Vísperas – Viernes Santo

VÍSPERAS

VIERNES SANTO

Los que participan en la acción litúrgica de la Pasión del Señor no rezan hoy las Vísperas.

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Victoria!, tú reinarás.
¡Oh cruz, tú nos salvarás!

El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató;
de ti, madero santo, nos viene la redención.

Extiende por el mundo tu reino de salvación.
¡Oh cruz fecunda, fuente de vida y bendición!

Impere sobre el odio tu reino de caridad;
alcancen las naciones el gozo de la unidad.

Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad;
el río de la gracia apague la iniquidad.

La gloria por los siglos a Cristo libertador,
su cruz nos lleva al cielo, la tierra de promisión.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Mirad, pueblos todos, y ved si hay dolor como el mío.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad, pueblos todos, y ved si hay dolor como el mío.

SALMO 142

Ant. Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto.

Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido.» E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido.» E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

LECTURA: 1P 2, 21-24

Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

PRECES

Se prefieren las preces propuestas para este día en el Misal romano, a las que se enuncian a continuación.

Al conmemorar la muerte de nuestro Señor Jesucristo, de la que brotó la vida del mundo, oremos a Dios Padre, diciendo:

Por la muerte de tu Hijo, escúchanos Señor.

Mantén, Señor, la unidad de la Iglesia.

Protege al Papa Francisco I.

Santifica por tu Espíritu a los obispos, presbíteros, diáconos y a todo tu pueblo santo.

Acrecienta la fe y la sabiduría de los catecúmenos.

Congrega a los cristianos en la unidad.

Haz que Israel llegue a conseguir en plenitud la redención.

Ilumina con tu gracia a los que no creen en Cristo.

Haz que los que no creen en Dios lleguen a descubrir tu amor a través de las obras de la creación.

Guía los pensamientos y decisiones de los gobernantes.

Concede tu consuelo a los atribulados.

Da tu perdón pleno a los difuntos.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Mira, Señor de bondad, a tu familia santa, por la cual Jesucristo, nuestro Señor, aceptó el tormento de la cruz, entregándose a sus propios enemigos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes Santo

Juan 18,1 – 19,42 
 La Pasión de Cristo según Juan

1. Recojámonos en oración – Statio 

Ven, Tú, refrigerio,
delicia y alimento de nuestras almas.

Ven y quita todo lo que es mío,
e infunde en mí sólo lo que es tuyo.
Ven, Tú que eres el alimento de todo casto pensamiento,
círculo de toda clemencia y cúmulo de toda pureza.
Ven y consuma en mí todo lo que es ocasión
de que yo no pueda ser consumada por ti.
Ven, oh Espíritu,
que siempre estás con el Padre y con el Esposo,
y repósate sobre las esposas del Esposo.
(Sta. María Magdalena de Pazzis, O. Carm, en La Probatione ii, 193-194)

2. Lectura orante de la Palabra – Lectio

Del evangelio según Juan

1 Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. 2 Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. 3 Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas.4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?» 5 Le contestaron: «A Jesús el Nazareno.» Díceles: «Yo soy.» Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. 6 Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. 7 Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno».8 Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.» 9 Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno.»
10 Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. 11 Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?» 

Jesús ante Anás y Caifás. Negaciones de Pedro. 

12 Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron 13 y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. 14 Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
15 Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote, 16 mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. 17 La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Dice él: «No lo soy.» 18 Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose.
19 El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. 20 Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. 21 ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.» 22 Apenas dijo esto, uno de los guardias, que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?» 23 Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
24 Anás entonces le envió atado al sumo sacerdote Caifás.
25 Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?» Él lo negó diciendo: «No lo soy.» 26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con él?» 27 Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo. 

Jesús ante Pilato. 

28 De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua.29 Salió entonces Pilato fuera hacia ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?» 30 Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado.» 31 Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley.» Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie.» 32 Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir.
33 Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» 34 Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» 35 Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» 36 Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.»
37 Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
38 Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y, dicho esto, volvió a salir hacia los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él. 39 Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al rey de los judíos?» 40 Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!» Barrabás era un salteador.
19: 1 Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. 2 Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; 3 y, acercándose a él, le decían: «Salve, rey de los judíos.» Y le daban bofetadas.
4 Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.» 5 Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre.» 6 Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo no encuentro en él ningún delito.» 7 Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.»
8 Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. 9 Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?» Pero Jesús no le dio respuesta.10 Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?» 11 Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.» 

Condena a muerte. 

12 Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.» 13 Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. 14 Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro rey.» 15 Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!» Les dice Pilato: «¿A vuestro rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César.» 16 Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. 

La crucifixión. 

Tomaron, pues, a Jesús, 17 y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, 18 y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. 19 Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos.» 20 Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. 21 Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: `El rey de los judíos’, sino: `Éste ha dicho: Yo soy rey de los judíos’.» 22 Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito.» 

Reparto de los vestidos. 

23 Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. 24 Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados. 

Jesús y su madre. 

25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. 

Muerte de Jesús. 

28 Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice:

«Tengo sed.»

29 Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. 30 Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu. 

La lanzada. 

31 Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne- rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. 32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. 33 Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. 36 Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. 37 Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron. 

La sepultura. 

38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. 39 Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. 40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. 41 En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. 42 Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. 

3. Rumiar la Palabra – Meditatio 

3.1 Clave de lectura: 

– Jesús dueño de su suerte

Quisiera proponeros el recogernos con el espíritu de María, bajo la cruz de Jesús. Ella, mujer fuerte que ha penetrado todo el significado de este acontecimiento de la pasión y muerte de Señor, nos ayudará a tener una mirada contemplativa sobre el Crucificado (Jn 19,25-27). Nos encontramos en el capítulo 19 del evangelio de Juan, que comienza con la escena de la flagelación y la coronación de espinas. Pilatos presenta a Jesús a los sumos sacerdotes y a los guardias: “Jesús Nazareno, el rey de los Judíos” que gritan su muerte en la cruz (Jn 19,6). Comienza así para Jesús el camino de la cruz hacia el Gólgota, donde será crucificado. En la narración de la pasión según Juan, Jesús se revela dueño de sí mismo, controlando así todo lo que le sucede. El texto juanista abunda en frases que indican esta realidad teológica, de Jesús que ofrece su vida. Los sucesos de la pasión él los sufre activamente no pasivamente. Traemos aquí sólo algunos ejemplos haciendo hincapié sobre algunas frases y palabras. El lector puede encontrar otras:

Entonces Jesús, conociendo todo lo que le iba a suceder se adelanta y les pregunta: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Díceles: “¡Yo soy!”. Judas, el que lo entregaba estaba también con ellos. Cuando les dijo: “Yo soy” retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Jesús respondió “Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Así se cumpliría lo que había dicho: De los que me has dado, no he perdido a ninguno” (Jn 18, 4-9).

“Entonces Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura” (Jn 19,5).

A Pilatos le dice: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiese sido dado de lo alto” (Jn 19,11).

También sobre la cruz Jesús toma parte activa en su muerte, no se deja matar como los ladrones a los cuáles les son destrozadas las piernas (Jn 19,31-33); al contrario entrega su espíritu (Jn 19,30). Son muy importantes los detalles apuntados por el evangelista: “Jesús entonces, viendo a su Madre y allí junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a la Madre: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!”. Luego dice al discípulo: “¡He ahí a tu Madre!” (Jn 19, 26-27). Estas sencillas palabras de Jesús llevan el peso de la revelación, palabras con las cuáles, Él nos revela su voluntad: “ he ahí a tu hijo” (v.26); “he ahí a tu Madre” (v. 27). Palabras que nos envían a aquellas pronunciadas por Pilatos en el litóstrotos: “He ahí el hombre” (Jn 19,5). Aquí Jesús, desde la cruz, su trono, revela su voluntad y su amor por nosotros. Él es el cordero Dios, el pastor que da su vida por las ovejas. En aquel momento, en la cruz Él hace nacer la Iglesia, representada por María, su hermana, María la de Cleofás y María Magdalena con el discípulo amado (Jn 19,25). 

– Discípulos amados y fieles

El cuarto evangelio especifica que estos discípulos “estaban junto a la cruz” (Jn 25-26). Un detalle éste de profundo significado. Sólo el cuarto evangelio narra que estas cinco personas estaban junto a la cruz. Los otros evangelistas no especifican. Lucas, por ejemplo, narra que todos aquéllos que lo conocieron lo seguían desde lejos (Lc 23,49). También Mateo cuenta que muchas mujeres seguían desde lejos estos sucesos. Estas mujeres, habían seguido a Jesús desde la Galilea y le servían. Pero ahora lo seguían desde lejos (Mt 27,55-56). Marcos, lo mismo que Mateo, no ofrece los nombres de aquéllos que seguían la muerte de Jesús desde lejos (Mc 15,40-41). Sólo el cuarto evangelio especifica que la Madre de Jesús con las otras mujeres y el discípulo amado “estaban junto a la cruz”. Estaban allí, como siervos ante su Señor. Están valerosamente presentes en el momento en el que Jesús declara que ya “todo está cumplido” (Jn 19,30). La Madre de Jesús está presente en la hora que finalmente “ha llegado”. Aquella hora preanunciada en las bodas de Caná (Jn 2,1ss). El cuarto evangelio había anotado también en aquel momento que “la Madre de Jesús estaba allí” (Jn 2,1). Por esto, aquél que permanece fiel al Señor en su suerte es el discípulo amado. El evangelista deja en el anonimato este discípulo de modo que cualquiera de nosotros nos podremos reflejar en él que ha conocido los misterios del Señor, apoyando su cabeza sobre el pecho de Jesús durante la última cena. 

3.1.1. Preguntas y sugerencias para orientar la meditación y la actualización 

• Lee otra vez el texto del evangelio, y busca en la Biblia todos los textos citados en la clave de lectura. Intenta encontrar otros textos paralelos que te ayuden a penetrar a fondo el texto de la meditación.
• Con tu espíritu, ayudado por la lectura orante del relato de Juan, visita los lugares de la Pasión, párate en el Calvario para aprovechar con María y el discípulo amado el acontecimiento de la Pasión.
• ¿Qué es lo que más llama tu atención?
• ¿Qué sentimientos suscita en ti el relato de la Pasión?
• ¿Qué significa para ti el hecho de que Jesús padece activamente su Pasión? 

4. Oratio 

¡Oh Sabiduría Eterna!. ¡Oh Bondad Infinita! ¡Verdad Infalible! ¡Escrutador de los corazones, Dios Eterno! Haznos entender, Tú que puedes, sabes y quieres! Oh Amoroso Cordero, Cristo Crucificado, que haces que se cumpla en nosotros lo que tú dijiste: “Quien me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). ¡ Oh luz indeficiente, de la que proceden todas las luces! ¡Oh luz, por la que se hizo la luz, sin la cuál todo es tinieblas, con la cuál todo es luz. ¡Ilumina, ilumina e ilumina una y otra vez! Y haz penetrar la voluntad de todos los cooperadores que has elegido en tal obra de renovación. ¡Jesús, Jesús Amor, transfórmanos y confórmanos según tu Corazón! ¡Sabiduría Increada, Verbo Eterno, dulce Verdad, tranquilo Amor, Jesús, Jesús Amor!
(Santa María Magdalena de Pazzis, O. Carm., en La Renovación de la Iglesia, 90-91) 

5. Contemplatio 

Repite con frecuencia, con calma, esta palabras de Jesús, asociado a Jesús en el ofrecimiento de si mismo: 

“Padre en tus manos entrego mi Espíritu”

Oración comunitaria – Vía Luces

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Via lucis – Camino de la luz pascual

Esta oración se puede rezar todos los domingos de Pascua.

Invocación inicial

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

Oración inicial

Señor Jesús, has triunfado sobre la muerte con tu resu- rrección y vives para siempre comunicándonos la vida, la alegría y la esperanza firme. Tú que fortaleciste la fe de los apóstoles, fortalece también nuestra fe, para que nos entreguemos de lleno a ti.

Queremos compartir contigo y con tu Madre, la Virgen María, la alegría de tu Resurrección gloriosa. Tú que nos has abierto el camino hacia el Padre, haz que, iluminados por el Espíritu Santo, gocemos un día de la gloria eterna.

1.ª Estación: Jesús resucitado conquista la vida verdadera

Del Evangelio según san Mateo. Mt 28, 1-2

PASADO el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.

Lector:

Gracias, Señor, porque al romper la piedra de tu se- pulcro nos trajiste en las manos la vida verdadera, no solo un trozo más de esto que los hombres llamamos vida, sino la inextinguible, la zarza ardiendo que no se consume, la misma vida de que vive Dios.

Gracias por este gozo, gracias por esta gracia, gracias por esta vida eterna que nos hace inmortales, gracias porque al resucitar inauguraste la nueva humanidad y nos pusiste en las manos esta vida multiplicada, este milagro de ser hombres y más, esta alegría de sabernos partícipes de tu triunfo, este sentirnos y ser hijos y miembros de tu cuerpo de hombre y Dios resucitado.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

2.ª Estación: Su sepulcro vacío muestra que Jesús ha vencido a la muerte

Del Evangelio según san Marcos. Mc 16, 1-6

PASADO el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron.

Lector:

Hoy, al resucitar, dejaste tu sepulcro abierto como una enorme boca, que grita que has vencido a la muerte. Ella, que hasta ayer era la reina de este mundo, a quien se sometían los pobres y los ricos, se bate hoy en triste retirada vencida por tu mano de muerto vencedor.

¿Cómo podrían aprisionar tu fuerza unos metros de tierra? Alzaste tu cuerpo de la fosa como se alza una llama, como el sol se levanta tras los montes del mundo, y se quedó la muerte muerta, amordazada la invencible, destruido por siempre su terrible dominio. El sepulcro es la prueba: nadie ni nada encadena tu alma desbordante de vida y esta tumba vacía muestra ahora que tú eres un Dios de vivos y no un Dios de muertos.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

3.ª Estación: Jesús, bajando a los infiernos, muestra el triunfo de su resurrección

De la primera carta del apóstol san Pedro. 1 Pe 3, 18-20

PORQUE también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a pre- dicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobe- dientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua.

Lector:

Más no resucitaste para ti solo. Tu vida era contagiosa y querías repartir entre todos el pan bendito de tu resu- rrección. Por eso descendiste hasta el seno de Abrahán, para dar a los muertos de mil generaciones la caliente limosna de tu vía recién reconquistada.

Y los antiguos patriarcas y profetas que te esperaban desde siglos y siglos se pusieron en pie y te aclamaron, diciendo: «Santo, Santo, Santo. Digno es el cordero que con su muerte nos infunde vida, que con su vida nueva nos salva de la muerte. Y cien mil veces Santo es este Salvador que se salva y nos salva». Y tendieron sus manos hacia ti. Y de tus manos brotó este nuevo milagro de la multiplicación de la sangre y de la vida.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

4.ª Estación: Jesús resucita por la fe en el alma de María

Del Evangelio según san Lucas. Lc 1, 46-48

MARÍA dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones».

Lector:

No sabemos si aquella mañana del domingo visitaste a tu Madre, pero estamos seguros de que resucitaste en ella y para ella, que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección, que nadie como ella se alegró con tu gozo y que tu dulce presencia fue quitando uno a uno los cuchillos que traspasaban su alma de mujer.

No sabemos si te vio con sus ojos, mas sí que te abra- zó con los brazos del alma, que te vio con los cinco sentidos de su fe. Oh, si nosotros supiéramos gustar una centésima parte de su gozo.

Oh, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella. Oh, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo el de María aquella mañana del domingo.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

5.ª Estación: Jesús elige a una mujer como apóstol de los apóstoles

Del Evangelio según san Juan. Jn 20, 15-18

JESÚS le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le con- testa: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maes- tro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».

Lector:

Lo mismo que María Magdalena decimos hoy nosotros: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».

Marchamos por el mundo y no encontramos nada en qué poner los ojos, nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón. Desde que tú te fuiste nos han quitado el alma y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza, ni encontramos una sola alegría que no tenga venenos.

¿Dónde estás? ¿Dónde fuiste, jardinero del alma, en qué sepulcro, en qué jardín te escondes? ¿O es que tú estás delante de nuestros mismos ojos y no sabemos verte ¿Estás en los hermanos y no te conocemos? ¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte? Llámame por mi nombre para que yo te vea, para que reconozca la voz con que hace años me llamaste a la vida en el bautismo, para que redescubra que tú eres mi maestro. Y envíame de nuevo a transmitir tu gozo a mis hermanos, hazme apóstol de apóstoles como aquella mujer privilegiada que, porque te amó tanto, conoció el privilegio de beber la primera el primer sorbo de tu resurrección.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

6.ª Estación: Jesús devuelve la esperanza a dos discípulos desanimados

Del Evangelio según san Lucas. Lc 24, 28-32

LLEGARON cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Lector:

Lo mismo que los dos de Emaús aquel día también yo marcho ahora decepcionado y triste pensando que en el mundo todo es muerte y fracaso. El dolor es más fuerte que yo, me acogota la soledad y digo que tú, Señor, nos has abandonado. Si leo tus palabras me resultan insípidas, si miro a mis hermanos me parecen hostiles, si examino el futuro sólo veo desgracias.

Estoy desanimado. Pienso que la fe es un fracaso, que he perdido mi tiempo siguiéndole y buscándote y hasta me parece que triunfan y viven más alegres los que adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.

Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa de olvidos, dispuesto a alimentarme desde hoy en las viñas de la mediocridad. No he perdido la fe, pero sí la esperanza, sí el coraje de seguir apostando por ti.

¿Y no podrías salir hoy al camino y pasear conmigo como aquella mañana con los dos de Emaús? ¿No podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra y conseguir que vuelva a calentar mi entraña? ¿No podrías quedarte a dormir con nosotros y hacer que descubramos tu presencia en el Pan?

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

7.ª Estación: Jesús muestra a los suyos su carne herida y vencedora

Del Evangelio según san Juan. Jn 20, 26-29

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discí- pulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Lector:

Gracias, Señor, porque resucitaste no solo con tu alma, más también con tu carne. Gracias porque quisiste regresar de la muerte trayendo tus heridas. Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera su mano en tu costado y comprobara que el Resucitado es exactamente el mismo que murió en una cruz. Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede amordazar el alma y que cuando sufrimos estamos también resucitando. Gracias por ser un Dios que ha aceptado la sangre, gracias por no avergonzarte de tus manos heridas, gracias por ser un hombre entero y verdadero.

Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de ser Dios, ahora entendemos que el dolor no es un fallo de tus manos creadoras, ahora que tú lo has hecho tuyo comprendemos que el llanto y las heridas son compatibles con la resurrección.

Déjame que te diga que me siento orgulloso de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro. Deja que entre tus manos crucificadas ponga estas manos maltrechas de mi oficio de hombre.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

8.ª Estación: Con su cuerpo glorioso, Jesús explica que también los muertos resucitan

Del Evangelio según san Lucas. Lc 24, 36-43

ESTABAN hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a voso- tros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

Lector:

«Miradme bien. Tocadme. Comprobad que no soy un fantasma», decías a los tuyos, temiendo que creyeran que tu resurrección era tan solo un símbolo, una dulce metáfora, una ilusión hermosa para seguir viviendo.

Era tan grande el gozo de reencontrarte vivo que no podían creerlo; no cabía en sus pobres cabezas que entendían de llantos, pero no de alegrías. El hombre, ya lo sabes, es incapaz de muchas esperanzas.

Como él tiene el corazón pequeño cree que el tuyo es tacaño. Como te ama tan poco no puede sospechar que tú puedas amarle. Como vive amasando pedacitos de tiempo siente vértigo ante la eternidad.

Y así va por el mundo arrastrando su carne sin sospe- char que pueda ser una carne eterna. Conoce el pudri- dero donde mueren los muertos: no logra imaginarse el día en que esos muertos volverán a ser niños, con una infancia eterna. Muéstranos bien tu cuerpo, Cristo vivo, ¡enséñanos ahora la verdadera infancia, la que tú nos preparas más allá de la muerte!

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

9.ª Estación: Jesús bautiza a sus apóstoles contra el miedo

Del Evangelio según san Juan. Jn 20, 19-21

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puer- tas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Lector:

Han pasado, Señor, ya veinte siglos de tu resurrección y todavía no hemos perdido el miedo, aún no estamos seguros, aún tememos que las puertas del infierno podrían algún día prevalecer si no contra tu Iglesia, sí contra nuestro pobre corazón de cristianos.

Aún vivimos mirando a todos lados menos hacia tu cielo. Aún creemos que el mal será más fuerte que tu propia Palabra. Todavía no estamos convencidos de que tú hayas vencido al dolor y a la muerte. Seguimos vacilando, dudando, caminando entre preguntas, amasando angustias y tristezas.

Repítenos de nuevo que tú dejaste paz suficiente para todos. Pon tu mano en mi hombro y grítame: No temas, no temáis. Infúndeme tu luz y tu certeza, danos el gozo de ser tuyos, inúndanos de la alegría de tu corazón. Haznos, Señor, testigos de tu gozo. ¡Y que el mundo descubra lo que es creer en ti!

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

10.ª Estación: Jesús anuncia que seguirá siempre con nosotros

Del Evangelio según san Mateo. Mt 28, 20b

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.

Lector:

Esta fue la más grande de todas tus promesas, el más jubiloso de todos tus anuncios. ¿O acaso tú podrías visitar esta tierra como un sonriente turista de los cielos, pasar a nuestro lado, ponernos la mano sobre el hombro, darnos buenos consejos y regresar después a tu seguro cielo dejando a tus hermanos sufrir en la estacada? ¿Podrías venir a nuestros llantos de visita sin enterrarte en ellos? ¿Dejarnos luego solos, limitándote a ser un inspector de nuestras culpas?

Tú juegas limpio. Señor, tú bajas a ser hombre para serlo del todo, para serlo con todos, dispuesto a dar al hombre no solo una limosna de amor, sino el amor entero.

Desde entonces el hombre no está solo, tú estás en cada esquina de las horas esperándonos, más nuestro que nosotros, más dentro de mí mismo que mi alma. «No os dejaré huérfanos», dijiste. Y desde entonces ha estado lleno nuestro corazón.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

11.ª Estación: Jesús devuelve a sus apóstoles la alegría perdida

Del Evangelio según san Juan. Jn 21, 4-7

ESTABA ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.

Lector:

Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida y entre sus mallas solo pescamos el vacío. Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles, lo mismo que una tierra cubierta de cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído? ¿Quién recuerda la última vez que amamos?

Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda a tu corazón, levántate y camina». Y lo hacemos, solo por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor que recogemos que la red se nos rompe, cargada de ciento cincuenta nuevas esperanzas.

Oh, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuél- venos, Señor, a tu alegría.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

12.ª Estación: Jesús entrega a Pedro el pastoreo de sus ovejas

Del Evangelio según san Juan. Jn 21, 15-17

DESPUÉS de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.

Lector:

Aún nos faltaba un gozo: descubrir tu inédito modo de perdonar. Nosotros, como Pedro, hemos manchado tantas veces tu nombre, hemos dicho que no te cono- cíamos, hemos enrojecido ante el horror de que alguien nos llamara beatos, nos hemos calentado al fuego de los gozos del mundo.

Y esperábamos que, al menos, tú nos reprendieras para paladear el orgullo de haber pecado en grande. Y tú nos esperabas con tu triste sonrisa para preguntar solo: «¿me amas aún, me amas?», dispuesto ya a entregarnos tu rebaño y tus besos, preparado a vestirnos la túnica del gozo.

Oh, Dios, ¿cómo se puede perdonar tan de veras? ¿Es que no tienes ni una palabra de reproche? ¿No temes que los hombres se vayan de tu lado al ver que se lo pones tan barato? ¿No ves, Señor, que casi nos empujas a alejarnos de ti solo por encontrarnos de nuevo entre tus brazos?

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

13.ª Estación: Jesús encarga a los doce la tarea de evangelizar

Del Evangelio según san Mateo. Mt 28, 16-20

LOS once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

Lector:

Y te faltaba aún el penúltimo gozo: dejar en nuestras manos la antorcha de tu fe. Tú habrías podido reser- varte ese oficio, sembrar tú en exclusiva la gloria de tu nombre, hablar tú al corazón, poner en cada alma la sagrada semilla de tu amor.

¿Acaso no eres tú la única palabra? ¿No eres tú el único jardinero del alma? ¿No es tuya toda gracia? ¿Hay algo de ti o de Dios que no salga de tus manos? ¿Para qué necesitas ayudantes, intermediarios, colaboradores, que nada aportarán si no es su barro? ¿Qué ponen nuestras manos que no sea torpeza?

Pero tú, como un padre que sentara a su niño al volante y dijera: «Ahora conduce tú», has querido dejar en nuestras manos la tarea de hacer lo que solo tú haces: llevar gozosa y orgullosamente de mano en mano la antorcha que tú enciendes.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

14.ª Estación: Jesús sube a los cielos para abrirnos camino

Del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hch 1, 10-11

CUANDO miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

Lector:

La última alegría fue quedarte marchándote. Tu subida a los cielos fue ganancia, no pérdida: fue bajar a la entraña, no evadirte.

Al perderte en las nubes te vas sin alejarte, asciendes y te quedas, subes para llevarnos, señalas un camino, abres un surco. Tu ascensión a los cielos es la última prueba de que estamos salvados, de que estás en nosotros por siempre y para siempre. Desde aquel día la tierra no es un sepulcro hueco, sino un horno encen- dido: no una casa vacía, sino un corro de manos: no una larga nostalgia, sino un amor creciente.

Te quedaste en el pan, en los hermanos, en el gozo, en la risa, en todo corazón que ama y espera, en estas vidas nuestras que cada día ascienden a tu lado.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Todos:

Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Oración final

SEÑOR y Dios nuestro,
fuente de alegría y de esperanza,
hemos vivido con tu Hijo los acontecimientos
de su resurrección y ascensión;
haz que la contemplación de estos misterios
nos llene de tu gracia y nos capacite
para dar testimonio de Jesucristo en medio del mundo.
Te pedimos por tu santa Iglesia:

que sea fiel reflejo de las huellas de Cristo en la historia y que,
llena del Espíritu Santo,

manifieste al mundo los tesoros de tu amor,
santifique a tus fieles con los sacramentos

y haga partícipes a todos los hombres
de la resurrección eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Todos: Amén.

 

Conclusión

Anunciemos a todos la alegría del Señor resucitado. Aleluya, aleluya.

Todos: Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.

Comentario – Viernes Santo

El relato de la Pasión ocupa un lugar central en la celebración del Viernes Santo. Es la relación de los acontecimientos, de lo que sobrevino a aquel que fue llevado a la cruz. El momento culminante de esta Pasión es la crucifixión. En ella alcanza su cenit el drama histórico aquí representado, que es el drama de Jesús, pero también de la humanidad, puesto que Jesús nos representa (en cuanto hombre) y nos sustituye, y nosotros intervenimos en él con nuestro pecado. Una simple frase resume este protagonismo: Jesús murió por nosotros, esto es, por causa nuestraen lugar nuestro y en nuestro favor. Sólo reconociendo en el Crucificado a nuestro Salvador, podemos adorar la cruz, hacer de este instrumento de tortura de malhechores y esclavos objeto de adoración. Este cambio sólo se explica por la presencia del Salvador (el Crucificado) en él. Se ha producido una suerte de santificación (y transformación) de un objeto no simplemente neutro, sino ignominioso, infamante; porque eso exactamente sucede con la cruz.

No se trata, por tanto, de la pasión de un hombre cualquiera. De haber sido así, no habría tenido la trascendencia que tuvo, no habría quedado plasmada siquiera en este relato que se lee todos los años en nuestras iglesias y se escenifica en nuestras plazas y teatros. ¡Cuántos crucificados había habido antes y siguió habiendo después que no pasaron a la historia como pasó éste! El paciente y actor de esta Pasión, el reo sometido a juicio –un juicio con nocturnidad y alevosía-, condena y tortura, el varón de doloresel llevado como un cordero al matadero… es nada menos que el Hijo de Dios hecho hombre, tan hecho hombre que se le confundió con un simple hombre –aunque no necesariamente con un hombre cualquiera-. De haberse sabido delante de Dios, aquellos jueces y soldados no se hubiesen atrevido a hacer lo que hicieron con él: juicio indigno y humillante, burlas, golpes, bofetadas, desprecios, indiferencias, et. Pero ellos, en las pretensiones de Jesús, no vieron más que arrogancia blasfema y manifiesta impostura, y en su extrema familiaridad con Dios -reflejada en su filial Abba-, falta de respeto. Sus prejuicios y su obstinación les impidieron ver la verdad que se les manifestaba, les impidieron ver en él al enviado de Dios.

Él era realmente el Hijo de Dios en carne humana. Esto y sólo esto confiere relieve a su Pasión, haciendo de ella algo absolutamente singular. Porque la singularidad de esta Pasión no está en los sufrimientos padecidos por el paciente de la misma. Y fueron muchos y muy dolorosos los sufrimientos corporales provocados por los azotes que flagelaron su cuerpo, por la corona de espinas incrustada en sus sienes y en su cabeza o por los golpes que multiplicaban el punzamiento de las espinas o el desgarro de las heridas, por los clavos abriéndose paso en la carne, por la sed ardiente producida por la abundante pérdida de sangre o la asfixia de un cuerpo colgado que no podía ya enderezarse para tomar aire en los pulmones, por la fiebre y el delirio provocado por la misma.

Tampoco está la singularidad de esta Pasión en los múltiples sufrimientos psíquicos soportados por Jesús, sufrimientos como el causado por la traición de un amigo y discípulo como Judas, o por el abandono de los demás, incapaces de salir en su defensa, o por el dolor de ver a una madre destrozada, o por la experiencia del rechazo de ese pueblo que antes le aclamaba, hasta el punto de querer convertirle en su rey, y ahora prefiere el indulto de un asesino como Barrabás, o por el desprecio y la indiferencia llegados de todas partes, por esa poderosa sensación de fracaso que en esos momentos parecía imponérsele sin remisión. Realmente se cumplían las palabras evangélicas: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. ¿No era esto doloroso? Sí, y mucho. Pero otros hombres también pasaron por pruebas similares.

Lo extraordinario y singular de esta Pasión no está en aquello en lo que consiste, sino en el sujeto que la padece. Tras él se esconde el por qué y el para qué de esta Pasión.

Se trata de la pasión de alguien que ha tenido que humillarse (=hacerse tierra) hasta nosotros (=seres terrestres) para padecer. Sin carne humana, sin ser humano, no son posibles ni los sufrimientos corporales, ni los psíquicos. Para padecer los sufrimientos del hombre, sujeto al pecado y a la muerte, es preciso ser hombre. Sólo en cuanto hombre, el Hijo de Dios podía propiamente com-padecer con nosotros, ser probado en todo como nosotros, enseñarnos con su propio ejemplo cómo afrontar el sufrimiento, enseñarnos a morir y a aprender en semejante situación de muerte la obediencia; porque ¿qué otra cosa es la obediencia que esto: aprender a morir? Puesto que nuestro Creador nos exige la muerte, obedecer ya no puede consistir sino en aprender a morir, aunque esto requiera el tiempo de toda una vida.

Del mismo Hijo (de Jesús) se nos dice que aprendió sufriendo a obedecer, y eso que era el Hijo, es decir, a aceptar la voluntad del Padre: No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Y eso aun teniendo tan claro que no había venido a este mundo para otra cosa que para hacer la voluntad del Padre. A pesar de eso, tuvo que aprender, también él, sufriendo a obedecer, es decir, tuvo que aprender a morir. Y así es como el Hijo obediente se convierte en autor de salvación eterna para todos los que aprenden obediencia en el sufrimiento.

Luego el sufrimiento por el que pasa y pasará todo ser humano, mientras viva en este mundo –y ello a pesar de los muchos avances de la ciencia-, se convierte así en el instrumento más universal de salvación. Sufrir ya no es algo inútil y absurdo. Tiene una razón de ser que ha puesto al descubierto Jesucristo con su Pasión, y es la de ser escuela de obediencia medio de salvación. Con nuestros sufrimientos completamos lo que falta a la Pasión de Cristo; pues en el sufrimiento aprendemos a ser obedientes a la voluntad de Dios, a madurar como personas y como cristianos, a amar desde el despojamiento de nosotros mismos, a acoger misteriosos dones de procedencia divina; aprendemos a dejar esta vida y a esperar la nueva vida que Dios quiere darnos: aprendemos a confiar en Dios y en su promesa de vida.

Desde que Cristo asumió nuestros sufrimientos, el sufrimiento humano ha pasado a ser el mejor modo de trabajar con Cristo por la redención del mundo, incluida la nuestra propia. Es el inmenso campo de trabajo que se ofrece a enfermos, minusválidos, impedidos, ancianos, etc. Aquí se halla el trabajo más útil para la humanidad: el más productivo, pues no produce coches, alimentos o medicinas, pero produce salvación, y no hay nada más productivo, porque no hay bien más preciado que éste que da vida eterna.

Hoy nos acercamos a la cruz para adorarla. La adoramos porque en ella reconocemos al Salvador, la salvación que en ella estuvo clavada. Mirémosla no con compasión, ni con orgullo simplemente –como si se tratara de un trofeo de guerra o de caza-, sino con gratitud. No es tiempo de compadecernos de él, sino más bien de que él se compadezca de nosotros; es más bien tiempo de agradecer el gran amor de que hemos sido objeto por parte de Dios, y de prolongar su mirada compasiva hacia todas esas personas que están en situación de sufrimiento, ya sea culpable o inculpablemente; en cualquier caso, llevando su cruz. Sólo la mirada del que muere perdonando y suplicando el perdón para sus verdugos puede sanar nuestras heridas, curar nuestros odios y desactivar nuestros resentimientos y deseos de venganza. Que cuando nos acerquemos a la cruz digamos: «Gracias, Señor, por el don inmerecido de tu vida».

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

29. Los miembros de la Conferencia Episcopal.

En base al mismo derecho, forman parte de la Conferencia Episcopal todos los Obispos diocesanos del territorio y cuantos se equiparan a ellos,(84) así como también los Obispos Coadjutores, los Auxiliares y los otros Obispos titulares que ejercitan un especial encargo pastoral en beneficio de los fieles. También son miembros los que están interinamente a la cabeza de una circunscripción eclesiástica del país.(85)

Los Obispos católicos de rito oriental con sede en el territorio de la Conferencia Episcopal, pueden ser invitados a la Asamblea Plenaria con voto consultivo. Los Estatutos de la Conferencia Episcopal pueden establecer que sean miembros. En tal caso les compete el voto deliberativo.(86)

Los Obispos eméritos no son miembros de derecho de la Conferencia, pero es deseable que sean invitados a la Asamblea Plenaria, en la que participarán con voto consultivo. Además, es bueno recurrir a ellos para las reuniones o comisiones de estudio creadas para examinar materias en las que tales Obispos sean particularmente competentes. Algún Obispo emérito puede también ser llamado a formar parte de Comisiones de la Conferencia Episcopal.(87)

El Representante Pontificio aun no siendo miembro de la Conferencia Episcopal y no teniendo derecho de voto, debe ser invitado a la sesión de apertura de la Conferencia Episcopal, según los Estatutos de cada Asamblea episcopal.

De su condición de miembro de la Conferencia, se derivan para el Obispo algunos deberes naturales:

a) el Obispo procure conocer bien las normas universales que regulan esta institución y también los estatutos de la propia Conferencia que establecen las normas fundamentales de la acción conjunta.(88) Inspirado por un profundo amor a la Iglesia, vigile, además, para que las actividades de la Conferencia se desarrollen siempre según las normas canónicas;

b) participe activamente con diligencia en las asambleas episcopales, sin dejar nunca la responsabilidad común a la solicitud de los otros Obispos; si es elegido para algún cargo en la Conferencia, no se niegue si no es por un motivo justo. Estudie atentamente los temas propuestos para la discusión, si es necesario con la ayuda de expertos, de manera que sus posiciones estén siempre bien fundadas y formuladas en conciencia;

c) en las reuniones, manifieste su opinión con franqueza fraterna: sin temer cuando es necesario pronunciarse diversamente del parecer de otros, pero dispuesto a escuchar y comprender las razones contrarias;

d) cuando el bien común de los fieles exija una línea común de acción, el Obispo estará dispuesto a seguir el parecer de la mayoría, sin obstinarse en sus posiciones;

e) en los casos en que en conciencia considera que no puede adherir a una declaración o resolución de la Conferencia, deberá sopesar atentamente delante de Dios todas las circunstancias, considerando también la repercusión pública de sus decisiones; si se tratase de un decreto general hecho obligatorio por la recognitio de la Santa Sede, el Obispo deberá pedir a ésta la dispensa para no atenerse a lo que dispone el decreto;

f) animado por el espíritu de servicio, señale a los órganos directivos de la Conferencia todos los problemas que hay que afrontar, las dificultades que se deben superar, las iniciativas que el bien de las almas sugiera.

La Conferencia puede invitar a las propias reuniones a personas que no sean miembros, pero sólo en casos determinados y sólo con voto consultivo.(89)


84 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 381 § 2; Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 15.

85 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 427 § 1; Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 17.

86 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 450 § 1.

87 Cf. n. 230 de este Directorio; Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos; Congregación para los Obispos, Normae in vita ecclesiae. De Episcopis ab officio cessantibus, 4.

88 Sobre los Estatutos de la Conferencia, cf. Codex Iuris Canonici, can. 451; Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 18.

89 Cf. Pontificia Comisión para la Interpretación de los Decretos del Concilio Vaticano II, Responsum del 31.X.1970.

Más humana…

Más humana,
sin brillos ni adornos,
sin la hermosura que luce
en muchas iglesias,
museos,
coronas
y joyas que nos adornan…

Quiero la cruz como fue en tu historia
en aquel tiempo y circunstancia:
cruz dura y pesada,
cruz amarga
y de sangre manchada,
cruz fracasada…
Pero cruz de vida llena,
cargada de entrega,
perdón
y misericordia…

Más humana,
quiero tu cruz más humana,
para que sea sacramento
de amor y esperanza.

Más humana,
quiero tu cruz más humana,
para que sea signo de tu alianza
hoy que la palabra no asegura nada..

Más humana,
quiero tu cruz más humana,
para que nos muestre tus entrañas
compasivas y divinas.

Más humana,…
¡y que señale la Pascua!

Florentino Ulibarri

Viacrucis

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Via crucis

Escrito por el Cardenal Joseph Ratzinger en 2005

Esta oración se puede hacer ante una cruz, un icono o imagen del Señor, acompañado de una vela encendida.

Introducción

Ejercicio del santo via crucis.

Todos: Por la señal de la Santa Cruz.

Acto de contrición.

Todos: 

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser tú quien eres, bondad infinita, y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido; también me pesa que puedas castigarme con las penas del infierno. Ayudado de tu divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Monición inicial

En esta meditación trataremos de seguir las huellas del Señor en el camino que va desde el pretorio de Pilato hasta el lugar llamado «calavera», el Gólgota en hebreo (cf. Jn 19, 17). El via crucis de nuestro Señor Jesucristo está históricamente vinculado a los sitios que él hubo de recorrer. Pero hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles del Divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén. Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la basílica del Santo Sepulcro. Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones, meditando en el misterio de Cristo cargando con la cruz. En este recorrido espiritual tengamos presentes de modo especial a cuantos cayeron bajo la cruz del dolor, de la marginación y de esta pandemia que sufrimos.

1.ª Estación: Jesús es condenado a muerte

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 22-23. 26

PILATO les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». Contestaron todos: «Sea crucificado». Pilato insistió: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Sea crucificado!». Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Lector:

El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (cf. Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá:

«A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros (…), lo matasteis, clavándolo a una cruz» (Hch 2, 22ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan, porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilanimidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.

Lector:

Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al “qué dirán” ha sofocado la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida. El día de Pentecostés has conmovido el corazón e infundido el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

2.ª Estación: Jesús carga con la cruz a cuestas

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 27-31

ENTONCES los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Lector:

Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia (cf. Sal 44, 7). El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.

Lector:

Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (cf. Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

3.ª Estación: Jesús cae por primera vez

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del libro del profeta Isaías. Is 53, 4-6

ÉL soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.

Lector: 

El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es solo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser solo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.

Lector:

Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

4.ª Estación: Jesús se encuentra con su madre

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Lucas. Lc 2, 34-35. 51b

SIMEÓN los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Lector:

En el via crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? (…) El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 48b. 50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo (…) Será grande (…), el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 31ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti misma una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35a). Esto le haría recordar palabras de los profetas como estas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca: como cordero llevado al matadero» (Is 53, 7a). Ahora se hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30a). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1, 45a). «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8b). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Este es su gran consuelo en aquellos momentos.

Lector:

Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble —que serías la madre del Altísimo— también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

5.ª Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 32; 16, 24

AL salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz. Entonces dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga».

Lector:

Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisadamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (cf. Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le ha llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (cf. Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.

Lector:

Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

6.ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del libro del profeta Isaías. Is 53, 2b-3

SIN figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.

Del libro de los Salmos. Sal 26, 8-9

OIGO en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.

Lector:

«Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro» (Sal 26, 8-9a). Verónica (Berenice, según la tradición griega) encarna este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios. Ella, en principio, en el via crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni se deja inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón —había dicho el Señor en el Sermón de la montaña—, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Inicialmente, Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Solo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.

Lector:

Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

7.ª Estación: Jesús cae por segunda vez

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del libro de las Lamentaciones. Lam 3, 1-2. 9

YO soy el hombre que ha conocido el sufrimiento bajo la vara de su cólera; me ha conducido y llevado a la tiniebla y no a la luz. Ha cerrado mis caminos con sillares, ha retorcido mis sendas.

Lector:

La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán —en nuestra condición de seres caídos— y en el misterio de la participación de Jesús en nuestra caída. Esta adquiere en la historia formas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad. Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor ya que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.

Lector:

Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia. En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

8.ª Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Lucas. Lc 23, 28-31

JESÚS se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

Lector:

Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios —pensamos— hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí, llorad por vosotros (…) porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

Lector:

Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar una concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte solo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

9.ª Estación: Jesús cae por tercera vez

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del libro de las Lamentaciones. Lam 3, 27-32

ES bueno que el hombre cargue con el yugo desde su juventud. Siéntese solo y silencioso cuando el Señor se lo impone; ponga su boca en el polvo, quizá haya esperanza; ponga la mejilla al que lo maltrata y se harte de oprobios. Porque el Señor no rechaza para siempre; y si hace sufrir, se compadece conforme a su inmensa bondad.

Lector:

¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos solo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantar- nos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison — Señor, sálvanos (cf. Mt 8, 25).

Lector:

Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros, quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podamos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

10.ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 33-36

CUANDO llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.

Lector:

Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la “primera vestidura” y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida toda de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23b). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era “de una sola pieza”, sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Este, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote.

Lector:

Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

11.ª Estación: Jesús es clavado en la cruz

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 37-42

ENCIMA de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, decían: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos».

Lector:

Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado (…) Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 3ss). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios su- friente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubrir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquía, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1, 1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.

Lector:

Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad comprometida y a encontrar en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

12.ª Estación: Jesús muere en la cruz

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Juan. Jn 19, 19-20

PILATO escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 45-50. 54

DESDE la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: «Elí, Elí, lemá sabaktaní» (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: «Está llamando a Elías». Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Verdaderamente este era Hijo de Dios».

Lector:

Sobre la cruz (en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo) está escrito quién es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2ab). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.

Lector:

Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

13.ª Estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 54-56

EL centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Verdaderamente este era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

Lector:

Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos cruci- ficados; así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf. Éx 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del renacer por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.

Lector:

Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (cf. Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

14.ª Estación: Jesús es colocado en el sepulcro

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según san Mateo. Mt 27, 59-61

JOSÉ, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

Lector:

Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la sobreabundancia de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (cf. Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «difunde por medio de nosotros en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos incienso de Cristo» (2 Cor 2, 14b-15a). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.

Lector:

Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque él, el Padre, no te «abandonó en el lugar de los muertos y tu carne no experimentó la corrupción» (cf. Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección.

Y todos juntos dicen el Padre nuestro.

Señor, pequé.

Todos: Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

Oración final

SEÑOR, Dios nuestro,
que has querido realizar la salvación
de todos los hombres por medio de tu Hijo,
muerto en la cruz, te rogamos,
a quienes hemos conocido en la tierra este misterio,
alcancemos en el cielo los premios de la redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Todos: Amén.

Para ganar las indulgencias concedidas al santo via crucis oremos ahora por las intenciones del papa, de nuestro obispo, las necesidades de la Iglesia y por todos los afectados y víctimas de la pandemia del coronavirus.

Y todos juntos dicen el Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Comentario al evangelio – Viernes Santo

Hoy meditamos la Pasión, como hicimos en Domingo de Ramos. Y, sin embargo, ¡qué distinto! No hay cantos de alabanza, ni Ramos, ni alegría… Y es la misma Pasión. Creo que tampoco estaríamos entendiendo el Misterio Pascual si convertimos el día de hoy en puro dolor y muerte.

El Viernes Santo, para un creyente, refleja como ningún otro momento, la aparente contradicción que es nuestra vida, la fuerza que se esconde en la vulnerabilidad humana. Contradicción porque casi nada es negro o blanco, bueno o malo, éxito o fracaso. Contradicción de tener que soportar dolor para engendrar vida como un parto cotidiano. Contradicción de desfigurados, pobres y enfermos cuyas heridas nos curan y en cuya fealdad somos atraídos por una misteriosa belleza. Es la experiencia del Siervo de Isaías. Contradicción la nuestra adorando una Cruz y bendiciendo un Madero Santo como árbol de Vida. Contradicción al contemplar el Mal que acampa a sus anchas y se ceba en los más indefensos, como lo hizo con Jesús y sigue ocurriendo hoy. Contradicción al rasgarnos las vestiduras porque alguien no cumplió algún precepto o ritual pero dejamos pasar encogiéndonos de hombros las muertes habituales en el Mediterráneo y otras costas.

El ser humano es contradicción. Lo vivimos cada Domingo de Ramos y lo volvemos a palpar frente a la Cruz. El grano de trigo que no crece si no muere. La salud naciendo de la herida. “Mirad a mi Siervo”. Un aparente fracaso y, sin embargo, nuestro Dios. Nuestra Vida. La fuerza de la vulnerabilidad que no se oculta. El que aprendió sufriendo a obedecer, a pesar de ser el Hijo de Dios. Y si esto nos asusta -a mí, te confieso que sí lo hace-, digámoslo con palabras más sencillas: la muerte no tiene la última palabra. El Amor nunca fracasa. Ninguna noche es eterna. Y no es poesía. Es real, aunque cuando estamos en pleno Viernes Santo en la vida, nada nos consuele y sólo nos nazca decir: “Padre, a tus Manos encomiendo mi espíritu”. Si es así, no te preocupes ni te avergüences. Jesús también lo vivió antes.

Rosa Ruiz, MC