La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

2.- NAZARET. LOS HERMANOS Y HERMANAS DE JESÚS

Mt 2, 23; Lc 2, 39-40; Mc 6, 3

José conocía bien las Escrituras y, como todos los judíos piadosos de su época, esperaba la llegada del Mesías. Ahora lo tenía en su propia casa. ¡Y él le enseñaba! No terminaba de acostumbrarse.

En diversas ocasiones los evangelistas nos muestran a José como un hombre inteligente que se cerciora bien antes de tomar una decisión, que saca adelante a la Sagrada Familia en situaciones difíciles… Sabía callar, y era discreto y fiel. Estaba acostumbrado a saborear en silencio el misterio de Jesús. Ningún otro hombre estuvo tan asociado a Él, a lo largo de tantos años y en una intimidad tan profunda. El enseñó a Jesús a trabajar.

En el evangelio puede verse el sustrato de la vida de Jesús en Nazaret, su mentalidad de hombre que ha trabajado, su aprecio por las manifestaciones del trabajo en el mundo… Conocía bien las faenas del campo y el oficio de los pastores: el cuidado de la viña, la unión de los sarmientos a la vid; sigue paso a paso las vicisitudes de la siembra: la simiente que cae en el camino, entre espinas, entre piedras, en buena tierra; la aparición de la cizaña; el grano que se pudre bajo tierra, el crecimiento invisible, pero cierto; la mies que blanquea cuando está lista para la siega; sabe cómo crece la mostaza y el modo de abonar una higuera. Sabe que -la Virgen y san José lo mencionarían en más de una ocasión- los primeros invitados a su nacimiento fueron pastores. Distingue el buen pastor (el que llama a cada oveja por su nombre, va a buscar a la perdida…) del malo, del mercenario, que no tiene interés por el rebaño…; otras veces se para en el que lleva a abrevar al buey o saca a la oveja caída en un barranco: Él se llama buen pastor. Muchas de estas escenas de su predicación ya las había visto en Nazaret. Tiene experiencia de los más diversos trabajos de su tiempo: cómo edificar una casa de modo que quien ponga la primera piedra pueda también colocar la última; y el mundo variado del comercio: en perlas, en vino, en paños; sabe lo que dan por un cuarto: dos gorriones; y la posibilidad de negociar con el propio dinero… En sus enseñanzas aparecen muchas ocupaciones humanas que Él pudo observar de cerca: el publicano o recaudador de impuestos, el alguacil, el juez, los militares, las plañideras, etc. También menciona distintas faenas caseras, que vería realizar a su Madre: la fabricación del pan, el barrido, el servicio doméstico, la necesidad de atender a la despensa… El público que le escuchará estaba compuesto la mayoría de las veces por gentes que trabajan y se afanan para una vida ordinaria llena de normalidad. Conoció el mundo del trabajo como alguien que lo había experimentado.

Durante estos años sin relieve externo, Jesús trabajó bien, sin chapuzas, llenando las horas. Nos es fácil ver al Señor recogiendo los instrumentos de trabajo, dejando las cosas ordenadas… Tendría Jesús el prestigio de quien realiza su tarea con perfección, pues todo lo hizo bien, también las cosas materiales.

El Señor conoció también el cansancio y la fatiga de la faena diaria, y experimentó la monotonía de los días sin relieve y sin historia aparente. Así fueron los días de Nazaret, en los que con esa tarea corriente estuvo también redimiendo al mundo[1].

Jesús no solo tuvo una familia; perteneció a la vez a un clan familiar, que aparece con cierta frecuencia en los evangelios. Tanto en hebreo como en arameo, para designar los parentescos de diferentes grados se emplea la palabra hermano. Esta palabra denota la importancia que todavía tenían la tribu y el grupo familiar. La expresión comprende a los hermanos, a los sobrinos, a los primos carnales o políticos, etc. Los hombres de un clan son todos hermanos en este sentido.

Jesús, como bien sabemos, no tuvo hermanos, hijos de José o de María. En ningún escrito del Nuevo Testamento se hace mención ni de un hijo de María ni de un hijo de José, fuera de Jesús.

Acerca de estos parientes de Jesús, san Pablo habla en su primera Carta a los Corintios de los hermanos del Señor como de un grupo de hombres respetables. En la Carta a los Gálatas, Santiago, el hermano del Señor, aparece como uno de los apóstoles. En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas menciona también a los hermanos de Jesús y los coloca después de María, la Madre de Jesús, al lado de los apóstoles.

Esta expresión, los hermanos, se presenta como una frase ya hecha, recibida de las primeras comunidades cristianas de Palestina. Procede de la manera de hablar aramea y pasa al griego conservando su sentido original primitivo. Mateo y Lucas dicen expresamente que Jesús no tuvo hermanos mayores, y este último descarta de manera categórica que después de Él María tuviera otros hijos. Solo Él es llamado el hijo de María.

En la vida pública del Señor aparece una buena parte de sus parientes. Cuando Jesús entra en conflicto con sus compatriotas, las gentes de Nazaret dicen despectivamente: ¿No es el hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? (Mc).

La madre de dos de ellos es nombrada en el Calvario, entre aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle y habían subido con Él a Jerusalén; esta mujer se llama María y es la madre de Santiago y de José (Mt; Mc). No es, como es lógico, la madre de Jesús[2].

San Lucas se refiere el domingo de resurrección a María la de Santiago (Lc) por el nombre de su hijo, que fue el más ilustre de los hermanos del Señor y del que habla frecuentemente en los Hechos de los Apóstoles como jefe de la Iglesia de Jerusalén[3].

Los otros dos hermanos, Judas y Simón, no son hijos de esta mujer; por consiguiente, son primos de Jesús por otra rama distinta. Igual ocurre con las hermanas de Jesús que aparecen en otros lugares del evangelio. Los habitantes de Nazaret se refieren a todos ellos con cierta afectación, queriendo probar así los lazos estrechos que unen al nuevo profeta con sus parientes, que no son sino campesinos o artesanos de pueblo, como lo fue Él mismo.

En sus últimos momentos en la Cruz, Jesús confiará su Madre al discípulo amado, como si se tratara de una mujer sola y sin hijos. La tradición es unánime desde los comienzos, al considerar que María no tuvo más hijos que Jesús.


[1] La consideración de la vida oculta del Señor nos habla de nuestra vida sencilla, que es también importante porque, unidas nuestras acciones a las de Jesús, tienen valor de corredención, y el alma crece día a día en amor a Dios y madurez sobrenatural. «Las obras del Amor son siempre grandes, aunque se trate de cosas pequeñas en apariencia» (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 44).

[2] San Marcos la menciona indistintamente como madre de uno o del otro: María la de José la tarde del viernes santo (Mc 15, 47), María la de Santiago el domingo de resurrección (Mc 1, 1). Mateo la llama simplemente la otra María, para distinguirla de María Magdalena, junto a la cual se sienta frente al sepulcro la tarde del viernes santo (Mt 27, 1) y con la que vuelve el domingo por la mañana (Mt 28, 1).

[3] San Juan habla de cuatro mujeres en el Calvario: su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena (Jn 19, 25). Es muy posible que esta hermana de la Virgen sea la madre de Santiago y José, de la que hablan Marcos y Mateo (P. R. BERNARD, El misterio de Jesús, vol. I, p. 214). Otros autores, entre ellos Prat, piensan que en el Calvario había tres mujeres y no cuatro: la madre de Jesús; su hermana María, mujer de Cleofás; y María Magdalena (F. PRAT, Jesucristo, vol. I, p. 482). Juan no escribe su nombre quizá para no subrayar que cuatro Marías rodearon a Jesús en su agonía.

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