261. En este contexto, recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él mismo «creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas»[143]. Dentro de la vocación al matrimonio hay que reconocer y agradecer que «la sexualidad, el sexo, son un don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios, un don que el Señor nos da. Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es una pasión, es el amor apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor entre un hombre y una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre. Siempre. Y a darla con cuerpo y alma»[144].
[143] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 150: AAS 108 (2016), 369.
[144] Audiencia a los jóvenes de la diócesis de Grenoble-Vienne (17 septiembre 2018): L’Osservatore Romano (19 septiembre 2018), p. 8.