Las tentaciones

1.- El seguimiento de Cristo con el análisis objetivo de situaciones nos da conocimiento de que existe la tentación y que viene de fuera. Hemos dicho alguna vez que una de las sorpresas más notables que se lleva el recién convertido es que la vida religiosa no es una fantasía, un ensueño o un engaño. La búsqueda continuada de un análisis certero de nuestro comportamiento nos da objetividad. Cuando pensamos en la naturaleza exacta de algo que hemos hecho, no vamos a engañarnos a nosotros mismos con agravamiento o atenuación de dichos comportamientos. Llamaremos al pan, pan; y al vino, vino; y eso continuamente. Entonces se vive en un régimen de objetividad que antes no era así cuando no analizábamos a la luz del camino de Cristo nuestros acontecimientos.

Sobre esta base, se detecta la tentación como un engaño continuado. La tentación está habitualmente en la cercanía de alguno de nuestros anhelos o en las zonas de nuestra voluntad que son más débiles. No es extraño que el sexo, el dinero, la supervivencia ocupen lugares importantes en el repertorio de nuestras tentaciones. Son instintos y realidades muy metidos dentro de nosotros y, por ello, nos hacen vulnerables. Pero la forma de la tentación siempre será un engaño, un camino de confusión o una realidad modificada sutilmente.

2.- El texto de Mateo nos señala que Cristo, como hombre, fue tentado. Algunos tratadistas señalan que, tal vez, el diablo no supiera con exactitud quien era Jesús. No es probable, pero se puede pensar que Jesús en su condición humana era proclive a la recepción de la tentación, como cualquiera de nosotros. Y ahí es donde el Malo jugó su carta. La sutileza en las «propuestas» es muy significativa: paliar el hambre, obtener el poder, demostrar su condición divina. Pero la perversidad de las mismas está en la posibilidad de acometerlas dentro de un engaño generalizado. Ni hacia falta tirarse desde lo alto del templo, ni tampoco era necesario para Jesús el dominio temporal de todos los reinos de la tierra y, por supuesto, la solución al problema del apetito tras el ayuno tenía otra solución menos truculenta que la conversión de piedras en pan. Todo estaba lleno de engaño. Y la tentación es eso: un engaño que te conduce a un acto pecaminoso. Pero el principio de ella es solo un engaño, una irrealidad.

3.- Jesús fue tentado como nosotros y eso nos une aún más con El. Hemos de pedirle amparo en tiempo de tentación y, nosotros de nuestra parte, tenemos que no sucumbir al engaño. No es baladí la idea que aparece más arriba: una cierta objetivación de nuestra conducta y proceder nos ayudará. El Maligno suele provocar curiosas marañas para confundirnos. Si, efectivamente, el cristiano siente dentro de sí la presencia de Dios y a veces aprecia situaciones o momentos en los que está presente la mano de Dios; no es difícil, tras el análisis, de ciertos momentos, posiciones y suposiciones, que el demonio existe, porque a nosotros solos no se nos pueden ocurrir engaños tan bien urdidos.

Ángel Gómez Escorial