Felices por creer en el Reino de Dios y su justicia

Seguir al Maestro galileo supone reconfigurar la vida con un estilo nuevo y unas expectativas diferentes. Entrar a formar parte de la comunidad del Reino que Jesús instaura no es compartir únicamente un espacio religioso, sino abrirse a construir relaciones basadas en el amor, la bondad y el perdón, pero sin renunciar a luchar contra el mal que sigue dominando la conducta de los poderosos, que destruye la armonía de la naturaleza, que descarta o margina a muchos seres humanos por la codicia de nos pocos.

Las bienaventuranzas van mostrando a los oyentes situaciones y acciones que Dios considera honorables, aunque a muchos/as les pueda parecer lo contrario. Si para Dios son dignas de elogio y portadoras de felicidad no es porque supongan sufrimiento sino porque relevan la acción liberadora de Dios e invitan a transformar junto a él las estructuras opresoras, las relaciones alienantes, las conductas perversas.

El hecho de considerar dichoso a alguien remite a la idea de bendición, de favor, de reconocimiento. Algo que parece chocar con las situaciones y conductas que se presentan. La paradoja del texto de las Bienaventuranzas es que muestra a un Dios que actúa desde los márgenes, desde los lugares y actitudes que tienen todas las de perder en nuestro mundo.

El Señor hará brotar la justicia (Is 61, 11)

Las cuatro primeras bienaventuranzas describen situaciones de opresión, angustia y desgracia de las que Jesús anuncia que serán transformadas radicalmente.  En el trasfondo resuena el texto de Isaías 61 como respuesta a la injusticia política, social e incluso religiosa que el sistema vigente genera cada día.

Dichos@s l@s pobres de espíritu porque suyo es el Reino de los cielos.  El calificativo con que Mateo define a los pobres puede hacer pensar en que se trata de personas humildes, de pobres por opción, pero en realidad se está hablando de quienes están abatidos, los que está aplastados, de los que sufren las consecuencias destructivas de la carencia injusta de bienes.

La actuación de Jesús, esta diciendo ya a quienes lo observan que el Dios del Reino no viene a convivir con los ricos y satisfechos, sino con los heridos y pobres. Esto es lo que la primera bienaventuranza confirma: Dios busca con todas sus fuerzas hacer felices a los que el sistema económico injusto y egoísta les ha arrebatado la dicha.

Dichosos l@s que lloran porque serán consolad@s.  Quien se muestra desconsolado en su aflicción, quien no puede evitar mostrar su dolor. no han de desesperar porque Dios sostiene su vida y cumplirá la promesa que ya Isaías proclamaba: “A cambio de su vergüenza y sonrojo, ellos obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua. Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen. Les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo. (Is 61,7-8 ).

Estas palabras del profeta se cumplen en Jesús que ha sido enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios; para consolar a los afligidos; (Is 61, 1-2; Cfr. Lc 4 ).

Cualquier encuentro de Jesús con enferm@s, marginad@s…Cualquier relato de curación, muestran en acto estas dos primeras bienaventuranzas.

Dichos@s l@s mans@s porque heredarán la tierra.  Esta tercera situación no define a quien no es violento, sino a quienes no tienen poder, a los que son humillados, a quienes sufren mobbing(diríamos hoy). Detrás encontramos el salmo37 en el que se hace referencia a quienes acosados y oprimidos han perdido la esperanza.

Para ellos la felicidad no vendrá de la venganza, sino de la valentía de reconstruir sus vidas acompañados por la comunidad, por las manos amigas que sin duda son vehículo incuestionable del Dios de las/os humildes, socorredor de las/os pequeñas, protector de las/os débiles, defensor de las/os desanimados, salvador de las/os desesperados como mucho tiempo atrás había proclamado el libro de Judit (Jdt 9,11).

Dichos@s l@s que tienen hambre y sed de la justicia porque Dios los saciará.  Las situaciones anteriormente descritas urgen a mujeres y hombres a que no cesen de buscar la justicia, pero no cualquier justicia sino la que nace del corazón y la mirada del Dios del reino.  Una justicia que devuelve la armonía a la creación, que busca la equidad, que impulsa las prácticas sostenibles y gratuitas.

Jesús vivió y se comprometió con esa justicia y confrontó a quienes se justifican en la legalidad de las normas y procedimientos que benefician a unos pocos y ponen a merced de la avaricia de una minoría los recursos que a todos pertenecen: “Ay de vosotros los que estáis satisfechos, porque tendréis hambre…” (Lc 6, 24-26)

El Señor cambiará tu corazón de piedra en un corazón de carne

El segundo grupo de benaventuranzas  nombran acciones humanas que sostenidas en el Reino de Dios expresan la transformación que la llegada del reino provoca.  Con personas que actúan así, es posible que la justicia, la vida y salvación que Jesús anuncia de parte de Dios se hagan realidad.

Dichos@s l@s misericordios@s porque Dios tendrá misericordia de ell@s.  Dios quiere ofrecer salvación y vida sin imponer, dejándose conmover por el dolor y la impotencia de muchas personas. Dios tiene entrañas maternas y pide a quienes creen en él se dejen afectar del mismo modo por quien sufre o está desvalido.

A Jesús se le conmovieron las entrañas muchas veces, se dejó impactar por las historias dolientes de quienes se acercaban a él. Su compasión no era un mero sentimiento sino el reflejo del amor y el perdón divino (Lc 7, 11-17).

 Dichos@s l@s limpi@s de corazón porque verán a Dios.  El corazón es el núcleo de nuestras acciones y pensamientos. Donde pongamos el corazón tendremos nuestro tesoro. Todo lo que hasta ahora se ha proclamado en las bienaventuranzas tienen aquí un foco significativo. Solo una vida integra, impulsada por la gratuidad, sostenida en la fe puede ser considerada dichosa. Esta dicha será plena cuando se comparta con los demás construyendo justicia, equidad y la paz.

Ser limpi@s de corazón es tener las manos limpias para adorar a Dios y para tocar a la hermana o hermano que ha sido contaminado por el mal propio o ajeno y ayudarla a reconstruirse. 

Dichos@s l@s que trabajan por la paz porque serán llamad@s hij@s de Dios.  La violencia ha sido y es compañera de camino de la humanidad. Los conflictos bélicos, las rencillas personales, los abusos de poder…impiden que la paz sea el espacio que habitemos la humanidad.

La comunidad del Reino que Jesús proclama se sostiene solo si en ella habita la paz. La paz hace hermanas y hermanos. La paz hace hijas e hijos de Dios porque posibilita el encuentro, la amistad, la reconciliación, el perdón. La paz sin embargo no es ausencia de guerra, la paz a veces es conflictiva y necesita gran cantidad de coraje, compasión y bondad para que prime sobre cualquier amenaza que la pueda destruir.

Dichos@s l@s que son perseguid@s por causa de la justicia porque de ell@s es EL Reino de los cielos.  El estilo de vida que según proclama Jesús hace dichosos a los seres humanos pone en tela de juicio el poder abusivo, los intereses perversos, las estructuras que justifican el mal. Esto supone que no va a ser fácil cambiar el mundo para que todos y todas seamos felices como Dios quiere.

La fidelidad y el compromiso con esta propuesta que Jesús hace lleva al discípulo o discípula muchas veces al conflicto, a la persecución o a la confrontación, del mismo modo que a Jesús lo llevó a la cruz. Este horizonte no nos ha de acobardar porque Dios nos sostiene en sus buenas manos, porque es la única opción de vivir a fondo el seguimiento de Jesús y porque otro mundo es posible, aunque muchos quieran negarlo.

Pero como quedó ya dicho: “Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás” (Mt 6, 33).

Carme Soto Varela

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II Vísperas – Presentación del Señor

II VÍSPERAS

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

De una Virgen hermosa
celos tiene el sil,
porque vio en sus brazos
otro Sol mayor.

Cuando del oriente
salió el sol dorado,
y otro sol helado
miró tan ardiente,
quitó de la frente
la corona bella,
y a los pies de la Estrella
su lumbre adoró,
porque vio en sus brazos
otro Sol mayor.

“Hermosa María
-dice el sol, vencido-,
de vos ha nacido
el Sol que podía
darle al mundo el día
que ha deseado.”

Esto dijo, humillado,
a María el sol,
porque vio en sus brazos
otro Sol mayor.

Al Padre y al Hijo
gloria y bendición,
y al Espíritu Santo
por los siglos honor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Simeón había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Simeón había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.

SALMO 129: DESDE LO HONDO, A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Ofrecieron por él al Señor un par de tórtolas o dos pichones

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ofrecieron por él al Señor un par de tórtolas o dos pichones

CÁNTICO del COLOSENSES: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CRIATURA

Ant. Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de Él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por Él y para Él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.

LECTURA: Hb 4, 15-16

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilio oportunamente.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Señor ha dado a conocer a su Salvador.
V/ El Señor ha dado a conocer a su Salvador.

R/ A quien ha presentado ante todos los pueblos
V/ A su Salvador.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Señor ha dado a conocer a su Salvador.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hoy la bienaventurada Virgen María presentó al niño Jesús en el templo, y Simeón, lleno del Espíritu Santo, lo tomó en brazos y bendjo a Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hoy la bienaventurada Virgen María presentó al niño Jesús en el templo, y Simeón, lleno del Espíritu Santo, lo tomó en brazos y bendjo a Dios.

PRECES
Adoremos a nuestro Salvador, que hoy fue presentado en el templo, y supliquémosle:

Que nuestros ojos, Señor, vean tu salvación.

Cristo Salvador, que eres luz para alumbrar a las naciones,
— ilumina a los que no te conocen, para que crean en ti, Dios verdadero.

Redentor nuestro, que eres gloria de tu pueblo Israel,
— haz que tu Iglesia brille entre las naciones.

Jesús deseado de todos los pueblos, a quien los ojos del justo Simeón vieron como Salvador,
— haz que tu salvación llegue a todos los hombres.

Señor, en cuya presentación fue anunciada a María, tu madre, una espada de dolor,
— fortalece a los que sufren tribulación por causa de tu servicio.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, felicidad de los santos, a quien Simeón pudo ver antes de morir, como era un su ardiente deseo,
— muéstrate a los difuntos que anhelan tu visión.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así como tu Hijo unigénito, revestido de nuestra humanidad, ha sido presentado hoy en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la gracia de ser presentado delante de ti con el alma limpia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Jesús enraizado en la vida del pueblo

Los de cerca (*) se alegrarán de saber que esta fiesta se llama en oriente “el encuentro” (Hypapante) en griego. En occidente tomó el nombre de la purificación de María o “la candelaria” porque la ceremonia más vistosa de este día era la procesión de las candelas. En la nueva liturgia se llama “la presentación del Señor”. En esta fiesta se retoma el simbolismo de la Epifanía y se recuerda a Jesús como luz de todos los pueblos.

Podía ser interesante hacerse una composición de lugar y tiempo para comprender los textos. La familia de Jesús, muy probablemente procedía de Judea. Nos dan pie para sospechar esto, los nombres de sus miembros y los numerosos indicios que encontramos en todos los evangelios. Se trasladarían desde Judea en alguna de las repoblaciones que se llevaron a cabo en Galilea después de las deportaciones.

Este dato nos puede asegurar que la familia cumplía estrictamente la Ley, aunque sabemos que los galileos, por estar lejos del templo y de los fariseos y letrados, escapaban al control de los oficiales de la religión y eran mucho menos estrictos en el cumplimiento de las normas legales. Esta circunstancia permitió al mismo Jesús predicar y actuar al margen de lo que estaba legislado y exigido.

Aunque es muy probable que María y Jesús fueran al templo a los cuarenta días de nacer, no podemos estar seguros de lo que pasó. Parece que, según la Ley, ni Jesús ni María tenían obligación de subir al templo para cumplirla. El relato es teología que intenta presentarnos a Jesús integrado en el pueblo judío. Todo son símbolos, incluidos los dos personajes que aparecen como próximos al templo y esperando la salvación.

En la ley de Moisés estaba prescrito que todo primogénito debía dedicarse al servicio de Dios en el templo. Cuando ese servicio se reservó a la tribu de Leví, los primogénitos debían ser rescatados de la obligación de servir al Señor, pagando 5 siclos de plata. Las ofrendas eran exigidas pora la purificación de la madre. Lc nos advierte que José y María tuvieron que conformarse con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas.

Es inverosímil que un anciano y una profetisa descubrieran en un niño, completamente normal, al salvador esperado por Israel. Pero es interesante lo que Lc señala: que dos ancianos del pueblo se hubieran pasado la vida esperando y con los ojos bien abiertos para descubrir el menor atisbo de que se acercaba la liberación para el pueblo. No me extraña que Lc muestre a María y a José pasmados ante lo que se decía del niño.

Pero la extrañeza carece de lógica, si tomamos por cierto lo que nos había dicho en el capítulo anterior. María tenía que haber dicho a Simeón: ya lo sabía, yo misma he dado consentimiento para que en mi seno se encarnara el Hijo de Dios. Además los ángeles y los pastores les habían dicho quién era aquel niño. Una prueba más de que en los relatos de la infancia no tenemos que buscar lógica narrativa, sino impulso teológico.

Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que sucede a su alrededor está dirigido por el mismo “Ruah” de Dios que lleva adelante la liberación de su pueblo. La voluntad de Dios se va manifestando y cumpliendo paso a paso. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última consecuencia la iluminación del mundo.

Ana aparece más pegada al AT e identificada con el Templo, que era la columna vertebral de toda la espiritualidad judía. Toda su vida al servicio de la institución que mantenía viva la esperanza de una definitiva liberación. Es muy curioso que proclame la grandeza del niño que va a desbaratar esa misma institución y a proponer algo completamente nuevo, para una relación con Dios absolutamente distinta.

Es interesante resaltar que todos los números que se refieren a la edad de Ana son simbólicos. Se casaban a los 14 (dos veces 7). Siete de casada. 84 (12×7) de viuda. El 12 número de las tribus de Israel y el siete, el número más repetido en la Biblia como signo de plenitud. Fijaos que 14+7+84=105. Esa edad era impensable en aquella época. Una muestra más de que los evangelios no buscan historia sino teología.

¿Qué puede significar para nosotros hoy esta fiesta? Me acuerdo cuando se celebraba con gran solemnidad. Era una de las grandes fiestas del año litúrgico. Hoy tenemos que esperar la carambola de que caiga en domingo para poder hacerle algún caso. Vamos a intentar aprovechar esta oportunidad para acercarnos al Jesús que fue tan niño como todos nosotros y vivió la pertenencia al pueblo judío con toda normalidad.

El final del relato es realista y se aparta de ensoñación: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría. Como todos los niños nació como un proyecto y tiene que ir desarrollándose. Parece que se ha olvidado de todas las maravillas que nos había contado sobre él. Debemos convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los niños, tuvo que partir de cero y depender de los demás, para ir completando su personalidad.

En el relato siguiente, que hace referencia al niño perdido, es todavía más concreto: “Y Jesús iba creciendo en estatura en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres”. Lc lo tiene muy claro: Jesús es un niño normal que tiene que recorrer una trayectoria humana exactamente igual que cualquier otro niño. Por desgracia no es esto lo que hemos oído desde pequeños. El haberle divinizado, desde antes de su nacimiento, nos ha separado de su humanidad y nos ha despistado en lo que podía tener de ejemplo.

Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una profunda religiosidad judía es muy importante a la hora de valorar su trayectoria personal. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a la experiencia que tuvo de Dios. Esto nos tiene que hacer pensar. Lo que Jesús nos enseño no lo sacó de la chistera como si fuera un prestidigitador. Fue su trayectoria religiosa la que le llevó a la experiencia de Dios, que luego se transformó en mensaje.

Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros teníamos que alcanzar esa misma plenitud. Su objetivo y el nuestro es el mismo: desplegar todo lo que hay de posibilidad humanizadora en cada uno de nosotros. Esa posibilidad de crecer hasta el infinito está disponible gracias a lo que Dios es en cada uno de nosotros.

Es la misma religión la que a veces nos aparta de ese objetivo. Nos propone otros logros intermedios como meta y así nos despista de lo que tenía que ser el punto de llegada de toda trayectoria verdaderamente humana. Todo lo que no sea esta meta, debemos considerarlo como medio para alcanzar el fin.

Meditación

No es necesario que nadie me presente ante Dios.
Sé que soy más de Él que de mí mismo
y nada sería si pudiera separarme de Él.
Esa realidad desconcertante me sobrepasa.
Una vez descubierta y aceptada,
me abre posibilidades infinitas de ser humano.

Fray Marcos

La presentación del Señor en el templo (vulgarmente Candelaria)

1.- El episodio que celebramos hoy es uno los que me resultan más simpáticos de entre los relatos evangélicos. Había nacido el Niño, había el matrimonio recibido la felicitación simpática de los pastores, cosa inaudita, pues, esta gente vivía alejada y marginada. Ellos compartieron su gozo, al encontrarse al que se les había anunciado y propagaron la noticia. Fueron los primeros apóstoles, no de un Cristo Salvador, pero sí de un Niño prodigioso y prometedor. Catequistas anónimos que el texto revelado no ha querido ignorar.

2.- Se supone que encontró la familia en Belén un cierto acomodo y algún “modus vivendi”. En la intimidad familiar, o tal vez en un círculo restringido y en la sinagoga, habían circuncidado al Niño, esto fue al cabo de ocho días de haber nacido. Habían pasado deprisa los cuarenta de rigor. Tocaba acudir al Templo a ofrecer al primogénito de María a Dios-Padre y, de inmediato, rescatarlo con una ofrenda simbólica. Como eran pobres, les correspondía hacerlo con un par de pichones o dos tórtolas.

3.- Hace muchos años que no veo nidos de paloma, por tanto he de suponer que sus crías serán como las que conocí en mi niñez. Tórtolas sí, hoy mismo, hace muy pocas horas, he visto una pareja. Me ha sorprendido y me he sentido agraciado, iba a referirme a estos animalitos y hoy 25 de enero, no tocaba que permaneciesen por estas tierras. Se trata de unas aves que emigran a lugares menos fríos, pero observo últimamente que no siempre es así. He mirado detenidamente, sin duda lo eran: he dado gracias a Dios. Os escribo ahora, pues, mis queridos jóvenes lectores, con mayor entusiasmo por esta delicadeza de Dios por mí.

4.- La jovencita María, satisfecha de su maternidad, acompañada de su esposo sorprendido del nacimiento que, no por esperado, deja de ser siempre para el varón un sobresalto, caminaban hacia Jerusalén. (Este trayecto yo también lo he hecho a pie, la distancia que separa uno y otro lugar, no es superior a los 11 km). Irían ellos dos impacientes. Llegando de Belén a la Ciudad Santa, el Templo toca al otro extremo. Los 1200 metros a recorrer por dentro de la urbe, les parecerían eternos. Entrarían por fin por cualquiera de las puertas que circundaban la gran explanada. Avanzarían por entre las gentes que, por negocio, en busca de un maestro que enseñase, o queriendo orar, se adentraban aproximándose a la balaustrada que delimitaba la frontera entre lo profano y el santuario. Franquearla les emocionaría a ambos. El latir del corazón de la Madre, alertaría al Hijo que iba en brazos y su rostro estaba pegado al corazón que desde el inicio de su concepción había escuchado. Por fin llegaron y entraron. Serían atendidos por el levita de turno y cumplieron sin dificultad el rito.

5.- Pero, antes de lo preceptuado, sorprendió al matrimonio el ver que un anciano se acercaba. Cumplía una función de antiguo esperada por él. Según se cuenta, no era un abuelo solitario, que buscase entretener su vejez, como tantos hoy en día observamos ocupan sus días en ello. Esperaba. Vivía esperanzado desde hacía años, actitud esta sublime, pese a que no esté tarifada y pocos aprecien. El buen vejete tomó al Niño en sus brazos, su madre temería que se le escurriera de las manos y cayera al suelo, pero confió. Baruj ata Adonai, exclamaría contento, para continuar dando gracias a Dios porque había llegado el momento soñado. Veía y tenía al Mesías con él, ya podía morir tranquilo. Sus palabras, recogidas por Lucas, nos las confía la Iglesia para que antes de ir a descansar se las digamos nosotros, cada día, también al Señor. Es un canto de alabanza y para nosotros un motivo de examen personal. Al acabar la jornada ¿agradecemos lo que Dios nos ha deparado? El anciano no acabó con la sublime reflexión. Se atrevió a profetizar a la misma Madre de Dios ¡qué atrevimiento! Le advirtió que su Hijo no sería un cualquiera, ni un hijo fácil. Para la sociedad sería un hombre controvertido, para ella causa de desgarrador sufrimiento. Al oírle esto, sin duda, a María le daría un vuelco el corazón. Nada así esperaba en aquel momento.

6.- El Señor lo tenía todo previsto. Alguien me dijo un día a mí, os lo escribo a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, que los hombres somos cerebros con patas. Y con frecuencia acierta la estrambótica definición. A la advertencia varonil, siguió una consoladora intervención femenina. Fue tan importante su función, que el texto la identifica con nombre y apellidos: se trata de Ana, hija de Fanuel, aserita, para más señas. De 84 años de vida, piadosa mujer, de asiduas plegarias y ayunos. La intuición femenina y la imaginación de Dios, la había conducido hasta este lugar y en este momento. Alegró a la Virgen y proclamó a los demás que aquel Niñito era el Esperado. Su gloria, su autoestima personal, se diría hoy, no se la proporcionó ni un oficio, ni el matrimonio. Ella en su ancianidad, fue la escogida para que, en el lugar que entonces era el más sagrado, ejerciera de apóstol de los de su entorno. Dio gracias por su suerte. Desapareció del Templo, no de la memoria de la comunidad jerosolimitana, que se lo relató a Lucas y él nos lo trasmitió.

7.- Me temo que se equivocan quienes tanto reclaman el presbiterado femenino, olvidando el papel profético que desde el Antiguo Testamento puede desempeñar la mujer y que tanta necesidad tenemos de ellas. Recuerdo a María, hermana de Moisés y a Hula. Me gustaría que vosotras, queridas jóvenes lectoras de estos mensajes-homilía, os preguntaseis si Dios os ha llamado a esta misión. Ya lo veis, Ana a sus 84 años desempeñó esta excelsa vocación y nosotros todavía apreciamos su fidelidad.

Y a todos, que no confiéis o desconfiéis usando solo el criterio de la edad que una persona pueda tener. En el relato de hoy, podréis ver que los dos viejos son los que se atreven a hablar de futuro y lo aciertan ¡cuántos jóvenes de hoy presumen de modernos y se lo cargan todo, para con facilidad desertar poco después!

Pedrojosé Ynaraja

Comentario – Presentación del Señor

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María…, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor. Así describe san Lucas el hecho histórico que hoy celebramos: la presentación del Señor. Esa presentación era también una consagración –pues, todo primogénito varón debía ser consagrado al Señor, según la ley de Moisés-, acompañada de una oblación. La oblación u ofrenda (un par de tórtolas o dos pichones) era el signo de la consagración y la expresión del rescate: con esa ofrenda se rescataba al que tendría que ser sacrificado enteramente al Señor, el dueño de la vida. Por tanto, no una simple presentación, sino una consagración: la consagración (=dedicación) de toda una vida a una determinada misión. Aquí se hace patente el envío, anunciado por el profeta, del mensajero del Señor. Jesús vino como mensajero de Dios para preparar el camino ante él. Malaquías alude al momento de su entrada en el santuario y nos invita a poner nuestras miradas en él, el buscado¸ el deseado.

Eso fue lo que hicieron el anciano Simeón y Ana, la profetisa. Advirtieron su presencia y fijaron su mirada en él, porque le buscaban, le deseaban y le esperaban. Pues ¿cómo recibir al que no se espera, ni se desea? Quizá sea ésta una de las grandes carencias del hombre contemporáneo: que no espera nada de Dios; que no espera el más mínimo mensaje de lo alto, o porque considera que Dios no puede hablarle al hombre (entiende que no hay enlace posible entre uno y otro), o porque piensa que no hay Dios. Pero el profeta sí admite que nos pueda llegar un mensaje de parte de Dios, y no sólo un mensaje, sino un mensajero; pues ¿cómo entender que hablemos de Dios sin tener ninguna noticia de él? Pues bien, este mensajero que viene de parte de Dios será como un fuego de fundidor, como una lejía de lavandero. Su palabra tendrá, por tanto, la fuerza purificadora y detersiva del fuego y de la lejía.

Éste es el presentado ante todos los pueblos como luz de las naciones y como gloria de Israel; éste es el que será alzado como una bandera discutida para clarificar la actitud de muchos corazones. Es la actitud de adhesión, admiración, entusiasmo, gratitud, compasión, indiferencia, despreocupación que se puede tomar ante la cruz. Ahí se encuentra Jesús como bandera discutida. Éste es también el consagrado para expiar los pecados del pueblo. Por eso tendrá que parecerse en todo a nosotros, los sujetos al pecado y al temor de la muerte; por eso tendrá que compartir nuestra condición carnal y doliente; por eso, tendrá que morir. Tales eran los pasos necesarios para aniquilar al que tenía el poder de la muerte y para liberar a los que vivíamos (y vivimos aún) bajo la presión (y el temor) de la muerte.

La muerte se nos impone siempre con una fuerza irrechazable. La muerte se nos presenta como lo más poderoso, porque ante ella nada puede el hombre, nada pueden los que detentan el poder en este mundo, ni emperadores, ni médicos, ni biólogos, ni magos. Sólo Dios, el Todopoderoso, puede liberarnos de la muerte y, por tanto, sólo él puede liberarnos del temor a morir. Para esto fue consagrado el enviado de Dios como mensajero y como luz. Y eso a pesar de ser bandera discutida, es decir, a pesar de la ambigüedad en que le sitúa ante la mirada humana su condición de crucificado.

Jesús, en cuanto mensajero de Dios está consagrado a su mensaje, Por eso, su luz no nos llega sólo a través de sus palabras, sino también a través de su vida, porque su vida está de tal manera consagrada a su mensaje que es mensaje en sí misma; y lo es especialmente en la cruz. Jesús crucificado, cuando ya carece de energías para hablar, es quizá más elocuente. Su silencio «mortal» es quizá su mejor mensaje, porque es su mejor testimonio de amor y de obediencia: le dice que tiene que morir, y muerte. El martirio fue el broche de su consagración y la expresión máxima de su entrega y, por tanto, de su luz, pues su luz brilla en el amor y desde el amor. Éste fue también su mensaje: que Dios es amor. Por eso puede amarnos, y puede demostrarnos su amor en la entrega de su consagrado.

Pero Jesús no fue el único consagrado. En la Iglesia también hay vida consagrada o especialmente consagrada: sacerdotes que consagran su vida (su celibato, sus bienes, sus energías, su tiempo, su salud, sus dolores) a su labor sacerdotal; religiosos y religiosas de vida activa o contemplativa que consagran su vida en pobreza, castidad y obediencia a su labor concreta, a su misión, que es encomienda de Dios en su Iglesia.

La consagración sigue teniendo una importancia enorme para la Iglesia y para el mundo. Es quizá el mejor testimonio del valor que concedemos a eso o ése por quien nos consagramos: un valor absoluto, pues por ello se entrega toda una vida. Consagrarse es aquí optar por Dios y por la misión que Dios confía, con todo lo que se tiene, sin ningún tipo de reservas. Aquí, en este marco, es donde encuentran sentido los consejos evangélicos: la pobreza, es decir, el desprendimiento de lo que estorba o de lo que no es necesario para esa vida de consagración (se trata de una pobreza que hace más libre para la dedicación); la castidad, es decir, la libertad para una entrega más universal, menos limitada y condicionada, y menos dividida; porque el corazón entregado al Señor está más libre para la apertura universal; y la obediencia, es decir, la desposesión de sí mismo en lo que se tiene de más íntimo y personal: las propias decisiones y deseos, la voluntad.

La obediencia nos libera hasta de nosotros mismos, hasta de nuestra propia voluntad. En suma, pobreza, castidad y obediencia son los instrumentos mediante los cuales Dios quiere facilitarnos una vida de consagración. Por eso nada tiene de extraño que Cristo, el consagrado por excelencia, fuera pobre, casto y obediente, sobre todo obediente a la voluntad del Padre, pero también a la de los hombres, cuando veía en ella la expresión de la voluntad divina; porque Jesús no sólo obedeció a Dios, también obedeció a los soldados que lo crucificaron o le obligaron a llevar la cruz. Todo porque se había consagrado al Señor para llevar a cabo su misión en el mundo: la de expiar los pecados y liberarnos del temor a la muerte.

Nuestra consagración, por ser cristiana, ha de tener también esta dirección o esta nota liberadora: expiación del pecado y liberación de los temores que engendra el pecado, incluido el temor a la muerte. Vivamos, pues, nuestra vida de consagrados, que es el menor modo de vivir para Dios, que es su dueño y provisor, y en favor de los hombres, especialmente de aquellos que nos haya tocado en suerte: niños, enfermos, ancianos, pecadores, creyentes, no creyentes, etc.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

261. En este contexto, recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él mismo «creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas»[143]. Dentro de la vocación al matrimonio hay que reconocer y agradecer que «la sexualidad, el sexo, son un don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios, un don que el Señor nos da. Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es una pasión, es el amor apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor entre un hombre y una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre. Siempre. Y a darla con cuerpo y alma»[144].


[143] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 150: AAS 108 (2016), 369.

[144] Audiencia a los jóvenes de la diócesis de Grenoble-Vienne (17 septiembre 2018): L’Osservatore Romano (19 septiembre 2018), p. 8.

Lectio Divina – Presentación del Señor

La presentación del Niño en el templo
Lucas 2, 22-40

1. Oración inicial

Oh Dios, nuestro Creador y Padre! Tú has querido que tu Hijo, engendrado antes de la aurora del mundo, fuese miembro de una familia humana; revive en nosotros la veneración por el don y el misterio de la vida, para que los padres se sientan partícipes de la fecundidad de tu amor, los ancianos donen a los jóvenes su madura sabiduría y los hijos crezcan en sabiduría, piedad y gracia, para gloria de tu Santo Nombre. Amén.

2. Lectura: Lucas 2, 22-40

22 Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, 23 como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor 24 y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. 26 El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

Lucas 2, 22-40

29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz;
30 porque han visto mis ojos tu salvación,
31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
32 luz para iluminar a las gentes
y gloria de tu pueblo Israel.»
33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción -35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido, 37 y luego quedó viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 38 Presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

3. Un momento de silencio orante

– para que la Palabra de Dios pueda morar en nosotros y la dejemos iluminar nuestra vida;
– para que antes de nuestros comentarios, sea la misma luz de la Palabra la que se imponga y brille con su misterio de presencia viviente del Señor.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Por qué Jesús, hijo del Altísimo, y su madre María, concebida sin pecado, deben someterse a las prescripciones de Moisés? ¿Quizás porque María no tenía todavía conciencia de su inocencia y santidad?
b) Además de las palabras de Simeón, en su forma de obrar, como también en el de la profetisa Ana ¿hay un significado especial? Su obrar y su alegría, ¿no recuerdan quizás el estilo de los antiguos profetas?
c) ¿Cómo explicar esta «espada que traspasa»: se trata de una herida de las conciencias ante los retos y los requerimientos de Jesús? ¿ O, más bien, se trata sólo de un íntimo sufrimiento de la Madre?
d) ¿Puede significar algo esta escena para los padres de hoy, para la formación religiosa de sus hijos, para el proyecto que Dios tiene sobre cada uno de sus hijos, para los miedos y angustias que los padres llevan en el corazón pensando qué sucederá cuando sean grandes sus hijos?

5. Una clave de lectura

para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.

a) Según la ley de Moisés / del Señor: es una especie de estribillo, muchas veces repetido. Lucas mezcla dos prescripciones, sin mucha distinción. La purificación de la madre era prevista por el Levítico (12,2-8) y se cumplía cuarenta días después del parto. Hasta ese momento la mujer no podía acercarse a los lugares sagrados, y la ceremonia era acompañada de una ofrenda de animales pequeños, un cordero primal y un pichón o una tórtola. Sin embargo la consagración del primogénito estaba prescrita en el Éxodo 13, 11-16: y era considerada una especie de «rescate» – también con la ofrenda de pequeños animales – en recuerdo de la acción salvífica de Dios cuando libró a los israelitas de la esclavitud de Egipto. En toda la escena los padres aparecen como en el acto de presentar / ofrecer el hijo como se hacía con las víctimas y los levitas; mientras en la figura de Simeón y Ana aparece más bien Dios que ofrece /presenta al hijo para la salvación del pueblo.

b) Las figuras de Simeón y Ana: son figuras cargadas de valor simbólico. Ellos tienen la tarea del reconocimiento, que proviene tanto de la iluminación y del movimiento del Espíritu, como también de una vida llevada en la espera más intensa y confiada. En particular a Simeón se le define como el «prosdekòmenos», a saber, uno que está todo concentrado en la espera, uno que va al encuentro para acoger. Por eso, él también aparece obediente a la ley, la del Espíritu, que lo empuja hacia el Niño, dentro del templo. También el cántico proclama manifiestamente esta su pro-existencia: ha vivido para llegar a este momento: ahora se marcha, para que otros vean también la luz y la salvación para Israel y para las gentes. A su vez Ana, con su avanzada edad (valor simbólico : 84 = 7×12: el doce es el número de las tribus; o también 84–7= 77, perfección redoblada), pero sobretodo con su modo de vivir (ayuno y oración) y con la proclamación de quien «esperaba», completa el cuadro. Ella es guiada por el espíritu de profecía, dócil y purificada en el corazón. Además, pertenece a la tribu más pequeña, la de Aser: signo de que los pequeños y los débiles están más dispuestos a reconocer a Jesús el Salvador. Estos dos ancianos – que son como una pareja original – son símbolos del mejor judaísmo, de la Jerusalén fiel y dócil, que espera y se alegra, y que deja desde ahora en adelante brillar la nueva luz.

c) Una espada que traspasa: en general se interpreta como anuncio de sufrimiento para María, un drama visualizado de la Dolorosa. Pero debemos más bien entender aquí a la Madre como el símbolo de Israel: Simeón intuye el drama de su pueblo, que será profundamente herido de la palabra viva y cortante del redentor (cfr Lc 12, 51-53). María representa el recorrido. Debe confiar pero atravesará dolores y obscuridad, luchas y silencios angustiosos. La historia del Mesías sufriente será dilacerante para todos, también para la Madre: no se sigue a la nueva luz destinada al mundo entero, sin pagar el precio, sin ser provocados a tomar decisiones de riesgo, sin renacer siempre de nuevo de lo alto y en novedad. Pero estas imágenes de «la espada que traspasa,» del niño «que hará caer» y sacará a los corazones del sopor, no van separadas del gesto tan cargado de sentido de los dos ancianos: el uno, Simeón, toma entre los brazos el niño, para indicar que la fe es encuentro y abrazo, no idea o teorema: la otra, se hace anunciadora y enciende en «los que esperan» una fulgurante luz.

d) La vida cotidiana, epifanía de Dios: finalmente, es interesante notar que todo el episodio da relieve a las situaciones más simples y familiares: la pareja de esposos con el niño en brazos; el anciano que goza y abraza; la anciana que reza y anuncia, los oyentes que aparecen indirectamente comprometidos. También la conclusión del pasaje escriturístico hace entrever el pueblo de Nazaret, el crecimiento del niño en un contexto normal, la impresión de un niño dotado de forma extraordinaria de sabiduría y bondad. El tema de la sabiduría entrelazada con la vida normal de crecimiento y en el contexto del pueblo, deja la historia como suspendida: ella se reabrirá precisamente con el tema de la sabiduría del muchacho entre los doctores del templo. Y es precisamente también el episodio que sigue inmediatamente (Lc 2, 41-52).

6. Salmo 122 (123)

¡Qué alegría cuando me dijeron:
Vamos a la Casa de Yahvé!
¡Finalmente pisan nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén!
Jerusalén, ciudad edificada
toda en perfecta armonía,
adonde suben las tribus,
las tribus de Yahvé,
según costumbre en Israel,
a dar gracias al nombre de Yahvé.
Allí están los tronos para el juicio,
los tronos de la casa de David.
Invocad la paz sobre Jerusalén,
vivan tranquilos los que te aman,
haya calma dentro de tus muros,
que tus palacios estén en paz.
Por amor de mis hermanos y amigos
quiero decir: ¡La paz contigo!
Por la Casa de Yahvé, nuestro Dios,
pediré todo bien para ti.

7. Oración final

Te alabamos y Te bendecimos, oh Padre, porque mediante tu Hijo, nacido de mujer por obra del Espíritu Santo, nacido bajo la ley, nos has rescatado de la ley y has llenado nuestra existencia de luz y esperanza nueva. Haz que nuestras familias sean acogedoras y fieles a tus proyectos, ayuden y sostengan en los hijos los sueños y el nuevo entusiasmo, lo cubran de ternura cuando sean frágiles, lo eduquen en el amor a Tí y a todas las criaturas. A Tí nuestro Padre, todo honor y gloria.

Encuentro y presentación

1.- Hay una forma de ver la presentación del Señor admirando la humildad de Dios, del Señor. Y se dice que Aquel que creo el mundo y luego dio a Moisés las Tablas de la Ley, se abaja en forma de niño para ser presentado por una familia pobre en el Templo de Jerusalén como primogénito consagrado. La Ley marcaba que todos los primogénitos pertenecían al Señor y que era necesario liberarlos mediante el tributo. Pero, realmente, lo que se hacía una fórmula real y consciente de consagración a Dios. Comenzaban a formar parte, más que otros, de la raza sacerdotal. Es verdad, no obstante, que el sacerdocio levítico se convirtió en una especie de aristocracia que no permitía –y hasta evitaba con alguna beligerancia—la entrada de los no seleccionados, ya en tiempos de Jesús, por la casta sacerdotal. Y otro par de datos para analizar convenientemente –el mismo misal nos lo explica—esta presencia de Niño Dios en el Templo son los nombres asumidos por la liturgia oriental para dicha fiesta: habla de “encuentro”. Y la nuestra de “presentación”. Son parecidas, pero, desde luego, es una presencia primera. Se trata de un encuentro del pueblo con Dios y por supuesto de una presentación ante el Creador…

2.- Pero para mi gusto lo más hermoso es el hecho de que una familia joven (porque nadie ha escrito en el Evangelio que José de Nazaret fuera viejo) acude al Templo de Jerusalén a cumplir con la Ley. El texto del capítulo 2 de San Lucas es muy hermoso, sin duda uno de los más bellos del evangelio. Algún tratadista –y, entre ellos, José Luis Martín Descalzo—ha apuntado la emoción y el nerviosismo de esa joven pareja que llega a la gran ciudad y al culmen de esa enorme población: el Templo de Salomón. Pero todo está preparado para la ceremonia porque el culto de este Templo funcionaba muy bien. Ya se sabe la importancia que tenía la forma entre, por ejemplo, fariseos o saduceos. Pero el pueblo llano si iba al fondo del rito, porque había sido educado en la veneración del Templo, de sus celebraciones, de sus ritos.

3.- Y esta, asimismo, la sorprendente aparición de Simeón… Sin duda, era –a pesar de su modestia y santidad—una persona conocida en el Templo y en sus aledaños. La “selección” hecha por el anciano debió de sorprender al habitual y numeroso conjunto de fieles que llenaban esos aledaños. Y es obvio que Simeón hizo su discurso para que se enteraran María y José, pero también el resto del pueblo. Y ya da el primer mensaje contradictorio sobre la futura vida de Jesús, pero que, desde luego, a sus padres tuvo que darles claves de lo que iba a ese niño. Es, en el fondo, otro mensaje del Cielo, con la misma naturaleza que el “discurso de ángeles” que los pastores llevaron a Belén. En fin, Ana, mujer muy vieja, para la realidad sociológica y demográfica de esos tiempos, también sería muy conocida. Y, por tanto, ese encuentro, esa presentación del Niño Jesús sería uno de los aconteceres importantes de esa jornada en la vida activa de Jerusalén y de su Templo. Aquello no fue –seguro—un acontecimiento que pasara sin ser visto. Bien al contrario… Jesús volvería doce años al Templo y ahí ratificó la importancia de aquella visita. Una posibilidad es que algunos de los interlocutores del Jesús ya casi adolescente recordara lo suscitado por Ana y Simeón en aquellas horas de la Presentación, y de ahí el interés por escuchar a Jesús, aunque fuera un solo un niño.

4.- Y examinando el resto de las lecturas pues nos acercan a los objetivos primordiales de esta fiesta. El salmo 23 se utilizaba en aquellas liturgias del Templo es que los fieles se disponían a recibir a Dios, como soberano y Rey de la Gloria. Fue –históricamente y como hemos glosado en la monición sobre las lecturas– acompañamiento de la ceremonia del viaje y entrada del Arca de la Alianza desde Silo hasta el templo de Salomón recién construido y consagrado. El profeta Malaquías habla, asimismo, de la consumación mesiánica muchos años antes del nacimiento de Jesús. Profetiza sobre la llegada de un mensajero que preparará la llegada del Mesías. Para los judíos era el arrebatado a los cielos Elías. Y ya Jesús dijo que Juan el Bautista era el Elías que esperaba el pueblo de Dios. En la Carta a los Hebreos se habla de Jesús como Dios, pero un Dios abajado, totalmente parecido a sus hermanos de la Tierra, para que la Redención fuese posible… En fin todos confirman esa irrupción de Dios en el mundo que celebramos en la fiesta de hoy.

Como decíamos al principio en la Presentación, fiesta del Señor, que por derecho propio sustituye al formulario del Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario. Y comentar que es una de las celebraciones litúrgicas más antiguas en la historia de la Iglesia. Nada menos que del siglo IV y celebrada por la Iglesia de Jerusalén. Ya se celebraba con la bendición de los cirios, sin duda con claras influencias de la religiosidad del Templo de Salomón. Y otro ejemplo curioso. Para los polacos esta fiesta constituye el final de la Navidad y dentro de la bendición de los cirios tienen especial protagonismo las mujeres, tal vez porque también se recuerda la purificación de María, tras el parto, y de acuerdo con la ley mosaica.

Ángel Gómez Escorial

Hoy… la Presentación del Señor

Distanciados 40 días, desde el Nacimiento de Cristo, la fiesta de la Presentación del Señor vuelve a colocar en el centro de nuestras miradas a la Sagrada Familia: José, María y el Niño. ¿Para qué y por qué?

Guiados por la tradición llevan al Niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor. Ojala que, como Ana y Simeón, también nosotros seamos capaces de reconocer, hoy y ahora, que el Señor es el Mesías, el esperado. Hagamos, de nuevo, profesión solemne y sencilla a la vez: Jesús es el Señor.

1.- Hoy se abren las puertas de nuestro templo, como se abrirán de nuevo en la noche más grande la Pascua, para que entre el Rey de la Gloria.

–Hoy, en gestos y hasta en efectos visuales, esto es un anticipo de esa Pascua.

 –-Hoy, con cuarenta días, recibimos a un bebé de padres pobres nacido a la sombra de un mísero portal. En sábado santo, en vigilia festiva, pasaremos de la oscuridad a la luz con el Hombre Resucitado que, a los 33 años, posibilita que la humanidad entera se mude de la tiniebla a la salvación.

–Hoy, cuando los pastores han regresado a sus rebaños, dejan el lugar vacío para que –seamos nosotros- los que reconozcamos al Rey de Reyes, para que ofrezcamos y seamos capaces de intuir que, debajo de un pañal, se encuentra el Misterio, el Dios hecho Hombre. ¿Seremos capaces?

–Hoy, cuando los Magos están ya hablando en sus reinos de lo acontecido en Belén, dejan la huella de sus rodillas en la tierra para que, sean las nuestras, las que adoren a la realeza que es humana, al Dios que se entrega y se ofrece en las manos de María al igual que lo ofreció en la Noche Santa de la Navidad.

-Hoy, las manos de María, presentan gozosas a un Jesús infante. Mañana, en Viernes Santo, esas mismas manos se volverán hacia el pecho de esa Virgen envuelta en amargura.

-Hoy, las manos de María, ofrecen a Cristo y mañana, esas mismas manos de Madre, recibirán a Cristo a la sombra de la cruz.

2.- En este día de la Presentación, este templo en el que hemos sido todos convocados, se convierte en el escenario de la presentación del Mesías. Todo lo anunciado desde tiempos antiguos es intuido por aquellos que vivieron este evento mesiánico y por nosotros, que siglos después, seguimos amando, creyendo y esperando la vuelta definitiva de Cristo. ¿Lo esperamos? ¿Reconocemos en Él el futuro eterno de nuestras vidas? ¿Es para nosotros el Hijo de Dios o, tal vez, una imagen débil e infantil que quedó como puro sentimiento?

3.- Hoy, con María y José, también hemos acompañado a Jesús hasta este lugar sagrado. Ojala que, al igual que Jesús, también esta fiesta de su Presentación sirva para sacarnos del anonimato cristiano. A ser más comprometidos con la causa de Jesús. A no dejar que, las circunstancias que nos rodean, confundan la luz con la oscuridad, el pecado con la gracia, la vida con la muerte, el todo vale con unos mínimos de planteamiento ético y moral. Jesús, José y María fueron confundidos entra la multitud pero, entre esa muchedumbre, Jesús fue señalado como el que venía con nuevos aires, con bríos de salvación y para curar heridas. ¿Somos sal o insipidez? ¿Somos luz o catolicismo menguante? ¿Somos estrella de la fe o lámparas de mil horas y de mucho consumo?

La fe, como en la de María, también nos descubrirá momentos de incertidumbre. Horas e instantes en las que, el sufrimiento y la prueba, cribarán la verdad o la falsedad, la fortaleza o la debilidad del tronco de nuestras creencias.

Que el Señor, hoy presentado en el templo, nos ayude a ser luz ante el mundo pero sin olvidar que, esa luz, es Cristo. En Él, con Él y para Él también nosotros fuimos un día presentados en el templo de brazos de nuestros padres.

4.- QUE NO ME CANSE, SEÑOR, DE ESPERAR

Tu llegada y, con mi esperanza renovada,
sepa aguardar e intuir tu presencia salvadora.
Que nada ni nadie, Señor,
apaguen la lucidez de mi pensamiento para Ti.
Que nada ni nadie, Señor,
adormezcan mis ilusiones por descubrirte
mis sueños de permanecer junto a Ti
mis ideales de vivir contigo y en Tí.

Que no me queme, Señor,
por el fuego de la desesperanza
por aquello que apaga el fuego de mi amor
por aquello que me impide presentarme
como Tú lo hiciste en el templo:
tocado con la Gracia y el dedo del Padre.
¡Nada, Señor, me lo impida!
Y, porque soy más pobre de lo que aparento,
te ofrezco dos tórtolas de mi pobreza
Porque, aun siendo rico como a veces quisiera,
la vida me enseña que ante Ti
la penuria es puerta grande para conocerte.

Que no piense tanto, oh Señor,
en cambiar el mundo cuanto en que Tú
me cambies a mí, primero, por fuera y por dentro
Que no crea, oh Señor,
que la luz divina la necesita el mundo
y sí, antes que después, mi corazón incierto y roto.

QUE NO ME CANSE, SEÑOR, DE ESPERAR
Tu llegada y tu luz, tu mensaje y tu poder

tu presencia y tu salvación
hasta aquel día en el que cerrando los ojos
pueda proclamar a los cuatro vientos:
¡SIEMPRE HAS SIDO MI LUZ, SEÑOR!

Javier Leoz

Elogio de la ancianidad

Lamentablemente en mi opinión, una queja muy habitual en nuestras comunidades parroquiales, y en la Iglesia en general, es la falta de jóvenes: “Es que somos todos muy mayores…” Y es cierto, no hay que negar la realidad: la mayoría de quienes forman hoy la Iglesia son personas que superan los 60 años. Y, contagiándonos de la exaltación de la juventud que prevalece en nuestra sociedad, siempre nos lamentamos porque hay pocos jóvenes, como si las personas mayores o ancianas no tuvieran ya nada que aportar, ni a la Iglesia ni a la sociedad. Pero como dije a las participantes en una reunión de responsables de equipos de Acción Católica General: “Ya quisiera yo que los más jóvenes tuvieran la mitad del compromiso y del sentido de ser Iglesia que tenéis vosotras”.

Desde muchos ámbitos se nota un desprecio más o menos declarado hacia los ancianos y hacia “lo viejo” en general. Se muestra la juventud como lo más deseable, y se presenta a los jóvenes como los que tienen que solucionar los problemas que han heredado de “los viejos”, a los que hay que apartar “porque estorban”, como dice el Papa Francisco: “lo que prevalece en nuestra civilización es la cultura del descarte, una ruina que nos hace adoptar como criterio el de encerrar a los mayores en las residencias de ancianos porque no producen, porque impiden la vida normal” (Homilía 30/09/2019).

Hoy estamos celebrando la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Y en el Evangelio que hemos escuchado destacan dos personajes: Simeón y Ana. Dos ancianos son los únicos que saben reconocer en ese Niño que es presentado por sus padres al Mesías, al Salvador, la Luz para alumbrar a las naciones. El Papa Francisco en numerosas ocasiones ha realizado diferentes elogios de la ancianidad, y comentando este pasaje dice: “Eran ciertamente ancianos, el viejo Simeón y la profetisa Ana que tenía 84 años. Esta mujer no escondía su edad. El Evangelio dice que esperaba la venida de Dios cada día, con gran fidelidad, desde hacía largos años. Querían precisamente verlo ese día, captar los signos, intuir el inicio. Esa larga espera continuaba ocupando toda su vida, no tenían compromisos más importantes que este: esperar al Señor y rezar. Y, cuando María y José llegaron al templo (…) el peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Ellos reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo —fue un poeta en ese momento— y Ana se convirtió en la primera predicadora de Jesús: hablaba del niño a todos lo que aguardaban la liberación de Jerusalén” (Audiencia general, 11/03/2015).

El testimonio de Simeón y Ana es una llamada para todos los que somos la Iglesia, para no dejarnos llevar por los criterios que exaltan la juventud y descartan a los ancianos, porque “las personas mayores, a nivel social, no deben ser consideradas como una carga, sino como lo que realmente son, es decir, un recurso y una riqueza. ¡Son la memoria de un pueblo! Los ancianos están impregnados de memoria y, por tanto, son fundamentales para el camino de los jóvenes porque son las raíces. De las personas mayores viene la linfa que hace que el árbol crezca, que lo hace florecer y dar nuevos frutos” (Discurso Asociación de Trabajadores de la Tercera Edad, 16/12/2019).

Los ancianos tienen una misión en la Iglesia y en la sociedad, que el Papa define claramente: “Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad única y especial para comprender las situaciones más problemáticas. Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, ¡es poderosa! A los abuelos (…) se les confía una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo” (Discurso 16/12/2019).  

Como Iglesia, en vez de lamentarnos porque hay pocos jóvenes, contemplando a Simeón y Ana hoy deberíamos mirar con amor y gratitud a las personas mayores, a los ancianos que forman y sostienen nuestras comunidades, porque “albergan un tesoro de experiencia, han probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las grandes angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y en el silencio de su corazón guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni engañarnos por falsos espejismos” (Christus vivit 16).

Y las personas ancianas deben sentirse llamadas a seguir lo que indica el Papa: “Queridos abuelos, queridos ancianos, pongámonos en la senda de estos ancianos extraordinarios, Simeón y Ana. Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la oración. La oración de los ancianos y los abuelos es don para la Iglesia, es una riqueza. Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana (…) Podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es una vida árida. Podemos decir a los jóvenes miedosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en dar que en recibir. Los abuelos y las abuelas forman el «coro» permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida” (Audiencia general, 11/03/2015).