Vísperas – Santa Escolástica

VÍSPERAS

SANTA ESCOLÁSTICA, virgen

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Dichosa tú, que, entre todas,
fuiste por Dios sorprendida
con tu lámpara encendida
por el banquete de bodas.

Con el abrazo inocente
de un hondo pacto amoroso,
vienes a unirte al Esposo
por virgen y por prudente.

Enséñanos a vivir;
ayúdenos tu oración;
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria.
Y gloria por esta gloria
que alegra la cristiandad. Amén.

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. El Señor se complace en el pobre.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor se complace en el pobre.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: 1Co 7, 32. 34

El soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupa de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

R/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías.
V/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías.

R/ Van entrando en el palacio real.
V/ Las traen entre alegrías.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Llevan ante el rey al séquito de vírgenes; las traen entre alegrías.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te tiene preparada.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te tiene preparada.

PRECES

Alabemos con gozo a Cristo, que elogió a los que permanecen vírgenes a causa del reino de los cielos, y supliquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Oh Cristo, que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia, sin mancha ni arruga,
— haz que esta Iglesia sea siempre santa e inmaculada.

Oh Cristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
— no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen ha guardado siempre fidelidad intacta y pura,
— concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que conoces hoy a tu pueblo alegrarse por la festividad de santa Escolástica virgen,
— concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
— admite benigno a los difuntos en el convite festivo de tu reino.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Te rogamos, Señor, al celebrar la fiesta de santa Escolástica, virgen, que, imitando su ejemplo, te sirvamos con un corazón puro, y alcancemos así los saludables efectos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes V de Tiempo Ordinario

1) Oración

Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Marcos 6,53-56
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

3) Reflexión

• El texto del Evangelio de hoy es la parte final del conjunto más amplio de Marcos 6,45-56 que comprende tres asuntos diferentes: a) Jesús sube solo a la montaña para rezar (Mc 6,45-46). b) Enseguida, al ir sobre las aguas, va al encuentro de los discípulos que luchan contra las olas del mar (Mc 6,47-52). c) Ahora, en el evangelio de hoy, estando ya en tierra la gente busca a Jesús para que sane sus enfermedades (Mc 6,53-56).
• Marcos 6,53-56. La gente le busca. “Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados”.
La gente busca a Jesús y acude numerosa. Viene de todos los lados, cargando a los enfermos. Lo que llama la atención es el entusiasmo de la gente que reconoce a Jesús y le va detrás. Lo que impulsa a esta búsqueda de Jesús no es sólo el deseo de encontrarse con él, de estar con él, sino también el deseo de que él sane sus enfermedades. “recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados”. El evangelio de Mateos comenta e ilumina este hecho citando la figura del Siervo de Yahvé, del cual Isaías dice: “Cargó sobre sí todas nuestras enfermedades” (Is 53,4 y Mt 8,16-17).
• Enseñar y curar, curar y enseñar. Desde el comienzo de su actividad apostólica, Jesús anda por todos los poblados de Galilea para hablar a la gente sobre el Reino de Dios que está por llegar (Mc 1,14-15). Allí donde no encuentra gente para escucharle, habla y transmite la Buena Nueva de Dios, y acoge y sana a los enfermos, en cualquier lugar: en las sinagogas durante la celebración de la Palabra los sábados (Mc 1,21; 3,1; 6,2); en reuniones informales en casas de amigos (Mc 2,1.15; 7,17; 9,28; 10,10); andando por el camino con los discípulos (Mc 2,23); a lo largo del mar en la playa, sentado en un barco (Mc 4,1); en el desierto donde se refugia y donde la gente le busca (Mc 1,45; 6,32-34); en la montaña, de donde proclama las bienaventuranzas (Mt 5,1); en las plazas de las aldeas y ciudades, donde la gente carga a los enfermos (Mc 6,55-56); en el Templo de Jerusalén, en ocasión de las romerías, diariamente, ¡sin miedo (Mc 14,49)! Curar y enseñar, enseñar y curar era lo que Jesús más hacía (Mc 2,13; 4,1-2; 6,34). Era lo que siempre hacía (Mc 10,1). La gente quedaba admirada (Mc 12,37; 1,22.27; 11,18) y le buscaba.
• En la raíz de este gran entusiasmo de la gente estaba, por un lado, la persona de Jesús, que llamaba y atraía, y, por el otro, el abandono de la gente que era como oveja sin pastor (cf. Mc 6,34). En Jesús, ¡todo era revelación de aquello que lo animaba por dentro! El no solamente hablaba sobre Dios, sino que más bien lo revelaba. Comunicaba algo de lo que el mismo vivía y experimentaba. No sólo anunciaba la Buena Nueva del Reino. El mismo era una prueba, un testimonio vivo del Reino. En él aparece aquello que acontece cuando un ser humano deja que Dios reine en su vida. Lo que vale no son sólo sus palabras, sino sobre todo el testimonio, el gesto concreto. ¡Esta es la Buena Nueva del Reino que atrae!

4) Para la reflexión personal

• El entusiasmo de la gente en busca de Jesús, en busca de un sentido de la vida y una solución para sus males. ¿Dónde hay esto hoy? ¿Lo hay en ti, en mí?
• Lo que llama la atención es la actitud cariñosa de Jesús hacia los pobres y los abandonados. Y yo ¿cómo me comporto con las personas excluidas de la sociedad?

5) Oración final

¡Cuán numerosas tus obras, Yahvé!
Todas las hiciste con sabiduría,
de tus creaturas se llena la tierra.
¡Bendice, alma mía, a Yahvé! (Sal 104,24.35)

No he venido a abolir, sino a dar plenitud

Continuamos con el Sermón de la Montaña que a lo largo de estos domingos del año litúrgico venimos proclamando. Las enseñanzas que nos presenta Jesús en este sermón son también recogidas, desde una perspectiva diferente, por Lucas en el capítulo 6 de su Evangelio. Se tratan de las conocidas Bienaventuranzas seguidas de unos preceptos que parecen ir contra la lógica habitual de las relaciones humanas y de la Ley de Moisés.

En esto último, precisamente, es en lo que pone el acento Mateo hoy. Recordemos que Mateo dirige su Evangelio a cristianos mayoritariamente provenientes del judaísmo. De ahí su interés en demostrar que las enseñanzas de Jesús no están en contradicción con la Ley de Moisés y con las doctrinas de los Profetas. Los mandamientos del Antiguo Testamento -quiere dejar claro Mateo- no están siendo abolidos por Jesús, sino perfeccionados. Sus enseñanzas no olvidan las promesas del Antiguo Testamento, sino que las realizan. Algo que trasluce de manera muy clara la especial sensibilidad de Mateo hacia las tradiciones y costumbres judías es el repetido uso de la expresión “Reino de los Cielos”, en lugar de la expresión “Reino de Dios”. Para la mentalidad judía, referirse directamente a Dios resultaba irreverente.

El Espíritu (Santo) y la letra

La comparación entre la “ley antigua” y la “ley nueva” es una cuestión relevante en la Biblia. A Mateo le interesa por las razones señaladas. También San Pablo se ocupa de la cuestión, en su caso presentándolas en oposición, pero como un recurso para argumentar acerca de la novedad de Jesucristo.

“Habéis oído que se dijo a los antiguos… pero yo os digo”, repite Jesús. Su autoridad está por encima de la de Moisés, máxima autoridad para los judíos, el “amigo de Dios” (Ex 33, 11), de quien recibió las tablas de la Ley. Esta vez, Mateo no trata de amortiguar en modo alguno el mensaje: Cristo es la revelación definitiva del Dios del Sinaí.

En Santo Tomás de Aquino encontramos una explicación de la relación que existe entre la “ley antigua” y la “ley nueva” que arroja mucha luz. Según el Aquinate, ambas tienen como fin conducirnos al Reino de Dios, la diferencia estriba en que gracias a la ley nueva (que se realiza plenamente en Jesucristo) se nos introduce definitivamente en ese Reino que a los antiguos se les había prometido. La distinción, por tanto, no está tanto en la letra, sino en el Espíritu, en el Espíritu Santo que nos ayuda a descubrir el sentido último que debe inspirar toda norma moral. La ley nueva no consiste en cumplir unos preceptos, sino en obrar guiados por el amor.

La distinción entre ley antigua y ley nueva -advierte también Santo Tomás- tampoco es estrictamente cronológica, aunque la denominación pueda inducirnos a pensar así. Hubo personas en la época del Antiguo Testamento que quisieron vivieron desde el amor, como el mismo Moisés. “Amarás al prójimo como a ti mismo”, leemos ya en Lv 19, 18. Estas personas recibieron el don del Espíritu Santo también por mediación de Cristo. Esto supone, consecuentemente, que ha habido, hay y habrá personas que contribuyen a que el Reino de Dios continúe desarrollándose aun no siendo cristianas. La acción del Espíritu de Cristo no se da sólo en una época o en un grupo determinado. Puede estar presente implícitamente en la vida de muchas personas sin que ellas sean conscientes de ello

De la perfección del cumplimiento a la perfección de la caridad

Nadie podía ganar a los escribas y a los fariseos en el conocimiento y el cumplimiento de las normas recogidas en la “ley antigua”. Conocen hasta la “última letra o tilde de la Ley” y la siguen a rajatabla. ¿En qué consiste, entonces, tener una justicia mayor que la de los “expertos” de la Ley? En saber que entrar en el Reino de Dios no es cumplir normas y ritos, sino aceptar la gracia transformadora del amor de Dios. La nueva ley nos pide, antes que nada, pureza de corazón. Por eso, aunque es más liviana que la ley antigua en lo exterior, es más exigente en lo interior.

Es importante que no perder esto de vista. Los cristianos nos hemos liberado de la carga ritualista porque Jesús nos ha enseñado que eso es secundario, pero si olvidamos que el mandamiento principal es amar como Cristo amó, sólo podremos ser motivo de escándalo para los demás.

Gracia y libertad

¿Cómo alcanzar un ideal tan elevado? San Pablo nos avisa de que estamos hablando de una “sabiduría que no es de este mundo” que “Dios nos ha revelado por el Espíritu”. La pureza de corazón no se logra por la adecuación de nuestra voluntad a una norma, sino desde la aceptación de la gracia de Dios en nuestras vidas. Es un don que recibimos por la fe.

Las palabras de San Pablo están dirigidas a quienes en su época creían que los seres humanos podían llegar, por sí mismos, al conocimiento de lo divino y, de este modo, a la perfección. Eran los llamados “gnósticos”. Vana presunción, advierte San Pablo. Sólo quien acoge al Espíritu, que viene de Dios, podrá comprender y vivir según la “ley nueva”, que es Cristo mismo.

El libro del Eclesiástico, por su parte, parece invitarnos, a la luz del Evangelio, a no quedarnos en la ley antigua, sino aspirar a la nueva; a que nuestra voluntad se aúne y coopere con la gracia. Nos invita a pedirle a Dios que nos ayude a vivir como Jesús vivió.

D. Ignacio Antón O.P.

Comentario – Lunes V de Tiempo Ordinario

El texto de Marcos nos trae a la memoria escenas ya narradas. Apenas desembarcados –cuenta el evangelista-, algunos lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillasEn la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos. Todos los detalles de la narración ponen de manifiesto el impacto magnético que Jesús ejercía. Allí donde se encontrase, congregaba a su alrededor a mucha gente, atraída por lo que se decía de él, especialmente por su fama de taumaturgo. Había enfermos que podían acudir por su propio pie, pero otros necesitaban ser transportados. En este pasaje se menciona sobre todo a los enfermos llevados en camillas y colocados en la plaza por donde Jesús había de pasar con la expresa intención de poder tocarlo, porque de él emanaba una fuerza curativa. Buscaban la curación por medio de un simple contacto. Era tan sencillo obtener la salud que la gente no ahorraba esfuerzos de desplazamiento con tal de acceder a esta fuente de sanación que era la persona misma de Jesús.

Imaginemos que hoy se propagase el rumor de que en un determinado lugar de Europa o de América hay alguien capaz de curar el cáncer con sólo tocar exteriormente la zona en la que se encuentra localizado, y que además lo hace gratuitamente. Se produciría una verdadera conmoción social y generaría una enorme peregrinación de enfermos y acompañantes en busca de curación. Habría incluso quienes quisieran recompensarlo con verdaderas sumas de dinero. Sería la noticia del mes o del año. Pero la actividad taumatúrgica de Jesús se circunscribió a esas aldeas y pueblos visitados por él y a los habitantes de la comarca y tuvo una duración muy limitada.

A Jesús los enfermos le rogaban que se dejase tocar, porque ese tacto les reportaba salud. ¿Para qué se había encarnado el Verbo sino para dejarse tocar? No sólo para dejarse ver, sino para dejarse tocar. Todavía hoy entendemos que la salvación nos llega por la vía del contacto con la humanidad de Cristo. En todo sacramento hay no sólo visibilización, sino también contacto: el contacto de una mano desnuda sobre la cabeza del pecador arrepentido, el contacto de otra mano que derrama agua sobre la cabeza del bautizando, el contacto de una mano untada que unge la frente del confirmando o del que es consagrado en el sacramento del Orden, el contacto con el pan de la eucaristía, verdadero Cuerpo de Cristo. Hoy entramos en contacto con Jesús a través de los sacramentos celebrados en su Iglesia. Hasta su palabra escrita o proclamada es una suerte de sacramento que nos pone en contacto con el mismo Jesús en su condición humana, pues tales palabras se suponen recogidas de la misma boca, del testimonio mismo del Maestro.

Pero quizá el momento, físicamente hablando, de mayor contacto con Jesús sea el momento de la recepción eucarística, el momento de la comunión con su Cuerpo. Nuestra fe católica nos dice que disponemos de su propio Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, para ser tocado. Pero ¿tenemos el mismo deseo de tocarlo que tenían aquellos enfermos de Palestina? ¿Nos acercamos a él con la misma fe? ¿Esperamos realmente obtener de él, en virtud de este contacto, el beneficio de nuestra salud material o espiritual? Quizá su condición actual, su presencia mistérica y sacramentada, nos infunda más dudas o exija de nosotros un mayor acto de fe; pero en su condición gloriosa le ha sido dada toda potestad, la potestad del mismo Dios. Confiemos, por tanto, porque para Dios nada es imposible. Pero no debemos olvidar que si queremos obtener el beneficio de Dios, tenemos que presentarle como ofrenda el obsequio de nuestra fe. La incredulidad cierra el camino a todo posible don de origen divino.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

269. Ruego a los jóvenes que no esperen vivir sin trabajar, dependiendo de la ayuda de otros. Eso no hace bien, porque «el trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias»[149]. De ahí que «la espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos»[150].


[149] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.

[150] Ibíd., 125: 897.

Homilía – Domingo VI de Tiempo Ordinario

1.- La libertad y la ley (Si 15, 16-21)

Así comienza la lectura: «si quieres…». ¡Que Dios no obliga a nadie! Sólo llama a la conciencia. Sólo quiere que el hombre vaya descubriendo que es humano el mandato: «Es prudencia cumplir su voluntad». Es el hombre quien decide. El mandato sólo pretende alumbrar su decisión. Hacerle caer en la cuenta de que no son iguales ni le aprovechan lo mismo todos los caminos: «Al hombre le darán lo que él escoja». Lo importante es que él sepa qué es lo que tiene delante. ¡Que no es lo mismo llenar las manos de agua que meterlas en el fuego; ni es indiferente escoger la muerte o la vida como último y como presente destino! Obedecer el mandato es un acto de confiada elección: «Es grande la sabiduría de Dios, es inmenso su poder»… Puesto en su presencia, el hombre no es un ser librado al miedo; está más bien remitido a poder desenterrar lo que es su propia mentira: «No deja inmunes a los mentirosos», porque se engañaron a sí mismos, a pesar de que el mandato ayudaba su elección.

¡Lástima que este hondo sentido de la ley en libertad quedara luego tan solamente metido en lo externo y lo legal! El hombre no quedó, en efecto, confrontado con la ley en lo que es su verdad o su mentira.

 

2.– La libertad y la sabiduría (1 Cor 2, 6-10)

Ahondar el propio misterio y la razón del obrar no es posible para el hombre sin una sabiduría nueva que procede de Dios. Aquella que «si la hubieran conocido los príncipes de este mundo, no habrían crucificado al Señor de la gloria».

Para conocerse en hondura, el hombre necesita de Dios: «Una sabiduría divina, misteriosa, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria». Una sabiduría que, asumiendo ya perfiles personales en el Antiguo Testamento, apunta ya hacia Jesús, revelador del ser y del querer del Padre.

Aquel misterio de salvación que abarca a todos y no acaba con el tiempo: «Ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Tampoco nuestros ojos podrían ver ni nuestros oídos escuchar. Ha sido obra de la manifestación de Dios a través del Espíritu, porque «el Espíritu lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios». Ha sido el don de Cristo a la comunidad de sus discípulos. El Espíritu de sabiduría e inteligencia.

3.- La libertad y el corazón (Mt 5, 17-35)

Cuando la ley no se queda en lo externo y llega al corazón, se produce el misterio de «la espontaneidad». No se cumple simplemente la letra, se llega al espíritu de la Ley. Es un camino de libertad consentida. Se trata del mismo núcleo de la relación de Jesús con la Ley. Su enfrentamiento con el legalismo no significa anomía: «No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas», sino plenitud acabada: «No he venido a abolir la ley, sino a dar plenitud».

La plenitud de la ley no está tanto en su extensión, sino en el nivel de la intensidad. La plenitud es la ley que descubre estar escrita en el corazón y, espontáneamente, «se excede» en el cumplimiento hacia niveles que el legalismo no puede percibir, porque crecen en la interioridad.

La Ley evangélica toca el corazón, transformándolo. No lleva cuenta de actos, sino de actitudes; no mide por el tamaño externo, sino por el ahondamiento interior. Queda siempre la advertencia de Jesús: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos».

Cuan el corazón se ha forjado en el discipulado del Maestro, ¡que nadie tema a la libertad del corazón! Habrá un «exceso de cumplimiento», de plenitud y, además, se tratará de un «exceso espontáneo».

Saber elegir

¡La libertad! Ese vital dilema,
humana concreción del «don» divino…
Ni el oído oyó jamás, ni el ojo indino
contempló su esencial categorema.

¡La libertad! Preciosa diadema
del hijo de adopción. Mesura y tino
del buen obrar. Baquiana del camino.
De la razón cabal motor y emblema.

Con ella quiero, lejos del pecado,
hacer lo más perfecto y acabado,
sabiduría que en Dios está escondida,

y saber elegir entre agua y fuego,
eludir el fatal destino ciego,
optando ante la muerte por la vida.

 

Pedro Jaramillo

Mt 5, 17-37 (Evangelio Domingo VI de Tiempo Ordinario)

La alternativa de Jesús a la ley

Con el evangelio de hoy nos introducimos en la dinámica de las antítesis, que quieren poner de manifiesto la justicia cristiana frente a la justicia del judaísmo que Jesús combate con la pretensión de dejar muchas cosas obsoletas. El próximo domingo culminará este conjunto, uno de los más difíciles del Sermón de la Montaña. Estamos ante una de las partes más significativas del Sermón de la Montaña, que tiene su correspondencia en el Sermón del Llano de Lucas (6,20-49). Sabemos que Jesús no pronuncia este conjunto así, sino que es una composición de la «escuela judeo-cristiana» con que se designa, a veces, el resultado final de la redacción de nuestro evangelio de Mateo. Son distintas fuentes las que le suministran, pero hay que resaltar muy especialmente la fuente de «dichos» (los logia, del famoso documento o evangelio Q). En el caso que nos ocupa nos encontramos con un material muy específico como son las famosas «antítesis», de las que en este caso se nos ofrecen cuatro. Estas de hoy no las encontraremos en el texto de Lucas, por lo que se piensa en un material que no podemos identificar. En este evangelio, pues se apunta claramente a la praxis cristiana, tal como lo necesita o lo entiende la misma comunidad mateana, que no puede desprenderse de su «judaísmo», aunque éste sea ya un judaísmo verdaderamente cristiano.

Todo comienza a ser difícil en nuestro evangelio si no acertamos a leer bien Mt 5,17; con los elementos de que se compone (los verbos «llevar a plenitud» —pléróó— y «anular» —katalvó—; e incluso la significación exacta de «nomos» —ley— y de sus «preceptos»). La discusión es del todo proverbial, inacabada e incluso patológica, tanto en la reforma como en el catolicismo en su confrontación con el mismo judaísmo rabínico. Los comentarios a nuestro texto y contexto nos llevarían muy lejos y debemos renunciar a ello. La distinción de los rabinos entre preceptos leves y preceptos graves no es significativa directamente en la lectura, pero de alguna manera las «antítesis» irán poco a poco subiendo un peldaño hasta la último sobre el amor a los enemigos (Mt 5,43-48) que es lo más radical; no obstante las cinco anteriores son también, en su exigencia, un órdago a la grande. Por ello no es una buena hermenéutica esa distinción entre lo grave y lo menos grave, sino que todo apunta a una propuesta de radicalidad y de exigencia que Mateo asume con decisión para su comunidad judeo-cristiana. Es ahí donde debemos centrar la plenitud de la ley y los profetas.
El Sermón de Jesús, para Mateo, es un imperativo y una exigencia, que no queda simplemente en una praxis jurídica, ritual, ni incluso moral, aunque no esté descartado por principio. Esta exigencia se inserta en la historia del pueblo, que es un pueblo que debe ser fiel a Dios, y por ello se habla de «plenitud». La «Ley y los Profetas» no son simplemente las dos partes esenciales de la Biblia, sino que debemos entenderla como la «historia de Dios con su pueblo» que debe llegar a la plenitud de la justicia y, más concretamente, de la gracia. Las «iotas» y las «tildes» (cosas mínimas) de la Ley no pueden quedar para nosotros en simples exigencias rituales o morales; si fuera así volveríamos a caer en un judaísmo que tendría poco que ver con la alternativa de la misma ética de Jesús, que es la ética revolucionaria del amor y de la gracia. Es decir, para Mateo, las «iotas» y las «tildes», símbolos de lo pequeño, forman parte de una plenitud que exigía la misma ley que todavía se venera y se asume en la comunidad mateana. Pero se está dando un giro decisivo, porque en la reflexión mateana, ya se sabe que Jesús no se queda simplemente en los preceptos veterotestamentarios. Ni la Torá judía, ni los Profetas, dejan de tener sentido, porque Jesús era un judío y no cambia de Dios ni de exigencias fundamentales frente a la maldad y al sinsentido de la vida y la religión. Es lo que deberíamos entender por encima de todo: la religión de la ley y los profetas llega a su «plenitud» (plerósai) si pensamos y sentimos como Jesús pensó y actuó como profeta de Galilea. Si se nos ocurriera interpretar en sentido fundamentalista que la ley y los profetas tienen vigencia para Jesús en sus pormenores, entonces deberíamos «desleer» el evangelio mismo y la historia de Jesús de Nazaret. Por tanto «plenitud» ética, pero más que eso plenitud en la fidelidad al Dios de la ley y los profetas que Jesús realiza con su vida y su entrega, con su mensaje radical sobre el Reino que ha llegado, o mejor, está ya presente.

Si nos fijamos concretamente en las antítesis, la primera (5, 21-26) nos habla de «matar», pero en realidad, desde el punto de vista formal, son tres elementos es uno: matar, encolerizarse contra el hermano, adversario-juicio. La radicalidad, pues, se da en que matar a alguien es un infierno. Pero se comienza a matar de muchas formas y de muchas maneras, aunque no nos sea permitido establecer una coordinación de los tres momentos del conjunto. Consideramos, pues, que lo pequeño y lo grande, las iotas y las tildes de la vida, forman un tejido en el comportamiento de la sociedad, que la moral o la religión no pueden desatender. En ese caso, «plenitud» es no hacer real a nadie, ni dejar espacio en nuestro corazón a la ira, ni tener adversarios en tribunales ni a la hora de practicar la religión, porque todo eso nos aparta de las bienaventuranzas que han abierto el Sermón de la Montaña.

La segunda de las antítesis (5,27-30) nos habla del adulterio. Sabemos que este tema tiene su paralelo en Mt 9,43-47 y 18,8s. ¿Es tan importante este propósito como para que forme parte de las antítesis o del Sermón de la montaña? También aquí se concatenan tres elementos formales: adulterio-concupiscencia, el ojo que se escandaliza y la mano. Estamos hablando de algo que afecta al matrimonio y a la familia, como base fundamental de la sociedad y de la sociedad judía. Entre otras razones porque el matrimonio es casi una obligación para un judío y eso que Jesús, con absoluta seguridad, no decidió casarse por dedicar su vida al «anuncio del Reino de Dios». En una sociedad de relaciones familiares, pues, el adulterio es un atentado a lo más esencial de la familia judía. Cosa que no hubiera sucedido para culturas «polígamas». ¿Fue eso esencial para Jesús de Nazaret? ¿Es una defensa de la santidad del matrimonio en la escuela de Mateo? Desde la antropología cultural debemos decir que sí, porque la moral tiene mucho de antropología cultural. Por lo mismo la radicalidad debemos aplicarla con el mismo criterio que hemos señalado en «matar», aunque la diferencia sea abismal para una ética simplemente natural. Se trata pues, de radicalizar algo sagrado en el mundo familiar judío. Pero hay más desde el punto de vista de Jesús: su amor por los pequeños, por la mujer, por los que no cuentan. En la praxis judía, los que habían sido cazados en adulterio podrían ser condenados a muerte por lapidación (cf Dt 12,21-24;Jn 8,lss), pero se encontraban, a veces, razones e interpretaciones para no aplicarlo, quizás porque los varones siempre encuentran sus privilegios. ¿No intentaría Jesús defender a la mujer, casada o no, con esta radicalidad? Podríamos aplicar aquí una hermenéutica en la que se pide que la mujer no sea solamente objeto de deseo, sino persona que es igual que los varones, madre de sus hijos, como lo es el varón padre de sus hijos. Es una radicalidad de mente y de corazón lo que se pide, pues, para el hombre y para la mujer; una radicalidad de relaciones no simplemente sexuales, sino de respeto mutuo, de integración social y religiosa a todos los efectos. Por ello «sacar», «arrojar, «cortar» ojos y manos no es más que un simbolismo para exigir la purificación del corazón, por la llegada del Reino de Dios, donde el hombre y la mujer se deben amar de verdad más allá de lo erótico.

La tercera antítesis (5,31-32), es sobre el divorcio. Es toda una consecuencia de lo anterior. El tema lo encontramos en el mismo Mt 19,9 (=Mc 10,11) y Lc 16,18. Desde luego que hay diferencias de formulación y no está clara la fuente que ha usado nuestro evangelista, aunque muchos se inclinan por el Documento Q ¿Por qué prohibe esta antítesis que nadie se case con una repudiada? Si la mujer ha obtenido el libelo de repudio se debería entender que está libre. El tema del divorcio de Dt 24,1 viene aquí como regulado o justificado por el caso famoso de la «pomeía» (fornicación=adulterio), aunque algunos autores piensan que el término «parektós» no se debe entender como una excepción, sino en sentido inclusivo («incluso por fornicación» se debería traducir), pero no es lo más aceptado. Esta antítesis no parece estar en la línea radical de las dos anteriores; ¿Es una concesión de la escuela de Mateo por respeto a la tradición del judaísmo rabínico? El tema ha sido muy discutido, por activa y por pasiva, con planteamientos distintos entre protestantes y católicos. En síntesis, debemos afirmar que la radicalidad existe; que el divorcio no puede quedar como algo trivial, sino que es un atentado contra el amor. Pero el texto nos quiere decir más (salvo la excepción de porneía): el divorcio no es permitido porque es un atentado a la mujer, ya que las escuelas rabínicas dejaban claro su pretensión de que el hombre era quien tenía el privilegio del acta de divorcio. Aunque está formulado de forma un tanto jurídica, la exigencia de exponer a un varón al adulterio por casarse con una mujer repudiada está en la línea radical de cómo han sido construidas las antítesis. En todo caso, en ésta se da una crítica contra el derecho de divorcio porque el divorcio es romper el amor familiar. Pero si nos fijamos bien, no es la mujer la causante de adulterio, sino el hombre que repudia y el hombre que se casa con una repudiada. Son los varones los que han hecho la ley de Dt 24,1 en su favor y por eso el Sermón no acepta esa ruptura del amor familiar de los fuertes en contra de la voluntad de Dios. Pero si nos atreviéramos a darle un sentido concreto, aunque no inclusivo, al término «porneía», entendido como una imposibilidad de seguir manteniendo el matrimonio cuando es un «infierno de desamor», entonces seguiríamos la excepción de la escuela de Mateo y podríamos, incluso, defender que la porneía puede ser «el maltrato» a uno de los cónyuges, o a los hijos. Eso no contradice, creo, el pensamiento de Jesús según tenemos en Mc 19,11 y Lc 16,18. El pensamiento de Jesús o de la comunidad cristiana primitiva era: el divorcio, el repudio de la mujer, es un atentado contra el amor verdadero que no puede sostenerse ni siquiera en el precepto de la Torá de Dt 24,1, porque ese precepto va en contra del amor matrimonial en el que el varón (el fuerte) despide y degrada al débil (la mujer). Jesús no acepta esa ley de los fuertes frente a los débiles. No es posible decir más al respecto, siendo un tema tan definido y de influencias tan señalas en las distintas confesiones cristianas; cada matrimonio cristiano debe leer esta antítesis y las consecuencias pertinentes desde su conciencia personal y familiar.

La cuarta antítesis nos habla del juramento (5,33-37). Debemos reconocer que se trata de un texto espinoso y sorprendente hasta el punto de que el análisis literario distingue entre elementos secundarios y añadidos de la redacción mateana. Simplificando se podría entender que jurar en falso no es propio de los seguidores de Jesús. Encontramos un texto sobre ello en St 5,12. No se debe jurar, ni por Dios, ni por los hombres, ni por uno mismo, ni en nombre de lo más sagrado ¿Por qué? Porque no se jura para apoyar nuestra verdad o para reafirmar nuestra mentira o nuestra maldad. La verdad o la mentira resplandecen por sí solas. Es verdad que se quiere subrayar que la justicia cristiana no puede estar engolfada en la mentira. Pero como la antítesis tiene varios circunloquios respecto a Dios (el cielo y el templo como presencia de Dios), lo que se condena es apoyar la mentira en Dios. Es una antítesis por la que se intenta poner de manifiesto que Jesús exige la veracidad humana, pero va mucho más allá. Con ello se quiere poner en evidencia una costumbre muy extendida en la antigüedad sobre el juramento, especialmente ante tribunales. Pero en realidad esto debe entenderse como un «no» absoluto a la mentira con la cual se construye en este mundo el poder, la fama, la riqueza, el honor… La radicalidad de esta antítesis, desde luego, llega a rozar lo irreal, porque eso llevaría consigo no confiar en la palabra de inocencia en muchos casos de la vida. Es verdad. Muchas personas no tienen más que su palabra para proclamar su inocencia ante la sociedad y la ley, y no les quedaría más que apoyarse en su Dios para fundamentar su verdad. Pero podríamos entender que lo que la antítesis enseña es que le basta al ser humano su verdad, porque la verdad es el juramento mismo de su inocencia. Se entiende que por muy compleja que haya sido la praxis de esto en la comunidad primitiva y el que un precepto como este se exprese de esta manera para formar parte de las antítesis o programa del «reino» predicado por Jesús, se resuelve en la misma vida de Jesús de Nazaret que no tuvo que jurar ni por el cielo ni por la tierra. Este sería el derecho del reino de Dios que se enraíza en la verdad y no en la mentira del mundo. Y por ello, abusar del juramento podría estar en contra del planteamiento liberador de Jesús en su proclamación del reino.

Entre las muchas posibilidades de puntos diferentes de las antítesis y entre las posibles interpretaciones que tenemos, debemos señalar que existe un planteamiento bien determinado: «si vuestra justicia no es más grande que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». Es toda una provocación, porque no se trata de una justicia más complicada en preceptos y en exigencias, sino cabalmente más perfecta en cuanto a que sea más simple, generosa y entregada. Lo más perfecto no es aquello que cumple los requisitos legales pormenorizadamente, sino lo que renueva verdaderamente la vida, la felicidad. Precisamente, en el caso del evangelio de hoy, lo que va más allá de la ley es lo que supera todo tipo de venganza, odio o el desamor; se propone la justicia que emana de unas nuevas relaciones entre Dios y el hombre, y de ahí de los hombres entre ellos mismos. Esa es la propuesta catequética de Mateo a su comunidad, en la que se intuye, claramente, que no se pueden justificar actitudes porque estén legalizadas. Sucede, a veces, que lo que está legalizado es injusto. Y contra ello está la justicia del Reino.

1Cor 2, 6-10 (2ª lectura Domingo VI de Tiempo Ordinario)

La sabiduría escondida es oro

La segunda lectura, de la carta ICor (2,6-10), prosigue con el mensaje de la sabiduría cristiana. La sabiduría del «misterio de Dios» (1Cor 2,1) no puede imponerse con la palabra fácil, ni siquiera con el raciocinio helenista que es algo muy apreciado todavía en el ámbito de la ciudad de Corinto. Esa sabiduría, además, se explica desde la cruz, desde el fracaso de quien más nos ha hecho admirar el «misterio de Dios». Pero en este mundo domina el triunfo a costa de lo que sea, el buen vivir, aunque al final todos los que así piensan se encuentren con las manos vacías. Pablo sabía que tenía en contra todo ese mundo de sabios y entendidos al anunciar el misterio de Dios, pero se atreve con ello y así se lo hace ver a su comunidad. Sabe que lo que anuncia tiene su peso en oro, pero no reluce ante el mundo.

Pablo siente que los sabios de este mundo —bien paganos o bien religiosos—, le podían reprochar a los cristianos, de hecho le increparon: ¿qué sabiduría es la vuestra que os fiáis de un hombre crucificado? ¿qué sabiduría es esa que niega al hombre ser libre y hacer lo que le plazca? Pero el apóstol no se avergüenza por ello; está convencido de que el cristianismo tiene una sabiduría, la de su Dios, que es misteriosa, escondida, contradictoria: aquella que sabe perdonar y amar; que construye un mundo de relaciones, no en el poder, en el dinero, en la fuerza, sino en dar a los que no tienen posibilidad, ser algo, ser personas, tener una dignidad aunque no tengan muchos conocimientos. No es una sabiduría que se fundamenta en especulaciones, sino aquella que hace posible el Espíritu de Dios, para el que están dotados todos los hijos de Dios.

Eclo 15, 20 (1ª lectura – Domingo VI de Tiempo Ordinario)

Libertad, interioridad y decisión

Este texto del libro de Jesús Ben Sirac, conocido cristianamente como Eclesiástico, está enmarcada en un contexto sobre el misterio del pecado y la libertad humana. El problema se plantea como una respuesta al famoso origen del pecado o del mal; ¿acaso Dios es responsable del mal que experimentamos? El hecho de que el ser humano sea débil no es una desgracia, ni una limitación creacional. La respuesta del autor de este libro, en este caso, es precisamente de que tenemos toda la libertad para elegir entre el agua y el fuego, entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Esta tesis bíblica, que ya arranca desde Gn 2-3, la tenemos a la orden del día en la antropología y la psicología

Es verdad que muchas situaciones configuran nuestra sensibilidad: historia familiar, de amistad, de fracasos. La psicología moderna tiene en ello mucho que enseñarnos, incluso frente a actitudes éticas y morales que debemos valorar. La afirmación de Ben Sirac es que Dios no obliga, no obstante, a pecar; es decir, lo sabio es que el hombre tiene en su interior una naturaleza buena, don divino, para elegir el bien y no el mal. Debemos, pues, elegir la integridad de la totalidad de nuestra existencia y de nuestras posibilidades y, desde ellas, valorar con sabiduría que hemos sido creados, no para el mal, sino para el bien, porque eso es lo que Dios ha puesto en nuestros corazones.

Comentario al evangelio – Lunes V de Tiempo Ordinario

Comenzamos las reflexiones de esta semana contemplando el arca de la alianza en el templo de Jerusalén, por un lado, y por otro, a Jesús en camino.

El templo de Jerusalén era un lugar de peregrinación, alrededor del cual se reunían los fieles. Un símbolo, el símbolo mucho tiempo esperado. La culminación del éxodo, de la liberación del pueblo de Israel, y la llegada a la tierra prometida. Y depositar en este templo el Arca de la Alianza era el culmen, tan largamente esperado. Ofrendas, sacrificios, bailes, cánticos… Un gran día de fiesta, sin duda.

La superación del templo de Jerusalén, su culminación, fue Jesús. Todo lo que el templo representaba en el Antiguo Testamento, lo encarna Jesús en el Nuevo. Lo vemos en este pasaje evangélico de hoy. Su fama se ha extendido, y todos quieren verlo, y que sane a los enfermos. Se arremolinan a su alrededor. Y Jesús se pone a ello, como siempre, en cuerpo y alma. Basta con tocar el borde de su manto para ser sanado.

Los hebreos reconocían la presencia divina en las Tablas de la Ley, guardadas en el Arca y por ello respetaban el templo y acudían allí a orar. Hoy no necesitamos un lugar concreto para dar gloria a Dios. Gracias a Él, en todas partes podemos encontrarlo. Por supuesto que hay lugares sagrados, las iglesias, las capillas, pero es posible adorarlo en cualquier lugar. Es un buen día para plantearse con qué ánimo y dónde busco a Jesús. ¿Lo busco siempre, en todos los momentos de mi vida, o solo cuando me encuentro mal? ¿Lo veo presente en los acontecimientos de mi vida? ¿Comienzo la jornada en su presencia, con una oración? Que no se nos olvide. Aprovechemos que Dios se encuentra siempre cerca de nosotros.

Que no se nos olvide, por otra parte, que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Tenemos que cuidarlo, evitar aquello que nos perjudica, y dar gracias por todo lo que podemos hacer. Hay cosas que nos dañan, y hay otras que nos ayudan. Cada uno sabe lo que es. E, igual que vamos al médico cuando nos duele algo, podemos ir al sacramento de la Reconciliación, si tenemos dolor en el alma.

Hoy celebramos la memoria de santa Escolástica, hermana de san Benito. Aquí puedes leer algo de su vida. Un ejemplo para todos nosotros.

Alejandro Carbajo Olea, C.M.F.