Vísperas – Lunes III de Adviento

VÍSPERAS

LUNES III ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.

Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.

Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.

Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de madre,
y reúne a sus hijos en verla,
para juntos poder esperarte.

Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.

SALMO 122: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

SALMO 123: NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: Flp 3, 20b-21

Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V/ Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

R/ Que brille tu rostro y nos salve.
V/ Señor Dios de los ejércitos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Me saludarán todas las generaciones, porque Dios miró a su humilde esclava.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me saludarán todas las generaciones, porque Dios miró a su humilde esclava.

PRECES

Oremos al Señor, que vendrá y nos salvará, y digámosle:

Ven, Señor, y sálvanos.

Señor Jesús, ungido del Padre y salvador de los hombres,
— ven pronto y sálvanos.

Tú que viniste al mundo,
— líbranos del pecado del mundo.

Tú que viniste del Padre,
— muéstranos el camino para ir al Padre.

Tú que fuiste concebido por obra del Espíritu Santo,
— renuévanos a nosotros con la fuerza de este mismo Espíritu Santo.

Tú que tomaste carne en el seno de la Virgen María,
— líbranos de la corrupción de la carne.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acuérdate, Señor, de todos los hombres
— que, desde el comienzo del mundo, esperaron en ti.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Escucha nuestra súplica, Señor, e ilumina las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de la venida de tu Hijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes III de Adviento

1) Oración

Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de María siempre Virgen, escucha nuestras súplicas y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelios según Mateo 21,23-27

Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: `Del cielo’, nos dirá: `Entonces ¿por qué no le creísteis?’ Y si decimos: `De los hombres’, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta.» Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos.» Y él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy describe el conflicto que Jesús tuvo con las autoridades religiosas de la época después de haber echado a los vendedores del Templo. Los sacerdotes y los ancianos del pueblo quieren saber con qué autoridad Jesús hacía esas cosas al punto de entrar en el Templo y expulsar a los vendedores (cf. Mt 21,12-13). Las autoridades se consideraban dueños de todo y pensaban que nadie poder hacer nada sin su permiso. Por eso, perseguían a Jesús y trataban matarle. Algo semejante estaba aconteciendo en las comunidades cristianas de los años setenta-ochenta, época en que se escribió el evangelio de Mateo. Los que resistían a las autoridades del imperio eran perseguidos. Había otros que, para no ser perseguidos, trataba de conciliar el proyecto de Jesús con el proyecto del imperio romano (cf. Gál 6,12). La descripción del conflicto de Jesús con las autoridades de su tiempo era una ayuda para que los cristianos siguieran firmes en las persecuciones y no se dejaran manipular por la ideología del imperio. Hoy también, algunos que ejercen el poder, tanto en la sociedad como en la iglesia y en la familia, quieren controlar todo como si fueran ellos los dueños de todos los aspectos de la vida de la gente. A veces, llegan hasta perseguir a los que piensan de forma diferente. Con estas ideas y problemas en la cabeza, vamos a leer y meditar el evangelio de hoy.

• Mateo 21,23: La pregunta de las autoridades religiosas a Jesús. “Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» Jesús circula, de nuevo, en la enorme plaza del Templo. Luego aparecen algunos sacerdotes y ancianos para interrogarlo. Después de todo lo que Jesús había hecho, la víspera, ellos quieren saber con qué autoridad hace las cosas. No preguntan por la verdad ni por la razón que le llevó a Jesús a expulsar los demonios. Preguntan de dónde le viene la autoridad (cf. Mt 21,12-13). Piensan que Jesús tiene que rendirles cuenta. Piensan que tienen derecho a controlarlo todo. No quieren perder el control de las cosas.

• Mateo 21,24-25ª: La pregunta de Jesús a las autoridades. Jesús no se niega a responder, pero muestra su independencia y libertad y dice: “También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?” Pregunta inteligente, simple come una paloma, y ¡astuta como una serpiente! (cf. Mt 10,16). La pregunta va a revelar la falta de honestidad de los adversarios. Para Jesús, el bautismo de Juan venía del cielo, venía de Jesús. El mismo había sido bautizado por Juan (Mt 3,13-17). Los hombres del poder, por el contrario, habían tramado la muerte de Juan (Mt14,3-12). Y así mostraron que no aceptaban el mensaje de Juan y que consideraban su bautismo como cosa de hombres y no de Dios.

• Mateo 21,25b-26: Razonamiento de las autoridades. Los sacerdotes y los ancianos se dieron cuenta del alcance de la pregunta y razonaban entre si de la siguiente manera: «Si decimos: `Del cielo’, nos dirá: `Entonces ¿por qué no le creísteis?’ Y si decimos: `De los hombres’, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta”. Por esto, para no exponerse, respondieron: “No sabemos”. Respuesta oportunista, fingida e interesada. El único interés de ellos era no perder su liderazgo ante la gente. Dentro de sí, ya lo habían decidido todo: Jesús debía de ser condenado a muerte (Mt 12,14).

• Mateo 21,27: Conclusión final de Jesús. Y Jesús les dijo: “Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”. Por su falta total de honestidad, no merecen la respuesta de Jesús.

4) Para la reflexión personal

• ¿Te has sentido alguna vez controlado/a u observado/a, indebidamente, por las autoridades, en casa, en el trabajo, en la Iglesia? ¿Cuál ha sido tu reacción?
• Todos y todas tenemos alguna autoridad. También en una simple conversación entre dos personas, cada una ejerce algún poder, alguna autoridad. ¿Cómo uso el poder, cómo ejerzo la autoridad: para servir y liberar o para dominar y controlar?

5) Oración final

Muéstrame tus caminos, Yahvé,
enséñame tus sendas.
Guíame fielmente, enséñame,
pues tú eres el Dios que me salva.
En ti espero todo el día. (Sal 25,4-5)

Le pondrá por nombre Emmanuel

Queremos que ésta sea una Navidad verdadera,como lo fue la primera en Belén de Judá. Pretendemos que sea un acontecimiento (algo que ocurre) en nuestra vida, mucho más que un tierno recuerdo del pasado; queremos que nuestra Navidad sea otra, distinta a las anteriores, libre de rutinas y ficciones. En definitiva: queremos que sea una nueva Navidad.

Estas son algunas señales de la verdadera Navidad:

Una Virgen va a ser Madreanuncia Isaías

En el evangelio, Mateo  llama María a esa virgen y madre; José estaba desposado con ella, pero Jesús es concebido, a pesar de todo, por obra del Espíritu Santo. Lo que ocurre en Belén es ciertamente extraordinario, no cabe en la lógica humana; es, pues, una gracia,  un regalo de Dios. Hay que ser muy cuidadosos para no des-divinizar la Navidad: es un acontecimiento humano pero que revela una intención concreta del amor de Dios.

A menudo, las señales de Dios no son comprensibles;nos cuesta interpretarlas

Las tribulaciones de José  son una muestra de ello: él no quiere denunciar a María por su presunta mala conducta, pero decide repudiarla en secreto. María y José, dos jóvenes piadosos  israelitas, son probados en su fe. Puede  que en nuestra comunidad haya hermanos y hermanas que dudan de la Navidad: de la virginidad de María, de la divinidad de Jesús…

«Le pondrá por nombre Emmanuel (que significa ‘Dios-con-nosotros’)”

Esta es una de las grandes señales de la Navidad: la cercanía de Dios con el hombre. No es que Dios se acerque en la Encarnación al hombre sino –mucho más- que Dios se hace Ya no cabe mayor cercanía que esta asombrosa comunión acaecida en la plenitud de los tiempos. De este modo, la Navidad es el gesto solidario más pleno y comprometido de Dios con el hombre.

El evangelio de este domingo nos da la noticia de que José, superadas sus dudas, “se llevó a casa a su mujer”. Tal vez sea esto lo que cada uno de nosotros hemos de hacer para seguir preparando con María la Navidad verdadera.

Fr. Luis Carlos Bernal Llorente O.P.

Comentario – Lunes III de Adviento

El evangelista nos sitúa a Jesús enseñando en el templo, y mientras ejercía esta labor se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para pedirle cuentas, puesto que ninguno de ellos le había autorizado a desempeñar esta función. Por eso la pregunta que le dirigen esconde una reprobación: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? Exigen de él una acreditación por parte de las autoridades competentes para enseñar en ese lugar sagrado. Pero Jesús no puede presentar semejante acreditación. Ninguno de los sumos sacerdotes le ha dado permiso para realizar esa tarea. Carece de autorización y, en consecuencia, de autoridad para predicar en esa sede. Esto es lo que piensan «los ancianos del pueblo», que le piden explicaciones y acreditación.

Jesús, estando investido de la autoridad que le daba su condición de Hijo unigénito, no podía presentar sin embargo ningún título acreditativo que le autorizase a obrar así. De ahí que intente salir airoso de la situación planteándoles una cuestión incómoda. Os voy a hacer yo también una pregunta –les replica-: si me la contestáis os diré yo también con qué autoridad hago estoEl bautismo de Juan¿de dónde venía, del cielo o de los hombres? Si decían: «del cielo», se les podía acusar de haber rechazado algo que tenía origen divino; por tanto, de haberse negado a recibir el don de Dios, que les llegaba por ministerio de Juan. Si decían: «de los hombres», temían la reacción de la gente que tenía a Juan por profeta y, en consecuencia, por enviado de Dios. No encontrando la respuesta adecuada, deciden responder con un «no sabemos«. Era la manera de escapar del compromiso en que les había puesto la pregunta de Jesús. Pero éste no es menos ingenioso que sus adversarios. Si vosotros no me decís –les replica Jesús- de dónde viene el bautismo de Juan, tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto. Y no es que Jesucristo careciera de autoridad para enseñar en la «casa de su Padre»; pero los sumos sacerdotes no estaban dispuestos a reconocer esta autoridad en alguien al que tenían por hereje e impostor, como no habían reconocido la autoridad profética de Juan el Bautista.

Tras las exigencias de los ancianos del pueblo se escondía una falta de reconocimiento de Jesús como Maestro autorizado. No podían reconocer el magisterio de aquel al que no aceptaban como Mesías. De nuevo nos encontramos con un problema de fe. Es la incredulidad humana que se resiste a dar crédito a la presencia de Dios en el mundo, a la presencia de Dios en un hombre, a la verdad proclamada por la Iglesia de la encarnación del Hijo de Dios. Es la resistencia humana a creer en lo que parece increíble, a creer en la Navidad como hecho en el que culmina la Encarnación.

Aquellos «sacerdotes y ancianos del pueblo» no admitían la autoridad magisterial de Jesús porque ni le consideraban un testigo de su tradición ni alguien venido, por caminos extraoficiales, de parte de Yahvé, el Dios de Israel. A su juicio, Jesús no merecía siquiera la consideración de profeta; mucho menos de Mesías; y todavía menos, de Hijo de Dios. Un hecho similar al de la Encarnación de Dios no entraba en sus cálculos, era inimaginable para ellos. Más bien, vieron en él a un impostor. Y esta consideración fue la que dio con él en la cruz. Serán los hechos posteriores la que le den la razón y le confirmen en su autoridad divina. No disponía de autorización humana; pero sí pretende disponer de una autoridad divina que vendrá ratificada en la resurrección. Al final, sólo este hecho testimoniado por sus discípulos le confiere la autoridad que no le querían conceder las autoridades religiosas del pueblo judío constituidas en sus jueces.

¿En qué posición nos situamos nosotros? ¿En la de los que siguen exigiendo a Jesús signos acreditativos de la autoridad con que obra o en la de los que reconocen esa autoridad porque le acogen como a un enviado de Dios, más aún, como al mismo Hijo de Dios hecho hombre? Celebrar la Navidad en su sentido más íntegro y cabal es acoger con fe esta venida-presencia, la presencia del Enmanuel.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es oportuno recordarlo. Por una parte, sería un grave error pensar que en la pastoral juvenil «el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más “sólida”. Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor»[113]. Por consiguiente, la pastoral juvenil siempre debe incluir momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios, canciones, momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual con la Sagrada Escritura, e incluso con diversos estímulos a través de las redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta experiencia gozosa de encuentro con el Señor por una suerte de “adoctrinamiento”.


[113] N. 165: AAS 105 (2013), 1089.

Homilía – Domingo IV de Adviento

1.- «Dios-con-nosotros»: la promesa (Is 7,10-14)

Tener a Dios junto a él en su camino: no hay otra certeza en la vida que dé al ser humano más gozo.

Caminar acompañado por Dios-. Ahí descubre el creyente la más honda trama de toda la historia de la salvación. La íntima seguridad que a todos los personajes bíblicos los hubiera debido llevar a la más grande confianza. Pero no siempre fue así. No lo fue en el caso del rey Acaz que, a su desconfianza, añadía la búsqueda de sus propios medios para salvar a su pueblo de la guerra.

Una desconfianza tal que llega a «cansar a Dios», por no querer ni siquiera pedir al cielo señales. Ni confianza ni oración. Por eso, el propio Señor irrumpe, tomando la iniciativa: «El Señor, por su cuenta, os dará una señal». Tan sencilla y tan cercana, que hace falta ahondar en ella para no pasar de largo: una doncella preñada y el hijo dado a la luz.

El nombre va hacia el hondón del sentido: «Y le pone por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros».

 

2.- «Dios-con-nosotros»: el Hijo de Dios humanado (Rom 1,1-7)

Ahonda san Pablo en la Buena Nueva de Dios, el Evangelio del Padre. La señal es también un Hijo: «Su Hijo», el mismo Hijo de Dios. Y es señal, porque es un Hijo humanado-. «Nacido, según lo humano, de la estirpe de David». Y es señal, porque apunta a su futuro; de nuevo en el lugar mismo de Dios: «Constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder, por la resurrección de la muerte».

«Jesucristo, nuestro Señor» es «Dios-con-nosotros» y Dios para nosotros. Llamados por él, somos nosotros de Dios y para Dios. Ese es el mayor don recibido y el mayor don que ofrecemos a todos: «Que todos los gentiles respondan a la fe», a la filiación compartida en adopción.

 

3.- «Dios-con-nosotros»: el cumplimiento (Mt 1,18-24)

«Nunca tan adentro tuvo al sol la tierra». Jamás hubiera podido pensarse en un Dios encarnado, metido en la carne del hombre, para ser hombre «semejante en todo a nosotros, menos en el pecado».

La sencillez del relato nos aboca al misterio de un «ser-Dios-con-nosotros» siendo uno de los nuestros. Al mejor estilo bíblico, a través del «sueño» de José se revela la hondura del misterio: María y la criatura en su seno, pero el Espíritu Santo como el definitivo sustento del misterio allí encerrado: «Ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo».

El honesto repudio decidido por José se convierte en acogida: «Se llevó a su casa a su mujer», y en tarea: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

Y, salvando, cumple la profecía: El «Dios-con-nosotros», que es el Hijo de María, no es como un Dios ocioso para la vida del hombre y de la historia. Él es el Dios que nos salva desde la cercanía acompañante.

La Virgen está encinta

Por su infidelidad, Acaz, indigno
del empeño y el don de la realeza,
rehúye la palabra de certeza
que le brinda el profeta fidedigno:

una virgen puérpera es el signo
del Señor, que es poder y fortaleza…;
un niño hará visible la terneza
y la proximidad del Dios benigno…

José vence la duda en el empeño
de su amor, que se afirma con un sueño
en que la fe por la palabra crece.

Abre tu corazón a la aventura
de fiarte de Dios…, y a la locura
de creer que aconteció lo que acontece.

Pedro Jaramillo

Mt 1, 18-24 (Evangelio – Domingo IV de Adviento)

Dios está con nosotros, en Jesús

El evangelio del evangelista que mejor ha tratado las profecías del Antiguo Testamento, aunque, por razones propias de la mentalidad judeo-cristiana, aparezca la figura de José como introductora de cumplimiento. En el sueño, José -una forma bíblica de hablar de experiencias religiosas-, tiene encomendado dar un nombre al hijo que dará a luz su prometida María; le pondrá por nombre Jesús. En Is 7 el nombre era Enmanuel: ¿Acaso no es lo mismo? Semánticamente no, pero teológicamente sí. Su nombre simbólico será una realidad eterna: Enmanuel, Dios con nosotros. El nombre de Jesús significa: Dios salva. Es posible que este relato de Mateo no alcance las cimas del relato de la anunciación de Lucas (1,26-38), entre otras cosas porque se ha debido atener a su mentalidad más judía, acorde con su comunidad y sus búsquedas. No deja de ser, no obstante, un relato prodigioso como el de Lucas

Dicen los especialistas, con razón, que estos relatos han sido escritos en una forma muy peculiar. Le llaman midrash , en este caso haggada , porque es narrativo, ya que intenta actualizar un texto del AT y aplicarlo a una situación nueva. Esto es verdad y muy significativo. No estaban «relatando» en el sentido más estricto, sino actualizando. No podemos tomar al pie de la letra lo del sueño, pero sí debemos tomar en consideración su mensaje. José no está herido de infamia por haber sido engañado por su prometida. Lo importante para Mateo es que él debe desempeñar una misión, la de ponerle el nombre, ya que el nombre tiene una importancia decisiva en el lenguaje bíblico. Y el nombre, en este caso, no es el nombre histórico con el que Jesús ha saltado a la fama. Es el oráculo de Is 7 el que se quiere actualizar y por ello se le pondrá – ¡que extraño! – Jesús, cuando en el oráculo era Enmanuel (Dios con nosotros), aunque también en las palabras de Isaías no hay relación directa entre Enmanuel y el hijo de Ajaz, Ezequías. El hecho real es que José puso nombre a «su» hijo: Jesús. Con ese nombre, según el relato midrashico, se estaba cumpliendo la profecía del Enmanuel.

No deberíamos pasar por alto cómo Mateo ha querido responder a una objeción que se le plantea en la genealogía (1,16) cuando, dejando de lado a los varones (que Jacob engendró a José), debe introducir a María como la madre de Jesús. En su genealogía de Jesús, Mateo intenta poner de manifiesto que Cristo desciende realmente de David. Pero, de hecho, no consigue probarlo porque, en el momento decisivo, en lugar de decir que Jacob engendró a José, y éste a Jesús, interrumpe la sucesión y afirma: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (1, 16). Intenta decir lo que intenta decir: que Jesús tiene un origen divino. Según el derecho judío, la mujer no cuenta en el alcance genealógico. Por consiguiente, a través de María no puede Cristo insertarse en la casa de David. Sin embargo, para Mateo es evidente que Jesús es hijo de María y del Espíritu Santo (1,18). Y entonces surge un problema: ¿Cómo insertar a Jesús, a través del árbol genealógico masculino, dentro de la genealogía davídica si no tiene un padre humano? Para resolver el problema, Mateo hace una especie de acotación o glosa (explicación de una dificultad) y narra la concepción y el origen de Jesús (1,18-25).

Su intención no consiste en narrar la concepción de Jesús, ni en describir, como hace Lucas de forma extraodinaria (2,1-20), el nacimiento de Jesús. El centro del relato lo constituye José, el cual, al considerar la situación embarazosa de María, pretende abandonarla en secreto. ¿Qué ha pretendido Mateo en 1,18-25? Sin duda, solucionar el problema que se ha suscitado; y el esclarecimiento lo tenemos en el versículo 25: José, pone al niño el nombre de Jesús ( Yeshúa ), un nombre teofórico, eminentemente bíblico (Josué/ Yehoshúa ). José, descendiente de David y esposo legal de María, al imponer el nombre a Jesús se convierte legalmente en su padre, con lo cual lo inserta en su genealogía davídica. De este modo, Jesús es hijo de David a través de José, y es también el Mesías. Así se cumple igualmente la profecía de Isaías (7, 14) de que el Mesías nacería de una virgen (en realidad almah no es virgen, sino doncella en edad de casarse, aunque los LXX tradujeron por parqenoV – parthenos, virgen – , y así ha pasado a la tradición cristiana), y el plan de Dios se realiza de modo pleno. En el fondo, teológicamente hablando, uno y otro nombre vienen a significar lo mismo: Dios está con nosotros cuando salva y cuando libera Jesús (porque Yeshúa significa «Dios es mi salvador» o «Dios salva». Por tanto, decir Enmanuel y decir Jesús , para el evangelista, es correspondiente, porque no está Dios con los hombres de otra manera que salvándolos y liberándolos. La comunidad de Mateo, pues, ha entendido ajustadamente el texto del profeta Isaías. Porque el oráculo del profeta le trasciende, va más allá de lo que él mismo podía presuponer. El oráculo se le escapa al profeta porque es Dios quien lleva a cabo los oráculos de los profetas verdaderos. Esto lo ha sabido recoger muy bien la comunidad de Mateo y lo ha plasmado en esta escena llena de contenido teológico. Así, pues, con este evangelio se nos abren las puertas de la Navidad; termina el Adviento y la esperanza que genera se debe hacer realidad experimentando de verdad la salvación que nos llega ya.

Rom 1, 1-7 (2ª lectura Domingo IV de Adviento)

El evangelio de Dios

La segunda lectura es el comienzo, exactamente, de la carta más impresionante de Pablo, lo que se conoce técnicamente como el preescrito. El Apóstol de los gentiles les anuncia la buena nueva de Jesucristo: nacido de David según la carne y establecido en su poder por el Espíritu de Dios. Las formulaciones de fe que Pablo recoge de la tradición anterior a él no obstan para poner de manifiesto la pasión verdadera por el evangelio de Dios; precisamente este hombre que antes fue perseguidor de los que confesaban a Jesús como el salvador. Ahora, en el cristianismo, Pablo entiende que en Jesucristo se han realizado las promesas de sus profetas, los que él había intentado conocer en profundidad en las escuelas rabínicas en las que se había formado en Damasco o en Jerusalén. Y se atreve a más: Dios le ha llamado precisamente para que este nombre sea conocido hasta los confines de la tierra. Él ha dejado su antigua pertenencia a la fe judía, precisamente para que los paganos oyeran hablar de un Dios que siempre está con los hombres, y que los paganos, los ateos, los apóstatas, los que son dioses de ellos mismos, puedan escuchar la bondad y la generosidad de este Dios verdadero. Por eso no se avergüenza del evangelio.

Llama la atención la expresión de «evangelio de Dios» que verdaderamente señala a Jesucristo, nacido de la línea de David y constituido Señor por la resurrección de entre los muertos. Precisamente el «evangelio de Dios» es lo que Pablo va a desarrollar en esta carta prodigiosa a los Romanos. Evangelio que, como buena noticia, no consiste solamente en proclamar que Jesús es el Señor, sino que es el Señor porque ha dado su vida para que nosotros seamos libres y vivamos de verdad. Es una gracia esto del evangelio para el apóstol de los gentiles. Efectivamente «una gracia» que le llega por el evangelio de Dios; una gracia no solamente para él, sino para todos los hombres. Y como es una gracia, no puede mantenerla egoístamente para sí, sino que debe proclamarla a todos.

Is 7, 10-16 (1ª lectura Domingo IV de Adviento)

Dios está en nuestra historia

La primera lectura es probablemente el más famoso y conocido oráculo del profeta; el que más veces se he reinterpretado en la historia del pueblo judío, y de las comunidades cristianas. Es un oráculo que tiene un contexto histórico bien definido: cuando el rey Acaz buscaba apoyos para su monarquía en los poderosos de este mundo, en Asiria concretamente, un imperio terrible, ante las amenazas de los reyes de Damasco y Samaría por quitarle el trono. Entonces el profeta lo afronta con la gallardía que siempre tienen los profetas que saben leer en la vida las cosas de Dios. Precisamente lo que busca el rey será su condena; solamente cuando se es capaz de confiar en Dios, Jerusalén será liberada: «si no creéis, no subsistiréis».

Una muchacha muy joven ( almah ), ha concebido y dará a luz. Es el signo, el símbolo entrañable de lo que Dios promete por medio del hombre más lucido en la Jerusalén de aquellos días. Puede parecer irrisorio para el momento dramático y decisivo que se está viviendo. Está en juego el trono de Judá y, sin duda, el templo de Dios. si Dios mismo no tiene la respuesta; y desde el realismo socio-político eso no vale para nada. Pero Dios no es inmune a lo que está sucediendo. Pide paz y sosiego, confianza y experiencia divina. Porque Dios puede sacar de la nada lo que los hombres son incapaces. Ahí queda el símbolo y, si queremos, la leyenda o el mito de lo religioso. Pero cuando se rehace la historia de las personas, de las familias o de los pueblos. comprobamos que lo que no tenía sentido sí lo tiene. Estas palabras de Isaías se cumplirían por medio de la madre joven que habría de dar un descendiente a Ajaz, Ezequías. Los ejércitos de Israel y Damasco fueron derrotados por los asirios en el 732 a. C. La guerra sirio-efraimita fue un fracaso, incluso para Judá, que tuvo que pagar tributo a Asiria; pero la palabra profética se cumplió: un descendiente davídico seguiría ocupando el trono.

Es muy importante el contexto histórico de este oráculo de Isaías, pues de lo contrario perderíamos su perspectiva verdadera de palabra de luz de un profeta en medio de los miedos y desajustes que conmocionan al pueblo. El profeta es el único que tiene la luz necesaria para poner de manifiesto el disparate de Ajaz para echarse en manos de Asiria y de sus dioses implacables; tiene una mirada más alta para confiar en el Dios vivo y verdadero que libera de verdad. Es lógico que para un político esto fuera una ignominia: confiar en Dios cuando Jerusalén puede ser destruida. Su postura es muy crítica frente al rey de Judá, pero del alma le sale una promesa que es una oferta para un pueblo nuevo. Porque Dios no abandonará a su pueblo; y le dará un Mesías, el esperado, aunque éste no venga como se le esperaba. Con ello se pone en juicio toda la tradición anterior. Es verdad que esto no está directa e inmediatamente en el texto; serán los cristianos quien lo acomoden en sentido mesiánico a lo que dijo e hizo Jesús.

Comentario al evangelio – Lunes III de Adviento

“Autoridad” es una palabra que en muchos lugares no tiene buena prensa. A menudo reaccionamos a ella con desconfianza. La ambicionamos desmedidamente o la rehusamos como si del mismísimo demonio se tratara. Quizá porque confundimos autoridad con poder. Y nada más lejos.

El evangelio de hoy nos pone frente a esta disyuntiva: ¿tener autoridad es un elogio o un insulto? En el caso de Jesús, su autoridad no dejaba indiferente ni a sus seguidores ni a sus adversarios. Era llamativo; tanto, que le preguntan de dónde le viene tal autoridad. Y Jesús no responde. Tampoco se enfada ni castiga a quien le pone en duda. Simplemente, ejerce una vez más, su “soberana” autoridad, su escandalosa libertad.

Nos molestan las personas libres. Las de verdad. Y puede que nos incomoden porque son personas con autoridad. O lo que es lo mismo, personas que “no mandan” ni se imponen. Tampoco ambicionan el poder de la fuerza o de la imagen o del prestigio. Simplemente, son libres. Tanto, que si nos incomodan, tendemos a preguntar, como los fariseos: “pero, ¿tú quién te crees que eres?, ¿a ti quién te ha dado esta autoridad de decir lo que piensas y hacer lo que crees mejor aunque no coincida con la norma?”

Pero también queda otra opción: reconocer su autoridad, su libertad; y quedarnos cerca, prudentemente cerca. Y pedir a Dios que nos enseñe a mirar y a ver y a sentir y actuar como hacen ellos. Las personas libres. Como Jesús.

Rosa Ruiz, mc