha ganaba Amalec y perdía Josué. Moisés, claro, perdía la actitud orante física por el cansancio y no aguantaba tener los brazos elevados. Y de ahí que le sentaran sobre una piedra mientras Aarón y Juur le sujetaban las manos. ¿Necesitaba Dios esa postura? No, claro que no. Quien la necesitaba eran los combatientes que se esforzaban al máximo al saber que Dios les ayudaba gracias a la oración permanente de Moisés. ¿Y Dios que hacía? Bueno, habrá que pensar que esa victoria de Moisés y de su pueblo estuvo presente en la mente de Dios desde siempre. Pero es obvio que la figura de Moisés con los brazos apuntalados por sus compañeros es un excelente símbolo de la oración constante y continuada, llevada a cabo sin desfallecer. Y Dios, lo sabemos, gusta de esa continua cercanía a Él de sus criaturas, porque ellas –no nos engañamos—le han dado muchas veces la espalda a lo largo de la historia. Dios no quiere que sus hijos se aparten de él, no quiere “el silencio del hombre”.

5.- Seguimos leyendo la carta de Pablo a su querido hijo espiritual Timoteo. Es la segunda misiva al discípulo la que nos ocupa. Se ha dicho que es una auténtica carta pastoral que luego inspiraría a las que escriben continuamente los obispos a sus diocesanos y las encíclicas que el Papa envía a toda la cristiandad. Sus otras cartas, en las que Pablo ha marcado muchos hitos del camino de la Iglesia, y, en ellas, asimismo, su cristología ha sido la superior de ente todos los intentos posteriores de definir figura, vida y obra de Jesucristo son tratados doctrinales, ensayos como diríamos ahora. Pero las cartas a Timoteo son ejemplo de lo que las pastorales con las que los obispos se comunican con sus rebaños. Bueno, pero esto es preferir la forma al fondo. Y el contenido admirable de la Carta a Tito son las instrucciones precisas para llevar a cabo bien, y con la ayuda de Dios, el pastoreo de una grey. A nosotros hoy nos interesan, especialmente, la frase última del fragmento proclamado y que se relaciona con la oración continua y persistente: “proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda comprensión y pedagogía”. Es un encargo fuerte, completo, y nada fácil. Pero así es el trabajo de la evangelización. No se puede parar porque parar es retroceder.

Ángel Gómez Escorial

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