El otro llega a ti como ola

Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todos los ámbitos de nuestra existencia; pero el único principio esencialmente cristiano, el amor al enemigo, está olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Somos muy cristianos pero no seguidores de Jesús.

En los evangelios se percibe la lucha por asumir el mensaje de Jesús. Cuando Pedro pregunta a Jesús: ¿cuántas veces tengo que perdonar, hasta siete veces? Jesús le responde: setenta veces siete. Es decir siempre. Pero aún se acepta que hay algo que perdonar. Lo que está insinuando Jesús es que no tienes nada que perdonar. Nadie tiene capacidad de ofenderte si tú no recibes voluntariamente el regalo envenenado que alguien te ofrece.

Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente» Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Tenemos asumido que la meta es la justicia, identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad al servicio del ego y el juridicismo occidental, que nos envuelve, nos impiden la comprensión del mensaje cristiano.

Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario.

Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas la fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia.

Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si fuera capaz de demostrarle que con su actitud se esta haciendo un daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud.

Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo» Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor para comprender este amor está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano. Ni siquiera nuestra razón nos puede llevar a ese nivel.

Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El “enemigo” era siempre el extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.

¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a él a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia de que todos somos una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.

Enemigo es el que tiene una actitud de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos.

Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrar arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente. Incluso si la ola es muy potente, en la arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza.

¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los que pretenden incordiarte y convertirte en enemigo van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti. Si eres roca el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos quedaréis dañados. Si eres playa toda agresividad quedará neutralizada y no percibirá la más mínima agresión. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior.

Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante.

En contra de lo que se nos ha repetido hasta la saciedad, Dios no ama a los buenos, sino que Él es Ágape para todos y a todos nos unifica en Él. De la misma manera, el amor que yo tengo a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o tiene, sino por el amor de Dios que ya está en mí. El amor no es respuesta a las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo afecta al otro como objetivo, como meta.

Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que todo lo que hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia ni filosofía ni moral ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar.

Meditación

No pretendas ir a nadie como ola agresiva.
Pero al que venga hacia ti con violencia,
acógele con suavidad y quedará frustrado en su actitud.
No pretendas amar a otro mientras le veas enemigo.
Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo,
porque eso depende exclusivamente de ti.

Fray Marcos

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II Vísperas – Domingo VII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO VII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan,
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.+

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 1P 1, 3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza vida, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó al mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle con alegría:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Te damos gracias, Señor, porque, a través del mundo, nos has revelado tu poder y tu gloria;
— haz que sepamos ver tu providencia en los avatares del mundo.

Tú que, por la victoria de tu Hijo en la cruz, anunciaste la paz al mundo,
— líbranos de toda desesperación y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
— concédeles que cooperen, con sinceridad y concordia, en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos, fortalece a los débiles,
— para que en todo se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú, que al tercer día, resucitaste gloriosamente a tu Hijo del sepulcro,
— haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

De la venganza al amor

Generosidad frente a venganza

El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad de Lamec, que anuncia: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (muerte por cicatriz) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse.

En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde:

Que un dios o un mortal venga sobre ellos…

− ¿Cómo juez o como vengador?

− Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”.

− Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego?

− ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal?

Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recu­rre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús.

De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega. 

Amor al enemigo

El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»).

Es cierto que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero es una interpretación demasiado benévola.

El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.

Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman?

No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».

Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18)

La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar.  De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad.   

El Salmo 102

El tema de la bondad de Dios es fundamental en este Salmo, del que la liturgia recoge algunos versos. El Dios que nos perdona, compasivo y misericordioso, es el mejor ejemplo y estímulo para amar y perdonar al prójimo.

José Luis Sicre

Examen de cristianismo

1.- Vosotros sabéis, mis queridos jóvenes lectores, que lo primero que un medico hace ante un enfermo, es comprobar si tiene fiebre y cual es su tensión arterial. (Ya sé que no siempre es así, es puro ejemplo). A partir de estos datos generales, podrá investigar, tratar de descubrir lo que padece. O reconocer que no hay que preocuparse, pues ha sido una falsa alarma lo que le ha hecho acudir al lugar.

Es muy legítimo que uno se pregunte, en el ámbito espiritual, cual es su estado, si goza de salud o si su situación es preocupante. (Ya sabéis que hay enfermedades que pasan una larga temporada de vida latente y cuando se hacen visibles son difíciles de erradicar). En el evangelio de la misa de hoy, se nos da una respuesta. Estamos estos domingos aprendiendo criterios de vida, faltan todavía dos meses para que el testimonio de la Pasión y muerte del Señor, nos invite a “doctorarnos” en la Fe.

2.- En primer lugar Jesús, como buen maestro, empieza por recordar los criterios vigentes entonces. Recuerda la llamada “ley del talión”. Aunque os pueda resultar cruel eso del “ojo por ojo, diente por diente” tal enunciado supuso un adelanto de importancia histórica. El hombre siente en su interior un vehemente instinto de venganza y tales normas supusieron la regulación del castigo espontáneo y de la agresión incontrolada. Se dio esta ley y algo mejoró. No obstante, Jesús, que no viene a abolir, sino a mejorar, enriquece las normas de la justicia, invadiendo la interioridad personal de caridad. Y ahí está el secreto y la grandeza.

3.- No invalida la justicia. Defender al inocente, será norma cristiana. Aunque deba recurrirse a la violencia. Él mismo la practico, con mesura y sin dejarse arrastrar por instintos fanáticos incontrolados, en aquella ocasión en la que expulsó a los mercaderes de la explanada del Templo. Condena con dureza a aquellos que por falsa piedad y taimado egoísmo, desamparan a sus padres (Mt 7,11). En ningún momento condena el oficio de juez y reconoce implícitamente su necesidad (Mt 5,25 y otros).

4.- Pero la imagen del Señor no es la de un quijote justiciero. Jesús pone el acento en la bondad, la caridad y la generosidad. Aceptar la bofetada con serenidad, puede conducir al que la da al estupor, a preguntarse el porque del pacífico comportamiento del que la recibe y, a la larga, a adentrase por los caminos del Señor. Según se nos dice, la causa más eficaz de la conversión del pagano mundo romano, no fue la astucia de los apologetas cristianos, que los hubo y de categoría, San Justino es un ejemplo admirable. Lo que causó admiración, fue ver como se amaban los cristianos. Morir abrazados y cantando en las arenas del circo, sin proferir insultos ni amenazas, fue la mejor prueba de la calidad de su religiosidad.

5.- A quien pide, no nos dice el Maestro que le demos lo que solicita, sino que le demos más. Vosotros sabéis, mis queridos jóvenes lectores, mi enojo ante la práctica de cobrar entrada en algunas iglesias de estos pagos (por si lo ignoráis, os advierto que ni en el Vaticano, ni en ninguna de las basílicas romanas, se cobra entrada. Excuso decir que tampoco en Nazaret, ni en Belén, ni en el Santo Sepulcro). Pues bien, yo estoy convencido de que si este mensaje que os envío yo ahora, os llegara del “puño y letra del Señor”, añadiría: no os limitéis a poner un letrero que señale que la entrada es gratuita, como en cualquier establecimiento comercial. A quien se acerque, saludadle cordialmente, abridle la puerta y acompañadle a un lugar donde se sienta bien. Quien por la calle os pregunte una dirección, no le contestéis diciéndole: después del semáforo, tome la derecha hasta la quinta travesía, tuerza entonces a la izquierda y vaya siguiendo hasta encontrar una plaza, cerca de allí la encontrará. Al que os solicite, de acuerdo con el tiempo que dispongáis, acompañadlo. En una ocasión, al llegar a una gran población para mí desconocida, rogué que me indicaran donde podía aparcar. La persona que me estaba esperando, me dijo: déjame el coche y te lo haré yo. Al volver, me entregó el volante correspondiente, diciéndome: lo tienes pagado hasta tal hora. Así se comporta un buen cristiano.

El termómetro de la caridad, es la capacidad de perdonar. Creo que fue el canciller Adenauer el que, en su visita a Israel, empezó su discurso diciendo: a veces es imposible olvidar, pero siempre es posible perdonar. La distinción es importante. Os confieso sinceramente, que no he olvidado al chico que hace 70 años, se me llevó una pelota. Recuerdo que en mi primera confesión, me fue difícil perdonarle. Ahora, cuando por Burgos paso por el lugar de autos, sonrío en mi interior, pese a recordar el incidente.

6.- El evangelio de hoy exige que nos demos cuenta de que una cosa es el comportamiento de un buen ciudadano, el de un correcto burgués, el de un educado hijo de vecino y, con frecuencia, otra la del buen cristiano. Os pongo un ejemplo que os puede parecer tonto. Cuando llego a un lugar y voy a aparcar mi utilitario, no lo hago de cualquier manera, donde hay sitio. Pienso en el que vendrá después de mí y que si estaciono en el medio, tal vez impida que él pueda hacerlo. Aproximarme al de delante, exigirá maniobras adicionales, mucho más cuando de mañana pretenda marchar, pero mis convicciones cristianas me dictan normas que a un correcto conductor nadie le exige. Es un sencillo ejemplo, que cada uno de vosotros examine su común proceder, para comportarse como buen cristiano.

Pedrojosé Ynaraja

Comentario – Domingo VII de Tiempo Ordinario

Volvemos a escuchar un nuevo pasaje del Sermón de la Montaña. En él Jesús prolonga las aplicaciones de su nueva ley, esa ley que no es abolición de la antigua, sino plenificación: dando plenitud (a lo mandado desde antiguo), Jesús hace de la Ley antigua algo nuevo. Porque a lo mandado antiguamente: Ojo por ojo y diente por diente se propone otro modo de accionar y reaccionar: No hagáis frente al que os agravia, de modo que si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra.

La distancia entre este modo de actuar y aquel es enorme. Parece incluso que se está pidiendo lo contrario. La ley del Talión era una ley que pretendía evitar abusos, poner límites a la sed de venganza humana, impedir los excesos en la respuesta a una agresión, daño u ofensa, instaurar un estado de estricta justicia conmutativa o un régimen de compensación proporcional al daño recibido: ojo por ojo, pero no más. Es una ley de compensación paritaria que perseguía en último término -según la interpretación más benevolente- hacer desistir a los malos de la tentación de hacer el mal en su provecho, porque, conforme al Talión, el mal causado revertería sobre ellos en la misma proporción. No obstante, poner en ejecución esta ley era introducir un mecanismo de acción y reacción de difícil clausura o de término incierto, como el círculo vicioso.

Jesús, en su nueva ley, ni siquiera recurre a esta justicia que aspira a cobrarse lo debido. No hagáis frente al que os agravia. ¡Qué diferente suena esto al ojo por ojo y diente por diente! Al que te abofetea, no le devuelvas la bofetada; hazle frente, presentándole la otra mejilla. Éste es el modo cristiano de hacer frente al agravio y al mal. Y no por eso es menos efectivo. Cuando al mal se hace frente con el mal, se suele instaurar un círculo vicioso de difícil salida. Para terminar con él hay que abandonar el camino del Talión, hay que dejar de responder al mal con el mal o al agravio con el agravio; porque, de no hacerlo así, no parece divisarse otra salida que la aniquilación de los contrarios. Jesús invita a sus seguidores no sólo a no responder al mal con el mal, sino a responder al mal con el bien: no sólo a no responder a la bofetada con otra bofetada, sino a presentar la otra mejilla, a darle también la capa, a acompañarle dos millas, a no rehuir el préstamo que se pide; en fin, a hacer el bien a los que nos quieren mal y a rezar, que es otro modo de hacer el bien, por los que nos persiguen y calumnian.

También se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigoPero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Si nos atenemos a la naturaleza de las cosas, lo lógico es amar a los que nos aman o hacer el bien a los que nos hacen bien. Es la justa correspondencia al amor recibido. Pero el amor a los enemigos se presenta casi como algo contrario a la naturaleza. Ésta tiende a rechazar lo que percibe como extraño o nocivo. Es el efecto rechazo tan característico de los trasplantes de órganos o esa xenofobia tan connatural a las sociedades que sufren la afluencia incontenible de emigrantes y extranjeros. Entendemos, pues, que haya que amar al prójimo que nos está afectivamente próximo o que pertenece a nuestra familia o al círculo de nuestros amigos, socios, correligionarios o simpatizantes; por tanto, personas con las que tenemos cosas más o menos importantes en común más allá de la comunidad de linaje. Pero al enemigo hay que combatirlo o, al menos, ignorarlo, si ello es posible; si no odiarlo, al menos combatirlo. Y en el combate puede hacerse incluso odioso, porque rivaliza con nosotros o porque persigue nuestro daño o eliminación. ¿Cómo amar o desear el bien de aquel que no persigue otra cosa que nuestra eliminación?

Esta es la mentalidad que acaba imponiéndose tantas veces en el espacio de nuestras relaciones humanas. Por eso la formulación antigua del mandamiento (amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo) nos resulta connatural: el prójimo merece ser amado; pero el enemigo debe ser excluido, porque no merece ser catalogado como prójimo. La ley eximía, pues, de la obligación de amar al enemigo, a quien no consideraba prójimo. Pues bien, Jesús viene a superar la imperfección de esta ley, o mejor, interpretación excluyente o reductiva de esta ley, para llevarla a su plenitud; y lo hace universalizando el precepto e incluyendo al enemigo en la categoría del prójimo que debe ser amado, es decir, haciendo extensible el precepto del amor incluso a los indignos del mismo: Amad (también/incluso) a vuestros enemigos: amad incluso a los que consideráis indignos de vuestro amor; amad incluso a los que se presenten a vuestra mirado como poco amables, más aún, como odiables porque os han hecho daño arrebatándoos algo muy valioso para vosotros, porque os hacen la vida imposible, porque os niegan el saludo, porque se oponen continuamente a vuestros planes, porque os quitan el pan de vuestros hijos o porque os han privado de la vida de un hijo.

Amad a vuestros enemigos, porque esto es lo que hace Dios cuando hace salir su sol (ese sol que da la vida en la tierra) sobre buenos y malos y cuando manda la lluvia (tan necesaria para la vida en la tierra) sobre justos e injustos. El amor de Dios es universal. Y esto es lo que Dios espera de sus hijos: que amemos como Él, que reaccionemos ante el mal sufrido en propia carne como Él, que no hagamos distinción entre justos e injustos a la hora de hacer el bien, que no consideremos prójimos únicamente a los que nos son afectivamente próximos, sino a todos aquellos que Dios nos ponga en nuestra proximidad para hacer de ellos destinatarios de nuestra benevolencia. Y sólo obrando así seremos hijos de este Dios o mostraremos que somos hijos de este Dios. No obrar así significa poner en cuestión o dar motivos para poner en cuestión nuestra filiación divina.

Porque mar a los que nos aman, saludar a los que nos saludan, hacer el bien a quienes nos hacen bien no es sino la natural reciprocidad que surgen en las relaciones humanas. No es nada extraordinario. Eso lo hacen paganos, publicanos, ateos y hasta terroristas y asesinos con sus amigos y familiares. A nosotros, los cristianos, nos corresponde hacer lo extraordinario, porque somos extraordinarios, esto es, porque estamos investidos de una fuerza sobrenatural, de la fuerza del Espíritu de Cristo, de la vida de Dios Padre, de la mentalidad del mismo Cristo. Debido a esto, se nos puede pedir la perfección del obrar, que Jesús pone en el amor, incluyendo a los enemigos (los más difíciles de amar, los menos amables). Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto: con la perfección que muestra el mismo Dios, a su modo. Decir perfección es decir ‘acabamiento’, pero también proceso de acercamiento hacia ese modo acabado de ser. Y el modo acabado del ser humano no encontramos en Jesús. Ser perfectos como Dios Padre es aspirar a la perfección humana (y sobrehumana) que encontramos en el que ha dado muestras sobradas de haber amado incluso a sus enemigos, Cristo Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

282. Esta formación implica dejarse transformar por Cristo y al mismo tiempo «una práctica habitual del bien, valorada en el examen de conciencia: un ejercicio en el que no se trata sólo de identificar los pecados, sino también de reconocer la obra de Dios en la propia experiencia cotidiana, en los acontecimientos de la historia y de las culturas de las que formamos parte, en el testimonio de tantos hombres y mujeres que nos han precedido o que nos acompañan con su sabiduría. Todo ello ayuda a crecer en la virtud de la prudencia, articulando la orientación global de la existencia con elecciones concretas, con la conciencia serena de los propios dones y límites»[156].


[156] Ibíd.

Lectio Divina – Domingo VII de Tiempo Ordinario

… pero yo os digo: amad a vuestros enemigos
Mateo 5, 38-48

1. ORACIÓN INICIAL

¡Ven , Señor,
sopla tu aliento como  la brisa primaveral
que hace florecer la vida y abre al amor,
o sé como el huracán que desata fuerzas desconocidas
y levanta energías latentes.
Sopla tu aliento sobre nuestra mirada
para llevarla hacia horizontes más lejanos y más amplios
trazados por la mano del Padre.
Sopla tu aliento sobre nuestros rostros entristecidos
para devolverles la sonrisa
y acaricia nuestras manos cansadas para reanimarlas
y volverlas gozosamente a la acción
para realizar el proyecto evangélico.
Sopla tu aliento delicado desde la aurora
para llevar consigo
todas nuestras jornadas en un arrebato generoso.
Sopla tu aliento al acercarse la noche
para conservarnos en tu luz y fervor.
Pasa y permanece en toda nuestra vida
para renovarla y donarle las dimensiones
más verdaderas y profundas:
las que están esbozadas en el Evangelio de Jesús.

(cfr. P. Maior).

2. LECTURA

a) Clave de lectura

El 7º domingo Ordinario, desafortunadamente celebrado de tarde en tarde, por cuanto está inserto en el breve período entre el tiempo de Navidad y la Cuaresma, nos enfrenta con uno de los pasajes evangélicos más radicales, provocadores y, al mismo tiempo, consoladores que un cristiano pueda encontrar: las palabras conclusivas de la ‘antítesis’ del discurso de la montaña.

La primera lectura, tomada del Levitico (19,1-2; 17-18), es un texto de la  “ley de santidad”. Se remite directamente a la segunda parte del texto evangélico, con el mandamiento de amar “al prójimo” y el estrecho paralelismo con la última frase de las palabras del Señor.

La segunda lectura ( 1 Cor 3, 16-23) nos muestra un posterior desarrollo del tema evangélico: el camino de la santidad cristiana que, en cuanto humanamente paradójico, es difícil de comprender y practicar, es posible por nuestra recíproca pertenencia a Dios, al cual estamos consagrados y que se nos da enteramente en el amor, haciéndonos capaces de amar a los hermanos como Él, a causa de Él y en Él.

El  denominado “ discurso de la montaña”, al que pertenece nuestro texto, es el primero de los grandes discursos de Jesús que caracterizan el primer evangelio y comprende los capítulos 5-7. Este largo discurso que se abre con la célebres y siempre provocativas “bienaventuranzas”, puede ser todo él interpretado a la luz de las afirmaciones de Jesús sobre el cumplimiento de la Ley: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” ; «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.” (5,17.20).

Nuestro texto pertenece a la segunda sesión del discurso, la que expone la “nueva ética” que viene a completar y perfeccionar la que está basada en la ley mosaica y que se caracteriza por afirmaciones que, partiendo de una palabra de la Ley o de un modo de aplicarla, comienzan con la frase “ pero yo os digo” , abriendo la enunciación de una nueva norma ética que no anula la precedente, sino que la reinterpreta a la luz de la interioridad humana habitada e instruida por Dios mismo y por el ejemplo de su comportamiento. De este modo, Jesús se presenta y viene propuesto por el evangelista como un émulo de Moisés, que tiene , cuanto menos, la misma autoridad del gran caudillo hebraico.

Los versos del evangelio de este domingo son justamente los últimos de esta serie y contienen las últimas dos ‘antí-tesis’ o ‘hiper-tesis’ , entre sus estrechas conexiones, e introducen  expresiones de una sabiduría moral elevadísima y fundada en una fe en Dios como Padre y Señor omnipotente y misericordioso, de gran pureza y fuerza. A la luz de las otras lecturas de la celebración de este domingo, las radicales exigencias éticas de Jesús que hoy escuchamos se han de ver no como el resultado de un comportamiento heroico, sino más bien como el fruto pleno de una vida cristiana de gran calidad y siempre más plenamente conforme a “la imagen del Hijo” (Rm 8,29).

b) El texto: Mateo 5,38-48

38 «Habéis oído que se dijo:  Ojo por ojo y diente por diente.
39 Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra:
40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto;
41 y al que te obligue a andar una milla vete con él dos.
42 A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
43 «Habéis oído que se dijo:  Amarás a tu prójimo  y odiarás a tu enemigo.
44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan,
45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?
47 Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?
48 Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

3. MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

Para que la Palabra de Dios entre en nosobros e ilumine nuestra vida.

4. PARA QUIENES QUIERAN PROFUNDIZAR EL TEXTO

Partimos de la consideración de que el discurso de la montaña no es una “ley casuística”, es decir la enumeración de “casos éticos” con la solución que conviene a cada uno. Al contrario, como bien ha dicho el estudioso J. Ernst: “ Considerados como normas éticas estas exigencias ( del discurso de la montaña) quedan privadas de todo sentido. Su significado reside, más bien, en su función de signo y de indicación. Quieren , en efecto, llamar la atención drásticamente sobre la nueva pépoca de salvación iniciada con Jesús. El mandamiento del amor ha adquirido ahora una última acentuación.”

Mateo 5,38:la exhortación de Jesús parte de la “ley del talión”, precepto nacido de la voluntad civil de evitar las venganzas desordenadas, especialmente si eran exageradas, usando un criterio de proporcionalidad entre el mal inferido y el “devuelto” y, sobre todo, reservando el ejercicio en el ámbito judicial.

Mateo 5,39a: El intento evidente de Jesús no es la condena de la antigua “ley del talión” con todos sus rigores. Lo que él pretende sugerirnos es una orientación de vida práctica, que se conforme con la infinita bondad y misericordia del Padre celeste como comportamiento global del vida, posible gracias al anuncio del reino. Los discípulos de Jesús deben portarse según un criterio que supera, en fuerza de un amor desbordante, la inclinación natural de exigir el respeto absoluto de los propios derechos. A quien es de Cristo se le pide vivir según la generosidad, el don de sí, el olvido de los propios intereses, no dejándose llevar por la tacañería, sino mostrándose benévolo, perdonando, dando prueba de grandeza de ánimo.

Se trata de un modo práctico, aunque también radicalísimo, para la interpretación de las bienaventuranzas de los mansos (Mt 5,5).

Mateo 5,39b-42:He aquí los ejemplos concretos de la magnanimidad (que es tener un animus magnus) que debe caracterizar al cristiano, llamado a conceder más de lo que se le pide o pretende él. Naturalmente, no se trata de una ley absoluta que se convertiría en una agitación social de toda la vida civil, sino de un modo de mostar el espíritu de amor también hacia quien ha hecho el mal. El mensaje de fondo contenido en estos célebres ejemplos  vienen a corregir profundamente el contenido de la “ley del talión” y no se puede comprender correctamente sino a la luz de ella.

Al creyente se le pide que interprete cada situación, también las de gravísima dificultad, desde el punto de vista del amor de Dios que ya ha recibido, realizando un salto de calidad radical en el modo de afrontarla: no más la represalia o la venganza y ni , mucho menos, la defensa de sí mismo y de los propios derechos, sino la búsqueda del bien de todos, también de quien hace el mal. De este modo se rompe y se nos libera de la cadena, que podría volverse interminable, de la venganza o incluso de la violencia para rebatir y hacer justicia, quizá con el riesgo de caer en la espiral del mal por impulso de un celo excesivo; se nos confía a la justicia, siempre mejor, de Dios Padre.

San Pablo expresa todo esto de modo magnífico: “ Sin devolver a nadie mal por mal;  procurando el bien ante  todos los hombres:  en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres;  no tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice la Escritura:  Mía es la venganza: yo daré el pago merecido,  dice el Señor.  Antes al contrario:  si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza.  No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.” (Rom 12, 17-21).

La interpretación viva de estas normas éticas se encuentra en el comportamiento general y en los diversos episodios de la pasión de Jesús: cuando reacciona con serenidad y firmeza ante los golpes durante el proceso hebraico ( Jn 18,23); cuando no huye ante el arresto e impide a Pedro que combata por él ( Jn 18,4-10); cuando perdona a los crucificadores ( Lc 23,34) y acoge en el paraíso al ladrón ( Lc 23,40-43). Sabemos que la clave de lectura de la pasión de Jesús es el amor de Dios a todos los hombres ( Jn 13,1; 15,13).

Un héroe de la no-violencia, Martin Luther King, escribió: “ Los océanos de la historia se hicieron turbulentos por los flujos, siempre emergentes, de la venganza. El hombre no es llevado nunca por encima del mandamiento de la lex talionis: “ Vida por vida, ojo  por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.” A pesar del hecho de que la ley de la venganza no resuelve ningún problema social, los hombres continúan dejándose llevar por su desastrosa guía. La historia se hace eco del estruendo de la ruina de las naciones y de los individuos que han seguido este camino autodestructivo.

Jesús afirmó elocuentemente desde la cruz una ley más alta. Él sabía que la antigua ley del ojo por ojo habría dejado a todos ciegos, y no trató de vencer el mal con el mal; vence el mal con el bien.

Crucificado por odio, responde con amor excesivo.

¡Qué magnífica lección! Generaciones surgirán y caerán; los hombres continuarán adorando al dios de la venganza y postrándose ante el altar del talión; pero siempre y por siempre esta noble lección del Calvario será una apremiante exhortación  de que sólo la bondad puede eliminar el mal y sólo el amor puede derrotar el odio.” ( La fuerza de amar, Societá Editrice Internazionale, Torino, 1994, p.65).

Mateo 5,43:  El mandamiento veterotestamentario que Jesús cita es el resultado de la combinación de una cita del Levítico ( 19,18) y las palabras extrabíblicas “ y odiarás a tu enemigo” que procede de una mentalidad confusa, totalmente negativa hacia los paganos, vistos como enemigos de Dios y, por tanto, del Pueblo de Dios que los rechaza totalmente para evitar ser contagiados por su idolatría y sus malas costumbres morales.

Mateo 5,44a:El evangelista usa , significativamente, el verbo agapào para indicar el deber cristiano de amar a los enemigos más allá de cualquier  procedencia o más allá de todo tipo de amistad. Se trata del verbo más característico del comportamiento de Dios hacia los hombres y de  los hombres hacia Dios y hacia los propios semejantes: una voluntad radical de bien gratuito y oblativo. Este precepto, ciertamente nuevo y en muchos aspectos sorprendente, completa las enseñanzas precedentes de Jesús y se refiere a la  “justicia sobreabundante” que comenzó  el discurso de la montaña. Hasta esta altísima meta él pretendía llevar a sus discípulos: “ Amad a vuestros enemigos.”

Los enemigos de los que se habla son aquí, específicamente, los perseguidores, los paganos, los idólatras, los que más directamente contrastan el ideal cristiano, viniendo a constituir una amenaza para la fe. De todos modos, son el prototipo y el símbolo de todo enemigo. El cristiano debe usar hacia ellos la misma benevolencia que se tiene con los hermanos en la fe. No sólo la tolerancia, el amor en general o la amistad, sino el amor profundo y desinteresado de sí que el creyente puede tomar del corazón de Dios y aprender de su ejemplo, viéndolo en la creación y en la historia del universo.

Mateo 5,44b: «Amad y orad, amad hasta la plegaria”. Es el don supremo que se puede hacer al enemigo, porque pone en acción la máxima energía interior: la fuerza de la fe. Es más fácil ofrecer un gesto externo de ayuda o de socorro que no desear íntimamente, en el corazón y en verdad, el bien del enemigo tanto de hecho como desde la intención en la plegaria delante de Dios. Si se ora por él, pidiendo para él la gracia y la bendición, quiere decir que se desea su bien. Por tanto se es sincero en el amor. La plegaria es la recompensa del cristiano a las injusticias del enemigo.” (OP).

Mateo 5,45:Jesús explica por qué se debe amar a los enemigos. La filiación de la que habla, que en este texto no excluye la que se da por creación y por adopción, es ante todo la de la semejanza de nuestros sentimientos con los de Dios. El cristiano debe imitar en la vida cotidiana la bondad de su Padre celeste.

Amar al enemigo de este modo lo vuelve a hacer hijo del Padre celeste en cuanto es fruto del deseo de amar como Él.

Cierto, la identidad de los hijos de Dios no es estática, sino que surge de un proceso dinámico. Quiene son hijos de Dios por el bautismo van viviendo plenamente y creciendo en la misma lógica del Padre, por tanto también teniendo gestos de amor que revelan su semejanza con Dios. Ya que Dios es bueno e imparcial, sus hijos son buenos e imparciales, capaces de regular su amor no según sus méritos ajenos, sino que sobre el amor y el cuidado de cualquier ser viviente es objeto continuamente de parte del amor de Dios.

Cuanto más nos dejamos llenar por la gracia divina más se puede poner en práctica este mandamiento, más testimonio dará el Espíritu Santo a nuestro espíritu de ser hijos de Dios (cfr Rm 8,16).

Mateo 5,46-47:la verdadera diferencia entre los cristianos y los otros hombres consiste en el comportamiento y en la capacidad de amar también a quien sea “naturalmente” no amable.

Mateo 5,48: Perfecto (teleios, completo- en este caso en el amor).

De nuevo Jesús relaciona el mandamiento del amor al enemigo con el ejemplo del Padre, con la acción que él cumple cada día en beneficio de todos y que es fruto de su corazón lleno de amor, que Él, el Hijo, conoce profundamente. Este es el corazón que late en la moral cristiana la cual no es norma, ley, observancia, sino comunión de vida con este Padre dada por el  Espíritu    Santo: “ la ley del Espíritu, que da vida en Cristo Jesús” ( Rm 8,2).

En esta comunión el cristiano se empapa  del mismo amor del Padre, un amor que pretende cambiar a  los enemigos en amigos; que cambia a los malos, haciéndolos buenos.

Isaías de Nínive, en el comentario al v.45, afirma: “Cerca del Creador no hay cambio, ni intención de que sea anterior o posterior;en su naturaleza no hay ni odio, ni resentimiento, ni lugar más grande o más pequeño en su amor, ni después ni antes en su conocimiento. De hecho si todos creen que la creación se inició como una consecuencia de la bondad y del amor del Creador, sabemos que este motivo no cambia ni disminuye en el Creador como consecuencia del curso desordenado de su creación.

Sería muy odioso y blasfemo pretender que existen en Dios el odio o el resentimiento- y menos hacia los demonios- o imaginarse alguna otra debilidad o pasión… Por el contrario, Dios actúa siempre con nosotros a través de lo que nos sea ventajoso, sea para nosotros causa de sufrimiento o de alivio, de alegría o de tristeza, sea insignificante o glorioso. Todo se orienta hacia los mismos bienes eternos.” ( Discursos, 2ª parte, 38,5 e 39,3).

5. ALGUNAS PREGUNTAS

Para ayudarnos en la meditación y en la oración.

– Me detengo: ¿sé que estas palabras son para mí, en este hoy mío? ¿Jesús me habla a mí, en la situación en que vivo en este preciso momento de mi vida?
– ¿Tomo bien en serio estas palabras del evangelio?
– ¿Cómo vivo  estas normas éticas altísimas pero, sin embargo, ineludibles?
 “Yo os digo que no os enfrentéis con el malvado”
“Si uno te golpea en la mejilla derecha preséntale también la otra…”
“ Amad a vuestros enemigos y rogad por quienes os persiguen”

“ Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo.”
– Me examino: ¿cuáles son mis modelos de conducta cuando me encuentro en situaciones de dificultad? ¿Cuando me siento agredido o tratado injustamente?
– Y cuando advierto la falta de amor de los otros o su aversión hacia mí, ¿cómo reacciono? ¿Mi modo de actuar en estas situaciones según qué criterios se rige?
– ¿En mi plegaria me enfrento con el ejemplo de Jesús? ¿Veo, al menos un poco, al Padre que es Padre misericordioso de todos los seres del universo y que a todos mantiene en la existencia?
– ¿Es ahora tiempo de hacer un paso hacia delante en mi modo de actuar: invoco al Espíritu Santo para que me conforme interiormente con la imagen de Jesús, haciéndome capaz de amar a los otros como Él y a causa de Él ?

6. ORAZIONE

La Palabra de Dios nos ofrece un himno magnífico para nuestra plegaria.

La belleza y la actualidad del famoso “himno de la caridad” ( 1Cor 13,1-9.12b-13) vienen intensificadas para nosotros, al orarlo, si probamos  sustituir la palabra “caridad” por el nombre de Jesús, que es el amor divino encarnado y que es fiel reflejo del amor del Padre hacia todas sus criaturas:

 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles,
 si no tengo caridad,
 soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía,
 y conociera todos los misterios
 y toda la ciencia;
aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas,
 si no tengo caridad,
 nada soy.
 Aunque repartiera todos mis bienes,
 y entregara mi cuerpo a las llamas,
 si no tengo caridad,
 nada me aprovecha.
 La caridad es paciente,
 es servicial;
 la caridad no es envidiosa,
 no es jactanciosa,
 no se engríe;
 es decorosa;
 no busca su interés;
 no se irrita;
 no toma en cuenta el mal;
 no se alegra de la injusticia;
 se alegra con la verdad.
Todo lo excusa.
 Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.
 La caridad no acaba nunca.
 Desaparecerán las profecías.
 Cesarán las lenguas.
 Desaparecerá la ciencia.
 Ahora conozco de un modo parcial,
 pero entonces conoceré como soy conocido.
 Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres.

Pero la mayor de todas ellas es la caridad!

7. ORACIÓN FINAL

Oh Dios, que, en tu Hijo desnudo y humillado en la cruz, has revelado la fuerza de tu amor, abre nuestro corazón al don de tu Espíritu y haz que, acogiéndolo, se rompa en nosotros la cadena de la violencia y del odio que nos llevan al estilo de vida de quienes no te conocen, para que en la victoria del bien sobre el mal manifestemos nuestra identidad de hijos de Dios y testimoniemos tu evangelio de reconciliación y de paz.

¿Un amor imposible?

1.- Echemos un vistazo a nuestro alredor. Incluso, aquí dentro de la iglesia. Hay personas que por timidez, o soberbia, o miedo a no se sabe que contagio, ni siquiera aceptan dar la paz a sus vecinos. Y si dicho vistazo es fuera del templo, pues, incluso, la cosa de agrava. Caras hoscas en el metro o por la calle. Silencio sepulcral en un ascensor con las miradas puestas en el techo. ¿Esto es amor? ¿Y si somos así con los más cercanos, con los que tienen que ser nuestros amigos, nuestros próximos, que no haremos con quienes nos ofenden, nos zahieren o, incluso, nos persiguen? Es decir, si ni siquiera somos capaces de amar a los más próximos, a los prójimos, ¿cómo es posible que Jesús de Nazaret nos pida amar a los enemigos? ¿Qué nos pide? ¿Un amor imposible? No, no. Es un amor posible si nos dejamos de inundar del Espíritu de Cristo y de su amor surgido desde lo más profundo de la divinidad.

2. – El Sermón de la Montaña ha sembrado nuestra inquietud. Lo hace siempre, cada año, cuando se inicia por el sacerdote que proclama el Evangelio, la enumeración de las bienaventuranzas. Hemos oído muchos comentarios, numerosas homilías, hasta leído libros enteros dedicados a la gran proclama de Jesús de Nazaret. Pero seguimos sin entender. No son dichosos los que lloran, ni los que son perseguidos por causa de su creencia justa. No están contentos los pobres, más bien reniegan de su falta de buena suerte. ¿Y, entonces, que es lo que pasa? ¿Qué es lo que Jesús nos quiere decir?

3.- Una preocupación que siempre me asalta es si, verdaderamente, nos tomamos en serio a Jesús de Nazaret y a su Evangelio. Hay muchas formas de obviar lo que es obvio. Jesús nos dice: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. Pero nosotros interpretamos esto como un algo figurado. O como máximo: aguantar a los que nos fastidian, a los que nos caen mal, aunque sean buenísimos. Pero no es eso. Tenemos que amar a nuestros enemigos y hemos de rezar por los que nos persiguen y nos calumnian. ¿Habéis visto algo más terrible que el efecto de una calumnia, las implicaciones de una mentira que una vez propalada por alguien nos hace mucho daño, provoca la desconfianza de los más cercanos, de la gente que más nos quiere? Sabemos que se nos ha calumniado para hacernos daño, mucho daño, para hundirnos, para perder nuestro trabajo y hasta nuestra familia. Y, sin embargo, Jesús me dice que tengo que rezar por quien me calumnia y desearle bien y paz. ¿Es soportable? Parece que no, pero… Lo peor, desde luego, es no aceptar el consejo de Jesús por su imposibilidad y dejarlo todo pasar como si no fuera con nosotros. ¿No será mejor, en el caso de la duda, que le preguntemos al mismísimo Maestro lo que podemos hacer? Y que nos ayude con su fuerza y amor a seguir el camino que nos marca. La terrible, insisto, en dejarlo pasar y así no hacer sitio en nuestro corazón al mensaje de Jesús y dejarnos vencer por lo que nos rodea. Por un mundo de egoísmo y de desamor.

4.- Y si la exigencia de Jesús para nosotros hoy es casi inabordable decir que lo era mucho más para sus hermanos de religión de aquel entonces. Lo que entendemos como la Ley del Talión, y que aparece, por ejemplo, en el Antiguo en Éxodo 21:23-25, en Levítico 24:18-20 y en Deuteronomio 19:21, era una limitación en el exceso de venganza. Es decir, proporcionar la respuesta al mal recibido y no propasarse. Al final el “ojo por ojo” y el “diente por diente” obligaban a que el ofendido tuviera que respetar la vida de quien le había agredido, cosa que no era muy frecuente, la vida no valía mucho. Por eso los judíos se creían virtuosos en esa forma de contención. Pero Jesús no admite la devolución de la ofensa, ni siquiera limitando su efecto al, como decía, mal recibido. Todo el evangelio de Mateo de hoy y el correspondiente al domingo anterior es ir corrigiendo la ley mosaica para llevarla al principio del amor. Lo que queda por saber es si, incluso, los más cercanos, sus discípulos, entendían o aceptaban lo que Jesús decía. La lectura de todos los textos de los cuatro evangelistas nos demuestran que mucho, mucho, no le entendían; y que tuvo que llegar, primero, la Resurrección y, luego, la fuerza del Espíritu Santo para que comenzaran a hacer suya la doctrina de Jesús.

5.- Nuestro caso no es igual. La Iglesia lleva más de 20 siglos leyendo y analizando las Escrituras. Y algo, aunque sea conceptualmente, está en nosotros. Pero fuera del conocimiento de los textos, tenemos poco de lo que Jesús desea que debiéramos tener. Los enemigos son los enemigos y, ya se sabe, “al enemigo ni agua”. Pero no puede ser así. No podremos dormir tranquilos sabiendo que no aceptamos lo que Jesús nos enseña por su dificultad. Tampoco es válido decir que todo está dicho de manera figurada y que merece un análisis actualizado. La frase de “amar a nuestros enemigos es clara y sólo puede entenderse en el sentido claro que expresa. Lo demás sería mentir u ocultar el mensaje de Cristo.

Puede, finalmente, que tenga algo de amor imposible lo que Jesús nos pide, que sintamos amor por nuestros enemigos. Pero ello viene a desactivar la violencia surgida de la venganza. Además el sentimiento vengativo enloquece. Eso está claro. Lo que hemos de hacer es tan sencillo como lo que sigue: leer con atención todo el capítulo quinto de Mateo y pedirle a Dios ayuda para poder desarrollarle. Pedirle que su amor nos llegue y sane nuestras heridas. Dios es amor. Y nosotros hemos de implorar que ese amor no sea un imposible para nosotros. Pedir a Dios fe en el Amor.

Ángel Gómez Escorial

¡Un imposible sin Dios!

No resulta fácil, por propia voluntad, el amor a los enemigos por parte del ser humano. ¿Responder al odio con amor? ¿A la violencia con la mansedumbre? ¿A la afrenta con la humildad? ¿Cómo llegar a ese grado de exquisitez cristiana? ¿Cómo regalar bien ante el mal? Ni más ni menos que, colocando en el centro de nuestra existencia, a Dios mismo. El es la fuente de la bondad y, cuando Dios configura totalmente el vivir cotidiano de una persona, esa misma persona, es capaz de llegar al grado de perfección o a esa utopía que nos puede parecer el evangelio de este día.

1.- La característica esencial de Dios es la bondad misma, el amor mismo. Y, Dios, no puede hacer otra cosa que eso: amar. Podrán muchos de sus hijos olvidarle, ultrajar su nombre y dudar de su existencia. Dios, por el contrario, responderá una y otra vez con lo que tiene y ofrece espontáneamente: amor

Dios siempre está dispuesto a perdonar. Esa es la diferencia entre EL y nosotros; por inercia y sin esfuerzo alguno, perdona, olvida y entrega amor. Nosotros, desde nuestra humanidad, dosificamos el perdón, nos cuesta olvidar y el amor lo damos también con cuentagotas. Por ello mismo, el final del evangelio de este evangelio, nos retrata: vivir con Dios significa aspirar a su perfección; ver las cosas como Dios mismo las ve y reaccionar, incluso en situaciones ilógicas y contradictorias, desde el testimonio de la fe. ¿Imposible? ¡No con Dios!

2.- Se suele decir que, las imitaciones, son siempre malas. Pero, la vida de un cristiano, debe ser un imitar las actitudes, pensamientos, obras y deseos de Cristo. Por lo tanto, abrirnos sin desmayo y sin miedo, mirar hacia el cielo cuando se nos hace sufrir en la tierra, meditar la gran lección que Jesús nos da en la cruz (su amor universal) pueden ser perfectamente unos claros síntomas de que queremos vivir según El y que, entre otras cosas, deseamos ansiar (llevándola a la práctica) la perfección cristiana: en el encuentro con numerosos prójimos, manifestarles (y hasta asombrarles e impresionarles) por la viveza y sinceridad de nuestro amor.

3.- Cinco enemigos se levantan en contra de esta aventura del amor a los enemigos y del deseo de agradar a Dios siendo, allá donde estamos, imagen de su amor: el egocentrismo ( mirarnos a nosotros mismos); el egoísmo (querernos demasiado); individualismo (vivir como si todo dependiese de nosotros); el racionalismo (pensar en lo que perdemos o ganamos, cuando prima el pensamiento antes que la fe o la religión) y la ausencia de Dios (cuando en el centro instalamos exclusivamente nuestro propio bienestar y dejamos a un lado al Señor). Frente a estos enemigos tendremos muchas armas para hacerles frente: la oración, la solidaridad, la fe, la comunidad y las promesas de Jesús que, por la fuerza del Espíritu, nos asiste hasta el día en el que vuelva definitivamente. ¿Cómo nos encontrará? ¿Luchando contra los enemigos de la vida cristiana o sometidos a ellos? ¿Amando a “los nuestros” o brindando nuestra amistad a los que piensan de distinta manera a nosotros? ¿Con las puertas abiertas a la fraternidad o con los balcones cerrados a lo que ya tenemos conquistado? Ojala que, el Señor, nos ayude a hacer de nuestra vida una ofrenda y un amor que no sea excluyente. Lo tenemos difícil pero, con El en medio, puede ser posible.

4.- ¿CÓMO ME PIDES TANTO, SEÑOR?

¿Sonreír al que deteriora e invade mi vida,
perdonar a quien me afrenta
ayudar a quien me arruina
y asistir a quien me olvidó un mal día?
¿CÓMO ME PIDES TANTO, SEÑOR?
¿Amar al que tal vez nunca me amó,
abrazar al que, ayer, me rechazó,
llorar con el que, tal vez,
nunca yo encontré consuelo en la aflicción?
¡Cómo, Señor! ¡Dime cómo!
Cuando ya es difícil amar al que nos ama
Caminar con el que queremos
entregarnos al que conocemos
o alegrarnos con el que nos aplaude
¡Cómo, Señor! ¡Dinos cómo hacerlo!
Cuando nos cuesta rezar por los nuestros
o prestar nuestra mejilla
a quien ya nos da un beso
Cuando es duro el ser felices
con aquellos que con nosotros conviven
¿CÓMO NOS PIDES TANTO, SEÑOR?
Ayúdanos a estar en comunión permanente con Dios
y entonces, Señor,
tal vez no nos parezca tanto ni un imposible
ser cómo Tú eres y llevar a cabo lo que Tú quieres:
AMOR SIN CONDICIONES.
Amén.

Javier Leoz

Salirse de lo común

A principios de febrero surgió esta noticia: Una mujer se toma la justicia por su mano y pega una paliza al presunto violador de su sobrina. Cuando nos encontramos con sucesos de este tipo, es muy común escuchar reacciones de apoyo y justificación o, por lo menos, de comprensión. Pocas personas se atreverían a criticar en público una actuación semejante aunque no les pareciera bien, y menos aún defenderían a la persona agredida, porque en el fondo pensamos que “se lo merecía”.

La impresión de que “la ley favorece al delincuente” hace que algunas personas, desengañadas de la justicia que parece no tener recursos suficientes para actuar en defensa de las víctimas, o al menos para darles una adecuada compensación, se tomen la justicia por su mano.

Por eso no es de extrañar que algunos, al escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, las reciban como algo imposible de cumplir y que, incluso, que van contra la razón humana. Se entienden mejor las referencias al Antiguo Testamento: “Ojo por ojo, diente por diente”; “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Esto sí que es algo comúnmente aceptado.

Pero el camino de Jesús, el camino que Él mismo recorrió y que lleva a la salvación y a la vida eterna, el camino por el que nos invita a seguirle… ese camino no es el comúnmente aceptado.

Es un camino para salirse de lo común, y por eso nos cuestiona: Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Si nuestros pensamientos, criterios, reacciones… son los comúnmente aceptados, ¿en qué se nota que somos cristianos? ¿Y para qué?

Si queremos no sólo llamarnos, sino ser de verdad cristianos, seguidores de Cristo, hemos de salirnos de lo común. Pero pensamos en lo que Jesús ha dicho y nos vemos incapaces de cumplirlo. Pero ésa es una meta a largo plazo, todo tiene su proceso, y la Palabra de Dios nos da indicaciones para ir saliéndonos de lo común, y alcanzar esa meta. Como indicaba la 1ª lectura, hay que empezar por las personas más cercanas a nosotros:

No odiarás de corazón a tu hermano… No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes: es inevitable que en las familias se produzcan enfrentamientos, disputas… pero no hay que dejar que los malos sentimientos arraiguen en nuestro corazón, creando divisiones que perduren en el tiempo.

De nuestro círculo familiar pasamos a aquellas otras personas con las que habitualmente nos relacionamos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De momento, entendemos “prójimo” en un sentido restringido, referido sólo a aquéllos que consideramos “de los nuestros”, y con quienes debemos tener una relación buena, afable, afectuosa…

Hasta ahora, seguimos el camino comúnmente aceptado. Pero como Jesús nos enseñó con la parábola del buen samaritano, “prójimo” es toda persona que se cruza en mi camino y por eso amplía el concepto hasta incluir incluso a nuestros enemigos: amad a vuestros enemigos. Y esto sí que se sale completamente de lo comúnmente aceptado.  

Las palabras de Jesús nos pueden sonar a un imposible, pero si las “traducimos” a hechos de nuestra vida, encontraremos modos de aplicarlas: No hagáis frente al que os agravia… en lugar de ponernos a discutir acaloradamente al recibir una ofensa, podemos optar por callar.

Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra: en lugar de responder al mal con más mal, podemos optar por romper con la espiral de violencia.

Y ante la frase que quizá más dura nos resulta: Amad a vuestros enemigos, Jesús añade: rezad por los que os persiguen y calumnian. Éste es el primer paso que debemos dar, aunque nos cueste hacerlo, para salirnos de lo común y poder avanzar por la senda de la perfección. Y podemos dar este paso porque como nos recordaba san Pablo en la 2ª lectura: ¿No sabéis que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (Lc 18, 27), y nosotros hemos recibido su mismo Espíritu. Jesús no nos pide un imposible. Si queremos ser de verdad cristianos, la oración constituye el primer paso que debemos dar para salirnos de lo común, como Él lo hizo.