• Jesús anuncia la destrucción (6) del segundo “templo” (5) de Jerusalén al ver muy adelantados los trabajos de reformas y embellecimiento. Lo que dice Jesús sorprende mucho por todo lo que el templo significa.
• El templo era, para los judíos, lugar de la presencia de Dios –y, por tanto, de encuentro con Él-. A partir de ahora, el lugar de la presencia de Dios y de encuentro con Él es Jesús, luz que se revela a las naciones (Lc 2,32). Los discípulos, unidos a Él, somos también lugar de ese encuentro, piedras vivas, templo del Espíritu (1Pe 2,5).
• Jesús aprovecha el asedio y destrucción de la ciudad y del templo –lo que sucedió en el año 70 dC- para anunciar que ni la muerte destruye el nuevo templo. Lucas pone esta conversación a las puertas de la Pascua: Jesús ha hecho el duro camino de subida a Jerusalén, y está a punto de padecer pasión y muerte, y resucitará. Los discípulos, viviendo con perseverancia (18-19) su camino, su subida (12-17), tampoco serán destruidos.
• El discípulo y la discípula están llamados a vivir el hoy, siguiendo el camino de Jesús a Jerusalén y asumiendo las dificultades y las angustias del tiempo presente, el tiempo de la Iglesia.
• Así como los primeros cristianos vieron la destrucción del templo (6) – cuando Lucas escribe ya ha sido destruido- y comprobaron que el fin no había llegado (9), los cristianos de todos los tiempos nos tenemos que disponer a vivir en medio de las adversidades y persecuciones (12), incluso con el dolor de la posible traición de familiares y amigos (16) y de ser odiados por todos (17). En el mundo que nos rodea (10-11) y en nosotros mismos tendremos siempre la experiencia de la pérdida, de la destrucción y de la muerte. Pero, al mismo tiempo, tenemos la experiencia de Cristo resucitado, que “salva nuestras almas” (19).
• Estas palabras de Jesús son una segunda respuesta a aquel maestro de la Ley (Lc 10,25ss) y a aquel hombre importante y rico (Lc 18,18ss) que, por el camino de subida, le habían preguntado: ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
• Ahora es el tiempo no de preocuparse de si esto se acaba o no se acaba. Es tiempo de seguir a Jesús, no de buscar las seguridades en la Ley (Lc 10,25ss) o el dinero y las posesiones (Lc 18,18ss). Es tiempo de “dar testimonio” (13). Es tiempo de confiar en que Jesús no abandona nunca al discípulo en el camino (15). Es el tiempo de acoger la salvación, que se nos da hoy, no al final: Anda, haz tú lo mismo que aquel samaritano (Lc 10,37); vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza (Lc 18,22).