Vísperas – Lunes III de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES III TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Muchas veces, Señor, a la hora décima
—sobremesa en sosiego—,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de ti…
«¿Qué buscáis…?» Les miraste. Hubo silencio.

El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
«Rabí —hablaron los dos», ¿en dónde moras?»
«Venid, y lo veréis.» Fueron, y vieron…

«Señor, ¿en dónde vives?»
«Ven, y verás.» Y yo te sigo y siento
que estás… ¡en todas partes!,
¡y que es tan fácil ser tu compañero!

Al sol de la hora décima, lo mismo
que a Juan y a Andrés —es Juan quien da fe de ello—,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.

SALMO 122: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

SALMO 123: NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: St 4, 11-12

Dejad de denigraros unos a otros, hermanos. Quien denigra a su hermano o juzga a su hermano denigra a la ley y juzga a la ley; y, si juzgas a la ley, ya no la estás cumpliendo, eres su juez. Uno solo es legislador y juez: el que puede salvar y destruir. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?

RESPONSORIO BREVE

R/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

R/ Yo dijo: Señor, ten misericordia.
V/ Porque he pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Ya que Cristo quiere que todos los hombres se salven, pidamos confiadamente por toda la humanidad, diciendo:

Atrae a todos hacia ti, Señor.

Te bendecimos, Señor, a ti que, por tu sangre preciosa, nos has redimido de la esclavitud;
—haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Ayuda con tu gracia a nuestro obispo (…) y a todos los obispos de la Iglesia,
—para que, con gozo y fervor, administren tus misterios.

Que todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad la hallen
—y, hallándola, se esfuercen en buscarla con mayor plenitud.

Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas, a los que viven abandonados,
—para que te sientan cercano y se entreguen más a ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,
—donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, lo serás todo para todos.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos; para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y por siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes III de Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno: ayúdanos a llevar una vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Que vive y reina contigo. Amen.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Marcos 3,22-30
Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios.» Él, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno.» Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo.»

3) Reflexión

El conflicto crece. Existe una secuencia progresiva en el evangelio de Marcos. En la medida en que la Buena Nueva se afianza entre la gente y es aceptada, en esta misma medida crece la resistencia de parte de las autoridades religiosas. El conflicto comienza a crecer y arrastra y envuelve a grupos de personas. Por ejemplo, los parientes de Jesús piensan que se ha vuelto loco (Mc 3,20-21) y los escribas, que habían venido de Jerusalén, piensan que es un endemoniado (Mc 3,22).
Conflicto con las autoridades. Los escribas calumnian a Jesús. Dicen que está poseído y que expulsa a los demonios con la ayuda de Belcebú, el príncipe de los demonios. Ellos habían venido de Jerusalén, que distaba más de 120 km, para observar bien el comportamiento de Jesús. Querían defender la Tradición en contra de las novedades que Jesús enseñaba a la gente (Mc 7,1). Pensaban que su enseñanza iba en contra de la buena doctrina. La respuesta de Jesús tiene tres partes.
Primera parte: la comparación de la familia dividida. Jesús usa la comparación de familia dividida y de reino dividido para denunciar lo absurdo de la calumnia. Decir que Jesús expulsa los demonios con la ayuda del príncipe de los demonios significa negar la evidencia. Es lo mismo que decir que el agua está seca y que el sol es oscuridad. Los doctores de Jerusalén calumniaban porque no sabían explicar los beneficios que Jesús realizaba para el pueblo. Estaban con miedo a perder el liderazgo.
Segunda parte: la comparación del hombre fuerte. Jesús compara el demonio con un hombre fuerte. Nadie, de no ser una persona más fuerte, podrá robar en casa de un hombre fuerte. Jesús es el más fuerte. Por esto consigue entrar en la casa y sujetar al hombre fuerte. Consigue expulsar los demonios. Jesús sujeta al hombre fuerte y ahora roba en su casa, eso es libera a las personas que estaban bajo el poder del mal. El profeta Isaías había usado ya la misma comparación para describir la venida del mesías (Is 49,24-25). Lucas añade que la expulsión del demonio es una señal evidente de que el Reino de Dios ha llegado (Lc 11,20).
Tercera parte: el pecado contra el Espíritu Santo. Todos los pecados son perdonados, menos el pecado contra el Espíritu Santo. ¿Qué es el pecado contra el Espíritu Santo? Es decir: “¡El espíritu que lleva Jesús a que expulse el demonio, viene del mismo demonio!” Quién habla así se vuelve incapaz de recibir el perdón. ¿Por qué? Aquel que se tapa los ojos, ¿puede ver? ¡No puede! Aquel que tiene la boca cerrada, ¿puede comer? ¡No puede! Aquel que no cierra el paraguas de la calumnia, ¿puede recibir la lluvia del perdón? ¡No puede! El perdón pasaría de lado y no lo alcanzaría. No es que Dios no quiera perdonar. ¡Dios quiere perdonar siempre! Pero es el pecador que rechaza el perdón.

4) Para la reflexión personal

• Las autoridades religiosas se encierran en sí mismas y niegan la evidencia. ¿Me ha ocurrido a mí encerrarme en mi mismo/a contra la evidencia de los hechos?
• La calumnia es el arma de los débiles. ¿Has tenido experiencia en este punto?

5) Oración final

Yahvé ha dado a conocer su salvación,
ha revelado su justicia a las naciones;
¡Aclama a Yahvé, tierra entera,
gritad alegres, gozosos, cantad! (Sal 98,2.4)

Luz para alumbrar a las naciones

Ley y Templo

Dos ritos prescritos por la ley de Moisés se nos muestran en el evangelio: la purificación de la madre y la presentación del hijo primogénito.

La presentación de Jesús es la que da título a la celebración litúrgica y nos hace fijarnos en su profundo significado. El hijo primogénito es consagrado a Dios, es decir, es declarado posesión suya, entregado a su servicio. El evangelista, quizá intencionadamente, dice de la ofrenda de la purificación pero no menciona el rescate del hijo (una determinada suma de monedas) para acentuar el sentido total y efectivo de la consagración.

Lucas le da importancia al lugar: el Templo de Jerusalén. Es el centro de la vida religiosa de Israel. También podemos ver en éste evangelio que el itinerario de Jesús tiene su meta en Jerusalén, donde tendrá lugar la pasión, muerte y resurrección. Jesucristo será el Nuevo Templo para todos los pueblos.

Luz para alumbrar a las naciones

Simeón y Ana, guiados por el Espíritu Santo, dan testimonio del significado salvífico de Jesús. Aguardaban el consuelo y la liberación de Israel y, ahora, contemplan con sus propios ojos el cumplimiento de la promesa. Bendicen, alaban, dan gracias y pregonan con gozo a todos la buena nueva. Son la nítida imagen de los que ya sienten la salvación.

Simeón responde a la inspiración del Espíritu Santo con un precioso cántico que se recita en la oración litúrgica de Completas. El anciano ve colmada su vida, puede partir de la vida en paz porque ha visto la salvación prometida en el niño que sostiene en sus brazos: luz para alumbrar a las naciones.

Se ha cumplido lo anunciado por Isaías: “Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz.” “Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra.”

En éste día, la liturgia nos propone tomar cirios encendidos e ir al encuentro de Cristo. Iluminados, portadores de la luz, iluminemos, para que todos lleguemos a contemplar la luz eterna.

Señal y signo de contradicción, bandera discutida

Ante Jesucristo nadie puede quedar indiferente. El encuentro con Él provoca ineludiblemente un posicionamiento, obliga a tomar una decisión. No por haber sido elegido (pertenecer al Pueblo de Israel o al Nuevo Pueblo que es la Iglesia) se reciben los frutos de la salvación, sino porque se toma la decisión de optar por seguir a Jesucristo.

Hoy Jesucristo te ofrece su luz; tómala y decídete a iluminar tu vida. Deja que tus obras resplandezcan. Opta por el camino que lleva a la luz y rechaza las sombras de muerte. La decisión que se toma ante la llamada de Cristo, descubre los sentimientos del corazón.

La Fiesta de la Presentación cierra el ciclo de los misterios de la infancia de Jesús. Dentro de poco, el 25 de marzo, Solemnidad de la Encarnación, volveremos a esperar la Navidad.

D. Amadeo Romá Bo O.P.

Comentario – Lunes III de Tiempo Ordinario

Entre los momentos más tensos en la vida de Jesús destaca su enfrentamiento con los letrados y fariseos. Marcos da testimonio de ello cuando refiere la interpretación que hacían de sus curaciones milagrosas. Decían: Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios. Sería, por tanto, su alianza con los demonios y el contar con su poder maléfico lo que le permitiría realizar tales prodigios y expulsar a los mismos demonios. Pero el razonamiento era ilógico, porque presentaba a un endemoniado –un poseído por el demonio- expulsando a los demonios de sus asentamientos. Jesucristo quiere hacerles ver esta falta de lógica: ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil, no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.

Ante la obstinación de estos letrados que razonan de manera tan descabellada, Jesús no reacciona con el desprecio o la indiferencia; les invita a acercarse para entablar diálogo con ellos y hacerles entrar en razón. Es ilógico pensar que Satanás, si tiene un mínimo de inteligencia, eche a Satanás de su territorio, que actúe contra sí mismo o contra sus congéneres. Obrando así no podrá sostener su reino. No cabe, pues, pensar que el que expulsa los demonios sea un aliado de los mismos. Va contra toda lógica. Pero así razonaban personas en las que se supone la sensatez, llevados por el afán de descalificar al «intruso» que con sus obras y palabras estaba sembrando una semilla de discordia en el corazón de sus adeptos. Jesús era visto como un peligro para su status religioso y el de sus seguidores o afiliados. Su prestigio –éste habla con autoridad y no como los letrados– iba creciendo más y más, y su poder curativo era tan manifiesto que no veían modo de anularlo que no fuera recurriendo al argumento de la posesión diabólica. Pero tal argumento se revelaba inconsistente, como él mismo les hace ver.

Esta manera de razonar, sin embargo, ponía de relieve una profunda obstinación. No darían fácilmente su brazo a torcer. La posición de la incredulidad deja ver muchas veces esta persistente obstinación, que puede revestir caracteres diabólicos, porque tras ella se esconde una actitud de autosuficiencia y de rebeldía que no teme hacerle frente al mismo Dios y que sólo Dios puede derribar. Seguramente aquí, en esta actitud que sólo la ignorancia puede justificar, hay que reconocer esa blasfemia contra el Espíritu Santo de la que habla oportunamente Jesús como pecado imperdonable. Creedme –decía- todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. Y el evangelista precisa: Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Jesús califica, por tanto, de pecado imperdonable la actitud de aquellos letrados que se niegan a admitir que en él está actuando el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, no un espíritu inmundo. Los que se empeñan en ver en él la actuación de un espíritu inmundo se están cerrando a la acción del Espíritu Santo, se están incapacitando para recibir el perdón de Dios y todo lo que nos llega con él. Por eso, a los hombres se les podrá perdonar todo, todo género de pecado y de blasfemia, pero el negarse a reconocer a Jesús como mano tendida de Dios, como el Mediador universal de la salvación –que incluye el perdón- ofrecida, es cerrarse la puerta o el camino de acceso a esa salvación. Aquí, cargar con su pecado es cargar con su obstinación o ceguera y con todas sus consecuencias.

Dios nos ofrece la salvación por medio de la humanidad de Jesucristo, es decir, por medio de todas sus palabras y acciones; negarse a acoger este medio es autoexcluirse de todos los bienes que nos llegan por él. Si la falta de fe era, entre los contemporáneos de Jesús, un impedimento para obtener de él la salud, sigue siendo en la actualidad el gran impedimento para obtener el bien de la salvación. Dios no puede salvar a nadie contra su voluntad. Por algo nos ha dado voluntad. Podrá doblegar esa voluntad con sus medios de persuasión, que son muchos, pero no hasta el punto de anularla. Sería como despojar al hombre de su propia naturaleza. Sería como destruir la obra de sus manos.

Pero el pecado de aquellos letrados no era imperdonable. Bastaba con que entraran en razón o reconocieran la validez de los argumentos de Jesús y dejaran de pensar en él como un endemoniado. Bastaba con que reconociesen la verdad de los hechos y aceptasen lo que Dios les ofrecía por medio de él. Bastaba con que dejaran un resquicio a la gracia de Dios. Y el arrepentimiento daría paso al perdón. Sólo el orgulloso no querer dejarse socorrer, incapacita para el socorro o hace inútil todo intento de socorro por parte del socorrista.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

255. Tu vocación no consiste sólo en los trabajos que tengas que hacer, aunque se expresa en ellos. Es algo más, es un camino que orientará muchos esfuerzos y muchas acciones en una dirección de servicio. Por eso, en el discernimiento de una vocación es importante ver si uno reconoce en sí mismo las capacidades necesarias para ese servicio específico a la sociedad.

Homilía – Presentación del Señor

1.- Una entrada purificadora (Mal 3, 1-4)

La entrada del «mensajero» en el santuario es subrayada con especial intención por el Profeta. Hay una invitación apremiante: «Miradlo entrar». Porque no es una entrada cualquiera. El Mensajero llega al templo para purificarlo.

Las imágenes no pueden ser más expresivas. Designan una purificación a fondo: fuego y lejía. El fuego del fundidor que separa los metales de la ganga; la lejía de lavandera que arranca la suciedad más pertinaz.

La finalidad de la entrada es, pues, la purificación del templo y de su culto. Se habían deteriorado las ofrendas y quedaba para Dios lo que ya nadie quería ni para su propio uso. Esa es la preocupación de este profeta pos-exílico. Es verdad que ha cambiado «el motivo» de la preocupación profética por el culto, comparado con la profecía clásica. Pero, en el fondo, se mantiene la misma insistencia: a Dios no se le da cualquier cosa,- El pide siempre «la ofrenda como es debido» (la ofrenda «como Dios manda»).

 

2.- Jesús, «sumo sacerdote en lo que se refiere a Dios» (Heb 2, 14-18)

La presentación de Jesús en el Templo inaugura su relación con esta central institución del pueblo judío. Con fina sensibilidad, la liturgia de la Iglesia introduce en este contexto la enseñanza de Hebreos sobre el sacerdocio de Cristo. Sacerdocio y templo son realidades que se reclaman mutuamente.

Pero, con la lectura de Hebreos, se quiere subrayar la originalidad de esa relación en el caso de Cristo. Entra al Templo quien dirá de sí mismo ser el nuevo templo de Dios. Se somete a un acto de culto quien inaugurará el «culto en espíritu y en verdad».

La indicación va, pues, en la línea del nuevo culto aquella nueva relación con Dios que parte del compartir solidario con los hermanos que han de ser relacionados: «Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote compasivo y fiel». La expiación de los pecados pedía de Jesús solidaridad con los pecadores.

Una solidaridad llevada hasta el extremo. Hasta un amor entregado y dolorido. Un paso a través del dolor que es la credencial de Jesús para poder realmente auxiliar… El Templo y el culto han sido realmente purificados por el fuego y la lejía de la entrega de Jesús a una muerte de cruz.

 

3.- «Una espada te atravesará el alma» (Lc 2, 22-40)

En el día de la presentación de Jesús en el Templo, la mirada se nos va también a la Madre. Para ella fue el día de su «purificación». Y a ella se dirigió también el anciano Simeón.

De manera sencilla, nos dice Lucas: «Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño». Una admiración frecuentemente referida por Lucas en el evangelio de la infancia Como si nos quisiera expresar un conocimiento progresivo de sus padres acerca de la identidad más honda de Jesús. En la Presentación, de su identidad como luz y salvación para todas las naciones y para gloria de Israel.

No será, sin embargo, un espectacular camino de gloria el que le espera. Será una «bandera discutida» en u discernimiento de corazones. En muchos, la actitud de su corazón será tan contraria a Jesús que se deja entrever lo que será su muerte y pasión.

Ese contexto de pasión da una «densidad dolorosa» a la bendición de Simeón: «Simeón los bendijo, diciendo a María: y a ti, una espada te traspasará el alma». Comunión de la Madre en una luz que alumbra desde la oscuridad del sufrimiento, transformado en necesario paso a la gloria.

 

Llega a su casa mi Señor

Llega a su Cosa mi Señor, ungido
luz de fe para todas las naciones…,
prenda y rescate de los corazones,
que el pecado de Adán había rendido.

Fuego de fundidor enardecido
será el amor que impulse sus acciones…,
lejía de lavandero a borbotones
su sangre, cuando sea suspendido…

Llega a su Cosa mi Señor…
Proclama Simeón el consuelo que derrama
sobre Israel el Hijo prometido

Ana, la profetisa —anciana y rica
en oración y ayunos— testifica
la salvación de Dios, que se ha cumplido.

Pedro Jaramillo

Lc 2, 22-40 (Evangelio – Presentación del Señor)

Luz de todos los corazones

Estamos ante una verdadera obra maestra de la teología de Lucas (ya se comentó el texto en el domingo después de Navidad, la Sagrada Familia). Queremos resaltar que narrativamente es un texto evangélico y, corno tal, con un mensaje que va mucho más allá del hecho histórico de la presentación de un recién nacido para cumplir la ley de Moisés (o la ley de Dios como se dice a continua-ción). Se ha de tener en cuenta que no era necesario que el niño fuera llevado al templo para cumplir con el precepto de esa ley de la purificación de la madre (cf Lv 12,1-8), porque lo de la presentación del niño no era algo requerido por la ley de Moisés. Se quiere, pues, mostrar que los padres de Jesús se atienen en todo a esa ley,y pretenden «consagrarlo al Señor» según lo quo establecía un precepto (Ex 13,2.12.15), con el rescate del primogénito (Ex 13,13; 34,20) con el pago de cinco siclos (Num 18,15-16); aunque Lucas no dice expresamente que se llevara a cabo ese rescate así. Lo importante era poner de manifiesto que los padres de Jesús querían incardinar a su hijo a todo aquello que era considerado como una vida de fidelidad a Dios cumpliendo ciertos preceptos.

Pero es eso precisamente lo que va a ser puesto en entredicho en esta narración lucana. Los padres que viven de esa fidelidad se van a encontrar, de pronto, con personajes que viven y sienten al margen de esos preceptos. Son el viejo Simeón y la profetisa Ana, quienes con su mensaje van a poner en «solfa» todo lo que manda la ley y exige la tradición. Porque no basta con eso para ser fieles a Dios. Y esta es una lección «teológica» que sus padres aprenden con admiración y con la misma fidelidad con que intentaban ser fieles a la tradición y a la religión de su pueblo. Estos personajes de la narración aparecen como por ensalmo, pero no se quedan en la pura estética. No son los sacerdotes los que acogen a Jesús en este momento en que es llevado al templo, sino dos personajes que nada tienen que ver con la ceremonia que se realiza. Primeramente, un anciano que esperaba la «consolación de Israel». No podemos menos de unir esos dos elementos: anciano y quien espera la consolación (según ls 40,1; 51,12; 61,2 designa la salvación de Israel). Su canto del «Nunc dimittis» encierra todos los tonos del Espíritu, quien pasa a ser protagonista a partir de este momento. Por eso mismo debemos saber leer nuestro relato acentuando cómo se pasa desde la ley de Moisés al Espíritu. Esta será una constante en la obra de Lucas. La salvación no llegará por la ley, sino por el Espíritu de Dios. Cuando los padres van a consagrar al niño a Dios, es Simeón quien aparece para «arrebatar» al niño de las manos maternas y presentarlo él con su «palabra» y con su canto, bendiciendo a Dios. No debemos pasar por alto este detalle, con toda su significación.

El canto de Simeón, el «Nunc dimittis» está cargado de resonancias bíblicas y especialmente por lo que se refiere a presentar a Jesús como «luz» de todas las naciones (Is 52,10). Es la primera vez que aparece en la obra de Lucas y será como una línea dorada en su doble obra (Evangelio-Hechos). Jesús no ha venido solamente para salvar al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Es una salvación que ilumina a todos los pueblos. Ese carácter universalista de la salvación es, debe ser, central en el mensaje de esta fiesta.

El papel de Ana, la profetisa, no es tampoco un adorno narrativo, aunque no está falto de estética teológica. Viene en apoyo de lo que Simeón anuncia. No olvidemos que es una «profetisa», que está día y noche en el templo. El templo como lugar de la presencia de Dios, de los sacrificios y peregrinaciones.

Ahora a esta mujer –debemos resaltar lo de ser mujer–, se le enciende el alma y el corazón de una forma profética para proclamar la liberación (el rescate) de Jerusalén o de Israel, el pueblo de Dios. Ya no es simplemente la mujer que en silencio ora y asiste a las ceremonias sagradas, sino que rompe muchos silencios de siglos, con la llegada de este niño al templo. Su voz femenina le da entraña a todo aquello que podía haber quedado en un rito más de purificación.

No entramos en las palabras de Simeón a María (vv. 34-35), del signo de Jesús, bandera discutida, que habla de su historia concreta, de su predicación, de su experiencia de Dios, de sus ofertas de salvación a los pecadores. Y de la «espada» (cf Ez 14,17) de María, que es la espada de la palabra salvadora que lleva a la pasión. Sabemos que todo esto no ha podido formularse sino después de los acontecimientos de la Pascua. Porque, como todo el conjunto de Lc 1-2, esta es una escena programática que habrá de desarrollarse a lo largo de la vida de Jesús. Y no podemos olvidar que la historia concreta de Jesús es la historia de un Mesías rechazado. María, en ese momento, para Lucas, no solamente es una figura histórica, que lo es como madre que lleva a su hijo, sino que representa a la nueva comunidad que fiel a Dios, pasa desde su experiencia de la fidelidad a la ley a la experiencia de la fidelidad al Espíritu. Por eso la palabra de Jesús y su vida, es una espada de identidad para esta comunidad.

Heb 2, 14-18 (2ª Lectura – Presentación del Señor)

Como sus hermanos… por eso el «digno de fe»

Este hermoso texto de la carta a los Hebreos es muy significativo por varias razones. Principalmente porque quiere mostrar a Jesús que desde ahora se le va a presentar como «Sumo Sacerdote». Todavía no estamos en el c. 7 de esta carta o sermón a los Hebreos, donde se describe de una forma extraordinaria el papel de Jesús corno Sumo Sacerdote, original, capaz de hacer lo que los sacerdotes de la Antigua Alianza no han sabido y no han podido llevar a cabo: introducirnos en el «sancta sanctorum», en la intimidad de la santidad de Dios, donde se pensaba que nadie antes podía llegan. Nuestro sacerdote, sin embargo, lo ha logrado. Y todo esto porque Jesús es de nuestra carne y de nuestra sangre.

Ese «Sumo Sacerdote»; pues, título poco efectivo para describir la obra de Jesús, pero lleno de contenido, es de nuestra familia, de nuestra carne, vive nuestra historia, conoce nuestros pecados y nuestras miserias. Ha aprendido todo lo nuestro — sin ser pecador—, para poder llegar al corazón de la maldad humana y cambiarla radicalmente. Es, sobre todo, «compasivo y fiel (pistos)». Se ha discutido mucho cómo ha de entenderse el adjetivo «fiel»; creo que se debe interpretar, especialmente, corno «digno de fe», de absoluta confianza para nosotros. ¿Por qué dice esto? Porque si bien Jesús de Nazaret no es de familia sacerdotal, lo que ha hecho por nosotros, por nuestra liberación lo hace verdaderamente «digno de fe y confianza». Nos ha traído la salvación y ha hecho posible nuestra reconciliación con Dios, destruyendo el mal (el diablo), dice el texto. Y especialmente es digno de fe, porque ha sabido vivir nuestra misma vida, sin sentirse alejado del pueblo y de sus miserias.

Mal 3, 1-4 (1ª Lectura – Presentación del Señor)

El mensajero de la Alianza

El texto de este profeta posterior al destierro, no solamente habla del famoso «día de Yahvé» con tonos apocalípticos, sino desde una perspectiva más audaz y esperanzadora para este mundo y esta historia. Se refiere, claro está, a la historia de Israel y su pueblo, esa experiencia que es la base de todos los mensajes proféticos. El libro de Malaquías abunda en visiones futuras sobre el tiempo escatológico en el que se reunirán en torno a Yavé las naciones para adorarle. El texto que nos ocupara de esta primera lectura litúrgica se ha escogido porque se considera como la «profecía» de cumplimiento del relato de Lucas sobre la presentación de Jesús en el templo. Un relato, que como veremos, tiene más de simbólico y teológico que de histórico, aunque no quiere decir que el hecho no sea histórico en sí.

Son tres los personajes que se anuncian en el texto: «mi mensajero… el Señor.. el mensajero de la alianza», y se ha discutido si se refiere a la misma persona o son enviados previos. El mensajero, sin embargo, se ha identificado en la tradición cristiana con Juan el Bautista (Mt 11,10), hasta el punto que la figura del Bautista es una de las más apreciadas en el Adviento. Pero sobre todo se describe con imágenes enérgicas, propias del mensaje apocalíptico, la obra de purificación que Yavé llevará a cabo para separar el mal del bien, y concluye con el resultado final: será posible ofrecer a Dios, definitivamente, una ofrenda agradable, porque el pueblo será también definitivamente según lo que Yahvé espera de él.

Interesa especialmente el «mensajero de la alianza», porque es una constante de la teología profética, aunque tenga los tonos apocalípticos de esta que nos ocupa. Pensar que Dios ha de enviar a alguien para que restaure la Alianza es como empezar de nuevo, como si la Alianza del Sinaí va no tuviera valor. Este es uno de los motivos por lo que fueron rechazados los profetas. La Alianza no es algo que acontece sin el compromiso de un pueblo por la justicia y el proyecto de Dios. Si no se vive la Alianza, esta se ha roto por parte del pueblo… Pero Dios siempre está empeñado en rehacer la Alianza y el proyecto de salvación con su pueblo.

Comentario al evangelio – Lunes III de Tiempo Ordinario

Posiblemente una de las primeras confesiones de “fe” en Jesús fue la de “Hijo de David”. San Pablo le designa como “nacido del linaje de David según la carne” (Rm 1,3). Las genealogías de Mt 1 y Lc 3, a falta de mejor recurso, hacen a Jesús descendiente “legal” de David, en cuanto hijo “legal” de José. Pero no es imposible que María fuese de una rama davídica siquiera muy colateral. Los cristianos de primera hora, judeocristianos, difícilmente habrían aceptado como mesías a un no davídida.

Pero estos judeocristianos, en su lectura del AT, iban más allá; David era para ellos figura histórica y simbólica, gran destinatario de las promesas de Yahvé: no conocería la corrupción del sepulcro (Sal 16,10), tendría un trono asegurado a perpetuidad (Sal 45,7), y traería prosperidad y paz para los suyos, en un reinado universal y “hasta que falte la luna” (Sal 72,7). Por ahí percibieron pronto que tales promesas solo se cumplían en el Resucitado (cf. Hch 2,30), el “verdadero David”. Al leer pasajes veterotestamentarios como el que nos ocupa hoy, debieron de exclamar: “ahora ya sabemos de quién hablaba la Escritura”. Jesús proporciona unas gafas nuevas, diferentes, para leer el AT. Y los cristianos de hoy no debiéramos decir jamás que el AT no nos dice nada: en Jesús casi todo queda aclarado. Hoy se nos invita a que, como los hombres de Hebrón a David, nosotros digamos a Jesús: “tú serás nuestro pastor”.

El pasaje evangélico de Jesús exorcista podría haberse escrito en estos términos: David venciendo a Goliat se llama ahora Jesús venciendo a Satanás por el poder del espíritu; Jesús es “más fuerte” que el mal, lo desarma y nos libera del temor a sus amenazas. Pero, ahora como entonces, puede haber personas tercas, endurecidas. Dado que Jesús removía muchas cosas, y en ese sentido resultaba “incómodo”, algunos prefirieron pecar contra la luz, interpretando torcidamente sus acciones. El misterioso dicho de Jesús sobre el pecado imperdonable, quizá hasta hoy no satisfactoriamente descifrado, algo deja claro: la libertad permite al ser humano cerrarse a la salvación; puede empecinarse en su ceguera, negándose a reconocer y aceptar lo evidente.

Esto puede darse en cosas pequeñas, pero también en relación con la globalidad del mensaje cristiano. Tal vez la petición del Padre Nuestro “no nos dejes caer en la tentación” tendría aquí su explicación: que no caigamos en el error radical de cerrarnos a la acción salvífica de Dios, ni a sus pequeñas manifestaciones cotidianas.

Severiano Blanco, cmf