Vísperas – San Simón y San Judas

VÍSPERAS

SAN SIMÓN Y SAN JUDAS, apóstoles

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Benditos son los pies de los que llegan
para anunciar la paz que el mundo espera,
apóstoles de Dios que Cristo envía,
voceros de su voz, grito del Verbo.

De pie en la encrucijada del camino
del hombre peregrino y de los pueblos,
es el fuego de Dios el que los lleva
como cristos vivientes a su encuentro.

Abrid pueblos, la puerta a su llamada,
la verdad y el amor son don que llevan;
no temáis, pecadores, acogedlos,
el perdón y la paz serán su gesto.

Gracias, Señor, que el pan de tu palabra
nos llega por tu amor, pan verdadero,
gracias, Señor, que el pan de vida nueva
nos llega por tu amor, partido y tierno. Amén.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas.

SALMO 125

Ant. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
´»el Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

CÁNTICO de EFESIOS

Ant. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

LECTURA: Ef 4, 11-13

Cristo ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

RESPONSORIO BREVE

R/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

R/ Sus maravillas a todas las naciones.
V/ La gloria del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.

PRECES

Hermanos, edificados sobre el cimiento de los apóstoles, oremos al Padre por su pueblo santo, diciendo:

            Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

<

p style=»text-align:justify;»>Padre santo, que quisiste que tu Hijo, resucitado de entre los muertos, se manifestara en primer lugar a los apóstoles,

— haz que también nosotros seamos testigos de Cristo hasta los confines del mundo.

<

p style=»text-align:justify;»>Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres,

— haz que el evangelio sea proclamado a toda la creación.

Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de la palabra,
— danos también a nosotros sembrar tu semilla con nuestro trabajo, para que, alegres, demos fruto con nuestra perseverancia.

Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara el mundo contigo,
— haz que también nosotros cooperemos a la reconciliación de los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que has sentado a tu Hijo a tu derecha, en el cielo,
— Admite a los difuntos en tu reino de felicidad.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios nuestro, que nos llevaste al conocimiento de tu nombre por la predicación de los apóstoles, te rogamos que, por intercesión de san Simón y san Judas, tu Iglesia siga siempre creciendo con la conversión incesante de los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 28 de octubre

Tiempo Ordinario

 1) Oración inicial

Dos todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad; y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 6,12-19

Por aquellos días, se fue él al monte a orar y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles: A Simón, a quien puso el nombre de Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelota; a Judas de Santiago y a Judas Iscariote, que fue el traidor.

3) Reflexión

• El evangelio de hoy trae dos asuntos: la elección de los doce apóstoles (Lc 6,12-16) y la multitud enorme de gente queriendo encontrarse con Jesús (Lc 6,17-19). El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre los Doce que fueron escogidos para convivir con Jesús, como apóstoles. Los primeros cristianos recordaron y registraron los nombres de estos Doce y de algunos otros hombres y mujeres que siguieron a Jesús y que después de la resurrección fueron creando comunidades para el mundo. Hoy también, todo el mundo recuerda el nombre de algún catequista o profesora que fue significativo/a para su formación cristiana.
• Lucas 6,12-13: La elección de los 12 apóstoles. Antes de proceder a la elección de los doce apóstoles, Jesús pasó una noche entera en oración. Rezó para saber a quién escoger y escogió a los Doce, cuyos nombres están en los evangelios y que recibirán el nombre de apóstol. Apóstol significa enviado, misionero. Fueron llamados para realizar una misión, la misma que Jesús recibió del Padre (Jn 20,21). Marcos concretiza más y dice que Dios los llamó para estar con él y enviarlos en misión (Mc 3,14).
• Lucas 6,14-16: Los nombres de los 12 apóstoles. Con pequeñas diferencias los nombres de los Doce son iguales en los evangelios de Mateo (Mt 10,2-4), Marcos (Mc 3,16-19) y Lucas (Lc 6,14-16). Gran parte de estos nombres vienen del AT. Por ejemplo, Simeón es el nombre de uno de los hijos del patriarca Jacob (Gén 29,33). Santiago es el mismo nombre que Jacob (Gén 25,26). Judas es el nombre de otro hijo de Jacob (Gén 35,23). Mateo también tenía el nombre de Levi (Mc 2,14), que fue otro hijo de Jacob (Gén 35,23). De los doce apóstoles, siete tienen el nombre que vienen del tiempo de los patriarcas: dos veces Simón, dos veces Santiago, dos veces Judas, y una vez ¡Levi! Esto revela la sabiduría y la pedagogía del pueblo. A través de los nombres de patriarcas y matriarcas, dados a sus hijos e hijas, mantuvieron viva la tradición de los antiguos y ayudaron a sus hijos a no perder la identidad. ¿Qué nombres les damos hoy a nuestros hijos e hijas?
• Lucas 6,17-19: Jesús baja de la montaña y la multitud lo busca. Al bajar del monte con los doce, Jesús encuentra a una multitud inmensa de gente que trataba de oír su palabra y tocarle, porque de él salía una fuerza de vida. En esta multitud había judíos y extranjeros, gente de Judea y también de Tiro y Sidón. Y la gente estaba desorientada, abandonada. Jesús acoge a todos los que le buscan. Judíos y paganos. ¡Este es uno de los temas preferidos por Lucas!
• Estas doce personas, llamadas por Jesús para formar la primera comunidad, no eran santas. Eran personas comunes, como todos nosotros. Tenías sus virtudes y sus defectos. Los evangelios informan muy poco sobre la forma de ser o el carácter de cada una de ellas. Pero lo poco que informan es motivo de consolación para nosotros.
– Pedro era una persona generosa e entusiasta (Mc 14,29.31; Mt 14,28-29), pero a la hora del peligro y de la decisión, su corazón sigue encogido y se vuelve atrás (Mt 14,30; Mc 14,66-72). Llega a ser satanás para Jesús (Mc 8,33). Jesús le dio el apellido de Piedra (Pedro). Pedro, por si mismo, no era Piedra. Se volvió piedra (roca), porque Jesús rezó por él (Lc 22,31-32).
– Santiago y Juan estaban dispuestos a sufrir con Jesús y por Jesús (Mc 10,39), pero eran muy violentos (Lc 9, 54). Jesús los llama “hijos del trueno” (Mc 3,17). Juan parecía tener ciertos celos. Quería Jesús sólo para su grupo (Mc 9,38).
– Felipe tenía una forma de ser acogedora. Sabía poner a los demás en contacto con Jesús (Jn 1,45-46), pero no era muy práctico en resolver los problemas (Jn 12,20-22; 6,7). A veces era medio ingenuo. Hubo momentos en que Jesús perdió la paciencia con él: “Pero Felipe, ¿tanto tiempo que estoy contigo, y aún no me conoces?” (Jn 14,8-9)
– Andrés, hermano de Pedro y amigo de Felipe, era más práctico. Felipe recurre a él para resolver los problemas (Jn 12,21-22). Fue Andrés el que le llamó a Pedro (Jn 1,40-41), y fue Andrés el que encontró al niño con los cinco panes y los dos peces (Jn 6,8-9).
– Bartolomé parece haber sido el mismo que Natanael. Este era del barrio, y no podía admitir que nada bueno pudiera venir de Nazaret (Jn 1,46).
– Tomás fue capaz de sustentar su opinión, una semana entera, contra el testimonio de todos los demás (Jn 20,24-25). Pero cuando vio que estaba equivocado, no tuvo miedo en reconocer su error (Jn 20,26-28). Era generoso, dispuesto a morir con Jesús (Jn 11,16).
– Mateo o Levi era publicano, cobrador de impuestos, como Zaqueo (Mt 9,9; Lc 19,2). Eran personas comprometidas con el sistema opresor de la época.
– Simón, por el contrario, parece haber sido del movimiento que se oponía radicalmente al sistema que el imperio romano imponía al pueblo judío. Por eso tenía el apellido de Zelota (Lc 6,15). El grupo de los Zelotas llegó a provocar una rebelión armada contra los romanos.
– Judas era lo que se ocupaba del dinero del grupo (Jn 13,29). Llegó a traicionar a Jesús.
– Santiago de Alfeo y Judas Tadeo, de estos dos los evangelios sólo informan del nombre.

4) Para la reflexión personal

• Jesús pasó la noche entera en oración para saber qué escoger, y escogió a estos doce. ¿Cuál es la lección que sacas de aquí?
• Los primeros cristianos recordaban los nombres de los doce apóstoles que estaban en el origen de sus comunidades. Y tú ¿recuerdas los nombres de las personas que están en el origen de la comunidad a la que perteneces? Recuerda el nombre de algún/a catequista o profesor/a que fue significativa para tu formación cristiana. ¿Qué es lo que más recuerdas de ellas: el contenido de lo que te enseñaron o el testimonio que dieron?

5) Oración final

Pues bueno es Yahvé
y eterno su amor,
su lealtad perdura de edad en edad. (Sal 100,5)

Cristianos como Dios manda (Todos los Santos)

EL EVANGELIO DE CARNE Y HUESO

Uno de sus colaboradores invita a Gandhi a escuchar un «interesante programa de vida». Se trata de las bienaventuranzas de Mateo. El gran maestro escucha con increíble atención y emoción. Cuando su amigo termina de leer el pasaje, pide una silla, porque, débil como se encontraba por la última huelga de hambre, se sentía desfallecer de emoción. «¡Esto, esto es lo que yo presentía hace tiempo, lo que siento desde hace tiempo, pero que no acertaba a formular!».

El proyecto de Jesús, no cabe duda, es fascinante, sobre todo cuando se contempla encarnado en su propia vida. Pero se trata de un proyecto teórico. ¿Cómo se puede vivir en la realidad? ¿Es asequible? ¿No será una utopía reservada para los espíritus superdotados? ¿Qué ha pasado con los que lo han vivido en serio? A estas preguntas los santos responden no con afirmaciones teóricas, sino con la contundencia de su propia vida y personalidad.

Los santos, no sólo los que tienen estatua y hornacina y fiesta en el calendario, sino también los santos anónimos, lo dicen todo sobre la vida humana y sobre la vida cristiana. Ellos son la gran riqueza de la humanidad. Son el Evangelio hecho carne. Sus vidas y su experiencia de fe son lugar teológico, teofánico, en el que se nos revela Dios. Las biografías y autobiografías de los santos nos permiten ser, en cierta medida, sus contemporáneos, acompañarles en el itinerario de su vida, conocer sus proyectos, sus sentimientos, sus experiencias sublimes, la grandeza de su interior. Sus biografías son una gracia increíble. Con ellas nos convierten a los lectores en sus confidentes contándonos los secretos más íntimos de su vida, sus experiencias inenarrables. ¿Quién puede agradecer suficientemente a Pablo sus cartas, a Agustín sus Confesiones, a Teresa El libro de la vida, a Antonio M.a Claret su Autobiografía, en los que nos abren su corazón de par en par para que podamos ser testigos de los milagros del Espíritu?

Los santos nos gritan la increíble grandeza humana a la que se puede llegar viviendo con responsabilidad, aunque se parta de la degradación más profunda. Situarse ante los santos, estén o no reconocidos como tales por la Iglesia, resulta siempre incómodo, sobre todo cuando están vivos. Por eso titulaba muy acertadamente Benavente una de sus obras teatrales: Los santos, para el cielo y los altares. Allí no molestan, ni interpelan. En la tierra, sí. Por eso tenemos la hipocresía de honrar a los santos del pasado y de perseguir a los contemporáneos. Y esto aunque tengan la mansedumbre de un Francisco de Asís. Cuando uno se sitúa al lado de ellos, se siente avergonzado, como un enano que se pone al lado de un gigante. Alguien decía con expresión bronca: «Con su vida nos insultan». Nos dejan en evidencia a los mediocres. Ponerse a su lado es una indefectible cura de humildad y una fuerte invitación a la contrición.

«SED PERFECTOS»

Esto nos lleva a recordar que la plenitud de la caridad (la plenitud de cada uno, claro está) no es una meta exclusiva para seres superdotados. Dios tiene, ciertamente, un proyecto para cada uno de sus hijos; como en el orden somático, cada uno tiene sus potencialidades y sus reservas de energía para contribuir al bien común. Para cada uno la plena realización consiste en alcanzar el propio nivel, la estatura que llevaba implícita en su ser, el despliegue de las energías dormidas. Lo mismo ocurre en el orden de la bondad, en el orden de la santidad. Es obvio que cada uno esté llamado a «ser» y «hacer» todo lo que puede ser y hacer. En el orden espiritual, esto es la santidad. Cada uno está llamado a alcanzar su «santidad», como dirá el Concilio, la perfección de la caridad (LG 40,2). Esto es lo que quiere decir cuando nos invita a todos sus seguidores: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Lo proclama como una exigencia para todos sus seguidores en el sermón de la montaña, en el que señala las condiciones universales para la pertenencia al pueblo de la nueva Alianza. El Concilio, con diversas llamadas, trata de despertar la conciencia de los cristianos para que se sientan urgidos a la plenitud de la vida cristiana (la santidad). «Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean… son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto» (LG 11,41).

Los santos se nos presentan como la definición exacta, una definición de carne y hueso, de lo que es un verdadero discípulo de Jesús. Son personas apasionadas por Jesucristo y su Causa, cuyas vidas, como diría Charles de Foucauld, «gritan el Evangelio».

EL CAMINO: LAS BIENAVENTURANZAS

La Iglesia define a los santos como los hombres y mujeres de las bienaventuranzas, que las han llevado a su cumplimiento con fidelidad. Las bienaventuranzas, traducidas al lenguaje de hoy, no son otra cosa que variaciones sobre el amor. Gustavo Gutiérrez las denomina «actitudes fundamentales de los discípulos de Jesús»: «El discípulo debe confiar plenamente en Dios (los pobres de espíritu), debe compartir el sufrimiento de los otros (los que lloran), debe tener, como el Señor (Cf. Mt 11,30), un trato amable con los demás (los mansos), ha de querer ardientemente que reine la justicia en este mundo (los hambrientos y sedientos de justicia), debe tener el corazón en los pobres de la historia (los misericordiosos), debe ser coherente e íntegro en su vida (los limpios de corazón), debe procurar que se establezca la paz; todo esto le significará ser hostilizado por quienes se niegan a reconocer los derechos de los otros (los perseguidos por la justicia)».

Los santos nos gritan: La cuestión es amar; y amar es servir. En este sentido, lo mismo da ser una aldeana, como santa María de Nazaret, que una reina, como santa Isabel de Hungría; lo mismo da ser portero de un convento, como san Martín de Porres, que Papa, como Juan XXIII; lo mismo da ser rey, como san Fernando, que labrador, como san Isidro. La cuestión es amar y servir allí donde Dios nos quiere. Yo puedo ser, tú puedes ser, cualquiera puede ser, y debe ser, lo máximo que se puede ser: una persona buena. Yo puedo realizar, tú puedes realizar, cualquiera puede y debe realizar la tarea más sublime, lo que constituye el único quehacer de Dios: amar. No importa que se haga en tareas deslumbradoras o en tareas rutinarias como las de María de Nazaret. «También entre pucheros anda el Señor», decía castizamente santa Teresa. Yo puedo vivir la vida de Dios y experimentarla en toda su hondura. Yo puedo saborear la dicha de amar.

La grandeza espiritual de los santos produce, al mismo tiempo, asombro y sobrecogimiento. Sentimos que nos sobrepasan, que son más para admirarlos que para seguirlos. Es una equivocación; el más santo de todos los santos, Jesús de Nazaret, nos invita a ser. sus «seguidores» (Jn 12,26).

El heroísmo de los santos, en un primer momento, asusta. Hay algo importante de donde hemos de partir a la hora de tender a la «perfección de la caridad», y es que la santidad no es cuestión de mero voluntarismo. No sueñes con ser santo. Piensa que serás santificado por el único Santo, el Espíritu Santificados Lo decisivo no es pensar si seremos capaces de llegar a donde ellos llegaron; lo importante es caminar con ellos y como ellos, lleguemos a donde lleguemos. El pecado más grave, más mortal, es negarse a caminar. Los santos no fueron, no son, seres extraordinarios caídos del cielo. No nacieron santos. Conocemos a muchos que ascendieron a la cumbre de la perfección de la caridad desde el lodazal. ¿Quién se hubiera atrevido a pensar que dentro de aquel joven licensioso había dormido un «san» Agustín? ¿Quién iba a pensar que en aquel galán presumido y libertino había dormido un «san» Francisco de Asís? ¿Quién iba a pensar que en aquel joven pendenciero, jugador y bebedor había dormido un «san» Camilo de Lelis?

¿Cuál será el proyecto de Dios sobre mí? ¡Qué sensacional sería conocerlo! ¿Que no tenemos madera de santo? ¿Quién lo ha dicho? Tampoco los santos creían tenerla. Es increíble que lleguen a decir los psicólogos que las personas sólo desarrollamos un 10% de nuestras potencialidades dormidas. Con toda seguridad: Si supiéramos lo que podemos ser, quedaríamos deslumhrados. ¡Cómo vamos a desperdiciar tanta riqueza! Dentro de nosotros hay un santo dormido, como en el leño basto e informe estuvo dormido el bello san Francisco de Asís del escultor Mena.

«CORONAS TU PROPIA OBRA»

La Iglesia canta en el prefacio de los santos: «Al coronar su vida, coronas tu propia obra». Los santos son un milagro de la acción del Espíritu. Un milagro que Dios está dispuesto a repetir en cada uno de nosotros.

San Agustín narra en sus confesiones que, cuando le venía el desánimo en su lucha por ser fiel en el seguimiento de Cristo y romper con las cadenas que le tenían esclavizado, sentía en su interior una voz, la voz del Espíritu, que le decía: «Pues qué, ¿no has de poder tú lo que han podido y pueden todos éstos y éstas? ¿Por ventura lo que éstos y éstas pueden, lo pueden por sus propias fuerzas o por las que la gracia de su Dios y Señor les ha comunicado?» (Confesiones, VIII, 11,27). Cuando Agustín escribe esto hace referencia a san Antonio y a sus monjes y monjas, contemporáneos suyos y cuya vida conoce y admira profundamente. Dios no pide milagros; los hace Él. Intentar ser santos, vivir con plena fidelidad el Evangelio a fuerza de puños como si se tratara de una aventura humana más, es una herejía descomunal. «Sin mí -afirma categóricamente el Señor- no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). En cambio, fiados y confiados en él, «todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13).

Con frecuencia los cristianos tienen un gran interés en peregrinar a la tumba de los santos para orar ante sus restos «mortales», pero lo más importante es entrar en contacto con sus restos «vitales», que es su alma, su espíritu, que está en sus vidas, en sus biografías. Un santo -dice Laín Entralgo- es un hombre cuya vida debería quitarnos el sueño». Esto es lo que ha pretendido el Señor hoy al recordarnos sus vidas interpelantes.

Atilano Aláiz

Comentario del 28 de octubre

La elección de los Doce por parte de Jesús estuvo precedida por una noche de oración. Así nos lo hace saber el evangelista, poniendo en relación ambas acciones: la de la oración y la de la elección. Es como si quisiera indicarnos que Jesús no tomaba ninguna decisión importante sin antes consultarla con su Padre. Al fin y al cabo había venido para hacer la voluntad del Padre, pero la concreción de esta voluntad había que discernirla en cada momento. Jesús, como todo hombre, estaba obligado a tomar decisiones en la vida; y una de ellas fue la de elegir entre sus discípulos a un grupo más reducido, con el que formar una comunidad apostólica que en el futuro tendría que ocuparse de dar continuidad a su misión a manera de grupo estructurado que habría de perpetuarse en el tiempo. El grupo nacido de esta elección, los Doce, acabará significándose como núcleo de la futura Iglesia. Hasta el número elegido, el doce, tiene su importancia y valor simbólico; será la representación de un pueblo –el pueblo de Israel- integrado por doce tribus que traían su origen de los doce hijos de Jacob (=Israel). Quería simbolizarse, por tanto, el nuevo pueblo de Israel o congregación de los cristianos. En la elección del número había, pues, una clara intencionalidad. No era gratuita. Tampoco lo era la nominación de los integrantes del grupo. También esta concreta elección que implica el pronunciamiento nominal de cada uno de los segregados exigía por parte del elector una seria deliberación. No podía dejarse al azar o a la improvisación. Y Jesús parece haber dado a este momento la importancia que merecía, llevando a la oración los nombres de aquellos de los que haría depender su proyecto salvífico, pues desde entonces las vidas y energías de los elegidos quedarían definitiva y estrechamente asociadas al proyecto de Jesús. Ello obligaba a hacer una buena elección y explicaba el empleo de una noche de oración con vistas a este objetivo. Porque lo primero que hizo Jesús, nada más hacerse de día, fue llamar a sus discípulos, escoger a doce de ellos y nombrarles apóstoles. A la elección sigue, pues, un nombramiento: el de apóstoles o enviados. Luego los eligió no solamente para que estuvieran con él y aprendieran de él, sino para enviarlos como representantes suyos a la misión. En su propósito electivo ya hay, por tanto, un proyecto de envío, dado que la misión requiere misioneros y el envío apóstoles.

La relación de los nombres de los elegidos para ser apóstoles es también significativa y merece alguna reflexión. De Andrés se dice que era hermano (de sangre) de Simón, el que más tarde recibirá el nombre de Pedro; pero no era la única pareja de hermanos. También eran hermanos Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, aunque aquí no se menciona su consanguinidad. De todos ellos sabemos que se dedicaban a la pesca en una pequeña empresa familiar. De otros apóstoles también tenemos referencias acerca de su pasado. Mateo era recaudador de impuestos. Un pasaje del evangelio recuerda su vocación al discipulado de Jesús. Le bastó oír su llamada para dejar el mostrador, como otros habían dejado barcas y redes de pesca. Algunos nombres van acompañados de sobrenombres que indican procedencias ideológicas o afinidades políticas. Es el caso de Simón, apodado el Celotes, o el de Judas Iscariote, emparentados probablemente al movimiento nacionalista y revolucionario de los zelotas, un grupo muy combativo de la escena política que no descartaba el uso de la violencia en sus actuaciones reivindicativas. A Jesús no parece importarle demasiado el estrato social del que proceden o su inmediato pasado: unos, como los publicanos, podían ser más partidarios de colaborar con el imperio romano; otros, los asociados al nacionalismo judío, en cambio, se manifestaban claramente antirromanos. Pero estos lazos ideológicos no determinan la elección de Jesús; a él le importa ante todo su actitud personal actual, la disponibilidad con la que han emprendido su seguimiento. Sus antecedentes familiares o personales forman parte de un pasado reformable, y Jesús mira más al presente y al futuro. No obstante, parece haber cometido un grave error en la elección, pues ha incorporado al grupo de su confianza a alguien que traicionará claramente sus expectativas. A Judas Iscariote se le llama traidor porque será el que entregue al Maestro en manos de sus enemigos. Pero ¿fue ésta realmente una mala elección? Desde cierto punto de vista, sí, pues eligió como amigo, aliado y acompañante a alguien que finalmente le dio la espalda y lo traicionó, a alguien que le fue infiel. Sin embargo, aquella traición contribuyó a la realización del designio salvífico de Dios que habría de consumar Jesús con su muerte redentora. Judas, actuando con una voluntad malévola y, por tanto, contraria a la voluntad de Dios, y llevando a cabo un acto reprobable y mezquino, contribuyó no obstante al cumplimiento histórico de la obra de la salvación. Dios sacó de su mala acción el bien de la redención humana, propiciando la entrega amorosa –hasta el extremo– de Cristo en la cruz. Se sirvió, por tanto, de una serie de voluntades confluyentes en el maleficio de dar muerte al Inocente para sacar un bien mayor. Desde esta perspectiva no podemos decir que Jesús se equivocó al elegir a Judas entre los Doce, aun siendo verdad que, eligiéndole a él, escogía a un traidor, pues así se revelaría en el futuro. Pero la historia de la salvación nos enseña, como ya sabemos, que Dios escribe derecho con renglones torcidos y que los designios de Dios son inescrutables.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

165. Las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a replegarte sobre ti mismo, a acumular rencores, pero nunca dejes de escuchar el llamado de Dios al perdón. Como bien enseñaron los Obispos de Ruanda, «la reconciliación con el otro pide ante todo descubrir en él el esplendor de la imagen de Dios […]. En esta óptica, es vital distinguir al pecador de su pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación. Esto significa que odies el mal que el otro te inflige, pero que continúes amándolo porque reconoces su debilidad y ves la imagen de Dios en él»[89].


[89] Conferencia Episcopal de Ruanda, Carta de los Obispos católicos a los fieles durante el año especial de la reconciliación en Ruanda, Kigali (18 enero 2018), 17.

Homilía – Domingo XXXI de Tiempo Ordinario

EL NOS AMÓ PRIMERO

 

DIOS OFRECE INCONDICIONALMENTE SU AMISTAD A TODOS

Los relatos evangélicos son prototípicos porque presentan los gestos liberadores del Señor a lo largo de los siglos con circunstancias distintas, naturalmente. Jesús sigue ofreciendo su amistad a todos los Zaqueos.

Estamos ante un relato teológico que es una verdadera joya, aun en sentido literario. Lo que importa en él no es el acontecimiento en sí, sino el mensaje que a través de él quiere comunicar el evangelista, el Señor, en definitiva: sintetiza lo que es un proceso de conversión. En Zaqueo se cumple la parábola del fariseo y el publicano que escuchábamos el domingo pasado. Mientras los fariseos critican a Jesús por acoger a los pecadores y se empecinan en su pecado, Zaqueo se reconoce pecador y nace a una nueva vida.

El mensaje que Jesús proclama a través de las parábolas de la oveja descarriada, de la moneda perdida y del hijo pródigo, lo presenta Lucas en el relato de hoy como un hecho real en la persona de Zaqueo. El Señor sale al encuentro de todos para ofrecernos incondicionalmente su amistad. Es siempre el que, como en el caso de Zaqueo, toma la delantera. No importa que las personas sean un auténtico desastre. Como dice san Juan, «Él nos amó primero» (Jn 4,10). Desgraciadamente, a la hora de pensar en el amor divino, nos traiciona, aunque sea de forma inconsciente, la imagen que tenemos del amor humano. Nuestro corazón se va tras del que ha conquistado nuestro corazón.

Lo que proclama a gritos Jesús en este encuentro con Zaqueo es que ama y ofrece su amistad a todos, incluidos sus mismos enemigos, que le profesan un odio mortal, en sentido literal. Allá está Zaqueo encaramado en la higuera, con los ojos fijos en aquel profeta de Nazaret, cuando, de repente, ve que se detiene delante del árbol, levanta la cabeza, le mira con

fijeza y dirigiéndose a él, le dice: «Zaqueo, baja de ahí que hoy quiero hospedarme en tu casa». En definitiva, le dice: Quiero ser tu amigo. Zaqueo no sabe si ve y oye o si está soñando. Baja con la rapidez de una ardilla y se pone a su lado. A él, a quien odian todos los vecinos porque es un vampiro; a él, que no es nada piadoso, que es un hombre bajito y lleno de complejos; a él, a quien ni le conocía el rabí de Nazaret… porque sí, por pura corazonada, cuando hay tanta gente piadosa y buena en aquella muchedumbre, a él le ha pedido hospedaje, sentarse a su mesa…

Todo empieza por esto, por la experiencia de un amor generoso, compasivo, misericordioso. Cuando todos le miran aviesamente como un mal bicho, el profeta de Nazaret le mira con otros ojos, con buenos ojos; cree en él, reconoce en él el rescoldo de bondad y de buena voluntad que lleva dentro. Y esto genera en él una autoestima de la que carece. Aquí empieza la gran revolución en el espíritu de Zaqueo. En realidad tiene vacío el corazón y trata de llenarlo con las riquezas, compensar el cariño que le falta con la falsa seguridad que dan las riquezas. Es un resentido y con complejos. Ahora acaba de descubrir un espíritu grande que le trastorna gozosamente ofreciéndole su amistad. Zaqueo cae en la trampa de la ternura divina de Jesús.

La figura de Zaqueo se ha repetido y se repetirá incontables veces a lo largo de la historia; conozco unos cuantos casos.

 

¿CREEMOS DE VERDAD EN EL AMOR DE DIOS?

Pienso que, generalmente, diagnosticamos mal la situación de nuestra vivencia cristiana. Creemos que nuestro pecado capital es no tener fuerza de voluntad para cumplir nuestras obligaciones, para ser fieles a las consignas de Jesús, para vencer nuestras tendencias. No es verdad. Pienso que el pecado capital es que nos pasa como a Zaqueo antes de su conversión. No creemos de verdad que Dios nos ama por encima de nuestras truhanerías y mediocridades. La raíz de nuestras desgracias está en que no creemos que aquí y ahora Jesús nos dice lo mismo que a Zaqueo: «Baja de la higuera

(deja de estar en Babia), acércate a mí, ábreme las puertas de tu casa. Tú no eres un anónimo en medio de la muchedumbre. Tú tienes un nombre propio para mí. Hoy quiero hospedarme en tu casa, ser tu amigo, tener una relación personalísima contigo». En el momento en que tengamos, como Zaqueo, esta experiencia de amor personal, nos sentiremos apremiantemente urgidos desde dentro a corresponder a ese amor gratuito. Aquel día dirá Jesús lo mismo que a Zaqueo: «Hoy ha entrado la salvación en esta casa».

Es el Señor quien da el primer paso, el que se autoinvita a hospedarse, el que nos ofrece su amistad. Pero también es cierto que el hombre, como Zaqueo, ha de buscarle. El distinguido funcionario Zaqueo pierde la vergüenza, su dignidad, y como un chiquillo trepa y se sube a la higuera. Para que el hombre se encuentre con el Señor, como Zaqueo, es preciso que sea capaz de escuchar la llamada del Señor en la insatisfacción interior que siente ante las seguridades terrenas, que se diga con entera sinceridad: «No le des vueltas, no te engañes. Ni la seguridad ni las satisfacciones que da el dinero, ni el triunfo social, ni la vida regalona, ni cualquier otro amorío secreto van a llenar de verdad tu corazón. Tú no eres una bestia que va a sentirse satisfecha con un simple pesebre bien abastecido».

Tu destino es disfrutar de las experiencias transcendentales, de los valores imperecederos, de la comunión amistosa con el Señor y los hermanos. La amistad de Jesús con Zaqueo ha supuesto un ofrecimiento y una aceptación. El mismo ofrecimiento que hizo Jesús a Zaqueo se lo hizo también al joven rico, pero éste optó por el dinero frente a Jesús (Le 18,18-22); Zaqueo, por el contrario, optó por Jesús frente al dinero. Se deshizo de todo por conseguir el tesoro y la perla del Reino (Mt 13,44).

 

LA CONVERSIÓN TOCA EL BOLSILLO

Hay en el encuentro de Zaqueo con Jesús una actitud sorprendente. Jesús no le ha reprendido por nada, no le ha reprochado sus latrocinios, no le ha invitado a confesar sus incontables saqueos a la gente, ni le apremia a que cambie de vida. Es él quien, al experimentar el amor gratuito y generoso, la magnanimidad del corazón del rabí de Nazaret, se siente avergonzado de sí mismo, se ve miserable, siente náuseas de su propio pecado y lo vomita. Nadie le ha pedido nada; le sale espontáneo del corazón: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». La experiencia del amor gratuito de Jesús le impulsa espontáneamente al amor gratuito a los demás. No se puede tener la experiencia profunda de ser amado gratuitamente sin sentir el impulso a amar gratuitamente al pariente cascarrabias, al egoísta, al aprovechado, al tío o la tía cargoso, al que no ha hecho nada por ti. La experiencia de ser amado gratuitamente impele a tomar la delantera en ofrecer amor, amistad, ayuda. Zaqueo antes esquilmaba, ahora comparte; antes vivía aislado, atrincherado en su dinero, ahora dice «nosotros».

La conversión de Zaqueo no es intimista, sino que tiene una proyección social. Y, además, apenas le duele el desprendimiento. Ha encontrado la perla preciosa, el tesoro (Mt 13,44), y por eso se desprende de todo para adquirirlos. En él se cumple lo que, dieciséis siglos más tarde, escribiría Teresa de Jesús: «Al que a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».

Si el hombre se aferra a sus cosas, si no ha aprendido a amar con generosidad a los demás, si la conversión y la práctica religiosa no pasa por el bolsillo, es que ésta todavía no se ha producido, es señal de que Jesús no llena todavía la vida del cristiano. «Creer es compartir», repite monseñor Casaldáliga. «Compartir» es expresión y camino de verdadera conversión.

Porque el encuentro con el Señor supone para Zaqueo el hallazgo del tesoro de la perla preciosa del Reino, porque supone empezar una vida nueva, por eso siente la necesidad de celebrarlo, de compartir su alegría porque no le cabe dentro. No se pone a lamentar los bienes económicos de los que se desprende, sino a festejar los bienes del espíritu que Jesús de Nazaret le ha proporcionado, sobre todo, su amistad. La comida festiva simboliza el banquete del Reino al cual se ha incorporado por la conversión.

Zaqueo no cabía en sí porque Jesús le había honrado sentándose a su mesa. Nuestra dicha es mucho mayor: Es el Señor quien se sienta a compartir su cuerpo y sangre. Brindemos felices con la sangre de la Nueva Alianza, brindemos por nuestra amistad con el Señor, por nuestra amistad mutua, porque somos comensales del banquete del Reino.

Atilano Aláiz

Lc 19, 1-10 (Evangelio Domingo XXXI de Tiempo Ordinario)

El episodio de hoy nos sitúa en Jericó, el oasis situado a orillas del mar Muerto, a unos 34 kilómetros de Jerusalén. Era la última etapa de los peregrinos que, de Perea y de Galilea, se dirigían a Jerusalén para celebrar las grandes festividades del culto judío (lo que indica que el “camino de Jerusalén”, que hemos venido recorriendo bajo la dirección de Lucas, está llegando a su fin).

En el tiempo de Jesús, Jericó era una ciudad próspera (sobre todo debido a la producción de bálsamo), dotada de grandes y bellos jardines y palacios (a causa de Herodes, el Grande, que hizo de Jericó su residencia de invierno).

Situada en un lugar privilegiado, en una importante ruta comercial, era un lugar de oportunidades, que proporcionaba suculentos negocios (y también muchas posibilidades de realizar negocios de “dudosa” moralidad).

El personaje que se sitúa frente a Jesús es, una vez más, un publicano (en este caso, un “jefe de publicanos”). Nuestro héroe es, por tanto, un hombre que el judaísmo oficial consideraba pecador público, explotador de los pobres, colaboracionista al servicio de los opresores romanos y, por tanto, se encontraba excluido de la comunidad de la salvación.

Nos encontramos aquí con uno de los temas predilectos de Lucas: Jesús es el Dios que vino al encuentro de los hombres y se hizo hombre para traer, con hechos concretos, la liberación a todos los hombres, sobre todo a los marginados y excluidos, colocados por la doctrina oficial al margen de la salvación.

Zaqueo era, naturalmente, un hombre que colaboraba con los opresores romanos

y que se servía de su cargo para enriquecerse de forma inmoral (exigiendo impuestos muy por encima de lo que había sido fijado por los romanos y quedándose con la diferencia, como por otra parte era la práctica común entre los publicanos). Era, por tanto, un pecador público sin posibilidad de perdón, excluido de la convivencia con las personas decentes y serias. Era un marginal, considerado maldito para Dios y despreciado por los hombres. La referencia a su “pequeña estatura”, más que de una indicación de carácter físico puede significar su pequeñez e insignificancia desde el punto de vista moral.

Este hombre intentaba “ver” a Jesús. El “ver” indica, probablemente, algo más que curiosidad: indica una búsqueda intensa, una voluntad firme de encuentro con algo nuevo, un ansia de descubrir el “Reino”, un deseo de formar parte de esa comunidad de salvación que Jesús anunciaba. Sin embargo, el “maestro” debía parecerle distante e inaccesible, rodeado de esos “puros” y “santos” que despreciaban a los pecadores como Zaqueo. El subir “a un sicómoro” indica la intensidad del deseo de encontrarse con Jesús, que era mucho más fuerte que el miedo al ridículo o que las burlas de la multitud.

¿Cómo va a entrar en tratos Jesús con este excluido, que siente un deseo inmenso de conocer la salvación que Dios ofrece y que observa a Jesús desde las ramas de un sicómoro? Jesús comienza por provocar el encuentro; después, sugiere a Zaqueo que está interesado en entrar en comunión con él, en establecer lazos de familiaridad (“Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»”).

Prestemos atención a esta situación tan “escandalosa”: Jesús, rodeado de “puros” que escuchan atentamente su Palabra, deja a todos parados en medio de la calle para establecer contacto con un pecador público y para entrar en su casa. Es la realización práctica del “deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada”. Aquí se hace patente la debilidad del corazón de Dios que, ante un pecador que busca la salvación, deja todo para ir a su encuentro.

¿Cómo reacciona la multitud que rodea a Jesús ante esto? Manifestando, naturalmente, su desaprobación ante las actitudes incomprensibles de Jesús (“Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»”). Es la actitud de quien se considera “justo” y desprecia a los otros, de quien está instalado en sus certezas, de quien está convencido de que la lógica de Dios es una lógica de castigo, de marginación, de exclusión. Sin embargo, Jesús les demuestra que Dios es diferente de los hombres y que la oferta de salvación que Dios hace no excluye ni margina a nadie.

¿Cómo termina todo? Termina con un banquete (donde está Zaqueo, el jefe de los publicanos) que simboliza el “banquete del Reino”. Al aceptar el sentarse a la mesa con Zaqueo, Jesús muestra que los pecadores tienen lugar en el “banquete del Reino”; les dice, también, que Dios les ama, que acepta sentarse a la mesa con ellos, esto es, que quiere que formen parte de su familia y que desea establecer con ellos lazos de comunión y de amor. Jesús muestra, de esa forma, que Dios no excluye a nadie ni margina a ninguno de sus hijos, ni siquiera a los pecadores, sino que ofrece a todos la salvación.

¿Cómo reacciona Zaqueo ante la oferta de salvación que Dios le hace? Acogiendo el don de Dios y convirtiéndose al amor. La reparación de bienes a los pobres y la restitución del cuádruplo de todo lo que había robado, va mucho más allá de aquello que la ley judía exigía (cf. Ex 22,3.6; Lev 5,21-24; Nm 5,6-7) y es señal de la transformación del corazón de Zaqueo.

Zaqueo sólo decidió ser generoso después del encuentro con Jesús y tras haber realizado la experiencia del amor de Dios. El amor de Dios no se derramó sobre Zaqueo después de que él hubiera cambiado de vida, sino que fue el amor de Dios, que Zaqueo experimentó cuando aún era pecador, lo que provocó la conversión y lo que transformó el egoísmo en generosidad. Se prueba, así, que sólo el amor puede transformar el mundo y los corazones de los hombres.

La reflexión puede partir de las siguientes ideas:

La cuestión central presentada en este texto es, por tanto, la cuestión de la universalidad del amor de Dios. La historia de Zaqueo revela a un Dios que ama a todos sus hijos sin excepción y que no excluye de su amor a los marginados, a los “impuros”, a los pecadores públicos: al contrario, es por esos por los que Dios manifiesta una especial predilección. Además de eso, el amor de Dios no pone condiciones: él ama, a pesar del pecado, y es precisamente ese amor nunca desmentido el que, una vez experimentado, provoca la conversión y el regreso del hijo pecador.

Esta Buena Noticia de un Dios “con corazón”, es la que estamos invitados a anunciar, con palabras y obras.

La vida revela, con todo, que no siempre la actitud de los creyentes en relación con los pecadores está en consonancia con la de Dios. Muchas veces, en nombre de Dios, los creyentes o las Iglesias marginan y excluyen, asumen actitudes de censura, de crítica, de acusación que, lejos de provocar la conversión del pecador, le apartan más y le llevan a radicalizar sus actitudes de provocación. Ya deberíamos haber aprendido (el Evangelio de Jesús tiene casi dos mil años) que sólo el amor genera amor y que sólo con amor, no con intolerancia o fanatismo, conseguiremos transformar el mundo y el corazón de los hombres.

De verdad, ¿cómo acogemos e integramos a los que asumen actitudes diferentes de las que consideramos correctas?

Testimoniar al Dios que ama y que acoge a todos los hombres no significa, con todo, suavizar el pecado o pactar con el que está equivocado.
El pecado genera odio, egoísmo, injusticia, opresión, mentira, sufrimiento; el pecado es malo y debe ser combatido y vencido. Sin embargo, distingamos entre el pecador y el pecado: Dios nos invita a amar a todos los hombres, también a los pecadores; nos llama a combatir el pecado que emborrona el mundo y que malogra la felicidad del ser humano.

2Tes 1, 11 – 2, 2 (2ª Lectura Domingo XXXI de Tiempo Ordinario)

Forzado a dejar Filipos, Pablo llegó a Tesalónica hacia el año 50. Según su costumbre, predica primero a los judíos en la sinagoga, obteniendo algún éxito; pero los judíos, molestos por el testimonio de Pablo, sublevan a la multitud y el apóstol tiene que marcharse, deprisa, de la ciudad. De ahí, se dirigió a Berea, Atenas y, después, a Corinto.

En Tesalónica quedó una comunidad entusiasta y fervorosa, constituida en su mayoría por paganos convertidos. Pero Pablo estaba inquieto pues le llegaban noticias de la hostilidad de los judíos para con los cristianos de Tesalónica; esa comunidad, todavía insuficientemente catequizada, con una fe muy “verde”, corría riesgos.

Pablo envió a Timoteo a Tesalónica, para tener noticias y animar a los cristianos. Cuando Timoteo volvió, Pablo estaba en Corinto. Las noticias eran buenas: los tesalonicenses continuaban viviendo con entusiasmo la fe y daban testimonio de Jesús. Había, únicamente, algunas cuestiones doctrinales que los preocupaban, sobre todo por la cuestión de la segunda venida del Señor. Pablo decidió, entonces, escribir a los cristianos de Tesalónica, animándoles a vivir en fidelidad al Evangelio y aclarándoles todo lo referente a la doctrina sobre el “día del Señor”.

Estamos en el año 51. Aunque no hay ninguna duda de que la Primera Carta a los Tesalonicenses proviene de Pablo, hay quien pone en duda la autoría paulina de la Segunda Carta a los Tesalonicenses. De cualquier forma, la Segunda a los Tesalonicenses está considerada por la Iglesia como un texto inspirado que debe, por tanto, ser visto como Palabra de Dios.

El texto que se nos propone presenta dos temas.

El primero (cf. 2 Tes 1,11-12) es una súplica de Pablo, para que los tesalonicenses sean cada vez más dignos a la llamada que Dios les hizo.

El segundo (cf. 2 Tes 2,1-2) se refiere a la venida del Señor.

La primera parte pone de relieve el papel de protagonista que Dios desempeña en la salvación del hombre. No basta con la buena voluntad y los buenos propósitos del hombre; es preciso que Dios acompañe los esfuerzos del creyente y le dé la fuerza necesaria para recorrer hasta el fin el camino del Evangelio. Por lo demás, todo es don de Dios que llama, que anima, y que lleva al hombre hacia la meta.

La segunda parte es el inicio de la doctrina sobre el “día del Señor”. La intención fundamental de Pablo es denunciar y desautorizar a algunos fanáticos y fatalistas que, invocando visiones e incluso cartas pretendidamente escritas por Pablo, anunciaban la inminencia del fin del mundo. Esto estaba perturbando a la comunidad, porque algunos, alarmados por la proximidad de la segunda venida de Jesús, habían abandonado sus responsabilidades y esperaban ociosamente el acontecimiento.

Considerad, para la reflexión personal y comunitaria, los siguientes elementos:

En nuestro camino personal o comunitario, rumbo a la salvación, Dios está siempre en el principio, en el medio y al final. Es necesario reconocer que es él quien está detrás de la llamada que se nos hizo, que es él quien anima y da fuerzas a lo largo del camino, que es él quien nos espera al final del camino, para darnos vida plena.

¿Soy consciente de esta realidad de Dios?
¿Tengo conciencia de que la salvación no es una conquista mía, sino un don de Dios?

A lo largo del camino, es necesario estar atento para saber discernir lo cierto de lo equivocado, lo verdadero de lo falso, lo que es un reto de Dios y lo que es fanatismo o la fantasía de algún hermano perturbado en busca de protagonismo. El camino para discernir lo cierto de lo equivocado está en la Palabra de Dios y en una vida de comunión y de intimidad con Dios en su Iglesia.

San 11, 22-12, 2 (1ª lectura Domingo XXXI de Tiempo Ordinario)

El “Libro de la Sabiduría” es el más reciente de todos los libros del Antiguo Testamento (aparece durante la primera mitad del siglo I antes de Cristo). Su autor, un judío de lengua griega, probablemente nacido y educado en la Diáspora (¿Alejandría?), expresándose en términos y conceptos del mundo helénico, realiza el elogio de la “sabiduría” israelita, traza el cuadro de la suerte que le espera al justo y al impío en el más allá y describe, con ejemplos sacados de la historia del Éxodo, las suertes diversas que tuvieron los egipcios (idólatras) y los hebreos (fieles a Yahvé).

Su objetivo es doble: dirigiéndose a sus compatriotas judíos (contaminados por el paganismo, la idolatría, la inmoralidad), les invita a redescubrir la fe de los padres y los valores judíos; dirigiéndose a los paganos, les invita a constatar lo absurdo de la idolatría y a adherirse a Yahvé, el verdadero y único Dios. Tanto a unos como a otros, sólo Yahvé les asegura la verdadera “sabiduría”, la verdadera felicidad.

El texto que se nos propone pertenece a la tercera parte del libro (cf. Sab 10,1- 19,22). En esa parte, recurriendo, sobre todo, a la técnica del midrash, el autor realiza la comparación entre los castigos que Dios envió a los “impíos” (los paganos) y la salvación reservada a los “justos” (el Pueblo de Dios).

Después de describir cómo la “sabiduría” de Dios se manifestó en la historia de Israel (cf. Sab 10,1-11,24), el autor hace referencia al pecado de los egipcios, que rendían culto a “reptiles irracionales y a bichos miserables” (Sab 11,15); y manifiesta su asombro por que el castigo de Dios a los egipcios haya sido tan moderado y benevolente (cf. Sab 11,17-20). ¿Por qué Dios fue tan contenido y no exterminó totalmente a los egipcios? A esa cuestión es a la que responde el texto.

Fundamentalmente, el autor encuentra tres razones para justificar la moderación y la benevolencia de Dios.

La primera tiene que ver con la grandeza y la omnipotencia de Dios (cf. Sab 11,22). Quien es grande y poderoso, no se siente incómodo y puesto en entredicho por los actos de aquellos que son pequeños y finitos. Él ve las cosas con suficiente distancia, percibe las razones del actuar del hombre, no pierde la compostura, de ahí surge la tolerancia y la misericordia.

La segunda razón viene de esa lógica que caracteriza siempre la actitud de Dios en relación con el hombres: la del perdón (cf. Sab 11,23). Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; por eso, “cierra los ojos” ante el pecado del hombre, a fin de invitarle al arrepentimiento. Repárese, sin embargo, que esta forma de proceder no se ejerce aquí sobre el Pueblo de Dios, sino sobre un imperio pagano y opresor: es la universalidad de la salvación lo que aquí se sugiere.

La tercera tiene que ver con el amor de Dios (cf. Sab 11,24-26), que se derrama sobre todas las criaturas. La creación fue la obra del amor de un padre, y ese padre ama a todos sus hijos. Él es el Señor que “ama la vida”.

Porque todos los hombres llevan dentro de sí ese “soplo de vida” que Dios infundió sobre la creación, es por lo que se preocupa, corrige, amonesta, perdona las faltas, hace que se aparten del mal y establezcan comunión con él (cf. Sab 12,1-2).

La reflexión puede realizare a partir de los siguientes elementos:

El Dios que este texto presenta es una figura benevolente y tolerante, llena de bondad y de misericordia, que no quiere la destrucción del pecador, sino su conversión y que ama a todos los hombres que él creó, también a aquellos que practican acciones equivocadas.

Todos nosotros conocemos bien esta imagen de Dios, pues él nos la muestra continuamente. Pero ¿la interiorizamos suficientemente?

Interiorizar esta imagen de Dios significa “empaparnos” de la lógica del amor y de la misericordia y dejar que ella se transparente en gestos para con los hermanos.
¿Sucede eso realmente en nosotros?

¿Cuál es nuestra actitud para con aquellos que nos han hecho mal, o cuyos comportamientos nos desafían e incomodan?

Muchas veces, percibimos ciertos males que nos molestan como “castigos” de Dios por nuestro mal proceder. Sin embargo, este texto deja claro que Dios no está interesado en castigar a los pecadores. Como mucho, intenta hacerles comprender, con la pedagogía de un padre lleno de amor, el sentido de ciertas opciones y el mal que nos hacen ciertos caminos que elegimos.

Comentario al evangelio – 28 de octubre

Dale Carnegie, experto en el arte de las relaciones humanas, afirma: “El propio nombre es para cada persona la voz más dulce e importante de su idioma”. Llamar por el propio nombre a las personas es mostrarles que merecen nuestra confianza, que tienen nuestro respeto, que pueden contar con nuestro amor. Llamar a alguien por su nombre es reconocer su identidad más genuina. Es darle la vida.

En la antigüedad, y todavía hoy en las culturas primitivas, el nombre significa lo que en realidad es la persona, o una cualidad -imaginaria o real- que el recién nacido tiene o que se desea que llegue a poseer. En el libro del Génesis, se pone nombre a los seres y se les encomienda una tarea. En la Biblia, el nombre no es algo convencional sino que quiere expresar el papel de un ser humano en el universo, su misión, su porvenir.

¿Qué experimentarían los apóstoles -también Simón y Judas- al escuchar de labios del divino Maestro su nombre? ¿Qué resonancias especiales pudo tener para ellos la llamada de Jesús para ser apóstoles?

La vocación de los apóstoles, recordada por la liturgia en este día, nos remite al momento de nuestra propia vocación como seres humanos, como cristianos, como comprometidos con la causa de Jesús y con la extensión de su obra.

¿Nos sentimos concernidos al escuchar nuestro propio nombre? ¿Qué resonancias (sentimientos, sensaciones, impulsos…) reviste el simple recuerdo de ese momento especial en el que Jesús nos llamó? ¿Hacia qué mayor y renovado compromiso de vida nos empuja?