Volvamos a mirarlo

A estas alturas ya damos prácticamente por terminada la Navidad. Sólo queda el día de Reyes, como colofón final, pero al día siguiente volveremos a la normalidad y se habrán pasado las fiestas. Muchos entre hoy y mañana quitarán los adornos, desmontarán los belenes, se guardarán las figuras y “hasta el año que viene”.

Pero todavía estamos en Navidad, y este domingo nos hace una invitación a no tener tanta prisa en desmontar y guardar todo lo que hemos puesto con motivo de la Navidad. Estos días suelen ser de mucho ajetreo, pero hoy la Palabra de Dios nos invita a mirar de nuevo el Belén, para profundizar en lo que significa, y debe significar, para los días y meses venideros.

Como dice el Papa Francisco en su carta “Admirabile signum”, sobre el significado y el valor del Belén: “El belén es como un Evangelio vivo…La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.

Y en el Evangelio hemos escuchado la profundización que san Juan hace sobre el misterio de la Navidad, y debemos reflexionarlo mirando de nuevo el Belén: La Palabra era Dios… La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria… Si volvemos a mirar de nuevo el Belén, después de todo lo celebrado estos días, entenderemos mejor que “manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado”.

También decía el Evangelio: En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Mirando de nuevo el Belén, “pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento” (cf. Lc 1, 79).

Y continúa san Juan: Pero a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre. Si, como fruto de la Navidad, queremos sabernos y sentirnos hijos de Dios, miremos de nuevo el Belén, porque “nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad”. 

¿Siento que “ya ha pasado la Navidad”? ¿Cuándo tengo pensado desmontar el Belén y quitar los adornos? ¿Con la vuelta al ritmo de vida habitual me olvido de lo celebrado estos días?

No tengamos tanta prisa en terminar la Navidad: volvamos a mirar el Belén para que lo que éste representa quede grabado en nuestro corazón. “No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que éste hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición”.

Miremos de nuevo el Belén, miremos todas las figuras que hemos puesto en él, para entender mejor que “en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan…, todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina”.

Es cierto que el tiempo de Navidad está terminando, y que tendremos que guardar el Belén “hasta el año que viene”. Volvamos a mirar el Belén y, después, guardemos las figuras y los demás elementos. Pero, a imitación de María, que también “guardemos en nuestro corazón” todo lo que la Navidad significa, y que el Belén representa y nos transmite. Y “en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos”. 

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