Si recordáis la genealogía de Jesús que leímos el pasado martes, veréis que son los varones quienes “engendran”. En ocasiones se cita a la mujer “de quien” se engendra pero la iniciativa la lleva el varón. Es el modo cultural de aquella época. No se trata aquí de valorarlo. Sólo caer en cuenta de que ese era el modo habitual de entender el mundo y el ser humano. La excepción es que al llegar a José, no dice Mateo que engendró a Jesús de María, sino que de ella, esposa de José, nació Jesús. Curiosamente, en esta mentalidad, cuando una pareja no tenía hijos, la esterilidad “sólo” podía provenir de la mujer.
Seguro que recordamos muchas mujeres estériles a lo largo del AT. El Libro de los Jueces hoy recuerda a la esposa de Manoj (ni siquiera nos dice el nombre), madre de Sansón. Y el evangelio, siguiendo esta tradición, nos recuerda a Isabel y Zacarías.
No deja de sorprenderme que, en este contexto y con esta mentalidad, cuando Dios actúa para dar vida, no comienza por el varón; comienza por la mujer. Son ellas, las estériles que Dios elige, las que llevan la iniciativa, en contra de la mentalidad del momento. Y son ellos, sus esposos, los que tienen que hacer todo un proceso de fe, confianza, madurez y respeto, para acompañarlas en el engendramiento.
Y la historia se repite:
– Dios habla, porque Dios mira, se compadece y elige: tú, estéril, concebirás y darás vida.
– La mujer acoge, con temor y temblor, pero con la alegría de quien ama.
– El hombre escucha a su esposa… y calla. De una manera u otra, calla. Necesita silencio y tiempo para reaccionar. Y sobre todo para hacer suyo el fruto que no viene de su poder.
Y esta es también nuestra historia, la historia de la humanidad y de cada uno de nosotros. Cuando interviene Dios no elige a quien lleva la iniciativa; comienza por el estéril que sigue confiando y escucha. Y desde ahí, arrastramos con silencio y tiempo a la parte más fuerte que se creía autosuficiente. Y juntos, -¡aquí está el milagro!-, crece la vida: el fruto es bendecido por Dios y con la nueva vida somos bendecidos todos.
Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, mc