II Vísperas – Domingo V de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros,
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 2Co 1, 3-4

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibidos de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vosotros, mis discípulos, sois la sal de la tierra y la luz del mundo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vosotros, mis discípulos, sois la sal de la tierra y la luz del mundo.

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y de unidad entre los hombres
— y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege, con tu brazo poderoso, al papa y a todos los obispos
— y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestra cabeza,
— y que demos testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
— y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Otorga a los que han muerto una resurrección gloriosa
— y haz que gocemos un día, con ellos, de la felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Somos luz y sal

La lectura moralista –“tienes que…”, “debes…”– introduce en un voluntarismo, no solo peligroso en sus consecuencias, sino profundamente engañoso en su origen.

Es peligroso porque, en la práctica, se desliza fácilmente hacia el fariseísmo y termina inflando el ego, que se apropia de la acción y de su esfuerzo: creo que soy “yo” el que hago, y hago “más” que otros que no se exigen tanto como yo.

Y es engañoso porque parte de la creencia errónea de que somos carencia. Tal creencia aflora de manera espontánea en cuanto se produce la identificación con el yo. Al reducirnos a él, no podemos percibir sino su fragilidad, debilidad, necesidad y carencia. Todo ello es cierto –esa es nuestra “personalidad”–, pero no lo es que esa sea nuestra identidad

No somos la “forma” –carenciada– en la que se expresa; somos “Eso” que se expresa temporalmente en toda forma. Y “Eso” es plenitud atemporal e ilimitada, pura Consciencia, una con todo lo que es.

“Eso” es luz y sal, si queremos utilizar estas metáforas. La llama no necesita hacer un “esfuerzo” para iluminar; basta –como apunta la parábola de Jesús– con no ponerle encima un celemín. Ya somos luz: solo se requiere no bloquearla. Lo cual implica actitudes de autenticidad y de transparencia.

Así como la llama ilumina por sí misma, la luz brota en nosotros en cuanto nos vivimos con limpieza, siendo canales transparentes por los que fluye. A nosotros, como a la llama, nos basta ser lo que somos y vivirnos en coherencia con ello. Lo notaremos porque crecerá en nosotros una actitud de desapropiación y de libertad interior: dejaremos que la Vida fluya, dando luz y sabor en cada momento.

¿Desde dónde me vivo habitualmente?

Enrique Martínez Lozano

Somos luz y sabor

El evangelio de este domingo nos regala unas palabras que Mateo pone en boca de Jesús con un mensaje de mucha trascendencia para el discipulado. Este texto pertenece a la segunda parte de este Evangelio en el que se refleja la intención de Jesús de construir una nueva Humanidad a pesar de la ruptura provocada en los que le escuchan. Se trata de un texto intimista en el que revela la identidad y la misión de los que deciden pertenecer a su movimiento.

Es importante destacar que las palabras de Jesús dirigidas al discipulado no son una promesa sino una realidad existencial porque les dice que ya son sal y ya son luz. Utiliza estas dos metáforas para que comprendan que están equipados de sabiduría y luz para iniciar este camino. El despliegue de esta identidad sí puede encontrarse con obstáculos que lo bloqueen, pero no que lo anulen o aniquilen.

La sal sirve para dar sabor. Las palabras sabor y sabiduría tienen la misma raíz lingüística: así como está el sabor de los alimentos, también está el sabor de la vida. Lo que le da gusto o sentido a la vida, la sabiduría, es decir: aprender a vivir como personas sin mucha más explicación. El arte no sólo de hacer las cosas, sino de hacerlas con dignidad, con consciencia, con responsabilidad, con alegría profunda. La verdadera sabiduría nos ayuda a descubrir la honda raíz de la vida y cómo invertir, de la mejor marera y en su justa medida, nuestras energías vitales. Pero hay una fuerte alerta: “si la sal pierde su sabor ¿cómo seguirá salando?” Esta frase es un proverbio usado en la literatura rabínica. Se alude a una sal extraída del mar Muerto y que perdía su sabor muy pronto. Ahora pone delante una gran responsabilidad al discipulado: la inutilidad de una fe creída desde la mente y no vivida desde la hondura humana. Situarse simplemente desde una fe creída genera ideología, pero vivida como raíz existencial genera sentido para llegar a ser lo que somos en potencialidad.

“Sois la luz del mundo”, nuevamente no es una expresión de futuro sino de lo que ya es presente. Si retomamos el relato de la Creación en el Génesis, lo primero que apreciamos es que Dios crea la luz, es la primera palabra que pronuncia como potencia creadora y que posibilita la vida. Se trata de una referencia a la luz no como materia sino a la luz como “conocimiento”, la consciencia de existiry de ser, la esencia de la que está hecha la verdadera naturaleza humana. Las tinieblas, las sombras, la oscuridad es no ser y no existir. Nuestra fuente original es LUZ. El simbolismo de la luz está muy presente en las Escrituras, pero hay dos claves que sitúan la temática de la luz en un nivel muy profundo: en la primera carta de Juan que define a Dios como LUZ sin mezcla de tinieblas; y la alusión de Pablo, en no pocas ocasiones, a que somos hijos de la luz, a caminar en la luz, a desenmascarar las tinieblas, a conectar con la luz para que nuestras obras sean luz.

La vida del discipulado transcurre en un complejo discernimiento para encontrar la medida justa de sal/sabor y la medida justa de luz. Un exceso de sal convierte en intragable cualquier alimento, un exceso de luz deslumbra hasta no ver. A veces, el discipulado se ve envuelto en un ego que vierte un exceso de sabor hasta alejar a los comensales. De la misma manera, un exceso de luz deslumbra y hace permanecer en la sombra a los que va dirigida. Esto suele ocurrir cuando se vive el discipulado como una elección exclusiva de Dios y que excluye a otros que parece no haber sido llamados. Lo mismo cuando la dosis es menor y genera una falta de sabor que diluye el sentido original o la poca luz que genera un ambiente sombrío y frío. Es la tibieza de un discipulado que no se atreve a vivir con orgullo esta misión porque sus raíces se han desconectado de la fuente y se han quedado en cumplir con los mínimos que les permite seguir justificando una vida de fe.  Las palabras en sí mismas no son luz, no son los discursos los que se convierten en faros de otras vidas o de la propia vida, sino esas palabras encarnadas, vividas, haciendo coherentes a quienes las pronuncian, sí son luz. 

A través de estas palabras de Jesús somos invitados a aprender a gestionar nuestra luz y sabor / sabiduría, a vivir en conexión con nuestra verdadera identidad, a generar espacios de conocimiento de lo que es esencial para que nuestra Iglesia, nuestras comunidades, nuestro mundo, nuestra casa común, sean reflejo del movimiento profundo de la fuente de la VIDA.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

Rosario Ramos

Comentario – Domingo V de Tiempo Ordinario

Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios -les dice san Pablo a los corintios- no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría. Más bien, me presenté a vosotros débil y temeroso. Este modo de presentarse, tan común entre predicadores que son conscientes de su ignorancia, tiene una ventaja: que nuestra fe no se apoyará en la sabiduría de los hombres -por otro lado tan frágil e incierta-, sino en el poder de Dios. De Él viene el testimonio que se ofrece a la fe del creyente y la misma fe con la que se cree en el testimonio. Es el poder que se había dejado ver en la predicación de Jesús y en la suya propia.

Vosotros sois la sal de la tierra -decía Jesús a sus discípulos-; vosotros sois la luz del mundo. Pero no somos sal de la tierra y luz del mundo únicamente por nuestra condición de hombres (o seres racionales), sino por nuestra condición de discípulos o personas insertadas en aquel que ha venido como luz del mundo, porque es luz sin sombra de oscuridad. De él recibimos esta capacidad crística de sazonar, conservar e iluminar. Pero la recibimos si no cortamos el suministro o la energía que la sostiene, esto es, si nos mantenemos unidos -como el sarmiento a la vid- a él, si nos surtimos de su sal y de su luz que nos llegan incesantemente en el envase de su palabra y de sus sacramentos.

La sal tiene la doble función de sazonar y de conservar los alimentos. Sin ella, estos se vuelven insípidos o se corrompen. Se vuelven finalmente incomestibles. La luz tiene la función primordial de iluminar; pero también de dar calor. Tan importante es la luz que sin ella no podríamos ver, aun disponiendo de ojos, ni distinguir unas cosas de otras, ni sortear los peligros y las barreras físicas, ni encaminar nuestros pasos hacia una determinada meta. Las imágenes que emplea Jesús para caracterizar nuestra condición de cristianos son extraordinariamente fecundas. ¿Qué sucede cuando la sal se vuelve sosa, algo que puede suceder por difícil que parezca? Que ya no sirve para nada, puesto que ha perdido su doble función de sazonar y de conservar.

La sal que ha perdido su virtualidad y, por tanto, también su funcionalidad, ya no se puede salar; sólo se puede sustituir por otra, dado que dejó de ser lo que era, murió. El punto (bombilla o foco) que ha dejado de arrojar luz, que ha dejado de iluminar, también es un punto muerto que ha perdido toda su potencia. Desde ese mismo instante en que deja de brillar se convierte en algo inservible, digno de ser arrojado al contenedor de la basura. Eso podemos llegar a ser los cristianos si perdemos nuestra capacidad de iluminar o de sazonar y conservar el mundo. Y para eso basta simplemente con perder el contacto con esa fuente lumínica o saladora que es Cristo y con asimilarnos a la insipidez o a la oscuridad de nuestro mundo. Porque, al vivir en un mundo (espacio vital, lenguaje, cultura, sensibilidad, corrientes de opinión, tecnología, política, medios de comunicación, etc.) del que inevitablemente formamos parte, corremos el riesgo de asimilarnos a él, de ser absorbidos por él, hasta el punto de acabar perdiendo nuestra capacidad de ser sal y luz en él y para él.

Y cuando esto sucede, es que se ha hecho realidad la sentencia de Jesús: que la sal que él ha dejado en el mundo se ha vuelto sosa, y que la luz, entregada para ser puesta en el candelero, ha dejado de iluminar, o bien porque se ha apagado por falta de suministro, o bien porque se ha ocultado debajo del celemín o en el interior de las sacristías. Y en semejante estado no sirve para nada.

Y mientras tanto, el mundo se va corrompiendo más y más: va perdiendo sabor cristiano y humano; va decreciendo en humanidad y va ganando en insensibilidad para los que van quedando al margen (en las cunetas de la vida): pobres, emigrantes, hijos de familias desestructuradas, concebidos no nacidos, ancianos, dependientes, despedidos del trabajo, fracasados, inadaptados, explotados, maltratados… Y le van creciendo formas diversas de inhumanidad: formas monstruosas, comportamientos patológicos que nos dejan perplejos: una madre que mata a sus hijos; un padre que abusa de su hija; un adulto que abusa sexualmente de un niño o una niña… Y se multiplica la delincuencia y el crimen organizado. Y se van extendiendo las zonas de oscuridad, de modo que ya no se sabe distinguir el bien del mal, que se confunden la legalidad y la justicia, el ser humano y el ser vivo, el matrimonio y su afín o su contrario, el hombre y la mujer. Envueltos en la oscuridad a que nos somete la nube del escepticismo desaparecen esos límites que nos permiten discernir hasta ese punto en que ya no es posible distinguir entre la verdad y la mentira. Todo, efecto de la ausencia de luz.

Pues bien, en semejante situación las palabras de Jesús adquieren una relevancia especial; más aún, adquieren el tono de las cosas urgentes: Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Cuando las palabras pierden en gran medida su capacidad de iluminar porque se les da poco crédito, porque están faltas de coherencia, porque no se las percibe como expresión de una vida, porque suenan a vacías, o porque no colman el ansia de racionalidad que los rigores (o la soberbia) humanos imponen, quedan las obras, expuestas al juicio no sólo del que oye, sino del que ve. Y las obras también arrojan luz, quizá más que las palabras o al menos junto con las palabras. Pues bien, alumbrad con vuestras buenas obras; porque las buenas obras alumbran, y se distinguen de las malas, y se reciben como buenas por todos aquellos que conservan una mínima capacidad de juicio y discernimiento moral. Ya lo decía el profeta: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne.

¿Quién puede decir que éstas no son obras buenas? Es verdad que habrá que tener en cuenta la motivación (o motivaciones); pero la luz que irradian lleva la marca de la bondad. Cuando hagas esto, romperá tu luz como la aurora: iluminarás a los que abran sus ojos a la luz. Y te seguirá la gloria del Señor, porque, por tu medio, darán gloria a Dios. En tus obras habrán percibido un reflejo de la bondad (gloria) de Dios y se volverán a Él para glorificarle. Entonces podrás clamar al Señor, y Él te responderáAquí estoy, contigo y para ti: aquí estoy para servirte. Cuando esto hagas (cuando destierres de ti el gesto amenazador y sacies el estómago del indigentebrillará tu luz en la tiniebla (de ese mundo entenebrecido por la maldad). Y al brillar tu luz, iluminarás; no sabemos qué radio de acción, pero iluminarás. Y esto es lo que importa: seguir siendo luz, a la medida del don de Cristo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

El trabajo

268. Los Obispos de Estados Unidos han señalado con claridad que la juventud, llegada la mayoría de edad, «a menudo marca la entrada de una persona en el mundo del trabajo. “¿Qué haces para vivir?” es un tema constante de conversación, porque el trabajo es una parte muy importante de sus vidas. Para los jóvenes adultos, esta experiencia es muy fluida porque se mueven de un trabajo a otro e incluso pasan de carrera a carrera. El trabajo puede definir el uso del tiempo y puede determinar lo que pueden hacer o comprar. También puede determinar la calidad y la cantidad del tiempo libre. El trabajo define e influye en la identidad y el autoconcepto de un adulto joven y es un lugar fundamental donde se desarrollan amistades y otras relaciones porque generalmente no se trabaja solo. Hombres y mujeres jóvenes hablan del trabajo como cumplimiento de una función y como algo que proporciona un sentido. Permite a los adultos jóvenes satisfacer sus necesidades prácticas, pero aún más importante buscar el significado y el cumplimiento de sus sueños y visiones. Aunque el trabajo puede no ayudar a alcanzar sus sueños, es importante para los adultos jóvenes cultivar una visión, aprender a trabajar de una manera realmente personal y satisfactoria para su vida, y seguir discerniendo el llamado de Dios»[148].


[148] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Sons and Daughters of Light: A Pastoral Plan for Ministry with Young Adults (12 noviembre 1996), I, 3.

Lectio Divina – Domingo V de Tiempo Ordinario

Sal de la tierra y luz del mundo
Escuchar las palabras de Jesús,
partiendo de la experiencia de hoy
Mateo 5,13-16

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Clave de lectura de las dos parábolas:

Hace dos domingos que habíamos meditado las bienaventuranzas, que constituyen el principio del Sermón de la Montaña y que describen las ocho puertas de entrada en el Reino de Dios, para una vida en comunidad (Mt 5,1-12). En este domingo meditamos la parte siguiente, que presenta (Mt 5,13-16) dos parábolas muy conocidas, la de la luz y la de la sal, con las que Jesús describe la misión de la comunidad. La comunidad debe ser sal de la tierra y luz del mundo. La sal no existe para sí, sino para dar sabor al alimento. La luz no existe para sí, sino para iluminar el camino. Nosotros, nuestra comunidad, no existimos para nosotros mismos, sino para los otros, para Dios.
Casi todas las veces que Jesús quiere comunicar un mensaje importante, recurre a una parábola o comparación, sacado de la vida de cada día. En general, no explica las parábolas, porque tratan de cosas que todos conocen por experiencia. Una parábola es una provocación. Jesús provoca a los oyentes para que usen su propia experiencia personal para entender el mensaje que Él quiere comunicar. En el caso del Evangelio de este domingo, Jesús quiere que cada uno de nosotros analicemos la experiencia que se tiene de la sal y de la luz para entender la misión de nosotros los cristianos. ¿Habrá alguno en este mundo que no sepa qué cosa es la sal o la luz? Jesús parte de cosas muy comunes y universales para comunicar su mensaje.

b) Una división del texto para ayudar en la lectura:

Mateo 5,13: La parábola de la sal
Mateo 5,14-15: La parábola de la luz
Mateo 5,16: Aplicación de la parábola de la luz

c) El texto:

13 «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
14 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15 Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

i) ¿Cuál es la parte que más te ha llamado la atención? ¿Por qué?
ii) En primer lugar, antes de tratar de entender el significado de las palabras de Jesús sobre la sal, intenta reflexionar dentro de ti sobre la experiencia que tú tienes de la sal en tu vida y trata de descubrir esto: “Según mi opinión ¿para que sirve la sal?”
iii) Partiendo después de esta experiencia personal sobre la sal, trata de descubrir el significado de las palabras de Jesús para tu vida y para la vida de la comunidad y de la Iglesia. ¿Estoy siendo sal? ¿Está siendo sal nuestra comunidad? ¿Está siendo sal la Iglesia?
iv) Para ti ¿qué significa la luz en tu vida? ¿Cuál es tu experiencia de la luz?
v) ¿Cuál es el significado de la parábola de la luz partiendo de la aplicación que Jesús mismo hace de la parábola?

5. Para los que desean profundizar más en el tema

a) Contexto del discurso de Jesús:

Contexto literario. Los cuatro versículos del evangelio de este domingo (Mt 5,13-16) se encuentran entre las ocho bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y la explicación de cómo hace falta entender la Ley transmitida por Moisés (Mt 5,17-19). Después viene la nueva lectura que Jesús hace de los mandamientos de la Ley de Dios (Mt 5,20-48). Jesús pide considerar la finalidad de la ley que según Él se contiene en estas palabras: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48) ¡Jesús nos pide imitar a Dios! A la raíz de esta nueva enseñanza de Jesús, se encuentra la nueva experiencia que Él tiene del Padre. Observando así la ley, seremos Sal de la tierra y Luz del mundo.

Contexto histórico. Muchos judíos convertidos continuaban siendo fieles a la observancia de la ley, como hacían desde la infancia. Pero ahora, habiendo aceptado a Jesús como Mesías, y siendo fieles al mismo tiempo a las enseñanzas recibidas de sus padres y de los rabinos, ellos estaban colocándose fuera de su pasado hebreo, eran expulsados de las sinagogas por los antiguos maestros y hasta por sus padres (Mt 10,21-22). Y hasta en la propia comunidad cristiana, sentían decir por los paganos convertidos, que la Ley de Moisés estaba superada y que no era necesario observarla. Se encontraban entre dos fuegos. De un lado, los antiguos maestros y compañeros que los excomulgaban. Por otro lado los nuevos compañeros que les criticaban. Todo esto causaba en ellos tensiones e inseguridades. La apertura de unos criticaba la cerrazón de los otros y viceversa.
Este conflicto generó una crisis que llevó a encerrarse cada uno en sus posiciones. Algunos querían seguir adelante, otros querían colocar la luz bajo la mesa. Y muchos se preguntaban: “Pero en definitiva ¿Cuál es nuestra misión?”. Las parábolas de la sal y de la luz nos ayudan a reflexionar sobre la misión.

b) Comentario del texto:

Mateo 5,13: La parábola de la sal
Usando imágenes de la vida cotidiana, con palabras sencillas y directas, Jesús hace saber cuál es la misión y la razón de ser de la Comunidad: ¡ser sal! En aquel tiempo, con el caldo que se hacía, la gente y los animales tenían necesidad de tomar mucha sal. La sal se expendía por los vendedores en grandes bloques y estos bloques se colocaban en la plaza para poder ser consumados por la gente. La sal que quedaba caía a tierra, no servía ya para nada y era pisado por todos. Jesús evoca este uso para aclarar a los discípulos la misión que deben realizar. Sin sal no se podía vivir, pero lo que restaba de la sal no servía para nada.

Mateo 5,14-16: La parábola de la luz
La comparación es obvia. Nadie enciende un candelabro para colocarlo bajo un celemín. Una ciudad puesta en lo alto de un monte no consigue permanecer oculta. La comunidad debe ser luz, debe iluminar. No debe tener miedo de mostrar el bien que hace. No lo hace para ser vista, pero lo que hace, puede y debe ser visto. La sal no existe para sí. La luz no existe para sí. Así debe ser una comunidad: no puede encerrase en sí misma.

c) Ampliar la visión de las Bienaventuranzas:

I. Las Bienaventuranzas en el contexto de las comunidades de la época

Entre los judíos convertidos existían dos tendencias. Algunos pensaban que no era necesario observar las leyes del Antiguo Testamento, porque somos salvos por la fe en Jesús y no por la observancia de la ley (Rom 3,21-26). Otros pensaban que ellos, siendo judíos, debían seguir observando las leyes del Antiguo Testamento (Act 15,1-2). En cada una de estas dos tendencias existían grupos más radicales. Ante este conflicto, Mateo intenta un equilibrio para unir los dos extremos. La comunidad debe ser un espacio donde este equilibrio se pueda conseguir y pueda ser vivido. La comunidad debe ser centro de irradiación de este vivir y mostrar a todos el verdadero significado y objetivo de la Ley de Dios. La comunidad no quiere abolir la ley, sino que quiere llevarla a cumplimiento (Mt 5,17). Las comunidades no pueden andar contra las leyes, ni pueden encerrarse en sí mismas en la observancia de la ley. Como Jesús, deben dar un paso y mostrar en la práctica el objetivo que la ley quiere conseguir, o sea la práctica perfecta del amor. Viviendo así serán “Sal de la Tierra y Luz del Mundo”

II. Las varias tendencias en las comunidades de los primeros cristianos

* Los fariseos no reconocían en Jesús el Mesías y aceptaban sólo el Antiguo Testamento. En las comunidades existían personas que simpatizaban con la línea de los fariseos. (Act 15,5).
* Algunos judíos convertidos aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la libertad de Espíritu con el que las comunidades vivían la presencia de Jesús resucitado (Act 15,1).
* Otros, lo mismo judíos que paganos convertidos, pensaban que con Jesús había llegado el final del Antiguo Testamento y que, por tanto, no era necesario conservar, ni leer los libros del Antiguo Testamento. De ahora en adelante, ¡sólo Jesús y la vida en el Espíritu! Santiago critica esta tendencia (Ac 15,21).
* Otros cristianos que vivían tan plenamente la vida en la comunidad en la libertad de Espíritu, que no tenían ya en cuenta ni la vida de Jesús de Nazaret, ni el Antiguo Testamento. Querían sólo el ¡Cristo del Espíritu! Decían: “¡Jesús es anatema!” (1Cor 12,3).
* La gran preocupación del evangelio de Mateo es demostrar que estas tres unidades: (1) Antiguo Testamento (2) Jesús de Nazaret y (3) la vida en el Espíritu, no pueden estar separadas. Las tres forman parte del mismo y único proyecto de Dios y nos comunican la certeza central de la fe: El Dios de Abrahán y de Sara está presente en las comunidades gracias a la fe en Jesús de Nazaret.

6. Oración: Salmo 27

Yahvé es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
Yahvé, el refugio de mi vida,
¿ante quién temblaré?
Cuando me asaltan los malhechores
ávidos de mi carne,
ellos, adversarios y enemigos,
tropiezan y sucumben.

Aunque acampe un ejército contra mí,
mi corazón no teme;
aunque estalle una guerra contra mí,
sigo confiando.

Una cosa pido a Yahvé,
es lo que ando buscando:
morar en la Casa de Yahvé
todos los días de mi vida,
admirar la belleza de Yahvé
contemplando su templo.

Me dará cobijo en su cabaña
el día de la desgracia;
me ocultará en lo oculto de su tienda,
me encumbrará en una roca.
Entonces levantará mi cabeza
ante el enemigo que me hostiga;
y yo ofreceré en su tienda
sacrificios de victoria.
Cantaré, tocaré para Yahvé.

Escucha, Yahvé, el clamor de mi voz,
¡ten piedad de mí, respóndeme!
Digo para mis adentros:
«Busca su rostro».
Sí, Yahvé, tu rostro busco:
no me ocultes tu rostro.

No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio.
No me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
Yahvé me acogerá.

Señálame, Yahvé, tu camino,
guíame por senda llana,
pues tengo enemigos.

No me entregues al ardor de mis rivales,
pues se alzan contra mí testigos falsos,
testigos violentos además.
Creo que gozaré
de la bondad de Yahvé
en el país de la vida.
Espera en Yahvé, sé fuerte,
ten ánimo, espera en Yahvé.

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Déjate iluminar e iluminarás. Preocúpate de ser una persona salada

El texto que acabamos de escuchar es continuación de las bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mt. Es, por tanto, un texto al que se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran valor para la vida del cristiano, pues su tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.

El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal que demos por supuesta una realidad que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la iluminación, ilumina. Si una vela está encendida, necesariamente tiene que iluminar. Si echas sal a un alimento, necesariamente quedará salado. Pero, ¿qué queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto de iluminado? ¿Qué es una persona plenamente humana?

Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso significa! En realidad solo lo podemos comprender en la medida que nosotros mismos estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir, que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano.

Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por supuesto todo el proceso de despertar y considera a los discípulos ya iluminados y en consecuencia, capaces de iluminar a los demás. Pero como nos dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando nosotros apagados, dormidos. En el budismo el iluminar a los demás estaría significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión.

Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela produce luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¡Qué interesante! Resulta que Mi existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás.

La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su capacidad térmica y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas se utilizaban para compactar la tierra de los caminos.

Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la se desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podía perder la virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que emplea tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latían “evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se vuelve loca o si la sal pierde su virtud, ¿cómo podrá recuperarse?  Esa sal “quemada” no servía más que para pisarla.

No podemos hacernos una idea de lo que Jesús pensaba cuando ponía estos ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal ni a normas morales ni a ningún rito litúrgico. Seguro que ya intuían lo que hoy nosotros sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada más importante que la sal y el sol. Muy probablemente estas comparaciones, utilizadas en los evangelios, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado hasta nosotros.

La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado”

Jesús dice que “sois la sal, sois la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos tienen derecho a esperar algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a los demás con nuestras imposiciones.

Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes, no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad, puedo ayudar a los demás a desarrollar la suya propia. Ser luz significa desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los demás.

Debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Debe estar al servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle. Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día.

En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora. “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz para trasmitir el mensaje son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra propia ideología o manera de entender la realidad. Se trataría más bien, de ayudarle a descubrir su propio camino desde los condicionamientos personales en lo que vive.

En las obras que los demás perciben se tienen que poner al descubierto mis actitudes internas. Las obras que son fruto solo de una programación externa no ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica son cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior solo puede llegar a los demás a través de las obras. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz. Los que tenemos una cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso nadie nos hace caso.

Meditación

Puedo desplegar mi capacidad de sazonar
o puedo seguir toda mi vida siendo insípido.
Puedo vivir encendido y dar calor y luz
o puedo estar apagado y llevar frío y oscuridad a los demás.
Soy sal para todos los que me rodean
en la medida que hago participar a otros de mi plenitud humana.
Soy luz en la medida que vivo mi verdadero ser.

Fray Marcos

La sal y la luz

Las parábolas y las bienaventuranzas

Las bienaventuranzas hablan de las personas que pueden interesarse por el mensaje de Jesús y entenderlo, las que pueden entrar a formar parte de la comunidad cristiana (el reinado inicial de Dios). Proclamando los valores más inauditos, son un canto de esperanza para todos los que se sienten marginados por la sociedad y el estamento religioso: Dios Rey los acoge como súbditos.

Pero Mateo, siempre realista, no quiere que los cristianos lancemos las campanas al vuelo, que nos sintamos maravillosos y al seguro. Por eso, antes de entrar en el cuerpo central del Sermón del Monte, nos da un doble toque de atención con estas dos parábolas.

Los dos peligros: evangelio (Mt 5,13-16)

El tono general del texto no es de amenaza, sino de ánimo. Pretende ilusionar a los oyentes recordándoles que Dios les ha concedido la capacidad de dar sabor, y una energía para iluminar a todos los hombres, redundando en gloria de Dios.

Pero caben dos peligros: el prime­ro, perder la energía (parábola de la sal); el segundo, ocultarla (parábola de la luz del mundo).

¿Cómo se puede perder la energía? En la parábola del sembrador, Mateo ofrece unas pistas cuando habla de la semilla sembrada entre cardos: las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza lo ahogan, y no da fruto (Mt 13,22).

¿Cómo conservar la energía? Si tomamos como modelo a Jesús, sus dos fuentes de energía fueron la oración (tema que subrayan los cuatro evangelios) y el contacto directo con el prójimo, especialmente con los más necesitados (enfermos, marginados).

¿Cómo ocultar la luz? Dejándonos arrastrar por lo cómodo y fácil. Jesús fue luz del mundo porque no se recluyó cómodamente en su mundo, prefirió el esfuerzo, el riesgo, el cansancio, la adversidad y la muerte.

¿Cómo hacer que brille nuestra luz? 1ª lectura (Is 58,7-10)

La primera lectura, tomada del c.58 de Isaías, encaja perfectamente con la parábola de la luz. Está tomada de un texto capital sobre el culto y la justicia. Tras la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (año 586 a.C.), la situación del pueblo judío fue trágica, incluso después de la vuelta del destierro (año 538 a.C.). La capital siguió prácticamente despoblada hasta mediados o finales del siglo V (época de Nehemías) y la situación económica era trágica.

En esas circunstancias de desánimo, se busca la solución en una serie de ceremonias religiosas, especialmente el ayuno (que implicaba no sólo abstenerse de alimentos sino también otros ritos, como cubrirse de saco y ceniza, etc.), para ganarse el favor de Dios. Pero Dios no hace nada. Y el pueblo se queja y protesta. «¿Para qué ayunar si no haces caso?» Dios responde por medio del profeta: si quieres que tu situación mejore, que brille tu luz en las tinieblas, que rompa tu luz como la aurora, comprométete con el que pasa hambre, tiene sed, está desnudo y sin techo (las famosas obras de misericordia, que se conocían ya en el antiguo Egipto); destierra la opresión y la maledicencia.

Hay una idea capital en esta lectura. Cuando habla de los necesitados termina diciendo: «y no te cierres a tu propia carne». El hambriento, desnudo o sin techo no es un ser extraño, ajeno a mí, al que hago un favor si me apetece. Es mi propia carne, que reclama cuidado y atención, como un miembro cualquiera de nuestro cuerpo.

¿Cómo hizo brillar Pablo su luz? 2ª lectura (1 Corintios 2,1-5)

Buscando una relación entre esta lectura y el evangelio, la luz con la que Pablo intenta iluminar a los corintios es la persona y el mensaje de Jesucristo. Pero la fuerza del texto recae en el modo de hacer brillar esa luz. La comunidad de Corinto había sido fundada por Pablo. Pero cuando apareció por allí Apolo, un judío convertido al cristianismo, encandiló a todos con su sabiduría y su excelente oratoria. Muchos terminaron prefiriendo a Apolo y su modo de transmitir el evangelio. Pablo reacciona con dureza, afirmando que él nunca quiso presumir de sabio o elocuente, sino anunciar a Jesucristo, y no de cualquier manera, sino en su aspecto más escandaloso: crucificado. «Para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios».

José Luis Sicre

2ª persona plural presente indicativo

De vez en cuando no va mal repasar algo de lo que aprendimos en gramática, no sólo para utilizar bien las palabras, sino para comprender mejor el significado de lo que leemos o escuchamos. Y en el idioma español tenemos el “género”, que sirve para diferenciar el masculino y el femenino; el “número”, que diferencia entre singular y plural; la “persona”, que indica quién realiza lo indicado en el verbo, y hay 1ª persona, 2ª persona y 3ª persona. Y en los verbos, encontramos el “tiempo”, que puede ser presente, pasado o futuro; y el “modo”, que puede ser indicativo (para hablar de algo real o cierto), subjuntivo (para expresar un deseo, duda…) o imperativo (para expresar una orden).

Este rápido repaso a la gramática nos puede servir para profundizar mejor en lo que Jesús nos ha dicho en el Evangelio de hoy: Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo… Es algo que hemos escuchado muchas veces y, quizá por ello, nos vamos directamente al sentido espiritual de ser sal y luz, mientras que pasamos por alto las palabras que preceden, y que son las que complementan y completan lo que Jesús nos está indicando.

Jesús ha dicho: Vosotros sois. Desde la gramática, Él ha utilizado la segunda persona del plural del presente de indicativo del verbo ser. El verbo “ser” hace referencia a las características, incluso a la identidad de la persona. Y Jesús se está dirigiendo no a un individuo (singular) sino a un colectivo, a una pluralidad de personas, y por eso “vosotros” designa tanto a hombres como a mujeres; además, lo está expresando en tiempo presente: “sois”, no es algo que ocurrió en el pasado u ocurrirá en el futuro; y es un hecho cierto: “sois”, no es ni un deseo (seáis) ni un imperativo (sed).

Teniendo esto presente, podemos profundizar más en las palabras de Jesús:
Jesús está indicando una característica propia de quienes le siguen, algo que forma parte de su identidad: como “sal”, dan sabor, tienen algo que aportar; como “luz”, permiten percibir mejor la realidad y descubrir lo que quizá a simple vista no se ve.

Él se está dirigiendo a un colectivo formado por hombres y mujeres, no sólo a unas pocas personas determinadas. Ser sal y luz es algo que caracteriza a su Iglesia entera.

Y este ser sal y luz no es un deseo que Jesús tiene respecto a sus discípulos, como si dijera: “ojalá seáis sal y luz…”; ni tampoco es algo que ordena a sus seguidores: “Sed sal y luz”, algo que ellos tienen que esforzarse para alcanzar y cumplir.

Al decir “vosotros sois la sal… la luz…”, Jesús indica que es una realidad cierta, presente, que ya poseen ahora quienes forman su Iglesia; no tienen que esperar un tiempo futuro para llegar a serlo.

Y puesto que “somos sal y luz”, la Palabra de Dios también nos indica cómo realizar esta función. No se trata de “salar” en exceso ni de “deslumbrar”, como decía san Pablo en la 2ª lectura: no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría… mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana…

Ser sal y luz es algo más cotidiano, y por eso está al alcance de cualquier miembro de la Iglesia, como indicaba la 1ª lectura: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, no te cierres a tu propia carne… Todos encontramos ocasiones para ser así sal y luz.

Y sobre todo, somos sal y luz no para recibir nosotros alabanzas, sino para anunciar a Jesucristo, y éste crucificado, para que quienes reciben nuestra sal y nuestra luz no se apoyen en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios, para que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.  

¿Profundizo en el significado de las palabras, o me quedo en una interpretación rápida y superficial? ¿Me siento “sal y luz”, o creo que eso es para otros, o algo que aún no puedo ser?

Jesús nos ha hablado en 2ª persona del plural del presente de indicativo: somos sal y luz. Con humildad y sencillez, ofrezcamos la sal y la luz de Cristo. Hoy Manos Unidas celebra su campaña anual, recordándonos que hay muchos hambrientos, pobres sin techo, desnudos… personas como nosotros, con la misma dignidad, y que necesitan nuestra ayuda. Para eso somos sal y luz.

No nos cerremos a nuestra propia carne, no caigamos en la indiferencia, no nos volvamos “sosos” ni ocultemos la luz de Cristo Resucitado, y así todos podremos dar gloria a nuestro Padre del cielo.

Comentario al evangelio – Domingo V de Tiempo Ordinario

Tu oscuridad se volverá mediodía

      Es hermoso ver como la Escritura se ayuda a sí misma a interpretarse. Todos conocemos las parábolas de Jesús sobre la sal y la luz. Son una llamada a todos sus seguidores a vivir en medio del mundo como los que dan vida y luz, como los que hacen descubrir el verdadero y auténtico saber y sentido de esta vida. Quizá Jesús se daba cuenta ya en su tiempo de la mucha gente que vive sin vivir, sin disfrutar, sin gozar de la vida, que viven en la oscuridad, que no descubren el camino hacia la salvación, la vida y la felicidad que es lo que Jesús nos ofrece.

      Así que los cristianos tenemos que ser la sal y la luz del mundo. Pero, ¿qué significa esto en la práctica? El mismo Evangelio nos da ya una pista: significa hacer “buenas obras” porque así todos darán gloria al Padre que está en el cielo. Pero otra vez nos encontramos con un problema: ¿cuáles son las buenas obras a que se refiere Jesús?

      La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos ayuda a entender el tipo de buenas obras que Dios quiere de nosotros. Es una lectura para leer y releer y no perder ni una coma. Cada palabra es un tesoro que puede ser aplicado perfectamente a nuestra situación actual y a todos los niveles, tanto a las relaciones personales dentro de la familia o con los amigos como a las relaciones en el trabajo, en nuestra ciudad o entre las naciones. “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo”. Son mensajes claros, sencillos. No es necesaria ninguna interpretación. También nos dice que hay que “desterrar la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia”. Y para completarlo esa especie de ruego: “no te cierres a tu propia carne”. Isaías nos invita a reconocer en el otro, en cualquier otro, no importa lo lejano que viva o que no pertenezca a nuestra religión, nación, cultura, raza o lo que sea, “nuestra propia carne”. 

      Entonces es cuando, como dice Isaías, “romperá nuestra luz como la aurora”, nos “brotará la carne sana” y nuestra “oscuridad se volverá mediodía”. O dicho en palabras de Jesús, seremos la sal del mundo y nuestra luz alumbrará a todos. Pero lo que está claro es que esa luz brotará de dentro de nosotros, de nuestro corazón. Cuando hagamos esas buenas obras, cuando seamos hermanos de nuestros hermanos. Sin distinciones, sin prejuicios. El mensaje de Jesús está ahí. Con toda su simplicidad. No hay que esperar una salvación que venga de fuera. Está en nuestra mano hacer que la luz brote en las tinieblas. Basta con que nos tomemos en serio lo que dice el profeta Isaías y lo llevemos a la práctica en nuestras vidas. 

Para la reflexión

      ¿Qué hacemos para partir nuestro pan con el hambriento, hospedar a los sin techo y vestir al desnudo? ¿Evitamos los gestos amenazadores y la maledicencia? ¿Cómo puede ser nuestra comunidad sal de la tierra y luz del mundo?

Fernando Torres, cmf