La salvación hecha Palabra eterna

Para los y las primeras creyentes en Jesús uno de los mayores desafíos que tuvieron que afrontar fue comprender que la oferta salvadora que él encarnaba no podía mantenerse cerrada dentro de la casa de Israel, que ya no podían leer las Escrituras como siempre lo habían hecho. Su encuentro con el Maestro les abría horizontes insospechados de gracia que sobrepasaban lo conocido y esperado.

No fue fácil, hubo conflictos, deserciones, bloqueos, pero la Santa Ruah y la memoria viva de Jesús los y las fue llevando más allá de sus expectativas. Los textos del Nuevo Testamento son testigos del proceso y de muchas formas recogen el camino de dar a luz la profunda certeza de que la salvación de Dios se revelaba como misericordia, bondad y perdón en las palabras y en la vida de Jesús de Nazaret y que esa salvación no quedaba limitada a las promesas de Israel, sino que estaba dirigida a todos los hombres y mujeres de cualquier lengua, pueblo, cultura o condición (Hech 2).

En estos días de Navidad recordamos algunos textos que explicitan con mucha claridad esta experiencia y muestran con absoluta contundencia que “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros/as, y hemos contemplado su gloria…porque de la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”.  (Jn 1,1-18).

La comunidad joánica en este comienzo del evangelio nos transmite con bellas metáforas la fe que la hizo fuerte a pesar del rechazo. Su fe en Jesús les hizo descubrir que Dios estaba desde siempre con la humanidad, por eso proclamaron que él desde siempre estaba junto al Padre, que en él estaba la Vida (con mayúsculas) que en él estaba la luz y ninguna tiniebla la podía ocultar. Pero también conocieron que no todos ni todas se alegraban de esta Buena Noticia, que no todas las casas se abrían a la alegría de una Visita que no encajaba en sus expectativa, o simplemente les hacía salir de su zona de confort.

La Palabra, que se hacía humanidad, no había que buscarla en ningún diccionario, ni entenderla según ninguna creencia específica, sino que había que recibirla, acogerla, sostenerse en ella y proclamarla en la vida. Porque solo así esa Palabra podía ser escuchada, solo así esa Palabra podía mostrar su significado, el regalo (gracia) de que era portadora, solo así esa Palabra era salvadora.

Pero como muy bien entendió la comunidad Joánica acoger esa Palabra que estaba en Dios, era acoger a Jesús de Nazaret y su radical propuesta.  Era reconocer la gratuidad del amor de Dios que no esperaba de los seres humanos que se aferraran a la ley, por muy sagrada que fuese, sino que se atreviesen a dejarse salvar por la debilidad del perdón y por el misterio de la bondad que estaban desde el principio en Dios.

Leer las Escrituras… seguir su estrella

El relato sugerente y entrañable de la visita de los Magos de Oriente al lugar de Belén donde nació Jesús recoge algunas de las cuestiones que preocupaban a la comunidad de Mateo y a las que el evangelista quiere responder.

Nos encontramos con una pequeña comunidad que se ha distanciado radicalmente de sus hermanos judíos. La peculiar lectura de las Escrituras judías a la luz de la fe en Jesús que las primeras generaciones cristianas hacen se fundamenta en su convicción de que Jesús es la Palabra definitiva de Dios y que en él se cumplen las promesas dadas por Dios a Israel.  Esta afirmación desafía y confronta las fronteras identitarias del judaísmo desembocando en un conflicto que terminará con expulsión de los seguidores y seguidoras de Jesús de la comunidad israelita.

Esta nueva comprensión de la fe judía favorece la incorporación de hombres y mujeres no israelitas a las comunidades cristianas. Esto va a propiciar la creación de grupos diversos y plurales que sostienen su identidad en la fe en Jesús y no en la pertenencia a un pueblo, cultura o género.  Este mestizaje no siempre es fácil de articular y es necesario ahondar en las palabras y en la vida de Jesús para sostener y fortalecer su vida en común.  Narrar los orígenes de Jesús es para Mateo una oportunidad de recordar a sus destinatarios y destinatarias quién es el que los ha convocado y cuál es la promesa a la que han sido llamados/as. A través de las narraciones intenta ofrecerles un relato de la vida de Jesús que les ayude a dialogar con sus hermanos judíos, de modo que puedan presentarles su fe en Jesús como mesías a partir de los textos que sostienen también la esperanza de Israel.

Belén es un pueblo pequeño cercano a Jerusalén que estaba cargado de simbolismo en la memoria de Israel, en él David fue ungido por Samuel como rey (1 Sm 16,1-13) y a este rey y a su dinastía se vinculaba la promesa mesiánica.  Mucho tiempo después casi sin ruido el Mesías esperado comienza su vida en ese lugar.

Belén se configura, así como el lugar en que Jesús se presenta como el Mesías enviado a Israel (Miq 5, 1-3; 2 Sam 5,2), pero también como el destino de unos paganos, unos hombres de Oriente, que han visto una estrella (Nm 24,17), que anuncia el nacimiento del rey de Israel y quieren adorarlo. Todos los personajes que están o llegan a Belén muestra actitudes de confianza y acogida hacia el recién nacido. Las referencias a la Escritura judía muestran como este niño cumple lo que se había dicho sobre el Mesías en ella.

Jerusalén, el otro lugar que aparece en la historia, representa sin embargo la oscuridad y la desconfianza. En ella está Herodes, que se asusta al conocer la información de los sabios y utiliza todos sus recursos para deshacerse de Jesús y evitar que se propague la noticia de su nacimiento, pues ese recién nacido amenaza su poder y cuestiona su legitimidad como rey.

Los sabios de Oriente, que ven la estrella, se ponen en camino atentos a las señales que los han de guiar. Los representantes del pueblo judío, sin embargo, conociendo las Escrituras, no son capaces de descubrir en ellas a Jesús y no solo no se ponen en camino, sino que el miedo a perder su estatus les hace actuar con engaño y maldad.

Mateo jugando con esos contrastes, invita a su comunidad a mirarse en aquellos sabios que se dejaron guiar por la estrella, acogiendo los pequeños signos de la historia. Como ellos, l@s seguidor@s de Jesús, a los que escribe Mateo, están llamados a dejarse guiar por la luz que su fe en Jesús irradia en sus vidas, y han de seguir profundizando en las Escrituras para afianzar e iluminar su fe.

Hacer memoria del misterio de la encarnación, ver a Dios poner su tienda entre nosotros/as, pero a la vez descubrir el mal y el sufrimiento que impide de muchos modos dejar a Dios regalarnos su salvación, nos recuerda nuestro compromiso con la Buena Noticia en la que creemos, nos invita de nuevo a abrir surcos en esta tierra herida para que pueda recibir la semilla de la bondad, la ternura y la paz. 

En Belén Dios nos invita a soñar a dejar que nuestro corazón nos guíe, como a los sabios, por caminos alternativos capaces de construir un mundo nuevo, sin llanto ni dolor. Un mundo que ha de ser la utopía que guie nuestro caminar diario, de pequeños pasos y gestos sencillos…

De nuevo en Navidad estamos invitadas e invitados a soñar, a intuir nuevos caminos, nuevas sendas de inclusión, de hospitalidad, de acogida de ternura y solidaridad… a soñar porque Dios amanece en nuestras vidas.

Carme Soto Varela

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I Vísperas – Domingo II de Navidad

I VÍSPERAS

DOMINGO II DE NAVIDAD

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Te diré mi amor, Rey mío, 
en la quietud de la tarde, 
cuando se cierran los ojos 
y los corazones se abren.

Te diré mi amor, Rey mío, 
con una mirada suave,
te lo diré contemplando
tu cuerpo que en pajas yace.

Te diré mi amor, Rey mío, 
adorándote en la carne,
te lo diré con mis besos, 
quizá con gotas de sangre.

Te diré mi amor, Rey mío,
con los hombres y los ángeles, 
con el aliento del cielo
que espiran los animales.

Te diré mi amor, Rey mío, 
con el amor de tu Madre, 
con los labios de tu Esposa 
y con la fe de tus mártires.

Te diré mi amor, Rey mío,
¡oh Dios del amor más grande! 
¡Bendito en la Trinidad,
que has venido a nuestro valle! Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. La Virgen concibió por la palabra de Dios, permaneció virgen, dio a luz al Rey de reyes.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. La Virgen concibió por la palabra de Dios, permaneció virgen, dio a luz al Rey de reyes.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Festejad a Jerusalén; el Señor ha derivado hacia ella, como un río, la paz.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Festejad a Jerusalén; el Señor ha derivado hacia ella, como un río, la paz.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Nos ha nacido Cristo, Dios de Dios, Luz de Luz, el que era en el principio.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nos ha nacido Cristo, Dios de Dios, Luz de Luz, el que era en el principio.

LECTURA: 1 Jn 5, 20

Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.

RESPONSORIO BREVE

R/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, aleluya.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, aleluya.

R/ Y acampó entre nosotros.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La gracia del cielo ha penetrado en las entrañas de una madre virgen: el vientre de una doncella encierra misterios que superan su conocimiento.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La gracia del cielo ha penetrado en las entrañas de una madre virgen: el vientre de una doncella encierra misterios que superan su conocimiento.

PRECES

Adoremos a Cristo, que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado, y supliquémosle con fe ardiente, diciendo:

Por tu nacimiento, socorre, Señor, a quienes has redimido.

Tú que al entrar en el mundo has inaugurado el tiempo nuevo anunciado por los profetas,
— haz que tu Iglesia se rejuvenezca siempre.

Tú que asumiste las debilidades de los hombres,
— dígnate ser luz para los ciegos, fuerza para los débiles, consuelo para los tristes.

Tú que naciste pobre y humilde,
— mira con amor a los pobres y dígnate consolarlos.

Tú que por tu nacimiento terreno anuncias a todos la alegría de una vida sin fin,
— alegra a los agonizantes con la esperanza de un nacimiento eterno.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que descendiste al mundo para que los hombres pudieran ascender al cielo,
— admite en tu gloria a todos los difuntos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, luz de los que en ti creen, que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el esplendor de tu luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.


CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado I de Navidad

1. Oración

Oh Padre, Tú que eres Dios omnipotente y misericordioso, acoge la oración de nosotros tus hijos; el Salvador que tú has enviado, luz nueva al horizonte del mundo, surja y brille sobre toda nuestra vida. Él es Dios…

2. Lectura

Del Evangelio según San Juan 1, 35-42

35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. 36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» 37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. 38Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí – que quiere decir, «Maestro» – ¿dónde vives?» 39 Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. 40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» – que quiere decir, Cristo. 42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» – que quiere decir, «Piedra».

3. Meditación

* En el primer capítulo de su Evangelio, Juan nos conduce a través de una especie de viaje temporal, en una semana, con tres repeticiones de la expresión “al día siguiente” (vv. 29, 35 y 43). Nuestro pasaje nos ubica en el segundo de estos momentos, el central, y por lo tanto el más importante, caracterizado por el itinerario físico y espiritual que hacen los primeros discípulos de Juan hacia Jesús. Es el “día siguiente” del encuentro, de la elección, del seguimiento.
* Nuestra escena está  atravesada de manera muy viva por el intercambio intenso de miradas: de Juan hacia Jesús (v. 35); de Jesús a los dos discípulos (v. 38); de los discípulos a Jesús (vv. 38-39); y finalmente es Jesús el que dirige nuevamente su mirada a nosotros, en la persona de Pedro (v. 42).
El evangelista utiliza verbos diferentes, pero todos cargados de distintos matices, de intensidad; no se trata de miradas superficiales, distraídas, fugaces, sino más bien de contactos profundos, intensos, que parten del corazón, del alma. Es así que Jesús, el Señor, mira a sus discípulos y nos mira a nosotros; es así también que nosotros deberíamos aprender a mirarlo a Él. De manera especial es bello el verbo que abre y cierra el pasaje: “fijar la mirada”, que significa literalmente “mirar dentro”.
* Jesús está  caminando por el mar, por las orillas de nuestra vida; es así que Juan lo retrata, lo fija, usando el verbo en el participio para decirnos que, en el fondo, Jesús aún hoy está pasando a nuestro lado, como en aquel día. También Él puede visitar y atravesarse en nuestras vidas; nuestra tierra puede acoger las huellas de sus pasos.
* Talvez el centro del pasaje se encuentra precisamente en el movimiento de Jesús; primero Él camina, luego se vuelve y se detiene, con la mirada, con el corazón, en la vida de los dos discípulos. Jesús “se vuelve”, es decir, cambia, se adapta, deja su condición de antes y asume otra. Jesús aquí se nos revela como Dios encarnado, Dios que ha descendido en medio de nosotros, hecho hombre. Se ha vuelto del seno del Padre y se ha dirigido a nosotros.
* Es bello ver cómo el Señor nos hace participar en sus movimientos, en su propia vida; Él, de hecho, invita a los dos discípulos a “venir a ver”. No se puede estar detenido cuando se ha encontrado al Señor; su presencia nos pone en movimiento, nos hace levantar de nuestras viejas posiciones y nos hace correr. Tratemos de recoger todos los verbos que hacen referencia a los discípulos en este pasaje: “siguieron” (v. 37); “le seguían” (v. 38); “fueron… vieron… se quedaron con Él” (v. 39).
* La primera parte del pasaje se cierra con la experiencia bellísima de los primeros dos discípulos que se quedaron con Jesús; lo han seguido, han entrado en su casa y se han quedado allí con Él. Es el viaje de la salvación, de la verdadera felicidad, que se ofrece también a nosotros. Basta solamente con aceptar quedarse, con ser firmes, decididos, estar enamorados, sin ir de acá para allá, hacia uno u otro maestro del momento, uno u otro nuevo amor de la vida. Porque cuando está Jesús, el Señor, cuando hemos sido invitados por Él, realmente no hace falta nada.

4. Algunas preguntas

* El relato temporal de esta parte del Evangelio, con sus “al día siguiente” nos hace entender que el Señor no es una realidad abstracta y distante, sino que Él entra en nuestros días, en nuestros años que pasan, en nuestra existencia concreta. ¿Me siento dispuesto a abrir a Él mi tiempo, a compartir con él mi vida? ¿Estoy listo a entregar en sus manos mi presente, mi futuro, para que sea Él quien guíe cada “día siguiente” de mi vida?
* Los discípulos realizan un bellísimo camino espiritual, evidenciado por los verbos “oyeron, siguieron, vieron, se quedaron”. ¿No deseo, yo también, comenzar esta bella aventura con Jesús? ¿Tengo los oídos abiertos para oír, para escuchar con profundidad y así yo también poder dar la misma respuesta positiva al Amor del Padre que desea llegar a mí? ¿Siento nacer en mí el gozo de poder comenzar un camino nuevo, caminando detrás de Jesús? ¿Tengo los ojos del corazón totalmente abiertos como para comenzar a ver lo que realmente sucede dentro de mí y a mi alrededor, y para reconocer en cada acontecimiento la presencia del Señor?
* Pedro recibe un nombre nuevo por parte de Jesús; su vida se ve completamente transformada. ¿Me atrevo, hoy, a entregar al Padre mi nombre, mi vida, mi persona toda, así como es, para que Él pueda generarme de nuevo como hijo, como hija, llamándome con el nombre que él, en su infinito Amor, ha pensado para mí?

5. Oración final

El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar, y me conduce hacia aguas frescas.
Conforta mi alma, me guía por el camino justo
por amor de su nombre.
Aunque camine por valles oscuros,
no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo.
                                    (del Salmo 23)

Comentario – Sábado I de Navidad

Algunos de los que después se incorporarán al discipulado de Jesús, como Andrés, hermano de Simón, habían sido antes discípulos del Bautista, es decir, habían iniciado el seguimiento de un maestro portador de un mensaje profético y salvífico. Eran personas con inquietud religiosa; cabría decir que naturalmente predispuestas a una posible llamada del Mesías. No es extraño, pues, que cuando Juan, su maestro e introductor en la vida del espíritu, les hace fijar su mirada en el que pasaba delante de ellos y recibía el calificativo de Cordero de Dios, emprendan su seguimiento como imantados por su figura singular.

Cordero de Dios era una denominación de grandes resonancias bíblicas. El cordero pascual, ofrecido en sacrificio, era el signo más elocuente de la Pascua judía, esto es, del paso liberador de Dios por las tierras de la esclavitud (Egipto). La sangre del cordero degollado, rociando las jambas de las puertas, era la señal que habría de tener en cuenta el ángel exterminador para no sembrar de muerte tales lugares: una especie de salvoconducto para los elegidos de entre los moradores de esa tierra azotada desde algún tiempo atrás por incesantes calamidades (las plagas de Egipto). Decir de un hombre que es el Cordero de Dios era reservarle un papel singular en la historia de las intervenciones salvíficas del mismo Dios: otra manera de calificar al Mesías, que habría de derramar su sangre en sacrificio para beneficio de muchos. También esta sangre habrá de sellar una alianza, la nueva y eterna alianza de Dios con su pueblo.

No sabemos el alcance que aquellos discípulos de Juan concedieron a las palabras de su maestro referidas al todavía desconocido personaje que pasaba por su lado; el caso es que, tras escuchar, estas palabras delatadoras, iniciaron el seguimiento de Jesús. Éste, al ver que lo seguían, se volvió a ellos y les preguntó: ¿Qué buscáis? Porque era evidente que algo buscaban: un sentido para sus vidas, una respuesta a sus interrogantes, una salvación anhelada. Ellos se limitaron a contestarle: Rabí, ¿dónde vives?

En el deseo de conocer su vivienda latía el deseo de conocerle a él. La vivienda es el lugar de la propia intimidad y de la expresividad más espontánea, donde uno no siente la necesidad de simular ni alegrías ni tristezas, el lugar que muestra nuestros propios gustos y preferencias, el lugar al que sólo tienen acceso familiares, amigos e invitados, el lugar del reposo y del proyecto. Conocer este lugar es sin duda conocer en gran medida a sus moradores. Por eso, quizá sea ésta la razón de ser de la pregunta: la necesidad del conocer al que repentinamente se había convertido en objeto de su deseo. Y como Jesús entiende que no le preguntan por una simple dirección, les invita a pisar el suelo de su casa: Venid y lo veréis. Ellos acogieron la invitación con alegría: Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron él aquel día. La visita se convirtió en estancia y el encuentro «casual» en amistad prolongada. Aquel momento fue para ellos el inicio de una larga e ininterrumpida relación de amistad y discipulado que cambiaría el rumbo de sus vidas.

Pero la cosa no quedó ahí. Andrés, que era hermano de Simón, se dirigió de inmediato a su hermano con esta noticia: Hemos encontrado al Mesías. A Simón le bastó aquel testimonio para dejarse conducir hasta él. El testimonio de una experiencia o encuentro personal venido de personas creíbles suele ser el camino más eficaz para el apostolado. Y es que entonces como ahora estamos más necesitados de testigos que de maestros. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, porque Cefas, es decir, Pedro, será el nombre que identifique su futura misión, la de ser cimiento o piedra basilar de su Iglesia. El nuevo nombre, Pedro, nacía al servicio de la nueva función que habría de desempeñar como pastor de la congregación de los creyentes en Cristo. El que le imponía el nombre era consciente de esta encomienda.

Jesús había respondido a la inquietud (y búsqueda) de aquellos hombres que salieron tras él estimulados por las palabras de su maestro, Juan, con una invitación (venid y lo veréis) a compartir con él su propia experiencia mesiánica. Andrés invita a su hermano a hacer el mismo camino: ven y verás al Mesías encontrado. También Simón Pedro fue, vio, se dejó imponer un nombre nuevo y se quedó, agregándose al número de los discípulos de Jesús. La incorporación al discipulado acontece por la vía de la invitación (ven) a hacer una experiencia (y verás) que acaba reteniendo al invitado como discípulo junto a su maestro. La invitación entra de lleno en una cadena de transmisión que va de testigo a testigo y que no debe interrumpirse, porque el testimonio, como el agua del río, debe llegar a su desembocadura final o hacia ese último rincón del orbe en el que todavía sea anunciable esta noticia de alcance universal que es el evangelio aportado por el Cristo enviado por Dios como Salvador.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

233. En lugar de «sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y moralista del cristianismo, estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para que asuman sus responsabilidades, seguros de que incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que pueden fortalecer su humanidad»[127].


[127] DF 70.

El deslumbramiento de la Navidad

“La Palabra era vida y la vida era la luz de los hombres”. Pero, las Navidades, con sus luces y sus colores, sus adornos y el afán por consumir puede que, lejos de ser una escalera por la que acceder para ver más y mejor la LUZ se conviertan en un obstáculo para no vivir según esa LUZ DE DIOS. ¿O no es así?

1.- Un niño, cuando llega una casa, lo impregna todo de luminosidad, de optimismo, de ilusión; se prepara una habitación con todo confort para que, el descanso y los cuidados de esa criatura, cuenten con todos los medios necesarios. Pero ¿os imagináis que fuera más importante la cuna que el niño? ¿Más atractivo el traje que lleva que el cuerpo que esconde? Y es que, el Niño de Belén, el Dios Encarnado..¡lo tiene tan difícil para llegar hasta nosotros!

En el tiempo que le tocó nacer, por la incredulidad y la desesperanza (Herodes y el cerrazón de los que esperaban un Dios distinto) su nacimiento no fue noticia. ¿Lo es hoy? ¿En dónde ponemos el acento? ¿En la luz del evangelio o en las luces que parpadean por nuestras calles? ¿Son las luces que nuestros hogares destellan signo de la fe que se vive dentro? ¿Es LUZ, el Niño Dios, en la mesa y en el matrimonio, en la casa y en nuestras relaciones? Malo será que, las navidades, sean jornadas llenas de abetos, de mesas sembradas de turrones, calles ambientadas con música….pero con corazones sin recibir al Señor.

2.- ¡Qué gran reto tenemos en la Iglesia de hoy! ¿Cómo presentar a Jesús a un mundo que piensa que ya vive en la luz? ¿Cómo llevar a Cristo a personas que viven atrincheradas en su pragmatismo, comodidad o en “sólo creo lo que veo”? ¿Cómo acercar a Jesús, pobre y humilde, a una sociedad caprichosa, egoísta y egocéntrica?

“No hay peor ciego que aquel que no quiere ver” (gran filosofía encierra este refrán). Cristianos que, fueron felices siéndolo, pero que ahora son alérgicos a todo lo que suene a cristiano. Cristianos que, bajo el paraguas de una falsa y amplia tolerancia, son capaces de aceptar la irrupción de otras religiones y, en cambio, cruzan sus brazos ante la ridiculización de lo cristiano. ¿Dónde ha quedado la luz cristiana que, en las conciencias y en nuestra sociedad, ha sido fuente de inspiración y, por qué no decirlo, la cimentación sólida de nuestras democracias?

Hoy, como entonces, hay muchas resistencias al reinado de Jesús. En algunos momentos puede que, la Iglesia, no haya estado a la altura; que la deserción de muchos cristianos se deba a la falta de testimonio de aquellos que decimos ser heraldos y palmatorias de la luz del Señor. Pero, también es verdad, que los hirientes fogonazos que desprende el aparato eléctrico de la sociedad no ayudan, ni de cerca ni de lejos, a descubrir y permanecer con los ojos de la fe atentos a la LUZ que Jesús nos trae.

3.- Siempre me ha llamado la atención cómo un circo, cuando acampa en una gran ciudad o en un pequeño pueblo, cambian totalmente su atuendo para lograr una sonrisa de los espectadores.

Dios se ha hecho hombre. Ha mudado , su rostro divino, por la cara humana. ¿Qué ha conseguido con ello? ¿Entretenernos? ¿Hacernos sonreír? ¡No! Nos ha desconcertado. Estamos acostumbrados a que, las cosas, se nos presenten a lo grande, perfectas y bien decoradas.

Dios, con su venida, no pretende ni mucho menos montar un circo; quiere la salvación de las personas (no su entretenimiento); anhela una respuesta gratuita (sin pago previo); desea un reconocimiento, un acto de fe por nuestra parte de su divina humanidad (no un aplauso).

Ojala que seamos capaces de seguir acogiéndolo. Que nada enturbie ni distraiga nuestra mirada. Que nadie anteponga otros personajes al protagonista auténtico de estos días santos y cristianos: Jesús nacido en Belén.

Ojala, que el día en que cerremos los ojos al mundo, podamos decirle al Señor: cuando viniste, Señor, te recibí con un corazón bien dispuesto. Ahora que voy a Ti, Señor, acógeme en tu luz eterna.

4.- ¡ESE ES JESUS!

La luz que, en la en la oscuridad,
Indica y asegura el sendero de la auténtica vida
de la gracia, frente al pecado,
de la bondad, frente al mal.

¡ESE ES JESUS!
Razón de existencia,

cuando languidecen las promesas del mundo
Noticia, y de la buena,
ante presagios inciertos o malos augurios

¡ESE ES JESUS!
Golpea a la puerta, y sin imposición alguna,

espera nuestra respuesta
Viene para enseñarnos el rostro de Dios
Un Dios vivo, eterno, divino y humanado
Un Dios que, por darse tanto,
quiere caminar a una con nosotros
aquí en la tierra, en nuestro pequeño mundo

¡ESE ES JESUS!
El que, al nacer en Belén, con aliento divino

desplaza toda tiniebla y la noche indefinida
El que, siendo pequeño, nos hace grandes
El que, siendo grande, ante El somos pequeños

¡ESE ES JESUS!
Necesitado, como hombre, de nuestro cariño

y ofreciendo, como Dios, amor eterno
Recibiendo, como hombre, nuestras ofrendas
y repartiendo, como Dios, gracias divinas

¡ESE ES JESUS!
La luz del mundo, aunque el mundo se resista

La luz del hombre, aunque el hombre mire a otro lado
La luz del corazón,
aunque esté inclinado hacia otros dioses

¡ESE ES JESUS!
Conocido y amado por millones de hombres

Acogido y rechazado por otros tantos
Proclamado por miles de heraldos de nuestro tiempo
Aclamado y bendecido, renegado y perseguido
Pero, su luz, nunca la podrá sofocar
todos los destellos del mundo
Amén

Javier Leoz

¡Gracias, mi Dios-Niño!

1.– CRISTO, DE MODA.- «En medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación de los santos…» (Si 24, 3) Su pueblo vibró ante su llegada. Unos de un modo y otros de otro. Unos acogiendo con regocijo la noticia de su nacimiento, y otros llenándose de consternación al saber que había llegado el que tenía que venir. Aquéllos, unos humildes pastores, o unos sabios sencillos y con fe. Éstos, unos poderosos que temen perder su poder, un rey bastardo y cruel que no dudará en perseguir al recién nacido para matarle.

Sí, su pueblo le acogió con alegría, con fe, con mucho amor, mirándole lleno de esperanza. Los otros, los que no creyeron en él, los que le odiaron, esos no eran realmente su pueblo. Éstos pertenecían al reino de Satanás, eran hijos de las tinieblas… Y hoy sigue ocurriendo lo mismo. Cristo es ensalzado en medio de su pueblo, admirado en la congregación de los santos. Los que son pobres de espíritu, los que tienen una capacidad grande de comprensión, los que son partidarios de la paz, los que lloran, los que sufren persecución por ser justos, los que aman, los que tienen fe.

«Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás» (Si 24, 14) Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo siempre. Siempre, sí, siempre. Su persona sigue atrayendo misteriosamente, su palabra vuelve a encontrar resonancia en el corazón y en la mente de las nuevas generaciones. Su vida nos llena de entusiasmo, su muerte heroica nos conmueve y anima, atrae poderosamente nuestro interés.

Ahí están para siempre esos grupos bien nutridos de jóvenes que forman asociaciones en torno a Jesús, centro de sus anhelos y de sus esperanzas. La gente se cansa de tanta mentira como propagan los líderes de todo color y vuelven sus miradas a Jesús de Nazaret, el joven carpintero que habló con sinceridad, el Hijo de Dios que entregó su vida para salvar a la Humanidad.

Es cierto que a veces ese mirar a Cristo no tiene toda la limpieza y toda la fe que se requiere para ser verdadero amigo de Cristo. Pero de todos modos se han fijado en él, han descubierto algo extraordinario en sus palabras, le admiran, le invocan, le esperan, le ponen en el centro de sus vidas…

2.- ESO ES BEATERÍA.- «Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti» (Sal 147,12-13) Todos, pienso yo, nos hemos sentido con deseos de mejorar en nuestra vida personal. Todos nos hemos emocionado, llorado quizás de gozo y de compunción, al ver al Niño en brazos de María, o recostado en el humilde pesebre. Hemos comprendido que Dios se hace uno de nosotros, para que cada uno se haga como Él. El Hijo de Dios se hace hijo de mujer -¡y qué mujer!-, para que el hombre se haga hijo de Dios.

Él ha venido a salvarnos, a convencernos con su extrema cercanía de cuánto nos quiere, de cómo está dispuesto a ayudarnos y a reavivar la esperanza, a fundamentar nuestra certeza en su infinito amor… Sí, Dios y Señor nuestro, Niño pequeño que ocultas en tu extrema fragilidad la fortaleza suma; sí, glorificado seas, bendecido y alabado por todos los hombres, esos por quienes naciste pobre en Belén y moriste luego en el Calvario. Gracias, mi Dios-Niño, por habernos confortado y fortalecido interiormente, una vez más, con el recuerdo de tu nacimiento.

«Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos» (Sal 147, 19-20) No basta con glorificar a Dios, con bendecirle entusiasmado ni con adorarle devotamente. Eso está muy bien, es necesario y casi espontáneo para el que le conoce un poco, eso es lo primero de todo, pues antes que nada en este mundo, y en el otro, está Dios. Pero eso, con ser tanto, no basta. Es más, si nos limitamos a eso, si todas nuestras relaciones las reducimos a unos actos de culto, a unas prácticas de piedad, estamos cayendo de lleno en el fariseísmo. Si esto ocurre, y suele ocurrir, nuestra piedad se ha transformado en beatería.

Además de amar y de venerar a Dios, hay que demostrar con obras ese amor y esa veneración. Y las obras han de ser las que de verdad agraden a Dios, y no las que nosotros nos imaginamos que le son gratas. Porque a veces nos creemos que Dios se queda satisfecho con unas promesas, con unos votos incluso, con unas plegarias, o con ir a Misa y confesar de vez en cuando. No y mil veces no. Para honrar a Dios hay que cumplir con su Ley, que se resume en amarle sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Esto es lo que san Juan nos quiere decir cuando afirma, con claridad y valentía, que es un embustero el que dice que ama a Dios y desprecia a su hermano.

3.- DIOS NOS HA ELEGIDO.– «…para que seamos santos e irreprochables en su presencia, por amor » (Ef 1, 4) «Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo -digamos con san Pablo-, que nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo…» Sí, en medio de la alegría de estos días que estamos viviendo, o en la pena quizás, hemos de levantar nuestro corazón hasta Dios, llenos de agradecimiento, conscientes de todo el amor que Jesús nos tiene, creyendo firmemente que vale la pena entregarse a su voluntad bienhechora, confiando plenamente en su amor, en su poder y sabiduría.

Pensemos que él nos ha elegido, antes de la creación del mundo, ha pensado en nosotros, en cada uno, y nos ha llamado de la nada que éramos al ser que somos, nos ha trasladado del estado de condenación en que nacimos al estado de salvación en que estamos desde el Bautismo. Y todo para que seamos santos e irreprochables en la presencia de Dios, por amor suyo nada más.

«Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de su gloria y de su gracia, por la que nos colmó en el Amado…». Son palabras llenas de contenido que hemos de guardar en nuestro corazón, que hemos de meditar en la intimidad de nuestra oración ante Dios. Para que todo eso que nos dice el Señor nos penetre muy hondo y nos transforme cada vez más, hasta identificarnos totalmente con Cristo.

«…no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración…» (Ef 1, 16) San Pablo ha oído hablar de la fe de los cristianos de Éfeso, y se siente lleno de gozo y de gratitud hacia Dios. Ojalá que también nosotros vivamos nuestra fe con todas sus consecuencias, hasta ser el gozo y motivo de gratitud para nuestros padres en la fe. Aparte de esa alegría que podemos proporcionar a nuestros mayores, está el gozo y la paz del alma que ha sido fiel a la llamada de Dios, la alegría de los vencedores.

Y luego saber que hay quien pide por nosotros, quien reza a Dios para que se apiade y perdone nuestras faltas y pecados. Sí, nuestra santa Madre la Iglesia está de continuo con los brazos elevados y las manos extendidas en actitud de fervorosa oración, para que el Padre de la gloria nos dé luz y le conozcamos y amemos, y así ser felices en esta vida y en la otra para siempre.

Ante todo esto debemos sentirnos seguros, respaldados y protegidos. Y al mismo tiempo animados en la lucha de cada jornada, para el sacrificio que pueda suponer la respuesta concreta a la llamada de Dios para que seamos santos, sencillamente buenos y fieles en el cumplimiento del pequeño deber de cada momento.

4.- EL VERBO SE HIZO CARNE.«Al mundo vino y en el mundo estaba…» (Jn 1, 10) El evangelista san Juan no refiere nada acerca de la infancia de Jesús. En cambio, nos habla de su preexistencia, de esa vida misteriosa y divina del Verbo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que asumió la naturaleza humana en el seno virginal de Santa María y que nació en un pobre portal de Belén. El prólogo del cuarto evangelio se remonta en alto vuelo hasta las cumbres inaccesibles de la Divinidad. Juan, bajo la luz del Espíritu Santo, nos dice que en el principio, antes de que algo existiera, el Lógos, la Palabra, el Verbo, el Hijo de Dios ya existía, estaba junto al Padre, en la intimidad de su seno. Y el Verbo era Dios, dice el evangelista de forma concisa y clara, subrayando con cierto énfasis la divinidad del Verbo.

Se refiere luego, en rápida panorámica, al momento de la creación, cuando todo lo que existe surgió de la nada al conjuro omnipotente de la Palabra. Esa Palabra llena de vida, refulgente luz para los hombres que llegan a este mundo y que de su plenitud reciben gracia tras gracia. Es el momento de la nueva creación que restaura la primera, quebrantada por el pecado del hombre.

La Luz brilló con fuerza contra las tinieblas, pero éstas eran tan densas que apenas si se disiparon. No obstante el velo de las sombras se había rasgado con el empuje de la Luz. En efecto, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, la del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. La Ley nos vino por Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Sí, a pesar de todo, su fulgor se abrió paso para alumbrar al mundo. Pero el mundo, aunque había sido hecho por él, no lo recibió. Como tampoco lo recibieron los suyos. Esos que lo habían esperado como jamás se ha esperado a nadie en la tierra, esos que habían gemido durante siglos y siglos por la venida del Cristo, y cuando llegó no lo reconocieron y lo rechazaron con crueldad inaudita.

Pero no todos actuaron así. Los profetas habían previsto que en medio de la ingratitud y rebeldía de Israel habría un grupo de hombres judíos, sencillos y fieles, un resto de hebreos esparcidos por todos los pueblos que se congregaría junto a Jesucristo, el retoño que brotó del viejo y carcomido tronco de Jesé. La profecía se cumplió y hubo muchos, también gentiles, que le recibieron gozosos y agradecidos. Dios premió con creces, como siempre hace, aquella buena acogida. Así, a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios con una filiación maravillosa, divina, que el hombre no pudo ni imaginar. Un don grandioso y único que nadie por sí solo puede conseguir.

Antonio García-Moreno

La dolencia de amor sólo se cura con la presencia y la figura

1.- Esto lo sabían muy bien todos los profetas y los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Lo han sabido desde siempre todos los grandes místicos. San Juan de la Cruz lo expresó de forma maravillosa en su Cántico espiritual: Acaba de entregarte ya de vero -no quieras enviarme de hoy más ya mensajero – que no saben decirme lo que quiero. Sólo Dios puede llenar el vacío del alma enamorada, sólo la presencia y la figura de Dios pueden saciar la sed de Dios. Nuestro corazón, vacío de Dios, andará siempre inquieto y desasosegado hasta que descanse en Dios. En este segundo domingo de Navidad seguimos meditando en el misterio de nuestro Dios, en el misterio de un Dios encarnado, de un Dios que se ha hecho presencia entre nosotros. Hasta ese momento teníamos que conformarnos con ver y oír a Dios a través de las palabras y de las imágenes que nos decían los profetas de Dios, los santos de Dios. Cuando Dios se encarna en un ser humano podemos ver directamente a Dios en la persona de ese hombre –Jesús de Nazaret- en el que se encarnó Dios. Por eso, Cristo es la Palabra de Dios, una palabra encarnada, una palabra no sólo audible, sino también visible, una presencia y una figura humana y divina al mismo tiempo. Desde que Dios acampó entre nosotros, Dios se ha hecho un compañero nuestro, un hermano nuestro que nos guía y nos conduce hasta el Padre. Lo que tenemos que hacer nosotros es dejarnos guiar por él, ser sus discípulos y seguidores.

2.- La Palabra de Dios al mundo vino y en el mundo estaba; pero el mundo no la conoció. El mundo –“los hombres mundanos, malos y perversos” como salmodiábamos en el catecismo infantil- no escuchó a los profetas, no escuchó a los santos, tampoco escuchó a la Palabra encarnada de Dios. Pero a cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de Dios. Este es el premio, este es el regalo de escuchar a la Palabra de Dios, de recibir en nuestra vida al Hijo de Dios: ser y vivir, ya en esta vida, como hijos de Dios. Vivir en este mundo como hijos de Dios supone matar en nosotros al hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo, ser imágenes de Dios. Que se nos note, hasta en nuestro propio y espiritual código genético, que somos hijos de Dios, que en nosotros sean visibles sus rasgos, que tengamos los ademanes de Dios, el andar de Dios.  Para esto se hizo hombre Dios, decía San Agustín, para que nosotros fuéramos dioses. Dioses con minúscula, claro, porque en nuestra pobre vasija humana no cabe todo Dios, ni en cantidad, ni en calidad. Cuando los seres humanos nos esforzamos en vivir como auténticos hijos de Dios nos esforzamos en desprendernos de nuestras escamas mezquinas y temporales y en revestirnos de Dios, en hacer que la presencia y la figura de Dios sea visible en nuestra propia presencia y figura humana.  En este segundo domingo de Navidad pidamos al Niño Dios que seamos presencia de Dios para los demás, que seamos gracia y verdad de Dios, que seamos vida y luz para los demás, que brillemos en las tinieblas del mundo, aunque el mundo no quiera vernos, ni recibirnos. Eso es vivir como hijos de Dios, eso es hacer presente en nuestro mundo la presencia y la figura de Dios. Una presencia y una figura de Dios que sea capaz de curar tantas dolencias de amor como diariamente padecemos nosotros, los mortales.

Gabriel González del Estal

Mensaje no comercial

Las palabras que escuchamos en el evangelio de S. Juan tienen una resonancia especial para quien está atento a lo que sucede también hoy entre nosotros. «La Palabra era Dios… En la Palabra había vida… La Palabra era la luz verdadera… La Palabra vino el mundo… Y los suyos no la recibieron».

No es fácil escuchar esa Palabra que nos habla de amor, solidaridad y cercanía al necesitado, cuando vivimos bajo «la tiranía de la publicidad» que nos incita al disfrute irresponsable, al gasto superficial y a la satisfacción de todos los caprichos «porque usted se lo merece».

No es fácil escuchar el mensaje de la Navidad cuando queda distorsionado y manipulado por tanto «mensaje comercial» que nos invita a ahogar nuestra vida en la posesión y el bienestar material.

Lo importante es comprar. Comprar el último modelo de cualquier cosa que haya salido al mercado. Comprar más cosas, mejores y, sobre todo, más nuevas.

Pocos piensan hacia dónde nos lleva todo esto ni qué sentido tiene ni a costa de quién podemos consumir así.

Nadie quiere recordar que, mientras nuestros hijos se despiertan envueltos en mil sofistica dos juguetes, millones de niños del Tercer Mundo mueren de hambre cada día.

Nadie parece muy preocupado por este consumismo alocado que nos masifica, nos irresponsabiliza de la necesidad ajena y nos encierra en un individualismo egoísta.

Lo que importa es oler a la colonia más anunciada, leer el último «best-seller», regalar el disco número uno del «hit-parade».

Seguimos fielmente las consignas. Compramos marcas. Bebemos etiquetas. Satisfacemos «fantasías artificialmente estimuladas». Con la copa de champagne, nos bebemos la imagen de las jóvenes que lo beben en el anuncio.

Y poco a poco, nos vamos quedando sin vida interior. «La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de TV, su equipo de cocina…». Y mientras tanto, crece la insatisfacción.

El hombre contemporáneo no sabe que, cuando uno se preocupa sólo de «vivir bien» y «tenerlo todo», está matando la alegría verdadera de la vida. Porque el hombre necesita amistad, solidaridad con el hermano, silencio, gozo interior, apertura al misterio de la vida, encuentro con Dios.

Hay un mensaje no comercial que los creyentes debemos escuchar en Navidad.

Una Palabra hecha carne en Belén. Un Dios hecho hombre.

En ese Dios hay vida, hay luz verdadera. Ese Dios está en medio de nosotros. Lo podemos encontrar «lleno de gracia y de verdad» en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.

José Antonio Pagola