Comentario – Martes VI de Tiempo Ordinario

Nos dice san Marcos que, en cierta ocasión, Jesús les hizo esta recomendación a sus discípulos: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes. El modo en que aquellos discípulos entienden la advertencia de su Maestro es muy reveladora, muestra a las claras su torpeza y cortedad de miras. Era evidente que Jesús no se estaba refiriendo a la levadura del pan que habían olvidado llevar en la barca. No era ésta la levadura de los fariseos.

Aplicándose al papel del paciente pedagogo, Jesús, como si se dirigiera a niños pequeños, se entretiene en recordarles las cestas de pan recogidas cuando repartió cinco panes entre cinco mil personas. La escasez de pan no era algo que le preocupara. Él podía hacer panes sin necesidad de levadura. Lo que sí le preocupaba es que sus discípulos se dejasen contagiar por la mentalidad de los fariseos o la de Herodes. Ambas eran nocivas y había que cuidarse de ese posible contagio.

Porque la hipocresía farisaica –ésta es probablemente la levadura de los fariseos frente a la cual Jesús pone en guarda a sus discípulos- es contagiosa y, como buena levadura, puede acabar fermentando la masa social en la que está inserta. Una es la hipocresía farisaica y otra la de Herodes; en ambos hay, seguramente, hipocresía, pero en los fariseos tiene un alcance más religioso (aparentan piedad, pero por dentro están llenos de podredumbre) que en Herodes, que tiene un carácter más político (aparenta honorabilidad, pero es un rey títere, que vive como lacayo del César romano). La hipocresía ayudaba a los fariseos a conservar su autoridad moral ante el pueblo y a Herodes a mantenerse en el trono y a conservar sus privilegios y dominios. Las apariencias, expresamente cultivadas, permitían a los fariseos aparecer rodeados de un halo de dignidad que no se correspondía con la verdad; les permitía aparecer a los ojos de todos como cabales cumplidores de la ley, limosneros, orantes, observantes del ayuno y el Sábado, etc. Pero en su conducta había más de apariencia de piedad que de verdadera piedad. Y así lo denuncia Jesús en multitud de ocasiones. También la majestuosidad de Herodes era una apariencia de dignidad en un hombre carente de ella.

La hipocresía sirve para cubrir u ocultar, al menos temporalmente, ruindades, fealdades, mezquindades y corruptelas humanas. Por eso es también contagiosa, como la mentira, porque se presenta como un recurso útil para alcanzar ciertos objetivos o amparar ciertos intereses. De esta levadura quiere Jesús que se guarden sus discípulos, algo que no resulta nada fácil, como no es fácil mantenerse en la verdad o permanecer verdaderos en las palabras y en las obras. Es la dificultad que supone mantenerse libres de un fermento tan poderoso y extendido. Porque también nosotros recurrimos a las apariencias para ocultar la realidad. ¡Cuántas veces adoptamos comportamientos hipócritas! ¡Cuántas veces nos vemos ocupados en la tarea de mostrar la cara más amable de nuestra vida o la imagen más aceptable de nuestra personalidad, ocultando esos rasgos de la misma que, entendemos, van a contribuir a nuestro desprestigio o difamación! La hipocresía es, realmente, contagiosa, y tenemos que guardarnos de ella si no queremos ser una víctima más de su poder fermentante. Es la recomendación de Jesús. Tened, pues, cuidado con esa levadura que no es la que fermenta el pan, sino la que se apodera del alma.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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