SAL Y LUZ
Hola Jesús. Otro día más respondo a tu llamada y me siento a tu lado para escucharte. ¿Qué cosas me enseñará tu palabra hoy? A mí me encanta cuando me explicas las cosas a través de ejemplos, de parábolas. Así lo entiendo todo mucho mejor. Porque reconozco que a veces me cuesta un poco. Con ejemplos todo es más sencillo.
La lectura es una adaptación del evangelio de Mateo (Mt 5, 13-16):
Lo bueno de Jesús es que hablaba con ejemplos que todos podían entender. Como cuando les dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra. Imaginad que la sal pierde el sabor; entonces ¿cómo iba a servir para cocinar? Pues vosotros igual. Tenéis que ser sal que de sabor al mundo».
También les puso el ejemplo de la luz. Les decía: «Vosotros sois la luz del mundo. Para que todo se vea bien. Si tienes una linterna en la oscuridad, no es para dejarla apagada, sino para encenderla, porque así, con ella encendida, ves y te puedes mover. Pues vosotros, igual. Tenéis que ser luz». Claro, no significaba que fueran a brillar, sino que la luz eran las palabras buenas, las buenas obras, y la fe de cada uno.
Jesús no trae hoy dos ejemplos de la vida cotidiana. La sal y la luz. Pero, ¿qué tendrán en común estos dos elementos? Piénsalo por unos instantes y toma nota si es necesario.
¿Sabías que la sal era un bien caro y escaso en tiempos de Jesús? A muchas personas se les pagaba con sal en vez de dinero. De ahí proviene la palabra “salario”. Hoy en día todos tenemos sal en casa y es algo barato y cotidiano. Pero cuando Jesús dijo a sus amigos que eran la sal de la tierra, estaba pensando en esas cualidades extraordinarias de la sal. Única, preciada, exclusiva. Así eres tú para Jesús. Eres único y maravilloso.
La sal, además, es lo que da sabor. Da ese toque a los platos. Sin la sal las cosas son insípidas, sosas, sin encanto. Tú das sabor a la vida de los demás. Piensa qué harían tus amigos, tu familia, tus compañeros sin ti. Sus vidas no tendrían gracia. Jesús, que yo dé sabor a la vida de los que me rodean.
Ahora, cierra los ojos. piensa por unos instantes cómo sería vivir todo el tiempo así. A oscuras. Sin ver a nuestros seres queridos. Sin disfrutar del cielo azul. Todo sería mucho más triste. ¿verdad? Además seguramente te sentirías asustado, desorientado. Porque sin luz no sabemos hacia donde ir.
Por eso Jesús nos dice que somos la luz del mundo. Porque nos da la tarea de alegrar y guiar la vida de los demás. Jesús que mis obras y mis palabras iluminen mi camino y el de los que me acompañan.
Eso es, seguro que lo has pensado. La sal y la luz tienen algo en común. Y es que ambas pueden producir un gran cambio. Tan sólo unos granitos de sal vuelven sabrosa una comida. Y con tan sólo encender una linterna, todo se ve más claro. Jesús, haz que seamos capaces de cambiar las vidas de quienes me rodean con pequeños gestos. Que seamos capaces de alegrar al triste. De enseñar a quien no sabe. De acompañar a quien está solo. Y así estar, cada día, más cerca de ti.
Quisiera un corazón bueno con el sabor del buen pan,
que esté en la mesa de todos, que solo sepa a fraternidad.
Dámelo, dame un nuevo corazón
y en la palma de tu mano guárdalo y repártelo.
Quisiera un corazón limpio como un pozo de verdad,
que ni se cierre ni aturda, que no pretenda nunca engañar.
Quisiera un corazón libre sin atarse y sin atar,
que deje atrás lo que pesa, que nunca busque hacerse notar.
Quisiera un corazón pobre que no intente acumular,
que luche y tenga esperanza, que esté dispuesto siempre a arriesgar.
Dame un nuevo corazón interpretado por Al-Haraca, «Palabras de vida.»
Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal
Cuando todo a mi alrededor parezca oscuro,
Cuando me falten las ganas de brillar,
Cuando sin guía ni faro pierda el rumbo,
Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…
Cuando los días, tristes, no tengan sabor,
Cuando la gente ya no sepa disfrutar,
Cuando nos falten el cariño y el amor,
Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…
Y sabré al final, Señor, que eres Tú
Quien todo con su amor puede cambiar,
Quien cambia la noche por el día con su luz,
Quien da sabor y sentido a nuestra vida con su sal.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.