Comentario Domingo XXX de Tiempo Ordinario

Oración preparatoria

Señor y Hermano Jesús, ante ti me presento con mi verdad, con mi fragilidad y pequeñez. Dame Tu Palabra, no para engreírme, sino para conocerme y conocerte, para ponerme ante un espejo que no me deforme y para encontrarme contigo y seguirte de corazón por los caminos de la vida. AMEN.

 

Lc 18, 9-14

«9Pero a algunos que se tenían a sí mismos por justos y despreciaban a los demás dijo también esta parábola:

10“Dos hombres subieron al templo a orar, uno fariseo, otro publicano.

11El fariseo, puesto en pie, oraba para sí mismo estas cosas: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano. 12Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’.

13Pero el publicano, quedándose a distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba su pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten piedad de mí, [que soy] pecador!’.

14Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalza a sí mismo será humillado; pero el que se humilla a sí mismo será ensalzado”».

¡PALABRA DEL SEÑOR!

 

CONTEXTO

A la parábola del juez injusto del evangelio del domingo pasado sucede la elo- cuente parábola del fariseo y publicano, el evangelio de hoy. Las dos parábolas tienen en común el tema de la oración, pero Lucas las ha colocado en un contexto escatológico, el Día del Hijo del hombre, y entonces adquieren un nuevo sentido. En efecto, con la segunda venida del Señor llega el “hacer justicia” a todas las víctimas de una historia llena de opresión y de injusticia; y llega también un nuevo y paradójico “orden”, expuesto en el evangelio de hoy: el “injusto” queda “justificado” y el “justo” no. Dios justifica (hace justo) un corazón “quebrantado y humillado”, consciente de sus debilidades y pecados; en cambio, queda desenmascarada la soberbia espiritual de quien, fiándose solo de su buen comportamiento, se considera con méritos ante Dios y, sobre todo, desprecia a los demás. La modestia espiritual se encarnará después en el episodio de los niños (Lc 18,15-17), y la soberbia espiritual en el del hombre rico (Lc 18,18-23). La maestría de Lucas estriba en describir de tal manera a los personajes que el lector percibe con claridad que ellos son lo contrario de lo que dicen que son.

 

TEXTO

La estructura del evangelio de hoy es igual que la del domingo pasado: tras el encabezamiento introductorio (v. 9), el evangelio tiene dos partes principales:

a) La parábola que presenta los personajes del fariseo y el publicano, con sus respectivas intervenciones en el templo (vv. 10-13);

b) la aplicación de Jesús, la enseñanza que extrae de la parábola (v. 14). También aquí, siguiendo su estilo personal, Jesús contrapone el ejemplo de un personaje negativo que finalmente acaba justificado por Dios (el publicano) con el de un personaje positivo que, paradójicamente, queda deslegitimado (el fariseo). Destacan los términos referidos a justicia y oración. ¿Quién es justo para Dios? ¿Quién es justificado por él? Y el texto nos empuja a mirar dentro de nosotros, para centrarnos no tanto en los actos, sino en las actitudes. Y para no creernos, nunca, superiores a nadie y con méritos ante Dios.

 

ELEMENTOS A DESTACAR

• El texto opone magistralmente palabras frente a gestos. Del fariseo presenta su “largo” discurso autocomplaciente: está “encantado de haberse conocido”. Enumera sus “méritos” ante Dios, de modo que su “oración” sitúa a Dios como alguien que debe premiar sus buenas obras. Del publicano sobresalen sus gestos: quedarse a distancia, bajar la mirada, golpearse el pecho. Es consciente de su pecado y solo pide “piedad” (Salmo 130, De profundis: “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?”). Su oración apela a la benevolencia de Dios, a su misericordia: pide a Dios ser Dios. Y nuestra oración, ¿de cuál de las dos anteriores está más cerca?

• La primera parte de la aplicación (14a) nos enseña qué mueve a Dios para “hacer justicia” o “justificar”: Un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias dice el salmo 51; es el reconocimiento del propio pecado y la necesidad de la mirada compasiva de Dios, la modestia espiritual, la “infancia espiritual” (card. Newman) que nos hace dependientes de Dios y evita la autosuficiencia.

• La segunda parte (14b) es una máxima de Jesús que ya aparecía en Lc 14,11, también referida a los fariseos. Ensalzarse hay que entenderlo aquí como “tenerse por justo” y humillarse, como “sentirse pecador o limitado”. El “hombre de Dios” no es el que ve los pecados ajenos, sino los propios, y eso le hace sentirse necesitado de Dios y solidario con los demás. Los dos verbos en pasiva son acciones de Dios, de modo que sabemos qué nos cabe esperar dependiendo de la actitud interior que tengamos.

• Hay un movimiento interesante en la parábola: “subir al” y “bajar del” templo. El fariseos bajó como subió; el publicano bajó transformado. Nosotros “entramos” y “salimos” del templo, de la iglesia, de la eucaristía: ¿Salimos igual que entramos o sentimos alguna transformación?

 

Paso 1 Lectio: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que llaman la atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta. Toma nota de todo lo que adviertas.

Paso 2 Meditatio: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que sientes. ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

Paso 3 Oratio: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…

Paso 4 Actio: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer efectiva esa enseñanza?