Santoral 11 de enero

SAN PALEMÓN, anacoreta y SAN PACOMIO, cenobita (siglos III-IV)

San Palemón es, junto con San Antonio y San Pablo el ermitaño, uno de los principales campeones de la soledad y del silencio. Cansado de las vanidades del mundo, un día se puso en marcha y se fue más allá de Tebas, capital antes que Menfis del Alto y Bajo Egipto, al otro lado de las famosas ruinas de Luxor y Karnak. Fue el descubridor del desierto de la alta Tebaida, tierra de arena, montañas de ondulantes dunas y algún oasis.

Allí vivía solitario el ermitaño Palemón, dedicado día y noche a las divinas alabanzas. Era ya muy viejo, con una barba muy larga y los ojos hundidos, y esperaba sólo ya la llegada de la muerte para terminar aquel largo pugilato que mantenía hacía años contra el espíritu del mal.

La leyenda dorada nos cuenta los combates que había de sostener con el demonio. Parece que el demonio, cansado de los fáciles triunfos conseguidos en Roma, Atenas, Alejandría y Constantinopla, quería medirse, como antes con Job, con aquellos bravos campeones del yermo.

Un día Palemón, único habitante de aquellos contornos, oyó que alguien llamaba a la puerta de su laura. No podía ser más que el demonio, pensó.

Nadie conocía su escondite. Nuevos golpes, y por fin abrió la puerta. Era Pacomio, que quería ser recibido para vivir como monje solitario a su lado. Palemón le mostró aquella agreste soledad. Le explicó su género de vida: vigilias, ayunos, oraciones. Noches en vela para orar, ayunar todos los días hasta ponerse el sol, alimentarse únicamente de pan y sal. Trabajos manuales por las noches para vencer el sueño y no dejarse tentar por Satán. No importa, insistió Pacomio, quiero imitar tu vida. Y Palemón lo admitió. Su prestigio empezó a extenderse, y el yermo estéril se llenó de lauras habitadas por anacoretas, para vivir cerca de Palemón.

La Vida de los Padres del Yermo nos cuenta una hermosa anécdota. Un día regalaron a Pacomio un sabroso racimo de uvas. Y pensó: se lo ofreceré a un joven, pues acaba de llegar y le regocijarán las uvas. El joven lo recibió con alegría y se dijo: hay aquí cerca un anciano que hará años que no pruebe un racimo. Y se lo llevó. Y el anciano pensó en un monje que estaba afligido: este regalito bien le vendrá a él, se dijo… Por la noche el racimo volvió íntegro a manos de Pacomio. Y Pacomio daba gracias a Dios, pues había estado dando vueltas el racimo de uvas en aquella tierra de amor. Se acordaron del Evangelio, del vaso de agua ofrecido al hermano. Solitarios, vivían la fraternidad.

Palemón, que conocía bien los ardides del demonio, vigilaba para que el orgullo no inficionara nunca el alma de Pacomio. Sobre todo cuando Pacomio le explicó que, inspirado por Dios, había escrito una Regla para recoger a los anacoretas y organizar la vida cenobítica en monasterios, y así alabar juntos a Dios y estimularse con el buen ejemplo.

Hicieron juntos oración y, convencido Palemón de que era obra de Dios, se ofreció a ayudar a su discípulo a levantar el gran monasterio de Tabennisi, adonde acudirían monjes de todas las partes del mundo, para dedicar sus vidas a la alabanza divina. San Macario, que fue a visitar a Palemón y Pacomio, levantó también en Escitia un monasterio.

Palemón no logró ver acabado el monasterio. Se durmió en el Señor al cumplir los cien años, feliz de haber ayudado a Pacomio «el Padre del Cenobitismo». Y los anacoretas vieron cómo subía al cielo el alma de aquel hombre de Dios, a habitar para siempre con los bienaventurados.

 

Otros Santos de hoy: Alejandro, Pedro, Severo, Teodosio, Anastasio, Honorata.

Justo y Rafael Mª López-Melús

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