Domingo 6 del TO(A)
16 de febrero de 2020
Subrayados de la Palabra
1ª lectura (Eclo 15,16-21): «Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre».
2ª lectura (1 Cor 2,6-10): «Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria».
Evangelio (Mt 5,17-37): «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos».
Ecos de la Palabra para jóvenes y comunidades
- Israel está bajo la dominación de los reyes de Siria, los seléucidas, se ve tentado por las costumbres helenísticas, que posteriormente serán impuestas por Antíoco Epifanes. El peligro mayor, sin embargo, está en el atractivo de ese modo de vida, enteramente ajeno y opuesto al modo de vida tradicional. El libro es por tanto una exposición de la Antigua Ley y las viejas costumbres para mantenerlas frente a los vientos modernizantes y paganizantes del momento.
- Se sitúa en la Sagrada Escritura bajo el título de: “Sabiduría del mundo y Sabiduría cristiana”. En este marco viene Pablo hablando de la originalidad del mensaje cristiano. A los ojos de Pablo, hasta la venida de Cristo, todos los hombres han tenido la oportunidad de conocer a Dios por la inteligencia, a través de la creación. Incluso antes de descubrir a Dios que se revela en la historia de un pueblo, se da una revelación cósmica, abierta a todos, ofrecida a toda la humanidad por el único Creador, «Dios de los dioses» y «Señor de los señores» (Sal 135, 2-3).
- Cristo viene a “dar plenitud” a ley y a los profetas. Viene a purificar en el fuego lo que le impide a nuestro corazón darse plenamente a Dios. Lo que Cristo pide es un plus de justicia en la convivencia con los demás; un plus de santidad y un plus de generosidad en nuestra oración y en los sacramentos.
Proyecto de homilía
El autor del Eclesiástico, Jesús Ben Sira, escribe a comienzos del s. II a C. para salvaguardar la doctrina tradicional en medio de la cultura helenista dominante. El texto de hoy nos coloca en la tradición de tener que elegir entre vida y muerte (Dt 30, 19-20) al guardar sus mandatos o no. Y Dios responde según la elección.
En la carta a los Corintios se nos muestra que el orden anterior ha quedado invertido y la vieja sabiduría desacreditada. Tras la cruz, solo el Espíritu inicia en la nueva hasta sumergirnos en la profundidad última de Dios.
El escriba que era Mateo se vio atrapado en un conflicto, al igual que la mayor parte de su comunidad: ¿cómo conciliar la novedad de Jesús con la fidelidad a la ley de Moisés?
Es ese dilema el que produce, en el evangelio, afirmaciones que suenan contradictorias (por más que los exegetas traten luego de armonizarlas): así, se dice que se ha de cumplir hasta la última tilde de la ley pero, al mismo tiempo, se habla de una “justicia” mayor que la de los letrados y fariseos; se afirma que Jesús no viene a abolir la ley, pero a continuación se formulan las famosas “antítesis” (“se dijo…, pero yo os digo…”), que suponen una auténtica ruptura con la ley anterior.
Este evangelista está empeñado en subrayar la importancia de la ley, frente a otras tendencias (¿Pablo?) que se la negaban. Todos quedan dentro del reino, pero queda en último lugar quienes no dan importancia a la ley y en puesto preferente quien enseña a cumplirla. Aun así, amando tan intensamente a la ley y buscando su perfección, hay que ser mejores que los fariseos que dicen hacer lo mismo. Para este evangelio, Jesús, el Maestro, lleva la ley hasta su perfección más alta, sobre todo en este discurso de los capítulos 5-7. Quedará la duda sobre la legitimidad de este intento. Vale para la física y la lógica y para nuestras cuestiones más sencillas (¿salud, dinero, amor?) que el aumento de la cantidad puede transformar lo real hasta convertirlo en algo nuevo y diferente. Tanta acumulación (cantidad), de algo trae consigo, no más de lo mismo, sino algo que ya es otra cosa diversa de la que partimos. Esta “nueva ley” tan forzada a su perfección, ¿seguirá mereciendo el nombre de ley? ¿Es ley cuando nace ya del corazón (Jer 31, 33), cuando está tan interiorizada que sólo el Padre del cielo puede descubrirla?
José Luis Guzón, sdb