II Vísperas – Domingo II de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Juan, testigo de la luz, dijo: «Jesús es el Hijo de Dios».

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Juan, testigo de la luz, dijo: «Jesús es el Hijo de Dios».

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Un salto cualitativo

La comunidad del cuarto evangelio pone en boca del Bautista su propio credo: Jesús es el “Hijo de Dios”. Esta afirmación constituye el núcleo mismo de la fe cristiana y, por ello, la ruptura definitiva con la ortodoxia judía, de la que provenían los primeros discípulos.

En sí misma, tal proclamación suponía un salto cualitativo con respecto a la creencia anterior: Dios no era (únicamente) el ser transcendente que habitaba los cielos, sino que se había hecho uno de los nuestros –es el misterio cristiano de la “encarnación”–, con lo que transcendencia e inmanencia quedaban fundidas en un abrazo definitivo. Con Jesús, como afirma el propio evangelio de Juan, “Dios acampó entre nosotros” (1,14). Se ha roto la distancia entre el cielo y la tierra –eso es lo que significa la imagen del “cielo rasgado”, de que se hablaba en el relato del bautismo–, se ha desvelado la no-separación radical entre “Dios” y el “mundo”. Todo eso es lo que la fe cristiana afirma al creer en Jesús como “Hijo de Dios”.

Si el inicio del cristianismo supuso un salto cualitativo en la comprensión religiosa, no me parece exagerado afirmar que a nosotros nos ha correspondido vivir otro de no menor envergadura.

Si en aquel se proclamaba que Dios se había hecho uno de nosotros, en este se nos hace manifiesto que todo lo que los creyentes dicen de Jesús es extensivo y aplicable a todos los seres humanos. No son de extrañar, por tanto, las resistencias que aparezcan por parte de quienes se hallan en la “ortodoxia” anterior. Pero, aunque cueste creerlo, lo que es Jesús lo somos todos.

Divinidad y humanidad-mundanidad son solo las “dos caras” de lo real. La inmanencia es la forma que adopta la transcendencia al hacerse manifiesta. No hay separación alguna. Dios no es un Ser separado. Las formas no son sino modos (disfraces) en los que Dios se oculta.

Lo que llamamos “Dios” es el Fondo de todo lo real, nuestra identidad última. Es la Vida que somos, experimentándose en estas formas concretas. Somos Plenitud que se percibe (casi siempre) como carencia, Presencia ilimitada que (casi siempre) se imagina temporal, somos Dios tomando forma humana… Es el misterio cristiano de la encarnación llevado hasta su final.

Ahí se manifiesta la comprensión que ilumina de raíz la paradoja humana: somos alegría en la tristeza, fuerza en la debilidad, luz en la oscuridad, certeza en la incertidumbre, amor en el desencuentro…, Vida en la muerte. Lo que, desde el teísmo, se afirmaba de un “Dios” separado, no era sino nuestra identidad más profunda.

¿Me abro a percibir las “dos caras” de lo real?

Enrique Martínez Lozano

¿Quién es este Jesús que ha nacido entre nosotros?

El evangelio de este domingo, con el que volvemos al tiempo ordinario después de vivir las fiestas de Navidad, nos invita a hacer una reflexión sobre lo que hemos celebrado, sobre lo verdaderamente importante de estos días.

¿Quién es este Jesús que ha nacido entre nosotros? ¿Cómo es esta persona que el Padre nos ha enviado? ¿Cómo afecta a nuestras vidas? 

Son las preguntas que se hicieron las primeras comunidades cristianas y son sus respuestas las que nos llegan en este texto que el evangelio de Juan pone en boca de Juan Bautista, saltándose toda cronología.

Juan Bautista que nos ha acompañado durante el Adviento es ahora, al terminar el tiempo de Navidad, el que nos dice: “estad atentos, abrid los ojos, descubrid quién es en verdad este Niño que nos ha nacido y cómo tiene la fuerza del amor para liberar vuestras vidas”.

Juan no habla de oídas, no lo ha estudiado en los libros… nos habla de su propia experiencia. Afirma que “ve” a Jesús que se le acerca, que viene a su encuentro y descubre en Él algo nuevo, que “no conocía”. Descubre exactamente quién es Jesús. Ese al que él mismo salió a anunciar, aun sin conocerle. Y eso que “ve” no le deja indiferente, le afecta, le hace tomar postura, resituarse: no soy yo el que va delante aunque haya salido a anunciarle, Él va delante porque existía antes, porque su lugar es el primero. Por eso lo testifica con fuerza, hasta con solemnidad.

Confiesa a Jesús como el “cordero de Dios”. Expresión muy familiar y significativa para el pueblo judío contemporáneo de Jesús, pero no para nosotros. Era para ellos una clara referencia a la salida de Egipto, al cordero con cuya sangre se marcaban las puertas de los judíos y los libraba de la muerte abriéndoles el camino a la liberación, a la salida del lugar de su esclavitud para vivir en libertad (Éxodo 12). Les recuerda el cordero que se mataba para comerlo y celebrar cada año en la fiesta de la Pascua, este acontecimiento fundamental para la vida y la fe del pueblo. 

Pero Juan continúa “este cordero de Dios quita el pecado del mundo”. Es una frase que procede de mucha reflexión teológica y nos puede llevar a descubrir lo que los primeros cristianos pensaban de Jesús.

Habla de pecado, en singular. No pecados, como estamos más acostumbrados a utilizar nosotros. No nos está hablando de los pecados o fallos individuales sino de la situación global de la persona humana de opresión, que le impide ser plenamente persona según el plan de Dios. Esta opresión puede ser causada por otro ser humano o por nosotros mismos. Es la injusticia, la humillación, la esclavitud en sentido moral y físico. De ahí se desprenden los demás pecados. 

Jesús quita el pecado del mundo con su forma de vivir, eligiendo una vida de servicio, de humildad, de pobreza y entrega hasta la muerte. Esta actitud es fruto de una radical libertad que le permite ser “hombre auténtico”, suprimiendo de su vida toda opresión y anulando toda forma de dominio sobre él. Jesús vivió esta libertad durante su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por las costumbres o tradiciones impuestas por los letrados y fariseos.

Jesús nos salva ayudando a todos los oprimidos a salir de su situación. Siempre que está en sus manos, los salva de la opresión física, de la enfermedad, y los llama a ser libres, a no dejarse oprimir por nadie, de ninguna forma, a ser auténticamente personas, a no dejarse envolver de nuevo por el dominio del pecado: “no peques más”.

Esto que descubre Juan nos puede llevar a preguntarnos, ¿Quién o quienes nos oprimen hoy a nosotros? ¿De qué somos esclavos, de qué o de quienes dependemos, de forma que nos impiden ser libres, vivir la libertad y la salvación que Jesús nos ofrece? Y también, ¿qué formas de opresión estamos ejerciendo sobre otras personas? ¿Somos personas que ayudan a los demás a liberarse de cualquier clase de esclavitud?

Juan completa su testimonio, profundizando su mirada: “He contemplado”. Contemplar es más que ver, es observar con atención, interés y detenimiento. Es reflexionar serena, detenida, profunda e íntimamente…  Y añade: He contemplado al Espíritu que estaba con Él. Y esa contemplación le abre los ojos y puede descubrir, en la persona del nazareno, al Mesías del Señor, al esperado de los profetas. Descubre el origen divino de Jesús, cuando percibe que en él está el Espíritu. Por eso ya no es él, Juan, que bautiza con agua, el que debe seguir bautizando, sino Jesús, el Hijo de Dios, quien bautizará con Espíritu Santo y fuego. 

“Ver” bajar el Espíritu, descubrir que el Espíritu se ha posado en Jesús es la clave de este testimonio de Juan. No procede de su esfuerzo, de su vida austera y sacrificada, es un don de Dios, por eso es de fiar. Por eso va más allá de las apariencias: “Viene detrás de mi (humanamente Juan ha nacido antes que Jesús) pero realmente, como Hijo de Dios que es, lo importante más allá de la apariencia de un humilde nazareno, existía antes que yo”

Nuestra fe en Jesús nos lleva a esa profundidad de mirada, a descubrir el Espíritu de Dios presente y actuando en nuestro mundo, en nuestra historia. Esta es la consecuencia de la Navidad que acabamos de celebrar. Dios “ha puesto su tienda entre nosotros” y su Espíritu está en la entraña de nuestra vida y en la entraña misma de la historia de la humanidad.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Comentario – Domingo II de Tiempo Ordinario

Juan el Bautista señala a Jesús como el Cordero de Dios. Éste es su testimonio. Pero esta designación no deja de ser extraña; y, sin embargo, Juan acierta con ella, porque da con la clave de su misión. Jesús será realmente ese cordero degollado (= sacrificado) que traerá la reconciliación y la paz: el Cordero venido para quitar el pecado del mundo, que es el gran obstáculo que encuentra el hombre para alcanzar su salvación.

Pero el Bautista no se queda en esta simple instantánea del Mesías; ofrece otras señas de identidad que le sitúan por encima de ciertas coordenadas temporales. El que había venido al mundo y había salido al desierto después que él, estaba por delante de él, porque existía antes que él. Él es aquel sobre el que había bajado el Espíritu para quedarse: el Ungido de Dios para hacer ungidos (= cristianos) bautizando con el Espíritu Santo: el Hijo de Dios. Hay, pues, identidad entre el Hijo de Dios y el Cordero. El Cordero degollado no es otro que el Hijo de Dios, dado que el Hijo de Dios se ha hecho cordero (= víctima) de un sacrificio, cordero inmolado por la salvación del mundo. El testimonio de Juan en favor de Jesús no es sino la profesión de fe que espera la Iglesia de todo cristiano, es decir, de todo ungido por el Espíritu de Cristo.

El cordero era uno de los símbolos más elocuentes del lenguaje sacrificial judío. La sangre de un cordero libró a los israelitas del exterminio de la décima plaga caída sobre Egipto en los tiempos de la esclavitud. El cordero degollado pasó a ser el elemento más significativo de esa cena (la cena Pascual) que conmemoraba la liberación del pueblo judío. El siervo de Yahvé que carga con las culpas de los demás para justificar a muchos es representado bajo la figura de un cordero llevado al matadero, que no abre la boca, pero cuya súplica será finalmente escuchada porque tiene a Dios como valedor.

Pues bien, Jesús acabará identificándose con ese siervo que muere en lugar de los culpables cargando con la culpa de estos, y con ese cordero degollado y ofrecido (en sacrificio) que trae la paz. Así interpreta Jesús su muerte a la que voluntariamente se entrega cuando cree llegada la hora (al fin y al cabo estaba en este mundo, para lo cual había recibido un cuerpo, para hacer la voluntad del Padre): la del Cordero Pascual: una víctima necesaria para quitar el gran obstáculo que se interpone entre el hombre y Dios y entre los hombres entre sí, el último obstáculo que impide al hombre alcanzar su salvación: el pecado del mundo. Con este fin se entrega (y en esta medida es sacerdote o agente de la ofrenda) en manos de los pecadores con una doble actitud: de obediencia (amorosa) al Padre y de amor a los hombres por quienes se entrega como cordero para quitar el pecado del mundo.

Hablar del pecado, en singular, es como aludir a una fuerza poderosa, un poder que actúa en el mundo impidiendo al hombre llevar a buen término sus deseos de paz y libertad, un poder que le empuja a hacer el mal que no quiere hacer y a no hacer el bien que sí quiere hacer. Se trata de una fuerza de carácter cuasi sobrenatural, una fuerza que sólo Dios puede debilitar y aniquilar. Por eso, se hace hombre, para hacer frente a esta fuerza maléfica en su condición de hombre ungido por el Espíritu; por tanto, con la fuerza de su Espíritu que es esencialmente amor.

Quitar el pecado del mundo es, ante todo, una obra de liberación de ese mal que se ha instalado en el mundo en forma de soberbia, o de lujuria, o de avaricia, o de ira, o de desenfreno, o de injusticia, o de gula, o de envidia, o de vanidad, o de maledicencia, o de insensibilidad egoísta o indiferencia: ese mal del que tanto nos cuesta liberarnos porque nos es muy íntimo, y porque el hábito y la reiteración nos convierte en sus esclavos (hacemos el mal que no queremos). Sólo Dios, con la fuerza de su Espíritu, puede liberarnos. Pero para disponer de esta fuerza de combate hay que acudir a esos «lugares» en los que es posible encontrarla y que son lugares de su presencia o «lugares sacramentales».

El Cordero de Dios quita el pecado del mundo luchando contra él hasta la muerte (dejándose matar), dando testimonio de la verdad, que es él mismo en cuanto Hijo de Dios, hasta derramar su sangre; por tanto, martirialmente. Pero también implicándonos a nosotros en esta lucha, ya que el pecado no está sólo en el mundo como algo ajeno a nosotros; está también en nosotros; y para vernos liberados de él tenemos que empeñar asimismo nuestra libertad. Dios nos ha hecho libres: libres para luchar contra el pecado, libres para permanecer en él; libres para romper nuestras cadenas y libres para permanecer amarrados a ellas.

Dios nos quiere protagonistas de nuestra propia liberación; y para ello nos proporciona las llaves y los medios (la fuerza) para llevarla a cabo. De nosotros y de nuestro interés depende hacer uso de tales medios: eucaristía, examen, confesión, oración, guía espiritual, ascesis, vigilancia, guarda de los sentidos. Sólo así podremos acrecentar el caudal de las virtudes que nos permitan contrarrestar la fuerza del mal que nos habita y nos inclina hacia el lado más oscuro y tenebroso de la vida. Colaboremos con Cristo, Cordero inmolado, en esta tarea de quitar el pecado del mundo, y nuestra vida ganará en paz y alegría.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

Capítulo octavo
La vocación

248. Es verdad que la palabra “vocación” puede entenderse en un sentido amplio, como llamado de Dios. Incluye el llamado a la vida, el llamado a la amistad con Él, el llamado a la santidad, etc. Esto es valioso, porque sitúa toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros.

Lectio Divina – Domingo II de Tiempo Ordinario

Juan Bautista anuncia a Jesús
como Cordero de Dios
Juan 1,29-34

1. Oración inicial

En esta lectura orante del evangelio de Juan nos podrán acompañar y servir de estímulo las palabras de John Henry Newman, que con estas palabras gustaba dirigirse orando al Señor: “Estás conmigo y yo comenzaré a resplandecer como tú resplandeces;  a resplandecer hasta llagar a ser luz para los demás. La luz, oh Jesús, vendrá toda de ti: no será nada mérito mío. Serás tú quien resplandece, a través de mí, sobre los demás. Haz que yo te alabe así, en el modo que más te agrada resplandeciendo sobre todos aquellos que me rodean. Dale la luz a ellos y dame la luz a mí; ilumina a los otros juntamente conmigo y a través de mí. Enséñame a defender tu alabanza, tu verdad, tu voluntad. Haz que yo te anuncie no con las palabras, sino con el ejemplo, con aquella fuerza de atracción, aquella influencia sólida que proviene de lo que hago, con mi visible semejanza a tus santos y con la clara plenitud del amor que mi corazón nutre por ti”. (Meditations and Devotions).

2. El texto

Juan 1,29-34

In aquel tiempo, 29 al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. 31 «Yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.» 32 Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. 33 Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: `Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. 34 Y yo le he visto y doy testimonio de que ése es el Elegido de Dios.»

3. Pausa de silencio orante

La Palabra de Dios exige ser deseada y escuchada por medio del silencio. Hazte callar a ti mismo, vuélvete disponible para acoger la presencia de Dios en su Palabra; un silencio que sabe dejar espacio en el propio corazón para que Dios venga a hablarte.

4. Lectura simbólica

El pasaje litúrgico del evangelio nos presenta a dos animales de alto valor espiritual en la Biblia: el cordero y la paloma. El primero alude a textos significativos en la Biblia: la cena pascual del éxodo (cc. 12-13); la gloria del Cordero-Cristo en el Apocalipsis.

a) El símbolo del cordero:

Dirijamos ahora nuestra atención al símbolo del “Cordero (amnos) de Dios” y a su significado.

– Una primera alusión bíblica para la comprensión de esta expresión usada por Juan Bautista para indicar la persona de Jesús es la figura del Cordero victorioso en el libro del Apocalipsis: en 7,17 el Cordero es el Pastor de los pueblos; en 17,14 el Cordero destruye los poderes malvados de la tierra. En tiempos de Jesús se creía que al final de la historia se aparecería un cordero victorioso o destructor de las potencias del pecado, de las injusticias, del mal. Tal idea es un síntoma también de la predicación escatológica de Juan el Bautista: avisaba que la ira era inminente (Lc 3,7), que el hacha ya estaba puesta a la raíz del árbol y que Dios está a punto de abatir y echar en el fuego todo árbol que no llevase buenos frutos (Lc 3,9). (Mt 3,12 y Lc 3,17).

Otra expresión muy fuerte con la que el Bautista presenta a Jesús se encuentra en Juan 1,29: “Él tiene en la mano el bieldo para limpiar su era y para recoger el grano en el granero; pero a la paja la quemará con fuego inextinguible”. No es equivocado pensar que Juan el Bautista pudiese describir a Jesús como el cordero de Dios que destruye el pecado del mundo. De hecho, en 1 Juan 3-5 se dice: “ El apareció para quitar los pecados”; y en 3,8: “El Hijo de Dios apareció para destruir las obras del diablo”. Es posible que Juan Bautista saludase a Jesús como el cordero victorioso que debería, por mandato de Dios, destruir el mal en el mundo.

Una segunda alusión bíblica es el Cordero como Siervo sufriente. Esta figura del siervo de Dios sufriente o de JHWH es el sujeto de cuatro cantos en el Deutero-Isaías: 42,1-4.7.9; 49,1-6.9.13; 50,4-9.11; 52,13-53,12). Nos preguntamos si el uso de “Cordero de Dios” en Juan 1,29 se coloree del uso de “cordero” para aludir al Siervo sufriente de Jawè en Isaías 53. ¿En verdad Juan consideraba a Jesús el cordero de Dios siguiendo la interpretación de Siervo sufriente?

Ciertamente no hay pruebas reales de que el Bautista haya hecho una tal interpretación, pero tampoco hay pruebas para excluirlo. De hecho en Isaías 53,7 se dice que el Siervo: “No abrió la boca; era como un cordero llevado al matadero y como una oveja ante sus trasquiladores”. Esta descripción se aplica a Jesús en las Actas 8, 32 y también la semejanza entre el Siervo sufriente y Jesús se aplicaba por los cristianos (ver Mt 8,17 = Is 53,4; Heb 9,28 = Is 53,12).

Además en la descripción que Juan el Bautista hace de Jesús en 1,32-34, hay dos aspectos que evocan la figura del Siervo: en el v. 32 Juan el Bautista afirma haber visto al Espíritu descender sobre Jesús y posarse sobre Él; en el v. 34 él identifica a Jesús como el elegido de Dios. Así en Isaías 42,1 (un pasaje que también los sinópticos conectan con el Bautismo de Jesús) se dice: “He ahí mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco” (ver Mc 1,11). He puesto mi espíritu sobre él”. Como también en Isaías 61,1: “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí”. Estas alusiones bíblicas pueden confirmar la posibilidad de que el evangelista estableciese una conexión entre el Siervo en Isaías 42; 53 y el Cordero de Dios.

Que Jesús, después, se describa con los trazos del Siervo sufriente lo encontramos en otras partes del evangelio de Juan (12,38 = Is 53,1).

Hay un aspecto interesante que queremos resaltar: se dice que el Cordero de Dios quita el pecado del mundo. En Isaías 53,4.12 se dice que el Siervo lleva o se carga los pecados de muchos. Jesús con su muerte destruye el pecado o se lo carga Él mismo.

Por tanto según esta segunda acepción, el Cordero como Siervo sufriente, Cristo es aquél que se ofrece libremente a sí mismo para eliminar del mundo el pecado y llevar a Dios a todos sus hermanos en la carne.

Una confirmación moderna de esta interpretación de Jesús como “Cordero de Dios” lo encontramos en un documento de los obispos italianos: “El Apocalipsis de Juan, lanzándose hasta las últimas profundidades del misterio del Enviado del Padre, llega a reconocer en Él al Cordero inmolado “desde la fundación del mundo” (Apoc 13,8). Áquel con cuyas llagas hemos sido curados (1Ptr 2,25; Is 53,5)” (Comunicare il vangelo in un mondo che cambia,15)

Una tercera alusión bíblica es el Cordero como cordero pascual. El simbolismo de la Pascua está muy difundido en el evangelio de Juan especialmente en relación con la muerte de Jesús. Para las comunidades cristianas a las que Juan se dirige con su evangelio, el Cordero quita el pecado del mundo con su muerte. De hecho en Juan 19,14 se dice que Jesús fue condenado a muerte al mediodía de la vigilia de la Pascua, o sea, en el momento en el que los sacerdotes comenzaban a sacrificar los corderos pascuales en el Templo para la fiesta de la Pascua. Otro nexo del simbolismo pascual con la muerte de Jesús es que mientras estaba en la cruz, una esponja empapada en vinagre fue levantada hacia Él con una caña (19,29) , y era la caña o hisopo la que se mojaba en la sangre del cordero pascual para rociar las jambas de las puertas de los israelitas (Éx. 12,22). Además en Juan 19,36 el cumplimiento de las Escrituras, que ningún hueso de Jesús fue quebrado, constituye una clara referencia al texto del Éx. 12,46 en el que se dice que ningún hueso del cordero pascual debe ser quebrado. La descripción de Jesús como Cordero está presente en otra obra de Juan, el Apocalipsis: en 5,6 se habla del cordero inmolado; en Apocalipsis 7,17 y 22,1 el Cordero es áquel del cual brota la fuente de agua viva , y también este aspecto es una alusión a Moisés, que hizo brotar agua de la roca; en fin, en Apocalipsis 5,9 se hace mención a la sangre redentora del Cordero, otro motivo pascual que se referirá a la salvación de las casas de los israelitas de la muerte.

Existe un paralelismo entre la sangre del cordero rociada sobre las jambas de las puertas como signo de liberación y la sangre del cordero ofrecido en sacrificio de liberación. Los cristianos muy pronto empezaron a comparar a Jesús con el cordero pascual y, al hacer esto, no dudaron usar el lenguaje sacrificial: “Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado” (1Cor 5,7), poniendo el oficio de Jesús el de quitar el pecado del mundo.

b) El símbolo de la paloma:

Este segundo símbolo también contiene varios aspectos. Ante todo la expresión “como paloma” era un dicho común para expresar el lazo afectivo con el nido En nuestro contexto evidencia que el Espíritu encuentra su nido, su hábitat natural y de amor en Jesús. Todavía más: la paloma simboliza el amor del Padre que se establece en Jesús como en una habitación permanente (ver Mt 3,16; Mc 1,10; Lc 3,22)

La expresión, pues, “como paloma” está en conexión con el verbo descender: para expresar que no se trata del aspecto físico de una paloma, sino el modo de descendimiento del Espíritu (como el vuelo de una paloma), en el sentido de que no impone miedo, más bien confianza. Tal simbolismo bíblico de la paloma no tiene respuesta en otros simbolismos bíblicos; pero una antigua exégesis rabínica compara el aletear del Espíritu de Dios sobre las aguas primordiales con el revolotear de la paloma sobre su nido. No hay que excluir que Juan al usar este símbolo, haya querido decir que la bajada de Espíritu en forma de paloma sería una clara referencia al comienzo de la creación: la encarnación del proyecto de Dios en Jesús es el culmen y la meta de la actividad creadora d Dios.

El amor que Dios tiene por Jesús (correspondiente al movimiento de la paloma al volver al nido) lo empuja a comunicar la plenitud de su propio ser divino (el Espíritu que es amor y lealtad).

5. El mensaje

a) Nuestra salvación es Cristo: El Bautista ha tenido como un deber el de indicar en Jesús “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El anuncio del evangelio, la palabra de Cristo Jesús, permanecen esenciales e indispensables hoy como lo han sido ayer. El hombre no cesa nunca de tener necesidad de liberación y salvación. Anunciar el evangelio no significa, comunicar las verdades teóricas y ni siquiera un conjunto de normas morales. Significa, por el contrario, llevar a los hombres a hacer la experiencia de Jesucristo, venido al mundo – según el testimonio de Juan – para salvar al hombre del pecado del mal, de la muerte. Por tanto, no se puede transmitir el evangelio prescindiendo de las necesidades y las esperanzas del hombre de hoy. Hablar de la fe en Jesús, cordero de Dios que quita el pecado del mundo, significa hablar al hombre de nuestro tiempo preguntándose primero qué busca él en lo profundo de su corazón.

“Si queremos adoptar un criterio oportuno…, debemos cultivar dos atenciones entre sus complementarios.. De entrambos es testigo Jesucristo. La primera consiste en el esfuerzo de ponernos a la escucha de la cultura de nuestro mundo, para discernir las semillas del Verbo de tiempo presente en ella, incluso más allá de los confines visibles de la Iglesia.. Escuchar las esperanzas más íntimas de nuestros contemporáneos, tomar en serio sus deseos e investigaciones, tratar de entender qué es lo que hace arder sus corazones y qué es lo suscita en ellos miedo y desconfianza”. Además, la atención de aquello que brota como necesidades y esperanzas en el corazón de los hombres “no significa renuncia a la diferencia cristiana, a la trascendencia del Evangelio…el mensaje cristiano aún proponiendo un camino de plena humanización, no se limita a proponer un mero humanismo. Jesucristo ha venido a hacernos partícipes de la vida divina, de la que ha sido felizmente llamada “la humanidad de Dios” (Comunicar el evangelio en un mundo que cambia n. 34)

b) El Espíritu no sólo viene a posarse sobre Jesús, sino que Él lo posee de modo permanente, de forma que lo puede dispensar a otros en el bautismo. Finalmente, el cordero que perdona los pecados y “la paloma de la Iglesia se encuentran en Cristo”. Traemos a colación una expresión de San Bernardo en la que une así los dos símbolos: “El cordero es entre los animales lo que la paloma es entre las aves: inocencia, dulzura, sencillez”.

c) Algunas líneas operativas:

– Renovar la disponibilidad de colaborar con la misión de Cristo en comunión con la Iglesia ayudando al hombre a ser liberado del mal, del pecado.
– Unirse en el camino de todo hombre y de toda mujer para que vivan en la esperanza en Jesús que libera y salva.
– Testimoniar el propio gozo de experimentar la eficacia de la palabra de Jesús en la propia vida.
– Vivir en la comunicación de la fe dando testimonio de Jesús salvador de todo hombre.

6. Salmo 39 (40)

El salmo expresa la situación de un hombre que libre de una situación opresora, no encuentra una forma más auténtica de respuesta a Dios que la disponibilidad existencial y total a su palabra.

Yo esperaba impaciente a Yahvé:
hacia mí se inclinó
y escuchó mi clamor.
Puso en mi boca un cántico nuevo,
una alabanza a nuestro Dios.

No has querido sacrificio ni oblación,
pero me has abierto el oído;
no pedías holocaustos ni víctimas,
dije entonces: «Aquí he venido».

Está escrito en el rollo del libro
que debo hacer tu voluntad.
Y eso deseo, Dios mío,
tengo tu ley en mi interior.

He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he contenido mis labios,
tú lo sabes, Yahvé.

7. Oración final

¡Oh Padre!, que en el día del Señor
reúnes a tu pueblo para celebrar
a Aquél que es el Primero y el Último,
el Viviente que ha destruido la muerte.
Danos la fuerza de tu espíritu,
para que rotos los vínculos del mal,
te prestemos el libre servicio
de nuestra obediencia y de nuestro amor,
para reinar con Cristo en la gloria.
Él es Dios, y vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por todos los siglos de los siglos .
(De la Liturgia)

El único pecado que existe es la opresión

Jn quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado en el plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, es decir, preparar el camino al verdadero Mesías. Fijaos que Jn no narra el bautismo en sí; va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo de Jesús. Naturalmente esto es un montaje de la segunda o tercera generación de las comunidades cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina, frente a Juan Bautista.

«El cordero de Dios». Jn propone a Jesús como cordero de Dios, preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más. Está claro que se está reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal el intento de comunicarnos esa experiencia. Lo que eran títulos simbólicos, que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en absolutos atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente.

Es muy difícil precisar lo que el título “cordero” significaba para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías, antes del cristianis­mo. Jn sí interpretó la figura del Siervo, aplicada al Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto, pero sin connotación sacrificial. Jn quiere decir que por Cristo somos liberados de la esclavitud.

que quita el pecado del mundo”. Es una frase que manifiesta una cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan bautista. Esta teología no tiene nada que ver con la idea de rescate en la que después se deformó. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el evangelio, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de un hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los pecadores. Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera en el Reino porque en ningún caso oprimen a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados, está diciendo que no hay nada que perdonar. Lo que se consideraba ofensa a Dios no era más que un artificio para oprimir al débil. Jesús quita el pecado del mundo no muriendo en la cruz sino viviendo el servicio a todos y en el amor incondicionado.

En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada para indicar “pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el blanco. No se trata de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de Jn, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que un ser humano ejerce sobre otro y que impide al hombre desarrollarse como persona. Este pecado es siempre colectivo. Se necesitan dos. Siempre que hay pecado, hay opresor y víctima.

El modo de “quitar” este pecado no es una muerte vicaria expiatoria externa. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de un dios externo, soberano y justiciero que se porta como un tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado. Jesús lo sustituyó por el amor.

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión, cogiéndoles por la solapa y diciéndoles: Eres libre, sé tú mismo, no dejes que nadie te destroce como ser humano. En tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas. En aquel tiempo, esta opresión era ejercida no solo por Roma sino por sacerdotes y letrados.

Jesús vivió esta libertad durante toda su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió, a liberarnos y liberar a otros de toda opresión.

No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del camino espiritual, es una tergiversación del evangelio. Si no hacemos todo lo posible, no solo por no oprimir a nadie sino para que nadie sea oprimido, es que no me he enterado del mensaje.

El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana. Descubrir que “sufrir la injusticia es mucho más humano que cometerla” exige una enorme maduración cristiana.

La actitud individual es un sentimiento que está al servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con los demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los demás no soy más sino menos humano.

Meditación

El cordero que eliminó, del mundo, la opresión.
Es el mejor resumen de toda la vida de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos no existe otro camino.

Fray Marcos

Éste es

En los días previos a las fiestas navideñas, dos personas estuvieron mirando distintos modelos de un electrodoméstico. Unas semanas más tarde, cuando llegó el momento de hacer la compra, una de estas personas preguntó a la otra: “¿Te acuerdas cuál era el que nos gustó?” Y la otra le respondió: “No, pero si lo veo sabré cuál es”. Y así ocurrió: fue a la tienda y al ver el modelo, envió una fotografía a la otra persona diciéndole: “Éste es”. A veces nos ocurre que no recordamos el nombre o los rasgos de alguien, o la apariencia de algo, pero en cuento lo vemos, lo reconocemos.

Tras el tiempo de Navidad, en la liturgia hemos comenzado el tiempo ordinario, en el que no se celebra ningún aspecto peculiar del misterio de Cristo sino que, como discípulos suyos, vamos siguiendo semana tras semana a nuestro Maestro para conocerle mejor y amarle más.

Y hoy la Palabra de Dios nos indica que la celebración de la Navidad, del nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, que nos ha de llevar en continuidad a reconocer y señalar su presencia en lo ordinario, en lo cotidiano de nuestra vida. Es lo que hizo Juan el Bautista, como hemos escuchado en el Evangelio: al ver a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Éste es el Cordero de Dios…”
Pero hay un problema, que también indica el Bautista: Yo no lo conocía… Jesús y él eran parientes, pero ese parentesco no es suficiente para identificar a Jesús como el Cordero de Dios. Nosotros también podemos tener “una idea” de Jesús, sabemos algo acerca de Él, incluso cierta relación, pero esto por sí solo no es suficiente: necesitamos no sólo saber cosas sino conocerle, necesitamos tener un trato y comunicación íntimos con Él para luego reconocerle, para descubrir su presencia y señalarla a los demás.

De ahí que Juan el Bautista dijese: Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado… Si queremos conocer a Jesús para reconocerle y señalarle, también debemos “salir” de nosotros mismos y del círculo de nuestros intereses para que Él pueda manifestársenos.

Necesitamos “salir” de una oración hecha principalmente de rezos y devociones a una oración que sea diálogo, “tratando de amistad muchas veces con quien sabemos nos ama” (Sta. Teresa de Jesús).

Necesitamos “salir” de una concepción de la “Misa como precepto” a vivir la Eucaristía dominical como “un encuentro de amor con el Señor, sin el cual no podemos vivir” (Benedicto XVI, mensaje 21 de junio de 2008), “como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente” (San Juan Pablo II: Novo millennio ineunte 36).

Necesitamos “salir” de una formación cristiana que se limita a los conceptos aprendidos en la catequesis de Primera Comunión o Confirmación, o como mucho a la asistencia a alguna charla o conferencia, y pasar a una formación cristiana que no consiste en una simple adquisición de saberes, sino como el logro progresivo de un modo de ser, de pensar, de sentir, de actuar y de vivir profundamente cristiano. Una formación que se lleva a cabo en un Equipo de Vida y que pone a la persona no sólo en contacto, sino en comunión con Jesucristo, mediante el encuentro personal con Él. Una formación que nos lleva a conocerle y por eso, aunque no retengamos en nuestra memoria todo lo que vamos aprendiendo de Él, sí que hace descubrirle en la realidad y afirmar: “Éste es”.

En la 1ª lectura hemos escuchado que el Señor dijo a Isaías: Es poco que seas mi siervo… te hago luz de las naciones. Es poco que nos limitemos a una vida de fe rutinaria, individualista y de cumplimiento, porque estamos llamados a ser “luz”, a ser discípulos, apóstoles y santos que, como el Bautista, descubran la presencia de Cristo Resucitado en lo ordinario de la vida y digan: “Éste es”, porque como dice el Papa Francisco en “Evangelii gaudium”: “El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él” (266).

Al comenzar un nuevo año solemos hacernos buenos propósitos, que normalmente no cumplimos. Que no sea así en la fe: hagámonos el propósito de mejorar nuestra oración, nuestra participación en la Eucaristía, y nuestra formación cristiana, para que, como Juan el Bautista, demos testimonio de lo que dice el Papa en “Christus vivit”: “¡Él vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo (124). Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida (…). Él lo llena todo con su presencia invisible, y donde vayas te estará esperando” (125). 

El testimonio de Juan Bautista

Triple esfuerzo de imaginación

Para entender este texto conviene realizar un triple esfuerzo de imaginación: 1) imaginar que somos jóvenes; 2) imaginar que vivimos hace veinte siglos en Palestina; 3) imaginar que somos discípulos de Juan Bautista, y no hemos oído hablar nunca de Jesús. Hemos hecho quizá un largo y molesto viaje para escuchar a Juan y hacernos bautizar por él, hemos renunciado a todo para convertirnos en discípulos suyos. Juan es el personaje más grande en nuestra vida. De repente, aparece Jesús, un desconocido, y lo que Juan dice nos desconcierta por completo.

Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno entiende muy bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Hemos ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora encontramos a un personaje que los quita.

Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí, porque existía antes que yo. Y lo miramos extrañados, intentando convencernos de que Jesús es más viejo, aunque Juan lo parece mucho más, quizá por culpa de tantas penitencias y por alimentarse solo de saltamontes y miel silvestre. Pero tenemos la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo que ese desconocido es mucho más importante que él.

Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.Entre nosotros hay algunos conocedores de la teología judía, y se asombran de esto porque muchos rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no solo recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo, distinto del de Juan.

Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de Dios, una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo. (Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael, dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel»: Jn 1,49).

Los oyentes de Juan se preguntarían asombrados: ¿quién es este que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca.

Leyendo el evangelio (Juan 1,29-34).

Contemplar la escena es un recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo, pero la lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos.

El más importante es que Juan Bautista no pronunció este discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal, idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que no se lee este domingo). Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Esta vez no pronuncia Juan un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al seguimiento.

Cuando se relee el texto diez o quince veces (algo imprescindible para entender el cuarto evangelio) se advierten dos bloques de afirmaciones:

El primero se refiere a Jesús, del que Juan dice: 1) Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; 2) está por delante de  mí porque existía antes que yo; 3) el Espíritu su posó sobre él y bautizará con Espíritu Santo; 5) es el Hijo de Dios.

Son afirmaciones que se complementan, componiendo un mosaico de la figura de Jesús: empieza hablando de su relación con el mundo, del que borra sus pecados; luego de su relación con Juan; finalmente de su relación con Dios y con su Espíritu. Un personaje del que solo se puede esperar lo mejor y que provoca asombro y deseo de conocerlo.

El segundo bloque de afirmaciones se refiere a Juan: 1) he anunciado la venida de uno más importante; 2) dos veces repite «yo no lo conocía»; 3) pero «he salido a bautizar para que sea manifestado a Israel»; 4) he contemplado al Espíritu bajar sobre él; 4) lo he visto y doy testimonio.

También estas afirmaciones se complementan, esbozando la misión del Bautista y su descubrimiento de Jesús, desde que Dios lo envía a bautizar hasta que se encuentra con el personaje anunciado. En la visión que ofrece el cuarto evangelio, la vida de Juan Bautista solo tiene sentido al servicio de Jesús, dándolo a conocer a los demás. Algo que podría desilusionar o desconcertar a sus discípulos, pero que debe moverlos a aceptar a Jesús, igual que hizo su maestro.

Dos notas:

‒ La imagen del «cordero de Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del chivo expiatorio del Yom Kippur, recuerda bastante al personaje misterioso de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil y suave.

‒ «El pecado del mundo» es una fórmula que solo se encuentra aquí, y resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual, la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la cuestión es discutida.

La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6)

El protagonista de esta lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías. Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía, extendiéndola a todo el mundo.

Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de “quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros.

Nota sobre la segunda lectura (1 Corintios 1,1-3)

Desde este domingo hasta el séptimo del Tiempo Ordinario (este año 2020 la Cuaresma comienza el 25 de febrero), la segunda lectura se dedica a diversos fragmentos de la Primera Carta a los Corintios (solo de los capítulos 1-3). El deseo de la liturgia de conocer a san Pablo leyendo breves pasajes de sus cartas cada domingo se basa en un desconocimiento absoluto de san Pablo. No es esa la forma de conocerlo. Pero puede animarnos a leer en privado esta carta, una de las más interesantes del apóstol, en la que trata problema de enorme actualidad.

José Luis Sicre

Comentario al evangelio – Domingo II de Tiempo Ordinario

Somos un pueblo santo

      La segunda lectura tomada de la primera de Corintios nos da hoy la clave para comprender la Palabra de Dios. Nos dice Pablo que escribe su carta “a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo”. Eso es exactamente lo que ha hecho de nosotros el bautismo: un pueblo santo, un pueblo de consagrados. 

      ¿Por qué? Porque en el bautismo nos hemos hecho uno con Jesús, su vida se ha hecho nuestra. Y él es el consagrado del Padre. Para entender quién es Jesús, y nosotros al habernos bautizado con él, nos sirven la primera lectura del profeta Isaías: “Tú eres mi siervo”, “Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” y el Evangelio en el que Juan el Bautista da testimonio de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Juan vio como el Espíritu descendía sobre Jesús y se dio cuenta de que Jesús era “el que ha de bautizar en el Espíritu Santo” y da testimonio de que “es el Hijo de Dios”.

      Jesús es el elegido de Dios para traer la salvación a todos los pueblos. El amor y el perdón de Dios no se destinan de forma exclusiva a una raza, a un pueblo o a una cultura. Es para todos sin excepción. Para esa misión, Jesús está ungido por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Dios. Ese Espíritu es el que le convierte en Hijo de Dios. Esa misión se centra en el perdón de los pecados, en la reconciliación, que abre las puertas a una vida más plena. Jesús nos invita a la conversión porque en él tenemos una oportunidad real de comenzar una nueva vida. 

      Al ser bautizados en Jesús, somos incorporados a él. Por eso, podemos decir con seguridad que somos un pueblo santo, que estamos llenos del Espíritu Santo y que tenemos la misión de ofrecer el amor y la salvación de Dios a todos los que nos rodean. Porque ese amor de Dios no es para nosotros en exclusiva. Es para todos. Sería bueno que nos mirásemos unos a otros. En los bancos de nuestra iglesia vemos gente normal. ¿Seguro? Sí, gente normal, pero también “pueblo santo”, “pueblo consagrado”, “testigos del amor de Dios en medio del mundo”. Cuando salimos cada domingo de la misa, debemos saber que se nos ha dado la misión de ser testigos del amor de Dios. La gracia y la paz de Dios están con nosotros. Su Espíritu nos llena. Hoy es tiempo de levantar la cabeza y sentirnos orgullosos de lo que somos. Somos el pueblo de Dios y tenemos una misión que cumplir: mostrar al mundo con nuestra vida, con nuestra forma de ser, actuar y hablar, que Dios está con nosotros y que nos ama, que no hay pecado que no merezca el perdón, que Dios siempre nos espera para devolvernos la vida y que este mensaje es para toda la humanidad. 

Para la reflexión

      ¿Cómo actuó Jesús para dar testimonio del amor de Dios a los hombres y mujeres con que se encontró? ¿Nos sentimos orgullosos de ser cristianos, de participar en la misión de Jesús? ¿Cómo damos nosotros testimonio de ese amor de Dios en nuestra vida diaria?

Fernando Torres, cmf