El desprecio de las alabanzas es lo primero y lo principal que hemos de aprender (San Juan Crisóstomo, Sobre el sacerdocio).
De nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás (San Basilio, Discurso a los jóvenes).
Rechaza las alabanzas que te hagan por el éxito obtenido, porque no se deben a un vil instrumento como tú, sino a Él, que, si así lo quiere, puede servirse de una vara para hacer brotar el agua de una roca, o de un poco de tierra para devolver la vista a los ciegos […] (J. Pecci – León XIII-, Práctica de la humildad, 45).
Todo motivo de excelencia lo ha dado Dios para que aproveche a los demás, de donde se siguen que en tanto debe agradarle al hombre el testimonio que los demás le dan de su excelencia, en cuanto contribuya al bien ajeno (Santo Tomás, Suma Teológica, 22, q. 131, a. 1).
Cuando más me exalten, Jesús mío, humíllame más en mi corazón, haciéndome saber lo que he sido y lo que seré, si Tú me dejas (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 591).