II Vísperas – Domingo III de Cuaresma

II VÍSPERAS

DOMINGO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memoriables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

LECTURA: 1Co 9, 24-25

En el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo

Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
— y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.

Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
— y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.

Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
— y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.

Tú que, por la predicación de Jonás, exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
— haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
— y gocen eternamente de tu presencia.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que le mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Entre el deseo y el anhelo

El autor del evangelio construye este relato para mostrar a Jesús como quien sacia por completo la búsqueda del ser humano, representado en la figura de la mujer samaritana.

En una consciencia mítica, la salvación se sigue buscando “fuera”, como obra de un Dios que viniera al rescate de nuestra carencia. En la medida en que se va superando ese nivel de consciencia se empieza a advertir que la salvación –plenitud, felicidad– no está fuera ni en el futuro; tampoco es un “objeto” que tendría que completarnos.

Con esos términos se alude, más bien, a nuestra identidad profunda, a aquello que realmente somos. Y esto no tiene nada de narcisismo ni de orgullo porque el sujeto no es el yo, sino aquella identidad, una y compartida, que constituye nuestro fondo más íntimo y, a la vez, más transcendente.

Lo contrario significa proyectar fuera –en un supuesto dios separado– aquello que somos en profundidad, con lo cual nuestra verdadera identidad quedaría irremisiblemente secuestrada por una figura creada por nuestra propia mente.

El ser humano –siempre la paradoja– es un ser deseante y anhelante. El deseo nace de nuestra carencia y busca algo en beneficio propio; el anhelo, por el contrario, es gratuito y se percibe como un impulso que nos desegocentra.

Es legítimo responder a los deseos, si bien será necesario estar vigilantes para no caer en la trampa del apego. Cuando se cae en ella, el deseo se convierte en adicción, en una fuerza tiránica que nos esclaviza y nos ciega, reduciéndonos a lo que no somos: hemos perdido la libertad y la comprensión.

El anhelo es la “voz” de nuestra identidad profunda, que quiere expresarse en nuestra vida cotidiana y, por ello, clama en nosotros impulsándonos a secundarla. Si el deseo es siempre “interesado”, el anhelo es gratuito e incondicional, porque no nace del yo, sino de la propia vida que somos.

Cuando vivimos desde el anhelo, no buscamos los intereses del ego, sino que nos percibimos como cauces por los que la vida se expresa. Este inédito modo de vivirse es el que queda plasmado en las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús, en el mismo capítulo 4 del evangelio de Juan que leemos hoy: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

El deseo, siendo legítimo y en ciertos casos irrenunciable, alimenta al yo; el anhelo transciende el yo y nos sitúa en actitud de docilidad para que pueda vivirse en nosotros lo que realmente somos (“el que nos ha enviado”).

¿Me doy tiempo para escuchar en mí la voz del Anhelo?

 

Enrique Martínez Lozano

De pozos en el desierto a manantiales de agua viva

El evangelio de este domingo nos presenta una catequesis larga y preciosa del evangelio de Juan, en la que todos los detalles son significativos. Nos acercamos a la experiencia que nos narra, dejando que “resuene” en nosotros y reavive nuestras propias experiencias.  

1.- Experiencia de una mujer, experiencia de vida rutinaria, de insatisfacción y búsqueda

Nos encontramos en primer lugar con la experiencia de esta mujer, la samaritana. Su vida está ocupada, enredada en tareas rutinarias, muchas de ellas pesadas y repetitivas, como sacar el agua necesaria para la vida de la familia “todos los días”, bajo el sol, trabajosamente… Experiencia que ella vive como algo “cerrado”, determinado, no elegido… Cuando lo que desea es poder dejarlo, salir de ello… Por eso, tras las primeras palabras de Jesús lo que expresa es un deseo de librarse de esta tarea: “No tener que volver aquí…”

¿No es esta de alguna forma nuestra experiencia? ¿Cuántos de nosotros no hemos experimentado y sentido alguna vez en nuestra vida que son esas tareas rutinarias, esos trabajos que no podemos dejar, los que nos impiden vivir plenamente, incluso nuestra fe? Lo que menos puede esperar ella y nosotros, es que en medio de esa rutina, nuestra vida pueda dar un giro y ser otra, por encima de las tareas y circunstancias.

Además, podemos descubrir en el texto que, su situación es para ella una experiencia de insatisfacción y búsqueda. Insatisfacción de esa agua que ella cada día acude a sacar y que no sacia su sed más que unas horas. Insatisfacción más honda, que reconoce guiada por las palabras de Jesús: “no tengo marido”. No tengo un proyecto de vida compartido con un hombre, con otra u otras personas, en el matrimonio y en otros ámbitos de relación y convivencia, aunque reconoce, por las palabras de Jesús, que “ha tenido cinco baales”, cinco “señores” o realidades que han acaparado su vida y no le han llevado a la salvación ni a la felicidad…

Sin casi darse cuenta, a ella como a nosotros, Jesús le empieza a hablar de “otra agua” y a mostrarle el camino hacia esa fuente que está en su corazón y ella empieza a dar el paso. Pero, como muchas veces nos pasa a nosotros, rápido retrocede y le devuelve una pregunta menos personal, desvía el dialogo intimo al dilema de su pueblo… se parapeta y defiende en el grupo, tras las etiquetas, “vosotros los judíos”, “nosotros los samaritanos”… No sea que lo descubierto la desestabilice demasiado…

¡Qué bien representa la samaritana a las mujeres y los hombres de hoy! También en nosotros aflora esta insatisfacción profunda, en nuestra oración, en esos momentos de compartir hondo… Cuando nos preguntamos, y yo ¿para quién trabajo?  ¿Quiénes son o han sido mis baales? ¿Quién es el dueño de mi corazón?

Buscamos, sí, como ella, pero con horizontes muy estrechos y definidos. Porque nos da miedo y pensamos ¿no será mejor este presente que controlo que ese “agua viva” y ese “espíritu” desconocido de los que me hablas?

2.- La experiencia de encuentro con Jesús, un encuentro en la entraña de la propia vida, que abre al deseo y a la promesa.

Jesús espera a la samaritana, como nos espera a nosotros, allí donde está la trama de nuestra vida. Inicia siempre el encuentropidiéndonos de aquello que ya hemos recibido, de lo que tenemos… Junto a Sicar o al lado de nuestros propios pozos… No hace falta recorrer un camino distinto, no se le pide a ella, ni a nosotros, ir a ningún “templo” ni lugar sagrado, la propia vida con las circunstancias en las que la vivimos es el lugar en que Jesús se hace presente. A veces le escuchamos y otras ni siquiera le vemos.

Allí nos pide, como a la samaritana, que entremos dentro de nosotros mismos, que bajemos a nuestro propio centro, a nuestra realidad honda, que estemos atentos a nuestra propia verdad y a la realidad de los demás… No se realiza el encuentro con Jesús en la superficie de nuestra vida, en lo banal o impersonal, en las apariencias o falsas imágenes que tantas veces alimentamos. Es estando a solas con nosotros mismos, bajando a nuestro centro… allí donde la propia vida adquiere consistencia, donde abrimos la puerta a las preguntas últimas, con ellas se “cuela” Jesús.

Jesús le dice a la samaritana y a nosotros: “Si me conocieras…” Si supieras desear lo que de verdad importa, si abrieras tu mirada y tu corazón a mí…  Centra en su persona las expectativas de la mujer y de su pueblo, también las nuestras: “Si fueras capaz de salir de tus enredos y descubrir en el fondo de tu vida que yo te espero ahí… en lo cotidiano, en lo doloroso y pesado… si no intentases escaparte…”.

“Tú me pedirías…” No que te ayude a llenar tu pequeño cántaro, no librarte de tus pesadas tareas… me pedirías algo mucho mayor, que está en otra clave: “El agua viva”, la que trasciende esta vida y llega a la eterna…  Jesús va despertando nuestra sed mayor, va dirigiendo nuestra mirada y nuestro deseo… Algo así como si nos dijera, “No mires el cubo ni el pozo, mírame a mí”.

El encuentro con Jesús invita a la samaritana y, nos invita a nosotros, a descubrir el manantial de agua viva que fluye en nuestras entrañas en lugar de seguir siendo buscadores de “pozos en el desierto”

Nos invita a dejar nuestros cántaros, como lo hace ella, porque ya sacar agua del pozo no es lo que nos preocupa, ya no estamos pendientes del pozo, sino del manantial. Ese manantial que nos da el “agua viva” que el Espíritu hace brotar en nuestras entrañas, que transforma nuestra realidad y hace crecer nuestra fe, nos hace libres y felices.

Junto al pozo de nuestra vida hoy se nos regala el poder elegir entre seguir cargando con nuestros cántaros y repartiendo el agua sacada del pozo con esfuerzo, o entrar en la apasionante misión de repartir el agua del manantial que brota en nuestras entrañas.

“Me ha dicho todo lo que he hecho” El saber que solo Dios nos conoce y nos ama así, totalmente, sin condicionar su amor a nuestra pobre realidad, nos da fuerza para anunciarle a los demás, para invitarlos a vivir la misma aventura, a recorrer el camino hacia el manantial que, en cada uno, alimenta el Espíritu.

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Comentario – Domingo III de Cuaresma

El evangelio de hoy es una hermosa catequesis cuaresmal que nos invita a redescubrir a Jesús como Mesías, como el único que puede calmar nuestra sed existencial. Esto fue lo que descubrió aquella mujer de Samaria a quien Jesús, sentado junto al pozo de Jacob, pide de beber. La petición causa extrañeza a la samaritana, porque resultaba poco usual que un judío se dirigiera a un samaritano -y más aún si era mujer- para pedir un favor o solicitar una ayuda, pues los judíos no se trataban con los samaritanos, que aparecían a sus ojos como cismáticos cuyo trato había que evitar a toda costa. Y un cismático era tan detestable como un pagano. Pero la extrañeza de aquella mujer va en aumento con el trascurso de la conversación: Si conocieras -le dice Jesús- quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y él te daría agua viva.

Para la samaritana probablemente no haya nada más apreciado que el agua de ese pozo que les proporciona la vida porque les da de beber. ¿Qué sería de ella y de los habitantes de aquel lugar desértico sin esa agua? Pero Jesús aprovecha la ocasión para prometer a aquella mujer un agua aún más valiosa y estimable, siendo el agua de ese pozo tan valiosa como necesaria. Su valor radica en que podrá saciar enteramente la sed del hombre, que es más que sed material, que es sed de conocimiento o de verdad, sed de justicia, sed de paz, y de amor, y de felicidad, que es sed de vida. Sucede que el hombre es por naturaleza un ser sediento: el más sediento de los seres creados, y por lo mismo, el más insatisfecho y el más capaz de sufrimiento.

Nuestra sed no es sólo el conjunto de nuestras necesidades psicosomáticas, sino también la totalidad de nuestros deseos; y los hay de carácter corporal, incluso carnal, pero también intelectual y espiritual, porque somos intelecto y espíritu. Hay sobre todo un deseo de infinito, que se confunde con el deseo de Dios o deseo de verdad y de bien. Sólo cuando se vean colmados nuestros deseos -y todos ellos- podremos decir que hemos calmado nuestra sed. Pero semejante saciedad parece extraña a esta vida en el tiempo y en la provisionalidad. Sin embargo, Jesús se atreve a ofrecer a la samaritana un surtidor de agua inagotable y plenamente saciativa, un agua viva portadora de vida eterna. Por eso, porque salta hasta la vida eterna puede calmar la sed del hombre para siempre. Y no podría saltar hasta la vida eterna de no proceder de la fuente eterna de la vida.

Pero este lenguaje que alude a eternidades sigue provocando hilaridad y escepticismo en el hombre que se cree sabio o que todo lo somete al criterio supremo de la evidencia, de la razón o de la experiencia empírica. Quizá, tras la fina ironía de aquella mujer que dice: Señor, dame esa agua, así no tendré que venir aquí a sacarla, se esconda ese escepticismo que a todos nos cuesta vencer ante una propuesta de fe que escapa a nuestro control.

Es evidente que Jesús está hablando de otra sed y de otra agua. Es la sed de amor de una mujer que ha tenido cinco maridos, pero que ninguno de ellos le ha satisfecho. Es la sed de alguien que desea saber dónde está la verdad: si entre los judíos, que dan culto a Dios en Jerusalén, o entre los samaritanos, que adoran a Dios en el monte Garizín y no tienen más Ley que la recogida en los cinco libros del Pentateuco. Es la sed del que espera que se haga la luz en su vida y que el Cristo anunciado le diga lo que es necesario saber para hallar la felicidad y la salvación.

Ante la revelación de Jesús: Yo soy ese Mesías que tú esperas, la mujer, en medio de sus dudas, se pregunta: ¿Será verdad?¿Será realmente éste el Mesías? Porque ha visto en él a un profeta capaz de leer en su corazón y descubrirle aspectos inéditos del mismo. Movida por este presentimiento, la mujer se convierte en portadora y transmisora de su gozoso hallazgo: He conocido a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. Y los samaritanos del lugar le rogaron que se quedara con ellos, descubriendo por sí mismos que Jesús era realmente el donante de esa agua que sacia la sed más profunda del hombre, la sed de salvación o sed de liberación de todo lo que le impide ser aquello a lo que aspira. Creer en Jesús/Salvador es estar bebiendo ya de su agua (= Espíritu), fuente de amor y de esperanza; y una esperanza que no defrauda, como no quedó defraudada aquella mujer de Samaria en su encuentro con Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

II. El Obispo en el Misterio de la Iglesia

3. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y Pueblo de Dios.

La Constitución Dogmática Lumen Gentium presenta algunas imágenes que ilustran el misterio de la Iglesia y ponen de manifiesto sus notas características, revelando el vínculo indisoluble que el Pueblo de Dios tiene con Cristo. Entre dichas imágenes destacan la de Cuerpo místico, del que Cristo es la cabeza,(11) y la de Pueblo de Dios, que reúne en sí a todos los hijos de Dios, tanto Pastores como fieles, unidos íntimamente por el mismo Bautismo. Este pueblo tiene como cabeza a Cristo, el cual “fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación” (Rm 4, 25); tiene como condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyo corazón, como en un templo, habita el Espíritu Santo; tiene por ley el nuevo mandamiento del amor y por fin el Reino de Dios, incoado ya en la tierra.(12)

Nuestro Salvador entregó su Iglesia, una y única, a Pedro (cf. Jn 21, 17) y a los otros Apóstoles para que la apacentasen, confiándoles la difusión y el gobierno (cf. Mt 28, 18-20), y la constituyó para siempre columna y sostén de la verdad (cf. 1 Tm 3, 15).


11 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 7.

12 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 9.

Lectio Divina – Domingo III de Cuaresma

El encuentro de Jesús con la Samaritana
Un diálogo que genera vida nueva
Juan 4,5-42

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Una clave de lectura:

El texto describe el diálogo entre Jesús y la Samaritana. Diálogo muy humano, que demuestra cómo Jesús se relacionaba con las personas y cómo Él mismo aprendía y se enriquecía hablando con otros. Durante la lectura, intenta prestar atención a lo que más te sorprende en la conducta tanto de Jesús como de la Samaritana.

b) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Jn 4,5-6: Crea el escenario donde se entabla el diálogo

Jn 4,7-26: Describe el diálogo entre Jesús y la Samaritana

 7-15: Sobre el agua y la sed

 16-18: Sobre el marido y la familia

 19-25: Sobre la religión y el lugar de la adoración

Jn 4,27-30: Describe el resultado del diálogo en la persona de la Samaritana

Jn 4,31-38: Describe el resultado del diálogo en la persona de Jesús

Jn 4,39-42: Describe el resultado de la misión de Jesús en la Samaría

c) El texto:

5-6: En aquel tiempo: Jesús llegó a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca de la tierra que Jacob dio a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era cerca del mediodía.

7-15: Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» Los discípulos se habían ido al pueblo para comprar algo de comer. La samaritana le dijo: «¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Se sabe que los judíos no tratan con los samaritanos). Jesús le dijo: «Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.» Ella le dijo: «Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus animales; ¿eres acaso más grande que él?» Jesús le dijo: «El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua.»

16-18: Jesús le dijo: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» La mujer contestó: «No tengo marido.» Jesús le dijo: «Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»

19-26: La mujer contestó: «Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?» Jesús le dijo: «Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será «en este cerro» o «en Jerusalén». Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que nosotros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.» La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, (que es el Cristo), está por venir; cuando venga, nos enseñará todo.» Jesús le dijo: «Ese soy yo, el que habla contigo.»

27-30: En aquel momento llegaron los discípulos y se admiraron al verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué quería ni de qué hablaba con ella. La mujer dejó allí el cántaro y corrió al pueblo a decir a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?» Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo.

31-38: Mientras tanto los discípulos le insistían: «Maestro, come.» Pero él les contestó: «El alimento que debo comer, ustedes no lo conocen.» Y se preguntaban si alguien le habría traído de comer. Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra. Ustedes han dicho: «Dentro de cuatro meses será tiempo de cosechar». ¿No es verdad? Pues bien, yo les digo: Levanten la vista y miren los campos: ya están amarillentos para la siega. El segador ya recibe su paga y junta el grano para la vida eterna, y con esto el sembrador también participa en la alegría del segador. Aquí vale el dicho: Uno es el que siembra y otro el que cosecha. Yo los he enviado a ustedes a cosechar donde otros han trabajado y sufrido. Otros se han fatigado y ustedes han retomado de su trabajo.»

39-42: Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por las palabras de la mujer, que declaraba: «El me ha dicho todo lo que he hecho.» Cuando llegaron los samaritanos donde él, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron al oír su palabra, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué nos ha llamado más la atención en la conducta tenida por Jesús durante el diálogo con la Samaritana? ¿Qué pedagogía ha usado para ayudar a la Samaritana a percibir una dimensión más profunda de la vida?

b) ¿Qué nos llama más la atención en la conducta de la Samaritana durante el diálogo con Jesús? ¿Qué influencia ha tenido ella en Jesús?

c) En el Antiguo Testamento ¿dónde está asociada el agua al don de la vida y al don del Espíritu Santo?

d) ¿En qué puntos la conducta de Jesús, me interroga, interpela, provoca o critica?

e) La Samaritana ha llevado el tema de la conversación hacia la religión. Si tú pudieras hablar con Jesús y hablar con Él, ¿qué temas quisieras tratar con Él? ¿Por qué?

f) ¿Será verdad que adoro a Dios en espíritu y verdad o me apoyo y oriento más sobre ritos y prescripciones?

5. Una clave de lectura

para aquellos que quieran profundizar más en el tema.

a) El simbolismo del agua:

* Jesús usa la palabra agua, en dos sentidos: en sentido material, normal del agua que quita la sed y en sentido simbólico del agua como fuente de vida y don del Espíritu. Verdaderamente Jesús usa un lenguaje que las personas entienden y que, al mismo tiempo, despierta en ellos la voluntad de profundizar y de descubrir un sentido más profundo de la vida.

* El uso simbólico del agua tiene su raíz en la tradición del Antiguo Testamento, donde es frecuente la mística del agua como símbolo de la acción del Espíritu de Dios en las personas. Jeremías, por ejemplo, opone el agua viva del manantial al agua de la cisterna (Jr 2,13). Cisterna cuanto más agua sacas, menos agua habrás. Manantial, cuanto más agua sacas, más agua tendrás. Otros textos del Antiguo Testamento: Is 12,3; 49,10; 55,1; Ez 47,1-3, etc. Jesús conoce las tradiciones de su pueblo y sobre ellas se apoya en la conversación con la Samaritana. Sugiriendo el sentido simbólico del agua, evoca en ella (y en los lectores y lectoras) todo un conjunto de episodios y frases del Antiguo Testamento.

b) El diálogo entre Jesús y la Samaritana:

* Jesús encuentra a la Samaritana cerca del pozo, lugar tradicional para los encuentros y las conversaciones (Gén 24,10-27; 29,1-14). Él parte de la necesidad muy concreta de su propia sed y obra de modo que la mujer se sienta necesaria y servidora. Jesús se hace el necesitado de ella. Por la pregunta, hace de modo que la Samaritana pueda descubrir que Él depende de ella para resolver el problema de su sed. Jesús despierta en ella el gusto de ayudar y servir.

* El diálogo de Jesús y la Samaritana tiene dos niveles.

(i) El nivel superficial, en el sentido material del agua que quita la sed a las personas y del sentido normal de marido como padre de familia. A este nivel, la conversación es tensa y difícil y no tiene continuidad. Quien tiene ventaja es la Samaritana. Al principio, Jesús ha intentado un encuentro con ella a través de la puerta del trabajo cotidiano (sacar agua), pero no lo ha logrado. Después, ha intentado la puerta de la familia (llamar al marido), y tampoco ha tenido resultado. Finalmente, la Samaritana ha tomado el tema de la religión (lugar de la adoración). Jesús ha logrado entrar por la puerta que ella ha abierto.

(ii) El nivel profundo, en el sentido simbólico del agua como imagen de la vida nueva traída por Jesús y del marido como símbolo de la unión de Dios con su pueblo. A este nivel, la conversación tiene una continuidad perfecta. Después de haber revelado que Él mismo, Jesús, ofrece el agua de la nueva vida, dice: «Ve, llama a tu marido y luego regresa acá». En el pasado, los samaritanos tuvieron cinco maridos, ídolos, ligados a cinco pueblos que fueron llevados a aquel lugar por el rey de Asiria (2Re 17,30-31). El sexto marido, el que tenía ahora, no era el verdadero: «¡el que tienes ahora no es tu marido!» (Jn 4,18). No realizaba el deseo más profundo del pueblo: la unión con Dios, como marido que se une a su esposa (Is 62,5; 54,5). El verdadero marido, el séptimo, es Jesús, como fue prometido por Oseas: «Y te haré mi esposa para siempre; y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en piedad y misericordia. Y te haré mi esposa fiel, y ¡reconocerás que soy el Señor!» (Os 2,21-22). Jesús es el esposo que llega (Mc 2,19) para llevar la vida nueva a la mujer que lo ha buscado toda la vida y, hasta ahora, no lo había encontrado. Si el pueblo acepta a Jesús como «esposo», tendrá acceso a Dios en cualquier parte que esté, tanto en espíritu como en verdad (vv.23-24).

* Jesús declaró su sed a la Samaritana, pero no tomó el agua. Señal de que su sed era simbólica y tenía relación con su misión, la sed de realizar la voluntad del Padre (Jn 4,34). Esta sed está todavía presente en Él, y lo estará por toda la vida, hasta la muerte. Dice Él en la hora de la muerte: «Tengo sed» (Jn 19,28). Declara que tiene sed por última vez y así puede decir: «¡Todo se ha cumplido!» Después inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn 19,30). Realizó su misión.

c) El relieve de la mujer en el Evangelio de Juan:

* En el Evangelio de Juan, las mujeres se destacan en siete momentos, decisivos para la divulgación del Evangelio. A ellas se le atribuyen funciones y misiones, algunas de las cuáles, en los otros evangelios, son atribuidas a las hombres.

En las Bodas de Caná, la Madre de Jesús reconoce los límites del Antiguo Testamento y reafirma la grande ley del Evangelio: «¡Haced todo lo que Él os diga!» (Jn 2,1-11). La Samaritana es la primera persona que recibe de Jesús el más grande secreto, a saber, que Él es el Mesías: «Soy yo, que hablo contigo!» (Jn 4,26). Y se convierte en la evangelizadora de la Samaria (Jn 4,28-30, 39-42). La mujer, llamada la adúltera, a la hora de ser perdonada por Jesús, se convierte en juez de la sociedad patriarcal (o del poder masculino) que la quería condenar (Jn 8,1-11). En los otros evangelios es Pedro el que hace la profesión de fe en Jesús (Mt 16,16; Mc 8,29; Lc 9,20). En el evangelio de Juan, quien hace la profesión de fe es Marta, hermana de María y Lázaro (Jn 11,27). María, hermana de Marta, unge los pies de Jesús para el día de su sepultura (Jn 12,7). En aquel tiempo, quien moría en la cruz, no tenía sepultura, ni podía ser embalsamado. Por esto, María anticipó la unción del cuerpo de Cristo. Esto significa que ella aceptaba a Jesús como el Mesías-Siervo que debería morir en la cruz. Pedro no aceptaba a Jesús como Mesías-Siervo (Jn 13,8) y trató de disuadirlo (Mt 16,22). Así, María se presenta como modelo para los otros discípulos. A los pies de la Cruz: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!». «¡He ahí a tu Madre!» (Jn 19,25-27). Nace la Iglesia de los pies de la cruz. María es el modelo de la comunidad cristiana. La Magdalena debe anunciar la Buena Nueva a los hermanos (Jn 20,11-18). Ella recibe una orden sin la cuál todas las otras órdenes dadas a los apóstoles no hubieran tenido fuerza ni valor.

* La Madre de Jesús aparece dos veces en el evangelio de Juan: al principio, en las bodas de Caná (Jn 2,1-5) y al final, a los pies de la Cruz (Jn 19, 25-27). En los dos casos ella representa al Antiguo Testamento que espera la llegada del Nuevo y, en los dos casos, contribuye a fin de que el Nuevo pueda llegar. María es el anillo de unión entre lo que era antes y lo que debería venir después. En Caná, es ella, la Madre de Jesús, símbolo del Antiguo Testamento, la que percibe los límites del Antiguo y da los pasos para que el Nuevo pueda llegar. En la hora de la muerte es la Madre de Jesús, la que acoge al «Discípulo Amado». Aquí, el Discípulo Amado es la nueva Comunidad que ha crecido en torno a Jesús. Es el hijo que ha nacido del Antiguo Testamento. A petición de Jesús, el hijo, el Nuevo Testamento, acoge la Madre, el Antiguo Testamento, en su casa. Los dos deben caminar juntos. Porque el Nuevo no se puede entender sin el Antiguo. Sería un edificio sin fundamento. Y el Antiguo sin el Nuevo sería incompleto. Sería un árbol sin frutos.

6. Salmo 19 (18)

Dios dialoga con nosotros por medio de la Naturaleza y de la Biblia

Los cielos cuentan la gloria del Señor,
proclama el firmamento la obra de sus manos.
Un día al siguiente le pasa el mensaje
y una noche a la otra se lo hace saber.

No hay discursos ni palabras
ni voces que se escuchen,
mas por todo el orbe se capta su ritmo,
y el mensaje llega hasta el fin del mundo.

Al sol le fijó una tienda en lontananza,
de allí sale muy alegre,
como un esposo que deja su alcoba,
como atleta, a correr su carrera.
Sale de un extremo de los cielos
y en su vuelta, que alcanza al otro extremo,
no hay nada que se escape a su calor.

La ley del Señor es perfecta, es remedio para el alma,
toda declaración del Señor es cierta y da al sencillo la sabiduría.
Las ordenanzas del Señor son rectas y para el corazón son alegría.
Los mandamientos del Señor son claros y son luz para los ojos.

El temor del Señor es un diamante, que dura para siempre;
los juicios del Señor son verdad, y todos por igual se verifican.
Son más preciosos que el oro, valen más que montones de oro fino;
más que la miel es su dulzura, más que las gotas del panal.

También son luz para tu siervo,
guardarlos es para mí una riqueza.
Pero, ¿quién repara en sus deslices?
Límpiame de los que se me escapan.
Guarda a tu siervo también de la soberbia,
que nunca me domine.
Así seré perfecto
y limpio de pecados graves.

¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca,
esta meditación a solas ante ti,
oh Señor, mi Roca y Redentor!

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén

Dios es Espíritu y es vida

Jesús se encuentra de paso por Samaría. Samaría y Galilea eran una misma nación antes de la división entre Judea y Palestina. Aunque tenía los mismos antecedentes religiosos, su trayectoria había sido muy distinta. Por eso, los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. El peor insulto para un judío era llamarle samaritano.

Jesús va ocupar el lugar del pozo. Él es el agua viva, que va a sustituir la Ley y el Templo. La sustitución, de Templo y Ley por Jesús, es la clave de todo el relato. La mujer no tiene nombre, representa la región de Samaría que va a apagar su sed en la tradición (el pozo). Jesús está solo. Se trata del encuentro del Mesías con Samaría, la prostituta, la infiel. El profeta Oseas de Samaría había denunciado la prostitución de esta tierra.

Jesús toma la iniciativa y pide de beber a la Samaritana. Se acerca a la mujer implorando ayuda. Ella tiene lo que a él le falta y necesita, el agua. Es lógica la extrañeza de la mujer. Jesús acaba de derribar una doble barrera: la que separaba a judíos y samaritanos y la que separaba a hombres de mujeres. Se presenta  como un ser humano sin pretensiones por el hecho de ser judío. Reconoce que una mujer puede aportarle algo valioso.

Jesús le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mucho mayor. Jesús se muestra por encima de las circunstancias que separan a judíos y samaritanos; se niega a reconocer la división, causada por las ideologías religiosas. La mujer no conoce más agua que la del pozo (figura de la ley) que solo se puede conseguir con el esfuerzo humano. No ha descubierto que existe un don de Dios gratuito.

El agua-Espíritu que da Jesús, se convierte en manantial que continuamente da Vida. Esa Vida contiene la energía suficiente para desarrollar a cada ser humano desde su dimensión personal más profunda. No se trata de añadidos externos (Ley). El Hombre recibe Vida en su raíz, en lo profundo de su ser. Como el agua hay que extraerla del pozo, el agua del Espíritu hay que sacarla de lo hondo de uno mismo.

La dificultad para comprender el mensaje está muy bien expresada con el equívoco que se mantiene durante la conversación. Jn es un experto en la utilización de la falsa comprensión de un aserto para insistir en la explicación. Jesús habla de la Vida y la Samaritana habla del agua para beber. La mejor demostración de que mantenemos la ambivalencia es que nos han puesto como primera lectura el pasaje de Éxodo donde la prueba de que Dios está  o no está con el pueblo es que les dé o no el agua para beber.

El sentido de los versículos, que se refieren a los maridos, hay que buscarlo en el trasfondo profético, que nos lleva a la infiel relación de Samaría con Dios. En Os 1,2 la prostituta y en Os 3,1 la adúltera, son la imagen del reino de Israel que tenía a Samaría como capital. Su prostitución consistía en haber abandonado al verdadero Dios, con el que había hecho una ‘alianza’ y haberse ido detrás de los cinco ídolos.

Los samaritanos eran descendientes de dos grupos: a) resto de los israelitas que no fueron deportados cuando cayó el reino del norte en el 722 a, C.: b) Colonos extranjeros traídos de Babilonia y Media por los conquistadores. Estos trajeron también sus dioses que con el tiempo, fueron aceptados por el resto de los habitantes.

El número 5 es simbólico: Los samaritanos admitían solo los 5 libros del Pentateuco. Los colonos traídos por los asirios eran de 5 ciudades y de cada una habían traído su propio dios. En 2 Re 17,24 se mencionan 5 ermitas en Samaría. Se usaba el termino «Ba´al» para designar al esposo, pero era también el nombre de una divinidad. Samaría ha tenido cinco dioses, y el que tiene ahora (Yahvé) al compartirlo, tampoco es su (Ba´al).

Samaría se ha entregado a otros maridos-señores-dioses. Está pues alejada de Yahvé. Debe recuperar su verdadero esposo (Dios). Os 2,18: “Aquel día… me llamarás esposo mío, ya no me llamarás baal mío. Le apartaré de la boca los nombres de los baales”. Jesús le dice que su culto está prostituido, por eso ella pasa luego al tema del templo.

Los samaritanos del momento pretendían dar culto a Yahvé, pero al admitir otros dioses en realidad habían roto con él. En Jesús se personifica la actitud de Dios que no ha roto con Samaria sino que la busca. El agua tradicional (Ley) no había conseguido apagar la sed del pueblo que seguía buscando. La búsqueda les había llevado a la multiplicidad de maridos-señores-dioses. El agua que da Jesús es el encuentro definitivo con Yahvé.

La Samaritana descubre que Jesús es un profeta por la profundidad del planteamiento religioso. La imagen de profeta que tiene la mujer es la de (Dt 18,15) profeta semejante a Moisés (Taheb) que restauraría el verdadero culto. La mujer sigue aferrada a la tradición: «nuestros padres». Piensa que hay que encontrar la solución sin salir de lo antiguo, que es la única realidad que conoce. No ha descubierto aún la novedad de la oferta de Jesús.

Jesús no parte de la perspectiva de la mujer, sino de otra muy distinta. También el templo de Jerusalén está prostituido. Las dos alternativas son equivocadas. Su oferta es algo nuevo. Se trata de un cambio radical. Jesús mismo será el lugar de encuentro con Dios. Dios adquiere un nombre nuevo: «Padre». Esta paternidad excluye privilegios y exclusiones. Esta relación con Dios directa, sin intermediarios, hará posible la unidad.

«Dios es Espíritu». Debemos tener en cuenta que ‘Espíritu’, desde la mentalidad griega, significa simplemente un ser no material. Desde la mentalidad judía, tiene una gama de significados mucho más rica. Significa que Dios es fuerza, dinamismo de amor, Vida para todos los hombres. El agua viva es la experiencia constante de la presencia y el amor del Padre. Padre, porque comunica su propia Vida, trasformando al hombre en Espíritu.  

El culto antiguo exigía del hombre una renuncia de sí. Era una humillación ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla, sino que eleva al hombre, haciéndole cada vez más semejante al Padre. El culto antiguo subrayaba la distancia; el nuevo la suprime. Dios no necesita ni espera dones. Los samaritanos aceptan a Jesús y le piden que se quede un tiempo con ellos. Los herejes están más cerca de Dios que los ortodoxos judíos.

Meditación

Dios es todo Espíritu y solo Espíritu.
Como Espíritu (Neuma, Ruaj) está difundido por toda la realidad.
Adorarle en espíritu, es tomar conciencia de lo que es en nosotros.
Es experimentarlo como el aspecto fundamental de nuestro ser.
Como verdadero centro del ser, irradia el resto de nuestro ser.
Como Absoluto, nos invade, identificarnos con él.

Para profundizar

1) Ni en Garicín ni en Jerusalén ni en Roma ni en la Meca ni en Prado Nuevo,
nuestro culto sigue siendo idolátrico.
Seguimos cosificando y localizando a Dios.
2) Dios es Espíritu. No es un espíritu más.
Es el Único Espíritu que lo llena todo.
Es la Única Realidad. Lo que no es Realidad es apariencia.
Yo mismo soy esa Realidad y nunca dejaré de serlo.
Lo que creo ser, es una ilusión que me he creado.
3) No tiene sentido buscar lo que siempre he sido.
Si creo que lo he encontrado, me he fabricado el ídolo.
4) Soy el pez que busca desesperadamente el océano.
Soy la ola que nunca deja de ser mar.
Si me considero ola, pensaré que nada sería sin el mar.
5) Nunca podrás conseguir lo que ya eres.
Esta es la mayor trampa de la espiritualidad.
Nunca vas a ser más de lo que en este instante eres.
6) Abandona toda búsqueda y queda donde estás.
Toma conciencia de que eres el Absoluto sin limitaciones.
Vive la Realidad que eres sin complejos ni miedos.
7) Abandona todos tus proyectos y programaciones.
En este instante eres lo que siempre has sido y lo que siempre serás.
No existe ningún dios-ídolo que te pueda dar nada.
8) No esperes nada porque tu vaso está colmado.
Derrámate en los demás sin miedo, nunca podrás ser menos.
Nunca más sientas sed porque el Agua Viva te llena.
9) Confía en lo que eres y no en lo que puedes llegar a ser.
Vive en la paz absoluta porque nada ni nadie te puede aniquilar.

Fray Marcos

Moisés, la Samaritana y el borracho

Tres aguadores, tres tipos de agua, y un borracho

Las lecturas del próximo domingo hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero quedan todavía millones de personas que viven la tragedia de la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua.

En el evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se puede seguir sacando agua después de tantos siglos. En la primera lectura, Moisés sacia la sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta al evangelio, Jesús promete un manantial que dura eternamente.

Aparentemente, el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial interior.

¿Y el borracho? No lo menciona ningún texto. Pero podemos intuirlo en la lectura de Pablo a los romanos.

Interpretación histórica y comunitaria

Quizá la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos, que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el siglo VIII a.C. los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes 17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el sexto («el que tienes ahora no es tu marido») sería Zeus, introducido más tarde por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos: «uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Pero el relato destaca el importante papel desempeñado por una mujer que puso en contacto a sus paisanos con la persona de Jesús.

Interpretación individual

Hay dos detalles que obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más personal. El primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha traído para buscar agua; al final, después de hablar con Jesús, lo deja en el pozo. No necesita esa agua, Jesús le ha dado una distinta, que se ha convertido dentro de ella en un manantial.

El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de dar agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el calvario, cuando lo atraviesan con la lanza, y de su costado brota sangre y agua (Juan 19,34). El tema central no es ahora la fundación de una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él, de esa persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario de buscarse el agua, pero que siente una sed distinta, una insatisfacción que sólo se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él.

Otra agua y otro pan

Un último detalle sobre la enorme riqueza simbólica de este episodio. La samaritana se olvida de beber. Jesús se olvida de comer. Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él tiene otro alimento, igual que la mujer tiene otra agua.

¿Cuál es esa agua que Jesús ha dado a la samaritana? Releyendo el relato, se advierte que la mujer va cambiando su imagen de Jesús. Al principio lo considera un simple judío, que no le merece gran respeto. Luego lo descubre como profeta, conocedor de cosas ocultas. Más tarde se pregunta si no será el Mesías, alguien que merece toda su consideración, aunque destruya sus convicciones religiosas precedentes; alguien que le revela la recta relación con Dios.

En el Antiguo Testamento se usa a veces la metáfora de la sed y del agua para expresar el deseo de Dios: «Como suspira la cierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, Dios mío» (Sal 42). Ese nuevo conocimiento de Dios y de Jesús es el agua que se ha llevado la samaritana, la que no necesita el viejo cántaro, que puede quedar olvidado junto al pozo de Jacob.

Tres policías mueren por salvar a un borracho (Romanos 5,1-2.5-8)

Ocurrió en La Coruña en la madrugada del 27 de enero de 2012, cuando un universitario eslovaco, con más cubatas de la cuenta, se empeñó en bañarse por la noche en la playa a pesar de que las condiciones del mar lo desaconsejaban. Cuando se estaba ahogando, tres policías se lanzaron al agua para salvarlo. Los tres murieron ahogados, igual que el muchacho. Me indignan estas personas irresponsables que ocasionan la muerte de gente inocente, mejores que ellos.

Pero este hecho me trae a la memoria las palabras de Pablo: «Por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros». Nosotros nos parecemos al universitario borracho; si arriesgamos estúpidamente nuestra vida, nadie debe perder la suya por salvarnos. Sin embargo, eso es precisamente lo que hizo Jesús y lo que celebraremos en la próxima fiesta de Pascua. Algo que nunca podremos agradecer debidamente.

José Luis Sicre

Sed de infinito

Según diversos estudios, en términos generales el cuerpo humano puede pasar unos 30 o 40 días sin ningún tipo de alimento, pero sólo puede pasar entre tres y cinco días sin agua. Esto es así porque nuestro cuerpo está compuesto en mayor parte por agua, y la necesitamos para sobrevivir; por eso la sed insatisfecha puede llegar a torturar gravemente a quien la padece. Pero la sed también es un deseo ardiente de algo, que a veces es material, concreto, pero otras veces no sabemos qué es, simplemente “sentimos sed”; y esta sed insatisfecha también supone una tortura.

La Palabra de Dios de este tercer domingo de Cuaresma nos ha mostrado dos casos de “sed”. En la 1ª lectura se trataba de una sed física: el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed…?” La falta de lo material, de lo necesario para sobrevivir, le lleva a preguntarse: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

Y en el Evangelio hemos contemplado otro ejemplo de sed, aparentemente similar al del pueblo de Israel: Llega una mujer a sacar agua del pozo de Jacob, como hacía habitualmente para poder beber.

Pero el encuentro con Jesús saca a relucir la otra “sed” que la mujer también padecía: sed de Dios. Ella, como todos los samaritanos, da culto a Dios en el monte de Samaría, pero como le dice Jesús: Vosotros dais culto a uno que no conocéis. Ella no está satisfecha con ese culto y también espera al Mesías, al Cristo: Cuando venga Él, nos lo dirá todo. Y cuando Jesús le dice: Soy yo, el que habla contigo, descubre en Él el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna y que saciará su sed de Dios y por eso dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: “Venid a ver… ¿Será éste el Mesías?
Este domingo de Cuaresma nos recuerda que el ser humano es un ser “sediento”. No sólo “tenemos” sed, sino que “somos” sedientos. Como indica el Itinerario de Formación Cristiana para Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo”, el ser humano es un ser finito con sed de infinito. Sabemos que somos limitados, pero a la vez tenemos un impulso vital que nos hace sentirnos insatisfechos con sólo satisfacer nuestras necesidades básicas y materiales.

Ya desde los siglos V y IV a. C. el budismo tiene una palabra que define esta situación: “tahna”, la sed de vida; y nada de lo que se obtiene es capaz de llenar esta sed. Como indica el Papa Benedicto XVI en “Dios es amor” 20: “El ser humano es un buscador insaciable de la paz y la felicidad. Ninguna adquisición de bienes materiales, ninguna situación vital, por satisfactoria que parezca, consigue detener esa búsqueda. Somos peregrinos hacia un destino de plenitud que no encontramos nunca del todo en el mundo”.

Como la mujer samaritana, cada día buscamos diferentes “fuentes” para saciar nuestra sed. Nos centramos en la familia, el trabajo, las distracciones, aficiones, actividades lúdicas y festivas… que son necesarias, como el agua es necesaria para vivir. Pero a veces no son fuentes, son “pozos” de los que cada vez nos cuesta más sacar “agua”, y a pesar de todo nos seguimos sintiendo sedientos.

Como ha dicho Jesús a la mujer samaritana: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Porque tenemos una sed de infinito, una sed de felicidad… que, aunque no lo queramos reconocer, es sed de Dios, porque nuestro impulso vital nos empuja hacia el Absoluto, ya sea el Bien, la Belleza, la Verdad, el Amor… y esto sólo se encuentra en Dios y con Dios.

Y Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. Si, como la mujer samaritana, nos encontramos con Él con sinceridad y dejamos que saque a la luz nuestra verdad, Él nos enseñará a dar culto a Dios en espíritu y verdad, para que nunca más tengamos sed.  

¿De qué tengo “sed” en mi vida? ¿A qué “fuentes” acudo para saciar esa sed? ¿Me dejan satisfecho? ¿Tengo verdadera sed de Dios? ¿Soy sincero con Él, me dejo cuestionar por Él? ¿Aprovecho los “surtidores” que Él me ofrece: oración, Eucaristía, Reconciliación, Equipo de Vida…?

Como indica el Prefacio, Jesús “quiso estar sediento de la fe de aquella mujer”. Y quiere estar sediento de nuestra fe. Acudamos a Él, como la Samaritana, para que sacie nuestra sed de infinito. Como dice el Papa Francisco: “Déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual” (Christus Vivit 161).

Comentario al evangelio – Domingo III de Cuaresma

En espíritu y en verdad

      ¿Quién no ha recibido una carta de esas que dicen que haciendo esto o lo otro se consigue automáticamente que te suceda algo bueno, un milagro para ser exactos, que te dará la felicidad? O quizá se trata de esos predicadores que nos anuncian que haciendo esto o lo otro es como lograremos la salvación de una forma absolutamente segura. Hay quien entiende así las devociones. Hay que hacer los nueve primeros viernes de mes al Corazón de Jesús o la novena a tal santo para salvarse o para alcanzar eso que deseamos. O rezar el rosario todos los días. O peregrinar a tal santuario o a tal otro. O… Siempre parece que es una condición, más o menos difícil de cumplir, que se nos pone por delante como una especie de prueba necesaria para conseguir la salvación, para ir al cielo. 

      La samaritana también andaba con esos problemas. Entre samaritanos y judíos había un contencioso. Unos decían que el culto a Yahvé sólo se podía celebrar en el monte Garizím y los otros que en Jerusalén. Unos que había que cumplir unas normas y otros que otras. Conclusión: que no se hablaban. De repente, aparece Jesús, un judío, y pide agua a la mujer, una samaritana. Tiene sed y pide agua. Es un ser humano que expone su necesidad. Sin más. A Jesús no le preocupa que aquella mujer sea samaritana. Es una hermana más. Es hija de Dios. 

      Ahí comienza un diálogo en el que Jesús va a invitar a la samaritana a ir más allá de las normas y los cultos. Como dice Jesús, se acerca la hora en que los que adoran a Dios lo harán en “espíritu y en verdad” y no en este monte o en el otro, o cumpliendo unas leyes u otras. Entonces se abre la mente de la samaritana y no puede menos que anunciar lo que ha “visto y oído” a los otros samaritanos. 

      Pero, ¿qué significa ese “en espíritu y en verdad”? Quizá tendríamos que poner en contacto este relato de la samaritana con la parábola del buen samaritano. Quizá ahí encontramos la clave de lo que significa adorar a Dios para Jesús. No es algo que se hace en el templo –recordemos que en la parábola se reprueba precisamente la actitud del sacerdote y del levita– porque a Dios se le adora allá donde se le encuentra. Y se le encuentra en el prójimo. Más específicamente, en el prójimo necesitado y sufriente. A este punto se nos viene a la memoria la cita de San Ireneo: “La gloria de Dios es la vida del hombre”. La propuesta de Jesús para judíos y samaritanos es la misma: el culto no pasa de ser un folklore si no se fundamenta en un real amor a Dios que se manifieste primeramente en el amor a nuestros prójimos, sobre todo a los que sufren. Es de esperar que esta Cuaresma nos convirtamos a adorar a Dios en espíritu y en verdad, en nuestros hermanos y hermanas que sufren.

Para la reflexión

      ¿Me hago alguna vez preguntas al estilo de la Samaritana? ¿Vivo preocupado por el cumplimiento de las normas y me olvido de amar y servir a mi prójimo? ¿Qué hago para adorar a Dios en mis hermanos y hermanas que sufren?

Fernando Torres, cmf