Hora Santa en el Jueves Santo

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

Hora Santa

Esta oración se puede hacer entorno a un icono de Cristo, con al- guna vela encendida para crear un ambiente de oración. Si alguna familia considera que es demasiado extensa haga la oración, elíjase una parte.

Ambientación:

Me dispongo a estar contigo, Señor.

Si se considera oportuno, se puede escuchar el canto de “Cerca de ti, Señor”.

Hoy queremos acompañarte, Señor, como familia, en estos momentos que preceden a la entrega de tu vida por nuestra salvación. En estos tiempos de incertidumbre y zozobra queremos acoger y profundizar en los tres grandes regalos con que nos obsequias: la Eucaristía, el sacerdocio y el amor fraterno.

Disponnos a la oración en esta nuestra Iglesia doméstica. En este momento nos sentimos unidos a toda la Iglesia y a esta humanidad doliente, que vive con preocupación este momento singular de nuestra historia. Danos la gracia de disponer nuestra mente y nuestro corazón para estar contigo, dejando de lado otras distracciones.

Escucha de la Palabra de Dios

A continuación, se proclama el siguiente texto pausadamente: Evangelio Lc 22, 39-46

Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

Todos: Gloria a ti, Señor.

EN aquel tiempo, Jesús salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
«Orad, para no caer en tentación».
Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:

«Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre.

Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».

Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Reavivamos en nuestra mente esta escena evangélica.

Se deja un momento de silencio. Luego, el guía continúa:

Jesús, ante el momento definitivo de su vida, se rodea de los suyos y estos lo dejan solo, se duermen. ¡Cuántas veces nosotros te dejamos solo, Señor! Nuestras ocupaciones, gustos, aficiones nos ocupan muchos momentos de nuestro día. Encontramos tiempo para todo, menos para ti. La causa, Señor, es que en nuestra vida hay otras prioridades. Pero de repente, un pequeño virus, trastoca nuestros proyectos y nos llena de temor.

Hoy queremos acompañarte en oración antes de afrontar tu misión decisiva: entregar la vida por nuestra salvación.

Queremos que tú ilumines nuestra existencia y tantas situaciones y personas que necesitan, en este tiempo de modo especial, sentirse queridas por ti, a través de la acogida y de la cercanía que tus discípulos les brindemos.

Nos disponemos a este encuentro orando con estas súplicas.

Puede leer las súplicas un lector y responden todos. Conviene hacerlo despacio, dejando un breve silencio entre una y otra.

Cuando todos te abandonan, cuando Judas te traiciona, cuando el Sanedrín prepara tu condena.

Todos: Nosotros queremos estar contigo.

Cuando los discípulos duermen.

Todos: Nosotros queremos velar contigo.

Cuando los soldados te prenden.

Todos: Nosotros queremos defenderte.

Cuando Pedro te niega tres veces.

Todos: Nosotros queremos confesarte.

La siguiente oración pueden rezarla todos juntos o uno en voz alta despacio, dando tiempo a interiorizarla a los demás.

Señor Jesús,
en esta hora de silencio y de paz,
al adentrarnos en la noche de tu entrega,
en que las sombras de la inquietud se acercan,
queremos estar contigo

que nos amas hasta el extremo.

Tú has puesto para nosotros lo que tú eres;
nosotros ponemos ante ti lo que somos,
para adorarte en espíritu y en verdad.

En la intimidad profunda de esta noche santa,
en que tus palabras son tu testamento,

tu voluntad última, tu oración,
haz de nosotros amigos fieles,
discípulos verdaderos, enamorados de tu amor.

Es noche de Alianza Nueva,
de banquete del Reino;
noche sacerdotal

en que del todo te consagras; tiempo de orar y velar,
noche de gracia en que nos salvas.

Acepta, Señor, nuestra compañía en esta hora;
siembra en nosotros tu Evangelio

y haznos capaces de vivir contigo
y desde ti todas las cosas,
amando, como tú, hasta el extremo.

Ponemos ante ti el dolor y la soledad
de tantos hijos e hijas tuyos,
golpeados por el coronavirus

en este tiempo y danos la gracia
de sentir que tú estás con nosotros
y entregas tu vida por nosotros tus hijos.

PRIMER MOMENTO
Esto es mi Cuerpo entregado
Oramos por el don de la Eucaristía

Hoy no hemos podido celebrar la Misa de la Cena del Señor, nos hemos unido a ella a través de los medios de comunicación.

En aquel memorial de la Pascua, sintetizaste toda tu vida en un pedazo de pan y un poco de vino, signo de tu vida entregada por amor: «Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo».

Cada día en la Eucaristía te ofreces como alimento para nuestro peregrinar hacia la casa del Padre y para construir un mundo fraterno, humano y humanizador. Un alimento que nos alienta a caminar en santidad conscientes de que Dios lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada o licuada (GE 1).

¡Cuántas veces la Eucaristía no es el centro de nuestra vida! ¡Cuántas veces es profanada de palabra y de obra! ¡Cuántos olvidos de tu presencia en el Sagrario donde siempre nos esperas! ¡Cuántas veces convertimos en un rito vacío que no nos lleva a dar la vida en servicio a los hermanos, como haces tú con nosotros!

Hoy, Señor, queremos adorarte y darte gracias por quedarte con nosotros hecho pan de vida y vino de alegría para nuestro caminar, en este momento difícil para nuestro mundo. Queremos reparar, de algún modo, tantas ofensas y pedirte que no dejes de amarnos. Por eso, oramos juntos diciendo: Te damos gracias, Señor.

A continuación, lee un lector y responden todos.

Por el Misterio Pascual de tu muerte y resurrección.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Por el pan y el vino de la Eucaristía.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Por haberte quedado con nosotros.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Por haberte abajado y haber asumido nuestras debi- lidades.

Todos: Te damos gracias, Señor.

El lector: Por tu amor hasta la muerte.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Por tu presencia permanente.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Por la fuerza de tu resurrección.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Por el aliento de tu Espíritu.

Todos: Te damos gracias, Señor.

Señor Jesús, tenemos mucho que agradecerte. Vivimos hoy como comunidad, como Iglesia, gracias a la Eucaristía actualizada por tus sacerdotes y prolongada en la práctica del amor fraterno, tan importante en este momento que nos ha tocado vivir. Enséñanos a valorar tu presencia en nuestros sagrarios, oasis para recuperar la esperanza. Haznos crecer en deseos de conocerte y permanecer junto a ti, para que nuestra norma de conducta sea siempre vivir en tu seguimiento, creciendo en santidad, dando frutos de bondad, de alegría, de perdón, de unidad y de fraternidad. Cuidando, como tú nos enseñaste, los pequeños detalles en la vida cotidiana y que hoy pueden ser la fuerza de esta humanidad golpeada por el coronavirus (cf. GE 143).

Permanecemos aquí, Señor, dejando que tu amor caliente nuestro frío corazón con tu vida hecha Pan de Eucaristía.

Un cristiano, como el sarmiento, solo puede tener vida si permanece unido a la vid. Solo tendremos vida si nos alimentamos de la savia nueva de Cristo, Pan de vida.

Se deja un momento de silencio.

Escucha de la Palabra de Dios

Evangelio Jn 6, 33-34. 36-39

Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Todos: Gloria a ti, Señor.

EN aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».

Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó: «Como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día».

Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Vivimos en un mundo absorbido por la utilidad y el pragmatismo. Solo nos preocupa el pan material, los bienes, el para qué sirve o cuánto gano con esto. Tener más, para gastar más y disfrutar más.

Jesús, en cambio, nos habla de un pan diferente que alimenta una vida nueva, una vida para siempre. Un pan que es su vida entregada por nosotros, para nuestra salvación.

Hoy también te decimos: «Señor, danos de este pan». Mejor, ayúdanos a descubrir que ese pan es la Eucaristía para que así recupere el lugar central que debe tener en nuestra vida. Que la valoremos y no vivamos regateando tiempo, despreocupados de entender lo que hacemos y por qué se hace.

Señor, que la Eucaristía sea el centro y culmen de nuestra vida, pero no lo único. Que ella nos lleve a comprender la necesidad de formarnos en la fe, para dar razón de lo que creemos y celebramos y testi- moniarlo en el servicio a los hermanos. Que ella sea luz para que podamos comprender los tiempos de incertidumbre, de miedo y dolor como este que nos toca vivir. Que en ella encontremos fuerza para abriros a la esperanza. Señor, a ti, hecho pan de Vida, te presentamos en este momento nuestros sentimientos y vivencias y las de nuestros hermanos; el dolor y la esperanza de este mundo que sufre y necesita de tu fuerza, de tu Pan de Vida.

Sigue un momento de silencio en el que cada uno presentamos al Señor, Eucaristía, nuestros sentimientos ante este momento que vivimos.

SEGUNDO MOMENTO
Haced esto en memoria mía
Oramos por el don del sacerdocio

En este segundo momento oramos por los sacerdotes. «Haced esto en memoria mía», dijo el Señor a los suyos, en el transcurso de aquella cena pascual. Desde aquel instante los ministros de la Iglesia cumplen ese mandato en servicio de la comunidad presidiendo la Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia y de todo cristiano.

El santo Cura de Ars se admiraba ante la grandeza del sacerdocio y llegó a decir que si no tuviésemos el sacramento del Orden sacerdotal, no tendríamos a nuestro Señor. ¿Quién le ha puesto ahí, en ese tabernáculo? El sacerdote. ¿Quién la alimenta para darle fuerza para hacer su peregrinación de la vida? El sacerdote. ¿Quién la preparará a presentarse ante Dios, lavando esta alma, por última vez, en la sangre de Jesucristo? El sacerdote. ¿Y si esta alma va a morir por el pecado, quién la resucitará?, ¿quién le devolverá la calma y la paz? Otra vez el sacerdote.

No os podéis acordar de una buena obra de Dios, sin encontrar al lado de este recuerdo a un sacerdote.

En estos días de alerta y confinamiento en nuestros hogares, muchos de nuestros sacerdotes, en los templos vacíos, oran por nosotros y nos presentan al Señor. Se desviven y arriesgan su vida en los hospitales al lado de los enfermos, cercanos a quien pierde un ser querido, alentando a tantos voluntarios que buscan aliviar el dolor de los que carecen de lo imprescindible para la vida. Ellos, tantas veces incomprendidos, son sembradores de esperanza con su disponibilidad para atender las necesidades espirituales de los que se lo piden y lo necesitan. El sacerdote es sembrador de esperanza estando al servicio de todos. Él, en estos momentos, al igual que Jesucristo, no puede retirarse, ni esconderse ante la cruz, sino que debe manifestar a la sociedad que la Iglesia también sale con ellos favoreciendo la vida. Especialmente mediante los sacramentos, a través de la Unción de enfermos, de la Penitencia, así como de la Eucaristía, aún celebrada en la soledad. A causa de sus miserias, entregan en silencio su vida, por la salud del mundo (cf. Nota de los Obispos de la Subcomisión Episcopal Familia y defensa de la Vida, Jornada por la Vida de 25 de marzo de 2020).

En este momento, asombrémonos ante el don del sacerdocio y demos gracias a Dios orando por ellos diciendo todos juntos a cada súplica:

R/. Gracias, Señor, por tus sacerdotes.

Te damos gracias, Señor, porque en la tarde del Jueves Santo instituiste el Sacramento del Orden para seguir presente en tu Iglesia como Pastor, Maestro y Pontífice de tu pueblo. R/.

Te damos gracias, Señor, porque en tus sacerdotes sigues presente en medio de nosotros predicando el amor de Dios, sus designios de salvación, y enseñando el camino del cielo y de la felicidad cada vez que predican y nos exhortan. R/.

Te damos gracias, Señor, porque en tus sacerdotes sigues guiando a tu pueblo a través de la historia cada vez que nos reúnen como miembros de tu Iglesia, cada vez que nos libran de los falsos pastores y cada vez que nos alientan en los males que amenazan nuestra vida. R/.

Perdona, Señor, sus faltas y ayúdanos a comprender que llevan el tesoro de su vocación en un corazón de barro, y, que lo que son, es gracias a tu bondad y misericordia, y suscita en nuestras familias y comunidades vocaciones abundantes a buenos y santos sacerdotes. R/.

Ahora escuchemos la oración de Jesús por sus sacerdotes y, siguiendo su invitación a orar también nosotros, oremos al Padre por ellos. De modo especial hoy recordamos a aquellos que entregaron su vida sirviendo a tus hermanos en esta crisis del coronavirus y a cuantos la exponen para llevar los auxilios de la salvación y la esperanza que nace de tu amor por nosotros.

Se deja un breve silencio y luego uno proclama el texto del Evangelio, la oración de Jesús por sus sacerdotes, de modo pausado.

Escucha de la Palabra de Dios

Evangelio Jn 17, 1a. 11b. 14-15. 20-21

Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Todos: Gloria a ti, Señor.

EN aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno.
No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado».

Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Jesús ora por los suyos a quienes ha llamado y les enviará a llevar su Buena Noticia por todo el mundo, siendo puentes de la salvación y de la gracia de Dios para los hombres. En esta noche, al igual que Jesús, oremos por nuestros sacerdotes. Ellos, que tantas veces reciben nuestras críticas despiadadas, necesitan mucho más de nuestra oración para permanecer fieles en su debilidad, para no desalentarse ante las tentaciones del mundo, para promover la comunión y ser sembradores de esperanza cuando el temor nos invade. Señor, que estén encarnados en el mundo, pero que no se conviertan en mundanos.

Se deja un breve silencio para orar. El guía:

El mundo necesita testigos de tu presencia, Señor, porque en la vida de muchos hombres, la fe en ti se ha apagado, el vacío y el miedo atenazan nuestras vidas. Nuestros sacerdotes a menudo se sienten impotentes ante la indiferencia que crece en tantos que se dicen cristianos y viven como paganos, preocupados únicamente por sus intereses y de aumentar su bienestar y su hacienda. En ocasiones ellos son tentados por el desaliento al no ver el fruto deseado y pueden caer en el lamento, el individualismo y la autorreferencialidad. Danos tu gracia para acompañarlos y que ellos se dejen acompañar, para caminar juntos y en la misma dirección con esperanza y alegría.

Suscita entre nosotros hombres generosos, capaces de olvidarse de sí mismos para poner sus vidas al servicio de los demás, sobre todo de aquellos que más lo necesitan, y que se entreguen con alegría al anuncio gozoso de tu Evangelio. Envía, Señor, sacerdotes santos a tu Iglesia. Sacerdotes que entreguen su vida por amor a sus fieles. Sacerdotes que los lleven hacia ti y sean puentes de comunión, no muros que separan, aíslan y dividen.

Después de un breve silencio de interiorización, el guía dice:

Meditamos y oramos un momento:

Damos gracias a Dios por nuestros Pastores, pedimos para que sean testigos de comunión en medio de la comunidad. Los presentamos ante el Señor con sus vidas y pedimos que no caigan en la mundanidad espiritual.

Nos sentimos también nosotros partícipes del sacerdocio de Cristo y llamados a construir, trabajando por el Reino de Dios, la unidad en nuestro mundo y llamados a ser portadores de esperanza desde la cercanía a quien se siente solo y desalentado.

Se deja un tiempo de silencio y oración.

Oración por los sacerdotes

Luego, el guía hace suya esta oración e invita a los miembros de la familia a orar por lo sacerdotes.

Al santo padre el papa Francisco.

Todos: Dale, Señor, tu corazón de Buen Pastor.

A los sucesores de los Apóstoles.

Todos: Dales, Señor, solicitud paternal por sus sacerdotes.

Al obispo de nuestra diócesis, puesto por el Espíritu Santo.

Todos: Compromételo con sus fieles, Señor.

A los párrocos.

Todos: Enséñales a servir y a no desear ser servidos, Señor.

A los confesores y directores espirituales.

Todos: Hazlos, Señor, instrumentos dóciles de tu Espíritu.

A los que anuncian tu palabra.

Todos: Que comuniquen espíritu y vida, Señor.

A los asistentes del apostolado seglar,

Todos: Que lo impulsen con su testimonio, Señor.

A los que trabajan por la juventud.

Todos: Que la comprometan contigo, Señor.

A los que trabajan entre los pobres.

Todos: Haz que te vean y te sirvan en ellos, Señor.

A los que atienden a los enfermos.

Todos: Que les enseñen el valor del sufrimiento, Señor.

A los sacerdotes pobres.

Todos: Socórrelos, Señor.

A los sacerdotes enfermos.

Todos: Sánalos, Señor.

A los sacerdotes ancianos.

Todos: Dales alegre esperanza, Señor.

A los tristes y afligidos.

Todos: Consuélalos, Señor.

A los sacerdotes turbados.

Todos: Dales tu paz, Señor.

A los que están en crisis.

Todos: Muéstrales tu camino, Señor.

A los calumniados y perseguidos.

Todos: Defiende su causa, Señor.

A los sacerdotes tibios.

Todos: Inflámales en el fuego de tu amor, Señor.

A los desalentados.

Todos: Reanímalos, Señor.

A los que entregaron su vida sirviendo a los enfermos de esta pandemia.

Todos: Acógelos en tu descanso, Señor.

A los que aspiran al sacerdocio.

Todos: Dales la perseverancia, Señor.

A todos los sacerdotes.

Todos: Dales fidelidad a ti y a tu Iglesia, Señor.

A todos los sacerdotes.

Todos: Dales obediencia y amor al papa, Señor.

A todos los sacerdotes.

Todos: Que vivan en comunión con su obispo, Señor.

Que todos los sacerdotes.

Todos: Sean uno como tú y el Padre, Señor.

Que todos los sacerdotes.

Todos: Promuevan la justicia con que tú eres justo.

Que todos los sacerdotes.

Todos: Sean vínculo de comunión con sus hermanos en el sacerdocio, Señor.

Que todos los sacerdotes, llenos de ti.

Todos: Vivan con alegría en el celibato, Señor.

A todos los sacerdotes.

Todos: Dales la plenitud de tu Espíritu y transfórmalos en ti, Señor.

 

TERCER MOMENTO
Esto os mando, que os améis
Oramos por la fraternidad

La Eucaristía y el sacerdocio son dos grandes dones del Señor en esta víspera de la pasión y muerte de Jesús. Pero él, que pasó por el mundo haciendo el bien y se hizo pan partido para la vida del mundo, nos quiere servidores y que nos amemos como hermanos. Celebrar la Eucaristía implica vivir la comunión fraterna con los hermanos, de modo especial con los más necesitados, y entregarse a su servicio. El amor fraterno se alimenta de la vida entregada del Señor y le hace presente en el mundo al tiempo que descubre en cada hermano a su Señor. Supliquemos al Señor, en esta tarde, para que redescubramos con más fuerza la fraternidad que nos une.

Escucha de la Palabra de Dios

Evangelio Jn 15, 9-17

Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Todos: Gloria a ti, Señor.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Tu mensaje, Señor, resulta revolucionario en nuestro mundo donde cada uno va a lo suyo. Tú quieres que nos amemos, pero no de cualquier modo, sino como tú y el Padre os amáis. Para ello nos das tu Espíritu, admirable constructor de la unidad. En la Eucaristía nos hermanas alrededor de tu mesa y del pan de tu Cuerpo entregado, y nos dejas pastores que nos alienten en el camino de la comunión fraterna.

El mandamiento que nos das en este día es el del amor. La iniciativa parte de Jesús. Él nos amó primero. Su amor es una invitación, un punto de partida para el nuestro; y algo más, es gracia derramada que nos capacita para amar como él mismo nos amó. Su amor es el del Padre, su amor es el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones.

Señor, enséñanos a mirar a cada persona con una mirada fraterna. Como ha dicho el papa Francisco el pasado 8 de marzo, las familias debemos vivir esta crisis sanitaria y humana con la fuerza de la fe, la certeza de la esperanza y el fervor de la caridad. Llamados, en familia, a ser sembradoras de esperanza, construyendo y viviendo la Iglesia doméstica. La Iglesia está en casa, en el hogar, en la familia. Es momento de cuidarnos unos a otros y de practicar la misericordia dentro de la familia y con los más cercanos, empezando por esa maravillosa obra de misericordia que nos llama a “sufrir con paciencia los defectos del prójimo” (cf. Nota de los Obispos de la Subcomisión Episcopal Familia y defensa de la Vida, Jornada por la Vida de 25 de marzo de 2020).

No permitas que nuestro corazón se cierre a tantas injusticias que nos rodean y a tantos hombres como sufren. Haz que sepamos reconocer en cada ser humano tu rostro vivo para que te adoremos y te sirvamos por medio de nuestra entrega y nuestra solidaridad.

Hoy, Señor, queremos orar por aquellos que entregan su vida para ayudarnos a superar esta situación de pandemia:

Al personal sanitario, que está sembrando la esperanza con su entrega y buen hacer, practicando una medicina humanitaria capaz de defender la vida de los más débiles, acogiéndolos, protegiéndolos y acompañándolos en su enfermedad, aún con el riesgo de sus vidas.

Todos: Dales fortaleza, Señor.

A los transportistas y cuantos con su trabajo en el sector de servicios hacen que el pan de cada día llegue a cada hogar.

Todos: Guíalos y aliéntalos, Señor.

A cuantos trabajan en los servicios de limpieza para protegernos del contagio de este terrible virus.

Todos: Hazles llegar nuestra gratitud, Señor.

A los hombres del campo y a las fuerzas de seguridad.

Todos: Dales constancia, Señor.

A los cuidadores de los enfermos y ancianos.

Todos: Llénalos de tu misericordia, Señor.

A los voluntarios que siguen manteniendo la acción caritativa entregando su vida para ayudar a los necesitados.

Todos: Dales amor y compasión, Señor.

A los científicos y a cuantos luchan por la vida.

Todos: Ilumínalos, Señor.

A los que, de modo silencioso, están cerca de quien les necesita.

Todos: Premia su generosidad, Señor.

A los abuelos, a los padres que cuidan de sus hijos, a los niños y a los jóvenes.

Todos: Llénalos de tu generosidad y amor, Señor.

A cuantos, en estos días, perdieron a un ser querido y vivieron este momento en la soledad.

Todos: Dales la esperanza de tu resurrección, Señor.

A cuantos han muerto a causa de esta pandemia.

Todos: Acógelos en tu descanso, Señor.

A todos nosotros, que no debemos olvidar que existe un Dios que cuida de nosotros y nos llama a cuidarnos como hermanos.

Todos: Danos un corazón sensible a las necesidades del otro, Señor.

CONCLUSIÓN
Que sean uno para que el mundo crea

Señor, entregaste tu vida por nuestra salvación y nos dejas el gran don de la Eucaristía, el sacerdocio y el amor fraterno, para prolongar en el mundo tu estilo de vida.

Al concluir este momento de oración, dirigimos nuestra mirada a tu Madre, que con el alma traspasada de dolor viviría estos momentos de tu Pasión, para que ella interceda ante ti por todos nosotros, de modo especial por los más vulnerables y golpeados por esta pandemia, diciendo:

Y todos juntos dicen:

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;
no desoigas las súplicas
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro,
¡oh, Virgen gloriosa y bendita! Amén.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos: Amén

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Vísperas – Jueves Santo en la Cena del Señor

VÍSPERAS

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

Los que participan en la misa vespertina de la Cena del Señor no rezan hoy las Vísperas.

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Memorial de la muerte del Señor,
pan vivo que a los hombres das la vida!
Da a mi alma vivir sólo de ti,
y tu dulce sabor gustarlo siempre.

Pelícano piadoso, Jesucristo,
lava mis manchas con tu sangre pura;
pues una sola gota es suficiente
para salvar al mundo del pecado.

¡Jesús, a quien ahora veo oculto!
Te pido que se cumpla lo que ansío:
que, mirándote al rostro cara a cara,
sea dichoso viéndote en tu gloria. Amén.

SALMO 71: PODER REAL DEL MESÍAS

Ant. El primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, nos ha convertido en un reino para Dios, su Padre.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, nos ha convertido en un reino para Dios, su Padre.

SALMO 71

Ant. El Señor librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. +

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
+ él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba;
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Lïbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. Los santos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Los santos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron.

LECTURA: Hb 13, 12-15

Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Durante la Cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Durante la Cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos.

PRECES

Adoremos a nuestro Salvador, que en la última Cena, la noche misma en que iba a ser entregado, confió a su Iglesia la celebración perenne del memorial de su muerte y resurrección; oremos diciendo:

Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Redentor nuestro, concédenos que por la penitencia nos unamos más plenamente a tu pasión,
— para que consigamos la gloria de la resurrección.

Concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos,
— para poder nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos confortas.

Haz que tus fieles participen en tu pasión mediante los sufrimientos de su vida,
— para que se manifiesten a los hombres los frutos de tu salvación.

Tú que te humillaste, haciéndote obediente hasta la muerte y una muerte de cruz,
— enseña a tus fieles a ser obedientes y a tener paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los difuntos sean transformados a semejanza de tu cuerpo glorioso,
— y a nosotros danos un día parte en su felicidad.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, acudamos confiadamente a nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios todopoderoso, que para gloria tuya y salvación de los hombres constituiste a Cristo sumo y eterno sacerdote, concede al pueblo cristiano, adquirido para ti por la sangre preciosa de tu Hijo, recibir en la eucaristía, memorial del Señor, el fruto de la pasión y resurrección de Cristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Jueves Santo

Juan 13,1-15 
 Lavatorio de los pies

1. LECTIO  

a) Oración inicial: 

“Cuando tu hablas, Señor, la nada palpita de vida: los huesos secos se convierten en personas vivientes, el desierto florece… Cuando me dispongo a hablarte, me siento árido, no sé qué decir. No estoy, evidentemente, sintonizado con tu voluntad, mis labios no están de acuerdo con mi corazón y mi corazón no hace un esfuerzo por entonarse con el tuyo. Renueva mi corazón, purifica mis labios, para que hable contigo como tú quieres, para que hable con los demás como tú quieres, para que hable conmigo mismo, con mi mundo interior, como tú quieres (L. Renna). 

b) Lectura del evangelio: 

1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.»
12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis `el Maestro’ y `el Señor’, y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros.15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. 

c) Momentos de silencio orante: 

En una escucha amorosa la palabra no es necesaria, porque también el silencio habla y comunica amor. 

2. MEDITATIO 

a) Preámbulo a la Pascua de Jesús: 

El pasaje del evangelio de este día está inserto en un conjunto literario que comprende los capítulos 13-17. El comienzo está constituido por la narración de la última cena que Jesús comparte con sus discípulos, durante la cuál realiza el gesto del lavatorio de los pies (13,1-10). Después, Jesús pronuncia un largo discurso de despedida con sus discípulos (13, 31-14,31), los capítulos 15 -17 tienen la función de profundizar algo más el precedente discurso del Maestro. Inmediatamente sigue, el hecho del prendimiento de Jesús (18, 1-11). De todos modos, los sucesos narrados en 13-17,26 están conectados desde el 13,1 con la Pascua de Jesús. Es interesante anotar este punto: desde el 12,1 la Pascua no se llama ya la pascua de los judíos, sino la Pascua de Jesús. Es Él, de ahora en adelante, el Cordero de Dios que librará al hombre de su pecado. La Pascua de Jesús es una Pascua que mira a la liberación del hombre: un nuevo éxodo que permite pasar de las tinieblas a la luz (8,12) y que llevará vida y fiesta a la humanidad (7,37).

Jesús es consciente de que está por terminarse su camino hacia el Padre, y por tanto dispuesto a llevar a término su éxodo personal y definitivo. Tal pasaje al Padre se realiza mediante la Cruz, momento nuclear en el que Jesús entregará su vida en provecho del hombre.

Llama la atención del lector el constatar cómo el evangelista Juan sepa representar muy bien la figura de Jesús siendo consciente de los últimos acontecimientos de su vida y, por tanto, de su misión. Y a probar que Jesús no es arrastrado por los acontecimientos que amenazan su existencia, sino que está preparado para dar su vida. Precedentemente el evangelista había anotado que todavía no había llegado su hora; pero ahora en la narración del lavatorio de los pies dice, que Jesús es consciente de que se aproxima su hora. Tal conciencia está a la base de la expresión juanista: “después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (v.1) El amor “por los suyos”, aquéllos que forman la nueva comunidad, ha sido evidente mientras ha estado con ellos, pero resplandecerá de modo eminente en su muerte. Tal amor viene mostrado por Jesús en el gesto del lavatorio de pies que , en su valor simbólico, muestra el amor continuo que se expresa en el servicio. 

b) Lavatorio de los pies: 

Jesús se encuentra en una cena ordinaria con los suyos. Tiene plena conciencia de la misión que el Padre le ha confiado: de Él depende la salvación de la humanidad. Con tal conocimiento quiere mostrar a “los suyos”, mediante el lavatorio de los pies, cómo se lleva a cumplimiento la obra salvífica del Padre e indicar con tal gesto la entrega de su vida para la salvación del hombre. Es voluntad de Jesús que el hombre se salve y un consumidor deseo lo guía a dar su vida y entregarse. Es consciente de que “el Padre había puesto todo en sus manos” (v. 3a); tal expresión deja entrever que el Padre deja a Jesús la completa libertad de acción.

Jesús, además, sabe que su origen y la meta de su itinerario es Dios; sabe que su muerte en la cruz, expresión máxima de su amor, es el último momento de su camino salvador. Su muerte es un “éxodo”: el ápice de su victoria sobre la muerte; en el dar su vida, Jesús nos revela la presencia de Dios como vida plena y ausente de muerte.

Con esta plena conciencia de su identidad y de su completa libertad Jesús se dispone a cumplir el grande y humilde gesto del lavatorio. Tal gesto de amor se describe con un cúmulo de verbos (ocho) que convierten la escena complicada y henchida de significado. El evangelista presentando la última acción de Jesús sobre los suyos, usa esta figura retórica de acumulación de verbos sin repetirse para que tal gesto permanezca impreso en el corazón y en la mente de sus discípulos y de cualquier lector y para que se retenga un mandamiento que no debe olvidarse. El gesto cumplido por Jesús intenta mostrar que el verdadero amor se traduce en acción tangible de servicio. Jesús se despoja de sus vestidos se ciñe un delantal símbolo de servicio. El despojarse de sus vestidos es una expresión que tiene la función de expresar el significado del don de la vida. ¿Qué enseñanza quiere Jesús transmitir a sus discípulos con este gesto? Les muestra que el amor se expresa en el servicio, en dar la vida por los demás como Él lo ha hecho.

En tiempos de Jesús el lavado de los pies era un gesto que expresaba hospitalidad y acogida con los huéspedes. De ordinario era hecho por un esclavo con los huéspedes o por una mujer o hijas a su padre. Además era costumbre que el rito del lavado de pies fuese siempre antes de sentarse a la mesa y no durante la comida. Esta forma de obrar de Jesús intenta subrayar la singularidad de su gesto.

Y así Jesús se pone a lavar los pies a sus discípulos. El reiterado uso del delantal con el que Jesús se ha ceñido subraya que la actitud de servicio es un atributo permanente de la persona de Jesús. De hecho, cuando acaba el lavatorio, Jesús no se quita el paño que hace de delantal. Este particular intenta subrayar que el servicio-amor no termina con la muerte. La minuciosidad de tantos detalles muestra la intención del evangelista de querer poner de relieve la importancia y singularidad del gesto de Jesús. Lavando los pies de sus discípulos Jesús intenta mostrarles su amor, que es un todo con el del Padre (10,30.38). Es realmente impresionante esta imagen que Jesús nos revela de Dios: no es un soberano que reside sólo en el cielo, sino que se presenta como siervo de la humanidad. De este servicio divino brota para la comunidad de los creyentes aquella libertad que nace del amor y que vuelve a todos su miembros “señores” (libres) en tanto que servidores. Es como decir que sólo la libertad crea el verdadero amor. De ahora en adelante el servicio que los creyentes darán al hombre tendrá como finalidad el de instaurar relaciones entre los hombres en el que la igualdad y la libertad sean una consecuencia de la práctica del servicio recíproco. Jesús con su gesto intenta demostrar que cualquier asomo de dominio o prepotencia sobre el hombre no está de acuerdo con el modo de obrar de Dios, quien, por el contrario, sirve al hombre para atraerlo hacia Sí. Además no tienen sentido las pretensiones de superioridad de un hombre sobre otro, porque la comunidad fundada por Jesús no tiene forma piramidal sino horizontal, en la que cada uno está al servicio del otro, siguiendo el ejemplo de Dios y de Jesús.

En síntesis, el gesto que Jesús cumple expresa los siguientes valores: el amor hacia los hermanos exige un cambio en acogida fraterna, hospitalidad, o sea, servicio permanente. 

c) Resistencia de Pedro: 

La reacción de Pedro al gesto de Jesús es de estupor y protesta. También hay cambio en el modo de dirigirse a Jesús: Pedro lo llama “Señor” (13,6). Tal título reconoce en Jesús un nivel de superioridad que choca con el “lavar” los pies, una acción que compete, en verdad, a un sujeto inferior. La protesta es enérgicamente expresada por las palabras: “¿Tú lavarme a mí los pies?” A los ojos de Pedro este humillante gesto del lavatorio de los pies parece una inversión de valores que regulan las relaciones entre Jesús y los hombres: el primero es el Mesías, Pedro es un súbdito. Pedro no aprueba la igualdad que Jesús quiere establecer entre los hombres.

A tal incomprensión Jesús responde a Pedro invitándolo a acoger el sentido de lavar los pies como un testimonio de su afecto hacia él. Más precisamente: le quiere ofrecer una prueba concreta de cómo Él y el Padre lo aman.

Pero la reacción de Pedro no cesa: rechaza categóricamente que Jesús se ponga a sus pies. Para Pedro cada uno debe cumplir su papel, no es posible una comunidad o una sociedad basada en la igualdad. No es aceptable que Jesús abandone su posición de superioridad para hacerse igual a sus discípulos. Tal idea del Maestro desorienta a Pedro y lo lleva a protestar. No aceptando el servicio de amor de su Maestro, no acepta ni siquiera que muera en la cruz por él (12,34;13,37). Es como decir, que Pedro está lejos de comprender qué cosa es el verdadero amor y tal obstáculo sirve de impedimento para que Jesús se lo muestre con la acción.

Mientras que Pedro no esté dispuesto a compartir la dinámica del amor que se manifiesta en el servicio recíproco no puede compartir la amistad con Jesús, y se arriesga, realmente, a autoexcluirse.

A continuación de la advertencia de Jesús: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (v.8), Pedro consiente a las amenazantes palabras del Maestro, pero sin aceptar el sentido profundo de la acción de Jesús. Se muestra abierto, dispuesto a dejarse lavar, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Parece que Pedro admite mejor el gesto de Jesús como una acción de purificación o ablución, más que como servicio. Pero Jesús responde que los discípulos están purificados (“limpios”) desde el momento en que han aceptado dejarse guiar por la Palabra del Maestro, rechazando la del mundo. Pedro y los discípulos no tienen necesidad del rito judaico de la purificación, sino de dejarse lavar los pies por Jesús; o mejor, de dejarse amar por él , que les da dignidad y libertad. 

d) El memorial del amor: 

Al término del lavatorio de los pies, Jesús intenta dar a su acción una validez permanente para su comunidad y al mismo tiempo dejar en ella un memorial o mandamiento que deberá regular para siempre las relaciones fraternas.

Jesús es el Señor, no en la línea de dominio, sino en cuanto comunica el amor del Padre (su Espíritu) que nos hace hijos de Dios y aptos para imitar a Jesús, que libremente da su amor a los suyos. Esta actitud interior de Jesús lo ha querido comunicar a los suyos, un amor que no excluye a ninguno, ni siquiera a Judas que lo va a traicionar. Por tanto si los discípulos lo llaman Señor, deben imitarlo; si lo consideran Maestro deben escucharlo. 

3. Algunas preguntas para meditar: 

– se levantó de la mesa: ¿cómo vives la Eucaristía? ¿De modo sedentario o te dejas llevar por la acción de fuego del amor que recibes? ¿Corres el peligro de que la Eucaristía de la que participas se pierda en el narcisismo contemplativo, sin llevarte al compromiso de solidaridad y deseos de compartir? Tu compromiso por la justicia, por los pobres, ¿viene de la costumbre de encontrarte con Jesús en la Eucaristía, de la familiaridad con Él?
– se quitó los vestidos: Cuando de la Eucaristía pasas a la vida ¿sabes dejar los vestidos del contracambio, del interés personal, para dejarte guiar por un amor auténtico hacia los demás? ¿O después de la Eucaristía no eres capaz de dejar los vestidos del dominio y de la arrogancia para vestir el de de la sencillez, el de la pobreza?
– se puso un delantal: es la imagen de la “iglesia del delantal”. En la vida de tu familia, de tu comunidad eclesial ¿vas por la vía del servicio? ¿Estás comprometido directamente con el servicio a los pobres y marginados? ¿Sabes percibir el rostro de Cristo cuando pide ser servido, amado en los pobres? 

4. ORATIO 

a) Salmo 116 (114-115), 12-13;15-16;17-18 

El salmista que se encuentra en el templo y en presencia de la asamblea litúrgica escoge su sacrificio de acción de gracias. Voltaire, que nutría una particular predilección por el v.12, así se expresaba: “¿Qué cosa puedo ofrecer al Señor por los dones que me ha dado?”

¿Cómo pagar a Yahvé
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de salvación
e invocaré el nombre de Yahvé.

Mucho le cuesta a Yahvé
la muerte de los que lo aman.
¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo,
tu siervo, hijo de tu esclava,
tú has soltado mis cadenas!

Te ofreceré sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre de Yahvé.
Cumpliré mis votos a Yahvé
en presencia de todo el pueblo,

b) Oración final: 

Fascinado por el modo con que Jesús expresa su amor a los suyos, Orígenes reza así: 

Jesús, ven, tengo los pies sucios,
Por mí te has hecho siervo,
versa el agua en la jofaina;
Ven, lávame los pies..
Lo sé, es temerario lo que te digo,
pero temo la amenaza de tus palabras:
“Si no te lavo los pies,
no tendrás parte conmigo”
Lávame por tanto los pies,
para que tenga parte contigo.
(Homilía 5ª sobre Isaías) 

Y San Ambrosio, preso de un deseo ardiente de corresponder al amor de Jesús, así se expresa: 

¡Oh, mi Señor Jesús!
Déjame lavar tus sagrados pies;
te los has ensuciado desde que caminas por mi alma…

La Sagrada Eucaristía, fuente de alegría (Alegría)

Cristo instituyó este sacramento (de la Sagrada Eucaristía) […]; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia (Santo Tomás, Opúsculo 57, Fiesta del Cuerpo de Cristo).

Cada vez que nos reunimos en la Eucaristía somos fortalecidos en la santidad y renovados en la alegría, pues la alegría y la santidad son el resultado inevitable de estar más cerca de Dios. Cuando nos alimentamos con el pan vivo que ha bajado del cielo, nos asemejamos más a nuestro Salvador resucitado, que es la fuente de nuestra alegría, una alegría que es para todo el pueblo (Lc 2, 10). Que la alegría y la santidad abunden siempre en vuestras vidas y florezcan en vuestros hogares. Y que la Eucaristía sea […] el centro de vuestra vida, la fuente de vuestra alegría y de vuestra santidad (Juan Pablo II, Hom. 2-II-1981).

Comentario – Jueves Santo

La oración colecta de este día nos recuerda aquello para lo que somos convocados: «para celebrar aquella misma memorable cena en la que Jesús, ante de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna». Por tanto, somos convocamos para una cena que merece ser recordada porque nos dejó unas palabras y unos gestos que tienen valor testamentario; así los acogieron al menos los discípulos de Jesús reunidos con él en aquella cena, como herederos de unos bienes que deben conservarse. Y es que en esa cena Jesús nos dejó una ofrenda –el nuevo sacrificio– que sus seguidores hemos asumido como nuestra. Se trata de la ofrenda de la eucaristía: el Cuerpo entregado y la sangre derramada del Señor. La ofrenda incluye, pues, su presencia inmolada; porque no estamos ante el cuerpo y la sangre de un cadáver, a pesar de ser un cuerpo entregado (=sacrificado) y una sangre derramada, sino ante el cuerpo y la sangre de un Resucitado. En ellos vemos la presencia amada de Aquel a quien reconocemos como Señor y Maestro.

Aquella cena tenía carácter de comida de despedida. Ello explica esas palabras y gestos con valor de testamento. Pero al mismo tiempo era una cena pascual: cena celebrativa, con su ritual y su conmemoración, que recordaba –y actualizaba en gran medida- un hecho histórico importante en la vida del pueblo de Israel: un hecho que les había proporcionado la libertad y la independencia como pueblo y en el que ellos veían la mano providente y protectora de Dios. Gracias a Él y a sus admirables intervenciones en Egipto habían logrado la liberación. A esta intervención divina en la historia la llamaron Pascua, paso del Señor. Y esto es lo que celebraban en aquella comida: la acción de Dios en su favor. Era, por tanto, una fiesta popular, familiar (se celebraba en las casas, no en el Templo), nacional (política) y ‘religiosa’, pues estaba inmediatamente referida a Dios. Esto es también lo que Jesús, como buen judío, se dispone a celebrar con sus discípulos, que eran en ese momento su familia.

Pero sus intenciones iban más lejos. Jesús, al reunir a sus discípulos para la cena de Pascua, pensaba más en el futuro que en el pasado; pensaba más en inaugurar algo nuevo, una nueva tradición (la que san Pablo recibió y a su vez transmitió), que en sumarse a una tradición ya existente, la tradición de la Pascua judía. No obstante, Jesús respetó el ‘ritual tradicional’, pues en aquella cena hubo también «cordero» (el cordero que había proporcionado la sangre de la alianza liberadora), «hiervas amargas» (que actualizaban el amargor de la esclavitud sufrida por los antepasados), «vino», «pan sin fermentar» (para revivir la celeridad de la salida de Egipto) y «salmos», que enmarcaban debidamente la cena en un contexto oracional.

Pero Jesús, como nos recuerda san Pablo, no se ciñó del todo al ritual. A los gestos habituales –partir el pan y repartirlo- incorporó palabras nuevas, más aún, inesperadas y desconcertantes, al menos tan asombrosas como las que había pronunciado tiempo atrás: Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Aquellas palabras alejaron a algunos de sus seguidores, pero no a los que ahora se encontraban con él a la mesa, que superaron la prueba y vieron en ellas palabras portadoras de «vida eterna». Ahora oyen, quizá un poco perplejos o desconcertados: Esto (el pan que les muestra y les da a comer) es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Y aquellos comensales conservaron estas palabras y gestos en su memoria –de ahí lo de memorial– e hicieron de ellos un ‘ritual’ para ser actualizado y perpetuado, una ‘tradición’ para ser transmitida a las generaciones futuras. Así respondían al mandato del Señor: Haced esto en memoria mía. Y así nació la eucaristía que hoy celebramos: el ‘sacramento’ –el «esto» del memorial- y ‘quienes’ lo confeccionan, que son los que reciben el mandato y los que obtienen la potestad de hacerlo.

Al decir: esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, Jesús estaba aludiendo al cuerpo del sacrificio, a la ofrenda o víctima de ese sacrificio cruento que se consumará en el Calvario, a su propio sacrificio en la Cruz: una ofrenda para la redención del mundo, para el perdón de los pecados. Esta es la nueva Pascua, el sacrificio de la Alianza eterna. Por eso aquella cena miraba más al futuro que al pasado, miraba a la cruz y al ‘paso del Señor’ en los acontecimiento salvadores del Redentor. Ya no era la Pascua judía lo que conmemoraba, sino otra Pascua, la cristiana: la intervención del Señor en la vida y acción de su Cristo, de Jesús. Pero esta Pascua más que conmemorada era anticipada. La cena del Señor quedaba, pues, referida a su sacrificio. Era un banquete, porque había comida; pero lo que allí se ofrecía como comida era la ofrenda de un sacrificio, el cuerpo y la sangre de Cristo: una ofrenda de amor. Ese mismo amor es el que Jesús pide a sus discípulos y compañeros de mesa.

San Juan, en lugar de transmitirnos el memorial de la eucaristía, nos habla de otro memorial: otro gesto (solemnizado) acompañado de un mandato similar: Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Jesús es consciente de que ha llegado su hora y su Pascua, pues es la hora de pasar de este mundo al Padre. También sabe que el diablo ha iniciado el proceso de su enjuiciamiento y muerte agudizando el enfrentamiento con las autoridades judías y metiendo en la cabeza de Judas Iscariote, como si de una obsesión irrefrenable se tratara, la idea planificada de la entrega desleal. Consciente, asimismo, de que el Padre había puesto todo en sus manos (porque podía emprender el camino de la huida o quedarse para afrontar la situación), que venía de Dios y a Dios volvía (pues el Padre era su origen y su meta), se levantó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla y una jofaina con agua, se puso a lavarles los pies a sus discípulos.

El ‘gesto’, tan desconcertante como el de la fracción y repartición del pan -basta retener la reacción de Pedro para advertirlo-, reclamaba una explicación: un maestro arrodillado ante sus discípulos para cumplir un oficio propio de esclavos o de siervos no era una imagen habitual. Había que explicar semejante acción. Era un servicio de amor que no repara en la posible humillación, porque el amor no entiende de humillaciones, se actualiza aunque sea o pueda verse como un acto humillante. En realidad al que ama no le supone ninguna humillación, como no le resulta humillante a una madre arrodillarse ante su hijo pequeño para levantarle del suelo. Y Jesús acabará demostrando su amor hasta el extremo de dar la vida. Su entrega hasta la muerte determinaría ya ese ‘extremo’; pero si esa muerte se presenta además recubierta por la capa de la ignominia y la humillación que le confiere la cruz, entonces su entrega adquiere unos contornos más dramáticos y extremos.

Pues bien, el que se encuentra en semejante disposición no puede tener ahora ningún reparo en arrodillarse ante sus discípulos para cumplir un oficio de esclavos. Pero lo que él pretende con este gesto de alcance simbólico es adoctrinar, dejándoles un ejemplo de conducta válido para todos los órdenes de la vida: Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor». Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies… Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Su acción pasará a ser desde entonces un permanente recordatorio para sus discípulos, un auténtico memorial digno de reproducirse en la vida de sus seguidores.

Ambos memoriales nos hacen ver que eucaristía (sacrificio) y lavatorio de los pies (servicio de amor) son inseparables. Porque ¿qué sacrificio sería ése que no ofreciera nada de sí mismo? ¿No sería un sacrificio «vacío», como el culto del que hablan los profetas? Si el sacrificio de la misa estuviera lleno de la ofrenda de Cristo, pero vacío de nuestra ofrenda, ¿qué tendría de nuestro, qué tendría de personal? ¿Y qué servicio es ése que se hace sin amor, o que nunca supone humillación, o que siempre reporta alabanzas y premios? ¿Qué servicio sería ése que no nos obligase a salir de nuestra comodidad y egoísmo?

Hacer «lo que él hizo» (en la cena y en el lavatorio) en su memoria no es sólo repetir sus gestos y palabras; es identificarnos con sus actitudes y sentimientos. Jesús hizo lo que hizo por algo para algo: por amor a los suyos y por obediencia al Padre y para lograrnos la salvación. En realidad, sólo dando la vida (en todas las formas posibles) hacemos lo que él hizo, obramos en su memoria.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

D) La Conferencia Episcopal

28. Finalidad de la Conferencia Episcopal. La Conferencia Episcopal, cuyo papel ha adquirido gran importancia en estos años, contribuye, de manera múltiple y fecunda, a la actuación y al desarrollo del afecto colegial entre los miembros del mismo episcopado. En ella los Obispos ejercitan conjuntamente algunas funciones pastorales para los fieles de su territorio. Tal acción responde a la necesidad, particularmente sentida hoy, de proveer al bien común de las Iglesias particulares mediante un trabajo concorde y bien coordinado de sus Pastores.(81) Tarea de la Conferencia episcopal es ayudar a los Obispos en su ministerio, para bien del entero Pueblo de Dios. La Conferencia desarrolla una importante función en diversos campos ministeriales mediante:

– el ordenamiento conjunto de algunas materias pastorales a través de decretos generales que obligan tanto a los Pastores como a los fieles del territorio;(82)

– la transmisión de la doctrina de la Iglesia, de manera más incisiva y en armonía con el particular modo de ser y las condiciones de vida de los fieles de una nación;(83)

– el coordinamiento de esfuerzos singulares a través de iniciativas comunes de importancia nacional, en el ámbito apostólico y caritativo. Para este fin, la ley canónica ha concedido determinadas competencias a la Conferencia;

– el diálogo unitario con la autoridad política común a todo el territorio;

– la creación de servicios comunes útiles, que muchas diócesis no pueden procurarse.

A esto se añade la vasta área del mutuo apoyo en el ejercicio del ministerio episcopal mediante la información recíproca, el intercambio de ideas, la concordancia de los puntos de vista, etc.


81 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen Gentium, 23; Decreto Christus Dominus, 37; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis, 63.

82 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 455.

83 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 753.

El viviente nos vivifica

1. – ¡Dios lo resucitó!, exclama pedro. Los discípulos entendieron la Escritura y se dieron cuenta de que aquel Jesús crucificado había vencido la muerte. Por eso hoy los discípulos del siglo XXI podemos también decir que Jesús nos ha dado nueva vida. Porque El es El Viviente que nos vivifica. Jesucristo ha roto las cadenas de la muerte. No hay que temer, no hay que temer nunca más. Es cierto, es verdad….Señor Jesús has resucitado, ya no tengo miedo porque Tú eres mi luz y mi salvación.

2. – A pesar de los pesares, del dolor, del fracaso de las tentaciones, de la soledad y de la agonía de Getsemaní, a pesar de la droga y el sida, de la guerra y de los atentados terroristas, confío en Ti, Señor. Gritemos todos: ¡Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia! La muerte es la puerta de la vida. Es lo más grande que nos ha podido pasar. ¡Qué difícil es entender esto! ¡Oh Jesús, la vida es misterio, la muerte es misterio! No entiendo muchas cosas, me desbordan los acontecimientos, me ahoga el no saber, el no poder, la impotencia ante tanta injusticia y tanta sinrazón, tu silencio muchas veces….Pero yo Señor confío en Ti, pues Tú eres mis salvación.

3. – Hoy hemos visto y hemos creído y por eso damos testimonio como Pedro. Se hacen realidad las promesas mesiánicas: «Hoy empieza una nueva era, las lanzas se convierten en podaderas, de las armas nacen arados y los oprimidos son liberados». Todo este será posible si resucitamos contigo, si andamos en una vida nueva y buscamos los bienes de arriba. Yo proclamo mi fe en el Dios de la vida que ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Jesús es el «Viviente», luz de luz, vida de la vida, primogénito de la nueva creación. Serviría de poco tu resurrección si yo no resucito contigo y vivo «mi Pascua», el paso de la muerte a la vida, del pecado y el desamor a la gracia y al amor. Tú has dado un nuevo sentido a la vida, ya no temo a la muerte.

4.- El sacerdote José Luis Martín Descalzo dejó escritas estas palabras antes de morir en su libro «Testamento del pájaro solitario»:

«Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huída
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

José María Martín OSA

No está aquí. Ha resucitado, como había dicho. Venid, ved el sitio donde estaba

Pasado el sábado, al rayar el alba, el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve. Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. Pero el ángel, dirigiéndose a las mujeres, les dijo: «No temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho. Venid, ved el sitio donde estaba. Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis. Ya os lo he dicho». Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro, y con miedo y gran alegría corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

De pronto Jesús salió a su encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, se agarraron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo: «No tengáis miedo; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán».

Mateo 28, 1-10

Comentario del Evangelio

¡¡¡Jesús ha resucitado!!! Él es siempre la gran esperanza para todos. En los tiempos que corren que parece que casi todo son malas noticias, Jesús es la esperanza para todos nosotros. Necesitamos aportar ilusión y esperanza a todas las personas.
La unidad entre todos, la comunión es muy importante. Y vivir cada minuto, cada hora con esperanza es también muy importante. Podemos aportar a los demás la ilusión y esperanza que tenemos los cristianos porque Jesús ha resucitado.

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Para hacer vida el Evangelio

• Piensa en un a persona que estos días esté un poco más triste o preocupada.

• ¿De dónde nos viene la esperanza a los cristianos? ¿Cómo podemos transmitir esperanza a los demás?

• Esta semana vas a hacer alguna cosa para que esa persona recobre el ánimo y la ilusión.

 

Oración

Queremos madrugar para disfrutar, para vivir resucitados,
fortalecidos por tu impulso,
entusiasmados por tu propuesta, comprometidos en tu tarea.
Tu impulso, Señor, viene para despertar
en nuestro interior la luz
y el deseo de liberar y alegrar a los hermanos.

Queremos madrugar porque nuestra alma estaba turbada,
nuestro ego nos tenía distraídos y Tú, Señor,
nos despiertas a la misericordia,
al vivir para los demás, a ser solidarios
y liberadores.

Queremos madrugar porque, a pesar
de las noches oscuras,
Tú nos invitas a seguir tu proyecto,
a la entrega total,
Tú nos sacas de nuestras miserias
y nos haces misericordia,
Tú conviertes nuestra pobreza en riqueza.

Queremos madrugar para encontrarte

…y vivir la vida contando con tu presencia.
Terminaron contigo, pero Tú te quedaste
entre nosotros.
Tu presencia nos invade, tu fuerza nos envuelve,
tu ejemplo nos entusiasma y tu luz nos ilumina.
Queremos madrugar cada día para encontrarte,
para no despistarnos y vivir sin Ti.
Ellas las más tempranas, descubrieron
tu presencia entre nosotros.
Otros nos adormilamos y comenzamos el día
sin contar contigo,
sin darnos cuenta de que caminas la vida a 
nuestro lado.

Queremos madrugar para salir al encuentro
del hermano; para que las prisas no nos hagan
correr indiferentes, sin importarnos su vida,
sin compartir las dificultades cotidianas,
sin comunicarnos desde el hondón, haciéndonos
buenos amigos
y compañeros del camino de la vida.

Queremos madrugar para disfrutar, para vivir
resucitados, fortalecidos por tu impulso,
entusiasmados por tu propuesta,
comprometidos en tu tarea.
Tu impulso, Señor, viene para despertar
en nuestro interior la luz
y el deseo de liberar y alegrar a los hermanos.

Queremos madrugar porque nuestra alma
estaba turbada,
nuestro ego nos tenía distraídos y Tú, Señor,
nos despiertas a la misericordia,
al vivir para los demás, a ser solidarios
y liberadores.

Queremos madrugar porque, a pesar
de las noches oscuras,
Tú nos invitas a seguir tu proyecto,
a la entrega total,
Tú nos sacas de nuestras miserias
y nos haces misericordia,
Tú conviertes nuestra pobreza en riqueza.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio – Domingo de Resurrección

• “El primer día de la semana”, al despuntar el alba, María Magdalena, siempre la primera, y la otra María (Marcos dice que es la madre de Santiago), que habían sido testigos de la sepultura (27,61), ahora acuden al sepulcro como una muestra de que le seguían queriendo y no podían olvidarle (motivos que hoy mueven a muchos a ir a cementerios).

• De repente, el terremoto y “el ángel del Señor” (2) -que en el Antiguo Testamento indica una intervención de Dios mismo (Gn 16,7) y que en el Nuevo Testamento aparece a menudo como mensajero de Dios (Mt 1,20.24; 2,13.19; Lc 1,11; 2,9)- son elementos característicos de las manifestaciones de Dios. También lo son la luz y el “vestido blanco” (3) y el “miedo” de los testigos (4.5.8 y 10). Con este lenguaje y estas imágenes Mateo trata de mostrar que el sepulcro vacío es reflejo de la acción de Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos.

• “Como había dicho” (6) se refiere a lo que encontramos en Mateo 26,32: “cuando resucite iré por delante de vosotros a Galilea”. Es el sitio de la vida de los discípulos/as, dónde viven, trabajan… dónde han conocido Jesús y, a partir de ahora, dónde continuarán viviendo con Él y dónde le anunciarán a otras que, como ellas, serán llamadas a ser discípulas. No es casual que sean mujeres las primeras en recibir la noticia de la resurrección y el encargo de comunicarla a los discípulos. En aquella cultura el testimonio de la mujer no se consideraba válido. Por ello sorprende (y es así signo de autenticidad) este hecho que perduró en la memoria de los primeros cristianos.

• Según el conjunto de los relatos evangélicos, las mujeres (1) son las primeras que conocen (6) y anuncian (8) la resurrección de Jesús. Son testigos que el sepulcro está vacío. Pero sobre todo, son las que reciben la buena noticia de la resurrección. Y, con la buena nueva, la misión de dar este mismo anuncio a los demás discípulos. Un encargo que en esta página encontramos que les es dado por el ángel (7) y por el mismo Jesús (10).

• En el encargo que reciben las mujeres vemos que el anuncio de la resurrección debe preparar el encuentro con el Señor: “allí lo veréis”, “allí me verán” (7.10).

• Es muy significativo que el evangelista pone en labios del Resucitado la palabra “hermanos” (10) para referirse a los que el ángel llama “discípulos” (7). Esto mismo lo recojo Juan en el mismo contexto (Jn 20,17). San Pablo también usa este término (Rm 8,29). Y la carta a los Hebreos, refiriéndose a Jesús en relación a la comunidad, dice: “por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb 2,11). La Pascua de Jesucristo, pues, manifiesta plenamente que el Hijo de Dios es nuestro hermano, porque comparte la misma condición humana y nos ofrece de compartir con Él la vida de Dios.