1.- Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse para su misión. La experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos muestra la realidad de nuestra pobreza. Por eso tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos pavor ante el silencio. Surge la tentación, la prueba…..Sin embargo, el exponerse a una prueba es lo que hace progresar al deportista o al estudiante.
* Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras:
— El hambre, que simboliza todas las «reivindicaciones» del cuerpo.
— La necesidad de seguridad, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.
— La sed de poder, el temible instinto de dominación.
2.- ¿Por qué fue tentado Jesús? San Agustín nos dice que permitió ser tentado para ayudarnos a resistir al tentador: «El rey de los mártires nos presenta ejemplos de cómo hemos de combatir y de cómo ayuda misericordiosamente a los combatientes. Si el mundo te promete placer carnal, respóndele que más deleitable es Dios. Si te promete honores y dignidades temporales, respóndele que el reino de Dios es más excelso que todo. Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele que sólo la verdad de Dios no se equivoca. En todos los halagos del mundo aparecen estas tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia». La diferencia entre Jesús y nosotros es que el triunfó donde nosotros sucumbimos.
3.- No podemos obviar la realidad del pecado. Tenemos que hacer nuestra la súplica del salmo: «Misericordia, Señor, hemos pecado». Sólo el reconocimiento de nuestro pecado nos pone en disposición para captar la generosidad del perdón de Dios. Es el don gratuito de la amnistía que Dios nos regala a raudales. El pecado es dejarse llevar por la sinrazón. Es el engaño que nos seduce como aparece en el relato del Génesis. Sólo cuando se nos abren los ojos nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. Porque el pecado es una traición al amor de Dios, es no ser fiel a nuestro compromiso bautismal, es alejarnos de Aquél que es nuestra vida. Por eso debemos pedir al Señor un corazón puro, renovado, transformado.
4.- La oración, la aspiración a la santidad, la escucha de la Palabra y su anuncio en nuestro mundo es el mejor programa cuaresmal. Si queremos de verdad que nuestra cuaresma sea un camino hacia la Pascua debemos ahondar en nuestra conversión, entendida como «metanoia» -cambio de mente y de corazón- y profundizar en nuestra experiencia de encuentro con Cristo. Esto es lo que pedimos en la oración colecta: «concédenos, Dios Todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud». Así seguro que viviremos con alegría la experiencia pascual.
José María Martín, OSA