Locuras y arrebatos

Este sería un contexto posible para entender algo de las imágenes del evangelio de hoy: intentan decir algo de la desmesura, la esplendidez y la ruptura de límites de quien se siente bajo el impacto de una novedad asombrosa y poseído por la exaltación y el júbilo. Y ese acontecimiento excesivo consigue que lo que antes parecía intolerable, ahora resulta insignificante y desaparece bajo esa alegría torrencial.

En el fondo es la consecuencia de ese estado de éxtasis y arrebato que produce el enamoramiento: quien está viviendo esa experiencia de enajenamiento, se siente empujado más allá del umbral de la lógica y no se detiene ante lo que parece imposible: saltar tapias, andar sobre telas de araña, escuchar en plena noche el canto de los pájaros. Son imágenes que emplea el Romeo de Shakespeare para describir la exaltación de su amor y solo el Evangelio supera su audacia: sonreír después de recibir un bofetón, hacer un regalo al que acaba de despedirte, ofrecer también el reloj al que acaba de robarte la cartera.

Encontrar el Reino, según Jesús, desencadena toda clase de locuras e incongruencias: perdedores que ganan, granitos de mostaza convertidos en árboles, céntimos entregados que valen una fortuna, últimos que resultan primeros, caminantes descalzos que pisan escorpiones. Esa desmesura parece corresponder a las costumbres de Dios según cuenta la Biblia: el éxodo no fue un vadear arremangados el Mar de los Juncos buscando la orillita, sino un paseo triunfal sobre lo seco entre murallas de agua; llovió tanto maná que, como dicen los gallegos, “no daban acabado”; las codornices cayeron en modo diluvio; las murallas de Jericó se vinieron abajo solo con tocar las trompetas; la abundancia de peces casi hundió la barca en el lago, no sabían qué hacer con las sobras del banquete en el desierto y la abundancia de vino en Caná hubiera bastado para emborrachar a los paisanos de media Galilea.

Si en vez de en Israel Jesús hubiera nacido en Escandinavia o en Pomerania Occidental, su discurso hubiera sido probablemente más contenido y circunspecto y no hubiera usado imágenes tan disparatadas como las que de vez en cuando se le ocurrían. Pero era un judío de imaginación calenturienta y ahora nosotros pagamos las consecuencias.

Pero muy contentos, la verdad.

Dolores Aleixandre

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I Vísperas – Domingo VII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO VII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Rezad por los que os persiguen, así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Rezad por los que os persiguen, así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo», dice el Señor.

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Cátedra de san Pedro

1) Oración inicial

Concédenos, Dios todopoderoso, que, purificados por la penitencia cuaresmal, lleguemos a las fiestas de Pascua limpios de pecado. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Mateo 16,13-19
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»

3) Reflexión

● El evangelio de hoy habla de tres puntos: la opinión de la gente respecto a Jesús (Mt 16,13-14), la opinión de Pedro respecto de Jesús (Mt 16,15-16) y la respuesta de Jesús a Pedro (Mt 16,17-19).
● Mateo 16,13-14: La opinión de la gente respecto a Jesús. Jesús hace una pregunta respecto a la opinión de la gente respecto a su persona. Las respuestas son variadas: Juan Bautista, Elías, Jeremías, un profeta. Nadie acierta. Hoy también, es grande la variedad de opiniones de la gente respecto a Jesús.
● Mateo 16,15-16: La opinión de Pedro respecto a Jesús. Enseguida, Jesús pide la opinión de los discípulos. Pedro se convierte en portavoz y dice: “¡Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!” La respuesta no es nueva. Anteriormente, los discípulos habían dicho lo mismo (Mt 14,33). En el Evangelio de Juan, Marta hace la misma profesión de fe (Jn 11,27). Significa que en Jesús se realizan las profecías del AT.
● Mateo 16,17-19: La respuesta de Jesús a Pedro. La respuesta tiene varias partes:
– Bienaventurado tú Pedro Jesús proclama Pedro “¡Bienaventurado!”, porque recibiste una revelación del Padre. Aquí también la respuesta de Jesús no es nueva. Anteriormente, el había alabado al Padre por haber revelado el Hijo a los pequeños y no a los sabios e inteligentes (Mt 11,25-27) y había hecho la misma proclamación de felicidad a los discípulos porque estaban viendo y oyendo cosas que antes nadie conocía (Mt 13,16).
– Pedro es Piedra. Pedro debe ser piedra, esto es, debe ser fundamento firme para la Iglesia para poder resistir contra las puertas del infierno. Con estas palabras de Jesús, Mateo anima a las comunidades perseguidas de Siria y Palestina. A pesar de ser débiles y perseguidas, las comunidades tienen un fundamento firme, garantizado por la palabra de Jesús. La piedra, como fundamento de la fe, evoca la palabra de Dios al pueblo en exilio: “¡Escúchenme, los que van tras la justicia, ustedes, los que buscan al Señor! Fíjense en la roca de la que fueron tallados, en la cantera de la que fueron extraídos; fíjense en su padre Abraham y en Sara, que los dio a luz: cuando él era uno solo, yo lo llamé, o bendije y lo multipliqué.”. (Is 51,1-2). Indica un nuevo comienzo.
– Pedro, Piedra. Jesús da un nombre a Simón y lo llama Piedra (Pedro). Pedro es Piedra de dos formas: fundamento (Mt 16,18) y es piedra de tropiezo (Mt 16,23). En nuestra iglesia católica insistimos mucho en Pedro-piedra-fundamental. Pedro, por un lado, era débil en la fe, dividido, trató de desviar a Jesús, tuvo miedo en la huerta, se durmió y huyó, no entendía lo que Jesús decía. Por otro lado, era como los pequeños que Jesús proclamó bienaventurados. Siendo uno de los doce, se hace de ellos portavoz. Más tarde, después de la muerte y de la resurrección de Jesús, su figura creció y se volvió símbolo de la Comunidad. Pedro está firme no por mérito propio, sino porque Jesús rezó por él, para que su fe no desfalleciera (Lc 22,31-34)
– Iglesia, Asamblea. La palabra Iglesia, en griego eklésia, aparece 105 veces en el NT, casi exclusivamente en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas. En los evangelios aparece tres veces, solamente en Mateo. La palabra significa literalmente “convocada” o “escogida”. Indica a la gente se reúne convocada por la Palabra y trata de vivir el mensaje del Reino que Jesús trae. La Iglesia o la comunidad no es el Reino, pero sí uno instrumento y una muestra del Reino. El Reino es mayor. En la Iglesia, en la comunidad tiene que aparecer a los ojos de todos, aquello que acontece cuando un grupo humano deja que Jesús reine y sea el centro de sus vidas.
– Las llaves del Reino. Pedro recibe las llaves del Reino. Este mismo poder de atar y desatar es dado también a las comunidades (Mt 18,18) y a los otros discípulos (Jn 20,23). Uno de los puntos en que el evangelio de Mateo insiste más es la reconciliación y el perdón. Es una de las tareas más importantes de los coordinadores y coordinadoras de las comunidades. Imitando a Pedro, tienen que atar y desatar, es decir, procurar que reinen la reconciliación, la aceptación mutua, la construcción de la fraternidad.

4) Para la reflexión personal

● ¿Cuáles son las opiniones que existen en nuestra comunidad sobre Jesús? Estas diferencias en la forma de vivir y expresar la fe ¿enriquecen la comunidad o perjudican el camino y la comunión? ¿Por qué?
● ¿Quién es Jesús para mí? ¿Quién soy yo para Jesús?

5) Oración final

En ti, Yahvé, me cobijo,
¡nunca quede defraudado!
¡Líbrame conforme a tu justicia! (Sal 31,2)

¿Pide Jesús cosas imposibles?

1.- El amor rompe la cadena del odio. En las civilizaciones mesopotámicas se estableció la Ley del Talión para evitar venganzas desmedidas. La venganza sería proporcional al daño recibido. Jesús, en cambio, propone el perdón absoluto. Amor y perdón, dos palabras claves en el mensaje de las lecturas de este domingo. Fáciles de pronunciar, pero difíciles de practicar. Amar a los que nos aman puede ser interesado. El mérito está en amar a aquél que no nos puede devolver el amor, e incluso a aquél que nos odia. El Levítico advierte al pueblo para que deje a un lado el odio, el rencor y la venganza. Llega incluso a decir que cada uno debe “amar al prójimo como a uno mismo”. Jesús no sólo habla de amor al prójimo, también de amor al enemigo. ¿Cómo voy a amar a quien me hace daño? ¿Pide Jesús algo imposible de practicar?

2.- Amar también a los enemigos. ¿Por qué perdonar a nuestros enemigos? Porque Dios es el primero que nos perdona a nosotros, porque, como proclamamos en el salmo, “el Señor es compasivo y misericordioso”. El no nos trata como merecen nuestros pecados y derrama raudales de misericordia con nosotros. A mi recuerdo viene aquella anécdota en la que un niño, intrigado por las palabras de su catequista que le decía que Dios con su providencia infinita está siempre despierto velando por nosotros, le preguntó a Dios si no se aburría teniendo que estar todo el tiempo despierto. Dios le contestó al niño con estas palabras: “no me aburro, me paso el día perdonando”. Contrasta la “ternura” de Dios con aquella imagen de Dios “eternamente enojado”, que me parece muy poco acorde con el Evangelio. ¿Cómo puedo llegar a amar a un enemigo? Miremos a Jesús en la cruz. Dijo «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Estas palabras sólo se pueden pronunciar cuando se ve algo distinto de un populacho excitado sádicamente. Sólo lo puede decir cuando en todos los que rodean su cruz ve hijos pródigos y equivocados. El amor al prójimo no reside en un acto de la voluntad, con el que intento reprimir todos mis sentimientos de odio, sino que se basa en una gracia: en que se me dan unos nuevos ojos para ver al prójimo.

3.- Es la mirada de amor la que puede transformar el corazón de piedra del agresor. No cabe duda de que la violencia engendra violencia y esta rueda sólo se puede parar con la fuerza del amor. Hay un lado “provocador” en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: poned la otra mejilla, rezad por los que os persiguen, amad al enemigo, no juzguéis y no seréis juzgados. El amor puede hacer que el enemigo deje de ser enemigo y se convierta en un hermano, que reconozca su mal y trate de repararlo, que cambie de forma de pensar y de actuar. Es el amor: a diferencia de la justicia, y más allá de la justicia, el amor es por esencia gratuito y no responde a ningún derecho. No consiste, pues, en un intercambio: esto por aquello. Pues el amor sólo puede revelarse sin equívocos cuando es amor al enemigo, ya que nada cabe esperar del enemigo. Esto no quiere decir, claro está, que el amor consiste sólo en amar a los enemigos; pero sí quiere decir que el verdadero amor se manifiesta en el caso extremo de amar a los enemigos.

4.- Rezar el Padrenuestro con sinceridad. El amor al enemigo es un amor que acaba con el enemigo, pero no con el hombre. Es la única fuerza que puede batirse cuerpo a cuerpo con el odio. Frente al enemigo se pueden adoptar varias actitudes: suponer que no es enemigo, imaginar que aquí no ha pasado nada y no tomarlo en cuenta, en cuyo cosa todo seguirá igual; o enfrentarse al enemigo y responder a su agresión con las mismas armas, oponiendo odio al odio, en cuyo caso siempre vencerá el odio y caeremos en la espiral de la violencia; o, finalmente, y ésta es la actitud que nos pide Jesús, amar al enemigo y hacer bien a los que nos odian, conscientes de que el mejor bien que podemos hacer al enemigo es despojarlo de sus armas para ganarlo como hombre. Al rezar hoy el Padrenuestro no seamos hipócritas. Seamos sinceros al decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Seamos comprensivos y compasivos como lo es Dios con nosotros. Sólo así nos daremos cuenta de que lo que parece imposible es posible.

José María Martín OSA

Comentario – Cátedra de San Pedro

En cierta ocasión, nos refiere Mateo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Por el tenor de la pregunta, parece que Jesús tiene la intención de sondear la opinión pública que se han forjado sus contemporáneos de su persona. Ellos contestan lo que han oído entre la gente: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. La opinión generalizada es que se trata de un profeta que actualiza o reproduce la misión de antiguos profetas, de profetas de fama contrastada. Pero Jesús quiere ir más lejos; desea conocer su propia opinión. Ellos han estado más cerca de él; le han acompañado en sus correrías apostólicas; han sido testigos de sus actuaciones milagrosas; han observado el asombro que provocaba su enseñanza; tienen, por tanto, un conocimiento más acendrado, al menos más inmediato y próximo, de él. ¿Quién decís, vosotros, que soy yo? Porque algo tendrán que decir; porque tendrán una opinión formada, que no tiene por qué ser la de la gente del entorno.

Leyendo el texto, da la impresión de que aquella pregunta les dejó sorprendidos, como si no tuvieran una respuesta a mano. Jesús ciertamente era su Maestro. Ellos lo habían dejado todo para seguirle. Podían equipararle, como los demás, a uno de los grandes profetas de la antigüedad. Tal vez pensasen incluso que él era el Mesías anunciado y esperado. Pero ¿tenían una idea clara de lo que esto significaba? Lo cierto es que el único que tomó la palabra fue Simón Pedro, que dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Por lo que le responde después Jesús, podemos deducir que Pedro no era del todo consciente del alcance de sus palabras, pues le habían sido reveladas de lo alto: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo!

Si no se lo ha revelado nadie de carne y hueso, tampoco lo ha deducido de su propia observación. Podía tener una idea vaga de haber encontrado al Mesías anunciado; pero difícilmente podía identificar al Ungido de Dios con el Hijo de Dios vivo. Y eso a pesar de haber oído con frecuencia a Jesús referirse a su Padre del cielo. Lo seguro es que Jesús ve en la confesión de fe de Pedro una revelación del Padre. Ello, además de otras razones, le permite darle un puesto singular entre sus discípulos: Tú eres Pedro –tal es el nombre de la vocación o de la elección-, y sobre esta piedra –que eres tú- edificaré mi Iglesia. Para desempeñar esta función de cimiento dispondrá de las llaves del Reino de los cielos y podrá atar y desatar en la tierra, quedando sellada su actuación en el cielo.

De este modo la Iglesia de Cristo se convierte en Iglesia petrina: una Iglesia que se levanta también sobre la fe de Pedro. Para cumplir su singular misión, necesitará de la potestad de abrir y cerrar (el poder de las llaves), de atar y desatar (el poder de absolver y de retener, de excomulgar y de reconciliar), es decir, la potestad de gobierno, no en solitario, porque no dejará de formar parte del colegio apostólico, pero sí en singular, como miembro preeminente de ese colegio, como «Papa». A esa función primacial corresponde la vigilancia sobre el depósito doctrinal para que no se falsee ni se deforme, la salvaguarda de la unidad en la Iglesia, la defensa de toda la grey frente a las posibles y reales agresiones, el cuidado pastoral del rebaño a él encomendado: apacienta a mis ovejas.

Pedro ha de tener sucesor porque Jesús ha querido a Pedro como «piedra» de su Iglesia. A la Iglesia de Cristo no debe faltarle nunca esta piedra que sustenta el edificio. El primado de Pedro se convierte así en un elemento esencial de esta construcción (= institución) querida expresamente por Cristo para prolongar su misión en el mundo. Apreciemos en todo su valor este elemento de la estructura eclesial y recemos en estos días tanto por el Papa que nos deja como por el que nos será dado en poco tiempo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

281. En este marco se sitúa la formación de la conciencia, que permite que el discernimiento crezca en hondura y en fidelidad a Dios: «Formar la conciencia es camino de toda una vida, en el que se aprende a nutrir los sentimientos propios de Jesucristo, asumiendo los criterios de sus decisiones y las intenciones de su manera de obrar (cf. Flp 2,5)»[155].


[155] DF 108.

La medida del amor es el amor sin medida

1. En este domingo debemos reflexionar sobre las dos últimas antítesis que Jesús pronunció en el sermón del monte: perdonar a los que nos ofenden y amar al enemigo. Es decir, que seguimos hablando de la plenitud de la ley, de la ley que, según Jesús, no cumplían en su plenitud los escribas y los fariseos. La primera de las antítesis hace referencia al mandato que establecía la llamada ley del talión, tal como está escrita en el libro del Éxodo, 21, 25: ojo por ojo y diente por diente. La ley del talión era considerada por los judíos como una ley sagrada, dada por Moisés a su pueblo, para impedir la venganza desproporcionada e indiscriminada. En su momento, fue una ley buena y necesaria. Pero Jesús de Nazaret les pide a sus discípulos que ellos vayan mucho más allá de la ley, que si reciben una bofetada en la mejilla, no sólo no respondan con otra bofetada en la mejilla del agresor, sino que presenten mansamente la otra mejilla. Yo no sé si nosotros, en nuestro comportamiento diario, somos más partidarios de la ley de Moisés, que del consejo de Jesús. Pero lo que sí sé es que la plenitud del perdón, según el mandamiento de Jesús, nos obliga a no devolver mal por mal, sino a vencer el mal con el bien. Los cristianos debemos ofrecer mansedumbre y paz siempre, incluso a los que nos ofenden o injurian injustamente. Es evidente que ahora existen los tribunales de justicia, y que también los cristianos tenemos derecho a hacer uso de ellos cuando lo creamos justo y conveniente. Pero en la convivencia de cada día debemos esforzarnos en parecer y en ser siempre mansos y humildes de corazón.

2. La segunda de las antítesis que nos presenta Jesús este domingo se refiere al amor a los enemigos: “Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. ¿Es posible amar a los enemigos? Afectivamente, casi nunca es posible, pero lo que nos manda Cristo no es que amemos afectivamente a los enemigos, sino que les hagamos el bien y recemos por ellos. Esto no sólo es posible hacerlo, sino que haciéndolo nos sentiremos mucho mejor. La apalabra <amar> a una persona significa en este caso hacerle el bien, rezar por ella. Nos dice Jesús que si hacemos esto actuaremos como verdaderos hijos de Dios, de un Dios padre de todos, que hace salir el sol sobre buenos y malos. Amar a una persona en la medida en la que ella nos ama, es relativamente fácil; amar a una persona más allá de la medida en la que ella nos ama, es difícil. Eso es amar sin medida, amar con la medida de Dios. Muchas personas dicen: yo perdono, pero no olvido. Pues si perdonan en sentido cristiano, ya es suficiente. Olvidar, ya sabemos que, psicológicamente, es imposible y nadie nos lo va a exigir. Esa es la paz de conciencia que nos debe dar la religión, ante las injurias, los insultos y los daños no merecidos. El perdón es la cara humilde del amor; el que sabe perdonar, sabe amar.

3. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Este pensamiento que San Pablo escribe a los primeros cristianos de Corinto es un pensamiento que nos debe llenar de paz y, al mismo tiempo, de responsabilidad. El templo no es sagrado por la riqueza arquitectónica de sus muros, o por la suntuosidad interior y exterior que presenta al que lo mira. El templo es sagrado porque es la casa visible donde Dios se manifiesta. Si nosotros somos templos de Dios, debemos presentarnos a los demás como personas en las que Dios habita y en las que Dios se manifiesta. Dios quiere vivir en nosotros como un Dios bondadoso y lleno de amor. Si sabemos vaciarnos de nuestro yo vanidoso y carnal, Dios podrá manifestarse en nosotros como un Dios Amor, como el Dios de Jesucristo. Así cada uno de nosotros será un templo vivo de Dios, porque el Espíritu de Dios habita en nosotros.

Gabriel González del Estal

No hay que devolver mal por mal

1.- SED SANTOS, PERFECTOS.- Dios es el Santo. Nadie como Él es justo y bueno, distinto y singular, trascendente y diverso. Por eso los que ha elegido para formar parte de su Pueblo, los que creen el Él, han de ser santos, perfectos, hombres consagrados para servirle. De hecho, al ser bautizado el creyente es consagrado, santificado. Todo su ser queda, en cierto modo, separado del uso meramente profano, su persona queda consagrada a Dios. De tal forma que cuanto el bautizado haga, si permanece unido al Señor por la gracia, viene a ser algo grato al Señor, algo también santo. El estar consagrado implica dedicación a Dios, y por eso mismo supone también perfección.

En efecto, cuanto se consagraba a Dios había de ser intachable, sin el menor menoscabo. Por eso la consagración supone santidad, e implica también perfección y rectitud en el orden moral. El creyente, mediante el Bautismo, es un ser sagrado, queda constituido en hijo de Dios, y como tal ha de comportarse. Lo dirá expresamente Jesús: «Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto». El lugar paralelo de san Lucas formula de otra forma lo mismo al decir: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Es una aclaración muy provechosa, ya que es en la misericordia donde está el aspecto divino que podemos imitar. Hay que extirpar como mala hierba cualquier tendencia que nos incline al rencor o al odio. Más aun hay que fomentar el deseo de ayudar al prójimo en cuanto podamos, no sólo en el plano moral sino también en el material. Hay que aprender a ponerse en el lugar del prójimo, de ese que está junto a nosotros. Hay que amar al otro como a uno mismo.

En otra ocasión Jesús nos dará una medida aun mayor para la práctica de la misericordia, para vivir el amor. Como yo os he amado, nos dice, así habéis de amaros los unos a los otros. Por tanto, la medida de amor que tiene el Corazón divino de Jesús, esa ha de ser nuestra propia medida. Sólo así llegaremos a esa perfección y santidad que el Señor nos exige.

2.- OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE.- Este pasaje corresponde a una de las antítesis que Jesús pronuncia en el Sermón de la Montaña. Aunque es cierto que la Ley sigue en vigor, hay sin embargo un modo nuevo de vivirla, una exigencia de mayor interiorización y autenticidad en su cumplimiento. Así dirá que el mandamiento de no matar implica también un respeto hacia el hermano, hasta el punto que quien se enfade contra su prójimo, o le insulte, es reo de juicio o del fuego de la Gehenna.

En el caso de la ley del Talión, Cristo abre unas perspectivas nuevas. Es cierto que el ojo por ojo y diente por diente en la ley del Talión era un modo de atemperar la venganza personal o la represalia. Se intentaba, en efecto, que quien se tomara la justicia por su mano no se excediera, llevado por su indignación ante el daño sufrido, y causara un mal desproporcionado. Sin embargo, Cristo considera que hay que desechar todo deseo de venganza o de justa compensación por el daño sufrido. Según la doctrina evangélica, no hay que enfrentarse a quien nos perjudica, no hay que devolver mal por mal. Aunque eso sea lo normal, e incluso podemos decir que lo natural.

Jesucristo, por el contrario, desea que actuemos, no como hijos de los hombres, sino como hijos de Dios. Es decir, quiere que nos parezcamos más a nuestro Padre Dios. Y si Él no distingue entre buenos y malos a la hora de mandar la lluvia o de hacer salir el sol, tampoco quienes somos sus hijos podemos dejarnos llevar de criterios meramente humanos. Hemos de luchar por ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, o, como dice el paralelo de Lucas, hemos de ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso.

Antonio García-Moreno

Descubrieron al Dios de la libertad y del amor

1.- Continuamos escuchando en el Evangelio de Mateo la aplicación de las bienaventuranzas a la vida de la comunidad cristiana, dentro de este capítulo 5 que venimos escuchando en las últimas semanas y que termina hoy. En las tres lecturas hay una llamada a ser santos (“sed perfectos”, dice Jesús). Y esa santidad pasa necesariamente por el mandamiento del amor, que es el que empapa todo el mensaje de Jesús, y que vamos viendo aplicado desde las bienaventuranzas hasta el texto de hoy en su forma más radical. Esa llamada a la santidad contrasta con el estar sometidos a nuestra condición de seres humanos, imperfectos, limitados. Cuando comenzamos la Eucaristía lo hacemos reconociéndonos necesitados de Dios, pecadores. Pero Dios sabe bien de nuestra frágil naturaleza, porque se ha encarnado, ha sido uno de nosotros. Y nos sigue llamando y convocando a ser perfectos, a vivir el amor como Él lo vivió. Porque sólo el amor vivido así, a su estilo, hará posible nuestra santidad.

2.- Ese amor de nosotros hacia Dios no se puede improvisar. Es un amor que nace de una experiencia religiosa, una experiencia que da sentido a toda nuestra vida. Para el pueblo de Israel, esa experiencia fue la de sentirse liberados. Descubrieron a un Dios preocupado por sus vidas, por sus sufrimientos. Descubrieron a un Dios que se les dio a conocer liberándolos de la esclavitud de Egipto. Descubrieron al Dios de la libertad y del amor. Años más tarde, esa experiencia religiosa se “enfrió”, por decirlo de alguna manera, o quizás se “descafeinó”. Y se “escondió” a ese Dios del amor y de la libertad debajo de un montón de normas que hacían la vida más difícil, en vez de todo lo contrario. Entonces llegó Jesús, y comenzó a “desvelar” al Dios del amor y de la libertad que estaba en el origen de la experiencia religiosa de aquel pueblo. Y Él mismo se convirtió en experiencia de amor y de liberación para cuantos le siguieron, desde entonces hasta hoy.

3.- Detrás de esa experiencia de amor y libertad que los cristianos descubrimos no pueden haber obligaciones, sino gratitud. Gratitud hacia un Dios que se ha hecho uno de nosotros y ha dado su vida para que tengamos Vida eterna. Gratitud a un Dios que no deja nunca de preocuparse por sus hijos e hijas, especialmente por los más pobres e indefensos. Gratitud hacia un Dios que nos ama y nos ha amado incondicionalmente, sin nosotros pedírselo, ni merecerlo. Esa es la experiencia religiosa que tiene que estar en el origen de nuestro seguimiento de Jesús. Si está, descubriremos que es el amor el motor y el sentido de nuestras vidas, el amar al estilo de Dios, al estilo de Jesús. Pero si no está, todo nos vendrá cuesta arriba, desde el venir a Misa, hasta el desprendernos de lo nuestro para que otros puedan vivir dignamente, y no digamos el “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por os que os persiguen y calumnian”, que propone hoy el Evangelio.

4.- Ante las dificultades de la vida, los cristianos confiamos en el amor, que está avalado por una experiencia religiosa: sentirnos amados y ayudados por un Dios que se ha comprometido por nosotros. Es el mismo Dios del amor y de la libertad al que el pueblo de Israel descubrió y siguió. Y el mejor agradecimiento que podemos mostrarle es el vivir unidos, en comunidad, en Iglesia, siendo todos, una gran familia. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. Es lo que Pablo les dice a los recién bautizados de la comunidad de Corinto. Todos los bautizados formamos un solo cuerpo, somos parte de la misma comunidad, de la misma parroquia, y estamos llamados a ser un signo de unidad para las personas que conviven con nosotros. “Mirad como se aman”, era la expresión de la gente cuando veían el estilo de vida de los primeros cristianos.

5.- La Eucaristía es el momento de mayor agradecimiento de los cristianos. Es cuando damos gracias a Dios por la entrega de su hijo Jesús. Es cuando fortalecemos nuestra experiencia religiosa para salir a la vida de cada día y ser testigos de ese Dios del amor y de la libertad que se ha comprometido con la humanidad y que nunca nos va a abandonar. Nuestro compromiso es vivir en acción de gracias, vivir amando. Termino con una frase que leí al preparar esta reflexión: “amar igual que Dios, solo Dios; pero amar a su estilo, es posible”. Proclamemos nuestra fe como comunidad cristiana en el Dios que nos ama y nos ha hecho libres para responderle con gratitud.

Pedro Juan Díaz

Incluso a los enemigos

Es innegable que vivimos en una situación paradójica. «Mientras más aumenta la sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan». Así decía hace unos años, en su documento final, la Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.

No parece haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen».

Y, sin embargo, quizá es la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.

Alguien ha dicho que «los problemas que solo pueden resolverse con violencia deben ser planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecer soluciones técnicas a los conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud hemos de abordarlos.

Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de odio y violencia. Al mal se le vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King, «el último defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».

Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.

Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción del adversario.

Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos.

José Antonio Pagola