Domingo de Ramos

En primer lugar, nos encontramos con una mujer. Las figuras femeninas en los relatos de la pasión tienen un valor central, ellas son las testigos privilegiadas de todo lo que acontece en esos días y su testimonio será central para sostener la fe de las primeras comunidades cristianas. Una mujer anónima unge la cabeza de Jesús con un perfume muy caro. Este gesto gratuito y audaz supone un acto profético (Mt 26, 12) que anuncia el desenlace de la historia, pero también denuncia la hipocresía de una sociedad que se escandaliza por gestos como el de esta mujer, pero permite y alienta el egoísmo de muchos para su propio beneficio.

En contraste con la actuación de esta mujer está la de Judas que traiciona al maestro por unas pocas monedas. Ella, al derramar el perfume, está demostrando su fe en Jesús y el valor de su entrega. Judas, al vender al maestro por dinero, escenifica su desconfianza en el proyecto de Jesús y quiere darle fin.

Otra mujer, la esposa de Pilato, es capaz de descubrir que Jesús es un hombre justo. Los acontecimientos que se desarrollan tras el prendimiento de Jesús actualizan las palabras del profeta Isaías cuando describe al siervo de Yahvé. El siervo de Yahvé es el justo por excelencia porque entrega su vida por el bien de todos/as y pone toda su confianza en el Dios que los sostiene (Is 50, 4-7). La mujer del dignatario romano, una mujer gentil, testimonia la inocencia de Jesús al contrario de lo que hace su esposo que duda y de las autoridades judías que lo condenan.

Por último, Mateo señala que un grupo importante de mujeres, que habían seguido a Jesús desde Galilea contemplan desde lejos la crucifixión y muerte de Jesús. Ellas, discípulas del maestro, permanecen cerca de él hasta el final. Sienten miedo, impotencia y dolor, pero no huyen. Su camino creyente les posibilitará hacer la experiencia del encuentro de Jesús resucitado.

En segundo lugar, la memoria de fe. A lo largo del relato de la pasión se alza con fuerza la llamada a hacer memoria, a recordar como un modo de fortalecer la esperanza y confiar en la acción salvadora de Dios.

Las palabras de Jesús que concluyen el relato de la unción en Betania (Mt 26, 13) invitan a recordar a la mujer y el gesto que ha hecho. Ella y su acción encarnan la Buena Noticia del Reino, pero lo hacen, no con un entusiasmo ingenuo sino con el realismo de quien conoce las dificultades, y sabe que el camino no es fácil. Los episodios que se narran a continuación muestran con crudo realismo esa verdad. Por eso, recordarla a ella y a su gesto implica incorporarla a la memoria pasionis, al camino de Jesús que abrazaba el abismo de la impotencia y la muerte para poder ofrecer su salvación a todo ser humano sin distinción (Filp 2, 6-11).

Jesús vuelve a invitar a hacer memoria en la cena con sus discípulos y discípulas la víspera de su muerte. Toma el pan y el vino para expresar a través de ellos su entrega y su renuncia, su fidelidad y la gratuidad que brota de su existencia. En el pan y el vino seguimos actualizando nuestra fe y nuestro seguimiento, conscientes de que el camino no es fácil porque la cruz es locura, injusticia y, con frecuencia, la esperanza se quiebra y parece abrirse una ventana al absurdo. Por eso es necesario recordar, hacer presente la Buena Noticia, ungir la vida con el perfume de la profecía.

Al final, la invitación es hacer memoria de la esperanza que sostienen nuestra fe. En los momentos difíciles que nos toca vivir, quizá, el miedo y la desconfianza puedan oprimir nuestro corazón, pero como las mujeres que ungieron y acompañaron a Jesús en sus últimos días en Jerusalén hoy seguimos llamadas y llamados a acompañar la cruz, a sostener la esperanza, a ungir la vida para que la Buena Noticia del Reino siga tendiendo un lugar en el mundo.

Que en estos tiempos recios la experiencia pascual fortalezca nuestro caminar y sea luz y sentido para cada uno de nosotros y nosotras.

Carmen Soto Varela, ssj

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I Vísperas – Domingo de Ramos

I VÍSPERAS

DOMINGO DE RAMOS

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto con su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su Elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

LECTURA: 1P 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

RESPONSORIO BREVE

R/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/ Porque con tu cruz has redimido al mundo.
V/ Y te bendecimos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

PRECES
Adoremos a Cristo, quien, próximo ya a su pasión, al contemplar a Jerusalén, lloró por ella, porque no había aceptado el tiempo de gracia; arrepintiéndonos, pues, de nuestros pecados, supliquémosle, diciendo:

Ten piedad de tu pueblo, Señor.

Tú que quisiste reunir a los hijos de Jerusalén, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas,
— enséñanos a reconocer el tiempo de gracia.

No abandones a los fieles que te abandonaron,
— antes concédenos la gracia de la conversión, y volveremos a ti, Señor, Dios nuestro.

Tú que, por tu pasión, has dado con largueza la gracia al mundo,
— concédenos que, fieles a nuestro bautismo, vivamos constantemente de tu Espíritu.

Que tu pasión nos estimule a vivir renunciando al pecado,
— para que, libres de toda esclavitud, podamos celebrar santamente tu resurrección.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que reinas en la gloria del Padre,
— acuérdate de los que hoy han muerto.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado V de Cuaresma

1) Oración inicial 

Señor, tú que nunca dejas de procurar nuestra salvación y en estos días de Cuaresma nos otorgas gracias más abundantes, mira con amor a esta familia tuya y concede tu auxilio protector a quienes se preparan para el bautismo y a quienes hemos renacido ya a una vida nueva. Por nuestro Señor Jesucristo… 

2) Lectura 

Del Evangelio según Juan 11,45-56
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» Pero uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación.» Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde este día, decidieron darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle. 

3) Reflexión 

• El evangelio de hoy nos relata la parte final del largo episodio de la resurrección de Lázaro en Betania, en la casa de Marta y María (Juan 11,1-56). La resurrección de Lázaro es la séptima señal (milagro) de Jesús en el evangelio de Juan y es también el punto álgido y decisivo de la revelación que viene haciendo de Dios y de si mismo.
• La pequeña comunidad de Betania, en la que a Jesús le gustaba hospedarse, refleja la situación y el estilo de vida de las pequeñas comunidades del Discípulo Amado al final del primer siglo en Asia Menor. Betania quiere decir «Casa de los pobres». Eran comunidades pobres, de gente pobre. Marta quiere decir «Señora» (coordenadora): una mujer coordinaba la comunidad. Lázaro significa «Dios ayuda»: la comunidad pobre esperaba todo de Dios. María significa «amada de Javé»: era la discípula amada, imagen de la comunidad. El episodio de la resurrección de Lázaro comunicaba esta certeza: Jesús trae vida para la comunidad de los pobres. Jesús es fuente de vida para todos los que creen en él.
• Juan 11,45-46: La repercusión de la séptima Señal en medio del pueblo. Después de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44), viene la descripción de la repercusión de esta señal en medio de la gente. La gente estaba dividida. “Muchos judíos, que habían ido a casa de María y que vieron lo que Jesús hizo, creyeron en él”. Pero otros “fueron donde los fariseos y contaron lo que Jesús había hecho.” Estos últimos le denunciaron. Para poder entender esta reacción negativa de una parte de la población, es preciso tener en cuenta que la mitad de la población de Jerusalén dependía en todo del Templo para poder vivir y sobrevivir. Por ello, difícilmente irían a apoyar a un desconocido profeta de Galilea que criticaba el Templo y las autoridades. Esto también explica el que algunos se prestaran para informar a las autoridades.
• Juan 11,47-53: La repercusión de la séptima Señal en medio de las autoridades. La noticia de la resurrección de Lázaro hizo crecer la popularidad de Jesús. Por esto, los líderes religiosos convocan el consejo, el sinedrio, la máxima autoridad, para discernir qué hacer. Pues, “ este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.” Ellos temían a los romanos. De hecho, el pasado, desde la invasión romana en el 64 antes de Cristo hasta la época de Jesús, había ya mostrado varias veces que los romanos reprimían con toda la violencia cualquier intento de rebelión popular (cf Hechos 5,35-37). En el caso de Jesús, la reacción romana podía llevar a la pérdida de todo, inclusive del Templo y de la posición privilegiada de los sacerdotes. Por eso, Caifás, el sumo sacerdote, decide: “Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo, y no que la nación entera perezca”. Y el evangelista hace un lindo comentario: “Caifás no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.” Así, a partir de este momento, los líderes, preocupados por el crecimiento de la lideranza de Jesús, y motivados por el miedo a los romanos, deciden matar a Jesús.
• Juan 11,54-56: La repercusión de la séptima señal en la vida de Jesús. El resultado final es que Jesús tenía que vivir como un clandestino. “Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos”.
La pascua estaba cerca. En esa época del año, la población de Jerusalén se triplicaba por causa del gran número de peregrinos y romeros. Todos conversaban sobre Jesús: «¿Qué piensa hacer? Será que no va para la fiesta?» Asimismo, en la época en que fue escrito el evangelio, al final del primer siglo, época de la persecución del emperador Domiciano (81 a 96), las comunidades cristianas se veían obligadas a vivir en la clandestinidad.
• Una llave para entender la séptima señal de Lázaro. Lázaro estaba enfermo. Las hermanas Marta y María mandaron a llamar a Jesús: «¡Aquel a quien tú quieres está enfermo!» (Jn 11,3.5). Jesús atiende la petición y explica a los discípulos: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” (Jn 11,4) En el evangelio de Juan, la glorificación de Jesús acontece a través de su muerte (Jn 12,23; 17,1). Una de las causas de su condena a muerte va a ser la resurrección de Lázaro (Jn 11,50; 12,10). Muchos judíos estaban en la casa de Marta y María para consolarlas de la pérdida del hermano. Los judíos, representantes de la Antigua Alianza, sólo saben consolar. No saben traer vida nueva. Jesús es aquel que trae vida nueva. Así, por un lado, la amenaza de muerte contra Jesús y, por otro, ¡Jesús que llega para vencer la muerte! Y es en este contexto de conflicto entre vida y muerte que se realiza la séptima señal de la resurrección de Lázaro.
Marta dice que cree en la resurrección. Los fariseos y la mayoría de la gente creen en la Resurrección (Hechos 23,6-10; Mc 12,18). Creían, pero no la revelaban. Era una fe en la resurrección al final de los tiempos y no en una resurrección presente en la historia, aquí y ahora. Esta fe antigua no renovaba la vida. Pues no basta creer en la resurrección que va a acontecer al final de los tiempos, sino que hay que creer que la Resurrección que ya está presente aquí y ahora en la persona de Jesús y en aquellos que creen en Jesús. Sobre éstos la muerte ya no tiene ningún poder, porque Jesús es la «resurrección y la vida». Sin ver la señal concreta de la resurrección de Lázaro, Marta confiesa su fe: «Yo creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Jn 11,27).
Jesús ordena quitar la piedra. Marta reacciona: «Señor, ya huele, ¡es el cuarto día!»(Jn 11,39). De nuevo, Jesús la desafía haciendo referencia a la fe en la resurrección, aquí y ahora, como una señal de la gloria de Dios: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (Jn 11,40). Retiraron la piedra. Ante el sepulcro abierto y ante la incredulidad de las personas, Jesús se dirige al Padre. En su oración, primero pronuncia una acción de gracias: ««Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas» (Jn 11,41-42). Jesús conoce al Padre y confía en él. Pero ahora pide una señal a causa de la multitud que le rodea, para que pueda creer que él, Jesús, es el enviado del Padre. Luego grita en alto, grito creador: «Lázaro, ¡sal a fuera!» Y Lázaro sale a fuera (Jn 11,43-44). Es el triunfo de la vida sobre la muerte, de la fe sobre la incredulidad! Un agricultor comentó: «¡A nosotros nos toca retirar la piedra! Y Dios resucita la comunidad. Hay gente a la que no le gusta quitar la piedra, y por eso su comunidad no tiene vida».

4) Para la reflexión personal

• ¿Qué significa para mí, bien concretamente, creer en la resurrección?
• Parte de la gente aceptaba a Jesús, parte no. Hoy, parte de la gente acepta la renovación de la Iglesia, y parte no. ¿Y yo?

5) Oración final

Pues tú eres mi esperanza, Señor,
mi confianza desde joven, Yahvé.
En ti busco apoyo desde el vientre,
eres mi fuerza desde el seno materno.
¡A ti dirijo siempre mi alabanza! (Sal 71,5-6)

La contradicción de los hombres

1. Cuando vamos a comenzar a revivir la Semana Santa, la Iglesia, como que nos previene: Todo esto va a tener un final feliz, la Resurrección. Por eso con la Procesión de los Ramos celebrada con ritmo festivo, al aclamar a Cristo como el Hijo de David que viene en el nombre del Señor, adelantamos su Resurrección, proyectando sobre la Pasión la luz profética de la esperanza de la victoria.

2.- «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno» Mateo 21,1. En contraposición a los reyes victoriosos que hacían su entrada apoteósica en las ciudades conquistadas montando a caballo, Jesús entra como rey en la ciudad santa humildemente, montado en un asno, signo de que es manso y humilde de corazón, según la profecía de Zacarías (11,11).

3.- Lucas completa la narración de Mateo, contándonos el llanto de Jesús: «Al ver la ciudad, lloró por ella». A medida que va avanzando hacia la muerte, se aprecia más la sensibilidad de Jesús, lamentando la desgracia de su patria, manifestando la ternura por sus discípulos.

4.- «Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído para que escuche» Isaías 50,4. Escuchar y hablar. Para poder dar vida y ser fuerte, para soportar insultos y salivazos, para ofrecer la espalda a sus golpes, para seguir a Cristo, necesitamos escuchar la palabra. Sólo ella nos dará la fuerza necesaria. Sin ella reaccionaremos al vaivén de nuestros sentimientos.

5.- «Se burlan de mí, me acorrala una jauría de mastines, me taladran las manos y pies, se pueden contar mis huesos, se reparten mi ropa, se sortean mi túnica. Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme» Salmo 21. ¿Lo hemos experimentado alguna vez?

6. -La lectura hoy de la Pasión despliega ante nuestros ojos un tapiz en el que se mueve la vida toda y podemos estudiar uno a uno a todos los numerosos personajes que participan en el drama, y sacar lecciones para todas las situaciones de nuestra propia vida humana y cristiana. Proyectaremos el foco de nuestra atención en los principales protagonistas: Jesús, Judas, Pedro y Pilato.

«Se ajustaron con él en treinta monedas» Mateo 26,14, ¡Hasta ahí llega la ingratitud del pueblo de Israel, hasta vender a su Pastor por treinta monedas (unos veinte dólares), que era el precio que se pagaba por un esclavo! Que lo haya profetizado Zacarías (11,12), es la prueba de que la pasión y muerte de Jesús estaba perfectamente prevista y diseñada. Judas, hombre mezquino y ambicioso, fue el instrumento, capaz de traicionar y entregar a su Maestro y desencadenar una tragedia tan enorme por unas monedas, para se cumpliera la Escritura.

Su deseo de grandeza le impulsa, al sentirse fracasado en sus ambiciones y deseos y desilusionado por Jesús, a actuar amargado y resentido contra El. No sólo no se separa como hacen los mediocres, sino, resentido y frustrado, quiere hacer daño al que lo ha hecho fracasar. Quiere vengarse. Siempre dispuesto a criticar. Criticó a María cuando derramó el perfume en casa de Lázaro, porque pudo haberse repartido su producto entre los pobres. Consiguió que los demás apóstoles secundaran la crítica, pero como Jesús la cortó alabando a la mujer que había hecho una obra buena, le supo mal que el Maestro le riñera delante de todos. Y le guardó rencor. Era otro de sus defectos: no podía recibir ni un sólo reproche. Se apagaba de inmediato. Al menor roce, al instante plegaba las hojas como una pequeña sensitiva. Su convivencia era muy difícil. A veces, insoportable, porque a su lado en ocasiones se enrarecía el ambiente. Los demás sufrían y él se sentía raro y extraño, rechazado. El corazón no era limpio y vivía más fuera que dentro. Se escapaba en cuanto podía de la compañía del colegio. Cualquier motivo era suficiente para la huída. No asimiló nunca el espíritu de la familia escogida. Juan dice claramente que era ladrón (Jn 12,6). La oportunidad se la daba la bolsa que administraba sin dar cuentas a nadie. ¿En qué gastaba el dinero que robaba? Y por dentro le recomía la estafa que le había hecho el Rabbí al dificultarle que se casara, quien encima, les predecía odios y persecuciones (Mt 26,6; Mc 24,3).

Así funciona Judas y por eso entrega y vende a su Maestro. Dominado por la avaricia, les propone a los sacerdotes: «¿Qué me dais si os lo entrego?» (Mt 26,15) ¿A cuántos habrá entregado antes? Esa es su personalidad y su modo de actuar. Es un hombre que va almacenando rencor. Desde entonces se va endureciendo más y más «y andaba buscando ocasión propicia para entregarlo». Mientras sus planes le salieron bien, siguió al lado de Jesús. El nombramiento de Pedro, Piedra de la Comunidad, el afecto evidente con que Jesús distingue a Juan, el discípulo amado, le reconcomían. Tuvo altibajos. Era inestable. Temporadas de cogerte en brazos y otras, por el detalle más mínimo en el que se sintiera menos estimado o valorado, cerraba la boca, mostraba un semblante sombrío, violento y agresivo y bajaba allá abajo su tono, que no parecía el mismo. Su hipersensibilidad patológica y su psicología psicótica, causaron el cumplimiento de la Escritura.

El había de ser él solo. Y él había de estar solo. Y las cosas se habían de hacer a su manera. Cuando se desilusionó de Jesús, no tuvo ni un sólo gesto de magnanimidad, ni de comprensión, bajo el carné de humilde y estafado, se escondía una persona soberbia e insolidaria, incapaz de humillarse pidiendo perdón, antes se ahorcará. Sabe que ha cometido un grave pecado, entregando la sangre inocente; está despechado y arroja las monedas a los sacerdotes en el templo. Ni un momento de sensatez buscando a quien le puede salvar. No ha comprendido ni pizca a Jesús. Su vida y comportamiento iba por otros derroteros. Y se ahorcó. Fue llamado, tuvo un tiempo de felicidad, fue perdiendo gas en cosas pequeñas, hasta llegar a la monstruosidad. No era un hombre fuera de serie. Todos somos capaces de seguir el mismo camino.

Se escandalizó de la debilidad de Dios. Venía hace tiempo pensando que Jesús había sido un gran farsante; su vida y su misión un enorme fraude. ¿Cómo podía Dios estar con Jesús, si todo le salía mal? ¿Si sólo iba de fracaso en fracaso? ¿Buscó infectar su maldad a alguno de sus compañeros? Lo intentó, como se demuestra en la crítica de la unción en Betania, pero por suerte, no encontró a nadie tan cicatero y rastrero como él, pese a la debilidad y cobardía generalizada. Su cinismo es patente: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar»: -«¿Soy yo, acaso, Maestro?». Y con villanía monstruosa le dio un beso en el Huerto. Hasta se manchó los labios de sangre. Y Jesús, deja libre a Judas. Como nos deja libres a todos. El no esclaviza ni fuerza, ni violenta la libertad de nadie.

7.- ¿Se ha extinguido ya la raza de Judas? La traición y la deslealtad son semillas humanas y no anacrónicas. Hoy sigue habiendo Judas, que cuando pierden la ilusión, cuando se desengañan, cuando están amargados, se convierten en resentidos, y cuando se sienten postergados, reaccionan irracionalmente, sacan consecuencias falsas y son capaces de traicionar la amistad, tanto a nivel familiar, como social.

8.- «Entonces Jesús dijo: «Me muero de tristeza»… Padre mío, si es posible que se aleje de mí ese trago»… Al encontrar a los discípulos dormidos, «dijo a Pedro: ¿De modo que no habéis podido velar una hora conmigo?». «Velad y orad para no caer en la tentación». Estad en vela y pedid no ceder en la prueba». Le vieron demacrado y pálido, cubierto de sangre y desencajado. Yo no tengo palabras para resaltar éstas de Jesús tan amargas y trascendentales. Lo mejor que podremos hacer es dejarlas resonar en nuestro interior en profundo silencio: Morir de tristeza. No habéis podido orar conmigo una hora… Sin oración seremos vencidos. Acompañemos a Jesús con cariño y ternura que está sufriendo fuera de todo encarecimiento por nosotros. Y tomemos nota de cuál es en este momento cumbre de su vida, la recomendación que nos hace: «Orar». No les dice a los discípulos: Convenced a Judas de que no lo haga. Id a hablar con Anás y con Caifás. Moveos. Ayudadme. Haced algo. Todo lo que les dice, lo que nos dice, es orad, estad conmigo y con el Padre. Dejad que el Padre disponga y haga su Voluntad. Y hacedlo con sencillez, con simplicidad: «Pase de mí este cáliz». Ni grandes discursos, ni muchas palabras: «repitiendo las mismas palabras», anota Marcos. Hemos vivido unos años de verdadera algarabía en torno a la oración. Y no sólo en la Iglesia Católica, sino también en las separadas. Sobre la oración primero fue el silencio. Después la calumnia. Luego la omisión. Y ahora que se habla más de ella, creo que se habla más que se ejerce. Mientras, avanza el desierto. Con la teología radical de la muerte de Dios, no había posibilidad de diálogo con un Dios muerto. Con la crisis y falta de fe Dios no interesaba al hombre. La autonomía del hombre descartaba el trato con el Ser trascendente. Con la secularización y la desacralización, el trato con Dios era una forma alienante de la personalidad. La escasa coherencia de los orantes profesionales, daba origen a acusar a la oración de evasión y desencarnación de la vida. Y Jesús ha comenzado la Redención del género humano, orando y diciéndonos que oremos.

9.- Vamos a ver en seguida los efectos de la omisión de la oración: «No conozco a ese hombre». Pedro no ha podido velar una hora con el Maestro y la falta de oración causa su caída y la caída de todo aquel que no vela. Y así sucedió: «Todos los discípulos le abandonaron y huyeron». Pedro ha negado al Maestro hasta con juramento, cobardemente antes las criadas, confiando presuntuosamente en sí mismo, y poniéndose en la ocasión. Pero tiene más corazón que Judas. Llora y pide perdón a Jesús con la mirada. Probablemente fue a buscar a María, la madre de Jesús, para contárselo a ella y eso le salvó. «Soy inocente de esta sangre». ¡Allá vosotros!» E intenta acallar sus remordimientos, «lavándose las manos». Pilato es el hombre que quiere tener contentos a todos: Al Emperador de Roma, a los sacerdotes, al pueblo, y a su conciencia. Se desespera y se irrita forcejeando tratando de contemporizar con todos. Lo único que le preocupa y le interesa es no perder ni su prestigio ni su cargo. Es esclavo de su propia situación. Yo no puedo crucificarle.

Pilato está de moda. Cuando se vive una vida tan materialista como la actual, el pueblo se traga el quebrantamiento de todas las leyes morales: sólo reacciona ante la pérdida del pan, del puesto de trabajo, del cargo de prestigio, de la reacción que ciertas medidas o el cumplimiento de la justicia en casos concretos, puedan producir en los electores. Pilato es esclavo de la opinión, de la ambición. Además, es un figurón, por eso ambicionó e hizo los imposibles y se sometió a las bajezas mayores para conseguirlo. ¡Y lo que tanto le costó no está dispuesto a perderlo ahora! Le preguntaron al caracol cómo había subido tan alto y contestó: «Lamiendo y arrastrándome».

10.- Entre tanta miseria, la lectura de la Pasión nos presenta a Cristo moribundo de amor: «Jesús dio un fuerte grito y exhaló el espíritu». Es la fulgurante manifestación del amor de Jesús, que entrega su vida por la Verdad, y para que sus discípulos tengan vida y se vean siempre libres de todo género de esclavitud.

11.- Reconciliémonos con Dios en estos días de Semana Santa. A ello nos exhorta el Catecismo: «El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda, tras examinar cuidadosamente la conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia». Y este año del Padre, consignado por el Papa su práctica y cumplimiento.

Jesús Martí Ballester

Comentario – Sábado V de Cuaresma

San Juan sitúa a Jesús en Betania, localidad cercana a Jerusalén, y estando ya muy próxima la Pascua judía. El evangelista nos informa que muchos judíos que habían acudido a casa de María, la hermana de Lázaro, al ver lo que había hecho Jesús con éste, rescatándolo del sepulcro y devolviéndole la vida, creyeron en él. Éste hecho de la resurrección de Lázaro era un signo demasiado evidente del poder de Jesús sobre la muerte que se había adueñado de un ser vivo; signo, por tanto, de su poder vivificante, un poder equivalente al creador.

Jesús había sido acusado de «hacerse Dios» siendo un simple hombre; pero con tales acciones demostraba tener el poder de Dios. Si no me creéis a mí –había dicho también-, creed al menos las obras que yo hago. En razón de esta obra extraordinaria –la resurrección de un muerto que llevaba cuatro días enterrado-, muchos judíos creyeron en él. Otros, sin embargo, amigos de los fariseos, acudieron a estos para contarles lo sucedido. E inmediatamente se pusieron en movimiento. Convocaron el sanedrín y se pusieron a deliberar: Este hombre hace muchos milagros –dan por hecho, por tanto, que hay obras extraordinarias-. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación. Su temor parecen ponerlo en la intervención de los romanos, que acabarían destruyendo el templo y la nación, a consecuencia de la nueva fe en Jesús y del movimiento generado por sus acciones ‘mesiánicas’. Lo que temen en realidad es quedar privados de su autoridad y poder religiosos ante el gran empuje representado por este rabino heterodoxo que era para ellos Jesús de Nazaret, cuya fuerza de persuasión resultaba imparable. Este era su miedo: si le dejamos seguir, todos creerán en él. El que era sumo sacerdote aquel año, Caifás, dijo alarmado: Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y no que perezca la nación entera.

San Juan entiende que en estas palabras había una profecía, pues Dios también se sirve de los indignos para anunciar cosas que tendrán cumplimiento en el futuro. Y Caifás, aún indigno, no dejaba de ser sumo sacerdote. Seguramente que el purpurado no veía más allá de un corto horizonte histórico, presagiando un próximo desastre nacional del pueblo judío si no cortaban de raíz el vertiginoso movimiento iniciado por Jesús. El sumo sacerdote expone la ‘conveniencia’ de una muerte, la del Maestro de Nazaret, por la ‘salud nacional’. Y aquí se encerraba la profecía. Se estaba anunciando que Jesús habría de morir por la nacióny no sólo por la nación –como había declarado Caifás-, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Su muerte será una muerte por para: por o en lugar de la nación (para que la nación no sea destruida) y para reunir a los hijos de Dios (los futuros creyentes) dispersos por todas las naciones. La congregación de los hijos era un propósito divino muy antiguo como puede apreciarse en textos como el del profeta Ezequiel: Esto dice el Señor Dios: Voy a recoger a los israelitas de las naciones a las que marcharon; voy a congregarlos de todas partes… Los haré un solo pueblo en su tierra… Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios (17, 21-24). La muerte de Jesús habría de tener un profundo alcance y una honda significación. Será una muerte vicaria y benéfica para muchos: para todos los congregados por la fe en el nuevo pueblo de Dios. Jesús morirá en lugar de los pecadores para la salud de los creyentes que se congregarán en torno a él. En el momento mismo en que se dicta sentencia de muerte contra él, ésta adquiere ya trazas de muerte redentora, con un poder de convocación inimaginable.

Y como aquel mismo día las autoridades judías habían tomado la firme decisión de darle muerte, Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a una pequeña localidad de la región vecina y poco poblada, llamada Efraín. Allí pasaba el tiempo en compañía de sus discípulos y a la espera de los tiempos de la consumación. Porque Jesús no se había retirado para morir sin sobresaltos y olvidado de todos en su camastro y a una edad longeva. Jesús se había retirado de la escena pública sólo momentáneamente, esperando el momento propicio para su reaparición, que habría de coincidir con la próxima Pascua, y más en concreto con el sacrificio del Cordero Pascual, haciendo realidad las palabras, también proféticas, de Juan el Bautista: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esperar el momento propicio era esperar a la hora marcada por el Padre para el sacrificio.

Pero la hora del sacrificio era también la hora de la consumación de la misión y la hora de la plena manifestación del amor o de la entrega: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su propio Hijo. Jesús se estaba preparando, y quizá también preparando a sus discípulos, para la hora suprema del martirio. Toda su vida había sido un testimonio del amor de Dios por el hombre, y llegaba el momento de sellar este testimonio con la propia sangre. El momento de la rúbrica o del sello es siempre el momento solemne en el que se refrenda el compromiso o el acuerdo. Si ese sello se plasma con la propia sangre, y con toda la sangre, entonces el compromiso es máximo y el testimonio insuperable. Así rubricó Jesús su testimonio mesiánico.

Los judíos que habían subido a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse, se preguntaban si Jesús, el sentenciado a muerte, acudiría a la fiesta a pesar de la sentencia dictada contra él. ¿Cómo no iba a acudir a su fiesta, a su Pascua, a la Pascua en la que él mismo sería Cordero pascual y Sacerdote oferente? Todos los datos históricos nos hablan de que Jesús fue muy consciente de lo que le esperaba en Jerusalén. Por eso acudirá a la fiesta y lo preparará todo con detalle. Es su hora suprema. Ha venido para esto, llega a decir. Aquí se completará su misión. Pero esta misión completada en él y por él, tendrá que completarse aún en cada uno de los hijos de Dios congregados de la dispersión, es decir, en cada uno de nosotros.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

B) Los Órganos supradiocesanos y el Metropolitano

23. Las diversas asambleas episcopales supradiocesanas

a) Asamblea de los Obispos de la Provincia eclesiástica.

Los Obispos diocesanos de la Provincia eclesiástica se reúnen en torno al Metropolitano para coordinar mejor sus actividades pastorales y para ejercitar las comunes competencias concedidas por el derecho.(68) Las reuniones son convocadas por el Arzobispo Metropolitano, con la periodicidad que a todos convenga, y en ellas participan también los Obispos Coadjutores y Auxiliares de la Provincia con voto deliberativo. Si la utilidad pastoral lo aconseja, y después de obtener el permiso de la Sede Apostólica, a los trabajos comunes pueden asociarse los Pastores de una diócesis vecina, inmediatamente sujeta a la Santa Sede, comprendidos los Vicarios y Prefectos Apostólicos, que gobiernan en nombre del Sumo Pontífice.

b) Tareas del Arzobispo Metropolitano.

Una especial responsabilidad para la unidad de la Iglesia compete al Arzobispo Metropolitano en relación con las diócesis sufragáneas y sus Pastores.(69) Signo de la autoridad que, en comunión con la Iglesia de Roma, tiene el Metropolitano en la propia Provincia eclesiástica es el Palio que cada Metropolitano debe pedir personalmente o trámite un procurador al Romano Pontífice. El Romano Pontífice bendice el Palio cada año en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (29 de junio) y lo impone a los Metropolitanos presentes. Al Metropolitano que no puede venir a Roma, el Palio se lo impondrá el Representante Pontificio. En cualquier caso, el Metropolitano tiene las facultades inherentes a su función desde el momento de la toma de posesión de la arquidiócesis. El Metropolitano puede llevar el Palio en todas las Iglesias de su Provincia eclesiástica, mientras que no puede nunca llevarlo fuera de ella, ni siquiera con el consentimiento del Obispo diocesano. Cuando el Metropolitano es transferido a una nueva sede metropolitana debe pedir un nuevo Palio al Romano Pontífice.(70)

El Metropolitano tiene como función propia la de vigilar para que en toda la Provincia se mantengan con diligencia la fe y la disciplina eclesiales, y para que el ministerio episcopal sea ejercitado en conformidad con la ley canónica. En el caso de que notase abusos o errores, el Metropolitano, atento al bien de los fieles y a la unidad de la Iglesia, refiera cuidadosamente al Representante Pontificio en aquel país, para que la Sede Apostólica pueda proveer. Antes de referir al Representante Pontificio, el Metropolitano, si lo considera oportuno, podrá confrontarse con el Obispo diocesano en relación con los problemas surgidos en la diócesis sufragánea. La solicitud por las diócesis sufragáneas será especialmente atenta en el periodo en que la sede episcopal está vacante, o en eventuales momentos de particulares dificultades del Obispo diocesano.

Pero la función del Metropolitano no debe limitarse a los aspectos disciplinares, sino extenderse, como consecuencia natural del mandato de la caridad, a la atención, discreta y fraterna, a las necesidades de orden humano y espiritual de los Pastores sufragáneos, de los que puede considerarse en una cierta medida hermano mayor, primus inter pares. Un papel efectivo del Metropolitano, como está previsto en el Código de Derecho Canónico, favorece una mayor coordinación pastoral y una más incisiva colegialidad a nivel local entre los Obispos sufragáneos.

Junto con los Obispos de la Provincia eclesiástica, el Arzobispo Metropolitano promueve iniciativas comunes para responder adecuadamente a las necesidades de las diócesis de la Provincia. En particular, los Obispos de la misma Provincia eclesiástica podrán realizar juntos, si las circunstancias lo aconsejan, los cursos para la formación permanente del clero y los convenios pastorales para la programación de orientaciones comunes en cuestiones que interesan al mismo territorio. Para la formación de los candidatos al presbiterado podrán instituir el seminario metropolitano, tanto el mayor como el menor, o bien una casa de formación para las vocaciones adultas o para la formación de diáconos permanentes o de laicos empeñados en la animación pastoral. Otros sectores de empeño pastoral común podrán ser propuestos por el Metropolitano a los Obispos. Si en algún caso particular el Arzobispo tiene necesidad de facultades especiales para el desarrollo de su misión, sobre todo para poder actuar la programación pastoral común elaborada conjuntamente con los Obispos sufragáneos, de acuerdo con los Obispos de la Provincia eclesiástica, podrá pedirlas a la Santa Sede.

c) Asamblea de los Obispos de la Región eclesiástica.

Donde se ha constituido una Región eclesiástica para varias Provincias eclesiásticas,(71) los Obispos diocesanos participan en las reuniones de la asamblea regional de los Obispos según la forma establecida en sus estatutos.

d) La Conferencia Episcopal.

La Conferencia Episcopal es importante para reforzar la comunión entre los Obispos y promover la acción común en un determinado territorio que se extiende en principio a los confines de un país. Le son confiadas algunas funciones pastorales propias, que ejercita mediante actos colegiales de gobierno, y es la sede adecuada para la promoción de múltiples iniciativas pastorales comunes para el bien de los fieles.(72)

e) Las Reuniones internacionales de Conferencias Episcopales.

 Estos organismos son consecuencia natural de la intensificación de las relaciones humanas e institucionales entre países pertenecientes a una misma área geográfica. Han sido constituidos para garantizar una relación estable entre Conferencias Episcopales, que forman parte de ellos mediante los propios representantes, de manera que se facilite la colaboración entre Conferencias y el servicio a los episcopados de distintas naciones.


68 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 431 § 1; 377 § 2; 952 § 1; 1264, 1° y 2°.

69 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 62.

70 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 436 §§ 1-3.

71 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 433; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 62.

72 Cf. nn. 28-32 de este Directorio.

Con el siervo suficiente

1.- Entramos en la semana grande en que celebramos los misterios centrales de nuestra fe. La muerte de Cristo es la consecuencia de su propia vida de entrega por todos nosotros. Es terrible que tuviera que suceder lo que sucedió. El propio Dios, que se había hecho uno de nosotros, nos da la prueba suprema de amor. ¿Por qué lo hizo?: para enseñarnos a amar. El anonadamiento de Cristo, cantado en el himno cristológico de la Carta a los Filipenses, es la puerta que conduce a la glorificación. Por la Cruz se llega a la luz. Este himno nos introduce en el misterio pascual -muerte y resurrección de Cristo- que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en este domingo de Ramos es aclamado por aquéllos que después van a quitarle de en medio. Es una muestra más de las incongruencias humanas…..Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo -su encarnación fue total-, asume el dolor de todos los hombres que hoy son «crucificados» como aquellos que mueren perseguidos a causa de su fe, de su color o de su condición diferente. Jesús se empeña en estar en todos los «líos», se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el presente y el futuro de la humanidad. El mundo es su sitio. No le va la marginación ni la muerte injusta. Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla, que le hunde en el abismo. Fue consecuente y valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el religioso.

2. – Jesús sigue muriendo hoy día….Nosotros seguimos crucificando a muchos «cristos» y gritando. «¡Crucifícalo!». Hoy El nos invita a escoger que camino queremos seguir. Nos pregunta a qué lado queremos estar: ¿Con o contra el Siervo sufriente de Yahvé? La indiferencia aquí no es posible. Jesús espera nuestra respuesta: si estamos a favor de la justicia, apoyando a los débiles, luchando por un mundo mejor, sufriendo lo que nos toque para hacer realidad el Evangelio y siendo seguidores de Jesús hasta la muerte; o si elegimos otros caminos aparentemente más fáciles…

3. – Hoy nos atrevemos a pedirle a Jesucristo que nos ayude a ser como él, generosos y entregados. El se «desvivió» por nosotros, fue como un árbol que da sombra al cansado y al que está castigado por el sol, que es refugio contra la lluvia para el viajero exhausto. El árbol presta sus ramas para que las aves aniden y las criaturas encuentren refugio. Da siempre fruto en el momento oportuno. Echa hondas raíces y se afirma para no ser movido de donde le han encomendado estar. Con sus hojas caídas se abona a sí mismo para crecer más aún. Queremos ser como el árbol, que toma lo poco que necesita y devuelve muchas veces más. Incluso cuando es cortado sirve para un sinfín de usos como leña para dar calor. Pasados los años se derrumba por su antigüedad, pero incluso así se convierte en abono para que otros continúen viviendo. Jesús es ese árbol del que todos hemos recibido vida plena, que se entrega por nosotros hasta la muerte, y una muerte de cruz. El mundo sería diferente, muy diferente, si todos fuéramos como el árbol, como Jesús, que entrega su vida por amor.

José María Martín OSA

La historia agridulce de Jesús: triunfo y miseria

1.- Hoy, Domingo de Ramos, muchas calles y plazas de las grandes ciudades; rincones y cuestas de los pueblos más escondidos siguen rememorando aquel ayer de la última entrada de Jesús en Jerusalén:

–La alegría, días después, se convertiría en luto

–La multitud que lo aclamaba, más tarde y en la hora de nona, se reduciría a una mínima expresión

–Los piropos y los halagos, los cantos y las adhesiones, en traiciones, deserciones y negaciones

La historia de la humanidad, también la de los que nos consideramos seguidores de Jesús, es un manojo de sonrisas y de lágrimas. Es el eterno dilema: ¡Si pero no!

El pueblo espontáneamente se echó a la calle para aclamar al rey y Señor. En la retina de muchos habían quedado grabadas las imágenes de los milagros obrados por Jesús:

Los pobres habían encontrado un confidente.

La samaritana entendió que su cántaro ya no servía para calmar lo que el corazón le pedía desde su encuentro con Jesús.

El ciego veía el mundo que le rodeaba pero no olvidaba quién fue el que le dio la luz.

Lázaro se palpaba, una y otra vez para convencerse que, en verdad, Jesús era la vida.

¡Cuántos de los que le aclamaban habían sido convocados, sin necesidad del “pásalo”, como fruto de una experiencia gratificante o desconcertante con Jesús!

2.- Cuando en la coyuntura social y política que nos toca vivir en España, ciertos sectores y poderes mediáticos pretenden que el hecho religioso sea relegado al fondo de las sacristías, el Domingo de Ramos, es una ocasión privilegiada para manifestar públicamente que, muchas veces, el pueblo no va por donde respiran sus gobernantes. Esto, y es bueno recordarlo, no es nuevo. ¿No ocurrió algo parecido en tiempos de Jesús? Ni tan siquiera el Domingo de Ramos, donde Jesús se dio un baño de masas, logró frenar la decisión tomada por aquellos a los que la Palabra de Jesús. Su hablar tan a las claras, les resultaba hiriente o, simplemente, les molestaba. Como molesta el testimonio de la iglesia y su doctrina ante ciertos grupos de presión que la quisieran ver sometida y sino….fulminada.

El Domingo de Ramos nos adentra de lleno en la Pasión de Cristo. Entrará montado en un borrico y saldrá de la ciudad llevando una cruz. Subirá en medio de la agitación gozosa de aquellos que se sintieron liberados o tocados por su gracia y, días después, ascenderá hacia el gólgota arropado por el morbo o la indiferencia.

3.- También el Señor, en este día, ha atravesado nuestra puerta, ha cruzado el umbral de nuestras murallas y, al igual que entonces, le hemos gritado: “¡Hosanna…Bendito el que viene!”. Que no salgamos ninguno de nosotros, de esta celebración, indiferentes a la mirada de Cristo. No seamos tan necios de pensar aquello de: “si yo hubiera estado, no hubiera ocurrido esto”. Como Pedro lo negaremos y, como Judas, venderemos al Señor incluso, tal vez, por mucho menos precio. ¿Por cuánto no lo han vendido muchos que creyeron en El pero viven como si El nunca hubiera existido? ¡Cuántos que han bebido de su fuente o han sido educados en su escuela dicen, ahora, no conocerle!

Sería bueno, que en estas vísperas de la Semana Santa, pensáramos qué personaje encaja mejor con nuestra situación personal. Que abriésemos de par en par la fortaleza de nuestro corazón para que el Señor compruebe que, por lo menos, nos molestamos en alfombrarlo con una buena confesión, con posibles propósitos, con una vida dispuesta al cambio, con una intensa oración, etc., etc.

4.- El Domingo de Ramos es la puerta que dejamos abierta para que Cristo entre en lo más hondo de nuestras vidas. De poco servirá que le aclamemos con los ramos si, luego, no dinamitamos los candados de nuestros corazones y nos quedamos como meros espectadores. Jesús no quiere curiosos, necesita hombres y mujeres que vivan con espíritu cristiano su pasión, muerte y resurrección y, luego, den testimonio de ella.

Pidamos al Señor que nos deje homenajearle en este día. Que nos ayude a vivir intensamente sus horas de pasión y de muerte. Que nos haga reconocer, en estas próximas jornadas, la gravedad de nuestras faltas y de nuestras contradicciones, del “sí pero no” a la hora de seguirle.

Gritemos, hoy más que nunca, en medio de un mundo que cierra las posibilidades a todo lo que suene a Cristo, que es posible la esperanza y el amor, la justicia y la libertad, la resurrección y la vida cuando se cree esperando y amando a Cristo.

Hoy es el triunfo del Señor en su última entrada a Jerusalén, el viernes será su miseria pero, el Domingo de Pascua, se multiplicará por cien el triunfo que cualquier hombre pudo jamás soñar: la Resurrección.

Javier Leoz

La causa de un Dios de amor

1. La realeza de Cristo: “¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!” tiene su contrapunto con el grito: “¡Crucifícale!, ¡crucifícale!, ¡crucifícale!”, repetido en dos ocasiones en el relato pasional.

A Jesús le matan violentamente, clavándolo en la cruz. Es ajusticiado después de un proceso solemne llevado a cabo por las fuerzas religiosas y civiles más influyentes de aquella sociedad, que celebran haber liberado al pueblo de un agitador.

Jesús sufre la muerte de un fracasado, de un maldito, de un abandonado que nada puede ante el poder de los que dominan la tierra. Vive su muerte como un servicio, el último y supremo servicio a la causa de un Dios de amor, que le ha encomendado establecer su Reino entre nosotros; su vida y la causa de su condena fue vivir liberando de opresiones a los marginados; estableciendo la libertad, la justicia, la paz, perdonando y enseñando a perdonar; ciertamente, su vida fue un servicio a la humanidad.

2. La muerte de Cristo es la mayor manifestación de su amor. Nos ha amado hasta el final, ha sido fiel a su amor para con nosotros sin pedir nada. Ha mantenido su palabra, su mensaje salvador. No aceptó la resignación y el sometimiento a la mentira, ni el engaño, ni la violencia en nombre de Dios, y enseñó que Dios exige rebeldía y denuncia contra todo lo que implique violación de la dignidad de los hombres, creados a imagen de Dios y llamados a ser sus hijos.

Como dice san Agustín, el verdadero sacrificio es todo lo que hacemos de bueno por Dios y nuestro prójimo durante toda esta vida. Cristo muriendo en la cruz realiza el mayor sacrificio, el mayor acto de amor a la humanidad.

3. Ya no hay signos de gloria y triunfo. Hay un gran signo de dolor y duelo. Hay un funeral cósmico, porque muere en una cruz, clavado, el Hijo de Dios vivo: “Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, vinieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona”. «En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; y tembló la tierra y las rocas se hendieron”.

Ahora, en el momento de morir Cristo y de consumarse su obra redentora, parece que hay como una última sacudida fuerte del estilo, ya expirante, de la vieja ley; como una última apelación a la naturaleza terrible y tonante del Sinaí.

4. Tres años de parábolas dulces no pudieron en Pedro lo que pudo en el centurión un minuto de tinieblas teatrales. El mundo que había querido un Mesías ostentoso y poderoso, exigía ahora una gran metáfora cósmica de la muerte de un Dios. Quería un Dios que muriese entre eclipses y terremotos. ¡Como si no fuera más auténtico certificado de divinidad el perdón de sus verdugos!

Jesús insiste en los puros signos espirituales del vino, el agua y el pan. Sólo al final, como un desesperado arranque de dureza carnal de los hombres, llegan los vistosos signos cósmicos y sinaíticos: El eclipse y el terremoto.

Pero los hombres, duros y tercos, se empeñan en no oír este silbo suave de la ley de Amor, y Dios tiene que sacudir de vez en cuando sus entendederas con guerras, revoluciones y persecución, para que los hombres, como el centurión, crean en Él «cuando vean el terremoto».

El mundo actual sabe algo de eso. Hombres locos, hombres locos, ¿por qué no evitáis el terremoto y las tinieblas, tomando partido a tiempo por el agua, el vino y el pan?

Antonio Díaz Tortajada

No te bajes de la cruz

Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado se burlaban de él y, riéndose de su sufrimiento, le hacían dos sugerencias sarcásticas: si eres Hijo de Dios, «sálvate a ti mismo» y «bájate de la cruz».

Esa es exactamente nuestra reacción ante el sufrimiento: salvarnos a nosotros mismos, pensar solo en nuestro bienestar y, por consiguiente, evitar la cruz, pasarnos la vida sorteando todo lo que nos puede hacer sufrir. ¿Será también Dios como nosotros? ¿Alguien que solo piensa en sí mismo y en su felicidad?

Jesús no responde a la provocación de los que se burlan de él. No pronuncia palabra alguna. No es el momento de dar explicaciones. Su respuesta es el silencio. Un silencio que es respeto a quienes lo desprecian y, sobre todo, compasión y amor.

Jesús solo rompe su silencio para dirigirse a Dios con un grito desgarrador: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». No pide que lo salve bajándolo de la cruz. Solo que no se oculte ni lo abandone en este momento de muerte y sufrimiento extremo. Y Dios, su Padre, permanece en silencio.

Solo escuchando hasta el fondo este silencio de Dios descubrimos algo de su misterio. Dios no es un ser poderoso y triunfante, tranquilo y feliz, ajeno al sufrimiento humano, sino un Dios callado, impotente y humillado, que sufre con nosotros el dolor, la oscuridad y hasta la misma muerte.

Por eso, al contemplar al Crucificado, nuestra reacción no puede ser de burla o desprecio, sino de oración confiada y agradecida: «No te bajes de la cruz. No nos dejes solos en nuestra aflicción. ¿De qué nos serviría un Dios que no conociera nuestros sufrimientos? ¿Quién nos podría entender?».

¿En quién podrían esperar los torturados de tantas cárceles secretas? ¿Dónde podrían poner su esperanza tantas mujeres humilladas y violentadas sin defensa alguna? ¿A qué se agarrarían los enfermos crónicos y los moribundos? ¿Quién podría ofrecer consuelo a las víctimas de tantas guerras, terrorismos, hambres y miserias? No. No te bajes de la cruz, pues, si no te sentimos «crucificado» junto a nosotros, nos veremos más «perdidos».

José Antonio Pagola