Vísperas – Martes V de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

MARTES V TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!…)
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.

SALMO 19: ORACIÓN POR LA VICTORIA DEL REY

Ant. El Señor da la victoria a su Ungido

Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión.

Que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.

Que podamos celebrar tu victoria
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes;
que el Señor te conceda todo lo que pides.

Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su Ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.

Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro.

Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.

Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor da la victoria a su Ungido.

SALMO 20: ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY

Ant. Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuanto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

LECTURA: 1Jn 3, 1a.2

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Queridos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

RESPONSORIO BREVE

R/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

R/ Tu fidelidad de generación en generación.
V/ Más estable que el cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

PRECES

Alabemos a Cristo, que mora en medio de nosotros, el pueblo adquirido por él y supliquémosle, diciendo:

Por el honor de tu nombre, escúchanos, Señor.

Dueño y Señor de los pueblos, acude en ayuda de todas las naciones y de los que las gobiernan:
— que todos los hombres sean fieles a tu voluntad y trabajen por el bien y la paz.

Tú que hiciste cautiva nuestra cautividad,
— devuelve la libertad de los hijos de Dios a todos aquellos hermanos nuestros que sufren esclavitud en el cuerpo o en el espíritu.

Concede, Señor, a los jóvenes la realización de sus esperanzas
— y que sepan responder a tus llamadas en el transcurso de su vida.

Que los niños imiten tu ejemplo
— y crezcan siempre en sabiduría y en gracia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a los difuntos en tu reino,
— donde también nosotros esperamos reinar un día contigo.

Con el gozo de sabernos hijos de Dios, acudamos a nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, porque has permitido que llegáramos a esta noche; te pedimos quieras aceptar con agrado el alzar de nuestras manos como ofrenda de la tarde. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Martes V de Tiempo Ordinario

1) Oración

Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Marcos 7,1-13
Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto,
ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.
«Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: Si uno dice a su padre o a su madre: `Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán -es decir: ofrenda-‘, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas.»

3) Reflexión

• El Evangelio de hoy habla de las costumbres religiosas de aquel tiempo y de los fariseos que enseñaban estas costumbres a la gente. Por ejemplo, comer sin lavarse las manos o, como ellos decían, comer con manos impuras. Muchas de estas costumbres estaban desligadas de la vida y habían perdido su sentido. Sin embargo se conservaban o por miedo o por superstición. El Evangelio nos trae algunas instrucciones de Jesús respeto de esas costumbres.
• Marcos 7,1-2: Control de los fariseos y libertad de los discípulos. Los fariseos y algunos escribas, venidos de Jerusalén, observaban como los discípulos de Jesús comían con manos impuras. Aquí hay tres puntos que merecen ser señalados: a) Los escribas eran de Jerusalén, ¡de la capital! Significa que habían venido para observar y controlar los pasos de Jesús. b) Los discípulos ¡no se lavaban las manos para comer! Significa que la convivencia con Jesús los llevó a tener valor para transgredir las normas que la tradición imponía a la gente, pero que habían perdido su sentido para la vida. c) La costumbre de lavarse las manos, que hasta hoy, sigue siendo una norma importante de higiene, tenía para ellos un significado religioso que servía para controlar y discriminar a las personas.
• Marcos 7,3-4: La Tradición de los Antiguos. “La Tradición de los Antiguos” transmitía las normas que debían de ser observadas por la gente para conseguir la pureza exigida por la ley. La observancia de la pureza era un asunto muy serio para la gente de aquel tiempo. Ellos pensaban que una persona impura no podía recibir la bendición prometida por Dios a Abrahán. Las normas de pureza eran enseñadas para abrir el camino hasta Dios, fuente de paz. En realidad, sin embargo, en vez de ser una fuente de paz, las normas eran una prisión, un cautiverio. Para los pobres, era prácticamente imposible observar las muchas normas, las costumbres y las leyes. Por esto, ellos eran despreciados como gente ignorante y maldita que no conocía la ley (Jn 7,49).
• Marcos 7,5: Escribas y fariseos critican el comportamiento de los discípulos de Jesús. Los escribas y fariseos preguntaban a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?” Ellos fingen que están interesados en conocer el porqué del comportamiento de los discípulos. En realidad, critican a Jesús porque permite que los discípulos no cumplan con las normas de pureza. Los fariseos formaban una especie de hermandad, cuya principal preocupación era la de observar todas las leyes de la pureza. Los escribas eran los responsables de la doctrina. Enseñaban las leyes relativas a observancia de la pureza.
• Marcos 7,6-13 Jesús critica la incoherencia de los fariseos. Jesús responde citando a Isaías: Este pueblo me honra sólo con los labios, pero su corazón sigue lejos de mí (cf. Is 29,13). Insistiendo en las normas de pureza, los fariseos vacían de contenido los mandamientos de la ley de Dios. Jesús cita un ejemplo concreto. Ellos decían: la persona que ofrece al templo sus bienes, no puede usarlos para ayudar a los padres necesitados. Así, en nombre de la tradición vaciaban de contenido el cuarto mandamiento que manda amar al padre y a la madre. Estas personas parecían muy observantes, pero lo eran sólo hacia fuera. Por dentro, ¡su corazón quedaba lejos de Dios! Como dice el canto: “¡Su nombre es el Señor y pasa hambre, y clama por la boca del hambriento, y muchos que lo ven pasan de largo, a veces por llegar temprano al Templo!”. En el tiempo de Jesús, la gente, en su sabiduría, no concordaba con todo lo que se le enseñaba. Esperaba que un día el mesías viniese a indicar otro camino para alcanzar la pureza. En Jesús se realiza esta esperanza.

4) Para la reflexión personal

• ¿Conoces alguna costumbre religiosa de hoy que ya no tiene mucho sentido, pero que sigue siendo enseñado?
• Los fariseos eran judíos practicantes, pero su fe activa era desligada de la vida de la gente. Por eso, Jesús los criticó. Y hoy, ¿Jesús nos criticaría? ¿En qué?

5) Oración final

¡Yahvé, Señor nuestro,
qué glorioso es tu nombre en toda la tierra!
Al ver tu cielo, hechura de tus dedos,
la luna y las estrellas que pusiste,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el hijo de Adán para que de él te cuides? (Sal 8,2.4-5)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

VI. EN NAZARET

 

1.- JESÚS CRECÍA. LA PASCUA DE LOS DOCE AÑOS

Mt 2, 23; Lc 2, 39-50

José comenzó por acondicionar de nuevo la casa que, después de dos años sin habitar, estaba en malas condiciones. Pero ese era su trabajo. Le ayudarían vecinos y parientes, que se alegraban de su vuelta al pueblo. Instaló allí su pequeño taller y pronto le llegaron los primeros encargos…

Aquellos muros fueron testigos del amor de los miembros de la Sagrada Familia. En la casa, limpia y alegre, se reflejaba el alma de María; los modestos adornos, el orden, la limpieza, hacían que Jesús y José, después de una jornada de trabajo, encontraran el descanso junto a Nuestra Señora. Allí preparó Ella la comida muchas veces, remendó la ropa y procuró que aquel hogar estuviera siempre acogedor. Y estaría pendiente de esos momentos del mediodía, cuando se suele hacer un parón en el trabajo, o al atardecer, al dar por concluida la tarea. En aquella casa fue creciendo el Hijo de Dios.

Jesús siempre tuvo presentes aquellas paredes y aquel lugar sencillo, pero ordenado y agradable. Cuando, en su ministerio público, volvió a Nazaret, recordaría momentos inolvidables junto a su Madre y a san José. Entre las cosas que Santa María guardaba en su corazón estaban sin duda tantos pequeños sucesos corrientes de la vida de su Hijo, que fueron la alegría de su alma.

Todos los años sus padres iban a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. De Galilea a la ciudad santa existían tres caminos principales. El más occidental recorría la Llanura de Esdrelón, costeaba el monte Carmelo y descendía por el litoral del Mediterráneo hasta la altura de Antípatris; era muy largo y poco frecuentado por los israelitas. El camino oriental, muy habitual, seguía el curso del Jordán hasta Jericó, y desde allí embocaba la fuerte subida hasta Jerusalén. El tercero corría de norte a sur, a través de Samaria. Era el más breve y casi siempre evitado para no pasar por tierra de samaritanos. Hemos de pensar que la Sagrada Familia siguió el camino del Jordán.

La vida oculta de Jesús transcurre aquí, en Nazaret. Nos lo dice san Mateo, y san Lucas lo repite dos veces con esta misma intención. Allí se educó. San Marcos y san Mateo escriben expresamente que esta es su patria[1], en la que han vivido o viven sus padres y parientes, la ciudad de José y de María. Ni siquiera insinúan que este sea su país natal: Mateo y Lucas han consignado que nació en Belén. Sin embargo, se ha desarrollado y ha adquirido su plenitud de hombre en Nazaret. Allí se ha relacionado con su tiempo, su tierra y su raza.

Jesús no hizo nada espectacular en Nazaret: ni en la escuela, ni en la sinagoga ni en ningún otro lugar. Los pájaros de barro que fabricaba en sus juegos no salían volando, como indican los evangelios apócrifos. Ni tampoco hizo surgir un manantial a las puertas de su casa para evitar a su madre el trabajo de ir a buscar el agua a la fuente del pueblo. Nada más lejos de la realidad. No podemos olvidar la extrañeza de sus paisanos al comenzar su vida pública, que indica un comportamiento anterior lleno de normalidad. San Lucas, después de narrar aquella ocasión en el Templo en la que Jesús actuó con independencia, pone de relieve que esto fue lo excepcional. Por eso señala enseguida: bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, les obedecía. El evangelista recibió estas noticias de la Virgen o de alguien muy cercano a Ella.

Lo extraordinario, y san Lucas lo ha narrado anteriormente, es que el Hijo de Dios, consustancial al Padre, obedezca a dos criaturas jóvenes de Nazaret. Obedecía a sus padres, pero especialmente a José, porque él era quien ejercía la autoridad en aquel hogar.

Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. Así resume san Lucas la vida de Jesús en Nazaret. El paso de los años fue acompañado de un progresivo crecimiento y manifestación de su sabiduría y de su gracia.

Según su naturaleza humana, Jesús crecía como uno de nosotros. Las acciones de Jesús no eran realizadas unas por Dios y otras por el Hombre. Todas pertenecían al Hijo de Dios encarnado. Y, al mismo tiempo, sus actos humanos eran genuinamente humanos, los propios de un niño inteligente, alegre, sin pecado ni tendencia alguna desordenada, con un alma que gozaba a la vez de la visión beatífica, esa visión directa de la Trinidad que el resto de los hombres solo podrá tener de modo parcial y limitado en el Cielo.

Como todos los niños, Jesús haría muchas preguntas sobre los asuntos que ignoraba: ¿Para qué sirve esto? ¿Por qué metes estas maderas en agua? ¿Cómo se llama aquel vecino?… Más tarde, en su vida pública, le veremos también haciendo preguntas: ¿Cómo te llamas? ¿Cuánto tiempo hace que sufres esa enfermedad? ¿Cuántos panes tenéis? Otras veces se sorprende y se admira. No fingía cuando se admiraba o preguntaba, porque estas son reacciones íntimas y profundas, propias del ser humano. Aunque Jesús poseía una ciencia divina con un conocimiento perfectísimo, quiso sin embargo vivir una existencia plenamente humana. Su divinidad no era un mecanismo para no tener que esforzarse. El Hijo de Dios no tomó la apariencia de hombre; era hombre, con un cuerpo y un alma racional humanos. Y ambos unidos estrechísimamente.

Jesús iba adquiriendo conocimientos a partir de las cosas que le rodeaban, de María y de José, de sus maestros, de sus vecinos, de la experiencia de la vida que posee todo ser humano con el paso de los años. En la sinagoga de Nazaret aprendería la Sagrada Escritura, con los comentarios clásicos que solían acompañar a la explicación. Jesús leía el Antiguo Testamento y aprendía lo que se decía del Mesías; es decir, de Él mismo.

Jesús recibió de José muchas enseñanzas; entre otras, el oficio con el que se ganó la vida y sostuvo luego la casa, cuando el Santo Patriarca abandonó este mundo. Y para aprender, Jesús utilizó sus sentidos, la inteligencia humana, la memoria…, pues los sentidos de Jesús y su entendimiento humano no estaban en él para parecerse externamente a los demás. En Cristo, la inteligencia humana correspondía a su alma racional. Y esta inteligencia no estuvo dormida, como despojada de la actividad que le era propia. No era un adorno; Jesús empleó la inteligencia y los sentidos como todo niño y todo hombre.

La Virgen dejó una profunda impronta en su Hijo: en su forma de ser humana, en dichos y maneras de decir, en las mismas oraciones que los judíos enseñaban a sus hijos. Jesús aprendió de ella su lengua materna, el arameo, y recibió la educación más santa que podía recibir un niño israelita. En casa y en la sinagoga oía hablar el hebreo, la lengua sagrada de las Escrituras. Cuando llegue la ocasión sabrá expresarse en hebreo, citará las Escrituras y hará alguna de sus oraciones en esta lengua.

De su Madre le vino el encanto, la gracia, la dulzura arrolladora y compasiva. También aprendería Jesús de los vecinos, de aquellas conversaciones que José sostenía con los clientes que iban a encargarle alguna cosa, y que luego derivaba a la buena o mala cosecha de aquel año, a las lluvias, a la próxima peregrinación a Jerusalén…

Jesús, María y José constituían una familia real, en la que contaba el modo de ser de cada uno y donde se compartían muchas vivencias y experiencias sencillas del acontecer diario. Al principio, María lo guardaba y lo ponderaba todo en su corazón; más tarde, conforme su Hijo se iba haciendo mayor, hablaría con Él de la llegada del ángel, de su respuesta emocionada, del gozo profundo que experimentó después de la Encarnación, cuando supo que Dios habitaba en su seno…

No sabemos cuántos años vivió José. Los dos evangelios de la Infancia, y sobre todo san Mateo, muestran cómo desempeñaba su misión de padre. Le enseñó a Jesús a trabajar la madera, y quizá a labrar la tierra y el modo de cuidar la vid. Se dedicaron juntos a la misma tarea, todos los días, siguiendo el ritmo de las diferentes estaciones. Cuando Jesús salga de su vida oculta, sus compatriotas podrán afirmar que le conocen bien: es el hijo de José, el carpintero, y se ha empleado en su mismo oficio. Iría con su padre a colocar el maderamen de las casas, y juntos fabricarían o repararían el mobiliario de las viviendas. Hacían arados, yugos, mástiles… Y también catres, cofres, arcas, artesas…[2].

José conocía las Escrituras, como un buen judío piadoso, y se alimentaba de las esperanzas mesiánicas. Fue discreto, y se acostumbró a saborear en silencio el misterio del Hijo de Dios. Muchas veces, Jesús debió de quedar hondamente conmovido en presencia de un hombre tan bueno, tan justo. Veía en él la imagen de su Padre celestial. José desaparece del evangelio tan silenciosamente como había aparecido. Lo más probable es que muriera antes del comienzo de la vida pública. De hecho, no le vemos intervenir en las circunstancias familiares de este tiempo. Jesús derramaría lágrimas y sentiría en su corazón hondamente su muerte. Si lloró por Lázaro, ¿no lo iba a hacer por quien no había tenido otro fin en la vida que cuidarle? Le confortaría con sumo cariño y piedad, le prometería el Cielo… Nadie podía hacerlo mejor. Después de su muerte recordaría tantas conversaciones en la intimidad, los paseos por las cercanías de Nazaret, los pequeños regalos que llevarían a María…

Los judíos piadosos solían ir en peregrinación al Templo de Jerusalén en las fiestas principales: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Aunque no obligaban a quienes vivían lejos, eran muchos los judíos de toda Palestina que se trasladaban a Jerusalén en alguna de esas fechas. Además del contenido religioso, esos días eran prácticamente las únicas ocasiones de ir a la gran ciudad y de salir de la rutina del pueblo. Estas peregrinaciones tenían, pues, un carácter religioso, pero también festivo.

En el siglo I, cada una de estas tres fiestas duraba una semana entera, sin contar los días de viaje. Por estas y otras razones no todos los judíos emprendían efectivamente las tres peregrinaciones. Desde luego, no las cumplían cada año los judíos de la diáspora, que procuraban subir a Jerusalén al menos una vez en su vida. En cuanto a los campesinos galileos, es poco probable que las hicieran todas, teniendo en cuenta los gastos de tiempo y de dinero, y que al menos los Tabernáculos se celebraban al final del período de recolección, más tardío en Galilea que en Judea. Por eso la fiesta más frecuentada era la Pascua.

Con esta solemnidad, relacionada con las cosechas, iba unido el recuerdo de la liberación de Egipto. Luego, al paso del tiempo, se celebró con esta ocasión el aniversario de los grandes acontecimientos de Israel: la realización de la promesa de descendencia a Abrahán, la liberación de Egipto y la pronta liberación mesiánica.

Como no todos los peregrinos podían alojarse en la ciudad santa, se ensanchaban sus límites en esta circunstancia y se ampliaban a las aldeas más cercanas.

En la tarde del 14 de Nisán (el primer mes de los judíos), los cabezas de familia (familia en sentido estricto, o bien un grupo de diez a quince personas conocidas, parientes o amigas, incluidos mujeres y niños) venían al Templo con un cordero para inmolarlo. Entretanto, en las casas se eliminaba el pan fermentado y se preparaban una especie de galletas sin levadura y unas «hierbas amargas» (ensaladas distintas), que recordaban las penurias del cautiverio. Comenzaba entonces el banquete de la fiesta.

El viaje de Nazaret a Jerusalén (unos ciento treinta kilómetros) duraba cinco o seis jornadas por el camino más recto. Al llegar la Pascua solían reunirse varias familias para hacer el trayecto juntas. El recorrido hasta la ciudad santa tenía un aire de fiesta, y los peregrinos solían cantar diversos salmos durante la marcha. El salmo 121 se entonaba cuando se divisaban los muros del Templo:

¡Oh qué alegría, cuando me dijeron:
vamos a la Casa de Yahvé!
¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies
en tus puertas, Jerusalén!

No era obligatorio quedarse en Jerusalén toda la semana pascual, pero no estaba permitido marcharse antes del segundo día. San Lucas parece indicar que la Sagrada Familia permaneció en Jerusalén durante toda la semana. No sabemos con quiénes se reunían para la cena pascual. Quizá con unos parientes o con otras familias galileas. Terminados los ritos pascuales, se inició la vuelta a Nazaret. Jesús se quedó en Jerusalén, mientras María y José se ponían en camino. No notaron su falta.

¿Cómo se pudo quedar el Niño sin que sus padres se dieran cuenta? En parte, por la aglomeración de forasteros; en parte también, por la costumbre de viajar los hombres y las mujeres en caravanas separadas. Jesús, a los doce años, tendría una justa autonomía, aunque dependiera en todo de sus padres. Por la frase suponiendo que iba en la caravana se ve que los padres han depositado toda su confianza en Él, y que cada uno ha pensado que estaba con el otro o con un grupo de parientes y amigos con hijos de su edad. Esto explica que pudiera pasar inadvertida la ausencia de Jesús hasta el término de la primera jornada, cuando se reagrupaban todos para acampar. Entonces, ambos preguntaron por el Niño y comprendieron en un instante que lo habían perdido.

Para María y José fue un momento de gran dolor y desconcierto. No podían explicarse qué había sucedido. Nadie sabía nada de Jesús.

Aquella noche María y José no pudieron dormir ni descansar. Por la mañana, con las primeras luces, se dirigieron de nuevo a Jerusalén. Pasaron tres días, cansados, angustiados, preguntando a todo el mundo si habían visto a un niño de doce años… Todo fue inútil.

María y José, sin saber ya adónde ir ni a quién preguntar, entraron en una de las dependencias destinadas al culto y a la enseñanza de las Escrituras, quizá uno de los atrios del Templo. Y allí se encontraba Jesús con aire tranquilo, preguntando y respondiendo a los doctores en animada conversación. Estaba como uno de tantos oyentes, sentado en el suelo. Intervenía como lo hacían otros, y en sus preguntas se descubría una gran sabiduría que los dejaba a todos admirados.

Los rabinos solían comentar en el Templo la Sagrada Escritura. Para los forasteros de Jerusalén era esta la única ocasión de ver y oír a los maestros más relevantes de Israel. Los oyentes tomaban asiento sobre esteras alrededor del maestro y podían intervenir, y también ser preguntados sobre la cuestión que se explicaba. Las preguntas y respuestas de Jesús llamaron poderosamente la atención de todos: Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas.

Jesús desveló algo de la ciencia divina que ya existía en su corazón. Cuando inicie su vida pública, el evangelista nos dirá que las gentes se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Oyéndole, las multitudes se olvidarán del hambre y del frío de la intemperie.

María y José estaban maravillados y sorprendidos viendo a Jesús. No daban crédito a lo que veían y escuchaban. El verbo griego indica impresión y asombro. Es posible que oyeran algunas de las preguntas y respuestas de su Hijo. Esperarían un poco… Luego, María se dirigió a Él, llena de alegría por haberle encontrado, y quizá con un débil tono de reconvención. El hecho de que la Madre sea la que interpela al Niño y en nombre del padre, se puede explicar por la gran personalidad de María y por su misma relación con Jesús, de un relieve y en un plano distinto a la de José. El contenido de las palabras no es de reprensión, sino manifestación espontánea de la angustia de esos días. También habla en nombre de José: Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te buscábamos…

La pérdida de Jesús no fue involuntaria por su parte. Teniendo plena conciencia de quién era y de la misión que traía, quiso comenzar de algún modo a cumplirla. ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?

Es esta una expresión misteriosa que ya apunta a su misión en la tierra y al sentido de su filiación divina. Jesús estaba siempre en las cosas del Padre, tanto en Nazaret como en Jerusalén, en compañía de sus padres o sin ellos. Aquí contrapone el padre legal y visible, José, al Padre natural e invisible. Todo el peso de la respuesta está aquí: en que llama a Dios «su Padre». No hay ningún otro personaje de la Escritura que llame Padre a Dios de esta manera tan plena. Jesús posee, también a los doce años, no solo una conciencia puramente mesiánica, sino estrictamente divina[3]. Ante sus relaciones del todo singulares con Dios, «su Padre», parece que se eclipsa el sentimiento filial humano. Esta respuesta se sitúa en la misma línea de otras afirmaciones posteriores que se encuentran particularmente en el evangelio de san Juan, donde llama a Dios «su Padre» con un sentido único y trascendente. La obediencia y entrega al Padre está a tal altura que ante ella debe ceder incluso el propio cuarto mandamiento, que manda la sumisión y obediencia a los padres. Son las primeras palabras que conocemos, y las únicas, de Jesús Niño. Son el preludio de las afirmaciones rotundas ante las gentes que escucharemos durante su vida pública.

San Lucas nos ha dejado la impresión que produjeron en sus padres. Con toda sencillez nos cuenta la realidad de las cosas. Es muy posible que lo oyera de labios de María o de alguien muy cercano a Ella. No nos dice muchas cosas que nos hubiera gustado saber: qué hizo Jesús cuando no estaba en el Templo, dónde pasó aquellas noches, quiénes le dieron alimento… Probablemente el evangelista nada nos dijo porque él tampoco lo sabía. ¿Lo sabría la Virgen? ¿Le contó algo más Jesús durante el camino de vuelta a Nazaret? Suponemos que sí. Y Ella lo guardó en su corazón.

En el plano humano es difícil de entender esta respuesta, pues nada más natural que buscar a un hijo perdido. Jesús no reprende a sus padres porque le hayan buscado; afirma en forma de pregunta su independencia y responsabilidad mesiánica.

Para ellos debió de ser una dolorosa prueba; pero también un rayo de luz, que les descubre un poco más el misterio de la vida de Jesús. Fue un episodio que jamás olvidarían.

Con todo, para penetrar un poco más en la respuesta habría que haber oído la entonación de la voz de Jesús mientras se dirigía a sus padres, sus gestos, quizá algún comentario posterior…

El viaje de vuelta a Nazaret debió de estar lleno de alegría. María y José ¡están tan contentos de haber hallado a Jesús! Después de aquellas palabras misteriosas, su Hijo es el de siempre, cariñoso, alegre, con sentido del humor… Este hecho no parece haber tenido más consecuencias; nunca más se menciona. El mismo asombro que produjo en sus padres revela unos años de normalidad; este parece ser el único suceso extraordinario. Incluso aquello mismo debió de ser pasajero, y no trascendería más allá del grupo de familiares y amigos que lo presenciaron. Probablemente en Nazaret no se supo nada. Pero María no lo olvidaría: Ella guardaba estas cosas en su corazón.


[1] Mc 6, 1; Mt 2, 23.

[2] Jesús «debía de parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José» (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 55).

[3] «Con la respuesta del niño a sus doce años ha quedado claro, por un lado, que él conoce al Padre –Dios– desde dentro. No solo conoce a Dios a través de seres humanos que dan testimonio de él, sino que lo conoce en sí mismo. Como Hijo, él vive en un tú a tú con el Padre. Está en su presencia». BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús, p. 131.

Comentario – Martes V de Tiempo Ordinario

El pasaje evangélico de Marcos nos pone al tanto de las controversias de Jesús con los fariseos. En este caso el motivo de la disputa es «la tradición de los mayores» o simplemente «la tradición» que, según la mentalidad judaica, debe ser observada en su totalidad y sin discusión. Formando parte de esa tradición estaba la norma de pureza ritual que prescribía lavarse las manos antes de las comidas, además de otros lavados como los de vasos, jarras y ollas. No se trata de una simple norma higiénica, sino de una norma ritual de carácter religioso: un lavarse para purificarse. Los fariseos y letrados de Jerusalén observan cómo los discípulos de Jesús comen con manos impuras, es decir, sin haberse lavado las manos para purificarse. De este modo estaban contraviniendo una norma de pureza de la más auténtica tradición judía. Y Jesús no parece darle importancia a esta negligencia, puesto que no corrige la conducta descuidada de sus discípulos. De ahí la acusación que dirigen al Maestro: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de sus mayores? La censura se hace radicar, por tanto, en el quebrantamiento de una norma tradicional: no siguen la tradición de sus mayores.

Ante esta acusación Jesús reacciona denunciando un vicio muy notable en ellos, un vicio ya denunciado tiempo atrás por el profeta Isaías: la hipocresía. E hipocresía es honrar a Dios con los labios, pero no con el corazón. Pero semejante división hace de la alabanza divina un culto vacío; porque si no brota de dentro, del corazón, son palabras vacías, que no transportan nada auténtico, ni amor, ni afecto, ni sentimiento de adoración. Y aquí viene lo más grave de la reprensión de Jesús: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Y les pone un ejemplo para que no haya lugar a equívocos o a fáciles escapatorias. El mandamiento de Dios dice por medio de Moisés: «Honra a tu padre y a tu madre» y «El que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte».

Jesús entiende que este mandamiento implica el respeto y el cuidado de los padres en su situación de invalidez o de ancianidad. Pero, al parecer, los fariseos habían introducido una nueva norma en su tradición que permitía o determinaba entregar al templo los bienes destinados al socorro de los padres. De esta manera obstaculizaban o impedían a los hijos el piadoso deber de atender o ayudar a sus padres ancianos. La norma de entregar los bienes al templo se convertía de hecho en un precepto (humano) que impedía a los hijos cumplir el mandamiento divino de honrar, es decir, de atender al padre y a la madre en su desvalimiento. Invalidaban, por tanto, la palabra de Dios, con sus implicaciones, con una norma tradicional que se habían dado a sí mismos.

En esta norma –ofrecer los bienes al templo- había sin duda motivos religiosos (tal vez, mantener la magnificencia del culto), pero ni siquiera estos motivos bastaban para anular el mandamiento de Dios que prescribía algo tan natural como el cuidado del padre y de la madre. También en esta suplantación de la ley divina por la humana (a todas luces menos humana que la divina) advertía Jesús hipocresía, tanta hipocresía como en el rito purificatorio del lavado de las manos. De nada servía lavarse las manos, si el interior permanecía sucio o impuro. Era un lavado exterior que no significaba ni alteraba el estado interior. Por eso, semejante comportamiento podía calificarse de hipócrita, porque ocultaba la realidad bajo una apariencia engañosa, porque lo que trasladaba al exterior no era expresión de lo que latía dentro.

También nosotros deberíamos someter nuestra conducta al juicio crítico, pero depurador, de Jesús, porque puede que no diste tanto de esa actitud farisaica caracterizada por la hipocresía. También en nuestra práctica religiosa hay comportamientos hipócritas, apariencias de lo que no es, ropajes que ocultan realidades inconfesables, palabras huecas, suplantaciones engañosas, exterioridades vacías de contenido, intenciones torcidas. Por todo ello necesitamos contemplarnos detenidamente en el espejo de la palabra de Jesús para que él ponga al descubierto lo que se nos oculta y purifique nuestras intenciones.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

270. El Sínodo remarcó que el mundo del trabajo es un ámbito donde los jóvenes «experimentan formas de exclusión y marginación. La primera y la más grave es el desempleo juvenil, que en algunos países alcanza niveles exorbitados. Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los jóvenes la capacidad de soñar y de esperar, y los priva de la posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad. En muchos países esta situación se debe a que algunas franjas de población juvenil se encuentran desprovistas de las capacidades profesionales adecuadas, también debido a las deficiencias del sistema educativo y formativo. Con frecuencia la precariedad ocupacional que aflige a los jóvenes responde a la explotación laboral por intereses económicos»[151].


[151] DF 40.

Recursos – Ofertorio – Domingo VI de Tiempo Ordinario

PRESENTACIÓN DE UNA ROCA

(Lo realiza una persona adulta de la Comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Yo te traigo, Señor, esta roca, como signo de que te reconocemos como nuestro refugio y fortaleza. Es más, no queremos tener otro. Te pedimos que, si somos víctimas de la tentación y los cantos de sirena de este mundo, Tú nos abras los ojos y los oídos del corazón para no dejarnos enredar por ellos, porque sólo así podremos CAMINAR junto a Jesús y alcanzar la meta, que es la Pascua.

PRESENTACIÓN DE UNA CESTA DE LA COMPRA

(Una cesta de compra, de esas que existen en todas las casas, que puede ser presentada por un ama de casa de la comunidad. Bajo ella se esconde la tentación consumista de todo ser humano. Es una tentación de adormecimiento)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo un instrumento de mi trabajo, aunque a la vez es signo del afán consumista que nos invade a todos y a todas los que formamos la sociedad actual. Haz, Señor, que no caigamos en la trampa consumista, porque, de lo contrario, en nada nos distinguiríamos de este mundo y sus valores. Danos luz para discernir, para permanecer despiertos/as y en vela, porque Tú nos prometiste tu Espíritu para poder vivir según el estilo de Jesús.

PRESENTACIÓN DE UNA BOLSA CON DINERO

(Puede hacer la ofrenda una de las personas adultas de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo esta bolsa con dinero. Bien sabes que es uno de los motivos fundamentales de nuestras luchas y nuestros esfuerzos. Sin él, los hombres y mujeres de hoy vivimos inseguros. Realmente él es nuestro apoyo existencial. Y, sin embargo, Tú viviste la radical pobreza y dijiste que los y las que como Tú la vivieran serían bienaventurados. Señor, hoy te lo ofrecemos, confiando que Tú nos enseñes a poner nuestros corazones sólo en Ti.

PRESENTACIÓN DE UN PERIÓDICO

(Esta ofrenda la debiera presentar o un profesional o un miembro de la comunidad que se caracterice por su dimensión pública o bien una persona que siga bien la actualidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo hoy un periódico. Es el reflejo de la actualidad. Lo que pasa cerca de nosotros y nosotras y también lejos, aunque a otros hombres y mujeres como nosotros. Es tanta la información, que dicen los expertos, que ya no nos preocupa. Al ofrecerte hoy este diario, quiero comprometerme, en nombre de todos y de todas, a leer la actualidad con ojos que miren al corazón de las noticias y de los hombres y mujeres que las viven o las sufren. Y Tú, no nos dejes insensibles. Abre nuestros corazones a la solidaridad.

PRESENTACIÓN DE UNA BIBLIA

(No es la primera vez que la ofrecemos, aunque, en esta ocasión, aconsejamos que lo haga una de las personas más sencillas de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Yo te traigo, Señor, una Biblia, tu Palabra escrita para nosotros y nosotras. Y lo hago, como contraposición al periódico que te acabamos de ofrecer. Con ella te entrego nuestra disponibilidad a escucharte siempre, y no sólo a través de tu Palabra, sino también de los acontecimientos y de la actualidad que nos refleja el periódico. Tú, Señor, no enmudezcas nunca. No nos dejes de dirigir tu Palabra, que es la luz que ilumina nuestras vidas. Pero no te olvides de tocar nuestros corazones, para que nunca se cierren a la Palabra que Tú nos diriges.

Oración de los fieles – Domingo VI de Tiempo Ordinario

Oremos ahora, hermanos y hermanas, a Dios nuestro Padre por toda la humanidad y la Iglesia, para que el Espíritu de Cristo penetre en nuestro mundo, en la historia y en cada uno de nosotros y de nosotras.

1.- Por la Iglesia, Comunidad de Jesús, para que libre de servidumbres que paralizan a la hora de enunciar eficazmente el Evangelio, pueda presentarse ante el mundo como ese signo de fraternidad, de igualdad, de justicia y de paz. ROGUEMOS AL SEÑOR.

2.- Por todos y todas los y las gobernantes, por cuantos y cuantas ejercen la autoridad, para que siempre legislen con justicia y en favor de TODOS y de TODAS, sin privilegios de clase, religión o cultura. ROGUEMOS AL SEÑOR.

3.- Por la PAZ en nuestro pueblo y en tantos rincones del mundo, dominados por la violencia, para que se abran caminos reales de diálogo, donde la tolerancia y el respeto a todas las personas e ideas sean una realidad. ROGUEMOS AL SEÑOR.

4.- Por todos los y las que sienten que sus vidas están aplastadas, para quienes el vivir se convierte en una pesada carga, para que encuentren en las palabras de Jesús esa fuente de liberación y paz para sus vidas, y nosotros y nosotras seamos cercanos y cercanas, solidarios y solidarias. ROGUEMOS AL SEÑOR.

5.- Por cuantos y cuantas nos hemos reunido en esta celebración, para que nuestro seguimiento de Jesús sea de verdad, y con nuestro testimonio de vida, seamos signos de un Reino de libertad, de justicia y de paz para los y las demás. ROGUEMOS AL SEÑOR.


Pidamos, hermanos, a Dios nuestro Padre, en cuyas manos están los destinos del universo, que escuche las oraciones de su pueblo.

1.- Por la santa Iglesia de Dios: para que sea fiel a la voluntad de Cristo y se purifique de sus faltas y debilidades. Roguemos al Señor.

2.- Por los que gobiernan las naciones: para que trabajen por la paz del mundo, a fin de que todos los pueblos puedan vivir y progresar en justicia, en paz y en libertad. Roguemos al Señor.

3.- Por los pobres y los afligidos, por los enfermos y los moribundos, y por todos los que sufren: para que encuentren el consuelo y la salud. Roguemos al Señor.

4.- Por todos los que estamos aquí reunidos: para que perseveremos en la verdadera fe y crezcamos siempre en la caridad. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, que por tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo nos has dado el conocimiento de tu verdad: mira con bondad al pueblo que te suplica, líbralo de toda ignorancia y de todo pecado para que llegue a la gloria del reino eterno. Por Jesucristo nuestro Señor.

Comentario al evangelio – Martes V de Tiempo Ordinario

“Ubi societas, ibi ius”, decían los latinos. Donde hay un grupo social, ahí hay normas. Y las normas, en el tiempo de Jesús, eran muchas y muy estrictas. Resultaba complicado cumplirlas todas. Incluso, muchas habían perdido el significado o sentido que tenían cuando se instauraron. Basta recordar, siquiera brevemente, el origen del “sabath”, del descanso del sábado, recuerdo y agradecimiento por la liberación de la esclavitud en Egipto, y que había acabado transformándose en una nueva esclavitud.

Jesús vino a dar sentido a todas las normas. No vino a derogarlas, sino a colmarlas de significado. Y eso se nota en algunos momentos de manera especial. Hoy y mañana va a discutir sobre algunas costumbres que se habían convertido en “excusas” para eludir los deberes que el sentido común y las relaciones familiares generan.

Claro que hay que lavarse las manos antes de comer. Sobre todo, en los tiempos del “coronavirus”. Y lavar los platos y los cubiertos. Claro que hay que ayudar a la Iglesia, los donativos son necesarios. Pero no se puede poner por encima de las obligaciones de los hijos con los padres, por ejemplo. Si se pierde de vista el significado profundo de la norma, o si la cumplimos con una finalidad espuria, entonces estamos faltando a la misma norma. No se puede jugar con las personas. Tenemos que hacer lo que tenemos que hacer, porque tenemos que hacerlo. No para que nos vean, no para que piensen que somos buenos, ni para aparentar. Hay que hacer las cosas, como se solía decir antes, “por el amor de Dios”, Y, entonces, todo irá bien.

Hoy celebramos la memoria de Nuestra Señora de Lourdes. Pinchando aquí puedes leer algo de la historia de esta fiesta. Es el día de los enfermos; en las iglesias se suele impartir el sacramento de la Unción de Enfermos. Oremos por los que carecen de salud, y también por sus cuidadores. Que sientan cerca el consuelo del Señor, y que sumen sus dolores al sufrimiento de Cristo, para contribuir al crecimiento del Reino de Dios.

Alejandro Carbajo Olea, C.M.F.