Vecindades

Y es que un vecino no puede imponerse, hacer cambios, o tomar decisiones sin contar con el resto del vecindario, y más le vale caerles bien. Los pasos de mutuo conocimiento tendrán que ir dándose de un modo gradual y sin prisas, tejiendo hilos relacionales de pequeños favores y atenciones recíprocas que terminen por vencer los recelos y hacer caer prejuicios. Otra consecuencia es que la categoría distancia se carga de contenido negativo, hasta el punto de convertirse en la marca diferencial de los personajes de la parábola del samaritano: acierta el que se hizo vecino del herido, mientras que la distancia que toman el sacerdote y el levita, los califica desfavorablemente.

Un famoso periodista, simulando interesarse por lanzar una start-up de Distanciamiento anti estrés, ha conseguido entrevistar a ambos personajes para un “Especial Navidad 2019”: – “Hay que ir por pasos,- ha recomendado el levita, sacando de su zurrón un dispositivo electrónico: lo primero me compré este inhibidor de proximidad que evita que cualquier dato desagradable (aquel hombre apaleado, por ejemplo…) suelte su carga de alarma y me haga pensar que tiene algo que ver conmigo, causándome inquietud. Presionando por control remoto este botón, se activa una aspersión de humo de efecto difuminador, la escena se vuelve borrosa, pierde su aspecto traumático y se ve mucho más distante de lo que en realidad está. Como además añadí este simple ecuanimizador emocional, me olvidé en seguida de lo que había visto y recuperé el estado de relax”. Interviene el sacerdote con aire de superioridad: -“¡Todo eso está ya obsoleto!: gracias al 5G, yo he conseguido ya una interconectividad absoluta aumentando radicalmente mi velocidad de transferencia. Aquel día me hubiera gustado atender al herido de la cuneta, pero me esperaba el técnico para enseñarme a descargar y subir contenidos en Ultra HD y vídeo en 3D. Por cierto, creo que hay en Netflix una serie fantástica sobre una banda que asalta a los que se paran en las áreas de descanso de las autopistas y despellejan a los que se detienen allí. Muy cruda pero superrealista. Y yo soy de los que piensan que hay que estar informado de las cosas que están pasando”.

Al samaritano parece ser que no hubo forma de entrevistarle: dijo que hacerse vecino del herido no tenía importancia y que tenía prisa por llegar a la posada y pagar los gastos: – “Encima de que le he soltado el marrón al posadero y se ha portado como un verdadero amigo sin conocerme de nada, solo falta que encima le cueste a él un pastizal”. Y ha salido zumbando sin posar ni siquiera para una foto.

Alguien que lo ha seguido con GPS, afirma haberlo detectado intentando avecinarse en la zona de Belén. En Navidad, a veces, ocurren cosas sorprendentes.

Dolores Aleixandre RSCJ

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I Vísperas – Domingo IV de Adviento

I VÍSPERAS

DOMINGO IV de ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: 1Ts 5, 23-24

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

RESPONSORIO BREVE

R/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/ Danos tu Salvación.
V/ Tu misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.

PRECES
Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, que nació de la Virgen María, y digámosle:

Ven, Señor Jesús.

Hijo unigénito de Dios, que has de venir al mundo como mensajero de la alianza,
— haz que el mundo te reciba y te reconozca.

Tú que, engendrado en el seno del Padre, quisiste hacerte hombre en el seno de María,
— líbranos de la corrupción de la carne.

Tú que, siendo la vida, quisiste experimentar la muerte,
— no permitas que la muerte pueda dañar a tu pueblo.

Tú que, en el día del juicio, traerás contigo la recompensa,
— haz que tu amor sea entonces nuestro premio.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor Jesucristo, que por tu muerte socorriste a los muertos,
— escucha las súplicas que te dirigimos por nuestros difuntos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado III de Adviento

1) Oración inicial

Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Lucas 1,39-45
En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

3) Reflexión

• Lucas acentúa la prontitud de María en servir, en ser sierva. El ángel habla del embarazo de Isabel e, inmediatamente María se dirige de prisa a su casa para ayudarla. De Nazaret hasta la casa de Isabel hay una distancia de más de 100 Km., cuatro días de viaje, ¡como mínimo! No había ni bus, ni tren. María empieza a servir y a cumplir su misión a favor del pueblo de Dios.
• Isabel representa el Antiguo Testamento que estaba terminando. María representa el Nuevo que está empezando. El Antiguo Testamento acoge el Nuevo con gratitud y confianza, reconociendo en ello el don gratuito de Dios que viene a realizar y a completar la expectativa de la gente. En el encuentro de las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu. La criatura salta de alegría en el seno de Isabel. Esta es la lectura de fe que Isabel hace de las cosas de la vida.
• La Buena Nueva de Dios revela su presencia en las cosas más comunes de la vida humana: dos mujeres se visitan para ayudarse mutuamente. Visita, alegría, embarazo, niños, ayuda mutua, casa, familia: en esto Lucas quiere que las comunidades y todos nosotros percibamos y descubramos la presencia de Dios.
• Isabel dice a María: “¡Bendita eres tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” Hasta hoy, estas palabras forman parte del salmo más conocido y más rezado en el mundo entero, que es el Dios te salve María.
• «¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!”. Es el elogio de Isabel a María y lo que recuerda Lucas a las comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues la Palabra de Dios tiene la fuerza para realizar todo aquello que nos dice. Es Palabra creadora. Engendra vida en el seno de la virgen, en el seno de la gente pobre que la acoge con fe.
• María e Isabel se conocían ya. Y sin embargo, en este encuentro, descubren, la una en la otra, un misterio que aún no conocían y que las llenó de mucha alegría. Hoy también encontramos a personas que nos sorprenden con la sabiduría que poseen y con el testimonio de fe que nos dan. ¿Te ha sucedido algo parecido? ¿Has encontrado a personas que te han sorprendido? ¿Qué me impide descubrir y vivir la alegría de la presencia de Dios en nuestra vida?
• La actitud de María ante la Palabra expresa el ideal que Lucas quiere comunicar a las Comunidades: no encerrarse en ellas mismas, sino salir de casa, estar atentas a las necesidades concretas de las personas, y tratar de ayudar a los demás en la medida de las necesidades.

4) Para la reflexión personal

• Colocándome en la posición de María e Isabel: ¿soy capaz de percibir y experimentar la presencia de Dios en las cosas sencillas y comunes de la vida de cada día?
• El elogio de Isabel a María: “¡Has creído!” Su marido tuvo problema en creer lo que el ángel le decía. ¿Y yo?

5) Oración final

Esperamos anhelantes a Yahvé,
él es nuestra ayuda y nuestro escudo;
en él nos alegramos de corazón
y en su santo nombre confiamos. (Sal 33,20-21)

Servir en silencio

1. DIOS CON NOSOTROS. – El rey Acaz desconfía de Yahvé, no cree en la palabra que le promete protección y ayuda. Y se vuelve aterrado hacia sus enemigos, los reyes de Asiria y de Israel, que se han aliado contra él. No se acuerda de recurrir a Dios y se echa a temblar, «como tiemblan los árboles del bosque a impulso del viento». Isaías se presenta ante el soberano y le echa en cara su cobardía, le exhorta a que recurra a Dios, a que confíe en su divino poder. Acaz vacila, no tiene fe, no cree que Dios pueda sacarlo del apuro en el que está metido. Pide una señal -le dice el profeta-, pide un prodigio y Dios lo realizará. Para que no dudes, para que no tiembles, para que creas…

También nosotros adoptamos a veces esa postura absurda para un creyente. Temblar, temer, angustiarse, preocuparse hasta perder la paz. Todo eso es inconcebible en quien cree y espera en Dios, en quien le ama y le adora como Señor Todopoderoso, infinitamente bueno… El Señor le da entonces la gran señal del amor y del poder divinos, el gran prodigio de todos los tiempos. Una doncella, una muchacha virgen, concibe en sus entrañas, sin intervención de varón, al Verbo de Dios, a Dios mismo que baja a la tierra para ser hombre, un niño pequeño y frágil que nace en el silencio de la media noche.

Y el nombre del Niño será Emmanuel, Dios-con-nosotros. El nombre para un semita indica lo que se es, es lo que se es. Por eso Jesús es Dios con nosotros. Dios que viene a la tierra para llenarla de amor y de esperanza, de alegría y de paz. Dios que viene a sacarnos de nuestra miseria, de nuestro triste egoísmo. Se acerca la Navidad; se acerca ese silencio de la media noche, roto por el canto alegre del pueblo, por mil villancicos y campanas que cantan y repican con alborozo el milagro más entrañable de todos los tiempos, el suceso más bello de toda la historia. Dios hecho Niño que sonríe y que llora en brazos de su Madre, una muchacha virgen, y muy bonita, que se llama María.

2. «VIR JUSTUS», UN HOMBRE CABAL. – El pasaje evangélico de hoy ha sido llamado la anunciación de san José. Como a la Virgen, también un ángel llega hasta él de parte de Dios, para anunciarle el nacimiento milagroso del Hijo del Altísimo, que será el Emmanuel, Dios con nosotros. Con este mensaje se disiparon los temores del esposo de María, que conoció entonces el acontecimiento grandioso de la Encarnación y que aceptó rendido, con una aceptación parecida a la que formuló la Virgen con su «fiat». Desde ese momento san José pasa a ser una figura de primera magnitud en la Historia de la salvación.

En efecto, a pesar de que aparece pocas veces en los relatos evangélicos, la índole de su misión es de una importancia peculiar. La Iglesia ha visto en él un santo de una categoría parangonable sólo a la de su castísima esposa. Desde muy antiguo, el pueblo de Dios ha mirado con particular veneración y cariño al humilde carpintero de Nazaret. En él han encontrado los hombres lecciones fundamentales para la perfección, un ejemplo amable y sencillo que invita a volar hacia las más altas cimas de la vida interior.

En estos días, tan cercanos a la Navidad, bien podemos dirigir nuestra atención hacia el que fue padre adoptivo de Jesús, aprender algo de lo mucho que nos puede enseñar. Una primera lección que se desprende de su vida es la de su trato íntimo y familiar con el Señor, aquel Niño que crecía ante sus ojos y al que enseñaba su propio oficio y al que quería con todas sus fuerzas. Quizá por esto ha sido considerado san José como maestro de oración. Él por propia experiencia, nos puede enseñar, si acudimos a su protección, a tratar de cerca a Jesucristo, a quererle con ternura y profundidad, a servirle en silencio y con generosidad.

Servir en silencio, pasar desapercibido, vivir siempre en actitud de sincera humildad. Es ésta, sin duda, una lección fundamental. Tan importante que si no se aprende, y se vive, de nada sirve todo lo demás. Recordemos que a los humildes los acoge y exalta el Señor, mientras que a los soberbios y orgullosos los rechaza.

Otra faceta de la vida del patriarca es la reciedumbre. Él supo crecerse ante las dificultades y contratiempos que fueron surgiendo en los días azarosos del nacimiento. Él logró encontrar un lugar abrigado para la Virgen y el Niño. Él ejecutó con fidelidad las órdenes que le iba dando el Señor por medio de su ángel, libró a la sagrada Familia de tantos peligros como tuvieron que correr. Acompañó y consoló a María por la pena de haber perdido al Niño. Entonces ni una palabra de queja se escapa de sus labios. Acepta siempre y hace en cada momento lo que tenía que hacer.

Antonio García-Moreno

Comentario – Sábado III de Adviento

Lucas refiere los días que siguen a la Anunciación. María, debidamente informada del admirable embarazo de su pariente Isabel, se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá. Allí vivían Zacarías e Isabel. El evangelista subraya las prisas de María por llegar a casa de prima-tía ya embarazada de seis meses. ¿Por qué tanta prisa? ¿Eran las prisas provocadas por lo avanzado del embarazo de su pariente, las prisas urgidas por la dificultosa situación de una embarazada de edad avanzada? ¿O era la imperiosa necesidad de comunicar su reciente y misteriosa experiencia con una persona que sintonizaba religiosa y afectivamente con ella; por tanto, con la que podía compartir sentimientos tan íntimos, la que le puso con tanta celeridad en camino? Necesidad de compartir, necesidad de comunicar, impulsos de la caridad, exigencias de la amistad, todo esto podía tener cabida en el corazón de María, cuando tomó la decisión de ponerse en camino en dirección a un pueblo de Judá que distaba un centenar de kilómetros de Nazaret.

Llegada a la localidad, María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Nada más oír el saludo de María, nos dice el evangelista, notó Isabel un sobresalto en su vientre, se llenó del Espíritu Santo y dijo en voz alta: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Así es recibida María por Isabel, como la bendita entre las mujeres; ¿y por qué bendita?: por el bendito fruto que lleva en su vientre. Lo que hace de ella una mujer bendita, entre todas las demás, es el hecho de portar en sus entrañas un fruto bendito. Pero lleva este fruto porque ha sido elegida por Dios para llevarlo, porque ha sido elegida para ser madre del Hijo del Altísimo, refrendando esta elección con su propio fiat o voluntario consentimiento. Luego es bendita porque Dios se ha fijado en ella, su humilde sierva, dotándola con esa plenitud de gracia que le permite responder con un fiat tan indefectible. La ben-dición de Dios no es nunca una pura y buena dicción; es también y siempre un bene-ficio, una buena acción. Isabel la declara bendita entre todas las mujeres no sólo por haber quedado embarazada, como ella, sino por haber recibido el regalo divino de ese hijo que es también un fruto bendito por proceder del mismo Dios. Las palabras de Isabel son palabras inspiradas o pronunciadas bajo la inspiración del Espíritu Santo que ha empezado a actuar en ella

Y continua, también con palabras proféticas: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo ha te ha dicho el Señor se cumplirá. Isabel se sabe ante la madre de su Señor. No necesita información ni explicaciones. Es el Espíritu Santo el que le hace partícipe de este secreto como a impulsos de una inspiración que tiene repercusiones en su propio vientre. Isabel siente como un sobresalto de alegría que proviene de la criatura que lleva en su vientre y que parece percibir la presencia del Señor que es todavía apenas un embrión en el seno de su madre. Y con esa misma alegría que le brota de dentro, la proclama «dichosa», dichosa porque ha creído. La fe que ha dado a las palabras del mensajero de Dios es la causa de su dicha.

Pero la dicha se completará con el cumplimiento de lo dicho. Hay una dicha que va asociada a la fe. Es la dicha que brota de la seguridad que aporta la fe, o mejor, el Dios en el que se cree y confía. El cumplimiento de lo dicho por el Señor es refrendo o confirmación de esa fe. La fe no descansa en el cumplimiento, sino en Dios; pero el cumplimiento refuerza la fe para seguir creyendo en el que cumple sus promesas. Y ese reforzamiento de la fe acrecienta la dicha que le está asociada. Porque el cumplimiento da una cierta verificación a la fe, que ve cómo se hace realidad aquello en lo que se creía. Esta realización es un modo de posesión que nos permite seguir esperando la plena posesión. Por eso acrecienta la dicha del creyente que ya es tal por el sólo hecho de creer o vivir confiado en Dios y en sus promesas. Pues ¡dichosos nosotros si creemos, porque podremos ver cómo lo dicho por el Señor se cumple!

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

219. «La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos estructurados, ofrecen la oportunidad de reforzar competencias sociales y relacionales en un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona. La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso para compartir la fe y para ayudarse mutuamente en el testimonio. Los jóvenes son capaces de guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus amigos»[115].


[115] DF 36.

A las puertas de la Navidad…

Llegamos al cuarto y último domingo de Adviento. A las puertas de la Navidad, este domingo la Iglesia nos presenta a María, que nos ha ido acompañando a lo largo de todo el Adviento, como la mujer a través de la cual Dios viene a nosotros hecho hombre. Aquello que anuncia el profeta Isaías se cumplirá en estos días de la Navidad: Dios nace hecho hombre y se queda con nosotros.

1. Ésta es la señal: La virgen está en cinta y da a luz un hijo. En la primera lectura escuchamos la señal que el profeta Isaías da al rey Acaz. Es bueno recordar el contexto histórico en el que sucede este acontecimiento. El rey Acaz, descendiente del rey David, es rey de Judá. Su reino se encuentra en un momento complicado, pues está rodeado de otros reinos más grandes que desean acabar con él y, para colmo de los males, el rey no tiene descendencia que pueda asegurar la continuidad de la casa de David, sobre la que Dios había hecho la promesa de un Mesías. Ante esta situación desesperada, el rey Acaz decide dar la espalda a Dios y buscar la ayuda que necesita en otros reyes vecinos para que le ayuden a defenderse de sus enemigos. En el pasaje que hemos escuchado, el profeta Isaías habla cara a cara con el rey y le ofrece una señal de parte de Dios. A pesar de que el rey no acepta en un principio esta señal, pues sabe que ha sido infiel a Dios, sin embargo, el profeta le da la señal: la doncella está en cinta y espera un hijo, que simbólicamente se llamará Emmanuel, que significa Dios con nosotros, Dios está de nuestra parte. Este niño, que será el hijo del rey, es la esperanza del reino de Judá, que ve en él el cumplimiento de la promesa de Dios de estar siempre al lado de su pueblo. Pero este niño es también una profecía del Mesías, como nos enseña el evangelista Mateo al ver en Él al niño que lleva María en sus entrañas.

2. Le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros. Mateo, en el Evangelio que acabamos de escuchar este domingo, ve cumplida la profecía de Isaías en la maternidad virginal de María. Ella es la virgen que está en cinta y que dará a luz un hijo que será el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Ya no es el hijo de un rey que permite la continuidad de su dinastía y la permanencia de su reino, sino que es el Rey de reyes, el Mesías prometido que nacería de la casa de David. El nombre simbólico, Emmanuel, ya no significa simplemente que Dios está de nuestra parte, que Dios nos protege, sino que significa a partir de ahora que realmente Dios está con nosotros, hecho hombre como uno más de nosotros. Dios viene a morar entre los hombres, con nosotros, hecho hombre. Así, Dios no sólo cumple la promesa de proteger al pueblo de Israel, sino que además cumple la promesa de enviar un Mesías. La virginidad de María es para nosotros signo del cumplimiento de las promesas de Dios y signo de la salvación, pues de su seno virginal nacerá el Dios hecho hombre que viene a salvar al mundo.

3. El Hijo de Dios, nacido, según la carne, de la estirpe de David. San Pablo, en la carta a los romanos, hace un precioso resumen de su enseñanza: las antiguas escrituras se cumplen en el Hijo de Dios nacido, según la carne, de la estirpe de David. El Mesías, según los profetas, tenía que nacer de la casa de David, pues a él había hecho la promesa de un descendiente que se sentaría en su trono. Jesús, acogido como hijo por José, como nos relata el pasaje del Evangelio, se convierte así en descendiente de David, pues José era de la casa y estirpe de David. José, el hombre justo, como nos lo presenta el Evangelista, es clave en la historia de la salvación, pues él, al acoger a María como esposa a pesar de que ya esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo, y al recibir a Jesús como hijo adoptivo, es quien hace posible que Cristo sea reconocido como el Mesías prometido a la casa de David. Es clave en este domingo la figura de José. No sólo es un hombre justo, sino que además es un hombre fiel a Dios, que confía en su palabra. Perfectamente podría haber dicho José a Dios que no, que no quería acoger a María ni al hijo que llevaba en sus entrañas. Perfectamente podría haber desconfiado José de Dios, como lo hizo su antepasado el rey Acaz. Sin embargo, vemos en este varón justo y bueno a un hombre que se fía totalmente de Dios, que escucha cuál es la voluntad de Dios y con plena confianza acoge el plan de Dios al acoger a María en su casa.

Estamos muy cerca de celebrar la Navidad. Hoy hemos visto dos posturas bien distintas: la del rey Acaz, que es infiel a Dios, y la de José, hombre bueno que se fía de Dios y cumple su voluntad. Al acercarnos en estos días de Navidad al portal de Belén, acerquémonos con un corazón sencillo y bueno como el de José, confiando en Dios a pesar de las incomprensiones. Sólo así podremos reconocer en ese niño al Dios-con-nosotros.

Francisco Javier Colomina Campos

El hombre y la mujer que confiaron en Dios

1.- El Señor salva. Hay una gran diferencia entre la persona que se dirige a Dios para «exigirle» pruebas de su existencia cuando se encuentra en apuros, y la persona que sabe reconocer a través de la fe el paso del Señor por su vida. La primera es una persona que utiliza la religión como un producto más del supermercado, sólo se dirige a Dios cuando lo necesita. La segunda es una persona creyente que sabe identificar la presencia de Dios y es agradecida a su acción salvadora. José y María pertenecen a este segundo grupo, el de los auténticos creyentes, porque confían plenamente en Dios. El evangelio de San Mateo pone en escena la dramática situación de San José ante el estado de su esposa. Se fía de las palabras del ángel. Este le anuncia el nombre que va a recibir el niño y con él la misión que va a desempeñar: «Jesús», significa «El Señor salva», ya que salvará al mundo de sus pecados. El salvará al pueblo de su pecado, entendido éste no sólo como falta moral voluntaria, sino, también y sobre todo, como limitación y carencia de plenitud. Se trata de una salvación general y total, avalada por el mismo Dios. Con este nombre se afirma, por tanto, que ha comenzado ya la salvación de forma imparable, aunque a veces actúe como la simiente que germina sin que se la vea. Todo esto es anunciado por el ángel y la respuesta a este anuncio es un acto de fe. En la espera, José continúa haciendo su vida; lleva dentro su drama y también su paz desde su aceptación en la fe.

2. – El Vaticano II nos enseñó a saber identificar «los signos de los tiempos». Hay que saber interpretar lo que pasa en nuestro mundo desde la óptica de la fe. María y José supieron identificar la «señal» anunciada por el profeta: «la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros». Ante el más mínimo contratiempo nuestra fe vacila. Sin embargo, María y José, pusieron su confianza en Dios, a pesar de que, humanamente hablando, todo pareciera absurdo. José y María eran conscientes de que no van a ser comprendidos, de que su fama va a ser puesta en entredicho. María no comprendía, pero dijo «sí» a Dios por medio del ángel. A José le costaba entender lo que estaba sucediendo con María, es verdad que vaciló al principio, pero después «hizo lo que le había mandado el ángel y se llevó a casa a su mujer». Los dos nos dan ejemplo de fe, de lectura creyente de lo que pasaba por sus vidas. ¿Dónde me sitúo yo?, ¿cómo estoy viviendo actualmente mi relación con Dios?, ¿cómo es mi fe, confiada o interesada?

3.– Hoy podemos celebrar a Santa María de la Esperanza y a San José de la Esperanza. Sin esperanza la vida es una noche en la que no amanece nunca. San Agustín decía que «la esperanza hace tolerable nuestra vida». María y José vivieron con esperanza y lo demostraron, porque movidos por ella superaron todas las dificultades de la vida. La capacidad de escucha, de confianza en Dios y de aceptación de su voluntad que tuvieron María y José debe ser para nosotros un ejemplo que nos anime a superar todos nuestros problemas. Cuando no hay esperanza vacilan el amor y la fe. No hay nada más triste que vivir en la desesperanza, sin ilusión por el futuro. El seguidor de Jesucristo tiene que ser un hombre o mujer, esperanzados y esperanzadores. La razón de nuestra esperanza es que Dios cumple su promesa, es «Dios con nosotros». Con El a nuestro lado todo se llena de luz, de sentido, de razón. Ya no caben las dudas, los pesimismos, los sentimientos negativos. ¿Cómo puede ser que se diga que los cristianos somos «gente tenebrosa»? ¿Te has dado cuenta de lo que significa esta gran noticia: «Dios está con nosotros”. Él está contigo, te quiere, se preocupa por ti, te ayuda y te sostiene? ¿No es algo maravilloso?

José María Martín, OSA

La confianza de San José en Dios nos abrió las puertas de la Navidad

1.- José, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

Cada vez que leemos este relato evangélico, según san Mateo, nos admiramos de la conducta de san José y de la inmensa confianza que tenía en Dios. Porque confiaba en la inmensa bondad de Dios, y en la total inocencia de su mujer, María, fue capaz de decidir en contra de la ley judaica, que mandaba apedrear a las adúlteras. Dios, por supuesto, no le defraudó. Esto debe hacernos pensar a nosotros, en este cuarto domingo de Adviento, en la necesidad que tenemos nosotros, los cristianos, de confiar siempre en Dios, aunque a veces nos parezca imposible que lo que le pedimos a Dios se cumpla. Nuestra confianza en Dios, cuando le pedimos algo, no nos libra, por supuesto, de poner de nuestra parte todo lo que podamos para que se realicen nuestros deseos. A Dios rogando y con el mazo dando. Nuestra confianza en Dios, que siempre debe ser ilimitada, no nos exime nunca de hacer todo lo que podamos para que la voluntad de Dios se cumpla. Para esto también es necesario que actuemos siempre con total sinceridad y buena voluntad. No dejemos de hacer nunca un buen examen de conciencia, para descubrir la voluntad de Dios. Por naturaleza somos egoístas y es fácil que creamos siempre que la voluntad de Dios coincide con nuestra voluntad. Una madre, por ejemplo, siempre tenderá a creer que Dios siempre le concederá a sus hijos todo lo que ella le pide, porque cree que es lo mejor para ellos. Sólo Dios conoce el presente y el futuro de las personas, cosa que nosotros ignoramos. Nosotros, ni siquiera podemos estar seguros de que lo mejor para las personas que queremos es lo que creemos nosotros. Sólo Dios ve el corazón y sólo él sabe dónde está la bondad o la maldad de todas las personas, cosa que nosotros no sabemos. En fin, confiemos siempre en Dios, como hizo san José, aunque a veces no veamos motivos suficientes para creer que lo mejor puede ser algo muy distinto de lo que nosotros quisiéramos que ocurriera.

2.- En aquellos días el Señor le habló a Ajaz y le dijo: Pide un signo al Señor, tu Dios. Respondió Ajaz: No lo pido, no quiero tentar al Señor. Entonces dijo Isaías: el Señor, por su cuenta os dará un signo. Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. La exégesis bíblica nos dice que la virgen a la que se refiere el profeta Isaías en este texto no es la Virgen María, ni el niño que dio a luz no fue Jesús de Nazaret. Pero este texto, tan citado, del profeta Isaías, nos puede servir a nosotros para alegrarnos del nacimiento del niño Jesús, en el que Dios se encarnó, que nació en el portal de Belén, y que vino para salvarnos de todos nuestros pecados. Alegrémonos y demos gracias a Dios, en este cuarto domingo de Adviento, porque Dios viene en esta Navidad en la forma de un niño, pobre y humilde. Hagamos hoy nosotros el propósito de ser en nuestra vida humildes y pobres en el espíritu, estando siempre dispuestos a ofrecernos a Dios, para ayudar y salvar al prójimo de sus males, en la medida en que nosotros mejor podamos. Que nuestra familia y todas las personas con las que convivamos vean en nosotros personas humildes y generosas, con ganas de ayudar, como humildes discípulos del niño que viene esta Navidad a salvarnos a todos.

3.- Por Jesús hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles; entre ellos os encontráis también vosotros, llamados por Jesucristo. Según san Pablo, si la Iglesia de Jesús no es misionera no es Iglesia de Jesús. Todos nosotros podemos y debemos sentirnos misioneros ante las demás personas con las que convivimos, dando ejemplo de vida cristiana, sencilla, alegre, humilde y generosa, en nuestra vida diaria y, de un modo especial, en los días de esta Navidad.

Gabriel González del Estal

¿No necesitamos a Dios entre nosotros?

Hay una pregunta que todos los años me ronda desde que comienzo a observar por las calles los preparativos que anuncian la proximidad de la Navidad: ¿Qué puede haber todavía de verdad en el fondo de esas fiestas tan estropeadas por intereses consumistas y por nuestra propia mediocridad?

No soy el único. A muchas personas las oigo hablar de la superficialidad navideña, de la pérdida de su carácter familiar y hogareño, de la vergonzosa manipulación de los símbolos religiosos y de tantos excesos y despropósitos que deterioran hoy la Navidad.

Pero, a mi juicio, el problema es más hondo. ¿Cómo puede celebrar el misterio de un «Dios hecho hombre» una sociedad que vive prácticamente de espaldas a Dios, y que destruye de tantas maneras la dignidad del ser humano?

¿Cómo puede celebrar «el nacimiento de Dios» una sociedad en la que el célebre profesor francés G. Lipovetsky, al describir la actual indiferencia, ha podido decir estas palabras: «Dios ha muerto, las grandes finalidades se extinguen, pero a todo el mundo le da igual, esta es la feliz noticia»?

Al parecer, son bastantes las personas a las que les da exactamente igual creer o no creer, oír que «Dios ha muerto» o que «Dios ha nacido». Su vida sigue funcionando como siempre. No parecen necesitar ya de Dios.

Y, sin embargo, la historia contemporánea nos está obligando ya a hacernos algunas graves preguntas. Hace algún tiempo se hablaba de «la muerte de Dios»; hoy se habla de «la muerte del hombre». Hace algunos años se proclamaba «la desaparición de Dios»; hoy se anuncia «la desaparición del hombre». ¿No será que la muerte de Dios arrastra consigo de manera inevitable la muerte del hombre?

Expulsado Dios de nuestras vidas, encerrados en un mundo creado por nosotros mismos y que no refleja sino nuestras propias contradicciones y miserias, ¿quién nos puede decir quiénes somos y qué es lo que realmente queremos?

¿No necesitamos que Dios nazca de nuevo entre nosotros, que brote con luz nueva en nuestras conciencias, que se abra camino en medio de nuestros conflictos y contradicciones?

Para encontrarnos con ese Dios no hay que ir muy lejos. Basta acercarnos silenciosamente a nosotros mismos. Basta ahondar en nuestros interrogantes y anhelos más profundos.

Este es el mensaje de la Navidad: Dios está cerca de ti, donde tú estás, con tal de que te abras a su Misterio. El Dios inaccesible se ha hecho humano y su cercanía misteriosa nos envuelve. En cada uno de nosotros puede nacer Dios.

José Antonio Pagola