Marcos 12, 24-27
24Les dijo Jesús: “¿No os equivocáis por no conocer las Escrituras ni la fuerza de Dios? 25Porque cuando resuciten los muertos ni se casan ni son dadas en matrimonio, sino que son como ángeles en los cielos.
26Pero sobre los muertos, que resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios desde la zarza diciendo: ‘Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’? 27No es Dios de muertos, sino de vivos; estáis muy equivocados”.
• 12, 24-27: Como los fariseos y herodianos antes de ellos, los saduceos han tendido su trampa con cuidado; ciertamente, el relato dedica un tercio más de espacio a su pregunta que a la respuesta de Jesús. Pero cuando le llega el turno, Jesús vuelve a tomar la iniciativa con habilidad. Su tono es agresivo: «¿No os equivocáis por no conocer…? El principio de la respuesta de Jesús no es solamente una reprobación sino también un diagnóstico: la razón del error de los saduceos es que están extraviados («¿No os equivocáis…?»).
Según Jesús, los saduceos que le interrogan han fracasado al no conocer las Escrituras y el poder de Dios (12,24b). Jesús explica entonces esta acusación en orden inverso, comenzando con una descripción del estado post-mortem en el que las personas -por el poder divino que actúa en sus cuerpos ya resucitados- viven una existencia similar a la de los ángeles, es decir, una vida célibe al parecer (12,25). Al ser seres inmortales y divinos, los ángeles no necesitan relaciones sexuales, que son un regalo especial otorgado a los humanos para la propagación de su especie. En este contexto, las palabras conclusivas de Mc 12,25, «son como ángeles en los cielos», no pueden ser superfluas; cuando la gente resucita de entre los muertos, se parecerán a los miembros de la corte divina que permanecieron en la morada de Dios.
Nuestro pasaje evangélico puede causar problemas a muchos cristianos modernos. La existencia redimida en la otra vida aparece dibujada como corporal, pero sin sexo; con un cielo de tal clase, dirían algunos, no hay necesidad alguna de infierno. Jesús sostiene asimismo que los que se imaginan que las relaciones maritales seguirán en el mundo futuro aún no han comprendido suficientemente «el poder de Dios». Solo podemos concluir que, para Jesús, la creatividad divina tiene en cartera para los redimidos algo mejor que el sexo. Los que han leído el último y entusiasta canto de La Divina Comedia de Dante, o la descripción en Job 38,7 de las estrellas matutinas que cantan juntas; o han contemplado el radiante dibujo de William Blake de este último texto; o han escuchado el final de la Sinfonía de la Resurrección de Mahler, conmovedoramente humano y a la vez intensamente místico, tales personas pueden sentir de forma similar las señales de que la vida futura se caracterizará por la exaltación y aun por el éxtasis, y que este éxtasis se reflejará de algún modo no solo en las almas purificadas, sino también en los cuerpos glorificados por igual. Esta intuición de la naturaleza corpórea de la salvación se confirma por el vínculo establecido por nuestro pasaje entre los redimidos y los ángeles en el cielo, puesto que en otros lugares del evangelio de Marcos es el cielo el origen del poder milagroso divino que creó el alimento en el desierto (6,41), que elimina las deficiencias físicas (7,34), y que plenifica el propio cuerpo de Jesús con un poder que obra maravillas (1,10-11).
Tras demostrar que la institución bíblica del levirato no contradice la idea de la resurrección como pretenden los saduceos, Jesús concluye mostrando que esa idea está apoyada en realidad por la Escritura (12,26-27). Él, sin embargo, no invoca uno de los pasajes tardíos del Antiguo Testamento que proclaman más o menos claramente la resurrección, como Dn 12,2-3. En cambio Jesús apela a uno de los acontecimientos constitutivos en la vida del pueblo de Israel, la revelación divina de sí misma a Moisés en el pasaje de la zarza ardiente en Ex 3,6 (Mc 12,26). En ese texto, la divinidad se refiere a sí misma como el «Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (cf. Ex 3,15-16), a pesar del hecho que Abrahán, Isaac y Jacob murieron largo tiempo atrás; así pues, el conocimiento del contexto amplio del pasaje del Éxodo, es necesario para entender el argumento. La conclusión de Jesús es que Abrahán, Isaac y Jacob todavía deben estar vivos, ya que la fórmula bíblica muestra al Señor como Dios no de muertos, sino de vivos (12, 27a).
Pero es difícil que la fórmula «Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob» tuviera este sentido en el original. Cuando la divinidad dice en Ex 3,6 que él es el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios del Antiguo Testamento da a entender que tal como él liberó a los patriarcas de sus angustias, va ahora a liberar y socorrer a sus descendientes esclavizados. La fórmula, pues, habla de la fidelidad de Dios con los que ha establecido una alianza. Sin embargo, es una extrapolación lógica que esta fidelidad divina hacia los patriarcas, será coronada en última instancia por la liberación del poder mismo de la muerte. En particular, la idea de la existencia post- mortem de Abrahán estaba tan firmemente anclada en la imaginación popular que Lc 16, 22-23 usa la expresión «el seno de Abrahán» como una imagen transparente para la vida bienaventurada después de la muerte. Pero esta idea es un desarrollo de la imagen bíblica de los patriarcas, no una exégesis simple de ella.
Sería vital para los cristianos perseguidos de la comunidad marcana oír este mensaje, y sabrían que la propia resurrección de Jesús lo había confirmado. Por tanto, los que entre ellos habían sido entregados como mártires a la muerte (cf. 13,12) no se habían perdido, sino que estaban solo separados de los vivos por la más delgada y permeable de las membranas. En este sentido eran también como «ángeles que están en el cielo», que pueden ver lo que ocurre sobre la tierra y hasta en algún sentido participar de ello. La propia situación de persecución y angustia de los cristianos de la comunidad marcana, que probablemente les había hecho sentir que tenían un pie en la tumba, habría hecho igualmente que fuera aún más necesario este recordatorio de que su Dios era un Señor de vivos. En este sentido, el final de la respuesta de Jesús, con su acento en la vida de los que están en la mano de Dios, se corresponde con su principio, con el acento sobre el poder divino manifestado en la vida tras la resurrección.