Hay muchas otras tentaciones

Hace unos días finalizó un programa de televisión que llevaba por título “La isla de las tentaciones”, en el que unas parejas ponían a prueba su fidelidad, separándose casas diferente en donde deberían convivir con un grupo de solteros y solteras que, actuando como tentadores, les ponían a prueba continuamente. Independientemente de lo que se pueda opinar respecto a este tipo de programas, su temática refleja algo muy común: entender la “tentación” como algo referido principalmente al sexo. También podríamos hablar de la tentación del poder. Sin embargo, en la vida hay muchas otras tentaciones en las que podemos caer.

El miércoles pasado, con el rito de la imposición de la ceniza, dimos comienzo a una nueva Cuaresma. Y el Evangelio del primer domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús siendo tentado. Y siguiendo el texto evangélico, es muy común hablar de tres tipos de tentaciones: la del materialismo (Haz que estas piedras se conviertan en panes); la de poner a Dios al servicio de nuestros intereses (Tírate abajo porque encargará a los ángeles que cuiden de ti); y la del poder (Todo esto te daré si te postras y me adoras).

Y es cierto que estas tentaciones que sufrió Jesús también nos afectan a nosotros, pero sería un error limitar nuestra reflexión sólo a estas tres, porque vivimos en un mundo de tentaciones. Por eso en la oración del Padre nuestro pedimos en genérico: “No nos dejes caer en la tentación”.

Y también en lo referente a nuestra vida de fe las tentaciones son múltiples; por supuesto, individualmente y como Iglesia sufrimos la tentación del materialismo, o la de “utilizar” a Dios, o la del poder. Pero hay otras tentaciones que también debemos tener presentes:

Situarnos en posiciones de permanente condena, como si estuviéramos enfadados con el mundo.

Replegarnos sobre nosotros mismos y vivir nuestra fe al margen del resto de la sociedad. Como dice el Papa Francisco, es: “la tentación de una espiritualidad oculta e individualista” (EG 262).

Confundir la vida espiritual “con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora” (EG 78).

Quedarnos en “el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así»” (EG 33), en lugar de “ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores” (EG 33).

La tentación del “habriaqueísmo” (EG 96), de quedarnos en hablar y hablar, en escribir y escribir, pero sin ponernos realmente a resolver los problemas que tenemos en la tarea evangelizadora.

Caer en la resignación y el conformismo, conformándonos con procurar mantener lo que tenemos y cubrir el expediente, abandonando la dimensión misionera sin plantearnos nuevas metas o retos. Por eso el Papa Francisco indica que “una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG 85).

La tentación de ir asumiendo poco a poco valores, criterios, prioridades… de un modo de vivir secularizado, haciendo que Dios no tenga el sitio que le corresponde en nuestra vida.  

Hay muchos tipos de tentaciones en las que podemos caer muy fácilmente. Y hemos de ser conscientes de ello y estar precavidos. Pero como indica el documento de trabajo del Congreso de Laicos celebrado recientemente en Madrid: “no podemos ceder a la tentación de aislarnos del mundo por entender que predomina en él una visión del ser humano incompatible con nuestra fe” (43). Hemos de hacer frente a la tentación, y para que podamos hacerlo, Jesús mismo quiso ser tentado, como hoy celebramos.

Este primer domingo de Cuaresma es una llamada a llenar de contenido la petición “no nos dejes caer en la tentación”. Una petición que realizamos (como todo el Padre nuestro), en plural, porque Jesús nos ha constituido como Iglesia, y así es como debemos afrontarlas, porque “es muy difícil luchar contra las tentaciones si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos” (GE 140).

Contemplando a Jesús venciendo las tentaciones, pidamos con renovada fe: “No nos dejes caer en la tentación”, en cualquiera de sus muchas formas, porque “la vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”. (GE 158).

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