¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

¿Reconocemos a Jesús como el Mesías que esperábamos? ¿Descubrimos su presencia en esos signos de transformación de la sociedad, que parten del dolor de los marginados? ¿O seguimos esperando a otros mesías más acordes con nuestra mentalidad raquítica, o con los valores del momento?

El evangelio de hoy empieza, como tantos otros domingos, con el consabido “en aquel tiempo…” Según vamos leyendo seguro que nos damos cuenta de que sería igualmente exacto decir: “En estos tiempos… en nuestro tiempo…”

Porque hay personas, muchas, que se hacen o nos hacemos hoy, preguntas parecidas. Preguntas con menos calado quizá, en las que con frecuencia hemos perdido la referencia a Dios, fruto del secularismo que nos envuelve. Y cambiamos la pregunta sobre Jesús en preguntas sobre nuestras pobres aspiraciones o deseos. Algo así como: ¿qué o a quien tenemos que esperar? Porque dan o damos por supuesto que “tenemos que esperar” que tal como estamos no nos gustaría seguir.

Y en estos días, cercanos a la Navidad, escuchamos múltiples respuestas a nuestro alrededor, casi todas en el mismo sentido: “Tenemos que esperar al “Black Friday” para hacer nuestras compras, para adquirir todo lo que pensamos que vamos a necesitar en Navidad. Tenemos que esperar que nos toque la lotería y para ello “mantenernos unidos por un décimo”. Tenemos que esperar que se inaugure la iluminación de nuestras calles y luego salir a verlas, para convencernos de lo luminosa que va ser nuestra realidad social…

Pero el evangelio nos plantea la pregunta de otra forma. Nos plantea la pregunta definitiva, la que marca la diferencia esencial de nuestra vida: “¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Esta pregunta estaba en el ambiente de la época, y resume en su brevedad toda la historia de Israel, una historia orientada por la esperanza de la llegada del Mesías.  Ante la presencia inquietante de Jesús que empieza a obrar y a hablar de manera muy distinta a la de Juan Bautista, muchos judíos discípulos de Juan se preguntan, ¿es este el Mesías que Juan anunciaba? Podemos imaginarnos el desconcierto de estos discípulos, y sus dificultades ante un posible mesías que no responde a sus expectativas, que no se hace valer expulsando a los romanos… ¿cómo es posible? Mateo, recoge esta preocupación en su evangelio poniendo la pregunta en boca del mismo Juan, ya en la cárcel. Así la pregunta tiene más autoridad.

Hoy, en un ambiente mucho menos religioso, también a nosotros nos invita el evangelio a preguntarnos y a preguntar a Jesús, ¿Eres tú? ¿Eres tú el que colma todas nuestras esperanzas o tenemos que seguir esperando a otros? 

Y Jesús, como tantas otras veces, nos sorprende con una respuesta novedosa e inesperada. Nos ayuda a ver y oír la realidad que Él está inaugurando en aquel tiempo y hoy: “…los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Él, como Mesías está transformando la sociedad, pero el punto de partida es el dolor de los marginados. Se ha acercado a quienes no tenían nada, a quienes no podían acudir al médico, a quienes habían sido expulsados de los pueblos y ciudades y forzados a vivir en los cementerios para no contagiar. Su revolución empieza por un cambio social que devuelve la dignidad a cada hombre y mujer, empezando por los últimos. Ver, percibir ese cambio, conlleva un cambio de mentalidad, dirigirse a Dios de otro modo, reivindicar la justicia… No ha empezado en un programa electoral, sino en unos signos patentes y concretos. Pero como esos signos iban contracorriente de la mentalidad de entonces el riesgo era no entenderlos y escandalizarse.

Esta dificultad es la que también hoy podemos tener nosotros. El evangelio nos está invitando a ver estas señales e interpretarlas. Es el camino de la fe, que arranca de hechos visibles y conduce al reconocimiento de Jesús, como mesías, salvador. Es importante recordar que esta enumeración de las obras de Jesús, “los ciegos ven…” enlaza estrechamente con la promesa del mesías del profeta Isaías (Is 35, 5s; 61,1) y nos lleva a reconocerle, a no escandalizarnos de Él, aunque su lenguaje nos siga resultando sorprendente.

¿Reconocemos estos signos de su presencia transformadora? ¿Creemos en Él como nuestro Señor y Salvador o nos sentimos escandalizados, escandalizadas de su manera de obrar, de su forma de hablar de Dios y de relacionarse con Él? De nuestra respuesta sincera depende el que seamos “dichosos” o sigamos en el grupo de los eternos buscadores de pequeñas promesas que no llegan a colmar nuestra esperanza profunda de una vida plena.

Nuestra respuesta vital es también la clave que nos sitúa en referencia a Juan Bautista, a la dinámica del Antiguo Testamento, del cumplimiento de la Ley. El evangelio pone en boca de Jesús el gran piropo referido a Juan Bautista: “es más que profeta”. En el “escalafón” de los nacidos de mujer Juan ocupa el puesto principal, pero para Jesús hay otra manera de situarse: quien está en el Reino (no en los cielos, sino en la dinámica del reino) es o puede ser más grande que Juan.  A eso se nos invita a todos, esa es la gran posibilidad que se nos regala. Ojalá el evangelio de este domingo, tan próximo a la Navidad, nos ayude a responder a la pregunta con una fe firme, aun en nuestra fragilidad: ¡Tú eres el mesías, el que esperábamos!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp.

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I Vísperas – Domingo III de Adviento

I VÍSPERAS

DOMINGO III DE ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Alégrate, Jerusalén, porque viene a ti el Salvador. Aleluya.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alégrate, Jerusalén, porque viene a ti el Salvador. Aleluya.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Yo soy el Señor: mi hora está cerca, mi salvación no tardará.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo soy el Señor: mi hora está cerca, mi salvación no tardará.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Envía, Señor, al Cordero que dominaré la tierra, desde la peña del desierto al monte de Sión.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Envía, Señor, al Cordero que dominaré la tierra, desde la peña del desierto al monte de Sión.

LECTURA: 1Ts 5, 23-24

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

RESPONSORIO BREVE

R/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/ Danos tu Salvación.
V/ Tu misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. No hay otro Dios fuera de mí, ni nadie será mi semejante; ante mí se doblará toda rodilla y por mí jurará toda lengua.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No hay otro Dios fuera de mí, ni nadie será mi semejante; ante mí se doblará toda rodilla y por mí jurará toda lengua.

PRECES
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:

¡Ven, Señor, y no tardes más!

Esperamos, alegres, tu venida:
— ven, Señor Jesús.

Tú que existes antes de los tiempos,
— ven y salva a los que viven en el tiempo.

Tú que creaste el mundo y a todos los que en él habitan,
— ven a restaurar la obra de tus manos.

Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal,
— ven y arráncanos del dominio de la muerte.

Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante,
— ven y danos tu vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino,
— ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado II de Adviento

1) Oración inicial

Dios todopoderoso: que amanezca en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, Cristo, tu Hijo, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos manifieste como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo. Amen.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Mateo 17,10-13
Sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?» Respondió él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos.» Entonces los discípulos entendieron que se refería a Juan el Bautista.

3) Reflexión

• Los discípulos acaban de ver a Moisés y a Elías ante Jesús en la transfiguración sobre el monte (Mt 17,3). La gente en general creía que Elías tenía que volver para preparar la llegada del Reino. El profeta Malaquías decía: “Les voy a mandar al profeta Elías antes que llegue el día de Yahvé, que será grande y temible. El reconciliará a los padres con los hijos y a éstos con sus padres, para que cuando yo llegue no tenga que maldecir a este país.” (Ml 3,23-24; cf. Eccl 48,10). Los discípulos quieren saber: «¿Qué significa la enseñanza de los doctores de la Ley, cuando dicen que Elías tiene que venir antes?» Ya que Jesús, el mesías, estaba ya allí, había llegado, y Elías no había llegado aún. ¿Cuál es el valor de esta enseñanza de la vuelta de Elías?”
• Jesús contesta: “Elías ya vino y no le reconocieron, sino que lo trataron como se le antojó. Y también harán padecer al Hijo del hombre”. Y entonces los discípulos comprendieron que Jesús se refería a Juan Bautista.
• En esa situación de dominación romana que desintegraba el clan y la convivencia familial, la gente esperaba que Elías volviera para reconstruir las comunidades: reconducir el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres. Esta era la gran esperanza de la gente. Hoy también, el sistema neoliberal desintegra las familias y promueve la masificación que destruye la vida.
• Reconstruir y rehacer el tejido social y la convivencia comunitaria de las familias es peligroso, porque mima la base del sistema de dominio. Por esto mataron a Juan el Bautista. El tenía un proyecto de reforma de la convivencia humana (cf. Lc 3,7-14). Realizaba la misión de Elías (Lc 1,17). Por esto le mataron.
• Jesús continúa la misma misión que Juan: reconstruir la vida en comunidad. Porque Dios es Padre, y nosotros somos todos hermanos y hermanas. Jesús reúne dos amores: amor hacia Dios y amor hacia el prójimo y le da visibilidad en la nueva forma de convivencia. Por esto, al igual que Juan, le mataron. Por esto, Jesús, el Hijo del Hombre, será condenado a muerte.

4) Para la reflexión personal

• Me pongo en el lugar de los discípulos: ¿la ideología del consumismo tiene poder sobre mí?
• Me pongo en el lugar de Jesús: ¿Tengo fuerza para reaccionar y crear una nueva convivencia humana?

5) Oración final

Que tu mano defienda a tu elegido,
al hombre que para ti fortaleciste.
Ya no volveremos a apartarnos de ti,
nos darás vida e invocaremos tu nombre. (Sal 80,18-19)

¡Alegría, alegría!

1.- “Alegría, alegría, alegría… alegría, alegría, y placer; esta noche nace el Niño en el portal de Belén”. Así comienza un villancico hispano y, en ese tono, estamos celebrando la liturgia de este domingo tercero de adviento. La alegría, porque un Niño nos va a nacer, será nuestro secreto, nuestra sonrisa, nuestra fortaleza en Navidad. Desde ahora, en este domingo, vislumbramos lo que acontece en Navidad. ¡Ojo! Que nadie sustituya ni nos robe la alegría cristiana derivándola hacia un puro sentimentalismo de luces, recuerdos y colores. ¿Ok?

Viene, Dios, a salvarnos. ¿Quién no se alegra cuando, en el incierto o negro horizonte, aparece una voz amiga o un rostro dispuesto a echar una mano?

Viene, Dios, y nuestras tristezas y llantos, tendrán un final. ¿Cómo no vamos a alegrarnos cuando, ante nosotros, se levanta todo un muro de incertidumbres, problemas, impaciencia o dificultades?

–Viene el Señor, y como canta un Himno litúrgico “Mas entonces me miras…y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche”.

–Domingo del regocijo. En el mundo, desgraciadamente, no abundan las buenas noticias. Para una que viene envuelta en alegría, surgen otras tantas que nos sobresaltan y nos hacen morder el polvo de nuestra realidad: queremos pero no podemos ser totalmente felices. Lo intentamos, pero con todo lo que tenemos ¡y mira que tenemos! nos cuesta labrar y conquistar un campo donde pueda convivir el hombre; vivir el pobre o superarse a mejor el ser humano.

Por ello mismo, la cercanía de Jesús nos infunde optimismo e ilusión. Todo queda empapado, si no permitimos que otros aspectos se impongan al sentido navideño, por el gusto del aniversario que se avecina: la aparición de Jesús en la tierra.

2. ¿Deseamos de verdad esa visita del Señor? ¿En qué estamos pensando? ¿En quién estamos soñando? Porque, para celebrar con verdad las próximas navidades, hay que tener –no hambre de turrón ni sed de licor- cuanto apetito de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la relación y la reunión de nuestra familia; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca hasta nosotros haga más profunda y sincera nuestra oración.

Este Domingo de la alegría nos hace recuperar el brillo de la fe. Las ganas de tenerle entre nosotros. El deseo de que venga el Señor. La firme convicción de que, Jesús, puede colmar con su nacimiento la felicidad y las aspiraciones de todo hombre.

Amigos: ¡sigamos preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, lo hagamos con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas pero tampoco caras largas. El Señor, porque va a nacer, necesita de adoradores con espíritu y joviales. ¿Seremos capaces de ofrecerle a un Dios humillado y humanado, el regalo de nuestra alegría por tenerle entre nosotros? ¿No canta un viejo adagio aquello de “a un amigo agasájale sobre todo con la alegría de tu corazón”? ¿No es Jesús un amigo dispuesto a compartirlo todo con nosotros?

Que nosotros, ya desde ahora, celebremos, gocemos, saboreemos y nos alegremos del gran banquete del amor que, en tosca madera y por el Padre Dios, va a ser servido en un humilde portal.

Desde ahora, amigos, disfrutemos y gocemos con nuestra salvación. Y, como Juan, ojala que a esa gran alegría, por ser los amigos de Jesús, respondamos –más que con palabras- con nuestras obras. Es decir, con nuestra vida.

¡ALEGRÍA! ¡OJO CON LOS “CARAS-VINAGRES” DE LOS CUALES NOS PREVENÍA EL PAPA FRANCISCO!

 

3.- ¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Decimos que eres el esperado
pero ¡esperamos a tantos y tantas cosas!
Decimos que haces ver a los ciegos,
pero nos cuesta tanto mirar por tus ojos
Decimos que haces andar a los paralíticos,
pero se nos hace tan difícil caminar por tus senderos!

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Vienes a limpiar nuestras conciencias,

y nos preferimos caminar en el fango
Sales a nuestro encuentro para darnos vida,
y abrazamos las cuerdas que nos llevan a la muerte
Te adelantas para enseñarnos el camino de la paz,
y somos pregoneros de malos augurios.

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Porque tenemos miedo a cansarnos

Porque, a nuestro paso, sale el desánimo
Porque, en la soledad, otros dioses vencen y se imponen
Porque, las falsas promesas, se hacen grandes cuando Tú no estás

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Como Juan, queremos saberlo, Señor

Como Juan, quisiéramos preparar tu llegada, Señor
Como Juan, aún en la cárcel
en la que a veces se convierte el mundo
levantamos nuestra cabeza porque queremos que Tú nos liberes

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Si eres la alegría, infunde a nuestros corazones júbilo

Si eres salud, inyéctanos tu fuerza y tu salvación
Si eres fe, aumenta nuestro deseo de seguirte
Si eres amor, derrámalo en nuestras manos
para, luego, poder ofrecerlo a nuestros hermanos.

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?
Quien quiera que seas…sólo sé que el mundo te necesita

Que el mundo requiere de un Niño que le devuelva la alegría
Que la tierra, con tu Nacimiento, recobrará la paz y la esperanza
Por eso, Señor, porque sabemos quién eres Tú…
Ven y no tardes en llegar…Señor¡¡

Javier Leoz

Comentario – Sábado II de Adviento

Al bajar del monte, nos dice el evangelista, le preguntaron a Jesús sus discípulos: ¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías? Eran tiempos de expectación mesiánica. La pregunta alude a la venida del Mesías anunciado por los profetas. Los letrados entendían que esta llegada no se produciría sin una preparación previa y, por tanto, que el Mesías tendría su precursor. Al mencionar a este precursor lo representaban como un nuevo Elías. Según los entendidos en las Sagradas Escrituras, Elías tenía que venir antes, preparando así los caminos del Mesías. Ello explica la pregunta de los discípulos.

La respuesta de Jesús no contradice la presunción de los letrados, pero pone de manifiesto la existencia de un rechazo que le alcanza a él mismo y a su misión. Elías vendrá y lo renovará todo –comienza diciendo, en la línea de la interpretación de los entendidos de la Ley-. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Los discípulos comprenden entonces que está hablando de Juan el Bautista. Juan es el Elías (=el profeta) que tenía que venir como precursor del Mesías. Pero esta venida ya se ha producido.

Elías ya ha venido en la persona del Bautista, pero no supieron reconocerlo, sino que lo trataron a su antojo, como los niños antojadizos que, sentados en la plaza, decían: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado. Y no lo reconocieron como al profeta enviado por Dios para preparar los caminos del Mesías porque no cumplía sus expectativas, porque no cumplía el perfil profético que ellos habían diseñado en su mente. Tal vez porque se había ensañado con ellos poniendo al descubierto sus vicios e hipocresías. Y sin embargo, cualquiera que conociera mínimamente a Elías, un profeta como un fuego, podía hallar una reproducción cabal del mismo en Juan el Bautista. Ambos hablaban con el mismo ardor y poder de convicción; ambos invitaban a la conversión; ambos denunciaban maldades e injusticias; ambos tenían el aspecto de un mártir, dispuestos a dar la vida por la verdad que proclamaban. Pero aquellos letrados no reconocieron en Juan a Elías, el profeta que tenía que venir. Y porque no le reconocieron ni le concedieron la autoridad moral de que estaba investido, le trataron a su antojo, es decir, le despreciaron como a un loco o un endemoniado, y se alegraron cuando tuvieron noticia de su muerte.

Y no habiendo reconocido al Precursor, tampoco reconocieron al Mesías de quien era precursor. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos. El rechazo de Juan se acentuará aún más en su continuador, que padecerá mucho a manos de ellos. Jesús anuncia anticipadamente su propia pasión. Quienes no reconocieron en Juan la Voz de Dios, tampoco reconocerán su Palabra (hecha carne) en Jesús. Y el mismo rechazo que experimentó el Precursor lo experimentará el Mesías, que será llevado también a la muerte por sus contradictores.

El rechazo del profeta tampoco era nuevo en la historia del pueblo de Israel, un pueblo que daba culto a sus profetas después de haberlos dado muerte y sepultura, como les echa en cara Jesús a aquellos letrados y fariseos que pretendían dignificar a sus antepasados. La historia del desprecio a los enviados de Dios para pedir cuentas de los frutos de la viña se repetía. Y el último enviado era el Hijo que, por ser precisamente el heredero, se convierte en el objetivo principal de sus maquinaciones asesinas. A esta historia de infidelidad, de rechazo o menosprecio, podemos pertenecer también nosotros, o bien porque no reconocemos al que nos ha sido enviado de parte de Dios como Salvador, o bien porque no le hacemos caso y acabamos tratándole en sí mismo o en sus apóstoles a nuestro antojo. Pero semejante actitud de desprecio o indiferencia no es inocua. Ha de tener necesariamente consecuencias. Puede que con esta falta de reconocimiento nos estemos cerrando puertas muy importantes para nosotros y nuestro destino, puertas de salvación.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia. En algunos lugares ocurre que, después de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de “formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven tristes y negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: «en la experiencia de un gran amor […] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito»[112].


[112] La esencia del cristianismo, ed. Cristiandad, Madrid 2002, 17.

Juan, testigo fiel

1.- NUESTRA TIERRA SE ALEGRARÁ. Canta el profeta Isaías las grandezas de los tiempos mesiánicos. En medio de las dificultades, en medio de las tinieblas que envuelven su época, brota su palabra luminosa, llenando los corazones de alegría, disipando miedos y colmando el alma de paz… Aquellos campos áridos, aquellos paisajes desnudos, aquella tierra seca, tierra mostrenca, estéril como la arena. Un día se obrará el prodigio. Florecerá, reverdecerá, dará copiosos frutos, ubérrimos frutos. Será un bosque de cedros altos como los del Líbano, brotarán flores, como en el valle del Sarón, como en el monte Carmelo.

Tierra nuestra, vida nuestra, tan seca a veces, tan estéril, tan árida. Esta sensación de inutilidad, esta impresión de estar sin nada que presentar ante Dios y ante los hombres, este miedo a no haber hecho casi nada por él, nada que tenga realmente valor a la hora de la verdad. Tierra nuestra, seca y pobre, un día Dios realizará, también contigo, el prodigio de una maravillosa primavera, un florecer prometedor de ricos frutos. Y ya no quedarás baldío, y no sentirás el temor de pasar toda la vida sin pena ni gloria.

El profeta insiste en animarnos. Sin embargo tenemos las manos desfallecidas, las rodillas vacilantes, el corazón apocado. Miedo y timidez, aprietos del alma, angustia del corazón. Sentimientos indefinidos que a veces atenazan el espíritu, que ahogan hasta robar la tranquilidad. Siempre el hombre ha vivido entre peligros y apuros, entre riesgos y pesares, entre prisas e incertidumbres. Sin embargo, es un hecho irrefutable que el ritmo de la vida ha crecido notoriamente, es indudable que el bullicio del vivir, la vorágine de la existencia humana ha aumentado.

Y paralelamente aumentan las neurosis, los infartos de miocárdico, los complejos, los miedos, las dudas, esa angustia vital que arrastra mecánicamente a los hombres, siempre con prisas… ¡Valor! No temáis, he ahí a nuestro Dios. Viene la venganza, viene la retribución, viene Dios mismo y nos salvará. No té intranquilices, no te apures, no te angusties. Ten confianza en el amor y en el poder de Dios. Que son tan grandes, tan grandes que se alargan hasta el infinito. Y siempre puedes estar seguro del Señor, sin que nada rompa el equilibrio de tu vida, sin que nada te preocupe seriamente, sin que nada te robe el sueño.

2. LA VIOLENCIA DE LOS SIGNOS. Siempre ha sido arriesgado decir la verdad. Por esta razón los profetas solían ser perseguidos y encarcelados, incomprendidos y objeto de burla… La liturgia de Adviento nos vuelve a presentar la figura del Bautista. Hoy lo vemos metido en prisión por mandato del rey Herodes. Su vida disoluta y sobre todo sus amoríos con la mujer de su hermano habían provocado la denuncia abierta del Precursor. El rey al parecer le tenía cierto respeto, le escuchaba aunque luego no le hiciera caso alguno. Pero Heroidas no podía soportar que aquel hombre, surgido del pueblo, la insultara impunemente. Día llegará en que pueda vengarse y eliminarlo de una vez… Sólo la muerte pudo apagar la voz de Juan que decía la verdad.

Hoy también hay hombres y mujeres que son perseguidos y encarcelados por defender y pregonar la verdad. Hoy también hay sonrisas y palabras de burla ante los voceros de Dios, insultos descarados o encubiertos al paso de un sacerdote que no tiene reparo en aparecer como lo que es, un signo ostensible, incluso llamativo, que proclama con sólo su presencia un mensaje divino de perdón y de misericordia, que ofrece abiertamente el camino de la salvación eterna. En un mundo paganizado y desacralizado, viene a decir el Papa, es preciso dar relieve a cuanto significa un vestigio de lo sobrenatural.

No podemos avergonzaron de ser cristianos, no podemos camuflar nuestras ideas, no podemos traicionar nuestra fe, ni nuestra esperanza, ni nuestra caridad. El Evangelio es un mensaje que exige ser proclamado, que no es compatible con el silencio, o con una anuencia conformista. Es cierto que no hay que provocar situaciones límites de tensiones inútiles, es verdad que nunca podemos ser cerriles ni fanáticos, pero también lo es que no podemos conformarnos con lo que contradice a nuestro Credo, ni aceptar como bueno, o como indiferente, lo que desdice de la Ley de Dios. Y hay que obrar así aunque se nos señale con el dedo, aunque vengamos a ser un signo molesto, o incluso chirriante y que crispa a quienes opinan lo contrario.

Juan fue un testigo fiel, un signo claro de la verdad que proclamaba. Por eso Jesús elogia su fortaleza en el cumplimiento de su misión. Nada pudo doblegarlo, ante nadie se inclinó. Fue recto y consecuente, prefirió la persecución, la cárcel y la muerte, antes de claudicar. El Reino de los cielos, nos dice Jesús, sufre violencia y sólo los violentos podrán conseguirlo. A primera vista podría parecer que el Señor justifica y aconseja la violencia como tal. Pero no es ese el sentido de sus palabras. Por el contexto podemos decir que Juan es un ejemplo claro de lo que significan las palabras del Señor. La violencia del Precursor fue la de sus palabras, la que ejerció contra sí en una vida penitente y austera, la violencia de la persuasión y de la inmolación del propio egoísmo, la violencia de los signos que él no ocultaba.

Antonio García-Moreno

Llega la salvación: estad alegres

1.- “Hoy se cumple la Escritura que acabáis de oír”. Hacen falta profetas en nuestro mundo. Desde las lejanas tierras en que se encontraban dispersos, el profeta Isaías anuncia la vuelta a su inolvidable Jerusalén. Al llegar este anuncio de libertad el desierto de la existencia humana es recorrido por una corriente de vida y de alegría casi contagiosa. Las expresiones de felicidad se atropellan en los labios del profeta: «gozad, alegraos, floreced, sed fuertes, no temáis, venid a Sión con cantos, con gozo indestructible sobre el rostro, gloria y alegría se reúnen». El profeta anuncia la vuelta del exilio y el comienzo de los tiempos mesiánicos. Lo primero se produjo a partir del siglo VI a. C. con el rey Ciro de Persia, considerado el “Ungido” por muchos, que permitió el regreso de los repatriados y la reconstrucción de la religión judaica. Lo segundo sólo llegará con Jesús: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Es lo mismo que leyó Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Pero El añadió: “Hoy se cumple la Escritura que acabáis de oír”. Hoy a nosotros nos vienen bien estas palabras para que recuperemos la esperanza y, con ella, la alegría. Hoy, precisamente, es el domingo “gaudete”, de la alegría

2.- Jesús es nuestra salvación. Los discípulos de Juan descubrieron a Jesús por sus obras: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio». San Agustín comenta que es como si Jesús dijese «Ya me veis, reconocedme. Ved los hechos, reconoced al hacedor». Jesús es el auténtico profeta esperado desde todos los tiempos. El anuncia un mundo nuevo basado en el amor. Él es quien hace realidad este anuncio aquí y ahora, Él es el que da la vida por nosotros. Todos los que sufren encuentran alivio, consuelo y curación ante la presencia de Jesús. Si te encuentras mal, si tus fuerzas flaquean, si la enfermedad o el cansancio pueden contigo, acude a Él. Sus palabras son sus obras, míralo y tu vida cambiará. Por eso hoy estamos alegres, en este domingo porque la salvación, el tesoro que todos buscamos ha llegado a nosotros: es Jesús de Nazaret.

3.- Tenemos que ser pacientes. Necesitamos fe para dar sentido a nuestra vida, pero sólo la esperanza puede darnos ánimo para seguir el camino. Sin ella nos falta la fuerza para mantener viva la ilusión. ¿Por qué estará tan relacionada la sencillez con la alegría? El misterio de este Mesías que viene al mundo en un nacimiento tan pobre, junto a figuras que ocupaban el último peldaño de la escala social, es necesario acogerlo con la intuición típica del «profeta». En efecto, la pareja verbal «oír y ver» que Jesús recuerda a los discípulos del Bautista, evoca la capacidad de lectura profunda de la realidad característica del profeta que, bajo la superficie de las cosas, sabían intuir el dinamismo profundo y misterioso del actual salvador de Dios. También Santiago en su carta «pastoral» reclama esta misma claridad de visión que da la paciencia. Es la «paciencia» de los profetas, que han comprendido y sentido que «la venida del Señor está cercana». A pesar de estar viviendo en el panorama sofocante de las injusticias de las opresiones y de la violencia, han visto en los pobres el signo de que «el juez está a la puerta». Como el simple campesino que «espera pacientemente el precioso fruto de la tierra», que espera las «lluvias de otoño y de primavera», el creyente sabe esperar con paciencia la llegada del Salvador. Es un misterio que sólo pueden comprender los sencillos.

José María Martín OSA

La mejor prueba de nuestra fe cristiana son nuestras obras cristianas

1.- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. Jesús, a los discípulos que Juan había mandado a preguntarle quién era, no les responde con un discurso de teología, sino diciéndoles que le digan a Juan cuáles son las obras que ven que está haciendo. En este siglo XXI en el que nosotros estamos viviendo también son nuestras obras la mejor y casi única prueba que podemos dar de nuestra fe cristiana. La gente no ve nuestro interior. Nuestro interior sólo lo ve Dios. La gente nos juzga por nuestras palabras y, sobre todo, por nuestras obras. Además, hoy vivimos en una sociedad mayoritariamente agnóstica y los discursos religiosos convencen hoy a muy poca gente. Desgraciadamente, en nuestro mundo, a pesar de ser una sociedad agnóstica, hay más religiones, y creencias religiosas, que nunca. Cada uno tiene su propia religión, es el Papa y Obispo de sí mismo. Por eso, nosotros, los católicos en concreto, tenemos que demostrar, con nuestras palabras y, sobre todo con nuestras obras, que somos fieles a nuestra jerarquía eclesiástica en la interpretación y puesta en práctica de nuestra fe religiosa. Que la gente nos pueda considerar católicos de verdad por lo que hacemos, por la puesta en práctica de nuestro credo religioso católico, amando a Dios y al prójimo, ayudando siempre a las personas que nos necesitan. Como hizo el samaritano, demostremos que somos católicos de verdad, siendo misericordiosos con los necesitados.

2.- En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Con esta frase, Cristo quiere dejar clara la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre los profetas anteriores a él, incluido Juan el Bautista y él mismo, Cristo Jesús, y sus discípulos. Después de Juan el Bautista, será Cristo nuestro único profeta y salvador. Por eso, debe ser el evangelio de Jesús, interpretado por los verdaderos representantes de Cristo, nuestra primera y máxima norma de conducta.

3.- Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará. Retornan los rescatados del Señor. El profeta Isaías -unos seiscientos años antes de Cristo- fue el gran profeta de la esperanza para el pueblo judío que volvía del destierro. Les anunció la pronta venida del Mesías de Israel que vendría a salvar a su pueblo del dominio extranjero y a instituir un reino de Dios definitivo y universal. Nosotros, los cristianos, siempre hemos usado palabras del profeta Isaías para referirnos a la pronta venida de nuestro Mesías, Jesús de Nazaret, que vino a nosotros para salvarnos y poner en marcha el reino de Dios. Ahora, en este tercer domingo de Adviento, domingo de la alegría, domingo <gaudete>, debemos usar estas mismas palabras del profeta Isaías con una enorme alegría y agradecimiento a nuestro Dios, por haberse encarnado en Jesús, naciendo pobre y humilde, en el portal de Belén. ¡Que el niño de Belén nos encuentre a cada uno de nosotros pobres y humildes como él, intentando que el reino de Dios se haga realidad en nuestros corazones y en esta sociedad en la que nosotros vivimos! Pidámoslo así desde el pequeño Belén de nuestro corazón.

4.- Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está cerca. El apóstol Santiago, el apóstol de la fe con obras, nos pide ahora que seamos pacientes, esperando la venida de nuestro Mesías, con la paciencia con la que el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra. Alegres, pues, con esperanza y paciencia, esperemos también ahora nosotros la pronta venida de Jesús y preparemos nuestro corazón, ya desde ahora, con fe y con obras, para recibir como se merece al Niño del Portal.

Gabriel González del Estal

La identidad de Jesús

Hasta la prisión de Maqueronte, donde está encerrado por Antipas, le llegan al Bautista noticias de Jesús. Lo que oye le deja desconcertado. No responde a sus expectativas. Él espera un Mesías que se imponga con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a quienes han acogido su bautismo y condenando a quienes lo han rechazado. ¿Quién es Jesús?

Para salir de dudas, encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». La pregunta era decisiva en los primeros momentos del cristianismo.

La respuesta de Jesús no es teórica, sino muy concreta y precisa: comunicadle a Juan «lo que estáis viendo y oyendo». Le preguntan por su identidad, y Jesús les responde con su actuación curadora al servicio de los enfermos, los pobres y desgraciados que encuentra por las aldeas de Galilea, sin recursos ni esperanza para una vida mejor: «Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia».

Para conocer a Jesús, lo mejor es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Para captar bien su identidad no basta confesar teóricamente que es el Mesías, Hijo de Dios. Es necesario sintonizar con su modo de ser Mesías, que no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús sabe que su respuesta puede decepcionar a quienes sueñan con un Mesías poderoso. Por eso añade: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». Que nadie espere otro Mesías que realice otro tipo de «obras»; que nadie invente otro Cristo más a su gusto, pues el Hijo ha sido enviado para hacer la vida más digna y dichosa para todos, hasta alcanzar su plenitud en la fiesta final del Padre.

¿A qué Mesías seguimos hoy los cristianos? ¿Nos dedicamos a hacer «las obras» que hacía Jesús? Y si no las hacemos, ¿qué estamos haciendo en medio del mundo? ¿Qué está «viendo y oyendo» la gente en la Iglesia de Jesús? ¿Qué ve en nuestras vidas? ¿Qué escucha en nuestras palabras?

José Antonio Pagola