II Vísperas – Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

II VÍSPERAS

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, el Señor, que murió y resucitó por los hombres, y ahora intercede por nosotros, y digámosle:

Cristo, Rey victorioso, escucha nuestra oración.

Cristo, luz y salvación de todos los pueblos,
— derrama el fuego del Espíritu Santo sobre los que has querido fueran testigos de tu resurrección en el mundo.

Que el pueblo de Israel te reconozca como el Mesías de su esperanza
— y la tierra toda se llene del conocimiento de tu gloria.

Consérvanos, Señor, en la comunión de tu Iglesia
— y haz que esta Iglesia progrese cada día hacia la plenitud que tú le preparas.

Tú que has vencido la muerte, nuestro enemigo, destruye en nosotros el poder del mal, tu enemigo,
— para que vivamos siempre para ti, vencedor inmortal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo Salvador, tú que te sometiste incluso a la muerte y has sido levantado a la derecha del Padre,
— recibe en tu reino glorioso a nuestros hermanos difuntos.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Domingo de Resurrección

Hermanos y hermanas, celebrar la resurrección de Jesús supone entender a Dios de una manera nueva: como un Padre/Madre apasionado por la vida de todas y cada una de las personas de este mundo nuestro. Oremos.

Verdaderamente ha resucitado Jesús

• Que la Iglesia sea testigo del Dios que pone vida allí donde nosotros ponemos muerte; que proclame la resurrección de Jesús gastándose junto a los más desfavorecidos de la tierra.

Verdaderamente ha resucitado Jesús

• Que los creyentes seamos hombres y mujeres comprometidos incondicional y radicalmente en la lucha frente a cualquier ataque de la vida, acercándonos a los lugares de sufrimiento, de violencia, de hambre, de explotación…

Verdaderamente ha resucitado Jesús

• Que todos nosotros y nosotras revisemos nuestra escala de valores a la luz de la Pascua; que se despierte en nosotros el deseo comprometido de una nueva creación y la utopía posible de un futuro distinto y necesario.

Verdaderamente ha resucitado Jesús

• Que la humanidad rica abramos los brazos a la humanidad pobre, que los saciados de pan demos de comer a los hambrientos; que los pacíficos sembremos paz y bienestar y los que celebramos la Vida seamos sentido y esperanza junto a los que esperan con miedo la muerte.

Verdaderamente ha resucitado Jesús

Padre bueno, concédenos la gracia de saber leer los signos de los tiempos que nos ofrece la vida cada día. Que todos los creyentes seamos referentes en perdón, acogida, alegría, ternura, justicia, amor y vida. Te damos las gracias por tu hijo Jesús Resucitado.

Vicky Irigaray

Más allá de la apariencia

El autor del evangelio parece ofrecer claves que muestran que se trata de un relato catequético que pretende un único objetivo, recogido en la última frase de todo el párrafo: afirmar que Jesús vive. Para ello utiliza el “mapa” judío que habla de “resurrección de entre los muertos”. A diferencia de la griega –que, separando “alma” y “cuerpo”, podrá hablar de “inmortalidad del alma”–, la antropología hebrea, radicalmente unitaria, solo puede mantener la afirmación de la vida después de la muerte apelando a una “resurrección” por parte de Dios.

“El primer día de la semana”, el amanecer, la oscuridad, la losa quitada… aparecen como elementos cargados de simbolismo que hablan de novedad radical: la muerte no es el final de nada, sino el comienzo de todo; la oscuridad se transforma en luz y toda “losa” pesada –de miedo y de muerte– es quitada.

La catequesis constituye una invitación a ver más allá de las apariencias o “vendas”, para lo cual se precisa una mirada nueva, que brota más fácilmente del corazón, del amor.

Tal mirada requiere silenciar la mente. Porque, de otro modo, no lograremos ver sino lo que siempre hemos visto, es decir, lo que nuestra mente nos dicta a partir de todo lo que ella ha recibido, aprendido e interiorizado. Pero todo lo que la mente puede ofrecernos son únicamente creencias, constructos mentales de todo tipo, carentes de consistencia. Para ver en profundidad es preciso descorrer el velo mental a través del silencio y reconocer Aquello que aparece cuando el pensamiento se ha silenciado. Krishnamurti lo expresó con acierto: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por atraparla”.

Cuando no pongo pensamientos, ¿qué queda?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo de Resurrección

Celebrar la resurrección del Señor, después de hacerle acompañado en su camino hacia el Calvario, es celebrar su triunfo, en primer lugar sobre la muerte, en la que ha estado como un muerto entre los muertos, y después sobre los que le han condenado a la misma dictando un sentencia injusta y constituyéndose en jueces del que será nombrado por el mismo Dios Juez de vivos y muertos. Pero celebrar su triunfo sobre la muerte es celebrar al mismo tiempo su victoria sobre el pecado, plasmado en posturas y decisiones humanas, que es el que le ha llevado a la muerte. De este modo, triunfando sobre la muerte y el pecado (su causa) nos abre las puertas de la vida, de esa vida sin sombra de muerte y sin espacio para el pecado. Al resucitar, vence a la muerte; al morir entregándose a amigos y enemigos en un acto de amor extremo, vence al pecado con todo su poder.

Realmente, como confesamos en voz alta, hoy es el día en que actuó el Señor: el día hecho por el Señor con su actuación, el Domingo por excelencia. Dios, en cuanto creador del tiempo y del espacio ha hecho el día como sucesión de la noche; pero este día concreto lo ha hecho con una actuación especial: sacando a su Hijo de la noche de la muerte; por eso este día recibe el nombre de Domingo.

Él es quien lo ha hecho; nosotros nos limitamos a ser testigos de esta actuación y a alegrarnos con ella por las repercusiones que tiene en nuestra vida. Frente a aquellos que piensan en un Dios ocioso, ajeno al mundo y a su historia, o en la creación como algo acaecido en un pasado remoto y sin incidencia en la actual expansión del universo, nosotros proclamamos la actuación de un Dios providente, comprometido con la historia de los hombres, un Dios que sigue actuando en el tiempo y transformando la realidad mundana, un Dios tan comprometido con el hombre que ha decidido hacer del tiempo su dimensión y de la muerte su consumación temporal, sin otro objetivo que sembrar en el tiempo un germen de eternidad y en la muerte una levadura de vida.

Sólo en este contexto podemos hablar del día en que actuó el Señor. Y porque la actuación del Señor es victoria sobre la muerte en la humanidad de Jesús, no podemos por menos que exultar de alegría y cantar aleluyas. El día que celebramos lo merece, porque no es sólo su día, sino también el nuestro, en la medida en que nosotros participamos –como nos hace saber san Pablo- de su muerte y resurrección. Ésta sigue siendo hoy nuestra gran noticia para el mundo que la desconoce o que, conociéndola, no la recibe como noticia digna de crédito: que el Señor ha resucitado a Jesús de entre los muertos; que hay Dios; que ese Dios está con Jesús; que es fiel a sus promesas; que tiene poder sobre la muerte; que quiere devolvernos la vida como se la ha devuelto a Jesús, y una vida mejor.

Por el oído la realidad se nos da en forma de noticia. Y la noticia de la Resurrección de Jesús nos ha llegado de testigos fiables: verdaderos testigos de lo que Jesús hizo en Judea y Jerusalén y de lo que hicieron con él, colgándolo de un madero y enterrándolo en un sepulcro nuevo excavado en la roca. Esos mismos testigos lo fueron también de lo que Dios les hizo ver: el lugar en el que habían sepultado el cadáver de Jesús vacío del mismo, pero no del vendaje y el sudario con el que lo habían cubierto, y al mismo Jesús aparecido tras su muerte y sepultura. La vaciedad del sepulcro no era prueba suficiente para afirmar que Cristo había resucitado, porque podía ser el resultado de otras causas. De hecho, María Magdalena atribuye la desaparición del cadáver de Jesús a un robo o traslado del mismo, pues piensa que alguien se ha llevado del sepulcro a su Señor; y así se lo hace saber a Pedro y a Juan. La reacción de la Magdalena ante su inesperado hallazgo nos muestra claramente la nula predisposición que había entre los seguidores de Jesús a esperar un cambio de cosas. Al parecer, sólo aspiraban a vivir de recuerdos o de reliquias; y alguno ni siquiera a eso. Su única pretensión era olvidarse cuanto antes de este pasado reciente (lo acaecido en Jerusalén durante esos últimos días), que les resultaba muy doloroso y decepcionante.

Únicamente de Juan se dice que vio y creyóVio las vendas y el sudario, enrollado en un sitio aparte, sin cadáver, y creyó lo que el mismo Jesús había anunciado con antelación: que al tercer día resucitaría de entre los muertos. Pero parece que es el único apóstol que tiene memoria y fe. Juan viene a ser un caso extraordinario. Lo ordinario en aquellos primeros testigos de los hechos fue ver un signo tras otro y no creer. Necesitaron ver mucho más que Juan para creer que el Crucificado había vuelto a la vida. Necesitaron no solamente ver, sino también comer y bebercon él; más aún, necesitaron tocar, palpar su carne. Realmente Dios les hizo ver lo que no estaban dispuestos a aceptar fácilmente. Y se entiende. La experiencia de la muerte es tan avasalladora, se nos presenta tan definitiva, que no es fácil concebir una salida de la misma y un estado de cosas posterior a ella. Aquellos seguidores de Jesús habían vivido acontecimientos demasiado duros y descorazonadores como para pensar en un cambio de perspectiva tan radicalmente distinto. ¿Hay mayor contraste que éste de pasar de la muerte a la vida? No, no les fue fácil creer en la vida del engullido por la muerte.

Pero Dios se lo hizo ver. Y esto fue lo que el Señor les encargó predicar: que Dios lo había nombrado juez de vivos y muertos; y para ser juez tenía que estar vivo. Nombraba juez universal precisamente al que acababa de ser juzgado y hallado digno de condena por los representantes de la Ley. Pero el Legislador está por encima de la Ley. Y el Legislador supremo había sentenciado a favor del condenado convirtiéndole en juez de sus mismos acusadores al resucitarlo de entre los muertos.

           Y si Cristo ha resucitado, también nosotros podemos resucitar con él. Más aún, san Pablo se atreve a decir que ya hemos resucitado con él. ¿Cuándo? Cuando fuimos bautizados, porque el bautismo es sepultura y resurrección con Cristo: es sepultado nuestro hombre viejo y emerge el nuevo, el hecho a imagen y semejanza del Hombre nuevo, que no es otro que el Señor resucitado. Del bautismo ya surgió ese hombre nuevo que habrá de ser un día glorificado si se mantiene en esa novedad y persiste en ese camino de fe dejándose modelar por el Espíritu conforme al prototipo que tiene en Jesucristo.

           Alegrémonos, hermanos, porque Cristo ha resucitado, y nosotros podemos gozar desde ahora de sus saludables consecuencias. Si nos alegramos de verdad con esta noticia que ya es realidad en nuestras vidas, no será necesario que nos esforcemos ni por comunicar esta noticia a otros, ni por extender nuestra alegría. La alegría, cuando existe, se contagia por sí misma, pues no hay nada más contagioso que lo deseable. También la tristeza es contagiosa, aunque no es deseable; pero por no serlo, tiene menos poder de contagio. Dejemos, pues, que la alegría de la resurrección se afiance en nuestros corazones.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos «Apostolorum Successores»

31. Las competencias jurídicas y doctrinales de la Conferencia Episcopal.

Según las indicaciones del Concilio Vaticano II, a las Conferencias Episcopales, instrumentos de mutua ayuda entre los Obispos en su tarea pastoral, la Sede Apostólica concede la potestad de dar normas vinculantes en determinadas materias(91) y de adoptar otras decisiones particulares, que el Obispo acoge fielmente y ejecuta en la diócesis.(92)

La potestad normativa de la Conferencia la ejercen los Obispos reunidos en Asamblea Plenaria, que hace posible el diálogo colegial y el intercambio de ideas, y requiere el voto favorable de dos tercios de los miembros con voto deliberativo. Tales normas deben ser examinadas por la Santa Sede, antes de su promulgación, para garantizar su conformidad con el ordenamiento canónico universal.(93) Ningún otro organismo de la Conferencia puede arrogarse las competencias de la Asamblea Plenaria.(94)

Los Obispos reunidos en Conferencia Episcopal ejercitan igualmente, según las condiciones determinadas por el derecho, una función doctrinal,(95) siendo también conjuntamente doctores auténticos y maestros de la fe para sus fieles. Al ejercitar dicha función doctrinal, sobre todo cuando deben afrontar nuevas cuestiones e iluminar nuevos problemas que surgen en la sociedad, los Obispos serán conscientes de los límites de sus pronunciamientos, en cuanto que su Magisterio no es universal, aun siendo auténtico y oficial.(96)

Los Obispos tendrán bien presente que la doctrina es un bien de todo el Pueblo de Dios y vínculo de su comunión, y por tanto seguirán el Magisterio universal de la Iglesia y se empeñarán en hacerlo conocer a sus fieles.

Las Declaraciones doctrinales de la Conferencia Episcopal, para poder constituir Magisterio auténtico y ser publicadas en nombre de la misma Conferencia, deben ser aprobadas por unanimidad por los Obispos miembros, o con la mayoría de al menos dos tercios de los Obispos que tienen voto deliberativo. En este segundo caso, para poder ser publicadas, las declaraciones doctrinales deben obtener la recognitio de la Santa Sede. Estas declaraciones doctrinales deberán ser enviadas a la Congregación para los Obispos o a aquella para la Evangelización de los Pueblos, según el ámbito territorial de las mismas. Tales Dicasterios procederán a conceder la recognitio después de haber consultado a las otras instancias competentes de la Santa Sede.(97)

Cuando se trata de aprobar las declaraciones doctrinales de la Conferencia Episcopal, los miembros no Obispos del organismo episcopal no tienen derecho de voto en la Asamblea Plenaria.(98)

En el caso de que más Conferencias Episcopales juzgaran necesaria una acción in solidum, las mismas deberán pedir la autorización a la Santa Sede, que en cada caso dará las normas necesarias que hay que observar. Fuera de estos casos, los Obispos diocesanos son libres de adoptar o no en la propia diócesis y de dar carácter de obligación, en nombre y con autoridad propia, a una orientación compartida por los otros Pastores del territorio. No es, sin embargo, lícito ensanchar el ámbito del poder de la Conferencia, transfiriendo a ella la jurisdicción y la responsabilidad de sus miembros en sus diócesis, ya que dicha trasferencia es competencia exclusiva del Romano Pontífice,(99) que dará, por propia iniciativa o a petición de la Conferencia, un mandato especial en los casos en que lo juzgue oportuno.(100)


91 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 455 §§ 1-2. Entre los decretos generales se incluyen también los decretos ejecutivos generales de los que hablan los cans. 31-33; cf. Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos, Responsum del 5.VII.1985.

92 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus Dominus, 38.

93 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 445 § 2.

94 Cf. Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 22.

95 Cf. Codex Iuris Canonici, cans. 753; 755 § 2.

96 Cf. Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 21-22.

97 Cf. Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 22.

98 Cf. Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, Normas complementarias, art. 1.

99 Cf. Juan Pablo II, Motu Proprio Apostolos Suos, 20 y 24 y Normas complementarias, art. 1; Congregación para Los Obispos y Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Carta circular a los Presidentes de las Conferencias Episcopales, n. 763/98 del 13 de mayo de 1999.

100 Cf. Codex Iuris Canonici, can. 455 § 1.

Lectio Divina – Domingo de Resurrección del Señor

Juan 20,1-9 
Ver en la noche y creer por el amor  

1. Pidamos el Espíritu Santo 

¡Señor Jesucristo, hoy tu luz resplandece en nosotros, fuente de vida y de gozo! Danos tu Espíritu de amor y de verdad para que, como María Magdalena, Pedro y Juan, sepamos también nosotros descubrir e interpretar a la luz de la Palabra los signos de tu vida divina presente en nuestro mundo y acogerlos con fe para vivir siempre en el gozo de tu presencia junto a nosotros, aun cuando todo parezca rodeado de las tinieblas de la tristeza y del mal. 

2. El Evangelio

a) Una clave de lectura:

Para el evangelista Juan, la resurrección de Jesús es el momento decisivo del proceso de su glorificación, con un nexo indisoluble con la primera fase de tal glorificación, a saber, con la pasión y muerte.
El acontecimiento de la resurrección no se describe con las formas espectaculares y apocalípticas de los evangelios sinópticos: para Juan la vida del Resucitado es una realidad que se impone sin ruido y se realiza en silencio, en la potencia discreta e irresistible del Espíritu.
El hecho de la fe de los discípulos se anuncia «cuando todavía estaba oscuro» y se inicia mediante la visión de los signos materiales que los remiten a la Palabra de Dios.
Jesús es el gran protagonista de la narración, pero no aparece ya como persona. 

b) El texto: 

1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.
2 Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró.
6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte.
8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. 

c) Subdivisión del texto, para su mejor comprensión: 

vers. 1: la introducción, un hecho previo que delinea la situación;
vers. 2: la reacción de María y el primer anuncio del hecho apenas descubierto;
vers. 3-5: la reacción inmediata de los discípulos y la relación que transcurre entre ellos;
vers. 6-7: constatación del hecho anunciado por María;
vers. 8-9: la fe del otro discípulo y su relación con la Sagrada Escritura. 

3. Un espacio de silencio interno y externo 

para abrir el corazón y dar lugar dentro de mí a la Palabra de Dios:
– Vuelvo a leer lentamente todo el pasaje;
– También estoy yo en el jardín: el sepulcro vacío está delante de mis ojos;
– Dejo que resuene en mi las palabras de María Magdalena;
– Corro yo también con ella, Pedro y el otro discípulo;
– Me dejo sumergir en el estupor gozoso de la fe en Jesús resucitado, aunque, como ellos, no lo veo con mis ojos de carne. 

4. La Palabra que se nos da 

* El capítulo 20 de Juan: es un texto bastante fragmentado, en el que resulta evidente que el redactor ha intervenido muchas veces para poner de relieve algunos temas y para unir los varios textos recibidos de las fuentes precedentes, al menos tres relatos.

* En el día después del sábado: es «el primer día de la semana» y hereda en el ámbito sagrado la gran sacralidad del sábado hebraico. Para los cristianos es el primer día de la nueva semana, el inicio de un tiempo nuevo, el día memorial de la resurrección, llamado «día del Señor» (dies Domini, dominica, domingo).
El evangelista adopta aquí y en el vers. 19, una expresión que ya es tradicional para los Cristianos (ejem: Mc 16, 2 y 9; Act. 20, 7) y es más antigua de la que aparece enseguida como característica de la primera evangelización: » el tercer día» (ejem. Lc 24, 7 y 46; Act 10, 40; 1Cor 15,4).

* María Magdalena: es la misma mujer que estuvo presente a los pies de la cruz con otras (19, 25). Aquí parece que estuviera sola, pero la frase del vers. 2 («no sabemos») revela que la narración original, sobre la que el evangelista ha trabajado, contaba con más mujeres, igual que los otros evangelios (cfr Mc 16, 1-3; Mt 28, 1; Lc 23, 55-24, 1).
De manera diversa con respecto a los sinópticos (cfr Mc 16,1; Lc 24,1), además, no se especifica el motivo de su visita al sepulcro, puesto que ha sido referido que las operaciones de la sepultura estaban ya completadas (19,40); quizás, la única cosa que falta es el lamento fúnebre (cfr Mc 5, 38). Sea como sea, el cuarto evangelista reduce al mínimo la narración del descubrimiento del sepulcro vacío, para enfocar la atención de sus lectores al resto.

* De madrugada cuando estaba todavía oscuro: Marcos (16, 2) habla de modo diverso, pero de ambos se deduce que se trata de las primerísimas horas de la mañana, cuando la luz todavía es tenue y pálida. Quizás Juan subraya la falta de luz para poner de relieve el contraste simbólico entre tinieblas = falta de de fe y luz = acogida del evangelio de la resurrección.

* Ve la piedra quitada del sepulcro: la palabra griega es genérica: la piedra estaba «quitada» o » removida» (diversamente: Mc 16, 3-4).
El verbo «quitar» nos remite a Jn 1,29: el Bautista señala a Jesús como el «Cordero que quita el pecado del mundo». ¿Quiere quizás el evangelista llamar la atención de que esta piedra «quitada», arrojada lejos del sepulcro, es el signo material de que la muerte y el pecado han sido «quitados» de la resurrección de Jesús?

* Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo: La Magdalena corre a ellos que comparten con ella el amor por Jesús y el sufrimiento por su muerte atroz, aumentada ahora con este descubrimiento. Se llega a ellos, quizás porque eran los únicos que no habían huido con los otros y estaban en contacto entre ellos (cfr 19, 15 y 26-27). Quiere al menos compartir con ellos el último dolor por el ultraje hecho al cadáver.
Notamos como Pedro, el «discípulo amado» y la Magdalena se caracterizan por su amor especial que los une a Jesús: es precisamente el amor, especialmente si es renovado, el que los vuelve capaces de intuir la presencia de la persona amada.

* El otro discípulo a quien Jesús quería: es un personaje que aparece sólo en este evangelio y sólo a partir del capítulo 13, cuando muestra una gran intimidad con Jesús y también un gran acuerdo con Pedro (13, 23-25). Aparece en todos los momentos decisivos de la pasión y de la resurrección de Jesús, pero permanece anónimo y sobre su identidad se han dado hipótesis bastantes diferentes. Probablemente se trata del discípulo anónimo del Bautista que sigue a Jesús junto con Andrés (1, 23-25). Puesto que el cuarto evangelio no habla nunca del apóstol Juan y considerando que este evangelio a menudo narra cosas particulares propias de un testigo ocular, el «discípulo» ha sido identificado con el apóstol Juan. El cuarto evangelio siempre se le ha atribuido a Juan, aunque él no lo haya compuesto materialmente, si bien es en el origen de la tradición particular al que se remonta este evangelio y otros escritos atribuidos a Juan. Esto explica también como él sea un personaje un tanto idealizado.
A quien Jesús quería: es evidentemente un añadido debido, no al apóstol, que no hubiera osado presumir de tanta confianza con el Señor, sino de sus discípulos, que han escrito materialmente el evangelio y han acuñado esta expresión reflexionando sobre el evidente amor privilegiado que concurre entre Jesús y este discípulo (cfr 13,25; 21, 4.7). Allí donde se usa la expresión más sencilla, «el otro discípulo» o «el discípulo», es que ha faltado, por tanto, el añadido de los redactores.

* Se han llevado del sepulcro al Señor: estas palabras, que se repiten también a continuación: vers. 13 y 15, revelan que María teme uno de los robos de cadáveres que sucedían a menudo en la época, de tal manera que obligó al emperador romano a dictar severos decretos para acabar con el fenómeno. A esta posibilidad recurre, en Mateo (28, 11-15), los jefes de los sacerdotes para difundir el descrédito sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús y ocasionalmente, justificar la falta de intervención de los soldados puestos de guardias en el sepulcro.

* El Señor: el título de «Señor» implica el reconocimiento de la divinidad y evoca la omnipotencia divina. Por esto, era utilizado por los Cristianos con referencia a Jesús Resucitado. El cuarto evangelista, de hecho, lo reserva sólo para sus relatos pascuales (también en 20-13).
No sabemos dónde lo han puesto: la frase recuerda cuanto sucedió a Moisés, cuyo lugar de sepultura era desconocido (Dt 34, 10). Otra probable referencia es a las mismas palabras de Jesús sobre la imposibilidad de conocer el lugar donde hubiera sido llevado.(7, 11.22; 8,14.28.42; 13, 33; 14, 1-5; 16,5).

* Corrían los dos juntos…pero el otro…llegó primero…pero no entró: La carrera revela el ansia que viven estos discípulos.
El pararse del «otro discípulo», es mucho más que un gesto de cortesía o de respeto hacia un anciano: es el reconocimiento tácito y pacífico, en su sencillez, de la preeminencia de Pedro dentro del grupo apostólico, aunque esta preeminencia no se subraye. Es, por tanto, un signo de comunión. Este gesto podría también ser un artificio literario para trasladar el acontecimiento de la fe en la resurrección al momento sucesivo y culminante de la narración.

* Los lienzos en el suelo y el sudario…plegado en un lugar aparte: ya el otro discípulo, sin siquiera entrar, había visto algo. Pedro, pasando la entrada del sepulcro, descubre la prueba de que no había habido ningún robo del cadáver: ¡ningún ladrón hubiera perdido el tiempo en desvendar el cadáver, extender ordenadamente los lienzos y las fajas (por tierra pudiera haber sido traducido mejor por «extendidas» o «colocadas en el suelo») y plegar aparte el sudario! La operación se hubiera complicado por el hecho de que los óleos con los que había sido ungido aquel cuerpo (especialmente la mirra) operaban como un pegamento, haciendo que se adhiriera perfecta y seguramente el lienzo al cuerpo, casi como sucedía con las momias. El sudario, además está plegado; la palabra griega puede decir también «enrollado», o más bien indicar que aquel paño de tejido ligero había conservado en gran parte las formas del rostro sobre el cual había estado puesto, casi como una máscara mortuoria. Las vendas son las mismas citadas en Jn 19, 40.
En el sepulcro, todo resulta en orden, aunque falta el cuerpo de Jesús y Pedro consigue ver bien en el interior, porque el día está clareando.
A diferencia de Lázaro (11,44), por tanto, Cristo ha resucitado abandonando todo los arreos funerarios: los comentadores antiguos hacen notar que, de hecho, Lázaro guardaría sus vendas para la definitiva sepultura, mientras que Cristo no tenía ya más necesidad de ellas, no debiendo ya jamás morir (cfr Rm 6,9).

* Pedro…vio…el otro discípulo…vio y creyó: también María, al comienzo de la narración, había «visto». Aunque la versión española traduzca todo con el mismo verbo, el texto original usa tres diversos (theorein para Pedro; blepein para el otro discípulo y la Magdalena; idein, aquí, para el otro discípulo), dejándonos entender un crecimiento de profundidad espiritual de este «ver» que , de hecho, culmina con la fe del otro discípulo.
El discípulo anónimo, ciertamente, no ha visto nada diverso de lo que ya había visto Pedro: quizás, él interpreta lo que ve de manera diversa de los otros, también por la especial sintonía de amor que había tenido con Jesús (la experiencia de Tomás es emblemática: 29, 24-29). Sin embargo, como se indica por el tiempo del verbo griego, su fe es todavía una fe inicial, tanto que él no encuentra el modo de compartirla con María o Pedro o cualquiera de los otros.
Para el cuarto evangelista, sin embargo, el binomio «ver y creer» es muy significativo y está referido exclusivamente a la fe en la resurrección del Señor (cfr 20, 29), porque era imposible creer verdaderamente antes que el Señor hubiese muerto y resucitado (cfr 14, 25-26; 16, 12-15). El binomio visión – fe, por tanto, caracteriza a todo este capítulo y » el discípulo amado» se presenta como un modelo de fe que consigue comprender la verdad de Dios a través de los acontecimientos materiales (cfr también 21, 7).

* No habían comprendido todavía la Escritura: se refiere evidentemente a todos los otros discípulos. También para aquéllos que habían vivido junto a Jesús, por tanto, ha sido difícil creer en Él y para ellos, como para nosotros, la única puerta que nos permite pasar el dintel de la fe auténtica es el conocimiento de la Escritura (cfr. Lc 24, 26-27; 1Cor 15, 34; Act 2, 27-31) a la luz de los hechos de la resurrección. 

5. Algunas preguntas para orientar la reflexión y la actuación 

a) ¿Qué quiere decir concretamente, para nosotros, «creer en Jesús Resucitado»? ¿Qué dificultades encontramos? ¿La resurrección es sólo propia de Jesús o es verdaderamente el fundamento de nuestra fe?
b) La relación que vemos entre Pedro, el otro discípulo y María Magdalena es evidentemente de gran comunión en torno a Jesús. ¿En qué personas, realidades, instituciones encontramos hoy la misma alianza de amor y la misma «común unión» fundada en Jesús? ¿Dónde conseguimos leer los signos concretos del gran amor por el Señor y por los «suyos» que mueve a todos los discípulos?
c) Cuando observamos nuestra vida y la realidad que nos circunda de cerca o de lejos ¿tenemos la mirada de Pedro (ve los hechos, pero permanece firme en ellos: a la muerte y a la sepultura de Jesús), o más bien, la del otro discípulo (ve los hechos y descubre en ellos los signos de una vida nueva)? 

6. Oremos invocando gracia y alabando a Dios 

con un himno extraído de la carta de Pablo a los Efesios (paráfrasis 1, 17-23)

El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria,
os conceda espíritu de sabiduría y de revelación
para conocerle perfectamente;
iluminando los ojos de vuestro corazón
para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él;
cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos,
y cuál la soberana grandeza de su poder
para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa,
que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos
y sentándole a su diestra en los cielos,
por encima de todo principado, potestad,
virtud, dominación
y de todo cuanto tiene nombre
no sólo en este mundo sino también en el venidero.
Sometió todo bajo sus pies
y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia,
que es su cuerpo,
la plenitud del que lo llena todo en todo. 

7. Oración final 

El contexto litúrgico no es indiferente para orar este evangelio y el acontecimiento de la resurrección de Jesús, en torno al cual gira nuestra fe y vida cristiana. La secuencia que caracteriza la liturgia eucarística de este día y de la semana que sigue (la octava) nos guía en la alabanza al Padre y al Señor Jesús: 

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
– A mi Señor glorioso
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa

Nuestra oración puede también concluirse con esta vibrante invocación de un poeta contemporáneo, Marco Guzzi: 

¡Amor, Amor, Amor!
Quiero sentir, vivir y expresar todo este Amor
que es empeño gozoso en el mundo
y contacto feliz con los otros.
Sólo tú me libras, sólo tu me sueltas.
Y los hielos descienden para regar
el valle más verde de la creación.

Aleluias desde el silencio

¿Cómo hablar de Resurrección en medio de esta situación que estamos viviendo? ¿Cómo entonar un Aleluya desde el drama del sufrimiento, del caos, de la muerte, de la noche de tantos duelos personales y colectivos, en un mundo paralizado y paralizante? Sobran palabras y quizá un silencio es la mejor respuesta. Pero la fe cristiana siempre ha sentido la responsabilidad de hacer una lectura creyente de los acontecimientos en un diálogo profundo con la realidad. Nuestra fe es exigente y radical porque nos pide ver más allá del drama humano. No hay más que ver la historia de Jesús y su desenlace. La fe cristiana es una posición ante la vida que no busca un consuelo narcótico, sino que sostiene la raíz de la existencia revelando que hay algo más que el drama humano y que puede ser traspasado y liberado.

El Evangelio de este Domingo inicia el penúltimo capítulo de Juan en el que se hace evidente la luz, la vida y la verdad que ha ido tejiendo todo el mensaje joánico.  Narra la experiencia de tres referentes en el origen de nuestra fe: María de Magdala, Pedro y Juan. Son tres personas, pero no se representan a sí mismas porque presuponen tres prototipos de formas diferentes de acceder al mensaje de la Resurrección. 

El texto ya nos sitúa en una nueva era: “El primer día de la semana” Ya no es el Sabbat el día religioso, hay una superación de la visión judía de la revelación de Dios y que va apuntando hacia una nueva Alianza entre la humano y lo Divino. María va muy de mañana al sepulcro, casi antes del amanecer. Estamos ante un símbolo que nos revela que, en el punto más oscuro de la noche, cuando la noche ya no puede ser más noche, justo el instante siguiente es ya el amanecer; nace la luz y algo nuevo asoma a la consciencia humana. El sepulcro es el símbolo de la muerte, de lo que ha perdido sentido, es el llanto y el drama humano hecho realidad. Jesús no está en la tumba vacía, sin embrago, puede ser una prueba negativa de su nueva existencia. María es capaz de leer un signo lleno de misterio y al mismo tiempo de esperanza: la piedra está quitada e interpreta que se han llevado el cuerpo de Jesús. Su reacción no es paralizante, va corriendo a contarlo y a abrir una nueva perspectiva de los hechos.

Pedro, que representa la autoridad, y Juan que representa el vínculo de amor con el Maestro, van corriendo juntos para ver qué está pasando. Dice el Evangelio que llega antes Juan, quizá porque está liberado del peso de la institución y va centrado en lo esencial que va dirigiendo su vida. Se asoma al sepulcro y no entró. Seguramente no necesitaba ya más signos que lo que su inspiración profunda le iba revelando. Pedro sí entró y comienza una descripción exhaustiva de lo que allí había. Signos, signos y signos. La mente humana necesita evidencias, necesita medir, necesita espacio, tiempo, formas, contar, separar, controlar. Pero también la mente humana es capaz de procesar una novedad que conecta con otra realidad profunda que no entra en las categorías tangibles. El evangelio de hoy nos sitúa ante una realidad que trasciende la evidencia física y la apertura a mirar de una manera diferente; nos conduce a una nueva visión de la vida. Hasta entonces, narra el Evangelio de Juan, no habían entendido que Jesús resucitaría y vencería a la muerte.

Nos encontramos ante la savia que va regando los vasos conductores del cristianismo que no se detiene en los límites humanos, sino que los amplía y trasciende. Es muy fácil creer en la Resurrección como dogma (si lo dicen los elegidos con tanta contundencia será verdad) recitarlo en el Credo, ponerlo como bandera de nuestra religión, esperar al fin de nuestra vida biológica para vivir con esa ilusión. Puede, incluso, darnos seguridad y tener cierto control en la ruta a la que vamos caminando. Lo realmente difícil es vivir la resurrección en el aquí y ahora, no vivirla como un premio sino como un nuevo modo de existencia, encontrar pequeños signos en la vida ordinaria que nos hablan de esa conexión con otra consciencia de la que también está hecho el ser humano.  El Cielo y la Tierra en unidad, inseparables, la luz y la tiniebla, la muerte y la vida cohabitando en nuestro escenario vital. Un mensaje que nos habla de que la esencia humana es atemporal, no necesita signos, no tiene espacio, no tiene límites, sólo LUZ en un movimiento permanente hacia la plenitud.

¡¡¡FELIZ PASCUA!!!

Rosario Ramos

Domingo de Resurrección

Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; Él vive por el Padre; Él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula). La experiencia pascual de sus seguidores consistió en darse cuenta de esta realidad en Jesús.

No debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios.

Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me asimile vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto?

Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser posible como hombre mortal. Este admirable logro fue realizable, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia fue factible, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla.

La liturgia de Pascua nos está diciéndonos que, en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos nosotros una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido simple folclore. Aunque tengamos partes muertas, todos estamos ya en la Vida que no termina.

Nota: por motivos de salud pública, en medio de la pandemia por el virus Covid-19, están prohibidos los actos de culto en numerosos países. Por si alguien quiere vivir de esta forma virtual la celebración dominical, facilitamos el enlace con el audio de la Eucaristía correspondiente al Domingo de Resurrección (ciclo A), que se grabó hace tres años: Pincha aquí para escuchar la Eucaristía.

 

Meditación

Resurrección y Vida expresan la misma realidad.
En la medida que haga mía la Vida,
Estoy garantizando la resurrección.
No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Lo importante es vivir aquí y ahora esa VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.

Para profundizar

¿Puede resucitar el que está vivo?
Jesús no estuvo muerto ni un instante
Cambiemos el concepto de esa VIDA
y cambiará la idea de la Pascua
No hay sombra en un objeto si no le da la luz
Podemos vivir en la sombra sin descubrir la luz
Podemos vivir en la luz aun sabiendo que la sombra está a la vuelta
No podemos separar la muerte de la Vida
pero podemos olvidarnos de una de ellas
No hay que pasar la muerte para vivir la Vida
como nos han contado tantas veces
La Vida es ya mi ámbito, aunque no la descubra
La pascua no es un tiempo, es un estado
en el que todos permanecemos siempre
Muerte y resurrección caminan de la mano
Y nunca pueden separarse del todo
Jesús había resucitado antes de muerto
No lo pudieron sospechar sus seguidores
La experiencia pascual obró el milagro
y fue una bendición para nosotros
Gracias a ellos sabemos que está vivo
y que esa misma Vida está en nosotros
Si solo nos fijamos en él, seguimos muertos
La Pascua atañe a cada uno en lo más hondo
No hay nada que esperar cuando lo tienes todo
Busca dentro de ti lo que celebras
y todo cambiará radicalmente

 

Fray Marcos

Ni Dios, ni Cristo, ni Resurrección

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

Los relatos de los próximos días de Pascua nos ayudarán a alcanzar la tercera postura.

Las dos primeras lecturas

En ella se mueven las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) que afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Hay algo que une estas dos lecturas tan dispares:

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

 Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

José Luis Sicre

Comentario al evangelio – Domingo de Resurrección

Vio y creyó

      El evangelio de este domingo más que un relato de la aparición de Jesús resucitado es un relato de desaparición. Lo que encuentran tanto María Magdalena como los dos apóstoles no es la manifestación gloriosa del Resucitado sino un sepulcro vacío. Ante ese hecho caben dos interpretaciones. La primera es la actitud inicial de María Magdalena: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. La otra es la respuesta de fe de los apóstoles: “Vio y creyó”. 

      La actitud más evidente, más obvia, es sin duda la de María Magdalena. Se observa en sus palabras una enorme carga de amor y cariño. Pero su perspectiva se queda en una distancia muy corta. La actitud de los apóstoles es diferente. Llegan al sepulcro y observan lo que ha sucedido. Sólo después se les abre la inteligencia y comprenden lo que no habían entendido antes en las Escrituras: “que Él había de resucitar de entre los muertos”.

      Jesús es, curiosamente, el gran ausente de este relato pero al mismo tiempo la auténtica fuerza que dinamiza la vida de los creyentes. Apenas las vendas y el sudario quedan como testigos mudos de que ahí estuvo su cuerpo muerto. Pero es precisamente sobre ese vacío como se afirma la fe. ¿No nos dijeron que la fe era creer lo que no se ve? Pues aquí tenemos una prueba concreta. En torno a la ausencia de Jesús brota la convicción de que está vivo, de que ha resucitado. No han sido los judíos o los romanos los que se han llevado su cuerpo. Ha sido Dios mismo, el Abbá de que tantas veces habló, el que lo ha levantado de entre los muertos. Y le ha dado una nueva vida. Una vida diferente, plena. Jesús ya no pertenece al reino de los muertos sino que está entre los vivos de verdad. En esa vida nueva su humanidad queda definitivamente transida de divinidad. La muerte ya no tiene poder sobre él.

      Pero no hay pruebas de ello. No hubo policías recogiendo las huellas dactilares. No hubo jueces ni comisiones parlamentarias. No hubo periodistas ni cámaras ni micrófonos. Nada de eso. Solamente el testimonio de los primeros testigos que nos ha llegado a través de los siglos. De voz en voz y de vida en vida ha ido pasando el mensaje: “Jesús ha resucitado”. Muchos han encontrado en esa fe una fuente de esperanza, de vitalidad, de energía que ha dado sentido a sus vidas. La vida de tantos santos, canonizados o no, es testimonio de ello. Pero no hay pruebas. Sólo la confianza en la palabra de aquellos testigos nos abre el camino hacia esa nueva forma de vivir. ¿Quieres tú también creer?

Para la reflexión

La fe en la resurrección de Jesús es una verdadera opción personal. Creer en ella nos debería llevar a vivir de un modo nuevo: en esperanza, en fraternidad, en servicio… Y más en esta situación que estamos viviendo. ¿En qué aspectos concretos de nuestra vida se podría/debería manifestar esa nueva vida? ¿Y en qué aspectos concretos de la vida de nuestra comunidad? ¿Cómo pasar a las generaciones siguientes el mensaje que hemos recibido de nuestros mayores sobre la resurrección de Jesús?

Fernando Torres, cmf