Vísperas – Sábado Santo

VÍSPERAS

SÁBADO SANTO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré, oh abismo, tu aguijón.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré, oh abismo, tu aguijón.

SALMO 142

Ant. Como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. «Destruid este templo —dice el Señor—, y en tres días lo levantaré.» Él hablaba del templo de su cuerpo.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. «Destruid este templo —dice el Señor—, y en tres días lo levantaré.» Él hablaba del templo de su cuerpo.

LECTURA: 1P 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él; y pronto lo glorificará.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él; y pronto lo glorificará.

PRECES

Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado para resucitar de entre los muertos, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, de tu corazón traspasado por la lanza salió sangre y agua, signo de cómo la Iglesia nacía de tu costado;
— por tu muerte, por tu sepultura y por tu resurrección vivifica, pues, a tu Iglesia.

Tú que te acordaste incluso de los apóstoles que habían olvidado la promesa de tu resurrección,
— no olvides tampoco a los que por no creer en tu triunfo viven sin esperanza.

Cordero de Dios, víctima pascual inmolada por todos los hombres,
— atrae desde tu cruz a todos los pueblos de la tierra.

Dios del universo, que contienes en ti todas las cosas y aceptaste, sin embargo, ser contenido en un sepulcro,
— libra a toda la humanidad de la muerte y concédele una inmortalidad gloriosa.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, Hijo de Dios vivo, que colgado en la cruz prometiste el paraíso al ladrón arrepentido,
— mira con amor a los difuntos, semejantes a ti por la muerte y la sepultura, y hazlos también semejantes a ti por su resurrección.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Sábado Santo

Lucas 23, 50-56
La luz del Esposo brilla en la noche

1. Oración

Señor, en este día sólo hay soledad y vacío, ausencia y silencio: una tumba, un cuerpo sin vida y la oscuridad de la noche. Ni siquiera  Tú eres ya visible: ni una Palabra, ni un respiro. Estás haciendo Shabbát, reposo absoluto. ¿Dónde te encontraré ahora que te he perdido?

Voy a seguir a las mujeres, me sentaré también junto a ellas, en silencio, para preparar los aromas del amor. De mi corazón, Señor, extraeré las fragancias  más dulces, las más preciosas, como hace la mujer, que rompe, por amor, el vaso de alabastro y esparce su perfume.

Y llamaré al Espíritu, con las palabras de la esposa repitiendo: “ ¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplad sobre mi jardín ¡  ( Ct. 4,16)

2. Lectura

 Del evangelio según S. Lucas  (23, 50-56)

50 He aquí  un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
51 que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
52 Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
53 Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
54 Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
55 Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
56 Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

3. Meditación

 “He aquí”. Esta sencillísima expresión es, en realidad, una explosión de vida y de verdad, es un grito que rompe la indiferencia, que sacude de la parálisis, que atraviesa el velo. Es contraria a y libera de la inmensa posición de distancia que ha acompañado la experiencia de los discípulos de Jesús durante la pasión. Pedro lo seguía de lejos ( Lc 22,54); todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido lo observaban desde lejos ( Lc 23,49). José de Arimatea, sin embargo, se adelanta, se presenta ante Pilato y pide el cuerpo de Jesús. Él está ahí, no está entre los ausentes; está cercano, no guarda una distancia y ya no se va.

 “Ya comenzaba la luz del Sábado.” Este Evangelio nos coloca en ese momento tan particular que se da entre la noche, la oscuridad, y el nuevo día, con su luz. El verbo griego usado por Lucas parece describir de modo concreto el movimiento de este Sábado santo, que poco a poco emerge lentamente de la oscuridad y sale y crece por encima de la luz. Y en este movimiento de resurrección también participamos nosotros, que nos acercamos con fe a esta Escritura. Pero es necesario escoger: permanecer en la muerte, en la Parasceve, que sólo es “preparación” y no cumplimiento, o aceptar el entrar, ir hacia la luz. Como dice el mismo Señor: “¡Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz!” ( Ef 5,14), usando el mismo verbo.

 “que habían venido…siguieron”. Son muy hermosos estos verbos de movimiento, referidos a las mujeres, porque nos hacen comprender toda la intensidad de su participación en la historia de Jesús. Entre otras cosas, Lucas escoge cuidadosamente algunos matices, por ejemplo mediante la colocación de una partícula que refuerza e intensifica el verbo seguir, y también la preposición “con” para el verbo venir. Se mueven juntas, se mueven con decisión, impulsadas por la fuerza del amor. Su viaje, iniciado en Galilea, continúa ahora, también a través de la muerte, a través de la ausencia. Quizá sienten que no están solas y anuncian ya que Él está.

 “observaron el sepulcro”. ¡Es muy hermoso observar que en los ojos de estas mujeres hay una luz más fuerte que la noche! Son capaces de ver más allá, observan, advierten, miran con atención e interés; en una palabra: contemplan. Son los ojos del corazón los que se abren a la realidad que les rodea. Alcanzadas por la mirada de Jesús, llevan impresa dentro de sí la imagen de él, el Rostro de aquel Amor que ha visitado e iluminado toda su existencia. Ni siquiera el drama de la muerte y de la separación física pueden apagar aquel Sol, que nunca se oculta. Aunque sea de noche.

 “regresaron”. Conservan aún más la fuerza interior para tomar decisiones, para realizar movimientos, para ponerse de nuevo en camino. Dan la espalda a la muerte, a la ausencia y regresan como guerreras victoriosas. No llevan trofeos en las manos, pero llevan en el corazón la certeza, el coraje de un amor ardiente.

 “prepararon aromas y aceites perfumados”. Esta era una ocupación propia de los sacerdotes, como dice la Escritura ( 1 Cron 9,30); una tarea sagrada, una función casi litúrgica, como si fuese una oración. Las mujeres del Evangelio, en efecto, oran y son capaces de   transformar la noche de la muerte en lugar de bendición, de esperanza, de atención amorosa y atenta. Ninguna mirada, ningún movimiento o gesto es en vano  para ellas. Preparan, o mejor, como si intuyeran el significado hebreo correspondiente, elaboran los aromas perfumados mezclando con sabiduría los ingredientes necesarios, en la justa medida y proporción. Un arte del todo femenino, totalmente materno, que nace de dentro, desde el  vientre materno, lugar privilegiado del amor. El Sábado santo, es, por lo demás, como un vientre que sostiene la vida; abrazo que custodia y acuna a la nueva criatura que está para venir a la luz.

 “observaron el descanso”. Pero ¿de qué descanso se trata en realidad? ¿ Qué detenimiento, qué suspensión se está dando en la historia de la vida de estas mujeres, en lo profundo de su corazón? El verbo usado por Lucas recuerda claramente el “silencio”, que se convierte en el protagonista de este Shabbát, Sábado santo de la espera. No hay más palabras por decir, declaraciones o discusiones; toda la tierra está en silencio, mientras sopla el viento del Espíritu (cf. Job 38,27) y se esparcen los perfumes. Solamente vuelve un canto al corazón en la noche ( cf. Sal 76,7): es un canto de amor, repetido por las mujeres y, junto a ellas, por José y por aquellos que, como él, no quieren  las decisiones y acciones de los demás ( v. 51) en este mundo. Las palabras son las que repite la esposa del Cántico, las últimas, guardadas para  el Amado,cuando al final del Libro ella dice: “Apresúrate, amado mío, como un ciervo, sobre las montañas perfumadas” (Ct 8,14). Este es el grito de la resurrección, el canto de victoria sobre la muerte.

4. Alcune Domande Algunas Preguntas

*¿Dónde estoy yo hoy?¿ Me mantengo, quizá, aún lejos y no quiero acercarme a Jesús, no quiero ir a buscarlo, no quiero esperarle?
*¿Cuáles son mis movimientos interiores, cuáles son las actitudes de mi corazón? ¿Quiero seguir a las mujeres, entrar en la noche y en la muerte, en la ausencia, en el vacío?
*¿Se abren mis ojos para mirar atentos el lugar de la sepultura, a las piedras talladas, que ocultan al Señor Jesús? Quiero hacer una experiencia de contemplación, es decir, ver las cosas con un poco más de profundidad, más allá de la superficie? ¿Creo en la presencia del Señor, más fuerte que la de la tumba y de la piedra?
*¿Acepto regresar, también yo, junto con las mujeres? Es decir, ¿de hacer un camino de conversión, de cambio?
*¿Se da en mi un espacio para el silencio, para la atención del corazón, que sabe mezclar los aromas justos, los ingredientes mejores para la vida, para el don de mí mismo, para la apertura a Dios?
*¿Siento nacer dentro de mí el deseo de anunciar la resurrección, la vida nueva de Cristo alrededor de mí? ¿Estoy también yo, al menos un poco, como las mujeres del Evangelio, que repiten la invitación al Esposo: “¡Levántate!”?

Oración Final

 ¡Señor, para tí la noche es clara como el día!

Protégeme, Dios mío, que me refugio en tí.
Yo digo al Señor: “ Mi Señor eres tú, sólo tú eres mi bien”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa:
en tus manos está mi vida.

Me ha tocado un lugar de delicias
mi heredad es estupenda
bendigo al Señor que me aconseja
hasta  de noche me instruye internamente
siempre me pongo ante el Señor
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se alegra mi corazón y se gozan mis entrañas
y todo mi ser descansa sereno
porque no me entregarás a la muerte

ni dejarás a tu fiel caer en la corrupción
Me enseñarás el sendero de la vida
me llenarás  de gozo en tu presencia
de alegría perpetua a tu derecha.
(del Salmo 15)

Pascua, camino y testigos

1. A aquél desgarrador grito que salía de la boca de Cristo en la Cruz, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y que quiere recoger todas las situaciones –de aflicción, desgarro, engaño, enfrentamiento, terror, de sin sentido, de dolor– que viven los hombres, viene ahora una respuesta gozosa en la Pascua. Es un grito de fe y de esperanza: ¡Cristo ha resucitado!

Es un grito tremendo que, por una parte, nos anuncia lo que ha sucedido en Cristo y, por otra, nos llena de esperanza porque nos dice lo que nos espera a todas las personas cuando veamos al Señor en el resplandor de la gloria. Es el gran anuncio de la Iglesia: ¡Cristo ha resucitado!

2. Contemplemos la escena del Evangelio que hemos proclamado: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro».

¿Qué iban a buscar y a ver estas mujeres? Iban a buscar a un muerto. Su cariño por Él era tan grande, lo habían querido tanto, habían vivido con Él tantas experiencias de gracia, que no podía ser menos que agradecidas hasta el final, incluso muerto.

Él las había reconocido en la dignidad que tenían como personas, las había ayudado, habían sentido junto a Él un modo de comportarse al que no estaban acostumbradas las mujeres de su tiempo y de su cultura.

Él las trataba de una manera que las hacía pensar que era alguien especial, distinto. Así, con estas experiencias, llegan hasta el sepulcro. Y es importante subrayar esto: van al sepulcro. Por ello es normal que fuesen al lugar donde habitan los muertos y donde estaba este muerto, al que tanto habían querido y hacia quien sentían tanto agradecimiento.

Y en el camino pensaban en la dificultad para retirar la piedra y entrar, pero ¿qué se encuentran? Un sepulcro abierto, vacío y lleno de luz. Y así esperando ver un sepulcro como el de todos, entran en el que había sido enterrado Jesús. Allí en vez de hallar oscuridad, tristeza y sin sentido, ven luz, alegría y pleno sentido a la vida misma, que no acaba sino que continúa y se expande en eternidad. Y allí un joven vestido de blanco. ¿Qué experiencia tienen?

Algo estremecedor sucede en la vida de estas mujeres. No pueden explicarse el suceso con palabras. Es necesario que alguien se lo explique. Y aquel joven, en nombre de Dios, les revela lo sucedido y les dice: «No os asustéis…ha resucitado, no está aquí». Esta es la gran noticia que celebramos hoy: ¡Cristo ha resucitado!

3. La resurrección de Jesús es un hecho histórico de significado cósmico. Es el comienzo de la transformación global del universo. Es un acontecimiento que transforma el sentido de la historia y señala la verdadera dirección que ha de tener. Es un evento único, pues jamás se ha producido semejante hecho de fe en la resurrección definitiva y gloriosa de un hombre cuya vida, muerte y sepultura hayan sido documentadas. Lo hemos oído: «Ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo».

En el fondo y en la forma, la resurrección de Jesucristo, responde a las intuiciones y esperanzas de un destino humano abierto al futuro. Esta apertura al futuro está inscrita en el corazón del ser humano: lo anhela, lo quiere, lo desea, lo vive. Con la resurrección proclamamos y manifestamos ese convencimiento que nos ha dado Jesucristo con sus razones y con su vida; nos indica que la vida humana está salvada definitivamente por obra de Dios y de su presencia.

Es verdad que en el horizonte nuevo que se perfila tras la resurrección de Jesucristo siguen existiendo el sufrimiento, la hostilidad, el enfrentamiento, las envidias, las fatigas, los odios, la violencia, las guerras y necesariamente tenemos que preguntarnos pero, entonces, ¿dónde está el cambio que ha traído el Resucitado? La respuesta es muy sencilla: La Pascua de Jesús no nos lleva automáticamente a un mundo de ensueño; nos llega al corazón para hacernos recorrer con alegría y esperanza ese camino de autenticidad y de purificación, de revisión de nuestro comportamiento que tiene como meta la certeza de una vida que ya no muere.

La resurrección nos devuelve a una experiencia auténtica, a una vida de fe, esperanza y amor. Esas son las palabras que reciben las mujeres y los discípulos primeros: «No os asustéis».

4. ¿Cómo podremos acercarnos nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, a la luz pascual? ¿Podrá aproximarse el mensaje a nosotros –de manera que desaparezca la oscuridad– con simples itinerarios de razones humanas y mediante métodos que se emplean para otras cuestiones de nuestra vida? No: Hay que ponerse en camino. Hay que tomar la Palabra como camino. Debemos familiarizarnos con la Palabra, pues únicamente así podemos llegar a experimentar la realidad de una manera nueva.

La fe nunca se anunció como mera información; es necesario ensayarla y adquirirla en un proceso de asimilación y adaptación. Cada conocimiento precisa de su propio método. Por eso el camino debe ser proporcionado a la índole peculiar de lo que se quiere conocer. Hay cosas que no se pueden conocer dominando, sino solamente sirviendo. Y entre estas cosas están las formas más altas de conocimiento.

Lo que se puede dominar está siempre más bajo de nosotros, y Dios está siempre por encima. El mensaje pascual nos dice algo extraordinario, llega a una profundidad extrema; este mensaje no se puede alcanzar con simples asideros intelectuales. Lo nuevo y más emocionante es que Dios no nos predica el Evangelio desde arriba, sino que nos lo dice bebiendo el cáliz de la muerte. La novedad reside también en que nosotros tampoco podemos escucharlo desde arriba, sino desde donde Él nos ha encontrado, con el realismo de nuestra existencia entregada a la muerte.

¿Cómo se llega al hoy de la Pascua? Hay una regla fundamental: Este camino necesita testigos. Hoy no nos hacen faltas maestros, sino testigos. Esos testigos que son verdaderos maestros. Fue así desde el comienzo, pertenece a la estructura de esta experiencia. El resucitado se mostró a testigos que han recorrido con Él un trozo de camino. Y es caminando con ellos como podemos encontrarnos con el Señor.

5 ¿Cuál es el mensaje de esta Pascua para todos nosotros? El mismo que hemos oído en el Evangelio que se ha proclamado: «Ha resucitado» Pero, ¿Cómo traducir este mensaje hoy para nosotros?

¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en esperanza! El Hijo de Dios, Jesucristo, que ¡ha resucitado!, sigue realizando su obra hoy. Hay que agudizar la vista para ver esta obra y también hay que tener un corazón muy grande y convertirnos en instrumentos de esta misma obra. Hay que saber contemplar y amar a Jesucristo. Es en la Eucaristía donde tenemos vivo el rostro real de Jesucristo. En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo “estén” el uno en el otro: «Permaneced en mí, como yo en vosotros». Precisamente, cuando lo contemplamos, amamos y entramos en comunión con Él nos invita a ponernos en camino.

¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en y desde el encuentro entusiasta, fuerte, real, sincero, con nuestro Señor Jesucristo! ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos desde el compromiso en esta historia! ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos siempre con la Iglesia fundada por Jesucristo! No tengamos miedo. Del Señor es esta obra que somos cada uno de nosotros. Sois piedras vivas del gran edificio que es la Iglesia.

Antonio Díaz Tortajada

Comentario – Sábado Santo

Nuestra celebración pascual es una firme profesión de fe en la vida: la vida que surge de la nada en los albores de la creación y la vida que resurge de la muerte en el momento de la resurrección, una vida que nos remite al que es su origen y fuente, al Dios creador y al Dios recreador. Porque la vida que nos es dado vivir no es autosuficiente, ni el fruto casual de unas conexiones moleculares y lumínicas o fotovoltaicas. La vida no es un hecho azaroso en un universo igualmente azaroso. En el principio de todo está la Razón creadora y planificadora, no el absurdo ni la casualidad. En el principio de todo no está la luz, sino el Creador de la luz. En el principio de la vida no está el agua, sino el Creador de las aguas. Sólo así, en cuanto creadas, la luz y el agua pueden producir vida.

Y, puesto que en el principio está el Dios de la vida, puede haber vida donde todavía no había nada o donde ya sólo queda muerte. Todo depende de la voluntad y el poder de este Dios que ha decidido crear seres capaces de conocerle y de amarle, seres capaces de reconocerle y de dejarse amar por él.

En esta noche luminosa en que se nos hace tan claro que dependemos enteramente de esta Razón creadora y recreadora que nos da a compartir su vida no sólo en este mundo, sino en el más allá de la muerte, todo nos invita a la alegría y al gozo. Es noche, pero noche de amaneceres, de condenas rotas, de losas descorridas, de ascensiones victoriosas, noche preñada de luz y de vida: una vida tan pujante que no hay barrotes ni sepulcro que la puedan contener o retener. Sabemos de dónde viene su potencia: de la palabra de Dios que dice: Hágase. Y se hizo la luz, y se hizo la vida encerrada en la muerte. Es la palabra poderosa que brota de la voluntad de esta Razón primigenia que da existencia y sentido a todo cuanto existe.

Una luz realmente dichosa para todos aquellos que se dejan iluminar por esta luzGocémonos con la tierra inundada de tanta claridad. Es la claridad de la Pascua, la claridad aportada por aquel que es realmente Luz del mundo, y como luz se ha hecho presente en nuestro mundo para iluminarnos y darnos vida. Él es nuestro Salvador: el que ha venido de parte de ese Dios para enseñarnos el camino que conduce a la vida, a esa vida que nos está reservada y que la muerte no nos permite alcanzar sino pasando por la resurrección. La luz no sólo ilumina para ver por dónde ir; también proporciona vida, aunque no sin otros elementos en los que actuar como la tierra y el agua. Tanto la luz como el agua están muy presentes en nuestra celebración. Ambos simbolizan la vida que germina en nuestra tierra, es decir, en nuestra carne: carne iluminada, carne bautizada, carne llamada a la resurrección y a la gloria. Porque ¿de qué nos serviría haber nacido para vivir una vida tan precaria como la que se nos concede vivir en este mundo? ¿No quedarían frustrados muchos de nuestros anhelos y proyectos? Nos resistimos a morir porque Dios ha puesto en nosotros un anhelo de vida eterna, un deseo incontenible de vida que parece tener reflejo incluso en nuestros genes ansiosos de inmortalizarse.

La resurrección de Jesús, mortal como nosotros, más aún, muerto y sepultado, permite creer en nuestra resurrección. Alguien de nuestro linaje ha recuperado la vida después de muerto, o mejor, ha alcanzado, tras la muerte, una vida desde la que le es posible dar muestras de que está vivo, puesto que puede compartir algunas operaciones con los todavía vivientes en este mundo. Es la vida de un resucitado y no simplemente de un revivido o reanimado. La vida de un reanimado sigue siendo mortal, la del resucitado, no, pues ha vencido a la muerte para siempre. Sólo esta vida merece ser objeto de nuestra aspiración. Sólo el logro de esta vida supone un verdadero triunfo. Los triunfos de la medicina venciendo ciertas enfermedades, retrasando unos años más la muerte, haciendo de ella un trance menos doloroso, son triunfos parciales, pero en último término insuficientes. No sacian nuestra sed de inmortalidad.

No busquéis entre los muertos al que vive, les dijeron aquellos hombres de vestidos refulgentes a las mujeres que acudieron al sepulcro atraídas por el cadáver de Jesús. No está aquí. Ha resucitado. Está vivo, aunque en otra dimensión. La muerte no ha sido capaz de retener su carne en el reino de lo inorgánico y de lo corruptible, porque su carne es la carne del Verbo y está transida por el Espíritu de Dios; y no hay nada que pueda oponer resistencia al Espíritu de Dios, ni siquiera la nada del principio, cuando no había siquiera luz fuera de Dios, mucho menos la noche transitoria de la muerte.

Confiemos en la palabra de Dios, confiemos en su poder, confiemos en la razón que Dios ha puesto en las cosas. Todo depende de esta voluntad creadora y salvífica. Y alegrémonos de no estar solos y desvalidos en el mundo; alegrémonos de tener Dios, y un Dios que nos ha hecho para él y para compartir vida con él. Dejemos que la luz recibida en nuestro bautismo (y que hace de nosotros «iluminados») siga generando vida en nosotros: la vida esplendorosa de la Resurrección.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

30. Materias confiadas concretamente a la Conferencia.

Es una realidad evidente que hoy día hay asuntos pastorales y problemas de apostolado que no pueden ser debidamente afrontados si no es a nivel nacional. Por este motivo, la ley canónica ha confiado algunas áreas a la común atención de los Obispos, diversamente en cada caso. Entre éstas destacan:

– la formación de los ministros sagrados, se trate de candidatos al sacerdocio o al diaconado permanente;

– el ecumenismo;

– los subsidios de la catequesis diocesana;

– la enseñanza católica;

– la enseñanza superior católica y la pastoral universitaria;

– los medios de comunicación social;

– la tutela de la integridad de la fe y de las costumbres del pueblo cristiano.(90)

En todos estos sectores, es necesario coordinar las competencias propias de la Conferencia con la responsabilidad de cada Obispo en su diócesis. Dicha armonía es la natural consecuencia del respeto de las normas canónicas que regulan las materias en cuestión.


90 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 242; 236; 755 § 2; 804 § 1; 809; 810 § 2; 821; 823; 830; 831 § 1. Sobre el Ecumenismo, cf. también Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Directorio para el Ecumenismo, 6; 40; 46-47. En relación con las competencias de la Conferencia Episcopal para la publicación de catecismos y la elaboración de aquellos diocesanos, cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Respuesta Con Carta.

¡Aleluya! Cristo ha resucitado ¡Aleluya!

1. Estaban satisfechos los enemigos de Jesús porque creían que todo había terminado. Jesús se había convertido en una pesadilla para ellos. Ahora, ya están tranquilos. También los amigos de Jesús creían que con su muerte había llegado el final. La fe de todos se tambaleó. Sólo María, la Madre de Jesús, se mantuvo firme, sin ninguna sombra de vacilación. La vela del tenebrario que queda encendida después de todas apagadas en maitines. Se lleva detrás del altar y se saca después. Es la fe de María. María Magdalena no hacía más que llorar. Para ella nada tenía ya sentido. Jesús ya no está con ellos. Su cadáver está en el sepulcro. Ella hacía poco tiempo que había derrochado una fortuna para ungirle con perfume. Judas la criticó y Jesús la defendió porque le había perfumado proféticamente ungiéndole para la sepultura. El viernes, a las tres de la tarde, todo se había consumado. José de Arimatea y Nicodemo le amortajaron y le enterraron. María Magdalena quiso perfumarle también, después de muerto, una vez transcurrido el descanso legal del Sábado judío.

2.- Cargada iba de perfumes y llorando camino del sepulcro del Jesús que le había cambiado la vida y se la había llenado de alegría. ¡Pero qué impresión tan fuerte cuando vio el sepulcro abierto y las vendas depositadas y plegadas sobre el sepulcro! Juan 20,1.

3.- Corriendo ha ido a anunciar lo que ha visto a los Apóstoles. Pedro y Juan escuchan y reciben el mensaje de María Magdalena y van corriendo al sepulcro. «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó». Sólo en esta ocasión dice el Evangelio que alguien cree en la Resurrección al ver el sepulcro vacío. El evangelista tiene en cuenta que la mayoría de lectores a quienes no se les ha aparecido Cristo Resucitado, han de creer sin haberle visto. Juan quiere demostrar que si él ha creído sólo por haber visto el sepulcro vacío, y antes de sus apariciones personales, no es necesario verle resucitado, para creer en la resurrección.

4. Para él fue un hecho inesperado, insólito, nuevo: «No había aún entendido la Escritura que dice que Él había de resucitar de entre los muertos». Los Apóstoles se fueron. Y María se quedó junto al sepulcro, llorando… «Se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: «¿Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas?». -«María». -«Maestro» (Jn 20,11). Cristo se aparece a una mujer, porque como fue una mujer la causa del pecado de Adán, ha de ser una mujer la que anuncie a los hombres la resurrección y por tanto, la liberación del pecado.

5 «Jesús le dijo: «Suéltame, que aún no he subido al Padre; ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro» (Jn 20,17) María deja alejarse a su Amado. San Juan de la Cruz cantará con voz sublime el alejamiento del Amado: «¿Adónde te escondiste, Amado, – y me dejaste con gemido? -Como el ciervo huiste – habiéndome herido, – salí tras ti clamando – y eras ido».

6. Otra vez María en busca de los discípulos. El amor es activo, no puede estar quieto. «Qui non zelat non amat», dice San Agustín. El encuentro con Jesús engendra caminos de búsqueda de hermanos para anunciarle. La experiencia de la belleza y del amor impone psicológicamente la comunicación de lo que se experimenta, de lo que se goza. Por eso sólo puede anunciar a Cristo con fruto, quien ha experimentado su amor. Los apóstoles son testigos de la resurrección porque han visto a Jesús, el que bien conocían, vivo entre ellos después de la resurrección. Vieron que no estaba entre los muertos, sino vivo entre ellos, conversando con ellos, comiendo con ellos. No anunciaron una idea de la resurrección, sino al mismo Jesús resucitado, con una nueva vida, que no era retorno a la mortal, como Lázaro, sino inmortal, la vida de Dios. Ha vencido a la muerte y ya no morirá más.

7. Pedro, testigo de la resurrección, repite una y otra vez: «que lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros que hemos comido y bebido con él después de la resurrección. Los que creen en él reciben el perdón de los pecados» Hechos 10,34. En consecuencia: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, no los de la tierra» Colosenses 3,1.

8. Si María Magdalena se hubiera cerrado en su decaimiento, la resurrección habría sido inútil. María Magdalena hizo, como Juan y Pedro, lo que debieron hacer: salir, abrirse, comunicar. Es el mejor remedio para curar la depresión. San Ignacio aconseja «el intenso moverse» contra la desolación (EE 319). De esta manera, la sabia colaboración de todos, ha conseguido la manifestación de Cristo Resucitado.

9. Proclamemos que «este es el día grande en que actuó el Señor: sea el día de nuestra alegría y de nuestro gozo» Salmo 117. Exultemos de gozo con toda la Iglesia, porque éste es el gran día de la actuación de las maravillas de Dios. «¿De qué nos serviría haber nacido, si no hubiéramos sido rescatados?» (Pregón Pascual).

10 Y así como Cristo ha resucitado, nos resucitará a nosotros. Vivamos ya ahora como resucitados que mueren cada día al pecado. La resurrección se va haciendo momento a momento. Es como el crecimiento de un árbol, que no crece de golpe, sino imperceptiblemente. Tendremos tanta resurrección cuanta muerte. Con el auxilio de la gracia siempre actuante en nosotros. «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, Señor Jesús».

Jesús Martí Ballester

¡No callemos! ¡Aleluya, aleluya!

1.- Sin la Resurrección, la vida de Jesús se habría quedado en un enorme chasco: murió sólo y abandonado por sus amigos.

Sólo, el afán y la santa testarudez de los primeros testigos por comunicar aquel gran acontecimiento, la Resurrección de Jesús, pudo hacer que en apenas un siglo el nombre de Jesucristo fuera conocido, venerado, amado, celebrado en el perímetro de la cuenta mediterránea y aún más allá.

¿El secreto? Nos lo descubren los apóstoles y los discípulos. “Cristo ha resucitado, nosotros somos testigos.” El evangelio, de este día, es una profesión sincera y profunda la del discípulo amado: “Vio y creyó.” Todo encajaba; el antes y el después, las palabras de Jesús que (hace escasos días eran del todo incomprensibles). La tumba vacía, la losa corrida, las múltiples apariciones. ¡Ha resucitado!

2. – No se callaron. Al revés, aquella experiencia, se transformó en un auténtico movimiento arrollador de hombres, y de mujeres, que no podían contener aquella realidad que estaban viviendo y contemplando. ¡Ha resucitado!

La cobardía se convirtió en valentía, después de haber sentido que Jesús había resucitado. No me extraña, por ello mismo, cuando señalan las estadísticas que sólo un 41 por 100 de los españoles creen en la resurrección, que muchos cristianos se echen atrás a la hora de defender sus criterios y su estilo de vida, en un mundo que rechaza todo lo que no se ve y no se cuenta.

Esta solemnidad de la Resurrección nos invita a un encuentro personal con Jesús. No creemos por estar los sudarios y vendas en el suelo, ni tan siquiera porque hemos encontrado el sepulcro vacío. Creemos porque, aquellos apóstoles y discípulos, fueron testigos de la presencia del Resucitado. Cuando uno vive lo que transmite (la resurrección de Jesús) acarrea detrás de sí adhesiones y riadas de personas que buscan la seguridad y el fondo donde está todo eso sustentado: la experiencia de Dios. La solemnidad de la Pascua es un momento cumbre y privilegiado, para todos los que la vivimos, deseando que el Señor se haga el encontradizo con nosotros. Y, en contraprestación, con la firme promesa de arrastrar con nuestras propuestas, y con nuestra alegría externa (fruto de la interna) a hombres y mujeres que puedan llegar a decir: ¡Jesús ha resucitado! ¡Jesús es el Señor!

La Solemnidad de la Pascua es un centrifugado final ante tantas cosas que los discípulos no tenían claras. Palabras, actitudes, gestos, toda su vida cobra una nueva dimensión. Lo que dijo se cumple: ¡el Señor ha resucitado! Aunque, para ese centrifugado final, hubiese sido necesario primero el sufrimiento y la muerte del Maestro.

La Solemnidad de la Pascua, además de aclarar ideas, nos sitúa momentos cumbres de esta semana que hemos vivido. La cruz ya no es derrota. La muerte en soledad de Jesús ya no es abandono. Los brazos extendidos y la sangre chorreando por el madero, no es bandera de debilidad y de fracaso. Todo ello se convirtió, y ojala se para nosotros, en un prodigioso y extraordinario testimonio de amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Hermanos, teniendo tanto por hacer y a Jesús como cabeza, no tenemos derecho al desaliento. El nos ha precedido en un enigma que nos preocupa y, que a veces, nos desestabiliza y paraliza: la muerte. Pero, entró de cabeza, y salió con todo un cuerpo glorificado.

3.- Desde ahí, siendo testigos de la Pascua, tenemos que entusiasmarnos por proclamar a los cuatro vientos que Jesús llena la vida de aquellos que le buscan. Que Jesús ilumina los túneles del hombre, cuando éste, hace esfuerzos por vencerlos. Que Dios, si fue capaz de tanto, es porque nos espera y nos quiere.

Me gusta la Pascua del Señor. Son puertas que nos abren al futuro. ¡Qué pena ese 60 por 100 que no creen en la Resurrección! ¿Qué móviles tendrán para permanecer constantemente (no puntualmente) en una entrega generosa sin distinción ni desmayo?

Me gusta la Pascua del Señor. El ha entrado primero en una realidad a la que nosotros estamos llamados si creemos en El y nos movemos con ese gran legado de palabras y de obras resumido en el Evangelio.

Me gusta la Pascua del Señor. Es una luz que permanece siempre encendida. Una vida que nunca acaba. Una línea traspasada valientemente por Jesús con un deseo: que también nosotros podamos dar un salto sobre ella con la pértiga de la fe.

Me gusta la Pascua del Señor. Porque la muerte queda en un segundo plano. Porque ya no existen interrogantes sin respuestas. Porque, los creyentes, atravesamos con Cristo los umbrales del Cielo. Porque ya no existen callejones sin salida. Porque, incluso nuestros pecados, son perdonados y se nos da una oportunidad para empezar de nuevo.

Exacto. ¡Empezar de nuevo! Este es el dilema que tiene que salir resuelto de esta eucaristía: dar a conocer la presencia del Señor Resucitado con la fuerza del amor primero. Con más bríos, ilusión, entrega, generosidad y convencimiento.

Y esta es la oración para este jubiloso de la Pascual

EL TESTIMONIO DE NUESTRAS MANOS

El toque salvífico de Jesús lo podemos prolongar con nuestras manos.
Deben ser, como las de Cristo, serviciales, amistosas, generosas.
Deben estar, como las de Cristo, dispuestas por amor a dejar clavarse.
Deben abrirse, como las de Cristo, para repartir sin pedir nada a cambio.

Deben moverse, como las de Cristo, sin desesperar aunque parezcan no hacer nada
Deben regalar, como las de Cristo, ofreciendo el ciento por uno
Deben caminar, como las de Cristo, acogiendo y no juzgando
Deben abrazar, como las de Cristo, perdonando y no llevando cuentas de atrás.

Deben utilizarse, como las de Cristo, para acompañar y no para condenar.
Deben emplearse, como las de Cristo, para sanar y no para guardarlas
Deben sacarse, como las de Cristo, para enseñar y no para predicar.
Deben levantarse, como las de Cristo, para bendecir y no para maldecir
Deben ofrecerse, como las de Cristo, para empujar hacia el cielo sin olvidarse de la tierra.

Deben acariciar, como las de Cristo, para compartir sin esperar recompensa.
Deben airearse, como las de Cristo, para levantar y no para humilla
Deben juntarse, como las de Cristo, para pregonar y no para ocultar.
Deben desplegarse, como las de Cristo, para abrazar y no para odiar.
En la Pascua de Resurrección hay que hacer una firme promesa ante el Señor: ¡Aquí tienes mis manos, mis pies y mi voz para dar testimonio de tu resurrección!

Y ahora yo os digo: ¡Feliz Pascua de Resurrección! ¡No la calles!

Javier Leoz

Dios ha creado al hombre para la vida inacabable

1.- Andamos a hachazos con los tabúes. Somos hombres libres, no podemos permitir tabúes que nos hagan seres reprimidos y hemos arremetido con el tabú del sexo, destrozando la dignidad humana y la familia. Y el tabú del porro y la droga. Queremos echar a tras y no podemos. Y el tabú de padres y maestros, y cada vez es más fuerte la autoridad policial.

Pero hay un tabú del que nadie se atreve hablar: la muerte. Porque sólo hablar de él nos transforma en seres reprimidos. Se habla de apresurar la muerte, mediante la eutanasia, de aquellos que son “inútiles”. Se les pone cuanto antes bajo la pesada losa del tabú de la muerte, sin librarles de él.

2.- Sólo ha habido un hombre en la Historia que se ha atrevido a hablar contra el tabú de la muerte. Es aquel que se ha llamado a sí mismo: Verdad y Vida, Resurrección y Vida. El que ha prometido Vida Eterna al que cree en Él.

Él es el único que nos puede prometer que esta vida nos conducirá, a través de la muerte, a otra Vida Inacabable. Él mismo pasó por esa experiencia.

A lo largo del Viernes Santo todo se va oscureciendo. Va perdiendo luz y vida:

—Desaparece el flash de los milagros.

—Desaparecen los gritos alegres de los que proclamaban Hijo de David.

—Con los tormentos, la humanidad de Jesús va perdiendo colorido.

—Los soldados oscurecen sus ojos vendándolos con un trapo.

—En el Calvario el sol se oscurece.

—Y llegan las tinieblas definitivas a la oscuridad de un sepulcro abierto en piedra. Cerrado como una losa y sellado.

Jesús no escamotea. La muerte la pasa y la vence. No nos enseña a morir dignamente, sino a convertir esa misma muerte en un paso entre dos vidas. Un puente que une la orilla de la vida mortal con la vida eterna. Al transformar esa muerte en el mero traqueteo del tren cuando entra en agujas de la estación eterna y definitiva de esa tierra nueva que no acaba. Una muerte que simboliza la transformación del grano de trigo en una maravillosa cosecha. Transformación de un gusano de seda en una maravillosa mariposa llena de vida.

3.- Por eso, ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

—No es en el sepulcro.

—No es en la oscuridad.

—No es en la tristeza.

—en caras largas.

—No es todo lo que paraliza al hombre donde el Señor Dios está.

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.

4.- A Dios se le encuentra. No en la inmovilidad del cadáver, sino en la agitación de aquellas mujeres que corren a dar la buena noticia a los Apóstoles.

A Dios lo encuentra María no dentro del sepulcro sino en medio de una explosión de flores y plantas en el jardín.

A Dios se lo tropiezan los caminantes de Emaús al aire libre cuando van deprisa siguiendo su camino.

A Dios lo palpan los Apóstoles en una reunión de hermanos en el cenáculo y no en la soledad de la tumba.

Es en medio de la vida donde está Dios. Como siempre estuvo Jesús en el bullicio del templo o en banquetes de amigo, que por eso le llamaron comilón y borracho.

Dios quiere la felicidad del hombre y lo ha creado, no para la muerte, sino para la vida.

5.- Este es el mensaje de la Resurrección: en la muerte hay vida:

—Como en la muerte de la semilla está la fecundidad de una planta.

—Como la explosión de una estrella en el espacio produce luz para millones de años.

Tanto en la muerte de Jesús, como en la nuestra, hay una explosión de vitalidad que tiende al infinito.

6.- Si creemos esto, entonces ¿a qué vienen esas caras? ¿Por qué nos aburre ser cristianos? ¿Por qué quisiéramos no haber tenido Fe? ¿Por qué llevamos a rastras nuestra vida cristiana?

Vida es movimiento que nace dentro. El canto rodado de los ríos se mueve porque le empujan. Eso no es vida. Vida es la del salmón que nada contracorriente para dejar, allá en lo alto, un nuevo principio de vida.

¿Nos movemos o nos arrastran? ¿Vivimos como peces en pecera respirando con dificultad para amanecer una mañana, panza arriba, sin vida?

José Maria Maruri SJ.

Creer en el resucitado

Los cristianos no hemos de olvidar que la fe en Jesucristo resucitado es mucho más que el asentimiento a una fórmula del credo. Mucho más incluso que la afirmación de algo extraordinario que le aconteció al muerto Jesús hace aproximadamente dos mil años.

Creer en el Resucitado es creer que ahora Cristo está vivo, lleno de fuerza y creatividad, impulsando la vida hacia su último destino y liberando a la humanidad de caer en el caos definitivo.

Creer en el Resucitado es creer que Jesús se hace presente en medio de los creyentes. Es tomar parte activa en los encuentros y las tareas de la comunidad cristiana, sabiendo con gozo que, cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, allí está él poniendo esperanza en nuestras vidas.

Creer en el Resucitado es descubrir que nuestra oración a Cristo no es un monólogo vacío, sin interlocutor que escuche nuestra invocación, sino diálogo con alguien vivo que está junto a nosotros en la misma raíz de la vida.

Creer en el Resucitado es dejarnos interpelar por su palabra viva recogida en los evangelios, e ir descubriendo prácticamente que sus palabras son «espíritu y vida» para el que sabe alimentarse de ellas.

Creer en el Resucitado es vivir la experiencia personal de que Jesús tiene fuerza para cambiar nuestras vidas, resucitar lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de lo que mata nuestra libertad.

Creer en el Resucitado es saber descubrirlo vivo en el último y más pequeño de los hermanos, llamándonos a la compasión y la solidaridad.

Creer en el Resucitado es creer que él es «el primogénito de entre los muertos», en el que se inicia ya nuestra resurrección y en el que se nos abre ya la posibilidad de vivir eternamente.

Creer en el Resucitado es creer que ni el sufrimiento, ni la injusticia, ni el cáncer, ni el infarto, ni la metralleta, ni la opresión, ni la muerte tienen la última palabra. Solo el Resucitado es Señor de la vida y de la muerte.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado Santo

Hoy la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor. No hay celebración. No hay Palabra de Dios. Hoy es día de silencio y de vacío, de reflexión y de serena espera. No de un modo artificial y forzado. Nos preparamos para la Resurrección, pero no la anticipamos… Es la pedagogía paciente de Dios: sus caminos no son los nuestros, nuestras prisas no son su tiempo.

A menudo pasamos del Viernes Santo al Domingo de Resurrección directamente, sin palpar heridas, sin dejar que curen, queriendo eliminarlas del mapa personal, comunitario, humano… Acortamos el Sábado Santo de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestra fe, o lo convertimos en un día “de campo” sin más. Y sin embargo, la mayoría de nuestra vida, creo yo, es un Sábado Santo.

Supongo que aquel primero todo parecía perdido. Parte del silencio y el vacío de este día no es más que abandono y huida. Nuestros abandonos y huidas, nuestras desesperanzas, nuestros “tirar la toalla”. Solamente María esperaba, seguía esperando y convocando. El dolor no le arrancó la capacidad de descansar en Dios. Por lo que sabemos no parece que fuera a buscar a los discípulos escondidos, ni les pidió que volvieran, ni les recriminó nada. Parece que simplemente permaneció.

El silencio, el vacío y este no-saber, es nuestro. No de Dios. Él sigue actuando. Mientras nosotros aguardamos y pedimos a Dios que acreciente nuestra esperanza y nuestro deseo de Vida, Él sigue actuando.

Y así es la mayoría de nuestro tiempo. Ni grandes tormentos, ni espectaculares alegrías. Hay mucho más de espera, de silencio, de apostar por la esperanza, de memoria agradecida. Ojalá no olvidemos que la Resurrección, como todo lo importante en la vida, es un regalo, pero no es automático. Creemos que Jesús está vivo y ha resucitado para siempre. Pero nosotros, aquí y ahora, solo somos semillas de Resurrección. Lo demás está por venir. Y si aprendemos a permanecer, también en silencios y vacíos, sin duda llegaremos al domingo plenamente, sin guardarnos nada. Como Él. Y con Él.

Rosa Ruiz, Misionera Claretiana