Comentario – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

En aquel tiempo –refiere san Marcos- Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Betsaida era una localidad situada a orillas del mar de Galilea y cercana a Cafarnaúm. De allí eran algunos discípulos de Jesús como Simón Pedro, su hermano Andrés, y los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Pues bien, llegados a esta aldea pesquera, le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase. Los que le hacían esta petición confiaban en el tacto sanador de Jesús; pero eso buscaban el contacto. Jesús, como si quisiese reducir el impacto de su intervención dándole la mayor privacidad posible, sacó al ciego de la aldea, le untó la saliva en los ojos, le impuso las manos, y le preguntó: ¿Ves algo?

El ciego empezó a distinguir imágenes borrosas de hombres que le parecían árboles, pero que andaban. Jesús volvió a poner sus manos en los ojos del ciego, y éste comenzó a verlo todo con claridad. Estaba curado. Su sanador le despidió diciéndole que no se lo dijera a nadie en el pueblo. Seguramente no podría ocultar que había recuperado la vista, pero sí al menos el modo en que este hecho se había producido. Parece como si Jesús no quisiera que lo delatasen. Era evidente que deseaba hacer el bien, pero no quería que se hiciese publicidad de sus buenas y extraordinarias acciones.

De nuevo nos encontramos a Jesús atendiendo a las peticiones de los indigentes. Él se sabe el ungido y el enviado del que habla el profeta Isaías para dar la buena noticia a los pobres y anunciar el año de gracia del Señor. Este anuncio de gracia traía consigo tales dones. No puede, por tanto, negarse a las súplicas de los pobres de este mundo porque ha venido precisamente para atenderles y proporcionarles su medicina. Y esta labor se prolonga en el tiempo. También hoy sigue atendiendo a las peticiones a los que se confían a él y se ponen en sus manos para que les imponga esas manos de tacto sanador y salvífico. Porque no todos estamos ciegos, ni tenemos problemas de vista que requieran la intervención del oftalmólogo, pero podemos tener otras carencias e impedimentos que requieran la intervención medicinal de un sanador.

Tal vez necesitemos que el Señor nos dé una visión de más largo alcance o cure nuestra miopía; tal vez necesitemos que Dios nos dé o nos devuelva la capacidad de ver más allá de nosotros mismos, que nos permita ver a ese prójimo que no veíamos como una persona necesitada de nuestros cuidados y atenciones, de nuestros remedios y medicinas. Tal vez necesitemos que Dios nos dé vista para ver más allá de las apariencias, para ver lo que alberga el corazón, y comprender; tal vez necesitemos vista para ver en el hombre, en cualquier hombre, la imagen de Dios, para ver en el enemigo (incluido el ideológico) al prójimo, y en el prójimo a Cristo, y en Cristo (el Hijo) al Padre. Tal vez necesitemos que nos dé vista para vernos a nosotros mismos tal como somos, sin deformaciones ni aumentos, con nuestras virtudes y nuestras miserias y cobardías, para vernos y así poder emprender la tarea de reformar lo que deba cambiarse, de rejuvenecer lo que haya envejecido y de mejorar lo que haya empeorado. En fin, que es muy posible que necesitemos que Jesús nos conceda o nos devuelva una vista que no tenemos, una vista deficiente y necesitada también de sanación.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística