Santoral 15 de enero

SAN MAURO Y SAN PLÁCIDO, monjes (siglo VI)

En el cielo hay constelaciones: un grupo de estrellas de distinta magnitud, entre las que vemos alguna relación. Hay sistemas planetarios: una estrella rodeada de planetas, que giran a su alrededor, de la que se benefician y reciben luz y calor. Así sucede en la familia humana. Y en las familias religiosas. Que la santidad, como la vocación, se contagia también.

Los Diálogos son un bello retablo que con pluma amorosa talló San Gregorio Magno en honor de su maestro y fundador San Benito, patriarca de los monjes de Occidente. El retablo semeja una constelación: una estrella de primera magnitud, San Benito, y luego planetas, satélites y cometas, que completan el cuadro. Unos reflejan la luz con fidelidad, otros contrastan por sus sombras, algunos aparecen y desaparecen rápidamente.

Entre las personas que rodean a San Benito, sobresale la figura entrañable de su hermana Santa Escolástica, y dos de sus discípulos: San Plácido, suave y dulce, y San Mauro, más recio y audaz. Descendientes de ilustres familias romanas, trocaron otros caminos de triunfo por seguir a Cristo.

San Benito de Nursia, como más tarde San Francisco de Asís, deseaba reproducir con sus discípulos la vida de Jesús con sus apóstoles. Quiso que sus monasterios tuvieran doce monjes, y también él, como el Maestro, tuvo sus predilectos. San Pedro y San Juan los vemos reflejados en San Mauro, más maduro y barbudo, y en San Plácido, tierno y barbilampiño.

Encajaría aquí perfectamente la antigua leyenda de dos monjes del yermo. Lejos estaba la leña y todos los días cruzaba el monje el arenal. Y a mitad del arenal, una fuente cristalina. Sus ganas de beber las reprimía y ofrendaba a Dios el sacrificio del agua. Entonces el Señor le encendía una estrella en el cielo… Una tarde le acompañaba un joven monje. Cargados con la leña cruzaban agobiados el arenal. El joven, silencioso, iba con los labios resecos. En esto, gritó con alegría: ¡Padre, mira, una fuente! Y el anciano reflexionó: Si yo no bebo, tampoco él se atreverá. Y se fue a la fuente, y se puso a beber y a beber. El joven, dichoso, bebía y bebía. ¿Me faltará hoy la estrella? sospechó el anciano. Al reanudar la marcha, vio que el Señor le había encendido dos estrellas. Esta escena volverá a reproducirse un día entre Benito y sus discípulos.

La figura de San Plácido tiene un suave aroma de candor juvenil y de inocencia. En cambio, San Mauro se nos muestra más grave y austero. Es como una encarnación viva de la Regla del Fundador. Así lo pintó Perugino con mano maestra en la catedral de Perugia: con la Regla en la mano, serio y meditabundo, con rasgos severos y enérgicos, desentendido de las figuras que bullen en torno suyo sin apartarle de sus meditaciones.

Para que el parecido entre Pedro y Mauro sea más exacto, también Mauro caminó sobre las aguas como hiciera Pedro. Un día Benito envió a Plácido a llenar un jarro de agua en un lago cercano. Plácido se adentró demasiado y corría peligro. Benito, que veía en espíritu lo que ocurría, envió a Mauro a que le socorriera. Y Mauro penetró rápido hasta donde estaba Plácido «sin darse cuenta de que andaba sobre la blanda alfombra de las aguas». Cogió a Plácido y lo sacó. Mauro atribuía el prodigio a Benito. Benito sentenció que se debía a la perfecta obediencia de Mauro.

Jesús dejó a Pedro como su vicario en la tierra. Benito veía en Mauro la persona mejor preparada para robustecer aquella naciente familia. Era su lugarteniente en vida y sería su sucesor después de su muerte. Recogió su espíritu, como Elíseo el de Elías, y lo transmitió fielmente.

 

Otros Santos de hoy: Máximo, Conrado, Isidoro, Juan, Miqueas, Habacuc, Secundina.

Justo y Rafael Mª López-Melús