1.- Lo nuevo que va a germinar (Is 33,1 -6a. 10)
El anuncio seguro de lo nuevo tiene arraigo en la visión esperanzada del profeta. La confianza en el Dios que salva es más grande que todas las trabas y tropiezos.
Esperanza que se expresa en la transformación de l naturaleza y del ser humano. El yermo y el desierto, llamados a alegrarse con el regocijo de una floración inesperada. Una belleza tal que abrirá los corazones a la belleza misma de Dios: «Verán la gloria de Dios, la belleza de nuestro Dios».
Y unos seres humanos deprimidos que se abren a la nueva fortaleza. Ni debilidad ni vacilación ni cobardía: «Sed fuertes, no temáis». Incluso aquellos que experimentan el deterioro físico reciben el anuncio de gozar en plenitud de la función de sus órganos atrofiados: los ojos, los oídos, las piernas y la lengua. No más ciegos ni sordos ni cojos ni mudos.
Todos vienen «rescatados» por el Señor. Una gran peregrinación de hombres renovados, guiados por «la alegría perpetua»; flanqueados en su camino por «el gozo y la alegría». Al resguardo de toda «pena y aflicción».
Novedad maravillosa que, en medio del sufrimiento, estimula y anima la esperanza.
2.- Esperando con firmeza (Sant 5,7-10)
Esperando, como lo hace el labrador que aguarda la cosecha, con una paciencia inquieta y activa. Se sabe el labrador llamado a trabajar su parcela, pero ha aprendido a mirar al cielo en espera de las lluvias. Las necesita y anhela, pero no puede causarlas, «ni las tempranas ni las tardías». Las espera. Y lo hace con inquietud y paciencia, pero siempre con una segura firmeza.
Cuando las lluvias se tardan, apuntan la desesperanza el cansancio de tanto trabajo frustrado. Lo mismo pasa en la vida, cuando se teme que el Señor se ha ocultado y retrasa su venida: la «venida» en el final; y las «venidas» en cada momento de nuestra historia, tantas veces reseca y agostada como la tierra en sequía.
Pero, en los momentos duros, es cuando crece la esperanza. Esperanza tantas veces dolorida por el retraso y silencio de quien tiene que venir y no acaba de llegar. En la paciencia esperanzada está también la firmeza: «La venida del Señor está cerca… Él está ya a la puerta».
3.- Lo nuevo que ha germinado (Mt 11,2-11)
¿Se cumplió ya la promesa o sigue el tiempo de espera? Dos períodos se entrecruzan: el de Juan que se pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». Y el de Jesús que responde con la promesa cumplida. La promesa de Isaías y los profetas se hace en Jesús realidad: Con Él llega la salvación que, abrazando a enfermos y marginados, llega hasta a los mismos muertos, llamados a resucitar.
Esta sí es Buena Noticia. Noticia de salvación, que tiene en todos los pobres sus primeros destinatarios: «A los pobres se les anuncia la Buena Noticia». Se habían mezclado en la espera otros muchos intereses, que viciaron lo más hondo de la esperanza: Aguardar desde la pobre Cuando no existe el despojo, es difícil la esperanza. Uno cree tenerlo todo, incluso la mejor idea de la misión del Mesías. Y de ahí la advertencia de Jesús: «Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí».
No fue Juan uno de los defraudados. La firmeza de su arraigo de profeta en el desierto, y no «en los palacios, donde habitan los que visten de lujo», lo hizo mensajero y preparador del camino. Grandeza de misión y de respuesta. Una singular grandeza que está al alcance de todos: «El más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él».
El Señor está cerca
¡Cómo emulan al Líbano su gloria
el páramo y la estepa! ¡Cómo arde
el vigor en el pecho del cobarde!
¡Cómo pronuncia el Salvador su historia!
No pongáis la esperanza en vuestra noria.
Siempre llega el Señor, aunque se tarde…
Al tempero o tardía…, sin alarde
cae la lluvia en la tierra promisoria…
Salta el cojo su júbilo. Se alerta
el oído del sordo. Está a la puerta
el Juez que impartirá misericordia…
¡Haz tuya la belleza del Carmelo
y tu pecho una estancia de su cielo
donde vivan los hombres en concordia!
Pedro Jaramillo