Vísperas – Día VI dentro de la Octava de Navidad

VÍSPERAS

DÍA VI DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Sobre na noche reina
la luz de tu esplendor;
en medio del silencio
el eco de tu voz.

Huyó de nuestra carne
la densa oscuridad;
florece la luz nueva
de tu inmortalidad.

Nos ha nacido un niño,
un hijo se nos dio;
hoy brilla la esperanza
de nuestra salvación. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.

SALMO 129: DESDE LO HONDO, A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa.

CÁNTICO del COLOSENSES: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CRIATURA

Ant. En el principio, antes de los siglos, la Palabra era Dios, y hoy esta Palabra ha nacido como Salvador del mundo.

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de Él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por Él y para Él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En el principio, antes de los siglos, la Palabra era Dios, y hoy esta Palabra ha nacido como Salvador del mundo.

LECTURA: 2P 1, 3-4

Cristo, por su divino poder, nos ha concedido todo lo que conduce a la vida y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha llamado con su propia gloria y potencia. Con eso nos ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, con los cuales podéis escapar de la corrupción que reina en el mundo por la ambición, y participar del mismo ser de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, Aleluya.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, Aleluya.

R/ Y acampó entre nosotros.
V/ Aleluya, Aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Te glorificamos, santa Madre de Dios, porque de ti ha nacido Cristo; oh María, salva a todos los que te enaltecen.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Te glorificamos, santa Madre de Dios, porque de ti ha nacido Cristo; oh María, salva a todos los que te enaltecen.

PRECES

Aclamemos a Cristo, el jefe salido de Belén, tierra de Judá, para ser el pastor del pueblo de Israel, digámosle:

Que tu gracia, Señor, nos acompañe siempre.

Cristo salvador, deseado de todos los pueblos, haz que tu Evangelio llegue a aquellos que aún no han oído la palabra de vida
— y atrae a ti a todos los hombres.

Cristo Señor, haz que tu Iglesia se dilate por el mundo y arraigue en los pueblos,
— para que en ella se congreguen los hombres de toda lengua y nación.

Rey de reyes, dirige la mente y la voluntad de los que gobiernan,
— para que procuren la justicia y trabajen por la libertad y la paz de las naciones.

Señor todopoderoso, que eres la fortaleza de los frágiles, ayuda a los que están tentados, levanta a los decaídos, protege a los que están en peligro,
— consuela a los que se sienten decepcionados o desesperados, robustece la confianza de los perseguidos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que eres el consuelo de los tristes, conforta a los agonizantes
— y llévalos a los goces de tu paraíso.

Confiemos nuestras súplicas a Dios, nuestro Padre, terminando esta oración con las palabras que el Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, por este nuevo nacimiento de tu Hijo en nuestra carne, líbranos del yugo con que nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes I después de Navidad

1) Oración

Dios todopoderoso, a quien nadie ha visto nunca; tú que has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la Luz verdadera, míranos complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Hijo. Que vive y reina …..

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 2,36-40
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido, y luego quedó viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

3) Reflexión

• En los primeros dos capítulos de Lucas, todo gira alrededor del nacimiento de dos criaturas: Juan y Jesús. Los dos capítulos nos hacen sentir el perfume del Evangelio de Lucas. En ellos, el ambiente es de ternura y de alabanza. Desde el comienzo hasta el fin, se alaba y se canta la misericordia de Dios: los cánticos de María (Lc 1,46-55), de Zacarías (Lc 1,68-79), de los ángeles (Lc 2,14), de Simeón (Lc 2,29-32). Finalmente, Dios llega para cumplir sus promesas, y las cumple a favor de los pobres, de los anawim, de los que supieron perseverar y esperar su venida: Isabel, Zacarías, María, José, Simeón, Ana y los pastores.
• Los capítulos 1 y 2 del Evangelio de Lucas son muy conocidos, pero se profundiza poco en ellos. Lucas escribe imitando los escritos del AT. Es como si los dos primeros capítulos de su evangelio fueran el último capítulo que abre la puerta para la llegada del Nuevo. Estos dos capítulos son el gozne entre el AT y el NT. Lucas quiere mostrar cómo se está realizando las profecías. Juan y Jesús cumplen el Antiguo e inician el Nuevo.
• Lucas 2,36-37: La vida de la profetisa Ana. “Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido, y luego quedó viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones”. Al igual que Judit (Jd 8,1-6), Ana es viuda. Al igual que Débora (Ju 4,4), ella es profetisa. Esto es, una persona que comunica algo de Dios y que tiene una apertura especial para las cosas de la fe hasta el punto de poderlas comunicar a los demás. Ana se casó joven, vivió casada siete años, se quedó viuda y siguió dedicándose a Dios hasta los 84 años. Hoy, en casi todas nuestras comunidades, en el mundo entero, es posible encontrar a gente de una cierta edad, mujeres, muchas de ellas viudas, cuya vida se resume en rezar, asistir a celebraciones y servir al prójimo.
• Lucas 2,38: Ana y el niño Jesús. “Presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”. Llegó al templo en el momento en que Simeón abrazaba al niño y conversaba con María sobre el futuro del niño (Lc 2,25-35). Lucas sugiere que Ana participó en ese gesto. La mirada de Ana es una mirada de fe. Ve a un niño en los brazos de su madre y descubre en el al Salvador del mundo.
• Lucas 2,39-40: La vida de Jesús en Nazaret. “Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”. En estas pocas palabras, Lucas comunica algo del misterio de la encarnación. “El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn1,14). El Hijo de Dios se volvió en todo igual a nosotros, y asumió la condición de siervo (Filip 2,7). Fue obediente hasta la muerte y a la muerte de cruz (Filip 2,8). De los treinta y tres años que vivió entre nosotros, treinta los vivió en Nazaret. Si uno quiere saber cómo fue la vida del Hijo de Dios durante los años que vivió en Nazaret, tiene que tratar de conocer la vida de cualquier nazareno de aquella época, cambiar el nombre, ponerle el nombre de Jesús y conocerá la vida del Hijo de Dios durante los treinta y tres años de su vida, igual a nosotros en todo, excepto en el pecado (Heb 4,15). En estos treinta años de su vida, “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”. En otro lugar Lucas afirma la misma cosa con otras palabras. Dice que el niño “crecía en sabiduría, en edad y en gracia, tanto para Dios como para los hombres” (Lc 2,52). Crecer en sabiduría significa asimilar los conocimientos, la experiencia humana acumulada a lo largo de los siglos: los tiempos, las fiestas, los remedios, las plantas, las oraciones, las costumbres, etc. Esto se aprende viviendo y conviviendo e la comunidad natural de la gente. Crecer en edad significa nacer pequeño, crecer y devenir adulto. Es el proceso de cada ser humano, con sus alegrías y tristezas, sus descubrimientos y frustraciones, sus rabias y sus amores. Esto se aprende viviendo y conviviendo en la familia con los padres, los hermanos y las hermanas, los tíos y los parientes. Crecer en gracia significa: describir la presencia de Dios en la vida, su acción en todo lo que acontece, la vocación, su llamada. La carta a los Hebreos dice que: “Aun siendo Hijo, aprendió en su pasión lo que es obedecer” (Heb 4,8).

4) Para la reflexión personal

• ¿Conoces a personas como Ana, que tienen una mirada de fe sobre las cosas de la vida?
• Crecer en sabiduría, en edad y en gracia: ¿Cómo acontece esto en mi vida?

5) Oración final

Cantad a Yahvé, bendecid su nombre!
Anunciad su salvación día a día,
contad su gloria a las naciones,
sus maravillas a todos los pueblos. (Sal 96,2-3)

Comentario – Día VI de la Octava de Navidad

San Lucas nos presenta a una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer ya anciana y viuda desde hacía muchos años. Su viudez le permitía vivir consagrada a la oración: no se apartaba del templo –narra el evangelista- día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Este era su modo de servir a Dios: ayunando y orando, dos acciones que suelen ir estrechamente ligadas: la oración requiere privación de cosas que pueden impedirla u obstaculizarla (ayuno) y el ayuno, que no tiene razón de ser en sí mismo, debe estar motivado por algo o al servicio de otra cosa como la oración o la caridad. Bastaba querer estar en oración continua (día y noche) para tener que recurrir al ayuno de comida, de sueño, de ocupaciones varias, de distracciones múltiples, etc. Este servicio divino en un clima de oración y ayuno le obligaba a mantenerse localizada en el templo como lugar de oración y espacio propicio para el ayuno. El templo había ocupado ya el lugar de la tienda del encuentro. Era el lugar del encuentro con Dios y, para aquella viuda, también lugar de encuentro con el Mesías, Salvador, presente en la carne de un recién nacido.

Es precisamente su consagración a Dios lo que con seguridad le otorga la condición de profeta y le permite ver en el niño Jesús al Mesías esperado. Ella formaba parte de esa cadena profética que anticipaba la venida del Salvador. Por eso pudo verle no sólo en figura, como los profetas anteriores a ella, sino en la carne de un recién nacido, un niño con apenas unos ocho días de vida.

Su paso a diario por el templo propició el encuentro con el Esperado de Israel. También Ana se encontraba entre los que aguardaban la liberación de Israel. Por eso, al ver a aquel niño, señalado por el Dios de sus contactos e inspiraciones como el Mesías, se llenó de alegría, dándole gracias por haberle permitido ver con sus propios ojos al que era objeto de sus más hondos deseos, y hablaba de él como se habla de un libertador a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Su mensaje profético sólo podía calar en los que vivían sostenidos por esta esperanza mesiánica. Un mensaje de liberación sólo puede resultar inteligible para los que aguardan algún tipo de salvación. Para los que no esperan nada, cualquier mensaje de salvación les resultará inútil y baldío. Ana, sí encontró en su ámbito personas que aguardaban y podían acoger con buen ánimo un mensaje de liberación. Tal es la suerte que aguarda a todo mensaje profético, que podrá calar sólo si hay quienes esperan todavía un posible cambio a mejor en el estado actual de las cosas. Pero ¿existen hoy quienes aguarden una liberación que no se reduzca a los éxitos logrados por la ciencia y la tecnología en los diversos campos del saber humano? El mensaje profético de una liberación ultraterrena que tiene a Dios por iniciador y protagonista acaba resultando baldío para aquellos que no esperan otra liberación que la protagonizada por el hombre y sus avances científicos.

Cumplimentada la Ley, los padres de Jesús, con su hijo, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Allí, aquel niño, venido de parte de Dios Padre para culminar el acto más importante de la historia de la salvación, iría creciendo y robusteciéndose, al tiempo que se llenaba de sabiduría y de gracia, pues la gracia de Dios lo acompañaba. Crecía, porque propio de un ser humano, todavía niño, es crecer. Y con el crecimiento viene el robustecimiento del cuerpo y de la personalidad, que no sería posible sin el progreso en el saber. Mas dado que se trata de la personalidad del ungido del Señor, también se requiere la permanencia en la gracia que le acompaña desde el primer instante de su existencia terrena. Y la gracia tendrá que adecuarse, asimismo, a la edad del agraciado, o al momento estacional de su crecimiento, de modo que habrá de experimentarla de diferente manera en su etapa infantil que en su etapa de madurez. La edad física es también edad psicológica y todo lo que se tiene se ha de vivir en conformidad con la edad correspondiente; de lo contrario, se produciría una disfunción de difícil ensamblaje con su personalidad humana.

El apunte evangélico del crecimiento de Jesús nos habla a las claras de la verdad de su encarnación: hecho «realmente» hombre, como diría Ignacio de Antioquía, en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Pero si él se hizo semejante a nosotros es para que nosotros nos hagamos semejantes a él, también en esto que consiste en crecer en sabiduría y en gracia, pues a eso estamos llamados, a crecer hasta alcanzar la edad de Cristo en su plenitud.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

228. En muchos adolescentes y jóvenes despierta especial atracción el contacto con la creación, y son sensibles hacia el cuidado del ambiente, como ocurre con los Scouts y con otros grupos que organizan jornadas de contacto con la naturaleza, campamentos, caminatas, expediciones y campañas ambientales. En el espíritu de san Francisco de Asís, son experiencias que pueden significar un camino para iniciarse en la escuela de la fraternidad universal y en la oración contemplativa.

Homilía – Domingo II de Navidad

1.- La sabiduría de Dios arraiga en su Pueblo (Si 24, 1-4.12-16)

Interesante la querencia de Dios por echar raíces en medio de los suyos. Una querencia experimentada con tal fuerza por el pueblo de Israel que hasta le lleva a «revisar» su monoteísmo sin fisuras… Nunca pensará Israel en muchos dioses, pero ya en el Antiguo Testamento se abre una concepción de Dios que no se cierra celosamente en su propia intimidad.

Se perfila ya el Dios que envía su Sabiduría a «poner su morada entre los elegidos, a habitar en Jacob, a tener a Israel como heredad». Aún no se describe la relación de la Sabiduría con el Dios Creador…, pero, en ella, algo muy de Dios comparte ya la suerte de los hombres.

Se diría que en esta Sabiduría, «incardinada» en medio de su Pueblo, se expresa con fuerza la querencia de la encarnación, que atraviesa toda la historia de la salvación Aquella voluntad de Dios de «unir a su elección nuestro destino de ser hijos, pueblo sagrado, pan de su pan y vino de su vino».

 

2.- Bendecidos antes de la creación del mundo (Ef 1, 3-6.15-18)

En el tiempo de Navidad, lo eterno y lo temporal se entrecruzan, se complementan y mutuamente se explican.

Nuestra elección en Cristo sucedió en el tiempo, pero, en realidad, «aconteció ya antes de la creación del mundo». En el tiempo sucede el que «en Cristo seamos «hijos de Dios»», pero, en realidad, siéndolo, hoy, revelamos la eterna «gloria de su gracia»… Admirable intercambio que arranca de aquella pre-existencia de la Palabra que proclamará Juan en su prólogo.

Sólo así, Jesús en su historia con nosotros, puede ser «el mediador de toda clase de bienes espirituales», objeto de la bendición de Dios. Y sólo así, y también en Él, podemos nosotros «ser santos e irreprochables ante Dios por el amor».

Nada de extraño que Pablo pida a Dios para nosotros «el espíritu de sabiduría y revelación» para conocer la profundidad y la hondura del misterio de Jesús, y la «iluminación de los ojos del corazón para comprender» el destino final de tanta riqueza encarnada: «La gloria que da en herencia a los santos».

 

3.- La palabra de Dios habita entre nosotros (Jn 1, 1-18)

Lo que en el Antiguo Testamento era «querencia de Dios» («tener sus delicias en estar entre los hombres») se hace en Cristo realidad de encarnación. El prólogo del cuarto evangelio combina admirablemente los dos grandes momentos de la existencia del Verbo: la eterna, junto a Dios «desde el principio»; y la histórica, entre los hombres, desde su entrada real en la carne (encarnación).

La encarnación da a la carne de Jesús todo su valor teológico: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único de Dios que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer». La «carne de Jesús» (sus raíces humanas, su historia, la totalidad de su existencia) son para siempre revelación de Dios.

La encarnación da a la carne de Jesús todo su valor salvador: «A cuantos la recibieron les da poder de ser hijos de Dios»… «De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia».

Pero, la encarnación da también a la carne de Jesús toda la carga escandalosa del Dios humanado. Y por eso, quedará siempre abierta la posibilidad del rechazo: «Vino a su casa y los suyos no la recibieron». ¡Que nos contemos entre «los que hemos contemplado su gloria»!

 

Germinó la Palabra

Germinó la Palabra…, echó raíces
en Sión su ancestral sabiduría…
resplandecientes cual luz del día,
brillan en Israel sus directrices…

Más allá de abandonos y deslices
profetizó a su Pueblo la amnistía,
sació el hambre y la sed de su ardentía
con maná, agua de roca y codornices…

Antes que el mundo fuera pronunciado,
decía la Palabra su divino
designio de habitar a nuestro lado,

de unir a su elección nuestro destino
de ser hijos de Dios, pueblo sagrado,
pan de su pan y vino de su vino.

 

Pedro Jaramillo

Jn 1, 1-13 (Evangelio – Domingo II de Navidad)

Dios acampó en nuestra historia

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros… para ser nuestro confidente de Dios.

El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

Ef 1,3-6. 15-18 (2ª Lectura – Domingo II de Navidad)

Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

Se necesitaría un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teológica. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una “mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

Eclo 24, 1-12 (1ª Lectura – Domingo II de Navidad)

La Sabiduría, mano de Dios

La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la voluntad de Dios.

Comentario al evangelio – Lunes I después de Navidad

Hoy la Palabra nos abre a un personaje que, lleno de sabiduría, se alegra del nacimiento de Jesús. Se trata de Ana, la profetisa que se encuentra con el niño en el Templo. Como a toda persona que se encuentra con Jesús, Ana sale transformada de ese encuentro. “Y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”.

Han pasado muchos años… pero las cosas importantes no cambian. Porque hoy sigue habiendo muchos que aguardan la liberación de nuestro mundo, de sus violencias, de sus corrupciones… Respetando el medio ambiente, para que las próximas generaciones lo puedan disfrutar como nosotros… Muchos que sueñan el mundo como Dios lo soñó, donde las personas sean capaces de vivir como hijos y hermanos, cuidando la casa común… porque para eso fuimos hechos.

Por eso Jesús, desde la eternidad, sigue acercándose a toda persona, para tocar su vida y transformarla. Jesús tiene una palabra y un aliento para todos, y a todos quiere dar algo. Parafraseando a San Pablo, a los padres, para que den lo mejor de sí a sus hijos, huyendo tanto del permisivismo como del autoritarismo; a los hijos, para que se preparen para ser la generación que mañana lleve adelante nuestro mundo; a los jóvenes, para que de todas las ofertas de nuestro mundo tan plural, seleccionen aquellas que les construyan y construyan humanidad; a los mayores, para que no dejen de aportar su experiencia y su sabiduría a los que venimos detrás; a los niños, para que sigan creciendo –como Jesús- en estatura, sabiduría y gracia, ante Dios y ante los demás.

Este es mi deseo para ti y para los tuyos. Que el Señor Jesús toque también tu vida y te transforme. Hoy y siempre. De todo corazón.

Luis Manuel Suárez CMF