1.- SI QUIERES… Libres, capaces de hacer el bien o de hacer el mal. Tenemos ante nosotros, de forma continua, dos caminos: uno que nos aleja de Dios, otro que nos acerca a Él. Uno, es verdad, fácil de recorrer, cómodo de andar, atractivo a nuestros ojos. El otro empinado, duro y estrecho, poco apetecible a nuestro espíritu de sibaritas. Pero ya sabemos por la fe, y por la experiencia muchas veces, que al término del camino ancho nos aguarda la tristeza, el fracaso, la angustia, la muerte. En cambio, después de recorrer el camino duro encontramos la paz, la alegría, la esperanza, la vida.
«Ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja». Sí, Dios ha querido ser justo con nosotros, quiere darnos lo que merezcamos… Y al mismo tiempo, como haciendo trampa y llevado de su misericordia, ha prometido ayudarnos, venir a nuestro lado cuando le llamemos con fe y confianza, ha prometido darnos su gracia, sin dejar por eso de premiar el éxito final que con su ayuda y nuestro pobre esfuerzo consigamos
Dios es inmensamente sabio, infinitamente poderoso. Él es capaz de hacer libre al hombre, de darle una voluntad apta para la lucha, para querer, para decidirse por una cosa o por otra. Querer, intentar, poner los medios. Y es esa voluntariedad, esa intención lo que determina la bondad o la maldad de nuestros actos. Tanto es así que si intentando, de buena fe, hacer algo bueno, resulta algo malo, Dios mirará a lo que intentamos y no a lo que hicimos.
Pero no pensemos que entonces no hay por qué conseguir nada efectivo, bastando con intentarlo. Dios sabe cuándo realmente queremos y cuándo sólo deseamos sin más algo por lo que no ponemos afán y esfuerzo. Es decir, que Dios sabe de verdad cuál es nuestra intención. Y hasta qué punto estamos actuando con sinceridad o con engaño. A Dios no se le puede despistar como despistamos a los hombres. «Los ojos de Dios ven las acciones, Él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos».
2.- EXIGENCIAS DE CRISTO.- Hay quien ha considerado a Jesucristo como un revolucionario, un inconformista que echó por tierra los fundamentos de la sociedad de su tiempo. Pero en el fondo, al pensar así, lo que se intenta es justificar la propia postura de los que se empeñan, con razón o sin ella -no se trata de juzgar a nadie-, en derrocar el poder constituido. Ante aquellos que, ya en su tiempo, pensaban así de su misión, el Señor advierte con claridad y firmeza que Él no ha venido a derogar la Ley, sino a darle cumplimiento. Debido a esa actitud, respeta y reconoce la autoridad constituida, aunque la critique con energía en algunas ocasiones, porque no cumplían lo que ellos mismos mandaban, o porque se servían del poder para su provecho personal. Por eso les dice que hagan lo que ellos dicen, pero no lo que hacen.
Jesús, además sienta un principio que es interesantísimo y fundamental a la hora de la verdad: dar importancia incluso a los preceptos menos importantes, el valorar en definitiva las cosas pequeñas. Esto nos recuerda lo que en otra ocasión nos dice, al hablarnos de los siervos que entran en el Reino por haber sido fieles en lo poco, que por eso precisamente entran en el gozo de su Señor. Es como la fórmula de la aprobación divina para el hombre justo. Desde el punto de vista práctico es un hecho evidente que el que cuida los detalles, no descuida lo más grave. También es cierto que el resultado final es la suma de los pequeños esfuerzos de cada momento. Si en cada instante se hace bien lo que hay que hacer, al final la obra será perfecta. Por otra parte, lo que depende realmente de nosotros es lo pequeño, ya que nuestra vida transcurre por cauces sencillos y habituales. Por esto es ahí donde tenemos que luchar, ahí donde hay que demostrar el amor de Dios, ahí donde ha de cuajar nuestro afán de entrega.
Otro punto a destacar en este pasaje es el de la exigencia radical que el Señor ordena en la práctica de la virtud de la castidad. En la Ley se mandaba no cometer adulterio. Jesús va más allá y advierte que quien miró con malos ojos a una mujer, ya ha cometido adulterio en su interior. El interior del hombre, lo que hay en su más recóndita intimidad, eso es lo que cuenta a los ojos de Dios, la intención y el deseo consentido. Jesús que se nos entrega del todo y nos promete el todo, también lo quiere todo y de verdad. No se conforma con las apariencias, con un formalismo sin vida ni vibración.
Antonio García-Moreno